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Elegimos vivir con dignidad, para todas y todos: ¡Pan, Techo y Salud!

Los hechos relacionados con la pandemia del COVID-9 ponen de presente los límites de la sociedad
actual; la pandemia reta el orden social vigente y abre la posibilidad de fortalecer alternativas al
mismo o, por el contrario, su recomposición en formas más agresivas. Colombia no es la excepción,
ni al impacto de la pandemia, ni a la contraposición de visiones de sociedad en pugna.

Ha sido evidente la incapacidad de la extrema derecha por lograr conducir la sociedad colombiana
en la crítica situación de salud pública. Ni siquiera logra legitimidad al interior de sectores del
establecimiento en las medidas que se toman, mucho menos ante el grueso de la población. La
negativa a intervenir el tráfico aéreo, mitigar el impacto económico y social para las familias
colombianas de los sectores marginados y condenados a la informalidad son pruebas del lado que
toma este gobierno: Iván Duque se alinea con el empresariado, las prerrogativas al sector financiero,
comercial y extractivo. A contramano, su incapacidad y poca ascendencia incluso sobre sectores de
su propio partido derivaron en una serie de medidas locales ante la urgencia de generar alternativas
para controlar, mitigar o prevenir contagios y un posible colapso del sistema de salud y condiciones
sociales del país. No es cierto a Duque le interese la economía del país; realmente a Duque le
interesa la acumulación de ganancias de un sector de la economía: la de los propietarios, los
patrones, quienes no acaparan bienes en tiendas y mercados, pero acaparan capital producto del
trabajo formal e informal del pueblo colombiano y la juventud.

Coinciden los peores rasgos de la sociedad colombiana: fascismo, patriarcado y neoliberalismo.


Convergen en pretender imponer controles sobre los cuerpos de la población, en exponerlos al
contagio, en exponerlos a morir o de facto, decidir sobre la vida y la muerte de colombianos y
colombianas. La reciente medida que frenó las medidas preventivas tomadas por autoridades
departamentales y municipales, más que vanidad expresan es la necesidad de mantener activas las
locomotoras del despojo, abiertos los sitios de trabajo y que la silenciosa asimetría social conjugada
con el inhumano sistema de salud definan quién vive, quién sufre, quién muere.

Ni que decir con quienes ya somos nadie para el Estado: poco o nada se dice sobre el campesinado
colombiano y el mundo rural del país, las comunidades indígenas o afrocolombianas. Mucho menos
sobre la población carcelaria. Emergen por sus protestas las personas olvidadas que viven de la
economía informal del día a día, del gota a gota. Hablamos de calles vacías normalizando la infinidad
de personas sintecho que las habitan. Allí dónde no hay reflectores ni cámaras, donde se desnuda
con toda franqueza la desigualdad social vemos la continuidad del accionar paramilitar, la
erradicación forzada de cultivos de uso ilícito ante la negativa a concertar con las comunidades la
sustitución, perspectivas de uso del glifosato, pruebas de campo para extracción de recursos, uso
de la fuerza contra población carcelaria y más que confinamientos o políticas de distancia social,
franca exclusión y marginamiento. Para culminar el teatro del absurdo ahora vienen los toques de
queda, la militarización de las calles en un país cuya clase en el poder no encontró otra manera de
gestionar la sociedad que no implique ejército, armas, violencia y hombres a costa del sudor, sangre
y lagrimas de las grandes mayorías.

Es cierto que la desigualdad social ha llegado a límites tan absurdos que se puede confundir un
empleo formal, con condiciones de mínima estabilidad y desarrollo de manera no presencial con un
privilegio. En país de ciegos, el tuerto es rey. No será igual la situación de aquellos que pueden
trabajar desde casa con sus neveras llenas a quienes lo hacen con la zozobra de cada noche al saber
el confinamiento continúa, las provisiones disminuyen y el salario ni alcanza, ni se ve próximo. El
vivir al día a día es una condición de fondo, que aún en casa, o en el sitio de trabajo, es un auténtico
dolor de cabeza para miles de familias colombianas a quienes el ingreso no le es suficiente, así
tengan un trabajo estable. Sin embargo, a quienes tienen la posibilidad de permanecer en casa, les
corresponde la responsabilidad de contribuir a que la situación no derive en un colapso institucional
que cueste vidas, las vidas de aquellas personas para quienes sobrevivir un día a la vez es su único
privilegio y un enorme sacrificio. No lo hagamos más difícil.

Esa realidad no es producto de la pandemia. La pandemia sólo la hizo pública. En cambio, sí es


producto de la pandemia que una medida de distancia social, con confinamiento total es oportuna,
vigente; pero en esa realidad que antecede a cada familia colombiana puede ser un remedio peor
que la enfermedad. Es por eso que decimos que Pan, Techo y Salud constituyen los mínimos que
toda persona debe tener solventado y que son connaturales al derecho a la vida que el Estado debe
garantizar. Al Estado colombiano más que preocupación por las ganancias de los grandes cacaos, le
corresponde garantizar una renta básica para las familias a quienes el modelo económico que ha
condenado; acceso a servicios públicos y de conectividad para hacer dignas las condiciones de todos
y todas durante el confinamiento, sitios de acogida y alojamiento para las y los sin techo. Moratoria
en impuestos a pequeños comerciantes y pequeños empresarios, a bienes básicos y a las
obligaciones financieras de las familias colombianas. Provisión de servicios y condiciones de acceso
a atención psicológica, a violencias basadas en género, acompañamiento a niños, niñas y
adolescentes y tercera edad.

En lugar de ofrecer condiciones para la acumulación de intereses, la depredación ambiental, la


sobreexplotación laboral, le corresponde al gobierno ofrecer condiciones para la vida, condiciones
que se resumen en pan en la mesa de cada familia, techo donde pasar el confinamiento cómoda y
dignamente y salud como derecho fundamental e inherente a la vida de todas y todos.

Saludamos con entusiasmo las iniciativas que emergen como antídotos ante el fascismo, patriarcado
y neoliberalismo. Ante una sociedad que disuelve los lazos sociales, legitima la violencia y la muerte
como forma de resolver sus conflictos y que ocultó la realidad tras el afán de ganancias, emergen
con fuerza lógicas basadas en la solidaridad, reciprocidad, sororidad y que ponen el acento en la
condición humana, colectiva y popular de la sociedad. No nos cabe duda que en esas nuevas formas
de entendernos, relacionarnos y acompañarnos están las claves de una nueva sociedad que tarde o
temprano será la dominante. También tenemos la certeza de saber que sí el gobierno nacional
insiste en jalar del lado del capital, terratenientes, mineras y grandes comerciantes, desde esas
lógicas solidarias, populares y colectivas fortalecidas asumiremos el papel de cuidarnos,
respaldarnos y tendernos la mano para garantizar que todas y todos podamos contar con pan, techo
y salud. Aquella idea de a cada cual según su necesidad, cada cual según su capacidad constituye el
centro de la solidaridad, es la idea que constituye la promesa de una nueva sociedad.

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