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Pablo López Martínez Seminario de filosofía política

John Locke como secretario del Consejo de agricultura y comercio.

Es muy difícil discernir en la biografía de un hombre si sus posicionamientos práctico-


políticos se derivan de una determinada postura teórica, o si, al contrario, son las
circunstancias las que determinan una concreta teoría política. En el caso que nos ocupa,
podemos reformular la cuestión de este modo: ¿Las reflexiones de Locke a cerca de la
propiedad las hace porque es inglés y, de este modo, está ofreciendo un andamiaje
teórico que justifique al Imperio Británico la conquista de tierra a los indios? ¿O quizás
Locke ha llegado por su propia cuenta a un particular modelo político y su apoyo a las
empresas coloniales se debe a que es el que mejor se adapta a su posición liberal?

Para empezar a aclarar la cuestión, tenemos que señalar que para Locke hay dos formas
de apropiación, que de algún modo están conectadas evolutivamente o al menos
suponen dos etapas civilizatorias. La primera es la simple obtención por recolección o
caza, cuando un hombre alza el brazo para coger el fruto de un árbol o para pescar un
pez, este fruto o este pez le pertenecen. Si alguien le enajenase esos recursos después de
haberlos obtenido con sus manos estaría cometiendo una injusticia. Esto Locke lo
justifica mediante argumentos teológicos como una donación común del mundo a la
humanidad:

“Whether we consider natural reason, which tells us, that men, being once born,
have a right to their preservation, and consequently to meat and drink, and such
other things as nature affords for their subsistence; or revelation, which gives us
an account of those grants God made of the world to Adam, and to Noah, and his
sons; it is very clear, that God, as king David says, Psal. cxv. 16, «has given the
earth to the children of men»; given it to mankind in common” (Locke, J. T. T.
II, § 25).

Pero, obsérvese que, dada esta definición de la propiedad, los ingleses no tienen una
justificación suficiente para cercar las tierras americanas. Los frutos de la naturaleza
corresponden por igual a todos los hombres y ninguno tiene el derecho a cercenar una
parte de ese terreno común y llamarlo mío. Precisamente por esta razón Locke se ve
obligado a introducir otro criterio para justificar la propiedad, y en este caso será mucho
más restrictivo que el anterior. La laboriosidad y la eficiencia es lo que justifica la
propiedad del terrateniente después de la invención del dinero.
Pablo López Martínez Seminario de filosofía política

“God gave the world to men in common; but since he gave it them for their
benefit, and the greatest conveniences of life they were capable to draw from it,
it cannot be supposed he meant it should always remain common and
uncultivated. He gave it to the use of the industrious and rational” (Locke, J. T.
T. II, § 34).

Como los indios no trabajan la tierra los ingleses están legitimados a tomarlas siguiendo
un frío calculo de rentabilidad. Los nativos americanos requieren de amplias zonas de
caza y recolección para mantenerse sin trabajar la tierra, los ingleses, en cambio, con
parcelas mucho más pequeñas son capaces no sólo de subsistir, sino de crear excedentes
de mercancías con los que comerciar con la metrópolis. De este modo, los indios están
desaprovechando la tierra, lo que constituye casi un pecado. Locke desplaza así la
originaria apropiación por necesidad, característica de sociedades subdesarrolladas, por
la apropiación de la tierra por utilidad y acumulación.

No resulta extraño, desde esta perspectiva, el artículo 110 de las Constituciones


Fundamentales de Carolina, que permitía a los grandes terratenientes tener incluso el
poder de dar muerte a sus esclavos. Cuando el principio de eficiencia y acumulación
priman como justificación de la propiedad es coherente con el apoyo a los grandes
latifundistas y esclavistas, pues son ellos los que pueden extraer mayores recursos de la
tierra para la Corona. Es precisamente la eficiencia y la acumulación lo que interesaba a
Locke como secretario de agricultura y comercio, sin pasar por alto, por supuesto, que
también estaba interesado en la vigencia del trabajo esclavo, pues era un gran inversor
de la Royal African Company.

Será el mismo argumento el que utilicen para la recolonización de puntos estratégicos


del caribe, ya ocupados por españoles. Desde 1669 casi todos los piratas ingleses que
traficaban con Campeche se habían convertido en corsarios a las órdenes de la corona.
Esta situación catalizó el debate en Inglaterra sobre la conveniencia de talar dicho árbol
de la península de Yucatán, sobre todo tras la firma del Tratado de Madrid, que llevó a
Carlos II de Inglaterra a encargar un estudio a John Locke. Las conclusiones a las que
llegó en este punto son idénticas a las esgrimidas para arrebatar la tierra a los indios: las
tierras poseídas por los españoles son inmensas y la mayoría permanecen baldías, la
intervención británica, de este modo, mejora estas tierras desaprovechadas por los
españoles.

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