El delito de tráfico de drogas El Derecho penal del Estado de Derecho, aun a sabiendas de que esto favorece muchas veces la impunidad de los grandes narcotraficantes y no sirve para solucionar el problema de los drogodependientes, ni de los marginales sociales que han hecho del tráfico a pequeña escala su principal o único medio de vida y que son los que pueblan los centros penitenciarios de todo el mundo. Art 298 N.C.P.- ELABORACIÓN Y COMERCIO ILEGAL DE MEDICAMENTOS. Quien fabrica, elabora, produce, importa, exporta, suministra, recepte, intermedia, comercializa, ofrece, pone en el mercado a través de medios radiales, escritos o televisivos, o almacene con estas finalidades, medicamentos o fármacos, incluidos los de uso humano y veterinario, así como los medicamentos o fármacos en investigación, que carezcan de la necesaria autorización exigida por la Ley, o productos sanitarios que no dispongan de los documentos de conformidad exigidos por las disposiciones de carácter general, o que estuvieran deteriorados, caducados o incumplieran las exigencias técnicas relativas a su composición estabilidad y eficacia y, con ello se genere un riesgo para la vida o peligro grave para la salud de las personas, debe ser castigado con la pena de prisión de cuatro (4) a seis (6) años y multa de cien (100) a trescientos (300) días. A la luz de las diversas declaraciones de la Organización Mundial de la Salud, se puede entender por droga la sustancia, natural o sintética, cuya consumición repetida, en dosis diversas, provoca en las personas: 1. el deseo abrumador o necesidad de continuar consumiéndola (dependencia psíquica), 2. la tendencia a aumentar la dosis (tolerancia) 3. la dependencia física u orgánica de los efectos de la sustancia, que hace verdaderamente necesario su uso prolongado para evitar el síndrome de abstinencia. En dichas listas sustancias que desde el punto de vista estrictamente médico no tienen las características antes aludidas (cannabis y sus derivados) o que, en todo caso, no son más nocivas que otras cuyo consumo y tráfico es legal o incluso fomentado públicamente (alcohol, tabaco). A pesar de ello, un sector de la doctrina y unánimemente la jurisprudencia consideran que el concepto de «droga tóxica o estupefaciente» viene determinado por los Convenios internacionales ratificados por España. Desde este punto de vista político-criminal parece evidente que no se pueden tratar con el mismo nivel, en relación con la salud pública, el tráfico de sustancias tan dispares en su nocividad como la heroína y la marihuana. Por eso, desde el punto de vista del Derecho penal sería conveniente la elaboración de un concepto penal de droga tóxica o estupefaciente que por lo menos evite el automatismo con que se considera reiteradamente que algunas sustancias tienen este carácter simplemente por su inclusión en los Convenios internacionales, sin tener en cuenta las particularidades del caso concreto ni el bien jurídico protegido en este delito. El tráfico de sustancias que no causen grave daño a la salud, o que, en todo caso, no causen objetivamente más daños que otras de tráfico legal, quede excluido del ámbito del Derecho penal y sometido a un régimen de control administrativo. JOSHI JUBERT, propone un concepto base médico-farmacológico dentro de la legalidad vigente, orientado a las finalidades del Derecho penal, caracterizado por los trastornos físicos y psíquicos, bien por consumo dependencia, abuso bien inducidos por sustancias intoxicación, abstinencia, delirium, demencia y otros. La necesidad de este concepto penal autónomo de droga se demuestra además a la hora de interpretar cuáles son las sustancias o productos que causan grave daño a la salud y cuáles no, ya que la pena del tipo básico se distingue en función de este criterio, que, sin embargo, es desconocido en los Convenios internacionales. Parece, desde luego, evidente que, desde el punto de vista de la salud pública, bien jurídico protegido, no deben tratarse igual las drogas gravemente nocivas y las que no lo son tanto. Ciertamente, es difícil clasificar a priori una sustancia en uno u otro grupo, pero, en principio, parece evidente que no pueden medirse con el mismo rasero sustancias tan dispares desde el punto de vista de su nocividad como los derivados del cannabis (hachís) y los derivados del opio (heroína). La nocividad de la droga en cuestión constituye, pues, un elemento del tipo que tiene que ser determinado con ayuda de criterios médicos y farmacológicos y no por remisión a Convenios internacionales. Art 300 N.C.P.- DELITO DE DOPAJE. Quien, sin justificación terapéutica, prescribe, proporciona, dispensa, suministra, administra, ofrece o facilita a deportistas federados no competitivos, deportistas no federados que practiquen el deporte por recreo o deportistas que participen en competiciones organizadas en Honduras por entidades deportivas, sustancias o grupos farmacológicos prohibidos, así como métodos no reglamentarios destinados a aumentar sus capacidades físicas o a modificar los resultados de las competiciones, que por su contenido, reiteración de la ingesta u otras circunstancias concurrentes, pongan en peligro la visa o la salud de los mismos, deben ser castigados con las penas de prisión de seis (6) meses a tres (3) años y multa de trescientos (300) a quinientos (500) días. Se deben imponer las penas previstas en el párrafo anterior incrementadas en un tercio (1/3) cuando el delito se perpetra concurriendo alguna de las circunstancias siguientes: Empleo de violencia, engaño o intimidación; o, El responsable se hace valer de una relación de superioridad laboral o profesional. Art 301 N.C.P.- ELABORACIÓN NO AUTORIZADA DE SUSTANCIAS NOCIVAS. Quien, fuera de los casos comprendidos en los artículos anteriores y sin hallarse debidamente autorizado, elabora sustancias nocivas para la salud o productos químicos que puedan causar estragos y los despache, suministre o comercie con ellos, debe ser castigado con la pena de prisión de seis (6) meses a tres (3) años y multa de ciento ochenta (180) a trescientos sesenta (360) días.
Convención de las naciones unidas contra el tráfico ilícito de
estupefacientes y sustancias sicotrópicas ¿Qué son las convenciones de drogas de la ONU y qué propósito tienen? Son los tres tratados de Naciones Unidas que conforman el marco legal internacional del régimen de control mundial de las drogas. Estos son: la Convención Única sobre Estupefacientes de 1961, enmendada por el Protocolo de 1972; el Convenio sobre Sustancias Sicotrópicas de 1971, y la Convención contra el Tráfico Ilícito de Estupefacientes y Sustancias Sicotrópicas de 1988. El objetivo de los tratados es tipificar medidas de control aplicables a nivel internacional con el fin de garantizar la disponibilidad de sustancias psicoactivas para fines médicos y científicos, y prevenir su desvío hacia canales ilegales, incluyendo también disposiciones generales sobre tráfico y consumo de sustancias psicoactivas. Las convenciones de 1961 y 1971 clasifican las sustancias controladas en cuatro listas, de acuerdo a su valor terapéutico percibido y riesgo potencial de abuso. La Convención de 1988 anexó dos tablas en las que se listan precursores, reactivos y disolventes que se utilizan con frecuencia en la fabricación ilícita de estupefacientes o sustancias psicotrópicas. Este último tratado, además, reforzó significativamente la obligación de los países de imponer sanciones penales para combatir todos los aspectos de la producción ilícita, posesión y tráfico de sustancias psicoactivas. El tráfico ilícito de drogas es una amenaza para la salud y el bienestar de las personas, difundía la corrupción, facilitaba la confabulación criminal y subvertía el orden público. También ponía en peligro la soberanía y la seguridad de los Estados y convulsionaba las estructuras económicas, sociales y culturales de la sociedad. En ciertas circunstancias, generaba o apoyaba otras formas graves de delincuencia organizada. Contexto histórico en el que surgieron las convenciones Para entender la creación de los tratados sobre drogas hay que hacer referencia al contexto histórico y político del momento en que aparecen y a los acontecimientos internacionales que los precedieron. La propuesta de creación de un marco jurídico internacional para las sustancias psicoactivas fue una iniciativa de los Estados Unidos que data de comienzos del siglo XX y que ha conocido desde entonces varias etapas. En febrero de 1909, dada la creciente preocupación por el consumo de opio en China, doce países reunidos en Shanghái conformaron la Comisión Internacional sobre el Opio para discutir por primera vez las posibilidades de imponer controles internacionales al comercio de opio. Los delegados resolvieron –aunque sin comprometerse a ello acabar con la práctica de fumar opio, limitar su uso a fines médicos y controlar sus derivados nocivos. No hubo entonces ningún intento de aplicar el derecho penal al respecto. Este fue el antecedente del primer Convenio Internacional del Opio de La Haya (1912). Este, y otros tratados posteriores negociados bajo la Sociedad de las Naciones (predecesora de la ONU, 1919-1946), tenían un carácter más normativo que prohibitivo y su objetivo era moderar los excesos de un régimen de libre comercio sin reglamentos. Es decir, impusieron restricciones sobre las exportaciones, pero no establecieron obligaciones de declarar la ilegalidad del consumo de drogas o su cultivo, y mucho menos de aplicar sanciones penales por ello. Así, las disposiciones para los opiáceos, la cocaína y el cannabis no entrañaban la criminalización de las sustancias en sí, ni de sus consumidores o productores de la materia prima. Por esta razón, los dos países más 'prohibicionistas' en ese momento, los Estados Unidos y China, abandonaron las negociaciones que desembocaron en la Convención Internacional sobre el Opio de 1925 porque consideraron que sus medidas no eran suficientemente restrictivas. Los Estados Unidos intentaron en esa ocasión obtener no solamente la prohibición de las drogas sino de la producción y del uso no terapéutico del alcohol, tratando de reproducir a escala internacional su modelo de prohibición del alcohol (Ley Seca), vigente en el país de 1920 a 1933. Este intento se frustró al no contar con el apoyo de las potencias coloniales europeas (Francia, Gran Bretaña, Portugal, Países Bajos), que mantenían en sus territorios de ultramar unos rentables monopolios de drogas (opio, morfina, heroína y cocaína) para el mercado farmacéutico de Europa y los Estados Unidos. Al salir de la segunda guerra mundial como la potencia política, económica y militar dominante, los Estados Unidos estaban en condiciones de forjar un nuevo régimen de fiscalización (Protocolo de Lake Success, 1946) y aplicar la presión necesaria para imponerlo a otros países al amparo del sistema de las Naciones Unidas. El clima político posibilitó la globalización de los ideales prohibicionistas antidrogas. El mercado de drogas ilícitas representa el mayor negocio ilegal de materias primas del mundo. Con un volumen anual de negocios en torno a 426.000-652.000 millones de dólares, su tamaño es aproximadamente la tercera parte del mercado de petróleo global, y está controlado por criminales a quienes poco les importan la salud, los derechos y la seguridad de los demás. En todo el mundo, las muertes relacionadas con las drogas han venido aumentando, de 183.500 en 2011 a aproximadamente 450.000 en 2015 un incremento del 145 % en apenas cuatro años. Mientras tanto, cada año se siguen gastando más de 100.000 millones de dólares en un intento inútil por erradicar el mercado de drogas ilegales. En los últimos 50 años, muchos países inclusive han llegado a militarizar su respuesta. Pero si bien se han desmantelado algunos carteles de la droga, se llevó a la justicia a algunos líderes narcos y la zona de cultivo de cannabis, coca y amapola se redujo, estos logros han resultado apenas temporarios. Peor aún, en muchos casos, simplemente se les ha endosado el problema a otros países, provocando un ‘efecto globo’. Por ejemplo, después de comienzos de los años 2000, la producción de coca cayó en Colombia y aumentó en Perú, para regresar con más fuerza a Colombia en los años más recientes. Como los narcotraficantes pueden adaptarse y cambiar, el progreso siempre es reversible. Los costos humanos han sido impactantes. Según el Instituto Nacional de Estadísticas y Geografía, hubo más de 250.000 homicidios registrados en México entre 2006 y 2017. En las Filipinas se han producido unos 20.000 asesinatos extrajudiciales desde que el presidente Rodrigo Duterte llegó al poder en 2016. Y en Colombia, muchos líderes políticos, policías, soldados, jueces y fiscales han sido asesinados, mientras que los cultivadores de coca –principalmente pequeños minifundistas– quedaron atrapados en el fuego cruzado entre el ejército, los grupos paramilitares, los insurgentes y las pandillas. Tristemente, este nivel de violencia no debería sorprender. Cuando se prohíben las drogas, pasan obligadamente a mercados ilegales donde la fuerza física, la intimidación, la discriminación y la corrupción ocupan el lugar de las herramientas regulatorias generadas desde el Estado. Es más, la prohibición exacerba los perjuicios sociales y sanitarios asociados con las drogas, lo que contribuye a epidemias de VIH y hepatitis C, muertes por sobredosis, superpoblación carcelaria, estigmatización y discriminación, pobreza y debilitamiento de las instituciones. Es hora de que el mundo cambie su estrategia. El uso de sustancias psicoactivas es un comportamiento riesgoso, y ocuparse de estos riesgos es una función clave del gobierno. Es por eso que la Comisión Global de Políticas de Drogas, en su informe reciente, ‘Regulación: el control responsable de las drogas’, recomienda que los gobiernos legalicen y regulen todas las drogas actualmente ilegales. Se suele definir la “legalización” de manera inapropiada como una intervención del Estado para promover el uso de drogas. Pero lo que realmente significa es que las autoridades que actúan para defender los intereses de la población ofrezcan un marco legal para la producción, distribución y venta de drogas para consumo adulto, dándoseles una consideración apropiada a los perjuicios asociados con cada sustancia en particular. Es una política que aborda específicamente las realidades del consumo de drogas y la presencia de mercados de drogas. Como con toda regulación, deberían implementarse reformas de manera incremental y con base en evidencia de lo que funciona y lo que no. Las diferentes drogas naturalmente exigirán diferentes niveles de regulación dependiendo de sus riesgos relativos, y los enfoques variarán de un país y lugar a otro. Mientras que el cannabis podría venderse exclusivamente en tiendas minoristas que cuenten con una licencia, la heroína de grado farmacéutico podría suministrarse bajo prescripción a aquellas personas que son dependientes y con quienes otros tratamientos contra la adicción no han funcionado. Ni los responsables de las políticas ni los votantes pueden ocultarse detrás del argumento de que la gente que consume drogas merece ser tratada de manera diferente porque ha elegido involucrarse en una actividad potencialmente nociva. Dejando de lado el hecho de que la dependencia de las drogas tiende a afectar la capacidad de las personas de tomar decisiones libremente, todos nos involucramos en comportamientos riesgosos y perjudiciales, desde fumar cigarrillos hasta consumir alcohol, grasas transgénicas, azúcar procesada y demás. Afortunadamente, ya sabemos cómo ocuparnos de los comportamientos riesgosos y de los productos potencialmente peligrosos, no solo de los mercados de cannabis legales que están surgiendo en todo el continente americano, sino también de los éxitos y fracasos del control de la seguridad alimentaria, el alcohol y el tabaco. La lección de estos mercados legales sobre comercializados es que necesitamos aplicar controles apropiados a las prácticas de ‘marketing’ y recortar los incentivos para que las empresas comerciales fomenten el consumo nocivo en busca de ganancias. También necesitamos más programas de prevención y control, que podrían existir con o sin legalización. Las experiencias con modelos alternativos también podrían ayudar a guiar la transición de una producción y un consumo de drogas criminales a una producción y un consumo regulados cuando se implementen junto con políticas de desarrollo socioeconómico sustentables. Tailandia, por ejemplo, ha erradicado el opio creando otras oportunidades económicas para los agricultores rurales. Y Bolivia y Turquía han introducido el cultivo legal y regulado de coca y amapola respectivamente, para acabar con las operaciones ilegales. Por último, la ONU resalta la amenaza de las nuevas sustancias psicoactivas (NSP) y los fármacos recetados. Y subraya que “un creciente flujo de preparados farmacéuticos de origen incierto, que está siendo destinado a uso no médico, así como el consumo y tráfico de poli drogas, está agregando niveles de complejidad sin precedentes al problema”. El número de personas que ha consumido drogas al menos una vez en el año está en 275 millones, aproximadamente 5,6 % de la población mundial entre los 15 y 64 años. Pero las muertes causadas directamente por el uso de sustancias aumentaron en un 60 % entre 2000 y 2015. Las personas mayores de 50 años son el 39 % de esas víctimas, y la gran mayoría, por uso de opioides.