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Así empezó a hacerlo, y el candidato no lo ignoraba. Sin embargo, una tarde en que el frió
apretaba de firme, el reportero acertó a quedarse dormido en unos de los cómodos asientos de felpa
verde del vagón, que estaba, por otra parte, desprovisto de calefacción. Y ocurrió que el candidato
pasó al lado del periodista, se detuvo y lo cubrió con su propio abrigo. Cuando el reportero despertó
y se enteró de lo sucedido, telegrafió al diario su renuncia. No se sentía capaz de seguir informando
en contra de un hombre tan noble que había correspondido con un acto de bondad a sus malévolos
reportajes.
Los críticos habitualmente acerbos suelen ser sujetos amargados, de ideas confusas, poseídos
de un falso concepto de su importancia y que, para disimular la propia incompetencia, no pierden
ocasión de hacer hincapié en los defectos ajenos. Lo cristiano, al vernos hostilizados por alguno de
nuestros prójimos, será penetrar en los motivos de su enojo, comprender sus causas y esforzarnos por
eliminarlas, tanto por nuestro propio bien como por el de nuestro prójimo.
“Mucho más fácil es criticar que ser correctos”, dijo en cierta ocasión Disraeli. Así, siempre
abundarán en este mundo los críticos; bien intencionados algunos de ellos; crueles otros. Para
defendernos de estos últimos hemos de aprender a dominar nuestras reacciones emocionales; a adoptar
una actitud racional y serena; a esforzarnos sinceramente en ayudar a quienes nos critican a liberarse
de su animosidad. En resumidas cuentas, la mejor defensa será nuestro diario comportamiento.
Consistirá en proceder conforme a elevados principios morales; en tener limpia la conciencia; en
llevar una vida que excluya toda necesidad de recurrir al engaño, a la mentira, a la ocultación.
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