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Parte 2
Parte 2
Preparación
El punto de partida debemos situarlo en 1855, año en que llevó a cabo el primer noviciado
y en el que se emitieron los primeros votos privados. Don Bosco trazaba un primer boceto
de las reglas (o constituciones) de Ia nueva congregación.
Los elementos de estas reglas están sacados, entre otras fuentes, de su experiencia. A
este propósito, debemos señalar que Ia adquirida como director del oratorio festivo y de Ia
casa de Valdocco, había sido ya codificada en dos reglamentos: el reglamento del oratorio
externo, concebido hacia 1847 y el reglamento de la casa del Oratorio, elaborado en los
años 1852-1854 (será publicado mucho más tarde, en 1877). En 1855, podía, pues,
beneficiarse de todas las aportaciones anteriores. En realidad, un cotejo entre estos
textos demuestra que los dos primeros le sirvieron de base para las constituciones, sabre
todo en lo referente a Ia terminoiogIa y a la espiritualidad.
Don Bosco se convence así de que, sin tocar la esencia inmutable de Ia vida religiosa, era
necesario adaptar ésta a las nuevas condiciones de Ia Iglesia de su tiempo. La ley de
supresión de los conventos, votada precisamente en 1855, se encargaba de recordarle
esta condición indispensable. Evidentemente era preciso tener en cuenta los cambios
habidos en Piamonte y procurar incorporar la nueva congregación en el contexto de la
época, dominada por el liberalismo anticlerical. Dentro de esta perspectiva veremos al
fundador de los salesianos defender mordicus el estado civil de sus religiosos ante las
autoridades eclesiásticas. Lo veremos, además, insistir sobre el carácter de beneficencia
de su Sociedad, a. fin de escapar a Ia Iey de supresión. La conversación con Ratazzi en
1857 no hará más que confirmarle en sus ideas.
Después de dos años de esta maduración, tenía listo un texto. (Desgraciadamente, esta
primera edición de las constituciones no ha liegado a nosotros). Empiezan entonces las
diligencias para obtener su aprobación de la jerarquía
Sin embargo, para mayor seguridad, le aconseja que vaya a Roma a hablar de su
proyecto al papa Pío IX. Don Bosco partió para Roma el mes de febrero de 1858,
acompañado por el estudiante de teología Miguel Rúa. Lievaba consigo un ejemplar
manuscrito de las constituciones.
Es necesario que establezcáis una sociedad que no pueda ser entorpecida por el
gobierno; pero al mismo tiempo, no debéis contentaros con ligar a sus miembros con
simples promesas, porque de otra manera no existirían los oportunos vInculos entre los
socios, entre los superiores e inferiores; no estarlais nunca seguros de vuestros súbditos,
ni podríais contar para mucho tiempo con su voluntad. Procurad ajustar vuestras Reglas a
estos principios, y, una vez acabado el trabajo, será examinado. La empresa, con todo, no
es nada fácil. Se trata de vivir en el mundo, sin ser conocidos por el mundo. Pero, si esta
empresa es voluntad de Dios, Él os iluminará. Marchad, rezad y dentro de unos días
volveréis y os daré mi opinión".
Feliz por la acogida del Papa, Don Bosco vuelve a tomar el texto y lo corrige para
adaptarlo a los consejos recibidos. Rúa saca una copia de este nuevo texto.
El 21 de marzo, segunda audiencia de Pío IX. El Papa puntualiza y desarrolla su idea: .
"He pensado en vuestro proyecto, y me he convencido de que hará mucho bien a Ia
juventud. Hay que llevarlo a efecto. Las .Reglas sean suaves y de fácil observancia. La
forma de vestir, las prácticas de piedad no la hagan distinguirse en medio del mundo.
Con este fin, quizá fuera mejor Ilamarla Sociedad más bien que Congregación. En
conclusión, haced de manera que cada miembro de ella ante la Iglesia sea un religioso, y
un ciudadano en Ia sociedad civil“.
Don Bosco le presenta entonces el texto retocado: "He aquí, Beatísimo Padre, le dice, el
reglamento que contiene la disciplina y el espíritu que, desde hace veinte años, guía a
aquéllos, que emplean sus energIas en los Oratorios".
El texto más antiguo que se conserva de las constituciones y que podemos hacer
rernontar a 1858-1859, tenía nueve capítulos, sin contar una breve introducción: Orígenes
de esta congregación (que desaparecerá), Fin de esta congregación, Forma de esta con
gregación, Voto de obediencia, Voto de pobreza, Voto de castidad, Gobierno interior de la
congregación, Los otros superiores, Admisiones• Estas Reglas no presentaban nada
abiertamente rnonástico, ni nada aparentemente complicado, corno había recomendado
Pío IX.
Se trataba de una sociedad de eclesiásticos y laicos, unidos por los votos, deseosos de
consagrarse al bien de la juventud pobre (y además de mantener Ia religion católica en las
capas populares con la palabra y con los escritos). No había nada que pudiera chocar
contra cualquier gobierno, incluso hostil a las congregaciones tradicionales: los salesianos
eran ciudadanos como los demás. En efecto, "cada uno, al entrar en Ia congregación, no
perderá sus derechos civiles incluso después de emitir los votos, por lo cual conserva Ia
propiedad de sus bienes..." Pero naturalmente, "los frutos de tales bienes durante todo el
tiempo que permaneciere en Ia congregación, deben ser cedidos a favor de Ia
congregación. Extrañas concesiones verbales hechas por religiosos al liberalismo burgués
de la época...
Retrasos
Miantras el núcleo de los primeros salesianos aumentaba de mes en mes, y Ia
congregación nacía oficialmente en diciembre de 1859, Don Bosco elaboraba y
reelaboraba el texto a Ia luz de la experiencia. En el término de cinco años, seis veces,
por lo menos, fue puesto en limpio.
La causa principal del retraso eran algunas reticencias manifestadas por las autoridades
religiosas locales. Para obtener la aprobación de las autoridades rornanas, Don Bosco
debió apoyar su petición con un cierto número de recomendaciones episcopales, pero,
sobre todo, con el placet de Ia autoridad diocesana de la Ciudad.
Ahora bien, si las gestiones ante los obispos del Piamonte fueron relativamente fáciles, Ia
curia de Turín se mostró muy perpleja acerca de las relaciones entre Ia congregación y el
obispo del lugar Monseflor Fransoni, a pesar de su benevolencia hacia Don Bosco, no
quería precipitar las cosas, y murió en 1862. Bien pronto, sus sucesores se limitaron a
demostrarle una cierta frialdad: es lo menos que se puede decir.
Con todo, la aprobación llegó en febrero de 1864. Inmediatamente, todo el expediente (el
último texto de las constituciones y las cartas comendaticias de los obispos) fue
transmitido a Roma a través de una persona de confianza. Previendo alguna dificultad,
Don Bosco había incluido un pliego de observaciones, en el cual se esforzaba en justificar
algunos puntos especiales.
Una rápida lectura del texto renovado de 1864 pone de manifiesto nuevos e importantes
avances con relación al de 1858-1859.
Un nuevo capítulo, titulado Gobierno religioso de Ia Sociedad, se esfuerza por recoger las
exigencias de los obispos. Otro, titulado De cada casa en particular, viene a testificar que
la congregación ha empezado a proliferar fuera de Turin. Al final del texto aparecen,
además, tres nuevos títulos: Del vestido, Los externos, Profesión y fórmula de los votos.
Dentro del penültimo tItulo, se lee un artículo audaz: "Cualquier persona aun viviendo en
el siglo, en la propia casa, en el seno de la propia familia, puede pertenecer a nuestra
Sociedad".
Esta medida, dice Don Ceria, "pareció a los hombres de poca fe el principio del fin". Pero
el arzobispo no quiso que Ia obra de los oratorios corriera el riesgo de desaparecer e hizo
una excepción para los clérigos que tenían intención de formar parte de la Sociedad de
San Francisco de Sales. Llegó muy a tiempo, pues los mismos profesos ya se planteaban
dudas sobre su porvenir.
El Fundador, por su parte, seguía multiplicando sus gestiones para obtener Ia aprobación
definitiva de su obra. Reunía un nuevo dossier de recomendaciones episcopales. Pero era
evidente que ni el arzobispo de Turín ni Ia Congregación de Obispos y Regulares se
dejarían convencer fácilmente. Decidió entonces ir a Roma para intentar lo imposible.
Esta vez, el examen de las reglas fue confiado a un nuevo consultor, el Padre Bianchi,
procurador general de los dominicos. Una nueva lista de observaciones saldrá el 9 de
mayo de 1873 del confrontamiento, realizado por él, entre las Reglas de 1873, las
observaciones de Svegliati, las aciaraciones de Don Bosco y las protestas del Arzobispo
de Turín. Treinta y ocho fueron las observaciones del Padre Bianchi, reducidas a
veintiocho en el documento presentado a Don Bosco. Este respondió con respeto, pero
con firmeza a las observaciones de su arzobispo, refutadas, por otra parte, por los elogios
recibidos de otros obispos, y en especial de Monseñor Manacorda, obispo de Fossano.
Pero debió doblegarse ante las exigencias de la Congregación de Obispos y Regulares.
Los cuatro cardenales se reúnen Ia primera vez el 24 de marzo. Reunion favorable, pero
no decisiva. Una segunda (y última) tendría lugar el día 31.
El texto de las constituciones salesianas se imprimió en 1875 en lengua italiana para uso
de los religiosos. Notemos, finalmente, que Don Bosco no tenía la superstición del texto
oficial; se permitió retocarlo en varios puntos.
En efecto, las variantes que se encuentran hasta 1864 no tienen mucha importancia. Las
añadiduras aparecidas entre 1858 y 1864 eran exigidas por el desarrollo de una
congregación que debía prever la sucesión del superior general y la vida de cada una de
las casas; además, Don Bosco había pensado poder añadir a esta congregación
miembros no sujetos a Ia vida común. ‘La fisonomía de Ia congregación no había sufrido
grandes cambios.
Diferencias principales
entre los textos de 1864 y 1874
A pesar de las presiones ejercidas, el fin de Ia Sociedad Salesiana no cambió. Entre otras
cosas, pudo continuar formando futuros sacerdotes, aunque se acusara a Don Bosco de
querer crear un clero rival y de querer suplantar a los seminarios. Con todo, para abrir una
casa de esta Indole, en adelante tendria necesidad de una autorización de la Santa Sede.
La forma de gobierno de 1864 era patriarcal. En 1874, los poderes del rector mayor y del
Capítulo de la casa madre habían disminuido a favor de Roma, del obispo local, del
capítulo superior, inexistente al principio, y del capítulo general. El rector debía ser elegido
para doce años y no ya de por vida. El capítulo general se reuniría cada tres años. Roma
se reservaba el derecho de dispensar de los votos, incluso los temporales. El obispo
designaba los confesores de los salesianos. Su rendición de cuentas al superior no se
extendía ya a todos los secretos del corazón. Por lo que concierne al gobierno de Ia
congregación, se puede afirmar que Ia Santa Sede, reduciendo la autoridad del rector, ha
impuesto una cierta descentralización.
El tenor de vida de los súbditos no había tenido grandes cambios, pero se acercaba un
poco más al tipo tradicional. La frase "El salesiano no pierde los derechos civiles", había
desaparecido. Los religiosos no debían ser por lo menos dos en cada casa, sino por lo
menos seis. Las prácticas de piedad no aumentaban ciertamente no obstante una
observación del documento Svegliati. La duración de los ejercicios espirituales no se
precisaba: serían de diez o al menos de seis días. La cosa más importante era la
supresión de los miembros externos: todo salesiano estaría obligado a Ia vida común. Los
cooperadores, creados en 1876, ocuparán el puesto de estos "salesianos en el mundo",
que Don Bosco había querido instituir
En muchos campos Don Bosco había soportado esta evolución. Pero, puesto que Roma
había dado su consentimiento, estaba convencido de que su obra perduraría.
CAPÍTULO XI
EL APOSTOLADO EN ITALIA
DESDE 1863 A 1875
La situación política y religiosa
Mientras multiplicaba las gestiones para conseguir Ia aprobación de la Sociedad
Salesiana y sus constituciones, Don Bosco proseguía e intensificaba su obra,
principalmente en Piamonte, antes de extenderla a otras regiones de Italia.
Don Bosco habla explícitamente de su proyecto por primera vez una noche del mes de
diciembre de 1862. Es Pablo Albera quien recibió la confidencia: "Nuestra iglesia (San
Francisco de Sales) es demasiado pequeña, en ella no caben todos los jóvenes o bien
están pegados los unos a los otros. Construiremos otra más hermosa, más grande, que
sea magnífica. Le daremos este título: Iglesia de María Santísima Auxiliadora.
La decision estaba tomada, pero ¿cómo llevarla a cabo? ¡No se tenía dinero! ¡Ni siquiera
el solar! El campo de los sueños había sufrido curiosas transformaciones. Adquirido por
Don Bosco el 20 de junio de 1850, había sido revendido por él el 10 de abril por motivos
fáciles de adivinar. Afortunadamente, recobraba su posesión el 11 de febrero de 1863.
Empezaron los trabajos en febrero de 1863. Durarían cinco años. Para empezar, hubo
que fijar pivotes a una considerable profundidád, y esto acarreó gastos imprevistos. En el
mes de abril de 1864, con ocasión de la colocación de Ia primera piedra, Don Bosco hizo
un gesto simbólico. Dirigiéndose al maestro de obras Buzzetti, le dijo que le quería dar
algo a cuenta del trabajo ya realizado y, sacándose del bolsillo el portamonedas, le vació
su contenido en las manos: ¡cuarenta céntimos en total!
Si, a pesar de todo, el "pobre Don Bosco" logró superar todas las dificultades, lo debía —
era su convicción— a Ia ayuda de la Virgen Auxiliadora, en cuyo honor se
levantaba aquel monumento.
Según una de sus frases, era ella quien hacía las cuestaciones más fructIferas. Por
otra parte, muchas personas estaban convencidas de Ia eficacia de la "Virgen do Don
Bosco". Se hablaba de milagros, y se citaba el caso del banquero Cotta, que había
recobrado Ia salud después de haber prometido a la Virgen ayudar al constructor lleno de
deudas... En estos casos, Ia confianza sobrenatural del .Santo, se alió con una tranquila
audacia en pedir ayudas financieras. Pero el humorismo de Don Bosco no renunció nunca
a sus derechos...
Así, a fuerza de aplicar el adagio: A Dios rogando y con el mazo dando, el apóstol de
Valdocco vio realizado su proyecto. La bendición de la primera piedra tuvo lugar el 27 de
abril de 1865 con una ceremonia imponente en Ia que tomó parte el príncipe Amadeo, hijo
de Víctor Manuel. Al término del mismo año, estaba ya cubierto el edificio. El 23 de
septiembre de .1866, se organizó otra fiesta para el remate de Ia cúpula. La iglesia de
María Auxiliadora fue finalmente consagrada por el arzobispo Riccardi el 9 de junio
de1868 con fiestas que duraron hasta el 16 del mismo mes.
Don Bosco había dicho en 1862: "Yo no tengo un céntimo, no sé de donde sacaré el
dinero, pero esto no importa. Si Dios quiere, la hará, Su fe y su trabajo habían sido
premiados.
Después de la experiencia negativa de Giaveno, Don Bosco hizo otra prueba en 1863 en
Mirabello, de la diócesis de Casale. Por invitación del parroco, deseoso de tener un
colegio en el término de su parroquia, decidió crear uno completo en una casa que le
había sido ofrecida. Esta vez, sería dueño de su casa. Se tomaron todas las precauciones
para que la iniciativa tuviera éxito. Mirabello recibió la flor y nata del personal salesiano:
Don Rúa al frente, hecho director a los veintiséis años de edad, y los clérigos Provera,
Bonetti, Cerrutti, Albera, Dalmazzo y Cuffia. Don Bosco envía a Don Rúa algunos avisos,
que constituían una especie de código del director salesiano, expresándole el deseo de
verlo ganar muchas almas para el Señor. Los principios del colegio, con sus noventa
alumnos, fueron buenos. Algunos de los mejores elementos del Oratorio de Turín habían
sido incorporados a ellos para que hicieran de buena levadura. No obstante algunas
dificultades provenientes de las autoridades académicas, los salesianos obtenian
excelentes resultados, sobre todo en la promoción de vocaciones sacerdotales. El director
era el principal artífice de este éxito. Una crónica refiere en tono de elogio que "Don Rúa
se porta en Mirabello como Don Bosco en TurIn". En 1870, por razones de espacio y de
higiene el colegio fue trasladado a Borgo San Martino.
Entre las fundaciones salesianas, Lanzo, abierto un año después que Mirabello, ocupa un
lugar excepcional. Lanzo, como Mirabelo se convirtió en campo experimental para tódas
las otras casas salesianas. Don Bosco adaptó a él el reglamento del Oratorio. Este
colegio había de ser, además, el sitio donde se reunirían los salesianos para ejercicios
espirituales a pars celebrar los capítulos generales. El primer director fue Don Ruffino, que
desapareció muy pronto y fue sustituido por Don Lemoyne. En 1873, después de algunas
obras de ampliación, el colegio podía acoger trescientos alumnos. Entre las vocaciones
que salieron de allI, merece un recuerdo especial el santo sacerdote Andrés Beltrami.
En 1865, Don Bosco adquirió una pequeña villa en los alrededores de Turín, en Trofarello.
Debía servir de casa de ejercicios espirituales durante las vacaciones.
Los salesianos hacen su entrada en Liguria por Alassio, fundado en 1870. Bajo la guía de
Don Cerrutti, hombre de grandes cualidades, tuvieron gran éxito en la dirección del
colegio. En 1871, la Conferencia de San Vicente de Paúl puso a su disposición una casa
en Marassi para los hijos del pueblo. Los salesianos crearon allí tres talleres. Dada Ia
estrechez de los locales, dos años después fueron a establecerse a Sampierdarena, en
un ex-convento de teatinos. El director, el joven don P. Albera permaneció en el cargo
cãsi quince años. Todavía en 1871, una nueva fundación tuvo lugar en Varazze, entre
Génova y Savona. Por un contrato formal entre las autoridades del municipio y Don
Bosco, éste se comprometió a abrir un colegio en el cual se impartirIa la enseñanza
clásica, gimnasial, técnica y primaria. El personal procedía de Cherasco que acababa de
cerrar sus puertas.
El cólegio abierto en 1872 en Valsálice, cerca de Turín, merece una mención particular,
porque es único en su género. Un día de 1864, en el curso de una discusión en la que se
trataba de la eventual apertura de colegios para jóvenes nobles, Don Bosco exclamó:
"¡Esto no, no será mientras yo viva! (...). Esto sería nuestra ruina". Se comprende, pues,
su vacilación, cuando en 1872, Monseñor Gastaldi le rogó que aceptara el colegio para
jóvenes aristócratas de Valsálice, que estaba decayendo. Aceptó por temor de disgustar
al arzobispo en un momento en que sus relaciones eran ya muy tirantes. Bajo la dirección
de Don Dalmazzo, volvió a florecer el colegio hasta el punto de que el número de alumnos
llegó al centenar.
Orientaciones generales
Observando esta primera oleada de fundaciones, se impone una realidad: los salesianos
se orientan hacia la enseñanza. A partir de 1863, fecha de la apertura de Mirabello, se
multiplican los colegios, que imparten enseñanza primaria, media y profesional. Además,
se da preferencia casi exclusiva al internado, calcado del que funcionaba en Valdocco. En
estas fundaciones se habla poco de oratorio, aunque éste haya sido el punto de partida
de Don Bosco. Se destaca, en cambio, Ia actividad parroquial de algunos salesianos en
Cherasco, en Varazze, en Sampierdarena.
En cuanto a los alumnos de las escuelas, el caso de Valsálice demuestra que Don Bosco
descartaba, por principio, los colegios para ricos. Por otra parte, Ia nomenclatura
adoptada puede aclarar Ia procedencia de los alumnos. Mientras la mayor parte de las
casas tomaban el nombre de coiegio o de colegio-internado, Ia de Marassi primero, y
después la de Sampierdarena, adoptarían el término internado, porque, con su sección de
artesanos conservaban Ia fisonomía de una casa para Ia juventud pobre y abandonada.
Ciertamente, esta proliferación de colegios se explicaba por las necesidades del tiempo,
por Ia formación que había recibido el personal salesiano, por las garantías de estabilidad
que ofrecía esta clase de fundaciones. Pero al orientarse hacia la educación de los
jóvenes en los colegios, Don Bosco permanecía fiel a su ideal de hacer brotar el mayor
número posible de vocaciones eclesiásticas, en todas sus casas sin excepción. Por este
motivo, quiso que en el internado de Marassi, junto a los artesanos se estableciera una
sección de aspirantes al sacerdocio.
De cara al porvenir, las primeras fundaciones tuvieron naturalmente una gran importancia,
contribuyendo a crear cierto número de tradiciones en Ia vida habitual de la casa
salesiana. En el aspecto administrativo, los contratos estipulados después de la
experiencia negativa de Giaveno, se preocuparon de reivindicar Ia maxima independencia
para Ia autoridad salesiana.
Por lo que se refiere a Ia vida de las comunidades dispersas, Don Rúa, en 1866,
expresaba así los tres principios de unidad que debían caracterizarla: unidad de dirección,
concentrada en manos del director del cual depende todo; unidad de espIritu con la
práctica de Ia caridad fraterna; unidad material en la observancia de la vida común. Para
fomentar la unidad entre los hermanos y Ia unidad entre las casas, Don Bosco procuraba
visitar las comunidades. Estas visitas le permitían establecer contacto con cada salesiano
y con los alumnos, y reforzar así los vínculos de Ia familia que se ensanchaba cada vez
más.
El apostolado de Ia prensa
La gama de actividades apostólicas de Don Bosco sería incompleta, si se olvidase hacer
figurar en ella el sector importantísimo de la prensa. Efectivamente, hay motivo para
quedarse desconcertado ante el número y la mole de las publicaciones del Santo sobre
todo si se piensa que este hombre tan activo llevaba adelante al mismo tiempo muchas
otras obras. Conociendo el valor que daba a esta forma de apostolado, no nos
maravillaremos de que para ejercerla, se impusiera la sobrecarga de trabajo. "La difusión
de los buenos libros es uno de los fines principales de nuestra congregación", declaró en
1885, asegurando que era una de las tareas que Ie habia confiado Ia Providencia. Su
actividad ininterrumpida en este campo no desmiente estas palabras.
Don Bdsco, como escritor, permaneció fiel, ante todo, a su ideal apostólico y educativo.
Compuso libros de oración y de devoción, biografías y narraciones edificantes, obras en
defensa de Ia religión católica. Su amor a la Iglesia y a Ia Biblia Ie dictó una Historia
Eclesiástica (1845), una Historia Sagrada (1847) y numerosas Vidas de Papas. En el
campo do la educación y de Ia enseñanza, debe recordarse su Sistema métrico (¿1846?)
y la Historia de Italia (1855) que, a pesar de su caracter profano, dejan apuntar
preocupaciofles religiosas.
Se formaba una idea precisa de su lector. Lo veía hombre del pueblo y, preferiblemente
joven. Las características de esta producción son, efectivamente, las de un autor popular:
sencillez, claridad, falta de pretensiones, gusto por lo concreto. Si hoy nos puede chocar
Ia escasez de la documentación, o de Ia cultura teológica o también el carácter
uniformemente moralizador de muchos trozos, debe admitirse que el arte del narrador ha
podido asegurar a varias de sus obras un grandísimo éxito. Baste hacer notar que en
1888, Ia Historia Eclesiástica habla tenido diez ediciones y Ia Historia de Italia, dieciocho.
El joven instruido... (1874) tendría una difusión extraordinaria. Monseñor Salotti pretendía
que se habían tirado seis millones de ejemplares mientras todavía estaba en vida Don
Bosco, y Don Stella no teme afirmar que este libro logró la más grande tirada de la
península en los ültimos treinta años del siglo diecinueve.
El santo tiene también el mérito de haber sabido formar y de haber lanzado a numerosos
escritores, como Bonetti, Lemoyne, Francesia, Barberis... Don Bonetti fue encargado de la
redacción del Boletín Salesiano. Es autor de una historia del Oratorio, que es, decía Don
Ceria, un "precioso monumento erigido por él a Don Bosco". Polemista por temperamento,
recibió de su jefe muchas llamadas a la calma.y serenidad. Don Lemoyne, más a sus
anchas en las composiciones narrativas y poéticas, es conocido, sobre todo, como
historiador de Don Bosco y autor de los primeros nueve tomos de las Memorias
Biográficas. El sonriente e ingenuo Don Francesia fue un latinista de talla. Amigo y émulo
del célebre Vallauri, de Turín.
Señalemos, finalmente, que Don Bosco, como hombre práctico, procuraba imprimir y
difundir él mismo sus libros y sus publicaciones. A este fin, creó muy pronto Ia imprenta
salesiana de Valdocco. Otras Ilegaron después, en Sampierdarena, en San Benigno
Canavese, y muy pronto en Niza, en Marsella, en Lille, en Barcelona, en Buenos Aires. Es
fácil adivinar su influencia, aun solamente en el aspecto de Ia expansion salesiana.
Conversando un día con el futuro papa Pío XI sobre Ia imprenta del Oratorio, el Santo
exclamó: "En esto Don lBosco quiere estar siempre a Ia vanguardia del progreso".
CAPÍTULO XII
LOS PRINCIPIOS DE LA OBRA EN EUROPA (1875-1888)
1875. Ha llegado el momento para que la congregación, definitivamente aprobada desde
hace un año, con cerca de trescientos miembros, y rodeada de un prestigio creciente,
extienda considerablemente su campo de acción por Italia y varios países de Europa
Durante los trece años que le quedan aún de vida, Don Bosco se ve solicitado de todas
partes, sin que le sea posible satisfacer peticiones tan numerosas. Estaba claro que su
obra respondía a las necesidades de los tiempos y era para él una prueba conmovedora
de ello, la benevolencia de que generalmente eran rodeados los salesianos.
Al mismo tiempó, con todo, no era olvidado el Piamonte. En 1876, una comunidad
salesiana, dirigida por Luis Guanella (cuya causa de canonización está introducida) se
estableció en Trinidad, cerca de Mondoví. Sus clases acogían a ciento veinte muchachos,
los más pobres del pueblo, y, en las clases nocturnas, a un centenar de adultos entre los
dieciséis y los cincuenta años, al mismo tiempo que acudían asiduamente al oratorio más
de doscientos jóvenes. Tres años después, las relaciones con el propietario se
envenenaron tal manera, que se debió cerrar. Fundación curiosa, despues, Ia de Mathi,
donde, para proveer dë papel a sus imprentas, Don Bosco adquirió una fábrica de papel,
confiando su dirección al coadjutor Andrés Pelazza. Anotemos también que en 1877, puso
los ojos en una iglesia y un convento de Nizza Monferrato con la intención de recoger allí
a las hermanas salesianas procedentes de Mornese.
En los años 1878 y 1879, cinco nuevos grupos fueron a establecerse en varios puntos de
Ia península. Dos de ellos no se alejaron mucho del centro: el primero fijó su residencia en
Chieri, el otro en San Benigno Canavese. En esta segunda localidad, Don Bosco creó una
casa de noviciado regular, y confió su dirección a don Julio Barberis. Los otros grupos
penetraron en regiones nuevas: Toscana con un oratorio en Lucca; Véneto, con un
colegio en Este; y finalmente, Sicilia: Ia primera ciudad de La isla que poseyó un instituto
salesiano, con colegio y oratorio, fue Randazzo.
Otras realizaciones hablan de Ia intensa actividad del Fundador en Italia, hasta su muerte
en 1888: un gran oratorio en Catania de Sicilia; un colegio en Trento y otro en Parma; Ia
apertura de un noviciado en Foglizzo Canavese (San Benigno Canavese se convertía así
en una casa de formación de coadjutores); y Ia transformacion del colegio de Valsálice en
estudiantado filosófico y teológico.
En esta lista de fundaciones en Italia, faltan solamente dos nombres, pero muy
importantes. Entre 1878 y 1882, Don Bosco construyó en Turín una segunda iglesia. La
dedicó a San Juan Evangelista como homenaje a Pío IX, cuya estatua no dudó en colocar
en Ia entrada. Finalmente, en 1880, cuando ya su salud estaba quebrantada por el
cansancio y las preocupaciones, León XIII le confió Ia construcción de la basílica del
Sagrado Corazón en Roma Esta iglesia pesará mucho sobre sus espaldas, hasta que la
terminará en 1887. Al lado de estos dos lugares de culto estableció sendos internados
para la juventud.
Invitado por las Conferencias de San Vicente de Paúl y por el obispo de la ciudad,
Monseñor Pedro Sola, Don Bosco fue a Niza en diciembre de 1874 acompañado por don
José Ronchail, un italiano que hablaba frances como su lengua materna, para examinar
las propuestas que se le hacían. Se concertó un convenio y el 9 de noviembre de 1875,
una comunidad de salesianos se estableció por primera vez en Francia. La casa, que
comprendía un oratorio y un colegio para artesanos tomó el nombre de Patronage Saint-
Pierre, en honor del obispo. Durante el año escolar 1876-1877, se montaron tres talleres,
para zapateros, para sastres y para carpinteros. En el ciclo de 1878-1879, se comenzaba
el taller de herreros, y al mismo tiempo Ia enseñanza media para los estudiantes. Había
entonces sesenta internos y ochenta externos. En general, la nueva institución era muy
bien vista por Ia población y por las autoridades, porque se apreciaban los servicios que
rendía.
Tres años después de Niza, el primero de julio de 1878, tocó a Marsella recibir a los
salesianos. La iniciativa de esta fundación partió del canónigo Clemente Guiol, párroco de
la parroquia de San José. La comunidad, con Don Bologna (que para los franceses se
convirtió en el Padre Bologne) al frente, se estableció en una casa ocupada anteriormente
por los Hermanos de las Escuelas Cristianas que comprendia una escuela primaria y un
modesto colegio para artesanos. Tras humildes cornienzos, el Patronato Saint-Leon se
amplió notablemente con el correr de los años, arropado por la paternal solicitud de Don
Bosco.
Don Bosco buscó la oportunidad de crear un noviciado para los futuros salesianos
franceses. TenIa necesidad de una casa adecuada a este fin. Una vez más Ia vio en un
sueño... La descripción correspondía a la villa que cierta señora Pastré le ofrecía en
Sainte-Marguerite, cerca de Marsella. Allí, en otoño de 1883 tuvo principio el primer
noviciado frances. En 1885, los novicios eran dieciséis.
En 1883, en el curso de un viaje de gran resonancia por Francia, Don Bosco, aludiendo
quizá al fallido intento de Auteil, declaraba desde lo alto del púlpito de San Agustín en
Paris: ¿No habrá manera de fundar en París un instituto como los de Niza, de Marsella y
de Turín? Yo creo que una casa de esta clase sería muy necesaria aquí y es preciso
fundarla. Entre las varias proposiciones que se le hicieron, escogió la del abate Pisani,
que deseaba cederle el Patronato Saint-Pierre, fundado por él en el barrio de
Ménilmontant. Se estipuló un acuerdo y los salesianos ilegaron a París en 1884, guiados
por Don Bellamy, un sacerdote de Chartres que se había hecho salesiano un año antes.
Al enumerar las obras fundadas por Don Bosco en Francia, nada se ha dicho de las
dificultades políticas que amenazaron hacerlas naufragar. El peligro había sido grande
después de los decretos del 29 de agosto de 1880 contra las congregaciones religiosas.
Durante el huracán, sólo Don Bosco había manifestado una calma inalterable, porque
estaba convencido de que los salesianos no serían tocados. Pudieron, en efecto,
reanudar su trabajo como antes.
Mientras tanto, la fama del apóstol de Turín se difundía por el país. En Ia Revista
diocesana, el arzobispo de Sevilla publicaba artículos sobre la obra de Don Bosco, que
eran reproducidos por la revistas de Barcelona, Madrid y de otras ciudades.
En Barcelona vivía una viuda rica y piadosa, doña Dorotea de Chopitea Viuda de Serra,
que ardía en deseos de hacer algo en favor de la juventud pobre. Un día cayó en sus
manos un número de Boletín Salesiano. Se enteró de quién era Don Bosco y empezó
informarse sobre las obras salesianas. No contenta con dirigirse a Don Bosco, en
septiembre de 1882 recurrió al Papa para apresurar Ia realización de su deseo. Gracias al
interés de Don Cagliero y de director de Utrera, el asunto llegó rápidamente a puerto.
Doña Dorotea adquirió en el pueblo de Sarriá una villa que fue transformada en escuela
profesional. Don Branda, sustituido en Utrera por Don Oberti, abrió Ia casa el 15 de
febrero de 1884. Lo mismo que los primeros talleres de Valdocco, también los Talleres en
Barcelona, después de humildísimos principios, tuvieron un crceciente desarrollo.
Era natural que este gesto Ie maravillara: durante el viaje, en efecto, había oído una voz
interior que le repetia: "Tibi dabo, tibi dabo, te dare...". Don Bosco prometió a los
generosos donantes Ia construcción, no de una ermita, sino de un grandioso templo, que
hoy es una hermosa realidad.
Una ocasión favorable se presentó en 1884, cuando las Conf erencias de San Vicente de
Paul de Londres decidieron pedir su concurso en favor de la juventud pobre y
abandonada del barrio popular de Battersea. Las negociaciones, en las cuales Ia condesa
de Stackpool tuvo una parte no indiferente, se prolongaron hasta 1887. Se acordó que los
salesianos regentarían la parroquia y se ocuparían de Ia juventud del barrio. El 14 de
noviembre de 1887, un grupo de tres salesianos salió de Turín para Inglaterra: dos
sacerdotes, el irlandés Mac Kiernan, párroco y director; el inglés Macey, vicario y
calequista; y el coadjutor Rossaro. Pobreza y contrariedades no faltaron a estos pioneros
de la obra salesiana en Inglaterra; pero éstos consiguieron darle una sólida base.
Dentro de Ia mezcla étnica que constituía el imperio austro-hungaro, las regiones de habla
italiana estaban naturalmente abiertas a la influencia salesiana. Hemos citado el colegio
fundado en.Trento, que entonces formaba parte del Imperio. Pero Don Bosco era también
conocido en Bohemia, en la actual checoslovaquia; sus ideas pedagógicas fueron
difundidas por la revista Vlast en Praga y en otros centros del país.
La Ida de los salesianos a Bélgica fue decidida en vida del fundador, pero sólo se hizo
efectiva tres años después de su muerte. El mérito principal hay que atribuirlo a un gran
admirador de Don Bosco, Monsefior Doutreloux, obispo de Lieja. Quería ver funcionar en
su ciudad una obra semejante a Ia de Turín, que él conocía muy bien. Los salesianos
Ilegarían a Lieja en 1891.
Los salesianos acuden presurosos a Vallecrosia, invitados por el obispo que les ruega
que vengan a oponerse a las intrigas de los herejes. La misma diligencia en La Spezia,
donde hay que poner un dique a Ia oleada de los protestantes. Los hijos de Don Bosco
estaban muy deseosos de demostrar que, con medios a veces irrisorios, eran capaces de
hacer frente a la competencia de la Sociedad biblica, que no tenía problemas de dinero.
En las rivalidades que en el siglo decimonono enfrentaban a las confesiones cristianas
entre sí, los salesianos no eran los menos fogosos... Anótese, con todo, que en Londres-
Battersea acogían en sus escuelas a muchachos tanto católicos como protestantes.
El tipo de obras creadas por los salesianos es ahora c.onocido. Se trata frecuentemente
de escuelas, tanto primarias corno medias o profesionales, y estas escuelas adoptan
generalmente la forma de internado. No debe olvidarse una colonia agrícola, la de La
Navarre, en Francia. Hay parroquias regidas per los salesianos. Sobre todo, desde 1875,
se advierte un cambio de dirección en favor del oratorio. Hasta ese año, los oratorios eran
solamente dos: el de Turín, y el de Sampierdarena. Después se multiplicarán, sin Ilegar,
con todo, a poner en peligro una especie de primacia efectiva conquistada por los
internados. En Francia Los patronages de Niza, de Marsella, de París tuvieron un rápido
desarrollo.
Finalmente, al mismo tiempo que fundaba escuelas, Don Bosco no podía dejar de pensar
en las vocaciones sacerdotales. Esta preocupación aflora a cada paso. Al lado de las
escuelas profesionales no tardaron en desarrollarse secciones de enseñanza media,
destinadas a asegurar el reclutamiento que exigía Ia expansión que se estaba operando
en Ia congregación.
CAPÍTULO XIII
LOS REGLAMENTOS SALESIANOS HASTA 1888
Espontaneidad y método
Don Bosco era el hombre de la espontaneidad, de la confianza, de Ia libertad. No tenía
nada de carabinero. "Don Bosco, bastaba mirarle —afirmaba Paul Claudel— Tiene un
aspecto verdaderamente sirnpático. Enseguida se da uno cuenta de que con él se puede
tener confianza, y entonces todo está claro. ¡Con un semblante como el suyo no era
necesario inventar Ia confesión!" Educador de jóvenes, ¿no ha adoptado acaso la
máxima atribuida al alegre San Felipe Neri?: "DejadIes que griten, que corran, que salten,
con tal de que no ofendan al Señor"
Con todo, sería un grave error imaginárselo desordenado, temerario, lieno de iniciativas,
pero incapaz de ilevar una sola a buen término. Tenía la paciencia y Ia tenacidad del
campesino piamontés. Tenía también método. La preocupación por Ia organización
exacta lo indujo a escribir varios reglamentos. Pocos santos habrá que hayan redactado
tantos reglamentos como él.
He aquí el camino seguido por este creador entusiasta. Con una audacia nunca
desmentida, lanzaba una obra nueva. Apenas superada la fase de los primeros ensayos y
de las priineras vacilaciones, ponía por escrito algunas normas sugeridas por Ia
experiencia y destinadas a servir de guía para Ia acción. Después, a medida que la obra
crecía, volvía a tomar el primer reglamento, lo corregía, lo puntualizaba, pero siempre bajo
el acicate de los acontecimientos. Añadamos, sin embargo, para ser más precisos, que no
dejaba de coñsultar los reglamentos de quienes se consagraban a un apostolado
semejante al suyo.
SIn contar las constituciones salesianas, que son los reglamentos constitutivos de la
congregación, se pueden distinguir tres categorías de reglamentos para uso de los
salesianos: el Reglamento del Oratorio, el Reglamento de la casa del Oratorio, que fue
luego el Reglamento de las casas salesianas, y las Decisiones de los capítulos generales.
A quien quiera comprender el sistema legislativo actualrnente vigente entre los
salesianos, le es indispensable conocer su genesis y desarrollo a través de la vida y los
experimentos de su fundador.
El texto, al que se suele atribuir la fecha de 1852, fue distribuido por Don Lemoyne en el
tercer volumen de las Memorias Biográficas, las cuales, por otra parte, no lo reproducen
completo. Está dividido en dos partes. La primera trata del fin del Oratorio (entretener a Ia
juventud en los días de fiesta con agradable y sana recreación después de haber asistido
a las sagradas funciones de igiesia) y de los varios cargos que en él se ejercen (director,
prefecto, catequista, asistente, sacristanes, monitores, vigilantes, catequistas, archivero,
pacificadores, reguladores, patronos y protectores). La segunda parte contiene diversas
normas sobre Ia admisión, el comportamiento, las prácticas religiosas... Una tercera parte,
que se ocupaba, sobre todo, de Ia escuela aneja al oratorio, no se imprimirá hasta mucho
más tarde.
En 1862 apareció una nueva edición. En la segunda parte, Don Bosco había añadido un
capítulo sobre las prácticas particulares de piedad cristiana y hacía imprimir la tercera
parte sobre los cursos anejos (clases y condiciones de aceptación, del portero, de las
clases nocturnas de comercio y de música, del bibliotecario).
Se llegará finalmente, en 1877, al Reglamento del Oratorio San Francisco de Sales para
los externos, punto final de su historia en vida de Don Bosco, ya que la última edición, la
de 1887, es únicamente una reedición de la anterior. Si se exceptúan las añadiduras a
que hemos aludido, el plan de 1877 sigue siendo el del 1852. En cuanto al contenido en
sí, un cotejo entre las ediciones sucesivas pondría de relieve que, de 1852 a 1877 (y
1887), ha permanecido sustancialmente el mismo. Detalle importante: si prestamos fe al
título, el reglamento seguía afectando únicamente oratorio de Valdocco.
Nosotros sabemos por sus biógrafos que Don Bosco, al redactar el reglamento del
Oratorio, Se dejó guiar por su experiencia personal, pero no dejó de tener en cuenta Ia de
los demás. Don Lemoyne dice que encontró entre sus cosas las reglas de un oratorio
milanés dedicado a San Luis y las reglas de un oratorio de Ia Sagrada Familia. Pero es
sabido que él mostró gran interés, sobre todo, por el oratorio de San Felipe Neri en Roma
y por los oratorios de San Carlos Borromeo en Milan.
Pero aquello que mayormente distingue quizá el reglamento salesiano de los otros es el
espíritu que lo informa: "espiritu de caridad y de sacrificio, de paternidad y de fraternidad,
es decir de famiIia. Algunos oratorios aplicaban una legislación más bien complicada con
registros para las ausencias, o bien un control tanto más antipático cuanto que se
exiendía a Ia frecuencia de los sacramentos. Sin contar que su época difícilmente hubiera
tolerado el antiguo modelo de obrar, es un hecho que Don Bosco deseaba que los
jóvenes "hagan el bien libremente y por amor". Por esta razón abolió en particular los
certificados de confesión. "Entre nosotros no hay obligación de acercarse a estos
sacramentos; y esto, para dejar que cada uno se acerque a elios libremente por amor y
nunca por temor".
Todo esto no impedía a Don Bosco ordenar Ia vida del oratorio con un sentido muy agudo
de Ia organización. Llama la atención el número de cargos dentro del oratorio, el
legislador ha fijado las atribuciones de cada uno de ellos y prescrito el comportamiento
que deben tener en cada circunstancia. Don Bosco sabía lo que hacía: multiplicando las
responsabilidades, quería interesar a un gran número de jóvenes y de adultos en la
marcha general. Aseguraba así una mejor asistencia de todos los muchachos y al mismo
tiempo formaba colaboradores para el futuro. Además, su organización no tenía miedo de
descender a los detalles. Si el fin sobrenatural del Oratorio era determinado con precisión,
con Ia misma precisión se indicaban las normas, para que no se extraviasen los juegos de
bochas.
En 1852, Don Bosco hizo imprimir para ellos un Reglamento del dormitorio, muy conciso,
pues contenía solamente once artículos. El título puede inducir a error: en realidad abarca
toda Ia vida de los internos, divididos en dormitorios. No sólo fijaba las normas de buena
conducta en el dormitorio (obediencia al asistente, prohibición de ir a los dormitorios de
los demás, limpieza, silencio, conducta moral), y hacía recomendaciones generales sobre
Ia frecuencia de los sacramentos y sobre el deber de Ia amistad recíproca. Debía leerse
con voz clara el primer domingo de cada mes.
A medida que el internado aumentaba, este primer esbozo resultó insuficierite. Cuando
Don Bosco empezó a organizar en casa talleres v clases, esta iniciativa exigía un
reglamento nuevo. Para su redacción, adaptó el reglamento del oratorio extemno y
algunos otros que se intenta identificar. Por otra parte, codificó la propia experiencia
personal. He aquí el origen del Reglamento para Ia case aneja al oratorio de San
Francisco de Sales.
El texto manuscrito reproducido por Don Lernoyne se divide en dos partes: Ia primera
define el fin de la casa del Oratorio y las condiciones de admisión, después presenta los
varios cargos: rector, prefecto, catequista, asistente, protectores, jefes de dormitorio,
servidumbre, maestros de taller. Esta primera parte termina con un apéndice para los
estudiantes. La segunda parte, titulada De la disciplina de Ia casa, es un tratado para uso
de los alumnos sobre: Ia piedad, el trabajo, el comportamiento con los superiores, el
comportamiento con los compañeros, la modestia, Ia conducta en casa, Ia conducta fuera
de casa. Como conclusión había algunas recomendaciones dirigidas a los hijitos de la
casa en el tono paternal que caracteriza toda esta segunda parte.
Según los estudios hechos hasta ahora, este reglamento entró plenamente en vigor por
primera vez en el curso del año escolar 1854-1855. A fin de que las jóvenes mentes
pudieran estar empapadas de él, Don Bosco hizo que se leyera por entero al principio del
nuevo año, y cada domingo se volvía a leer un capftulo.
Pero, este reglamento no resistió a la prueba de los hechos, que hizo patente su
insuficiencia. Lo evidencia el hecho de que el autor rehusa hacerlo imprimir. Había que
corregirlo continuamente, concretarlo, completarlo. Se editaron aparte, en espera de ser
integrados un conjunto más amplio, reglamentos especiales, exigidos por la evolución de
Ia casa: reglamento de Los talleres (1a. edición en 1853, varias veces revisada y
modificada), reglamento del teatrito en 1858, reglamento del locutorio en 1860,
reglamento de la enfermería en 1876.
Este texto, madurado durante veinte años y destinado a ser meditado por los salesianos y
por sus alumnos, es uno de los más importantes dejados por Don Bosco a sus hijos.
Haciéndolo leer en reunion solemne al principio de cada año escolar, quería hacer ver a
todos Ia importancia que Ie atribuía. La parte del texto dedicada a los cargos y a los
deberes de los superiores era lelda delante de todos, a fin de que los alumnos no
ignoraran ninguna de las reglas a que estaban obligados sus superiores. Esta disposición,
pensaba Don Bosco, facilitaba en los educandos una obediencia razonada y en todos una
confianza recíproca.
Las deliberaciones
Una tercera categoría de reglamentos Ia constituyen las deliberaciones. Entre los
salesianos este término ha tornado el significado de decisiones oficiales de los superiores
de la sociedad reunidos en asambleas legislativas. Dos categorías de asambleas estaban
autorizadas a tomar esta clase de decisiones: las asambleas o conferencias de los
directores y, desde 1877, los capítulos generales.
Era costumbre que Don Bosco dictara una conferencia a los salesianos cada año con
ocasión de Ia fiesta de San Francisco de Sales. A partir de 1865, esta conferencia cambió
de aspecto: se convirtió en una asamblea oficial compuesta por el capítulo de Ia casa
madre y los directores de las casas y tenía como fin, según las constituciones de 1864,
"conocer y remediar las necesidades de la Sociedad y tomar aquellas providencias que,
según los tiempos, los lugares las personas, se juzgaren oportunas". Por primera vez en
1865, los directores de las dos recientes fundaciones de Mirabello y de Lanzo fueron
invitados a exponer la marcha de sus colegios. El año siguiente, por ausencia de Don
Bosco, fue Don Rúa quicen presidio la conferencia.
La última conferencia de directores se tuvo en 1877, con ocasión de Ia fiesta del patrono
de los salesianos. Las constituciones aprobadas en 1874 establecían que los capítulos
generales se reunirían en adelante solamente cada tres años. El primero de estos
capítulos —y uno de los más importantes— tuvo lugar en Lanzo, en otoño de 1877. Lo
esencial de las deliberaciones tomadas se publicaron en 1878 en una colección que
comprendía las partes siguientes: estudios, vida común, moralidad, economía, reglamento
para el inspector.
Hubo que esperar a 1882, es decir dos años después del capítulo general de 1880, para
tener una colección más completa y más cuidada. Esta comprendía todas las decisiones
anteriores, las de las asambleas de directores en la medida en que se había creído
oportuno mantenerlas, y las del primero y segundo capítulo generales. El conjunto
abarcaba las cinco secciones siguientes: reglamentos especiales (capítulos generales,
capítulo superior, inspector director, dirección general de Las hermanas); vida común;
piedad, moralidad (con un capítulo, al final sobre los cooperadores salesianos); estudios
(y publicaciones); economía. Muchas de las nuevas deliberaciones eran exigidas por el
continuo progreso de la congregación salesiana.
El tomito de 1887, que recogía las decisiones de los capítulos generales de 1883 y 1886,
no tenía la amplitud del anterior; en compensación, desarrolla algunos puntos que hasta
aquel momento habían permanecido en la sombra. Especialmente interesante es un
reglamento de las parroquias, muy detallado, que fija las condiciones para Ia aceptación
de una parroquia y trata de Ia comunidad parroquial salesiana y de sus relaciones con el
exterior. El mismo tomito trata también de las ordenaciones, del reglamento de los
oratorios, del Boletín salesiano y del servicio militar (más concretamente de Ia manera de
evadirlo).
En el espíritu del Fundador, todas estas decisiones eran solamente Ia puesta en práctica
de lo que prescribían las constituciones. La introducción a la colección de 1882 afirmaba
que el progreso de la Sociedad dependía de Ia exacta observancia de las constituciones y
de las deliberaciones, que son como su aplicación práctica. Un pensamiento análogo se
lee en Ia introducción a las deliberaciones de 1887, en Ia cual se dice que éstas ayudan
eficazmente a practicar las reglas.
Eran, pues, estos cuatro tomitos los que en 1888 regían la vida concreta de los salesianos
y de sus alumnos: dos colecciones de reglamentos, Ia del Oratorio y Ia de las casas
salesianas, y dos colecciones de deliberaciones de los capítulos generates, la segunda de
las cuales era un complemento de Ia primera.
Recorriendo las largas listas de reglas minuciosas y lienas de cordialidad, se descubre el
genio de San Juan Bosco, de quien se ha dicho que es "el prototipo del grande fundador,
idealista y realista al mismo tiempo, que sabe atreverse y sabe también ser prudente, que
no busca ningün prestiglo para sí: ni agitador ni especulador, sino constructor de
realidades sólidas".
CAPÍTULO XIV
SOR MARÍA DOMINGA MAZZARELLO (1837-1881)
Primer encuentro (8 de octubre 1864)
En 1864, durante Ia tradicional excursion de otoño, que ese año había Ilegado hasta
Liguria, el grupo de Valdocco, volviendo a subir desde Génova, se detuvo en una
pequeña aldea del Alto Monferrato, Ilamada Mornese. Hacía ya tiempo que un sacerdote
del lugar, Domingo Pestarino, insistía ante el apdstol de Turín para que le hiciera una
visita. Finalmente llegd Don Bosco, pero con una escolta de noventa alegres jaraneros y
al son de Ia banda. El recibimiento de toda Ia población fue caluroso, espléndido.
Se cuenta que también Santa Juana Francisca de Chantal se adelantaba hasta el pie del
púlpito del obispo de Ginebra. "Yo no podía apartar de él mis ojos, confesaba, y ninguna
alegría juzgaba comparable a la de estar junto a él". Y cási con las mismas palabras
declaraba estar cierta de Ia santidad de Francisco de Sales: "Yo lo llamaba santo desde el
fondo del corazón y lo tenía como tal".
No es arbitrario un paralelo entre estas dos vocaciones. Ambas, bajo Ia dirección de dos
santos. llegaron a ser el instrumento de una obra importante en Ia Iglesia. Pero al principio
¿quién se hubiera atrevido a predecir un destino semejante a la baronesa de Chantal y a
Ia campesina de Mornese?
Primeros años
María Dominga Mazzarello nació el 9 de mayo de 1837 en un arrabal de Mornese llamado
I Mazzarelli, en la diócesis de Acqui, al noroeste de Génova. Era Ia primogénita de siete
hijos. Su padre, José, era un campesino honrado, robusto, de un cristianismo profundo y
un poco austero. Tuvo un gran ascendiente sobre su hija. Su madre, Magdalena
Calcagno, recuerda a Ia madre de Don Bosco.
La infancia de Ia pequeña aldeana fue muy sencilla. María, que así la llamaban
habitualmente, crecía buena bajo Ia mirada de los padres, los cuales, siguiendo las
recomendaciones del párroco, nunca la perdían de vista. La educación "más bien severa"
recibida en el seno de la familia, sobre todo del padre, debía llevarla a apreciar algunas
virtudes juzgadas capitales, como Ia obediencia, la piedad, la modestia. Aunque de
carácter fuerte, ardiente y algo propenso a Ia ambición, sabía contenerse. Laboriosa,
como era, ayudó bien pronto a Ia madre en las labores de casa.
Durante estos primeros años, que no tienen nada de extraordinario, se debe señalar un
pequeño acontecimiento local, que había de despertar comentarios por parte de los
biógrafos de la Santa. Al lado de casa Mazzarello había desde hacía tiempo una capilla
cuya construcción había sido decidida en cumplimiento de un voto hecho en 1836 con
ocasión de una epidemia de cólera. El 24 de mayo de 1843 —MarIa tenía entonces seis
años— la capilla se abrió al público y se dedicó a María Auxiliadora. Don Ceria hace notar
que en aquel tiempo, la devoción a María auxilio de los cristianos estaba aún poco
difundida y recuerda que Don Bosco tendría alguna dificultad para hacer aceptar este
título para su iglesia de Turín veinte años después. ¿La niña asistió a la ceremonia,
confundida entre la muchedumbre de los parroquianos? Podemos suponerlo. Hay una
cosa cierta: a ella le gustaba ir a rezar delante de la imagen de la Virgen, incluso cuando
la familia cambió de domicilio.
Por aquel tiempo, en efecto, a causa de la división de los bienes en la familia del padre,
los Mazzarello fueron a establecerse en una hacienda rural de La Valponasca, en medio
de campos y viñas, tres cuartos de hora de camino del pueblo. María vivió allí hasta la
edad de veinte años en Ia sencillez y el aislamiento.
Formación religiosa
Naturalmente inclinada a la religión, Maria Dominga vio bien pronto las propias
inclinaciones desarrolladas y orientadas por guías solicitos.
En muy tierna edad recibió de su madre las primeras lecciones de catecismo. Aprendió a
rezar mañana y noche y con tal recogimiento, que impresionaba a su hermana Felicina.
Como su casa estaba lejos de la iglesia, se consolaba mirando el campanario desde Ia
ventana de su habitación. Muy pronto, su madre Ia acostumbró a la misa matutina; la
Ilevaba consigo o Ia hacía acompañar por su prima Dominga, que le Ilevaba seis años.
Para las primeras confesiones, necesitó el aliento de su madre, ya que experimentaba
cierta repugnancia a presentarse at sacerdote.
Su padre, que era miembro de Ia conferencia local de San Vicente de Paúl y que fue uno
de los primeros hombres que tuvieron el valor de acercarse a recibir Ia comunión los
domingos, dejó en ella una huella profunda con su fe robusta y su conducta intachable.
"¡Oh, cuánto debo a mi padre! —dirá ella más tarde— ¡Si hay en mí algo de virtud, se lo
debo a éI!".
En este examen, en el que se enfrentaban por turno un chico con una chica, nuestra
heroina ponía su punto de honor —y éste era precisamente el nombre del examen— en
triunfar sobre su contrincante. Los chicos no me dan miedo, exciamaba desdeflosamente,
y les quiero ganar a todos. ¡Bella expresión, que deja entrever a la mujer de carácter que
será Ia Madre Mazzarello!
Hacia los diez años, hizo Ia primera comunión. Fue confirmada el 30 de septiembre de
1849 en Ia iglesia de Gavi por Monseñor Pallavicini. A falta de testimonios más explícitos,
podemos, por lo menos, suponer que se preparó a estos actos importantes con seriedad.
Desde aquel momento, Se hace más profundo su deseo de Ilevar una vida ejemplar,
evidentemente según las ideas de su tiempo y de su amblente sobre Ia perfección.
Contraria a las diversiones mundanas, se ingeniaba también por alejar de ellas a los
demás. A los hermanos menores les daba buenos consejos, insistiendo sobre Ia fidelidad
al deber y sobre la buena armonía mutua. Al mismo tiempo sintió el deseo de intensificar
su vida cristiana personal y, para empezar, de corregirse de los defectos que se
reprochaba. Para ayudarla en esta tarea, no podía encontrar un director espiritual más
soilcito que Don Pestarino.
Don Pestarino tomó interés por esta muchacha que era resuelta y quería progresar. Como
punto de partida, le permitió comulgar todas las semanas, y muy pronto todos los días.
María se confesaba regularmente con él. La dirección exigente de este sacerdote, en vez
de desanimarla, parecía hecha a la medida de su temperameno voluntarioso y su deseo
de perfección. Él le recomendaba especialmente Ia mortificación, Ia lucha contra el amor
propio, Ia caridad con todos, la moderación del carácter, la huída del pecado.
Sobre varios puntos, María Dominga tuvo que hacerse violencia sin que la victoria le
sonriera inmediatamente. De la madre, según se dice, había heredado un temperamento
pronto a acalorarse. Algunas veces se impacientaba de tal modo, que se le subía Ia
sangre a la cabeza; y cuando las amigas le decían: "¡Qué roja te has puesto!", le
resultaba difícil dominar los nervios. Del padre tenía la solidez del juicio y el equilibrio,
pero también un exagerado apego a las opiniones propias, del cual difícilmente lograba
deshacerse.
Su director no tenía miedo de reñirle cuando lo creía oportuno. Un día en que trabajaba
en la viña, en vez de atar los sarmientos a Ia cepa de Ia vid, impaciente, los cortó de
cuajo. No pensaba haber hecho un gran mal, pero el confesor le hizo saber que no era de
Ia misma opinión... No se mostraba menos severo con las pequeñas manifestaciones de
vanidad femenina de su penitente tanto más que, por su noble porte, las compañeras la
lIamaban ía guapa (Ia bula).
Había en Mornese un grupito de buenas muchachas que c~omo ell~, aspiraban a una
vida más perfecta. Ya fuera que algo les impidiera entrar en el convento, ya fuera que
desearan santificarse en el mundo,decidieron crear en ci propio pueblo una especie do
comunidad religiosa, cuyos miembros continuarían viviendo en el seno de Ia propia
familia. La iniciativa de este proyecto corresponde a Ángela Maccagno, la de más edad
del grupo y Ia más instruida. Ella concibió la idea de una Pía Union con el título de Hijas
de María Santísima Inmaculada, redactó el reglamento calcándolo de Ia regla de las
Ursulinas y en 1852 lo presentó a Don Pestarino.
El texto preveIa que las compañeras debían estar unidas en Jesucristo, de corazón, de
espíritu y de voluntad, en la obediencia, en todo y por todo, a su padre espiritual y
confesor. Harían voto de castidad por un tiempo determinado, un año como máximo.
Don Pestarino encontró el proyecto muy interesante; pero, antes de aprobarlo, se lo llevó
a Génova a su maestro y amigo Frassinetti, para que lo examinara y Ie diera forma
definitiva. El teólogo esperó dos años en responderle. Finalmente, en otoño de 1855,
sobre el bosquejo que le había sido enviado, compiló un Reglamento de la Pía Unión de
las Hijas de María Inmaculada, cuya difusión tuvo en italia un éxito inesperado.
Don Pestarino fue naturalmente el primero en fundar el grupo en su parroquia. Como
estaba previsto, todo se desarrolló en el máximo secreto el domingo 9 de diciembre de
1855 en presencia de las primeras cinco Hijas de Ia Inmaculada, entre las cuales estaban
Ángela Maccagno y María Mazzarello. La existencia de Ia Pín Unión solamente fue
conocida por todos en el mes de mayo de 1857 con ocasión de Ia visita pastoral de
Monseñor Contratto, obispo de Acqui. En Mornese, Ia Pía Unión contaba, como
término medio, con unos quince miembros.
María era Ia más joven del grupo, pero también, según se decía, la más fervorosa y Ia
más fiel. Según prescribía el reglamento, practicaba asiduamente Ia unión con Dios, Ia
penitencia, el apostolado entre las muchachas del pueblo; ponía en estas cosas el ardor
exigente que constituía Ia base de su naturaleza. Un día, durante Ia reunión semanal, se
acusó delante de las compañeras de haber estado un cuarto de hora seguido sin pensar
en Dios, y esto causó en todas una profunda impresión. Su sed de mortificación era tan
grande, que más de una vez su director hubo de frenaria.
Principios de apostolado
Hacia los veinte años, varios hechos contribuyeron a orientar vida de María en una nueva
dirección. Estos no fueron todos alegres.
Pero en 1860 se abatió sobre toda la región una epidemia de tifus, que causó muchas
víctimas. Llamada a casa de su tío que había contraído Ia enfermedad, María se prodigó
día y noche durate un mes entero en el servicio de los enfermos. Luego, cuando éstos
estuvieron fuera de peligro, fue ella Ia que cogió el mal. Hubieron momentos en que se
temió lo peor. Se repuso muy lentamentos para jamás curar ya del todo. La muchacha de
brazos de hierro ya jamás recobró el vigor de un tiempo. Pero, durante la enfermedad
había tenido tiempo para reflexionar...
Se haría modista. Esto le permitiría ganarse la vida, sin ser de peso para nadie.
Pensándolo bien, algo más importante germinaba en su cabeza: con este oficio, decía,
podría atraer a las muchachas, formarlas, y hacerles el bien.
Reveló el proyecto a sus padres, los cuales después de algún momento de perplejidad,
acabaron cediendo a sus razones. Una de sus rnejores amigas, Petronila Mazzarello, Hija
de la Inmaculada, aceptó trabajar con María y compartir su vida. Consultado Don
Pestarino, dio su consentimiento. El mismo Cielo parecía alentar su proyecto. La Madre
Mazzarello contaría más tarde un hecho extraño que le sucedió en aquella época de su
vida. Un día al pasar por una colina de Mornese, vio como en sueños una gran casa, y, en
aquella casa, a unas hermanas y a sus alumnas, mientras una voz parecía decirle: "A ti te
las confío".
A partir del otoño de 1860, encontramos a las dos amigas María y Petronila en la sastrería
de Valentín Campi. El año siguiente perfeccionarán en el mismo oficio con la modista
Antonieta Barco Después se establecieron por cuenta propia. Lo más difícil era encontrar
un local donde instalar su pequeño taller de costura. Después de varios traslados
aiquilaron una habitación bastante espaciosa, cerca de Ia iglesia. Su proyecto empezó a
realizarse con Ia Ilegada de las primeras alumnas.
Un buen día se les propuso tomar a pensión a dos huerfanitas. Alquilaron entonces una
segunda habitación al lado del taller y las instalaron en ella. De noche, era Petronila quien
las cuidaba, en espera de que los padres de María Ia autorizaran también a ella a
permanecer en el taller día y noche. Muy pronto se añadió una tercera interna, después
una cuarta, después otras tres. Para alojarlas, habían aiquilado otras habitaciones; al lado
del taller, se estaba asistiendo, pues, al nacimiento de un pequeno colegio-internado.
Pero María deseaba hacer el bien no solamente a aquellas que iban a ella para aprender
a coser, sino a todas las del pueblo. Fue este el origen de una especie de oratorio. El
domingo, las dos amigas recogían a las niñas, las acompañaban a la iglesia, las divertían
con juegos y paseos.
María dirigía el pequeño grupo de internas y de externas lo mejor que podía, sin reglas
fijas. Su experiencia de las personas y de las cosas le servía de guía. Sabía reprender a
las alumnas cuando era necesarlo sin levantar el tono de Ia voz. No vacilaba en prodigar
consejos a las madres de familia para la buena educación de los hijos. Pero lo que más Ie
importaba era el bien espiritual de aquéllas que le habían sido confiadas. En su
apostolado se esforzaba sobre todo en combatir el respeto humano y en impedir Ia ofensa
de Dios. En Ia raíz de su acción se adivinaba el amor sobrenatural hacia los niños. Sin
saberlo, María era ya salesiana.
Poco a poco, la vigilancia de Don Bosco sobre el grupo de Mornese era más eficaz, sin
que, por otra parte, se pueda decir en qué momento proyectó servirse de ella para echar
las bases de una congregación. De paso por Mornese, dio una conferencia a las Hijas de
Ia Inmaculada hacia fines de 1867. Poco sabemos acerca de los cuatro años siguientes,
fuera de que Don Bosco les envió un horario y un reglamento para Ia buena marcha de la
casa.
El año 1871 fue decisivo. Don Bosco, habiendo resuelto dar principio a una congregación
de religiosas para la educación cristiana de Ia juventud femenina, encargó a Don
Pestarino que buscara en Mornese las primeras vocaciones a Ia vida religiosa. Fue una
gran sorpresa para todas. Desde hacia mucho tiempo, Maria había renunciado a esta
idea, que ella juzgaba irrealizable. A pesar de ello, con algunas compañeras se declaró
dispuesta a Ia obediencia y a cualquier sacrificio.
El 5 de agosto de 1872, tomó el hábito de las Hijas de María Auxiliadora y pronunció los
votos en presencia de Don Bosco. A él naturalmente se dirigió para guiar la incipiente
congregación. En adelante su historia se confunde con la de su Instituto.
Su vida interior era intensa. Aprendió de muy joven a amar a Dios trabajando por ÉI.
"Cada puntada (de aguja) sea un acto de amor a Dios", decía Ia joven costurera a su
amiga en los principios del taller. Su piedad se hizo cada vez más eucarística y mariana.
Hecha superiora, no se dejó enorgullecer por el cargo, sino más bien suplicaba que se
pusiera en su lugar a alguien más instruida y más capacitada que ella. No olvidaba su
modestísimo origen y tomaba parte en las faenas comunes. Olvidándose de sí misma,
buscaba responder al deseo de Dios.
CAPÍTULO XV
LAS HIJAS DE MARÍA AUXILIADORA HASTA LA MUERTE DE
DON BOSCO
El conocimiento de Ia Santa nos ayuda a comprender la institución que ella ha contribuido
a dar a Ia Iglesia.
Una muchacha del campo desprovista de instrucción, una asociación cuya única ambición
es servir a Dios y ocuparse de las niñas en un pueblo del Monferrato: he aquí el punto de
partida. Llega Don Bosco y, con él, el movimiento y Ia expansion. La pequeña comunidad
se estructura, aumenta el número de sus miembros, construye casas de educación, envía
misioneras a America del Sur. Llega a ser así una congregación de gran importancia,
cuyo número y prestigio aumentan de año en año.
Esta inesperada transformación puede resumirse así: de Ias Hijas de la Inmaculada a las
Hijas de María Auxiliadora.
Entretanto, Don Pestarino trabó conocimiento con Don Bosco durante un viaje en tren y le
hablo de su grupo de muchachas Don Bosco lo escuchó, con gran interés, y lo invitó a
que lo visitara en el Oratorio. Don Pestarino fue aIlá en noviembre de 1862 y quedó de tal
modo encantado del espíritu reinante, que expresó a su huésped el deseo de hacerse
salesiano. Se estableció entonces un principlo de colaboración entre Turín y Mornese, y
una gran corriente de simpatía. Pestarino volvió con frecuencia a Valdocco.
Por su medio Don Bosco seguía —desde lejos, pero con interés— Ia actividad de María y
de sus compañeras. Un día, les hizo llegar una cartita en Ia cual se podían leer estas
palabras suficientemente expresivas de Ia espiritualidad que él difundía: "Rezad, sí, pero
haced todo el bien que podáis a la juventud".
Don Pestarino se hizo salesiano (¿1864?). Don Bosco lo consideraba como un director
salesiano y, como tal, lo convocaba a las conferencias anuales por Ia fiesta de San
Francisco de Sales.
Don Pedro Stella nos pone en guardia contra ciertas simplificaciones apresuradas
referentes al origen de Ia Congregacidn. Según éI, no es imposible que Don Bosco haya
tenido otros oproyectos además de Mornese.
Con todo, dudaba. ¿Era precisamente vocación suya comprometerse en una obra hacia
Ia cual sentía tan poca inclinación?
Fueron necesarias, para decidirlo, las peticiones insistentes de algunos obispos y de otras
persoñas autorizadas. ¡Los salesianoa tienen tanto éxito con los muchachos! ¿Se va a
contentar Don Bosco con esto, descuidando la otra parte de la juventud?. He aquí
sintetizado lo que se le decía.
Además, como sucedía con ocasión de las decisiones importartes que debía tomar, le
sobrevenían sueños que le hacían reflexionar. Nos permiten conocer su estado de ánimo
en aquellos momentos. La noche del 5 al 6 de julio de 1862 le pareció estar hablar
hablando con Ia Marquesa Barolo. Al principio de Ia conversación, él mismo pronunció las
siguientes palabras: "Bien; yo debo procurar que la sangre (de Nuestro Señor) no se haya
derramado inútilmente para los jóvenes ni para las niñas". Otra vez, cuenta Don Francesia
vio en sueños un inmenso número de muchachas que jugaban en una plaza de Turín,
abandonadas a sí mismas. Apenas lo vieron se precipitaron a su encuentro pidiéndole
que se ocupara de ellas. "Yo procuraba alejarme de ellas, contaría el mismo, diciendo que
no podía, que otros vendrían en su ayuja, porque mi misión es otra. (...) Entonces vi
aparecer una noble Señora que, con semblante totalmente resplandeciente, me animaba
con bellas palabras, a satisfacer su deseo. Y mientras parecía desaparecer en medio de
ellas, me repetía: "Cuida de ellas, ¡son mis hijas!"
Mas aún, según atestigua Don Francesia, Don Bosco le dijo que era tiempo de crear una
congregación que haga con las niñas lo que los salesianos hacen con los jovencitos.
Hasta aquel momento las cosas daban Ia impresión de marchar lentamente. Pero, una
vez tomada la decisión, se podía estar cierto que se procedería con toda rapidez. ."Pero,
querido Don Bosco había replicado Francesia, ¿no va a dejar nunca de meter mano a
nuevos proyectos?".
Recibido en audiencia por Pío IX poco tiempo despues, fue animado por él a seguir
adelante. A propósito de Ia dirección de lqw futuras religiosas, el papa le decía: "Que ellas
dependan de usted y de sus sucesores, como las Hijas de la Caridad de San Vicente de
Paúl dependen de los Paúles. Redactad sus Constituciones en este sentido y empezad Ia
prueba. Lo demás vendrá después"
Así se hizo. A finales de 1871, entregaba a Don Pestarino, para las futuras novicias, un
proyecto de constituciones para las Hijas de María Auxiliadora. La enfermedad que en
este tiempo tuvo Don Bosco y que lo retuvo en cama durante cincuenta días en Varazze,
fue causa de cierto retraso. Con todo, hizo que se procediera a la elección de Ia superiora
y del capítulo, esto Se llevó a cabo en enero de 1872, el día de Ia fiesta de San Francisco
de Sales. De veintisiete votos, veintiuno cayeron sobre María Mazzarello para cargo de
superiora, pero no fue posible hacerle aceptar a Ia humilde mujer otro título que el de
primera asistente o de vicaria. La amiga Petronila fue segunda asistente y su hermana
Felicina, maestra de novicias.
Quedaba un problema por resolver, el de la casa madre. Era necesario encontrar una
casa independiente y suficientemente grande, que albergara a las religiosas y a sus
alumnas. La historia de esta empresa está Ilena de circunstancias imprevistas y de
amarguras. En 1864, con ocasión de la primera visita de Don Bosco, de común acuerdo
se había decidido la construcción de un coleglo para chicos en Mornese. La población,
entusiasta del proyecto, contribuyó a su construcción. Pero, cuando estaba ya a punto de
terminarse, Ia curia diocesana se opuso a Ia apertura de una institución, que amenazaba
perjudicar al seminario menor de Ia diócesis. Aprovechándose de la situación creada, Don
Bosco decidió enseguida instalar en él a las religiosas y daba a Don Pestarino el encargo
de arreglar todo lo necesarlo. Mal lo pasó éste, porque los habitantes de Mornese
protestaron gritando abiertamente que hablan sido traicionados. Se verificó el traslado
(1872), pero las Hijas dé María Auxiliadora dieron los primeros pasos en la vida religiosa
en un clima de incomprensión, mejor dicho de hostilidad. Añádase a esto Ia pobreza y las
privaciones, que eran grandes.
Consolidación
Después de estos acontecimientos, la comunidad puso manos al trabajo con renovado
ardor. Un gran punto oscuro: Ia falta de instruccidn de Ia mayor parte de las hermanas.
Desde Turín, Don Bosco envió maestras que Ies dieran clase. María Mazzarello aprendió
entonces a escribir. Al mismo tiempo, su director las obligó a dejar el dialecto piamontés
por la lengua italiana, suscitando comentarios entre la gente del pueblo...
El mes de febrero de 1873, llegaron a Turín dos hermanas de la congregación de Santa
Ana, a petición de Don Bosco, para iniciarlas en el tenor de vida de una comunidad
regular.
Mientras tanto, liegaban a Mornese postulantas, enviadas frecuentemente por Don Bosco.
El 5 de agosto de 1873, otras nueve aspirantes tomaban el velo y tres novicias emitían los
votos trienales Se cuenta que uno de los predicadores de los ejercicios, Monseñor
Scotton, no había quedado nada encantado de Ia comunidad de Mornese y no escondió
al fundador los defectos que habla encontrado en ella: ignorancia, incapacidad,
desorden... "Bien, bien, dijo sencillamente Don Bosco, veremos, veremos, afladiendo que
sus casas nacIan con desorden, pero acababan siempre poniéndose en orden". El
prelado, habiendo vuelto a predicar tres años después afirmó que se había visto obligado
a cambiar de opinion.
Debemos decir que, con respecto a las postulantas, el cometido de Ia joven superiora no
era siempre fácil. Si Don Bosco y Don Pestarino (que se hizo salesiano, como ya
sabemos) no proveían de reclutas, le tocaba a ella descubrir las vocaciones. Por
desgracia, en la grey de las recientemente llegadas había siempre alguna ovejita locuela,
carente de criterio o de ponderación... Una joven viuda de Turín, enviada por Don Bosco,
a punto estuvo de revolucionarlo todo con su manía de dictar leyes a todas y de efectuar
reformas según el modelo del convento donde ella se había formado. Algunos espíritus
rebeldes provocaron en Ia comunidad cierto malestar, que fue causa de la salida de
cuatro profesas y de una novicia. Una postulante, con apariencias de santa, acabó
miserablemente después de haber dado origen en Ia casa a manifestaciones
sospechosas e incluso diabólicas, según algunos... Demasiado modesta para imponerse
a Ia fuerza, Sor Mazzarello poseía un don de intuición que en estos casos le ayudaba
mucho.
Aunque la agitación de los espíritus pudiera ser inquietante alguna vez, no podía ocultar
los progresos contínuos del Instituto en su consolidación interna. En este aspecto fue
importante el año 1874. Don Bosco, mientras lograba hacer aprobar las constituciones de
los salesianos, obtenía que el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora se injertara en el
tronco de la Sociedad salesiana, "encajado, como él decía, en Ia Congregación. Por
primera vez empleó entonces Ia expresión "nuestras hermanas". El superior de los
salesianos se convertía de derecho en superior de las Hijas de María Auxiliadora. Todo
esto estaba conforme con el pensamiento de Pío IX, expresado tres años antes. Otro
acontecimiento importante: el nombramiento de don Juan Cagliero como director general,
con el encargo de gobernar el Instituto en nombre del rector mayor, pero conservando
Mornese su director particular. Esto indica cuán seriamente se pensaba en Turín en el
porvenir de Ia rama femenina. Finalmente, el 15 de junio de 1874, Sor Mazzarello fue
oficialmente designada por el voto unánime de las profesas para el cargo de superiora
general. Esta vez tuvo que resignarse a abandonar el título de vicaria, que hasta aquel
momento le había permitido hacerse ilusiones.
El 23 de enero de 1876, las reglas de las Hijas de María Auxilidora eran aprobadas por
Monseñor Sciandra, obispo de Acqi. Antes de imprimirlas, quiso el Fundador someterlas
por algún tiempo a la prueba de la experiencia. Hasta 1978 no se editó librito y se entregó
a las religiosas. Debemos advertir aquí que Don Bosco nunca se preocupó de hacer
aprobar el Instituto por las autoridades romanas. Es esta una especie de anomalía en la
vida del Fundador, tanto más desconcertante cuanto son sabidos sus esfuerzos por
sustraer la Sociedad salesiana a Ia autoridad diocesana. Entre las razones que han
podido guiarlo en esta forma obrar, estaba ciertamente el temor de que Roma encontrase
inaceptable esta dependencia tan estrecha de las hermanas respecto a los salesianos.
Las constituciones se inspiran frecuentemente muy de cerca de las de los salesianos. Las
Hijas de María Auxiliadora tienen como fin: atender a Ia propia perfección y coadyuvar a
Ia salvación del prójimo, especialmente dando a las niñas del pueblo una educación
cristiana. Su misión particular es asumir la dirección de escuelas, orfanatos, jardines de
infancia, oratorios festivos y también abrir talleres para las niñas más pobres en las
ciudades, en los pueblos y en las misiones extranjeras. Podían también aceptar Ia
dirección de hospitales y otros centros semejantes de caridad y abrir centros de
educación preferiblemente para doncellas de condición humilde. Entre las cualidades
exigidas a las hermanas, las constituciones insisten en particular sobre la caridad, Ia
sencillez, la modestia, el desprendimiento, Ia alegría. Son éstos los grandes rasgos de Ia
espiritualidad salesiana.
La Madre Mazzarello profesaba gran respeto a las Reglas, que consideraba como dadas
por Dios por medio de Don Bosco. Se esforzaba, pues, en observarlas continuamente con
la mayor exactitud posible y en hacerlas observar por sus religiosas. La meticulosidad que
mostraba en este campo era sublimada por el sentido profundamente espiritual que sabía
atribuir a Ia observancia.
El año 1876 fue especiahnente rico en despliegues imprevistos. Treinta y seis religiosas
salieron en siete direcciones distintas. En el mes de febrero, las primeras se dirigieron a
Vallecrosia, en Liguria, donde, junto a los salesianos, abrieron muy pronto un oratorio y
una escuela para niñas. El 29 de marzo, un segundo grupo Ilegaba a Turín, cerca de Don
Bosco y comenzaba una obra análoga en la barriada de Valdocco. Nueva salida el 7 de
septiembre para Biella, donde el obispo les confiaba las tareas materiales de su
seminario. Otro grupo, que partió el 12 de octubre, asumió el mismo trabajo en el colegio
salesiano de Alassio. El 8 de noviembre, un grupo marchó a Lu, en Ia diócesis de Casale,
donde abrió un jardín de infancia y un oratorio. En el mes de diciembre, dos hermanas
fueron a ponerse a disposición del colegio salesiano de Lanzo. Finalmente, es de justicia
destacar una misión provisional pero original. En el verano de 1876, siete Hijas de María
Auxiliadora se encargaron de un grupo de niños enfermos que se encontraban en
tratamiento medico junto al mar en Sestri Levante.
En 1877, se abrió Ia era de las fundaciones lejanas y del entusiasmo por Las misiones.
Los salesianos estaban establecidos en América del Sur desde 1875 y se comprende que
hayan experimentado la necesidad de hacerse ayudar por religiosas. La cosa fue
decidida por su capítulo general en otoño de 1877. La Madre Mazzarello acompañó al
primer grupo de misioneras primero a Roma. donde fueron recibidas por Pío IX el 9 de
noviembre, después al puerto de Génova. Bajo la guía de Don Costamagna
desembarcaron en Montevideo el 17 de diciembre y fueron a establecerse en Villa Colón,
no lejos de Ia capital uruguaya, donde los salesianos tenían un colegio. Desde Villa Colón,
se extendieron a otras regiones del continente. Gracias a una segunda expedición de
misioneras en 1878, pudieron poner pie en Argentina, en Buenos Aires, y después a partir
de 1880, en verdadera tierra de misión, en Patagones, en Ia Patagonia. Eran las primeras
religiosas que pisaban aquellas tierras australes.
Las Hijas de María Auxiliadora habían entrado también en Francia el año 1877. El primero
de septiembre de aquel año, Ia primera comunidad se establecía en Niza, donde fundaba
cel Patronato de Sainte-Anastasie. Siguieron otras dos fundaciones muy pronto, La
Navarre en 1878 y en Saint-Cyr en 1880.
En Niza se celebró en 1880 el segundo capítulo general que debía proceder a nuevas
elecciones. A pesar de sus esfuerzos para hacer elegir a otra superiora general, todos los
votos cayeron sobre Ia Madre Mazzarello.
La Madre Daghero
El capítulo celebrado después de Ia muerte de Ia cofundadora confirmó Ia organización
del Instituto, cuyo gobierno fue confiado a una joven hermana de veinticinco años,
Catalina Daghero. Nacida en Curniana, en las cercanlas de Turin, el 17 de mayo de 1856,
había entrado a los dieciocho aflos en Ia incipiente congregación. Sus primeros años en
Mornese habían sido duros. Esta mujer de temperamento activo había soñado con una
vida de silencio y soledad que no encontraba en la casa. Muy apegada a la familia, al
padre (Ia madre había muerto), sufría de nostalgia. La Madre Mazzarello Ia ayudó a
superar sus dificultades. Después de los primeros votos emitidos el 28 de agosto de 1875,
Sor Catalina no tardó en ocupar cargos de responsabilidad. El año siguiente, toma parte
en Ia fundación de Turín, como vicaria de Elisa Roncallo, después, desde 1879, como
directora. Animada por Ia vecindad de Don Bosco, se muestra muy emprendedora en ci
oratorio y en la enseñanza, sin descuidar sus propios estudios. En el mes de marzo de
1880, la encontramos al frente del orfanato de Saint -Cyr. Cometide delicado —se trata de
suceder a otra dirección— que ella supo desempeñar felizmente.
Sor Daghero era muy apreciada; en efecto, algunos meses más tarde el capítulo general
la nombraba vicaria de Ia superiora general. Este aprecio se debía a sus cualidades:
solidez, equilibrio, bondad, que Ia llevaron el 12 de agosto de 1881 a las más altas
responsabilidades. Dada su joven edad, fue necesario pedir a Don Bosco una dispensa...
A Ia muerte de Don Bosco, las Hijas de María Auxiliadora podían gloriarse de haber
recorrido mucho camino en pocos aflos. Poseían cincuenta casas, un centenar de
novicias y trescientas noventa hermanas. Bajo Ia dirección dinámica y sabia de la Madre
Daghero, entonces en sus principios, progresaban cada año más.
CAPÍTULO XVI
LOS COOPERADORES SALESIANOS
Fracaso de Don Bosco
Se esperaba al salesiano en el mundo, en cambio llegó el cooperador salesiano... Así se
podría definir el fracaso sufrido por don Bosco en un proyecto en el que puso todo su
corazón. Efectivamente, en el intento de crear salesianos que pertenecieran con pleno
derecho a la congregación, pero que no estuvieran ligados por votos ni obligados a Ia vida
común, Don Bosco ha sufrido, podríase decir, un medio fracaso. La habilidad maniobrera
del Italiano y la tenacidad del Piamontés debieron inclinarse ante la firmeza mafestada por
aquellos que juzgaban inaceptable su plan. Quizá su plan era verdaderamente
irrealizable, al menos en aquel tiempo.
Los primeros fueron naturalmente sacerdotes. Su tarea consistía sobre todo, en predicar,
confesar, dar catecismo. Algunos se aficionaron con entusiasmo a este apostolado, como
José Cafasso, Pedro Merla, Francisco Marengo, Luis Nasi, Lorenzo Gastaldi (futuro
arzobispo de Turin), Ignacio y José Vola, Jacinto Carpano, Miguel Ángel Chiatellino, Juan
Bautista Borel... Este último merece una particular mención. El teólogo Borel, consejero y
amigo de Ia primera hora, fue durante mucho tiempo uno de los colaboradores más fieles
de Don Bosco. Con ocasión de Ia grave enfermedad que puso en peligro su vida en 1846,
Don Bosco le confió el cuidado de su Oratorio. Muy apreciado por el Santo, el cual
afirmaba maba que sacaba de sus conversaciones "lecciones de celo sacerdotal, siempre
buenos consejos, estímulos para el bien", Borel tenía además el don de encantar a sus
jóvenes oyentes con un brío típicamente piamontés.
Junto a los sacerdotes, hubo muy pronto laicos. Estos procedían de los ambientes
sociales rnas variados. Muchos pertenecían a familias acomodadas incluso aristocráticas,
como el Conde Cays de Giletta (que se hará salesiano y sacerdote en edad avanzada), el
marques Fassati, el conde Callori di Vignale, el conde Scarampi de Pruney... Entre los
ayudantes de más humilde condición, Don Bosco recordaba con afecto la figura de un
quincallero, José Gagliardi, que dedicaba a los jóvenes del Oratorio su tiempo libre y sus
ahorros. Don Bosco podía citar listas enteras de nombres célebres y oscuros. Conservaba
fielmente su recuerdo.
Las ocupaciones de estos laicos eran variadas y conformes a Ia capacidad de cada uno.
Debemos resaltar bien, con todo, que Don Bosco recurría de buena gana a sus servicios
para dar catecismo los domingos y también los días laborables durante Ia cuaresma.
Algunos le ayudaban en las clases nocturnas. Ayudaban además al director a asistir a los
muchachos durante las funciones de iglesia y en los recreos, organizaban para ellos
juegos y paseos, estaban atentos a sus necesidades materiales, alguna vez les pagaban
una buena merienda... Algunos se preocupaban, sobre todo, de encontrarles trabajo, y
una vez colocados, de visitarlos para que se mantuvieran en contacto con el Oratorio.
Pero no había solamente hombres. Con Mamá Margarita, madre de Don Bosco,
trabajaban otras mujeres, frecuentemente de la más alta sociedad, que se ocupaban del
lavado, planchado y repaso de Ia ropa. Había necesidad de ello, decía Don Bosco, porque
entre aquellos pobres chicos, había algunos que no podían cambiarse nunca la raída
camisa que Ilevaban encima o iban tan sucios, que ningún amo se atrevía a admitirlos en
su taller. Entre las cooperadoras que se distinguieron en estos trabajos modestos y
muchas veces repugnantes, se citaba en primera línea, junto a la marquesa Fassati, la
madre del futuro arzobispo Gastaldi. Había tomado para sí la tarea de hacer lavar la ropa
y de repartirla cada sábado..
El domingo, personalmente pasaba revista a las camas de los internos, luego, como un
general del ejército, reunía a sus tropas e inspeccionaba minuciosamente los vestidos y Ia
limpieza de cada uno.
Muchos de estos benévolos ayudantes, lo mismo eclesiásticos que laicos, ponían dinero
de su bolsillo. Un sacerdote daba para los chicos de Don Bosco todo el dinero que recibía
de sus acomodados padres. Un banquero entregaba una pension periódica. Los ahorros
de un artesano eran puestos al servicio de los que eran más pobres que él. El teólogo
Borel, que era el cajero del Oratorio en sus comienzos, estaba en condiciones de apreciar
todas estas generosidades.
Proyectos de asociación
Muy pronto Don Bosco se convenció de que, si fuera posible reunir a estos colaboradores
en una asociación estructurada, su influjo y su eficacia hubieran sido notablemente
mayores. ¿No habrá sido esto el germen de aquella congregación que tenía la idea de
crear para la educación y la defensa de la fe entre el pueblo?
Ya en 1850, Don Bosco, según nos refiere el autor de las Memorias Biográficas, intenta
hacer una experiencia, generalmente poco conocida. La noche del 17 de noviembre
reunió a siete hombres de su confianza todos católicos y laicos, y, después de haberles
descrito "los abusos de la prensa libre en cuestiones religiosas", "Ia sacrílega guerra
declarada por muchos malos cristianos contra Ia Iglesia y sus ministros", y el "peligro de
ver en Piamonte suplantada Ia religión verdadera por el Protestantismo", propuso que se
constituyeran en Pía Unión Provisional bajo la protección de San Francisco de Sales. Esta
unión provisional sería "el principlo de una sociedad en toda regla". Estaría formada por
laicos, sin excluir eventualmente a los eclesiásticos. Su finalidad era promover todas
aquellas obras de beneficencia destinadas a impedir que Ia impiedad siga progresando, y,
si es posible desarraigarla allí donde estuviera arraigada.
Este proyecto de asociación no tuvo entonces éxito, porque según Don Ceria, unos laicos
encuadrados asI en falanges para ayudar a Ia jerarquía inspiraban entonces desconfianza
y temor. Pero es una prueba de que, ya desde aquel tiempo, Don Bosco pretendía
organizar a su manera lo que podriamos llamar apostolado de los laicos y de que Ia
acción prevista para ellos sobrepasaba el marco habitual de ayuda a Ia juventud. No
debemos maravillarnos de que en esta tentativa efímera se haya visto un lejano esbozo lo
que será Ia Union de los Cooperadores.
A partir de 1859, había conseguido echar las bases de una congregación religiosa cuyos
miembros, eclesiásticos o laicos, llevaban vida común y se ligaban con votos. Pero ¿qué
sería de aquellos colaboradores de siempre, de aquellos que le habían permitido hacer
todo lo que había hecho? Para recompensarles de algún modo sus trabajos, proyectó, a
pesar de su situación particular, hacerlos entrar en una congregación religiosa.
Efectivamente, las constituciones presentadas a Roma en 1864 contenían un capítulo, el
dieciséis consagrado a los miembros externos. Los dos primeros artículos decían:
1.° Cualquier persona, aun viviendo en el siglo, en la propia casa, en el seno de Ia propia
familia, puede pertenecer a nuestra Sociedad.
2.° Esta no hace ningún voto; pero procurará practicar aquella parte del reglamento, que
es compatible con su edad, estado y condición, como sería dar y promover clases de
catecismo en favor de los niños pobres, promover la difusión de libros buenos;
industriarse para que se hagan triduos, novenas, ejercicios espirituales u otras obras de
caridad, especialmente encaminadas al bien espiritual de la juventud y del pueblo.
Es singular el artículo 5.° Prevé que "todo miembro de Ia Sociedad que, por cualquiera
causa razonable se saliese de la misma, es considerado como miembro externo".
¿Qué pensará Roma de todo esto? En su relación del 6 de abril de 1864, el consultor de
Ia Congregación de Obispos y Regulares escribió a este propósito: Creo que estaría bien
suprimir todos los artículos de este número 16, por presentar una novedad con la
afiliación al Instituto de personas extrañas y un verdadero peligro, teniendo en cuenta los
tiempos que corren y los lugares poco seguros.
Las observaciones del pro-secretario Svegliati recargaban la dosis: "No se puede admitir
que personas extrañas al propio Instituto sean inscritas en él por afiliación" (Approbandum
non est, ut personae extraneae pio Instituto adscribantur per ita dictam affiliationem).
Don Bosco se defendió. Se aferraba en salvar su capítulo, pero accedió a ponerlo como
apéndice. Hizo algunos cambios (entre los cuales, la supresión del artículo 5) y sometió
una vez más todo el texto a las autoridades romanas. Finalmente, para obtener Ia
aprobación definitiva de las constituciones en 1874, debió resignarse a suprimir los
artículos impugnados.
Fracasó, pues, el proyecto inicial deDon Bosco. Hace cien años, los ánimos no estaban
muy dispuestos a aceptar aquello que podía parecer una indebida mezcla de religioso y
seglar; hoy, por el contrario, Ia Iglesia promueve los Institulos seculares, en la línea
querida por Don Bosco en aquel tiempo.
Por consejo de algún salesiano, que encontraba el proyecto demasiado complicado, Don
Bosco lo retocó, lo simplificó dándole el título más general de Unión cristiana. Se proponía
""a las personas que viven en el siglo un tenor de vida, que, en cierto modo, se acerque a
aquel de quien vive de hecho en una congregación religiosa", y se precisaba que se
trataba de una especie de Tercera orden de las antiguas, con esta diferencia, que en
aquéllas se proponía la perfección cristiana en el ejercicio de la piedad; aquí el fin
principal es Ia vida activa especialmente en favor de la juventud expuesta a tantos
peligros.
Este reglamento fue retocado una vez más y titulado Asociación de buenas obras.
Hasta 1876 no encontró Don Bosco Ia formulación definitiva: Cooperadores salesianos, o
sea modo práctico para favorecer las buenas costumbres y hacer el bien a Ia sociedad
civil. Enseguida, hizo imprimir el nuevo reglamento y solicitó su aprobación oficial. El 9 de
mayo de 1876, obtenía un breve de Pío IX, que equivalia a una aprobación de Ia Iglesia
de La Unión de Cooperadores Salesianos.
Adviértase que, durante una audiencia, el Papa le había sugerido que incluyera en ella a
las mujeres, sin crear una tercera orden especial para ellas, ligadas a las Hijas de Maria
Auxiliadora, como en un primer momento había tenido intención de hacer.
Con Ia sanción pontificia de 1876, se realizaba un viejo proyecyo de Don Bosco, pero bajo
una forma que él hubiera querido fuera distinta.
El reglamento de 1876
Antes de considerar el desarrollo que Don Bosco supo dar inmediatamente a la nueva
asociación, es útil que nos detengamos sólo en uno de los instrumentos de este éxito: el
reglamento de 1876.
Se divide en ocho breves capítulos que tienen por título: 1.° Unión cristiana para practicar
el bien; 2.° La Congregación Salesiana, vínculo de unión; 3.° Fin de los cooperadores
salesianos; modos de cooperación; 5.° Constitución y gobierno de Ia asociación 6.°
Obligaciones particulares; 7.° Favores espirituales; 8.° Prácticas religiosas.
Las actividades del cooperador son análogas a las del religioso salesiano: catequesis,
ejercicios espirituales, fomento y sostén de las vocaciones sacerdotales, difusión de Ia
buena prensa, actividades en favor de los jóvenes, después oración y limosna, palabra
que Don Bosco empleaba en sentido amplio. Estas actividades son justamente llamadas
cooperación, porque religiosos y no religiosos trabajan por la misma mies, con los mismos
métodos y dependiendo del mismo superior. Inmediatamente, algunos reducirán la
cooperación a una ayuda pecunaria a los salesianos. Sin despreciar esta clase de ayuda,
Don Bosco condenó semejante interpretación. "Es necesario comprender bien el fin de Ia
Pía Unión, afirmaba en Tolón en 1882. Los Cooperadores salesianos no solamente deben
recoger limosnas para nuestros colegios para pobres, sino que también deben utilizar
todos los medios para cooperar a Ia salvación de sus hermanos y en modo particular de la
juventud".
Del primitivo proyecto de una congregación con miembros internos y externos, parece que
se puede percibir un eco en un hermoso pasaje del mismo capítulo: "Los miembros de Ia
congregación salesiana consideren a todos los cooperadores hermanos en Jesucristo y
se dirigirán a ellos cada vez que su concurso pueda ser útil a una mayor gloria de Dios y
al bien de las almas. Con igual libertad, si fuere necesario, los cooperadores recurrirán a
Ia congregación salesiana. No pudiendo llamarse hermanos los religiosos profesos y los
cooperadores, fuera de Ia comunidad, serán realmente hermanos los unos para con los
otros.
Cambia de método, pero los resultados son elocuentes. Con frecuencia, cuando tiene Ia
certeza de que no encontrará ninguna resistencia, se limita a enviar al futuro cooperador
el reglamento y el diploma de inscripción. A las altas personalidades añade una carta
personal. Pone interés en contar con nombres importantes y distiguidos que den lustre a
sus ideas. Empezando por el Papa Pío IX, enteramente ganado a sus ideas, el cual Ie
decía que quería ser no solamente cooperador, sino el primer cooperador. Con sencillez
hizo la misma propuesta al austero Leon XIII, quien le contestó diciendo que quería ser no
sólo cooperador, sino operador.
A estos cooperadores de todas las clases, Don Bosco quiere darles un instrumento que
les sirva para mantenerlos unidos entre sí, y que sea, al mismo tiempo un vínculo entre el
centro de la congregación y Ia periferia (sin olvidar el fin de Ia propaganda y de la busca
de fondos...) En agosto de 1877 sale el primer número del Bibliófilo salesiano (que se
convertirá en Boletín Salesiano el año siguiente), publicación mensual que envía
gratuitamente a todos aquellos que de lejos o de cerca se interesan por su obra. La
difusión de esta revista aumenta de año en año, hasta alcanzar en 1887 una tirada de
cuarenta mil ejemplares. La edición francesa aparece en 1879, y Ia española en 1886.
Al ir aumentando el éxito, se tiene Ia impresión de que las ideas de Don Bosco acerca de
los cooperadores se ensanchan. Concebida en un primer tiempo esencialmente como
sostén de Ia congregación, la asociación se convierte cada vez más, a sus ojos, en un
organismo eclesial que exige de sus miembros un compromiso personal. "Los
cooperadores, decía en el capítulo general de 1883, si conocen bien su finalidad, no solo
nos ayudan, sino que cumplen ampliamente las obras que son propias de los salesianos".
Y el año siguiente, durante una conversación con Don Lemoyne declara su pensamiento
íntimo y explica que "su verdadero fin directo no es ayudar a los salesianos, sino a la
Iglesia, a los obispos, a los párrocos, bajo la alta dirección de los salesianos".
CAPÍTULO XVII
LOS SALESIANOS EN AMÉRICA. LAS PRIMERAS MISIONES
(1875-1888)
El ideal misionero de Don Bosco
La prehistoria de Ia salida de los primeros salesianos para América en 1875, hay que
investigarla en el ideal misionero de aquel que los enviaba.
Durante toda su vida, Don Bosco soñó con ser misionero. Lo pensaba ya cuando era
joven estudiante en Chieri, dice su biógrafo. Una vez sacerdote, hubiera tomado Ia
decision de partir, si su director, José Cafasso, no se hubiera opuesto a este proyecto.
Devoraba Los Anales de Ia Propagación de la fe, en Ia edición italiana y los utilizaba para
amenizar su Cattolico provveduto (1853) y su Mes de Mayo (1858).
Cuando fundó Ia Sociedad Salesiana, el pensamiento de Ias misiones seguía
preocupándole. Hubiera querido enviar sin dilación religiosos a ellas, pero por entonces le
faltaban absolutamente los medios. Por mucho tiempo, cuenta Don Lemoyne, hubo de
contentarse con mirar suspirando un mapamundi, o con hablar a los jóvenes del Oratorio
del trabajo de los misioneros, del martirio sufrido por algunos de ellos o de los paganos
por ellos convertidos al Evangelio.
Hacia 1871-1872, un sueño, una vez más, vino a animarlo. Se vio transportado a una
inmensa llanura, habitada por hombres primitivos que se dedicaban a la caza o luchaban
entre sí o con soldados vestidos a la europea. Pero he aquí que se presenta un grupo de
misioneros. ¡Ay! Todos dispersados y horriblemente asesinados. Llega un segundo grupo.
Estos tienen aspecto alegre y van precedidos por un conjunto de niños. Don Bosco los
reconoció, son salesianos. Lieno de asombro presencia una inesperada metamorfosis:
todas aquellas hordas feroces deponen las armas, escuchan la palabra de los misioneros
y cantan una canción a María.
Este sueño, que quería ciertamente significar que los salesianos triunfarían donde otros
habían fracasado, impresionó fuertemente a Don Bosco, como lo demuestra Ia solicitud
que puso en procurar identificar a los hombres y al país que había visto.
Nos dicen que durante tres años buscó informaciones y documentación sobre las
comarcas más diversas. Primeramente creyó que se trataba de Etiopía, después de la
región de Hong-Kong, después de Australia, después de Ia India. Finalmente, un día una
petición llegada de la República Argentina lo orientó hacia los indios de la Patagonia.
Sorpresa de Don Bosco. El estudio de aquellos pueblos le da la certeza de que el país y
los habitantes corresponden a los del sueño. Cogiendo al vuelo lo que él interpretaba
como una señal de la Providencia, emprendió la realización de un proyecto largamente
acariciado.
La petición que le había sido hecha desde la Argentina reunía estas condiciones. A finales
de. 1874, algunas cartas llegadas de aquel país le proponían aceptar una parroquia
italiana en Buenos Aires y un colegio de muchachos en San Nicolás de los Arroyos.
Detrás de esta iniciativa estaba el consul de Argentina en Savona Gazzolo, que seguía
con interés el trabajo de los salesianos en Liguria, con Ia esperanza de que su país se
beneficiara de él. Informado por él, el arzobispo de Buenos Aires, Monseñor Aneiros,
había hecho saber que los vería "de muy buena gana". Las gestiones tuvieron pronto
éxito positivo, gracias sobre todo a los buenos oficios del párroco de San Nicolás, Pedro
Ceccarelli, amigo de Gazzolo, corresponsal y amigo de confianza de Don Bosco. El 29 de
enero de 1875, éste podía dar Ia gran noticia en el Oratorio.
Lo hizo en presencia de Gazzolo, con un aparato que impresionó a todos. El 5 de febrero,
lo anunciaba con una circular a todos los salesianos, rogando a los voluntarios que
presentaran petición por escrito. La primera salida de misioneros tendría lugar, en
principio, en el mes de octubre.
Este anuncio despertó en todas partes gran entusiasmo. Casi todos los salesianos se
ofrecían como candidatos para las misiones. Decididamente se abría una nueva era para
el Oratorio y para Ia joven Sociedad.
Sucesivas expediciones a America
En vida de Don Bosco hubieron once expediciones misioneras, todas con destino a
América del Sur.
La primera, que fue naturalmente Ia más famosa, se preparó con los mínimos detalles. A
fin de que sus hijos fueran acogidos "como amigos entre amigos", Don Bosco organizó
desde lejos su instalación en el extranjeio poniéndose en contacto con personalidades del
lugar. Para proveerles de lo necesario en dinero y objetos de toda clase, se dirigió a los
primeros cooperadores: él mismo quedó sorprendido por su generosidad
La partida se efectuó piadosamente y con Ia máxima solemnidad. Don Bosco envió a sus
misioneros a Roma a recibir Ia bendición del Papa. En Turín, el 11 de noviembre en Ia
iglesia de María Auxiliadora, se desarrolló una ceremonia conmovedora, durante Ia cual
Don Bosco trazó a los hombres próximos a partir el programa de su acción futura: al
principio, ocuparse de sus compatriotas emigrados a América, después emprender la
evangelización de Ia Patagonia.
"De este modo nosotros damos principio a una gran obra, dijo, no porque se tengan
pretensiones o se crea convertir a todo el mundo en pocos días, no; pero, ¿quién sabe si
esta expedición, esta poca cosa no será como una semilla de Ia cual surja una gran
planta? ¿Quién sabe si no será como un granito de maíz o de mostaza, que poco a poco
vaya extendiéndose y que no sirva para hacer un gran bien?. El mismo día, Don Bosco
los acompañó a Génova donde embarcaron el 14 de noviembre. Un mes más tarde, el 14
de diciembre, desembarcaron en Buenos Aires.
Después de estos pioneros, siguieron otros grupos a intervalos casi regulares: noviembre
de 1876 (con Don Bodrato y Don Lasagna); noviembre de 1877 (con Don Costamagna,
Don Vespignani, Don Milanesio y las primeras Hijas de María Auxiliadora); dicembre de
1878; enero de 1881; diciembre de 1881; noviembre de 1883, febrero de 1885; abril de
1886; diciembre de 1886; diciembre de 1887. En 1888 trabajaban en América del Sur
cerca de ciento cincuenta salesianos y cerca de cincuenta hermanas salesianas.
Sueños misioneros
Independientemente del grado de credibilidad que se les quiera dar, es, sin embargo,
verdad que las visiones nocturnas de Don Bosco han tenido un papel no despreciable en
Ia expansión misionera de su obra. La primera de ellas, ya mencionada, que parecía
anunciar Ia evangelización de la Patagonia, infiuyó sobre la orientación inicial y sobre la
elección del país. Poseemos otros cuatro relatos de esta clase, más o menos fieles
indudablemente, sobre el tema de las misiones.
El sueño que tuvo la noche del 29 al 30 de agosto de 1883 lo llevó en espíritu por América
del Sur. Le pareció que el guía del viaje era el hijo del conde Colle de Tolón, el joven Luis,
muerto dos años antes. Mientras recorrían juntos la América latina en todas direcciones
en un vagón de ferrocarriI, Luis Ie hacía una descripción entusiasta de los futuros
progresos de este continente tanto en el campo de la industria como en el de Ia
evangelización.
Durante un tercer sueño (la noche del 31 de enero al 1 de febrero de 1885), le pareció
volar por encima de las mismas regiones a bordo de un vehículo misterioso. Desde la
altura, podía contemplar a su gusto a los salesianos trabajando, a los salesianos de aquel
tiempo y a los del futuro. Con admiración, se enteraba de Ia mies ubérrima que esperaba
a sus hijos. "Vi que ahora los salesianos siembran solamente, pero nuestros hijos
recogerán Ia cosecha. Hombres y mujeres vendrán a reforzarnos y se harán
predicadores".
Finalmente los dos últimos sueños, uno de 1885 sin fecha, otro del 9 al 10 de mayo de
1886, anunciaban el trabajo salesiaho en el mundo, y no ya solamente en América del
Sur. Don Bosco visitó en sueños Asia, África, Australia. La visión predice a los salesianos
un porvenir brillante de aquí a ciento cincuenta o doscientos años, con tal de que los
salesianos no sean presa del amor a las comodidades.
Es sabido que los salesianos daban gran importancia a estos sueños, a estas
predicciones. Eran comentados, se intentaba interpretarlos. Don Bosco se alínea en su
favor y cita algunos datos geográficos cuya exactitud fue debidamente comprobada. Por
lo que a nosotros nos interesa, contentémonos con hacer notar que su mensaje
entusiasta estimulaba las energías de los salesianos e infundía confianza a los misioneros
abrumados por las dificultades en el cumplimiento de su misión.
En Argentina y Uruguay
Cuando el primer grupo de salesianos desembarcó en Buenos Aires el 14 de diciembre de
1875, vieron con sus propios ojos que Ia solicitud de Don Bosco se les había adelantado.
Fueron acogidos como amigos. Después de algunos días transcurridos en un alojamiento
provisional se dividieron en dos grupos.
El resto de Ia expedición, es decir Fagnano y otros seis religiosos, se dirigió a San Nicolás
de los Arroyos. En poco tiempo, el enérgico director lograba transformar una casita en
colegio, añadirle un oratorio, organizar misiones para las estancias diserninadas por el
campo. También aquí los salesianos regentaban una parroquia. En una carta a Don
Bosco del 10 de junio de 1876, su protector Ceccarelli decía que eran apreciadísimos en
Ia ciudad y, únicamente añadía que su nombre (era aclamado) ya en toda América del
Sur.
Una cosa era cierta: las peticiones de fundación se multiplicaban. Cagliero tenía sus
planes, pero necesitaba personal. Con parte de los veintitrés miembros de la segunda
expedición, abrió en Buenos Aires, a dos kilómetros de Ia iglesia, una escuela de artes y
oficios, cuya dirección fue encomendada a Don Bodrato. Igual que en el Oratorio de Turín,
Se formaban allí sastres, zapateros, carpinteros, encuadernadores. Pero la casa era
incómoda. En 1878, sus huéspedes se trasladaban a un edificio más espacioso de
Almagro, en los suburbios de Ia Capital. Dos sacerdotes tomaron a su cargo la parroquia
de San Juan Evangelista en el difícil barrio de La Boca, que tenía fama de estar en manos
de Ia masonería, mientras un pequeño grupo fue a reforzar el personal de San Nicolás.
A los ataques de los adversarios, Don Lasagna respondía con no menor energía... Este
hombre intrépido tuvo también varias ideas originales que acreditan la vastedad de su
ingenio. Apenas llegado a Uruguay, probó el cultivo de la vid y consiguió generalizarlo, a
pesar de viejos prejuicios. Por iniciativa suya, el colegio Pío. IX consiguió reunir una rara
colección de coleópteros y fósiles. Pero su logro más hermoso es el haber instalado en él
1882, con Ia ayuda de un sabio barnabita italiano, un observatorio meteorológico muy
bien concebido, que debía recoger información de toda América del Sur. Se llegó así a
prever la llegada de ciclones y huracanes, con gran utilidad para la navegación. Más tarde
en 1885, cuando fue votada una ley que prohibía las congregaciones religiosas en
Uruguay, la fama del observatorio de Villa Colón era tal, que el gobierno renunció a
molestar a los salesianos.
A la muerte de Don Bosco, muchas parroquias y obras se habían añadido a las primeras
fundaciones, tanto en Argentina como en Uruguay. Desde 1885, funcionaba un nuevo
colegio en el centro de Buenos Aires. En 1887, se crea un colegio en La Plata, donde los
italianos eran numerosos, pero, al menos al principio, refractarios a la misión. En Uruguay,
los salesianos se encontraban desde 1880 en Las Piedras, a veinte kilómetros de la
capital, y, desde 1881 en Paysandú, en Ia parte oeste del país. En ambos sitios, habían
comenzado con una parroquia completando su obra con un colegio. No se olvide que las
Hijas de María Auxiliadora, después su Ilegada en 1877, también se habían abierto
camino en Almagro, en La Boca, en Las Piedras, en Morón...
La Patagonia
El apostolado de los salesianos no debía limitarse a las poblaciones de origen europeo,
aunque su asistencia religiosa se reveló más imperiosamente necesaria de lo que se
creyó en un principio. Nadie ignoraba el objetivo lejano: Ia Patagonia. Nombre de epopeya
y de misterio, que evocaba grandes espacios inexplorados, un clima inhóspito, tribus
salvajes, que, según se afirmaba en Buenos Aires, no tenían inconveniente en comerse a
los prisioneros de guerra, es más, tenían una especial predilección por Ia carne de
blancos...
No fue fácil establecerse en aquel territorio inmenso y lleno de peligros. Volvamos hacia
atrás. Muy pronto, Don Costamagna, Don Fagnano y Don Lasagna habian Ilevado sos
cabalgadas lejos de los centros donde se encontraban, pero sin encontrar ni la sombra de
un indio. Entonces, por sugerencia de Don Bosco, una expedición compuesta por el
vicario general Espinosa, por Don Costamagna y por Don Rabagliati, hizo una primera
tentativa en la primavera de 1878. Su objetivo era Ilegar a Bahía Blanca por mar, y seguir
después hasta. Patagones, pequeña ciudad a orillas del Río Negro. Por desgracia,
después de una navegación trágica durante Ia cual el pampero, que soplaba del interior,
amenazó echarlos al mar, debieron volver atrás.
Un año después del fallido intento, se presentó una ocasión más segura para tomar
contacto con aquellas regiones, esta vez por tierra. El gobierno argentino, o más
concretamente el general Roca, ministro de Ia Guerra, cansado de las incursiones de los
indios, que ponían continuamente en peligro las fronteras del oeste y del sur, había
decidido llevar a cabo una expedición militar cuyo objetivo debía ser la conquista del
desierto. Monseñor Espinosa y los salesianos Costamagna y Botta pudieron acompañar al
ejército como capellanes. Durante las interminables cabalgatas, los misioneros tuvieron
finalmente Ia alegría de poder finalmente establecer contacto con los indios.
Aprovechando un descanso en Carhué, puesto avanzado en el corazón de Ia Pampa, se
pusieron enseguida al trabajo entre las tribus pacíficas Tripailao y Manuel Grande. Un
destacamento, acompañado por Don Costamagna, Ilegó por primera vez a las orillas del
Río Negro, en las fronteras de Ia Patagonia, el 24 de mayo de 1878. Después de una
cabalgada de varias semanas, en Ia cual habían sufrido cruelmente por el eansancio, el
fro y cel espectáculo de las brutalidades de los soldados con los indios, los misioneros
fueron presa de profunda emoción. Al recibir las noticias entusiastas de Don Costamagna,
también Don Bosco rebosaba de alegría: "Las puertas de Ia Patagonia se han abierto a
los salesianos".
Después de esta expedición (que no concluyó hasta 1881, después de haber alcanzado
todos sus objetivos), pudo finalmente ser encauzada Ia misión salesiana de la Patagonia.
Se decidió establecer dos centros: uno en Patagones, en Ia orilla izquierda del Río Negro,
y otro en la orilla opuesta, en Viedma. Tres robustos misioneros establecieron allí, desde
1880, su cuartel general: Fagnano, nombrado párroco de Patagones y de todas las
colonias y tribus situadas entre el Río Negro y el Río Colorado; Milanesio, párroco de
Viedma sustituido muy pronto por Don Beauvoir, para permitirle consagrarse a las
grandes expediciones apostólicas a caballo para las que estaba especialmente dotado.
Don Milanesio era el tipo de misionero típico del momento: con barba, infatigable,
dispuesto a vencer inmensas distancias para llegar a las regiones y a las almas que
conquistar para Cristo, amigo y defensor de los indios, cuya Iengua logró hablar.
Don Fagnano, en una carta a Don Bosco, no dejó de censurar duramente a aquellos
soldados corrompidos y a sus oficiales más corrompidos todavía. La paz volvió
solamente, cuando Namuncurá que se había quedado inválido, decidió poner fin a los
sufrimientos de los suyos y negociar con las fuerzas armadas. Don Milanesio fue escogido
como mediador entre las. dos partes y garantizador de Ia palabra dada. Namuncurá fue
ascendido a coronel del ejército nacional. Uno de sus hijos, Ceferino, será alumno de los
salesianos. Ceferino Namuncurá (1886-1905). Monseñor Cagliero lo hizo entrar en el
colegio Pío IX de Buenos Aires, después en el colegio de Viedma. Fue llevado a Italia y
fue recibido por Pío X. Destacado por su piedad y su amor al estudio, quería hacerse
sacerdote para evangelizar a sus hermanos de raza, pero murió prematuramente en
Roma el 11 de mayo de 1905, a los dieciocho años de edad. Ya es beato.
La misión iba creciendo. Ya en 1883, podía gloriarse de haber administrado cerca de
cinco mil bautismos y de haber construido una iglesia, dos capillas y dos escuelas (una de
las cuales regentaban las hermanas salesianas).
Don Lasagna, ya muy ocupado en Uruguay, fue el hombre escogido por Don Bosco para
las gestiones sobre el lugar. Partió para Río de Janeiro a principios de 1882 con el
corazón "presa de fuertes temores y recelos, pero al mismo tiempo animado por
esperanzas todavía más grandes". Prometió la apertura de una casa sobre las colinas de
Niteroi, que dominan Ia capital. El emperador don Pedro II en persona, durante una
audiencia en Petrópolis, le animó a extender la obra salesiana en su nacion. Recorrio
varios estados, escuchó las peticiones angustiosas de los obispos pidiendo ayuda. En
São Paulo, donde los italianos eran numerosos, prometió una parroquia y un colegio. Su
pensamiento volaba ya a los indios de Mato Grosso, la tierra más central y más
desconocida de América. La casa de Niteroi se abrió en 1883, bajo Ia dirección de Don
Borghino, y Ia de Sâo Paulo en 1885, bajo la dirección de Don Giordano.
Conclusión
Podemos afirmar que en trece años se había realizado un trabajo considerable. Los
salesianos se habían establecido en cinco naciones de la América Latina. Se les habían
asignado vastos territorios de misión, uno de los cuales tenla al frente a un obispo.
Monseñor Cagliero, además, desde 1885 desempeñaba el cargo de vicario general de
Don Bosco para América.
Sin perder de vista la evangelización de los indios, los primeros salesianos,
desembarcados en América con ideas un poco románticas sobre Ia misión entre los
salvajes, se habían pronto dado cuenta de la urgencia de una acción en favor del
elemento europeo. Estimulados por Don Bosco, consagraron a ello la mayor parte de sus
energías por medio de obras ya experimentadas: colegios, oratorios, parroquias. Para
hacer más fácil su instalación, procuraban el apoyo de las autoridades religiosas, pero
también el de los gobernantes y de Ia clase dirigente, y esto no estaba exento de peligros.
De todos modos, su trabajo tesonero daba ya algunos frutos, y hacía esperar muchos
más.
CAPÍTULO XVIII
LA CONGREGACIÓN SALESIANA ESTABILIZADA (1874-1888)
Con la aprobación definitiva de las constituciones, lograda en abril de 1874 después de
trámites largos y laboriosos, se abre un nuevo operíodo de organización y consolidación
duraderas de la Congregación Salesiana. Ciertamente, quedan aún algunas dificultades.
Las relaciones con la cura diocesana de Turín son siesmpre muy tensas, tanto que el
arzobispo llegará a impugnar el carácter definitivo de la aprobación romana. En algunos
lugares, la oposición antirreligiosa, por no decir la persecución, no perdona a las casas de
la joven Sociedad. Es el caso de Francia, donde el decreto del 29 de marzo de 1880
sonará en los oídos de los religiosos como un primero y serio aviso. Finalmente, el dinero
falta habitualmente.
Se debe admitir que la pequeña congregación adquiere cada día mayor seguridad.
Afluyen las vocaciones. Se multiplican las fundaciones. El prestigio personal de Don
Bosco se afianza por todas partes, dentro y fuera de Italia. Es la època en la cual algunos
peregrinos extranjeros en viaje hacia Roma hacen una escapada al Oratorio de Turín.
El noviciado
En una Institución religiosa, nada hay más importante que la formación de los candidatos
a la vida religiosa. Don Bosco está consciente de ello y se esforzará por contentar a las
autoridades que estaban al acecho.
Durante varios años su noviciado fue blanco de ataques sumamente violentos, sobre todo
de Monseñor Gastaldi. En una carta del 9 de noviembre de 1872, el arzobispo de Turín
había deplorado la falta de un verdadero noviciado y de una seria formación ascética. En
especial le hacía sentirse pesimista acaerca del fluturo la escasa humildad de los jóvenes
clérigos del Orastorio. Y concluía invitando al fundador "a rezar y humillarse coaram Deo
et hominibus".
En un memorial dirigido a Roma en marzo de 1874, Don Bosco intentó refutar las críticas
que se le venían haciendo con insistencia. Viéndose empujado a establecer un noviciado
de dos años, durante los cuales los candidatos a la vida salesiana habarían de dedicarse
únicamente a ocupaciones ascéticas, se explicó con franqueza: " Esto podría practicarse
en otros tiempos, pero ya no es posible en nuestros países, actualmente esto destruiría la
Institución Salesiana, porque la autoridad civil, al darse cuenta de la existencia de un
noviciado, lo disolvería inmediatamente dispersando a los novicios. Este noviciado no
podría adaptarse a las Constituciones Salesianas, que tienen como base la vida activa..."
Para obtener la aprobación Don Bosco debió someterse tanto en la cuestión del
noviciado, como en algunas más. El texto aprobado de las Reglas preveía un noviciado
de tipo tradicional, cuya duración quedaba reducida a un año. Si, por tanto, tenía motivos
para sentirse defraudado, ¿qué línea de conducata adoptaría en la práctica?
En primer lugar, nombró un maestro de novicios. Hasta aquel momento, Don Rúa había
desempeñado ese cargo, pero ahora importaba confairlo a un hombre libre de todo otro
cometido. Para este delicado puesto, eligió a don Julio Barberis, que le parecía la
encarnación del espíritu salesiano. "Don Barberis ha comprendido a Don Bosco", había
dicho él. Aprovechándose de un permiso oral de Pío IX, no dejó de confiar a los novicios
toda clase de trabajos: catequesis, clase, asistencia: esto no tardará en suscitar nuevas
recriminaciones por parte del arzobispo. Sólo, andando el tiempo, se le vio orientarse
hacia la constitución de un grupo de novicios separado del resto de su Oratorio de Turín.
Se dio un paso adelante en el sentido deseado por las Reglas con la instalación de los
novicios en un exconvento benedictino en San Benigno Canavese. Con todo, para no dar
a esta casa un aspecto demasiado eclesiástico, Don Bosco abrió en ella algunos talleres y
un oratorio. Finalmente, en 1886, se efectuaba un nuevo traslado a una propiedad
adquirida en Foglizzo. Es probable que esta fecha señale el punto de llegada de la lenta
evolución experiementada por la institución del noviciado, que pasa del tipo activo al tipo
ascético deseado por las reglas aprobadas. Don Bosco ha contribuido a ello más por
necesidad que por convicción.
En Roma, a donde se trasladó en febrero de 1875, expuso sus intenciones a Pío IX, que
las aprobó entusiasmado. Muchos obispos expresaron un entusiasmo no menor. Hizo
imprimir un folleto titulado: Obra de María Auxiliadora en favor de las vocaciones al estado
eclesiástico. En su concepto se trataba de una obra que debía ser sostenida moralmente
y materialmente por los católicos. Preveía que muchos candidatos no podrían pagar los
estudios y no quería que la pobreza fuera un obstáculo insuperable.
En el otoño de 1875, se había ya pasado del proyecto a la acción concreta. Una sección
de vocaciones tardías -se llamarán los Hijos de María- encontró sitio en la casa de
Sampierdarena, bajo la dirección de Don Albera. Otro grupo hacía sus estudios en el
Oratorio de Turín. Ya desde finales del primer año escolar, la experiencia justificó las
esperanzas extraordinarias de Don Bosco: de los 35 que acabaron el curso, 8 abrazaron
el estado religioso, 21 entraron en el clero diocesano y 6 se orientaron hacia las misiones.
En Sampierdarena, el porvenir podía parecer asegurado: las peticiones de inscripción
llegaban en gran número.
Una de las mayores decisiones del capítulo fue dejar al rector mayor, a petición suya, la
tarea de revisar y de ordenar todo el material de las deliberaciones, en otras palabras, la
legislación que emanaba de los debates de la asamblea.
Primeras inspectorías
En la época del primer capítulo general, los provinciales o inspectores existían solamente
in pectore. Hasta 1876, las casas no tenían ningún vínculo entre sí, sino que dependían
directamente del capítulo suoperior. En 1877 aparece en el Anuario Pontificio una
inspectoría romana y una americana, pero solamente la última tiene un inspector propio
en la persona de con Cagliero, Al año siguiente, se pueden leer en él dos nuevas
inspectorías: una piamontesa y una ligur.
El santo intentó justificarse como mejor pudo, rogando a su Eminencia que fuera
comprensiva para con su pobre Sociedad. El resultado no fue lucido, pues en octubre le
llegaba una nueva serie de 9 observaciones. Referente a las cuestiones financieras se le
acusaba de preocuparse de las leyes civiles sólo para eludir las eclesiásticas. A principios
de 1880, emprendió nuevas gestiones. Después de algún tiempo, pareció que las
dificultades habían sido superadas; de hecho, fue dejado en paz.
Todos estos trámites le habían obligado a poner en su punto con mayor precisión su obra
en el aspecto jurídico, y esto podía facilitar las cosas más tarde. Además, desde marzo de
1879, la congregación gozaba en Roma del apoyo de un cardenal protector en la persona
del secretario de Estado Lorenzo Nina.
Según el Anuario Pontificio, Don Rúa desempeñaba este cargo desde 1877. Pero este
sacerdote, de una actividad maravillosa tenía otros 20 cargos y no podía residir en Roma.
Será a Don Dalmazzo a quien se le confiará esta funcion a principios de 1880.
Desde hacía 13 años, Don Bosco andaba buscando en Roma una sede para los
salesianos. Después de muchas desilusiones, acabó obteniendo el uso de algunas
habitaciones en un convento de oblatas (Tor d'Specchi). Allí fue a residir el procurador
Don Dalmazzo en compañía de un clérigo y de un novicio coadjutor. La pequeña
comunidad fue considerada casa salesiana e incardinada en la inspectoría romana.
Competía a la asamblea elegir a los miembros del capítulo superior los cuales, a
excepción del rector mayor, llegaban al final de su mandato. En los puestos clave
permanecieron los mismos titulares: Rúa seguía de prefecto y Cagliero de director
espiritual, aunque estaba de misionero en América. Poco sabemos de las discusiones:
fueron menos importantes que las del capítulo de 1877. Se limitaron a revisar y a
completar las decisiones anteriores. Esto es lo que afirmaba Don Bosco en la
presentación del librito de las deliberaciones impreso en 1882: "Durante este capítulo se
han examinado nuevamente las decisiones tomadas en 1877 y se han introducido las
modificaciones sugeridas por la experiencia; se han añadido algunas nuevas decisiones".
Las añadiduras más significativas atañen a la formación intelectual de los salesianos y
ocupan dos capítulos titulados: Estudios eclesiásticos y Estudios filosóficos y literarios.
Hay también algunas puntualizaciones sobre la elección de los miembros del capítulo
superior y las atribuciones de cada uno de ellos.
Otro acontecimiento este mismo año 1880 es la creación de dos nuevas inspectorías, que
se añadían a las cuatro ya existentes. La inspectoría americana, dividida en dos, daba
origen a la inspectoría argentina, confiada a Don Costamagna y una segunda inspectoría,
que comprendía las casas salesianas de Uruguay y Brasil y estaba bajo la autoridad de
Don Lasagna.
Por otra parte, las casas francesas, incardinadas hasta entonces en la inspectoría ligur,
constituían una inspectoría autónoma. Para su gobierno, Don Bosco se dirigió a Don
Albera, director en Sampierdarena, que fue a establecerse en Marsella. A propósito de la
inspectoría romana, hacemos notar que comprendía no sólo las casas de Tor d'Specchi,
de Magliano y de Faenza, sino también la de Randazzo en Sicilia y la de Utrera en
España.
Durante la última sesión de aquel capítulo, Don Bosco concluyó con alguna
recomendación: conocer bien el tiempo en que se vive y adaptarse a él; evitar castigos
humillantes a los niños y guardarse de las amistades demasiado sensibles; necesidad de
que el director tenga caridad para con todos.
Las decisiones de este capítulo no fueron publicadas aparte, sino junto con las del
capítulo de 1886.
Añadamos que hacia fines de 1883 Don Bosco tuvo la idea de dotar al capítulo superior
de Turín (y también a los capítulos generales futuros) de un secretario estable, que habría
de ser al mismo tiempo su confidente y su futuro biógrafo. La elección cayó sobre Juan
Francisco Lemoyne, capellán por entonces de las hermanas de Niza Monferrato. Don
Bosco tuvo tanta confianza en su secretario, que le dijo en los primeros días de su
entrada en funciones: "Yo no tendré secretos para ti, ni los de mi corazón, ni los de la
Congregación".
Para este fin, se trasladó a Roma en 1875. Como punto de partida, pide la comunicación
de los privilegios y en especial el de poder dar las dimisorias, a fin de que sus
seminaristas puedan ser ordenados por cualquier obispo. El Papa encarga una comisión
el estudio del asunto. Esta se pronuncia en sentido negativo sobre la cuestión de las
dimisorias, por consideración al arzobispo de Turín. En cuanto a los privilegios en general,
Don Bosco se convence de que la petición está mal formulada.
Vuelve a la carga algún tiempo después, pero esta vez se guarda muy bien de pretenderlo
todo en bloque. Su petición versa solamente sobre algunos favores muy precisos, incluida
la cuestión de las dimisorias. La respuesta es la misma. Se dirige a León XIII, elegido
Papa en 1878, pero sin obtener nada sustancial. La oposición del cardenal Ferrieri es
trenza; durante toda su vida estará persuadido de que la congregación salesiana es una
agrupación inconsistente y provisional de personas.
En 1882, nuevo plan de acción, viaje a Roma y audiencia de León XIII, que nombra en
secreto una nueva comisión cardenalicia. La misma respuesta evasiva. "Tenéis enemigos
y es preciso que andéis con pies de plomo, porque en Roma se ven como realidad incluso
las imaginaciones".
Dos años más tarde, en 1884, el mismo Papa se muestra dispuesto a conceder a Don
Bosco "todo lo que quiere" y le demuestra una cordialidad desacostumbrada. Aludiendo a
la muerte de Monseñor Gastaldi, acaecida el 25 de marzo, añadió incluso: "Ahora ya no
está vuestro adversario". Efectivamente, gracias a la intervención personal de León XIII, la
Congregación Salesiana obtuvo, con un decreto de aquel año, la comunicación de todos
los privilegios de los redentoristas.
Los trámites habían durado 9 años. Don Bosco estaba contento, no teniendo ya -como él
decía- "nada más que desear". Sus últimos tres años y medio de vida, aunque turbados
por sufrimientos físicos, fueron años serenos.. Por otra parte, el Papa le había hecho un
regalo nombrando para la sede de Turín a su amigo el cardenal Cayetano Alimonda.
Escribió la respuesta, proponiendo el nombre de Don Rúa y la hizo llegar al Papa, que se
mostró conforme con ella. Un decreto de Roma vino a aceptar la elección. Pero Don
Bosco no quiere hacer del dominio público la decisión. Fiel a su método experimental,
empezó a preparar a su sucesor para su futura misión, ensanchando gradualmente la
esfera de sus responsabilidades.
Lo mismo en los capítulos precedentes, se otorgó a Don Bosco plenos poderes para
revisar, ordenar y completar las decisiones tomadas. Las deliberaciones del cuarto
capítulo general se publicaron en 1887, junto con las del capítulo anterior.
Muerte de Don Bosco
Desde 1884, Don Bosco no era más que la sombra de sí mismo. Las preocupaciones y
los trabajos marcaron sobre él una huella profunda. Pero continuaba cuidándose de todo
y arrastrándose de ciudad en ciudad y hasta Francia y España, predicando con el ejemplo
más que con la palabra, ingeniándose por encontrar dinero con que sostener las variadas
actividades de las dos congregaciones. Y sobre todo, para construir la iglesia del Sagrado
Corazón en Roma.
La hora de Dios para este trabajador incansable sonó el 31 de enero de 1888. Don Bosco
expiró en las primeras horas de la mañana. Contaba con setenta y dos años y cinco
meses.
Don Rúa, que ignoraba el decreto de 1884, se preocupó de la sucesión. Ses dirigió a
Roma. Con un nuevo decreto ex audentia Sanctissimi, fue nombrado rector mayor por
doce años, a partir del 11 de febrero de 1888.
Una semana antes de morir, Don Bosco había declarado: "La congregación no tiene nada
que temer: tiene hombres formados". El porvenir demostraría bien pronto que esto era así
y como había falta de fundamento para algunos malos presagios.