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CAPÍTULO X

LAS CONSTITUCIONES SALESIANAS


HASTA 1874
El camino recorrido por Don Bosco desde la primera redacción de las constituciones hacia
1855 hasta su aprobación definitiva en 1874, recuerda el que debió recorrer para reclutar
los primeros salesianos. Fue, en efecto, largo y difócil. Un trabajo y unas preocupaciones
que duraron unos veinte años.

Trabajos de investigación y de estudio, redacción minuciosa del texto, modificaciones


continuas exigidas por la experiencia y por Ia autoridad eclesiástica, malas pasadas de
sus opositores, todo esto habría bastado a más de uno para disuadirlo de ponerse a una
obra semejante y de intentar ilevarla a puerto felizmente. Don Boso lo hizo. Pero confesó
que, si hubiese sabido antes lo que le habría costado, quizá le hubiera faltado el ánimo...

Preparación
El punto de partida debemos situarlo en 1855, año en que llevó a cabo el primer noviciado
y en el que se emitieron los primeros votos privados. Don Bosco trazaba un primer boceto
de las reglas (o constituciones) de Ia nueva congregación.

Los elementos de estas reglas están sacados, entre otras fuentes, de su experiencia. A
este propósito, debemos señalar que Ia adquirida como director del oratorio festivo y de Ia
casa de Valdocco, había sido ya codificada en dos reglamentos: el reglamento del oratorio
externo, concebido hacia 1847 y el reglamento de la casa del Oratorio, elaborado en los
años 1852-1854 (será publicado mucho más tarde, en 1877). En 1855, podía, pues,
beneficiarse de todas las aportaciones anteriores. En realidad, un cotejo entre estos
textos demuestra que los dos primeros le sirvieron de base para las constituciones, sabre
todo en lo referente a Ia terminoiogIa y a la espiritualidad.

En segundo lugar, él se informa y pide consejo. Busca en Ia historia de Ia Iglesia lo


referente a las órdenes religiosas, su naciniiento, forma y evolución. Sin descuidar las
Reglas de las órdenes antiguas, se documenta cuidadosamente sobre las congregaciones
más recientes como Ia del Instituto de la Caridad del abate Rosmini y de los Oblatos de la
Virgen Maria del abate Lanteri. Pide el parecer de personas tenidas por competentes en la
materia.

Don Bosco se convence así de que, sin tocar la esencia inmutable de Ia vida religiosa, era
necesario adaptar ésta a las nuevas condiciones de Ia Iglesia de su tiempo. La ley de
supresión de los conventos, votada precisamente en 1855, se encargaba de recordarle
esta condición indispensable. Evidentemente era preciso tener en cuenta los cambios
habidos en Piamonte y procurar incorporar la nueva congregación en el contexto de la
época, dominada por el liberalismo anticlerical. Dentro de esta perspectiva veremos al
fundador de los salesianos defender mordicus el estado civil de sus religiosos ante las
autoridades eclesiásticas. Lo veremos, además, insistir sobre el carácter de beneficencia
de su Sociedad, a. fin de escapar a Ia Iey de supresión. La conversación con Ratazzi en
1857 no hará más que confirmarle en sus ideas.
Después de dos años de esta maduración, tenía listo un texto. (Desgraciadamente, esta
primera edición de las constituciones no ha liegado a nosotros). Empiezan entonces las
diligencias para obtener su aprobación de la jerarquía

Las Constituciones de 1858


Puesto ál corriente de Ia útima iniciativa de Don Bosco, Monseñor Fransoni, desde su
exilio lionés, se mostró muy alentador.

Sin embargo, para mayor seguridad, le aconseja que vaya a Roma a hablar de su
proyecto al papa Pío IX. Don Bosco partió para Roma el mes de febrero de 1858,
acompañado por el estudiante de teología Miguel Rúa. Lievaba consigo un ejemplar
manuscrito de las constituciones.

Desde Ia prirnera audiencia, el 9 de marzo, Pío IX le da pruebas de una benevolencia que


no se desmentirá ya más. No oculta la propia satisfacción ante la actividad exuberante del
sacerdote turinés. Sobre todo, aprueba las intenciones del fundador y lo anima a continuar
su obra, añadiendo algunas recomendaciones de gran interés. Helas aquí tal como las
reconstruyó la primera tradición salesiana:

Es necesario que establezcáis una sociedad que no pueda ser entorpecida por el
gobierno; pero al mismo tiempo, no debéis contentaros con ligar a sus miembros con
simples promesas, porque de otra manera no existirían los oportunos vInculos entre los
socios, entre los superiores e inferiores; no estarlais nunca seguros de vuestros súbditos,
ni podríais contar para mucho tiempo con su voluntad. Procurad ajustar vuestras Reglas a
estos principios, y, una vez acabado el trabajo, será examinado. La empresa, con todo, no
es nada fácil. Se trata de vivir en el mundo, sin ser conocidos por el mundo. Pero, si esta
empresa es voluntad de Dios, Él os iluminará. Marchad, rezad y dentro de unos días
volveréis y os daré mi opinión".

Feliz por la acogida del Papa, Don Bosco vuelve a tomar el texto y lo corrige para
adaptarlo a los consejos recibidos. Rúa saca una copia de este nuevo texto.
El 21 de marzo, segunda audiencia de Pío IX. El Papa puntualiza y desarrolla su idea: .
"He pensado en vuestro proyecto, y me he convencido de que hará mucho bien a Ia
juventud. Hay que llevarlo a efecto. Las .Reglas sean suaves y de fácil observancia. La
forma de vestir, las prácticas de piedad no la hagan distinguirse en medio del mundo.

Con este fin, quizá fuera mejor Ilamarla Sociedad más bien que Congregación. En
conclusión, haced de manera que cada miembro de ella ante la Iglesia sea un religioso, y
un ciudadano en Ia sociedad civil“.

Don Bosco le presenta entonces el texto retocado: "He aquí, Beatísimo Padre, le dice, el
reglamento que contiene la disciplina y el espíritu que, desde hace veinte años, guía a
aquéllos, que emplean sus energIas en los Oratorios".

El texto más antiguo que se conserva de las constituciones y que podemos hacer
rernontar a 1858-1859, tenía nueve capítulos, sin contar una breve introducción: Orígenes
de esta congregación (que desaparecerá), Fin de esta congregación, Forma de esta con
gregación, Voto de obediencia, Voto de pobreza, Voto de castidad, Gobierno interior de la
congregación, Los otros superiores, Admisiones• Estas Reglas no presentaban nada
abiertamente rnonástico, ni nada aparentemente complicado, corno había recomendado
Pío IX.
Se trataba de una sociedad de eclesiásticos y laicos, unidos por los votos, deseosos de
consagrarse al bien de la juventud pobre (y además de mantener Ia religion católica en las
capas populares con la palabra y con los escritos). No había nada que pudiera chocar
contra cualquier gobierno, incluso hostil a las congregaciones tradicionales: los salesianos
eran ciudadanos como los demás. En efecto, "cada uno, al entrar en Ia congregación, no
perderá sus derechos civiles incluso después de emitir los votos, por lo cual conserva Ia
propiedad de sus bienes..." Pero naturalmente, "los frutos de tales bienes durante todo el
tiempo que permaneciere en Ia congregación, deben ser cedidos a favor de Ia
congregación. Extrañas concesiones verbales hechas por religiosos al liberalismo burgués
de la época...

Retrasos
Miantras el núcleo de los primeros salesianos aumentaba de mes en mes, y Ia
congregación nacía oficialmente en diciembre de 1859, Don Bosco elaboraba y
reelaboraba el texto a Ia luz de la experiencia. En el término de cinco años, seis veces,
por lo menos, fue puesto en limpio.

La causa principal del retraso eran algunas reticencias manifestadas por las autoridades
religiosas locales. Para obtener la aprobación de las autoridades rornanas, Don Bosco
debió apoyar su petición con un cierto número de recomendaciones episcopales, pero,
sobre todo, con el placet de Ia autoridad diocesana de la Ciudad.

Ahora bien, si las gestiones ante los obispos del Piamonte fueron relativamente fáciles, Ia
curia de Turín se mostró muy perpleja acerca de las relaciones entre Ia congregación y el
obispo del lugar Monseflor Fransoni, a pesar de su benevolencia hacia Don Bosco, no
quería precipitar las cosas, y murió en 1862. Bien pronto, sus sucesores se limitaron a
demostrarle una cierta frialdad: es lo menos que se puede decir.

Con todo, la aprobación llegó en febrero de 1864. Inmediatamente, todo el expediente (el
último texto de las constituciones y las cartas comendaticias de los obispos) fue
transmitido a Roma a través de una persona de confianza. Previendo alguna dificultad,
Don Bosco había incluido un pliego de observaciones, en el cual se esforzaba en justificar
algunos puntos especiales.

Las observaciones suscitadas por el texto de 1864

En Roma, en el seno de Ia Congregación de Obispos y Regulares, los documentos fueron


objeto de un examen benévolo, pero riguroso. El 23 de junio de 1864, esta Congregación
emana un decreto de alabanza (decretum laudis), que reconoce Ia existencia y aprueba el
espíritu de la nueva Sociedad, pero difiere para más tarde la aprobación verdadera y
definitiva de sus Reglas.

Una rápida lectura del texto renovado de 1864 pone de manifiesto nuevos e importantes
avances con relación al de 1858-1859.
Un nuevo capítulo, titulado Gobierno religioso de Ia Sociedad, se esfuerza por recoger las
exigencias de los obispos. Otro, titulado De cada casa en particular, viene a testificar que
la congregación ha empezado a proliferar fuera de Turin. Al final del texto aparecen,
además, tres nuevos títulos: Del vestido, Los externos, Profesión y fórmula de los votos.
Dentro del penültimo tItulo, se lee un artículo audaz: "Cualquier persona aun viviendo en
el siglo, en la propia casa, en el seno de la propia familia, puede pertenecer a nuestra
Sociedad".

Este artículo fue causa de reservas por parte de Ia Congregacion de Obispos y


Regulares, que presentó trece observaciones (Anima versiones in Constitutiones) del pro-
secretario- Svegliati al decreto de alabanza, muy importantes para la futura evolución del
documento. Estas movieron a Don Bosco a refundirlo parcialmente No vaciló en aceptar
las sugerencias presentadas per Ia mayor parte de las observaciones, pero no pudo
decidirse a modificar o suprimir varios artículos sobre las cartas dimisorias, sobre los
miembros externos o sobre el estatuto civil de los salesianos. En una nota explicó sus
vacilaciones. Las constituciones latinas editadas en 1867. fueron redactadas en esta
lengua. Los títulos no cambiaban. Únicamente figuraba como apéndice el título sobre los
miembros externos.

La bataIla de las "dimisorias"


En todo este tiempo, Don Bosco dedicó Ia mayor parte de sus esfuerzos a reivindicar para
el Superior Mayor de la congregación fundada por él el derecho de dar las cartas
dimisorias, es decir presentar al obispo los candidatos a las ordenaciones. Podia parecer
que buscaba sustraer Ia Sociedad a la jurisdicción episcopal.

Dificultades casi insuperables se acumularon en su camino Precisamente en esta época,


se estaba creando en Roma una corriente muy fuerte en favor de la jurisdicción de los
obispos sobre los religiosos. En Turín, el nuevo arzobispo Monseñor Riccardi di Netro se
cayó de las nubes cuando supo las intenciones de su viejo amigo. Reaccionó
inmediatamente haciendo saber que en adelante conferiría las órdenes únicamente a los
seminaristas de su seminario mayor.

Esta medida, dice Don Ceria, "pareció a los hombres de poca fe el principio del fin". Pero
el arzobispo no quiso que Ia obra de los oratorios corriera el riesgo de desaparecer e hizo
una excepción para los clérigos que tenían intención de formar parte de la Sociedad de
San Francisco de Sales. Llegó muy a tiempo, pues los mismos profesos ya se planteaban
dudas sobre su porvenir.

El Fundador, por su parte, seguía multiplicando sus gestiones para obtener Ia aprobación
definitiva de su obra. Reunía un nuevo dossier de recomendaciones episcopales. Pero era
evidente que ni el arzobispo de Turín ni Ia Congregación de Obispos y Regulares se
dejarían convencer fácilmente. Decidió entonces ir a Roma para intentar lo imposible.

Se puso en viaje el 8 de enero de 1869. Muchos le habían desaconsejado el viaje.


Trabajo inútil, le decían. Pero Don Bosco, escribiría Don Rúa en su crónica, "confiado en
María Auxiliadora, respetando sus consejos, no dejó de hacer lo que le parecía sugerido
por el Señor". Llegado a Roma, encontró en graves apuros.a sus más encarnizados
adversarios el cardenal Antontelli estaba enfermo lo mismo que Monseñor Svegliati, su
censor, en cuanto al cardenal Berardi, estaba gravemente preocupado por el estado de
salud de un sobrino. Don Bosco reza, y estos personajes obtienen la curación.

El apoyo de estas personalidades fue eficaz, ya que el primero dé marzo de 1869, un


decreto de Ia Congregación de Obispos y Regulares aprueba oficialmente Ia Sociedad
Salesiana. Simultáneamente, daba a la cuestión de las dimisorias un principio de solución;
el superior general, en efecto, obtenía Ia autorización de hacer ordenar, solamente a título
de Ia Sobiedad, a los serninaristas entrados en las casas salesianas antes de los catorce
años. Era ya mucho. Cuando Don Bosco reapareció en el Oratorio, tuvo una acogida
triunfal.

Hacia Ia aprobación de las constituciones


La aprobacion de la congregación salesiana no incluía automaticamente la de las Reglas.
Por otra parte, el decreto precisaba que Ia aprobación definitiva de las constituciones se
aplazaba para más tarde.

Estas continuaban siendo objeto de crIticas e impugnaciones. Las trece observaciones de


Monseñor Svegiiati volvieron a Don Bosco. En 1873, procedió a una nueva edición de las
Reglas, que fueron retocadas a fin de que fueran más conformes con los deseos de las
autoridades. Para prevenir que se repitiesen las objeciones,escribió una explicación en
latin referente a las trece observaciones. Vuelto a partir para Roma el 8 de febrero de
1873, se enteró de que habia llegado una carta del arzobispo de Turín, Monseñor
Gastaldi. Lo mismo que su predecesor, estaba firmemente decidido a mantener la nueva
congregación en su diócesis y bajo su autoridad. Además, censuraba sin ambages Ia
deficiente formación de los salesianos, la falta de un verdadero noviciado y de estudios
regulares.

Esta vez, el examen de las reglas fue confiado a un nuevo consultor, el Padre Bianchi,
procurador general de los dominicos. Una nueva lista de observaciones saldrá el 9 de
mayo de 1873 del confrontamiento, realizado por él, entre las Reglas de 1873, las
observaciones de Svegliati, las aciaraciones de Don Bosco y las protestas del Arzobispo
de Turín. Treinta y ocho fueron las observaciones del Padre Bianchi, reducidas a
veintiocho en el documento presentado a Don Bosco. Este respondió con respeto, pero
con firmeza a las observaciones de su arzobispo, refutadas, por otra parte, por los elogios
recibidos de otros obispos, y en especial de Monseñor Manacorda, obispo de Fossano.
Pero debió doblegarse ante las exigencias de la Congregación de Obispos y Regulares.

Aprobación de las constituciones (1874)


El 30 de diciembre de 1873, Don Bosco volvía a Roma con la esperanza de arrancar la
aprobación. A su llegada, se impuso el deber de preparar Ia Positio, as decir el conjunto
de la documentación necesaria para obtenerla. Revisó, una vez más, el texto de las
constituciones introduciendo en ellas Ia mayor parte de Ias observaciones del Padre
Bianchi. Visita a los cardenales y monseñores a fin de ganárselos lo más posible para su
causa. Mientras tanto, había sido nombrada por el Papa una comisión de cuatro
cardenales para pronunciarse sobre la cuestión de Ia aprobación. Al acercarse el
momento decisivo, los salesianos de Turín se impusieron un triduo de ayuno y los
muchachos rezaban por el éxito final.

Los cuatro cardenales se reúnen Ia primera vez el 24 de marzo. Reunion favorable, pero
no decisiva. Una segunda (y última) tendría lugar el día 31.

Llegó la reunión esperada y temida. Las discusiones se prolongaron durante más de


cuatro horas. En principio, los cardenales son favorables a una aprobación provisional de
10 años, pero en vista de la explícita declaración del Papa, se deciden por una votación
para la aprobación definitiva. Resuitado: tres cardenales votan a favor, el cuarto se
pronuncia en favor de una aprobación provisional por diez años. Tres días después, Pío
IX, enterado de que faltaba un voto para resolver definitivamente el debate, exclama:
¡Pues bien, lo pongoyo!. El 13 de abril de 1874, se publica el decreto de la Congregación
de Obispos y Regulares que pone punto final a una larga serie de gestiones.
Mientras tanto, ¿qué cambios se habían introducido en el texto de las constituciones?
Durante el año 1874, aparecieron sucesivamente tres nuevas ediciones, que contenían,
por orden, el texto 1874 I (que incluía nuevos capítulos sobre los estudios y sobre el
noviciado, pero suprimía el apéndice sobre los miembros externos); el texto 1874 II, sin
modificaciones importantes respecto al anterior; el texto 1874 III, que es el texto aprobado
y que se presenta a nosotros en dos redacciones, la que precede y Ia que sigue a las
correccjones estilísticas.

El texto de las constituciones salesianas se imprimió en 1875 en lengua italiana para uso
de los religiosos. Notemos, finalmente, que Don Bosco no tenía la superstición del texto
oficial; se permitió retocarlo en varios puntos.

Evolución del contenido de las Constituciones


Después de todo lo dicho sobre las vicisitudes por las que pasó el texto antes de su
aprobación definitiva, será interesante examinar las sucesivas versiones. Digamos
enseguida que, de 1858 a 1874, el contenido de las reglas de Ia Sociedad de San
Francisco de Sales ha sufrido una notable evolución. A este propósito, el peso de las
observaciones provenientes de Ia Sagrada Congregación de Obispos y Regulares fue
determinante.

En efecto, las variantes que se encuentran hasta 1864 no tienen mucha importancia. Las
añadiduras aparecidas entre 1858 y 1864 eran exigidas por el desarrollo de una
congregación que debía prever la sucesión del superior general y la vida de cada una de
las casas; además, Don Bosco había pensado poder añadir a esta congregación
miembros no sujetos a Ia vida común. ‘La fisonomía de Ia congregación no había sufrido
grandes cambios.

Pero, a partir de 1864, bajo Ia presión de las observaciones de Svegliati, aparecen


modificaciones más importantes, evidenciadas por un cotejo entre el texto de 1864 y el de
1874. Afectan principalmente al gobiemo de Ia Sociedad, las relaciones con la autoridad
jerárquica, la vida religiosa de los salesianos y su formación.

Diferencias principales
entre los textos de 1864 y 1874
A pesar de las presiones ejercidas, el fin de Ia Sociedad Salesiana no cambió. Entre otras
cosas, pudo continuar formando futuros sacerdotes, aunque se acusara a Don Bosco de
querer crear un clero rival y de querer suplantar a los seminarios. Con todo, para abrir una
casa de esta Indole, en adelante tendria necesidad de una autorización de la Santa Sede.

La forma de gobierno de 1864 era patriarcal. En 1874, los poderes del rector mayor y del
Capítulo de la casa madre habían disminuido a favor de Roma, del obispo local, del
capítulo superior, inexistente al principio, y del capítulo general. El rector debía ser elegido
para doce años y no ya de por vida. El capítulo general se reuniría cada tres años. Roma
se reservaba el derecho de dispensar de los votos, incluso los temporales. El obispo
designaba los confesores de los salesianos. Su rendición de cuentas al superior no se
extendía ya a todos los secretos del corazón. Por lo que concierne al gobierno de Ia
congregación, se puede afirmar que Ia Santa Sede, reduciendo la autoridad del rector, ha
impuesto una cierta descentralización.
El tenor de vida de los súbditos no había tenido grandes cambios, pero se acercaba un
poco más al tipo tradicional. La frase "El salesiano no pierde los derechos civiles", había
desaparecido. Los religiosos no debían ser por lo menos dos en cada casa, sino por lo
menos seis. Las prácticas de piedad no aumentaban ciertamente no obstante una
observación del documento Svegliati. La duración de los ejercicios espirituales no se
precisaba: serían de diez o al menos de seis días. La cosa más importante era la
supresión de los miembros externos: todo salesiano estaría obligado a Ia vida común. Los
cooperadores, creados en 1876, ocuparán el puesto de estos "salesianos en el mundo",
que Don Bosco había querido instituir

Finalmente, la formación de los salesianos en 1874 se acercaba un poco más a la


formación tradicional de los religiosos. El noviciado ascético no duraría dos años, como
parece que habían pedido algunos; pero el noviciado era organizado en forma autónoma.
Además, los estudiantes eclesiásticos no se podrían dedicar a ocupaciones extrañas,
excepto, decía un inciso, en caso de necesidad.

Por estas breves observaciones sobre Ia evolución de las constituciones salesianas,


aparece evidente que la intervención de Roma ha tenido como efecto suavizar alguna de
las aristas más originales del texto primitivo. La Sociedad Salesiana, con los tres votos
simples de pobreza, castidad y obediencia, con la obligación de Ia vida común, Ilegando a
incorporarse en los organismos eclesiásticos como una congregación clerical exenta,
caminaba por Ia senda de las cIásicas congregaciones de Ia época tridentina.

En muchos campos Don Bosco había soportado esta evolución. Pero, puesto que Roma
había dado su consentimiento, estaba convencido de que su obra perduraría.

CAPÍTULO XI
EL APOSTOLADO EN ITALIA
DESDE 1863 A 1875
La situación política y religiosa
Mientras multiplicaba las gestiones para conseguir Ia aprobación de la Sociedad
Salesiana y sus constituciones, Don Bosco proseguía e intensificaba su obra,
principalmente en Piamonte, antes de extenderla a otras regiones de Italia.

Ahora bien, en aquel tiempo el país vivía acontecimientos decisivos. El Piamonte de


Víctor Manuel II y de Cavour había tomado en su mano la causa de Ia unidad nacional y
Ia estaba llevando a término. Después de los éxitos franco-sardos de 1859 en Magenta y
Solferino contra Austria, que habían dado Lombardía al Piamonte, otras regiones de Italia
se habían levantado en armas y habían votado su anexiôn al Estado sardo. Cuando, en
1861, el primer parlamento italiano proclamó a Victor Manuel II rey de Italia, para el logro
de la unidad no faltaba más que el Véneto, que pertenecía a Austria, y Roma, protegida
por las tropas de Napoleon III. Italia obtuvo el Véneto en 1866, gracias a la victoria de
Prusia sobre Austria en Sadowa, pero habrá que esperar a 1870 para que el ejército
italiano, aprovechándose de la guerra franco-alemana, ocupe Roma, que se convertirá así
en la capital de la Italia unificada.

Detrás de estos acontecimientos, es fácil adivinar el drama de conciencia de los católicos


jtalianos, divididos entre Ia lealtad hacia un Estado convertido en anticlerical por fuerza de
las circunstancias y la adhesión a Ia Iglesia y al Papa. Don Bosco, aunque era un
partidario convencido del poder temporal de los papas, predicaba Ia sumisión al nuevo
Estado y gozaba de la confianza de varios ministros liberales.

Esta actitud realista, no desprovista de diplomacia, le permitió continuar adelante, a pesar


de todos los obstáculos. Su actividad aparece especialmente eficaz en tres campos: Ia
construcción •de Ia iglesia de María Auxiliadora en Turín, las primeras fundaciones fuera
de Ia capital piamontesa y el apostolado de Ia prensa.

La iglesia de María Auxiliadora (1863-1868)


La construcción de esta iglesia es un capítulo aparte en la historia cle Ia Sociedad
Salesiana. Ciertamente, Don Bosco pensaba sustituir la igiesia de San Francisco de
Sales, que resultaba ya demasiado pequeña. Pero deseaba, según Don Ceria, erigir un
monumento que fuera el centro de cohesión mística y, al mismo tiempo, un santuario
común para Ia congregación.
A decir del santo (si interpretamos bien su <autobiografía>), María misma Ie habia
mostrado con anterioridad Ia iglesia, que debía construir en su honor. Durante un sueño
que se remonta a 1844, la Virgen, bajo Ia figura de una pastora, le habla señalado con el
dedo una "estupenda y esbelta iglesia" en cuyo interior se podia leer escrito en caracteres
cubitales: Hic domus mea, inde gloria mea. Otro sueño, que podemos situar en 1845,
había precisado incluso el lugar donde se levantaría, que, según Ia Señora, debía
coincidir con el sitio donde habían muerto los mártires de Turín, Solutor, Aventor y
Octavio.

Don Bosco habla explícitamente de su proyecto por primera vez una noche del mes de
diciembre de 1862. Es Pablo Albera quien recibió la confidencia: "Nuestra iglesia (San
Francisco de Sales) es demasiado pequeña, en ella no caben todos los jóvenes o bien
están pegados los unos a los otros. Construiremos otra más hermosa, más grande, que
sea magnífica. Le daremos este título: Iglesia de María Santísima Auxiliadora.

La decision estaba tomada, pero ¿cómo llevarla a cabo? ¡No se tenía dinero! ¡Ni siquiera
el solar! El campo de los sueños había sufrido curiosas transformaciones. Adquirido por
Don Bosco el 20 de junio de 1850, había sido revendido por él el 10 de abril por motivos
fáciles de adivinar. Afortunadamente, recobraba su posesión el 11 de febrero de 1863.

Se multiplicaron los proyectos. El constructor quería algo grande, suntuoso. Se contentó,


en definitiva, con los planos del arquitecto Spezia, aunque había soñado con una iglesia
más espaciosa. Esto no impidió a muchos considerar temeraria Ia empresa, dada la
pobreza de Don Bosco.

Por su parte, el ayuntamiento de Turín planteó dificultades de índole particular. Aprobaba


la erección de una iglesia en la barriada de Valdocco, pero no le gustaba absolutamente
el título que se le pensaba dar. Hizo saber que el título de María Auxiliadora era impopular
e inoportuno, en unos despertaría Ia idea de beatería, a otros les sonaría como un
desafío... Don Bosco no cambió de parecer por esto. Se limitó a no hablar ya
abiertamente por algún tiempo de este título extraño, y pudo asi obtener los permisos
necesarios.

Empezaron los trabajos en febrero de 1863. Durarían cinco años. Para empezar, hubo
que fijar pivotes a una considerable profundidád, y esto acarreó gastos imprevistos. En el
mes de abril de 1864, con ocasión de la colocación de Ia primera piedra, Don Bosco hizo
un gesto simbólico. Dirigiéndose al maestro de obras Buzzetti, le dijo que le quería dar
algo a cuenta del trabajo ya realizado y, sacándose del bolsillo el portamonedas, le vació
su contenido en las manos: ¡cuarenta céntimos en total!

Sin embargo, era preciso encontrar el dinero. La imaginación del constructor le


proporcionó una serie vastísima de recursos para forzar Ia caridad pública. Inundó Turín y
Piamonte de cartas y circulares; solicitó ayuda a los grandes de este mundo en Turín,
Florencia, Roma; organizó una lotería impresionante. Afluían los donativos, pero no
siempre en la cuantía necesaria. Llegó un momento en que, por falta de medios, se pensó
en renunciar a Ia cúpula que debía coronar el edificio.

Si, a pesar de todo, el "pobre Don Bosco" logró superar todas las dificultades, lo debía —
era su convicción— a Ia ayuda de la Virgen Auxiliadora, en cuyo honor se
levantaba aquel monumento.
Según una de sus frases, era ella quien hacía las cuestaciones más fructIferas. Por
otra parte, muchas personas estaban convencidas de Ia eficacia de la "Virgen do Don
Bosco". Se hablaba de milagros, y se citaba el caso del banquero Cotta, que había
recobrado Ia salud después de haber prometido a la Virgen ayudar al constructor lleno de
deudas... En estos casos, Ia confianza sobrenatural del .Santo, se alió con una tranquila
audacia en pedir ayudas financieras. Pero el humorismo de Don Bosco no renunció nunca
a sus derechos...

Así, a fuerza de aplicar el adagio: A Dios rogando y con el mazo dando, el apóstol de
Valdocco vio realizado su proyecto. La bendición de la primera piedra tuvo lugar el 27 de
abril de 1865 con una ceremonia imponente en Ia que tomó parte el príncipe Amadeo, hijo
de Víctor Manuel. Al término del mismo año, estaba ya cubierto el edificio. El 23 de
septiembre de .1866, se organizó otra fiesta para el remate de Ia cúpula. La iglesia de
María Auxiliadora fue finalmente consagrada por el arzobispo Riccardi el 9 de junio
de1868 con fiestas que duraron hasta el 16 del mismo mes.

Don Bosco había dicho en 1862: "Yo no tengo un céntimo, no sé de donde sacaré el
dinero, pero esto no importa. Si Dios quiere, la hará, Su fe y su trabajo habían sido
premiados.

Las fundaciones en Italia (1863-1875)


El período caracterizado por Ia construcción de la iglesia de María Auxiliadora, fue testigo
también de Ia expansion de las primeras obras fuera de Turin. Los motivos de esta
expansión son dobles. Por una parte, Ia fama de Don Bosco y del Oratorio se difundía
cada vez más en todo Piamonte, y desde numerosos lugares empezaban a llegar a
Valdocco peticiones de maestros calificados.
Pero Don Bosco era también un hombre de amplia vision, y se sentía investido de una
mision Todo lo empujaba a extenderse y proliferar.

La primera experiencia se intentó ya en 1860 en Giaveno. Con todo, en Ia historia


salesiana ésta no merece más que una rápida alusión, porque duró poco. Invitado por el
arzobispo a quien preocupaba la decadencia del seminario menor, Don Bosco aceptó
asurnir su responsabilidad. No teniendo a ningún salesiano en condiciones de dirigirlo,
recurrió a un sacerdote amigo suyo, que conocía los métodos del Oratorio, y puso a su
disposición a tres de sus clérigos. Al principio, todo marchó bien. Había sido suficiente el
nombre de Don Bosco para repoblar el seminario. Pero muy pronto el director tuvo celos
de este prestigio y de esta autoridad. Llegó a ignorarlo incluso en asuntos importantes, a
criticar sus métodos educativos. Al cabo de dos años, los salesianos se retiraron de una
casa que ya no podían controlar.

Después de la experiencia negativa de Giaveno, Don Bosco hizo otra prueba en 1863 en
Mirabello, de la diócesis de Casale. Por invitación del parroco, deseoso de tener un
colegio en el término de su parroquia, decidió crear uno completo en una casa que le
había sido ofrecida. Esta vez, sería dueño de su casa. Se tomaron todas las precauciones
para que la iniciativa tuviera éxito. Mirabello recibió la flor y nata del personal salesiano:
Don Rúa al frente, hecho director a los veintiséis años de edad, y los clérigos Provera,
Bonetti, Cerrutti, Albera, Dalmazzo y Cuffia. Don Bosco envía a Don Rúa algunos avisos,
que constituían una especie de código del director salesiano, expresándole el deseo de
verlo ganar muchas almas para el Señor. Los principios del colegio, con sus noventa
alumnos, fueron buenos. Algunos de los mejores elementos del Oratorio de Turín habían
sido incorporados a ellos para que hicieran de buena levadura. No obstante algunas
dificultades provenientes de las autoridades académicas, los salesianos obtenian
excelentes resultados, sobre todo en la promoción de vocaciones sacerdotales. El director
era el principal artífice de este éxito. Una crónica refiere en tono de elogio que "Don Rúa
se porta en Mirabello como Don Bosco en TurIn". En 1870, por razones de espacio y de
higiene el colegio fue trasladado a Borgo San Martino.

Entre las fundaciones salesianas, Lanzo, abierto un año después que Mirabello, ocupa un
lugar excepcional. Lanzo, como Mirabelo se convirtió en campo experimental para tódas
las otras casas salesianas. Don Bosco adaptó a él el reglamento del Oratorio. Este
colegio había de ser, además, el sitio donde se reunirían los salesianos para ejercicios
espirituales a pars celebrar los capítulos generales. El primer director fue Don Ruffino, que
desapareció muy pronto y fue sustituido por Don Lemoyne. En 1873, después de algunas
obras de ampliación, el colegio podía acoger trescientos alumnos. Entre las vocaciones
que salieron de allI, merece un recuerdo especial el santo sacerdote Andrés Beltrami.

En 1865, Don Bosco adquirió una pequeña villa en los alrededores de Turín, en Trofarello.
Debía servir de casa de ejercicios espirituales durante las vacaciones.

Después de la fundación de Trofarello, sigue una pausa de cuatro años; a continuación se


abre una nueva y decisiva fase de expansión. En 1869, se funda la obra de Cherasco, en
Ia diócesis de Alba: abarca parroquia, externado, internado con enseñanza primaria y
media. Su director es el joven Don Francesia. Pero, por la insalubridad del lugar, el
experimento sólo debía durar tres años.

Los salesianos hacen su entrada en Liguria por Alassio, fundado en 1870. Bajo la guía de
Don Cerrutti, hombre de grandes cualidades, tuvieron gran éxito en la dirección del
colegio. En 1871, la Conferencia de San Vicente de Paúl puso a su disposición una casa
en Marassi para los hijos del pueblo. Los salesianos crearon allí tres talleres. Dada Ia
estrechez de los locales, dos años después fueron a establecerse a Sampierdarena, en
un ex-convento de teatinos. El director, el joven don P. Albera permaneció en el cargo
cãsi quince años. Todavía en 1871, una nueva fundación tuvo lugar en Varazze, entre
Génova y Savona. Por un contrato formal entre las autoridades del municipio y Don
Bosco, éste se comprometió a abrir un colegio en el cual se impartirIa la enseñanza
clásica, gimnasial, técnica y primaria. El personal procedía de Cherasco que acababa de
cerrar sus puertas.
El cólegio abierto en 1872 en Valsálice, cerca de Turín, merece una mención particular,
porque es único en su género. Un día de 1864, en el curso de una discusión en la que se
trataba de la eventual apertura de colegios para jóvenes nobles, Don Bosco exclamó:
"¡Esto no, no será mientras yo viva! (...). Esto sería nuestra ruina". Se comprende, pues,
su vacilación, cuando en 1872, Monseñor Gastaldi le rogó que aceptara el colegio para
jóvenes aristócratas de Valsálice, que estaba decayendo. Aceptó por temor de disgustar
al arzobispo en un momento en que sus relaciones eran ya muy tirantes. Bajo la dirección
de Don Dalmazzo, volvió a florecer el colegio hasta el punto de que el número de alumnos
llegó al centenar.

Orientaciones generales
Observando esta primera oleada de fundaciones, se impone una realidad: los salesianos
se orientan hacia la enseñanza. A partir de 1863, fecha de la apertura de Mirabello, se
multiplican los colegios, que imparten enseñanza primaria, media y profesional. Además,
se da preferencia casi exclusiva al internado, calcado del que funcionaba en Valdocco. En
estas fundaciones se habla poco de oratorio, aunque éste haya sido el punto de partida
de Don Bosco. Se destaca, en cambio, Ia actividad parroquial de algunos salesianos en
Cherasco, en Varazze, en Sampierdarena.

En cuanto a los alumnos de las escuelas, el caso de Valsálice demuestra que Don Bosco
descartaba, por principio, los colegios para ricos. Por otra parte, Ia nomenclatura
adoptada puede aclarar Ia procedencia de los alumnos. Mientras la mayor parte de las
casas tomaban el nombre de coiegio o de colegio-internado, Ia de Marassi primero, y
después la de Sampierdarena, adoptarían el término internado, porque, con su sección de
artesanos conservaban Ia fisonomía de una casa para Ia juventud pobre y abandonada.

Ciertamente, esta proliferación de colegios se explicaba por las necesidades del tiempo,
por Ia formación que había recibido el personal salesiano, por las garantías de estabilidad
que ofrecía esta clase de fundaciones. Pero al orientarse hacia la educación de los
jóvenes en los colegios, Don Bosco permanecía fiel a su ideal de hacer brotar el mayor
número posible de vocaciones eclesiásticas, en todas sus casas sin excepción. Por este
motivo, quiso que en el internado de Marassi, junto a los artesanos se estableciera una
sección de aspirantes al sacerdocio.

De cara al porvenir, las primeras fundaciones tuvieron naturalmente una gran importancia,
contribuyendo a crear cierto número de tradiciones en Ia vida habitual de la casa
salesiana. En el aspecto administrativo, los contratos estipulados después de la
experiencia negativa de Giaveno, se preocuparon de reivindicar Ia maxima independencia
para Ia autoridad salesiana.
Por lo que se refiere a Ia vida de las comunidades dispersas, Don Rúa, en 1866,
expresaba así los tres principios de unidad que debían caracterizarla: unidad de dirección,
concentrada en manos del director del cual depende todo; unidad de espIritu con la
práctica de Ia caridad fraterna; unidad material en la observancia de la vida común. Para
fomentar la unidad entre los hermanos y Ia unidad entre las casas, Don Bosco procuraba
visitar las comunidades. Estas visitas le permitían establecer contacto con cada salesiano
y con los alumnos, y reforzar así los vínculos de Ia familia que se ensanchaba cada vez
más.

El apostolado de Ia prensa
La gama de actividades apostólicas de Don Bosco sería incompleta, si se olvidase hacer
figurar en ella el sector importantísimo de la prensa. Efectivamente, hay motivo para
quedarse desconcertado ante el número y la mole de las publicaciones del Santo sobre
todo si se piensa que este hombre tan activo llevaba adelante al mismo tiempo muchas
otras obras. Conociendo el valor que daba a esta forma de apostolado, no nos
maravillaremos de que para ejercerla, se impusiera la sobrecarga de trabajo. "La difusión
de los buenos libros es uno de los fines principales de nuestra congregación", declaró en
1885, asegurando que era una de las tareas que Ie habia confiado Ia Providencia. Su
actividad ininterrumpida en este campo no desmiente estas palabras.

El mismo, a los veintinueve años, había publicado su primer libro, Ia vida de su


condiscípulo Luis Comollo, impresa en 1844. Después, durante más de cuarenta años su
incansable pluma cumplirá un trabajo enorme: sin contar los escritos de origen no
averiguado perfectamente, pero que tienen alguna probabilidad do que Ie sean atribuibles
con justo tItulo, el total do las obras salida de su pluma supera las ciento cincuenta.

Don Bdsco, como escritor, permaneció fiel, ante todo, a su ideal apostólico y educativo.
Compuso libros de oración y de devoción, biografías y narraciones edificantes, obras en
defensa de Ia religión católica. Su amor a la Iglesia y a Ia Biblia Ie dictó una Historia
Eclesiástica (1845), una Historia Sagrada (1847) y numerosas Vidas de Papas. En el
campo do la educación y de Ia enseñanza, debe recordarse su Sistema métrico (¿1846?)
y la Historia de Italia (1855) que, a pesar de su caracter profano, dejan apuntar
preocupaciofles religiosas.

Se formaba una idea precisa de su lector. Lo veía hombre del pueblo y, preferiblemente
joven. Las características de esta producción son, efectivamente, las de un autor popular:
sencillez, claridad, falta de pretensiones, gusto por lo concreto. Si hoy nos puede chocar
Ia escasez de la documentación, o de Ia cultura teológica o también el carácter
uniformemente moralizador de muchos trozos, debe admitirse que el arte del narrador ha
podido asegurar a varias de sus obras un grandísimo éxito. Baste hacer notar que en
1888, Ia Historia Eclesiástica habla tenido diez ediciones y Ia Historia de Italia, dieciocho.
El joven instruido... (1874) tendría una difusión extraordinaria. Monseñor Salotti pretendía
que se habían tirado seis millones de ejemplares mientras todavía estaba en vida Don
Bosco, y Don Stella no teme afirmar que este libro logró la más grande tirada de la
península en los ültimos treinta años del siglo diecinueve.

Pero Ia actividad de Don Bosco no se limitaba al trabajo de escnitor. No se pueden


absolutamente pasar por alto sus iniciativas en el campo editorial. Se le debe a él el
lanzamiento de cinco grandes colecciones las Lecturas Católicas, empezadas a publicar
en 1853; la Biblioteca de la juventud italiana, que, desde 1869 a 1885, presentó en
doscientos cuatro tomitos los mejores textos de la lengua italiana; los Trozos escogidos
de los autores latinos, nacidos en el mismo período y que habían alcanzado los cuarenta
y un volúmenes a Ia muerte de Don Bosco; los Autores latinos cristianos,colección que
empezó en 1877; y el Boletín Salesiano, órgano de inforrnación y de enlace para los
cooperadores salesianos, fundado en 1877-1878.

La primera de estas colecciones, Lecturas católicas, ocupaba un lugar destacado en sus


preocupaciones. Particularmente, veía en ellas un medio de luchar contra la propaganda
protestante. De 1853 a 1888, se publicaron 432 folletos, y cerca de setenta de ellos
habían salido de la pluma del santo. Las Lecturas católicas tuvieron un éxito duradero. Su
tirada mensual era de más de diez mil ejemplares. En cincuenta aflos, alcanzaron un total
de un millón doscientos mil ejemplares. Su éxito era tan evidente en el Piamonte, y en la
misma Italia, que preocupó mucho a los valdenses.
De aquí, los atentados, según Don Bosco, que pusieron frecuentemente su vida en
peligro.

El santo tiene también el mérito de haber sabido formar y de haber lanzado a numerosos
escritores, como Bonetti, Lemoyne, Francesia, Barberis... Don Bonetti fue encargado de la
redacción del Boletín Salesiano. Es autor de una historia del Oratorio, que es, decía Don
Ceria, un "precioso monumento erigido por él a Don Bosco". Polemista por temperamento,
recibió de su jefe muchas llamadas a la calma.y serenidad. Don Lemoyne, más a sus
anchas en las composiciones narrativas y poéticas, es conocido, sobre todo, como
historiador de Don Bosco y autor de los primeros nueve tomos de las Memorias
Biográficas. El sonriente e ingenuo Don Francesia fue un latinista de talla. Amigo y émulo
del célebre Vallauri, de Turín.

Señalemos, finalmente, que Don Bosco, como hombre práctico, procuraba imprimir y
difundir él mismo sus libros y sus publicaciones. A este fin, creó muy pronto Ia imprenta
salesiana de Valdocco. Otras Ilegaron después, en Sampierdarena, en San Benigno
Canavese, y muy pronto en Niza, en Marsella, en Lille, en Barcelona, en Buenos Aires. Es
fácil adivinar su influencia, aun solamente en el aspecto de Ia expansion salesiana.
Conversando un día con el futuro papa Pío XI sobre Ia imprenta del Oratorio, el Santo
exclamó: "En esto Don lBosco quiere estar siempre a Ia vanguardia del progreso".

CAPÍTULO XII
LOS PRINCIPIOS DE LA OBRA EN EUROPA (1875-1888)
1875. Ha llegado el momento para que la congregación, definitivamente aprobada desde
hace un año, con cerca de trescientos miembros, y rodeada de un prestigio creciente,
extienda considerablemente su campo de acción por Italia y varios países de Europa
Durante los trece años que le quedan aún de vida, Don Bosco se ve solicitado de todas
partes, sin que le sea posible satisfacer peticiones tan numerosas. Estaba claro que su
obra respondía a las necesidades de los tiempos y era para él una prueba conmovedora
de ello, la benevolencia de que generalmente eran rodeados los salesianos.

Fundaciones en Italia (1875-1888)

En Italia, finalmente unificada, la expansion continuará a ritmo regular De 1875 a 1888, el


número de nuevas fundaciones creció una media de dos al año. Con todo, algunas de
ellas tuvieron una vida más bien breve.

Al principio, la obra salesiana se extendió por Liguria. Después de Alassio, Varazze y


Sainpierdarena, en 1876 se fundó una nueva casa en Vallecrosia, entre Ventimiglia y
Bordighera. El fin manifiesto de los salesianos y del obispo, que los llamó, fue hacer frente
a los valdenses, sumamente activos en Ia región. Es sabido que el objetivo fue
plenamente alcanzado con Ia apertura de un oratorio primero, y después de una escuela
primaria. En 1877, en La Spezia, los comienzos estuvieron erizados de dificultades, dado
el fuerte viento de anticlericalismo que allí soplaba ("Han llegado los cuervos, escribía en
un diario, pero esperamos que no encuentren de qué alimentarse"). También aquí los
salesianos supieron afianzarse y atraer gente a su capilla y a su escuela.
Mientras tanto, Ia congregación había bajado hacia el sur de la península. Don Bosco
deseaba tener una casa en Roma, pero, no pudiendo encontrar lo que le convenía en Ia
capital, aceptó los ofrecimientos que le llegaron de dos poblaciones cercanas, Aricia y
Albano. Desgraciadamente, los salesianos fueron bien pronto víctimas de "chismes y
murmuraciones de sacristía", sin contar con que muchos no les perdonaban el que fueran
piamonteses... Llegaron en noviembre de 187, se marcharon menos de dos meses
después. En el mismo período de tiempo, aceptaron la responsabilidad del seminario de
Magliano Sabino, hoy en Ia provincia de Rieti; la obras se inició con los mejores auspicios,
pero las molestias causadas por el clero local, que había sido desplazado, los obligaron,
después de varios años, a abandonar el lugar.

Al mismo tiempó, con todo, no era olvidado el Piamonte. En 1876, una comunidad
salesiana, dirigida por Luis Guanella (cuya causa de canonización está introducida) se
estableció en Trinidad, cerca de Mondoví. Sus clases acogían a ciento veinte muchachos,
los más pobres del pueblo, y, en las clases nocturnas, a un centenar de adultos entre los
dieciséis y los cincuenta años, al mismo tiempo que acudían asiduamente al oratorio más
de doscientos jóvenes. Tres años después, las relaciones con el propietario se
envenenaron tal manera, que se debió cerrar. Fundación curiosa, despues, Ia de Mathi,
donde, para proveer dë papel a sus imprentas, Don Bosco adquirió una fábrica de papel,
confiando su dirección al coadjutor Andrés Pelazza. Anotemos también que en 1877, puso
los ojos en una iglesia y un convento de Nizza Monferrato con la intención de recoger allí
a las hermanas salesianas procedentes de Mornese.

En los años 1878 y 1879, cinco nuevos grupos fueron a establecerse en varios puntos de
Ia península. Dos de ellos no se alejaron mucho del centro: el primero fijó su residencia en
Chieri, el otro en San Benigno Canavese. En esta segunda localidad, Don Bosco creó una
casa de noviciado regular, y confió su dirección a don Julio Barberis. Los otros grupos
penetraron en regiones nuevas: Toscana con un oratorio en Lucca; Véneto, con un
colegio en Este; y finalmente, Sicilia: Ia primera ciudad de La isla que poseyó un instituto
salesiano, con colegio y oratorio, fue Randazzo.

La fuerza de la expansion salesiana no se desmentía. Prueba de ello era el constante


desarrollo de muchas casas ya existentes y Ias fundaciones que se sucedían
ininterrumpidamente. En 1880, levanta una escuela primaria en Penango de Monferrato.
El año siguiente, los salesianos fueron llamados a Florencia —para poner un dique a la
nefasta propaganda de los protestantes—. Primeramente, fundaron un oratorio que
alcanzó rápidamente los doscientos inscritos, después un serninario menor. Otro oratorio
abierto el mismo año en Faenza, en los antiguos Estados pontificios, llevaría viva
animosidad entre los republicanos, que se distinguían por anticlericalismo, pero se
mantuvo firme contra todos y contra todo La fundación de un colegio en Mogliano Véneto
despertó inquietudes mucho menores, porque el Vicario Capitular de Treviso, José Sarto,
futuro Pío X, desde hacía varios años era incondicional de Don Bosco y de los salesianos.

Otras realizaciones hablan de Ia intensa actividad del Fundador en Italia, hasta su muerte
en 1888: un gran oratorio en Catania de Sicilia; un colegio en Trento y otro en Parma; Ia
apertura de un noviciado en Foglizzo Canavese (San Benigno Canavese se convertía así
en una casa de formación de coadjutores); y Ia transformacion del colegio de Valsálice en
estudiantado filosófico y teológico.

En esta lista de fundaciones en Italia, faltan solamente dos nombres, pero muy
importantes. Entre 1878 y 1882, Don Bosco construyó en Turín una segunda iglesia. La
dedicó a San Juan Evangelista como homenaje a Pío IX, cuya estatua no dudó en colocar
en Ia entrada. Finalmente, en 1880, cuando ya su salud estaba quebrantada por el
cansancio y las preocupaciones, León XIII le confió Ia construcción de la basílica del
Sagrado Corazón en Roma Esta iglesia pesará mucho sobre sus espaldas, hasta que la
terminará en 1887. Al lado de estos dos lugares de culto estableció sendos internados
para la juventud.

Los comienzos en Francia (desde 1875)


Al mismo tiempo que los salesianos se difundlan por muchas regiones de Italia, su
congregación daba los primeros pasos en otros estados europeos, empezando por
Francia.

Invitado por las Conferencias de San Vicente de Paúl y por el obispo de la ciudad,
Monseñor Pedro Sola, Don Bosco fue a Niza en diciembre de 1874 acompañado por don
José Ronchail, un italiano que hablaba frances como su lengua materna, para examinar
las propuestas que se le hacían. Se concertó un convenio y el 9 de noviembre de 1875,
una comunidad de salesianos se estableció por primera vez en Francia. La casa, que
comprendía un oratorio y un colegio para artesanos tomó el nombre de Patronage Saint-
Pierre, en honor del obispo. Durante el año escolar 1876-1877, se montaron tres talleres,
para zapateros, para sastres y para carpinteros. En el ciclo de 1878-1879, se comenzaba
el taller de herreros, y al mismo tiempo Ia enseñanza media para los estudiantes. Había
entonces sesenta internos y ochenta externos. En general, la nueva institución era muy
bien vista por Ia población y por las autoridades, porque se apreciaban los servicios que
rendía.

Tres años después de Niza, el primero de julio de 1878, tocó a Marsella recibir a los
salesianos. La iniciativa de esta fundación partió del canónigo Clemente Guiol, párroco de
la parroquia de San José. La comunidad, con Don Bologna (que para los franceses se
convirtió en el Padre Bologne) al frente, se estableció en una casa ocupada anteriormente
por los Hermanos de las Escuelas Cristianas que comprendia una escuela primaria y un
modesto colegio para artesanos. Tras humildes cornienzos, el Patronato Saint-Leon se
amplió notablemente con el correr de los años, arropado por la paternal solicitud de Don
Bosco.

Otras dos fundaciones, Ia de Cannes y la de Challonges, en la diócesis de Annecy,


duraron poco. En París, ofrecieron a los salesianos un gran orfanato, en Auteil, pero el
asunto se vino abajo enseguida. La fundación de La Navarre, en La Crau, departamento
de Var, por el contrario, tuvo un éxito duradero. La comunidad dirigida por el joven Don
Perrot, llegó aIlá el 3 de julio de l878. Esta vez se trataba de una colonia agrícola, en Ia
que se preparaba para las labores del campo jóvenes huérfanos. Esta escuela agrícola se
ajustaba, según las afirmaciones de Don Bosco, a las características de una casa vista en
un sueño el mes de agosto de 1877.

Don Bosco buscó la oportunidad de crear un noviciado para los futuros salesianos
franceses. TenIa necesidad de una casa adecuada a este fin. Una vez más Ia vio en un
sueño... La descripción correspondía a la villa que cierta señora Pastré le ofrecía en
Sainte-Marguerite, cerca de Marsella. Allí, en otoño de 1883 tuvo principio el primer
noviciado frances. En 1885, los novicios eran dieciséis.

El 29 de enero de 1884, un grupo de salesianos tomaba posesión del orfanato Saint-


Gabriel en Lille. El director inmediatamente puso mano a Ia obra de crear unos talleres en
casa. Se logró así formar en casa sastres, zapateros, carpinteros, encuadernadores,
impresores... No lejos de Lille, en Aire-sur-la-Lys, vivía una gran bienhechora y amiga de
Don Bosco, Clara Louvet. Ella apoyó con todas sus fuerzas la incipiente obra.

En 1883, en el curso de un viaje de gran resonancia por Francia, Don Bosco, aludiendo
quizá al fallido intento de Auteil, declaraba desde lo alto del púlpito de San Agustín en
Paris: ¿No habrá manera de fundar en París un instituto como los de Niza, de Marsella y
de Turín? Yo creo que una casa de esta clase sería muy necesaria aquí y es preciso
fundarla. Entre las varias proposiciones que se le hicieron, escogió la del abate Pisani,
que deseaba cederle el Patronato Saint-Pierre, fundado por él en el barrio de
Ménilmontant. Se estipuló un acuerdo y los salesianos ilegaron a París en 1884, guiados
por Don Bellamy, un sacerdote de Chartres que se había hecho salesiano un año antes.

Al enumerar las obras fundadas por Don Bosco en Francia, nada se ha dicho de las
dificultades políticas que amenazaron hacerlas naufragar. El peligro había sido grande
después de los decretos del 29 de agosto de 1880 contra las congregaciones religiosas.
Durante el huracán, sólo Don Bosco había manifestado una calma inalterable, porque
estaba convencido de que los salesianos no serían tocados. Pudieron, en efecto,
reanudar su trabajo como antes.

En España (a partir de 1881)


Después de Francia, España. Don Bosco pensaba en esta nación, y esperaba Ia ocasión
propicia. Esta llegó en 1879 a través del arzobispo de Sevilla, que había conocido a los
salesianos en Lucca (Italia). Había sido consultado por un noble andaluz, el marqués don
Diego de Casa Ulloa, que deseaba dotar a su ciudad natal de Utrera de una escuela para
niños pobres. El 24 de enero de 1880, Ilegaron allá dos salesianos enviados por Don
Bosco, don Juan Cagliero y el coadjutor José Rossi, para ver el sitio y las personas. Ellos
prepararon el terreno para la primera obra salesiana en tierra española. La comunidad,
dirigida por don Juan Branda, inició el febrero de 1881 su apostolado, que no se limitaba a
Ia escuela sino que se extendía a Ia parroquia del Carmen.

Mientras tanto, la fama del apóstol de Turín se difundía por el país. En Ia Revista
diocesana, el arzobispo de Sevilla publicaba artículos sobre la obra de Don Bosco, que
eran reproducidos por la revistas de Barcelona, Madrid y de otras ciudades.

En Barcelona vivía una viuda rica y piadosa, doña Dorotea de Chopitea Viuda de Serra,
que ardía en deseos de hacer algo en favor de la juventud pobre. Un día cayó en sus
manos un número de Boletín Salesiano. Se enteró de quién era Don Bosco y empezó
informarse sobre las obras salesianas. No contenta con dirigirse a Don Bosco, en
septiembre de 1882 recurrió al Papa para apresurar Ia realización de su deseo. Gracias al
interés de Don Cagliero y de director de Utrera, el asunto llegó rápidamente a puerto.
Doña Dorotea adquirió en el pueblo de Sarriá una villa que fue transformada en escuela
profesional. Don Branda, sustituido en Utrera por Don Oberti, abrió Ia casa el 15 de
febrero de 1884. Lo mismo que los primeros talleres de Valdocco, también los Talleres en
Barcelona, después de humildísimos principios, tuvieron un crceciente desarrollo.

En la capital española corría la voz de otro proyecto: una comisión de personajes


importantes pensaba confiar a los salesianos una Escuela de reforma para jóvenes y asilo
de corrección paternal. Desafortunadamente para ellos, el título de Ia escuela y los
métodos que éste dejaba sobrentender no eran del agrado de Don Bosco, que quería
hacer de esta escuela una escuela como todas las demás. Las negociaciones
permanecieron, por esto, suspendidas durante muchos años.

El año de 1886 se caracterizó por un acontecimiento digno de ser destacado: el viaje de


Don Bosco a España. En diciembre de 1885, Don Branda le había escrito en estos
términos: "Aquí se piensa y se habla continuarnente de nuestro Padre Don Bosco y del
vivo deseo de verlo un día no lejano. ¡Oh, si fuese posible tal viaje!". Sin hacer caso de los
consejos de prudencia que lo habrían debido retener en Turin, Don Bosco llegó a
Barcelona el mes de abril de 1886. Su paso levantaba en todas partes oleadas de
entusiasmo. Corno regalo, le fue ofrecida la cumbre de la montaña del Tibidabo que
domina la ciudad, a fin de que construyera en ella una ermita al Sagrado Corazón.

Era natural que este gesto Ie maravillara: durante el viaje, en efecto, había oído una voz
interior que le repetia: "Tibi dabo, tibi dabo, te dare...". Don Bosco prometió a los
generosos donantes Ia construcción, no de una ermita, sino de un grandioso templo, que
hoy es una hermosa realidad.

En Inglaterra (a partir de 1887)


Hacia el final de su vida, Don Bosco realiza otro deseo, enviando a los salesianos a
Inglaterra. El hecho de que se esforzase en atraer a Italia a novicios de lengua inglesa,
demuestra que acariciaba este proyecto.

Una ocasión favorable se presentó en 1884, cuando las Conf erencias de San Vicente de
Paul de Londres decidieron pedir su concurso en favor de la juventud pobre y
abandonada del barrio popular de Battersea. Las negociaciones, en las cuales Ia condesa
de Stackpool tuvo una parte no indiferente, se prolongaron hasta 1887. Se acordó que los
salesianos regentarían la parroquia y se ocuparían de Ia juventud del barrio. El 14 de
noviembre de 1887, un grupo de tres salesianos salió de Turín para Inglaterra: dos
sacerdotes, el irlandés Mac Kiernan, párroco y director; el inglés Macey, vicario y
calequista; y el coadjutor Rossaro. Pobreza y contrariedades no faltaron a estos pioneros
de la obra salesiana en Inglaterra; pero éstos consiguieron darle una sólida base.

Difusión y proyectos en otros países


Aunque no hayan tenido fundaciones salesianas en vida de Don Bosco, algunos países
europeos fueron alcanzados de algún modo por la irradiación de la obra salesiana y de su
fundador. A este propósito, debemos hacer constar la influencia de la prensa, sobre todo
de las biografías francesas sobre Don Bosco, como las de Mendre, de d’Espiney, de du
Boys.
En Portugal, por ejemplo, no era un desconocido, ni menos. Le llegaban peticiones
insistentes de que enviara a los salesianos a aquella nación. En Oporto, un sacerdote
preocupado por apartar a la juventud pobre de las añagazas de los protestantes, el Padre
Sebastian Leite de Vasconcellos, presionaba insistentemente. En 1881, se encargó a Don
Cagliero de ir a saludarlo y rogarle que tuviera paciencia... Entonces, abrió la Oficina de
San José en espera de que los salesianos asumieran su dirección lo más pronto posible.
También Lisboa deseaba una obra salesiana y la pedía a través de su patriarca y del
baron Gómez. Por falta de personal, ninguna de estas peticiones pudo ser atendida en
tiempo de Don Bosco.

Dentro de Ia mezcla étnica que constituía el imperio austro-hungaro, las regiones de habla
italiana estaban naturalmente abiertas a la influencia salesiana. Hemos citado el colegio
fundado en.Trento, que entonces formaba parte del Imperio. Pero Don Bosco era también
conocido en Bohemia, en la actual checoslovaquia; sus ideas pedagógicas fueron
difundidas por la revista Vlast en Praga y en otros centros del país.

La Ida de los salesianos a Bélgica fue decidida en vida del fundador, pero sólo se hizo
efectiva tres años después de su muerte. El mérito principal hay que atribuirlo a un gran
admirador de Don Bosco, Monsefior Doutreloux, obispo de Lieja. Quería ver funcionar en
su ciudad una obra semejante a Ia de Turín, que él conocía muy bien. Los salesianos
Ilegarían a Lieja en 1891.

Significado de estas nuevas fundaciones


Una reflexión sobre el significado de estas fundaciones permite descubrir las
características de Ia obra salesiana en aquel tiempo.
Es importante señalar que varias fundaciones italianas, por ejemplo las de Liguria y de La
región romana, tenían como fin contrarrestar con escuelas católicas la influencia de los
protestantes.

Los salesianos acuden presurosos a Vallecrosia, invitados por el obispo que les ruega
que vengan a oponerse a las intrigas de los herejes. La misma diligencia en La Spezia,
donde hay que poner un dique a Ia oleada de los protestantes. Los hijos de Don Bosco
estaban muy deseosos de demostrar que, con medios a veces irrisorios, eran capaces de
hacer frente a la competencia de la Sociedad biblica, que no tenía problemas de dinero.
En las rivalidades que en el siglo decimonono enfrentaban a las confesiones cristianas
entre sí, los salesianos no eran los menos fogosos... Anótese, con todo, que en Londres-
Battersea acogían en sus escuelas a muchachos tanto católicos como protestantes.

El tipo de obras creadas por los salesianos es ahora c.onocido. Se trata frecuentemente
de escuelas, tanto primarias corno medias o profesionales, y estas escuelas adoptan
generalmente la forma de internado. No debe olvidarse una colonia agrícola, la de La
Navarre, en Francia. Hay parroquias regidas per los salesianos. Sobre todo, desde 1875,
se advierte un cambio de dirección en favor del oratorio. Hasta ese año, los oratorios eran
solamente dos: el de Turín, y el de Sampierdarena. Después se multiplicarán, sin Ilegar,
con todo, a poner en peligro una especie de primacia efectiva conquistada por los
internados. En Francia Los patronages de Niza, de Marsella, de París tuvieron un rápido
desarrollo.

Si observamos las fundaciones salesianas en su conjunto, pero más especialmente las de


Francia, España e Inglaterra, se ve claro que los religiosos son enviados por Don Bosco a
cuidarse de Ia juventud más necesitada (pero no precisamente de los delincuentes, por el
momento). Las escuelas profesionales (Ilamadas frecuentemente escuelas de artes y
oficios), como las que los salesianos fundaron en Niza, Marsella, Barcelona, parecían
especialmente adecuadas para responder a las necesidades de aquella juventud. La
gente no se equivocaba; y las autoridades religiosas y civiles, que juzgaban a Ia
Congregación Salesiana a través del Oratorio de Turín, pedían a Don Bosco que les
ayudara en Ia educación de Ia juventud proletaria.

Finalmente, al mismo tiempo que fundaba escuelas, Don Bosco no podía dejar de pensar
en las vocaciones sacerdotales. Esta preocupación aflora a cada paso. Al lado de las
escuelas profesionales no tardaron en desarrollarse secciones de enseñanza media,
destinadas a asegurar el reclutamiento que exigía Ia expansión que se estaba operando
en Ia congregación.
CAPÍTULO XIII
LOS REGLAMENTOS SALESIANOS HASTA 1888
Espontaneidad y método
Don Bosco era el hombre de la espontaneidad, de la confianza, de Ia libertad. No tenía
nada de carabinero. "Don Bosco, bastaba mirarle —afirmaba Paul Claudel— Tiene un
aspecto verdaderamente sirnpático. Enseguida se da uno cuenta de que con él se puede
tener confianza, y entonces todo está claro. ¡Con un semblante como el suyo no era
necesario inventar Ia confesión!" Educador de jóvenes, ¿no ha adoptado acaso la
máxima atribuida al alegre San Felipe Neri?: "DejadIes que griten, que corran, que salten,
con tal de que no ofendan al Señor"

Con todo, sería un grave error imaginárselo desordenado, temerario, lieno de iniciativas,
pero incapaz de ilevar una sola a buen término. Tenía la paciencia y Ia tenacidad del
campesino piamontés. Tenía también método. La preocupación por Ia organización
exacta lo indujo a escribir varios reglamentos. Pocos santos habrá que hayan redactado
tantos reglamentos como él.

He aquí el camino seguido por este creador entusiasta. Con una audacia nunca
desmentida, lanzaba una obra nueva. Apenas superada la fase de los primeros ensayos y
de las priineras vacilaciones, ponía por escrito algunas normas sugeridas por Ia
experiencia y destinadas a servir de guía para Ia acción. Después, a medida que la obra
crecía, volvía a tomar el primer reglamento, lo corregía, lo puntualizaba, pero siempre bajo
el acicate de los acontecimientos. Añadamos, sin embargo, para ser más precisos, que no
dejaba de coñsultar los reglamentos de quienes se consagraban a un apostolado
semejante al suyo.

Este modo de obrar es característico de un espíritu práctico, que desconfía de las


construcciones de una inteligencia inmaterial. Manifiesta, además, una preocupación por
Ia eficacia, de la que, a su parecer, no deben estar privados los asuntos del Reino.

SIn contar las constituciones salesianas, que son los reglamentos constitutivos de la
congregación, se pueden distinguir tres categorías de reglamentos para uso de los
salesianos: el Reglamento del Oratorio, el Reglamento de la casa del Oratorio, que fue
luego el Reglamento de las casas salesianas, y las Decisiones de los capítulos generales.
A quien quiera comprender el sistema legislativo actualrnente vigente entre los
salesianos, le es indispensable conocer su genesis y desarrollo a través de la vida y los
experimentos de su fundador.

Reglamento del Oratorio


Parece que ya en 1845 Don Bosco escribió algunas normas reglarnentarias para su
incipiente oratorio. Estas se referían a Ia organización general de las reuniones
dominicales, e insistóan, en particular, sobre las confesiones: sabemos que estas eran la
gran preocupación del santo. Después de instalarse en casa Pinardi el año 1846, escribió
sin demora un verdadero reglamento: "Primero compilé un reglamento, en el cual
sencillamente expuse lo que se venía haciendo en el Oratorio, y el modo uniforme de
cómo se debían hacer las cosas.

El texto, al que se suele atribuir la fecha de 1852, fue distribuido por Don Lemoyne en el
tercer volumen de las Memorias Biográficas, las cuales, por otra parte, no lo reproducen
completo. Está dividido en dos partes. La primera trata del fin del Oratorio (entretener a Ia
juventud en los días de fiesta con agradable y sana recreación después de haber asistido
a las sagradas funciones de igiesia) y de los varios cargos que en él se ejercen (director,
prefecto, catequista, asistente, sacristanes, monitores, vigilantes, catequistas, archivero,
pacificadores, reguladores, patronos y protectores). La segunda parte contiene diversas
normas sobre Ia admisión, el comportamiento, las prácticas religiosas... Una tercera parte,
que se ocupaba, sobre todo, de Ia escuela aneja al oratorio, no se imprimirá hasta mucho
más tarde.

En 1862 apareció una nueva edición. En la segunda parte, Don Bosco había añadido un
capítulo sobre las prácticas particulares de piedad cristiana y hacía imprimir la tercera
parte sobre los cursos anejos (clases y condiciones de aceptación, del portero, de las
clases nocturnas de comercio y de música, del bibliotecario).

Se llegará finalmente, en 1877, al Reglamento del Oratorio San Francisco de Sales para
los externos, punto final de su historia en vida de Don Bosco, ya que la última edición, la
de 1887, es únicamente una reedición de la anterior. Si se exceptúan las añadiduras a
que hemos aludido, el plan de 1877 sigue siendo el del 1852. En cuanto al contenido en
sí, un cotejo entre las ediciones sucesivas pondría de relieve que, de 1852 a 1877 (y
1887), ha permanecido sustancialmente el mismo. Detalle importante: si prestamos fe al
título, el reglamento seguía afectando únicamente oratorio de Valdocco.

Nosotros sabemos por sus biógrafos que Don Bosco, al redactar el reglamento del
Oratorio, Se dejó guiar por su experiencia personal, pero no dejó de tener en cuenta Ia de
los demás. Don Lemoyne dice que encontró entre sus cosas las reglas de un oratorio
milanés dedicado a San Luis y las reglas de un oratorio de Ia Sagrada Familia. Pero es
sabido que él mostró gran interés, sobre todo, por el oratorio de San Felipe Neri en Roma
y por los oratorios de San Carlos Borromeo en Milan.

Una confrontación entre estos varios reglamentos y el reglamento de Don Bosco no


carece de interés. Descubre, en efecto, diferencias notables. También estos oratorios, lo
mismo que el suyo, se proponían catequizar y distraer a la juventud durante los días
festivos; pero algunos admitían únicamente a muchachos de buenas familias y de buena
conducta. En el Oratorio de San Francisco de Sales, por el contrario, todos podían ser
admitidos, sin excepción de clase o de condición. Más aun, era patente Ia preferencia por
los pobres, los más abandonados y los más ignorantes, e incluso por los jóvenes más
díscolos, con tal que no den escándalo, y manifiesten voluntad de mejorar de conducta.
Las únicas limitaciones atañían a los niños demasiado pequeños (menores de echo
años), los enfermos contagiosos y los escandalosos. El oratorio, pues, dejando de estar
reservado a algunos privilegiados y haciéndose popular, era, por eso mismo, "el campo de
un verdadero apostolado", como justamente dice Don Ceria.

Otros reglamentos limitaban su actividad a algunas horas de la mañana. Don Bosco, en


cambio, quiso que su oratorio estuviera abierto todo el día, porque estaba convencido de
que la tarde ofrecía a los jóvenes abandonados a sí mismos peligros mayores, sobre todo,
si se trataba de jóvenes obreros.

Pero aquello que mayormente distingue quizá el reglamento salesiano de los otros es el
espíritu que lo informa: "espiritu de caridad y de sacrificio, de paternidad y de fraternidad,
es decir de famiIia. Algunos oratorios aplicaban una legislación más bien complicada con
registros para las ausencias, o bien un control tanto más antipático cuanto que se
exiendía a Ia frecuencia de los sacramentos. Sin contar que su época difícilmente hubiera
tolerado el antiguo modelo de obrar, es un hecho que Don Bosco deseaba que los
jóvenes "hagan el bien libremente y por amor". Por esta razón abolió en particular los
certificados de confesión. "Entre nosotros no hay obligación de acercarse a estos
sacramentos; y esto, para dejar que cada uno se acerque a elios libremente por amor y
nunca por temor".

Desde Ia primera página del reglamento, este tono salesiano se manifiesta


explícitamente: "Este oratorio está puesto bajo Ia protección de San Francisco de Sales,
porque aquellos que piensan dedicarse a esta clase de ocupación deben tomar a este
Santo como modelo en Ia caridad, en las buenas maneras, que son las fuentes do donde
manan los frutos que se esperan de Ia Obra de los Oratorios". En fin, las palabras que se
repiten con más frecuencia son las de caridad y paciencia. Del director se dice que con
sus ayudantes debe mostrarse "amigo, compañero, hermano de todos" con los niños,
debe comportarse "como un padre en medio de sus hijos".

A los diversos asistentes, el reglamento no se cansa de recomendar <las buenas


maneras>. No deben jamás pegar a nadie, aunque sea por graves motivos; ni gritarles
con palabras ásperas.. Se dice que es necesario ~emplear palabras que animen y que
jamás humillen.

Todo esto no impedía a Don Bosco ordenar Ia vida del oratorio con un sentido muy agudo
de Ia organización. Llama la atención el número de cargos dentro del oratorio, el
legislador ha fijado las atribuciones de cada uno de ellos y prescrito el comportamiento
que deben tener en cada circunstancia. Don Bosco sabía lo que hacía: multiplicando las
responsabilidades, quería interesar a un gran número de jóvenes y de adultos en la
marcha general. Aseguraba así una mejor asistencia de todos los muchachos y al mismo
tiempo formaba colaboradores para el futuro. Además, su organización no tenía miedo de
descender a los detalles. Si el fin sobrenatural del Oratorio era determinado con precisión,
con Ia misma precisión se indicaban las normas, para que no se extraviasen los juegos de
bochas.

El Reglamento del Oratorio, el primero de los reglamentos salesianos en el tiempo,


contiene un cierto número de elementos que entrarán en Ia organización de la Sociedad
salesiana. Su conocimiento es de gran valor. Los títulos de los superlores del Oratorio
corresponden a los que asignaba a los superiores de la congregación; aquel que tiene Ia
más alta autoridad ya es llamado rector (que se convertirá en director cuando Don Bosco
ya no podrá desempeñar personalmente este cargo); el brazo derecho del rector es el
prefecto, y el director espiritual es llamado catequista. Además, son numerosos los
indicios que nos autorizan a pensar que, en Ia mente de Don Bosco, Ia obra del oratorio
estaba destinada a perdurar y debía propagarse fuera de Ia ciudad de Turín. Se dice, en
efecto, que el rector puede nombrar un sucesor y una nota sobre el prefecto prevé que
éste asumirá el cargo de director espiritual en los lugares donde hubiera escasez de
sacerdotes. En fin, el espíritu que caracteriza a este primer reglamento es idéntico al que
habrá de informar a Ia congregación misma.

Reglamento de Ia casa del Oratorio


Tampoco el reglamento de Ia casa del Oratorio, del cual saldría el reglamento de las
casas salesianas, ha sido fruto de irnprovisación.
Hemos visto que, al lado del oratorio de los externos, creció bien pronto un internado para
jóvenes artesanos y estudiantes: Ia casa del Oratorio. En sus principios, en esta fundación
no se conocía, según Ia fórmula de Don Lemoyne, "otra regla que Ia que mantiene unidos
a los miembros de una familia". Con el tiempo y el constante aumento de los efectivos, se
hicieron necesarias aigunas normas para conservar el orden entre los internos.

En 1852, Don Bosco hizo imprimir para ellos un Reglamento del dormitorio, muy conciso,
pues contenía solamente once artículos. El título puede inducir a error: en realidad abarca
toda Ia vida de los internos, divididos en dormitorios. No sólo fijaba las normas de buena
conducta en el dormitorio (obediencia al asistente, prohibición de ir a los dormitorios de
los demás, limpieza, silencio, conducta moral), y hacía recomendaciones generales sobre
Ia frecuencia de los sacramentos y sobre el deber de Ia amistad recíproca. Debía leerse
con voz clara el primer domingo de cada mes.

A medida que el internado aumentaba, este primer esbozo resultó insuficierite. Cuando
Don Bosco empezó a organizar en casa talleres v clases, esta iniciativa exigía un
reglamento nuevo. Para su redacción, adaptó el reglamento del oratorio extemno y
algunos otros que se intenta identificar. Por otra parte, codificó la propia experiencia
personal. He aquí el origen del Reglamento para Ia case aneja al oratorio de San
Francisco de Sales.

El texto manuscrito reproducido por Don Lernoyne se divide en dos partes: Ia primera
define el fin de la casa del Oratorio y las condiciones de admisión, después presenta los
varios cargos: rector, prefecto, catequista, asistente, protectores, jefes de dormitorio,
servidumbre, maestros de taller. Esta primera parte termina con un apéndice para los
estudiantes. La segunda parte, titulada De la disciplina de Ia casa, es un tratado para uso
de los alumnos sobre: Ia piedad, el trabajo, el comportamiento con los superiores, el
comportamiento con los compañeros, la modestia, Ia conducta en casa, Ia conducta fuera
de casa. Como conclusión había algunas recomendaciones dirigidas a los hijitos de la
casa en el tono paternal que caracteriza toda esta segunda parte.

Según los estudios hechos hasta ahora, este reglamento entró plenamente en vigor por
primera vez en el curso del año escolar 1854-1855. A fin de que las jóvenes mentes
pudieran estar empapadas de él, Don Bosco hizo que se leyera por entero al principio del
nuevo año, y cada domingo se volvía a leer un capftulo.

Pero, este reglamento no resistió a la prueba de los hechos, que hizo patente su
insuficiencia. Lo evidencia el hecho de que el autor rehusa hacerlo imprimir. Había que
corregirlo continuamente, concretarlo, completarlo. Se editaron aparte, en espera de ser
integrados un conjunto más amplio, reglamentos especiales, exigidos por la evolución de
Ia casa: reglamento de Los talleres (1a. edición en 1853, varias veces revisada y
modificada), reglamento del teatrito en 1858, reglamento del locutorio en 1860,
reglamento de la enfermería en 1876.

Regamento de las casas salesianas (1877)


A partir de 1863, o más bien desde 1860, si se tiene en cuenta el frustrado experimento
de Giaveno, la casa del Oratorio habla enjambrado y con ella, su reglamento. El método
pedagógico de Don Bosco había salido de Turín. Al colegio de Mirabello, abierto en 1863,
se le dio un reglamento inspirado literalmente en el reglamento de Valdocco omitiendo,
naturalmente, todo lo que se refería a los artesanos. Las demás casas, a su vez, copiaron
el de Mirabello.
Es natural que, con el tiempo, se sintiera la necesidad de un reglamento uniforme y
completo. Don Bosco puso manos a Ia obra en el verano de 1877 y, después de haberlo
sometido al examen de sus colaboradores, lo hizo imprimir en el otoño del mismo año con
el título de Reglamento para las Casas de la Sociedad de San Francisco de Sales. Fue
leido públicamente en Valdocco el 5 y el 6 de noviembre, y enviado inmediatamente a las
otras casas salesianas.

Empezaba con una disertación sobre el sistema preventivo en Ia educación de la


juventud, compuesto por Don Bosco aquel mismo año para el folleto de la Inauguración
del Patronage Saint Pierre en Niza. Era ésta una novedad muy interesante. Seguían diez
artículos generales en los cuales se exponía con bella concisión la gran ley de Ia
educación salesiana: "Procure cada uno hacerse amar, si quiere hacerse temer". Y
termina con algunos consejos sobre el modo de escribir cartas. La parte central reproduce
el plan del Reglamento de la casa del Oratorio (cargos en la primera parte y disciplina de
los alumnos en Ia segunda), pero, esta vez, se han introducido algunos elementos
nuevos: en particular, el cargo de catequista de los artesanos y el de los consejeros
escolásticos; los coadjutores (¿confundidos con los fámulos?); Un reglamento del teatrito
y otro de Ia enfermería; un capítulo sobre Ia conducta en los talleres y otro sobre el
paseo...

Este texto, madurado durante veinte años y destinado a ser meditado por los salesianos y
por sus alumnos, es uno de los más importantes dejados por Don Bosco a sus hijos.
Haciéndolo leer en reunion solemne al principio de cada año escolar, quería hacer ver a
todos Ia importancia que Ie atribuía. La parte del texto dedicada a los cargos y a los
deberes de los superiores era lelda delante de todos, a fin de que los alumnos no
ignoraran ninguna de las reglas a que estaban obligados sus superiores. Esta disposición,
pensaba Don Bosco, facilitaba en los educandos una obediencia razonada y en todos una
confianza recíproca.

Las deliberaciones
Una tercera categoría de reglamentos Ia constituyen las deliberaciones. Entre los
salesianos este término ha tornado el significado de decisiones oficiales de los superiores
de la sociedad reunidos en asambleas legislativas. Dos categorías de asambleas estaban
autorizadas a tomar esta clase de decisiones: las asambleas o conferencias de los
directores y, desde 1877, los capítulos generales.

Era costumbre que Don Bosco dictara una conferencia a los salesianos cada año con
ocasión de Ia fiesta de San Francisco de Sales. A partir de 1865, esta conferencia cambió
de aspecto: se convirtió en una asamblea oficial compuesta por el capítulo de Ia casa
madre y los directores de las casas y tenía como fin, según las constituciones de 1864,
"conocer y remediar las necesidades de la Sociedad y tomar aquellas providencias que,
según los tiempos, los lugares las personas, se juzgaren oportunas". Por primera vez en
1865, los directores de las dos recientes fundaciones de Mirabello y de Lanzo fueron
invitados a exponer la marcha de sus colegios. El año siguiente, por ausencia de Don
Bosco, fue Don Rúa quicen presidio la conferencia.

No nos han quedado deliberaciones precisas de las conferencias anteriores a 1871. En


1871, la conferencia sancionó las Reglas para el teatrito. Las conferencias de 1873 a
1876 nos han dejado algunas decisiones sobre los más variados temas: el horario, las
calificaciones de los alumnos, el personal de servicio,. la tela de los vestidos, la
contabilidad, las ordenaciones...
Era necesario poner un poco de orden en todo esto Se encargó de ello don Julio Barberis,
maestro de novicios. Bajo Ia dirección de Don Bosco y, sobre todo, de Don Rúa, hizo una
colección titulada "Deliberaciones tomadas en las Con ferencias Generales de Ia
Sociedad de San Francisco de Sales, o Notas explicativas de nuestras Reglas. Este
documento, calificado como importantísimo por Don Amadei, lleva la fecha de 1875. La
materia de las decisiones está recogida bajo cinco títulos de capítulos: reglas generales,
reglas de administración, reglas de economía, reglas para Ia moralidad y reglas
escolásticas. Las colecciones posteriores de deliberaciones se inspirarán por mucho
tiempo en este plan.

La última conferencia de directores se tuvo en 1877, con ocasión de Ia fiesta del patrono
de los salesianos. Las constituciones aprobadas en 1874 establecían que los capítulos
generales se reunirían en adelante solamente cada tres años. El primero de estos
capítulos —y uno de los más importantes— tuvo lugar en Lanzo, en otoño de 1877. Lo
esencial de las deliberaciones tomadas se publicaron en 1878 en una colección que
comprendía las partes siguientes: estudios, vida común, moralidad, economía, reglamento
para el inspector.

Hubo que esperar a 1882, es decir dos años después del capítulo general de 1880, para
tener una colección más completa y más cuidada. Esta comprendía todas las decisiones
anteriores, las de las asambleas de directores en la medida en que se había creído
oportuno mantenerlas, y las del primero y segundo capítulo generales. El conjunto
abarcaba las cinco secciones siguientes: reglamentos especiales (capítulos generales,
capítulo superior, inspector director, dirección general de Las hermanas); vida común;
piedad, moralidad (con un capítulo, al final sobre los cooperadores salesianos); estudios
(y publicaciones); economía. Muchas de las nuevas deliberaciones eran exigidas por el
continuo progreso de la congregación salesiana.

El tomito de 1887, que recogía las decisiones de los capítulos generales de 1883 y 1886,
no tenía la amplitud del anterior; en compensación, desarrolla algunos puntos que hasta
aquel momento habían permanecido en la sombra. Especialmente interesante es un
reglamento de las parroquias, muy detallado, que fija las condiciones para Ia aceptación
de una parroquia y trata de Ia comunidad parroquial salesiana y de sus relaciones con el
exterior. El mismo tomito trata también de las ordenaciones, del reglamento de los
oratorios, del Boletín salesiano y del servicio militar (más concretamente de Ia manera de
evadirlo).

En el espíritu del Fundador, todas estas decisiones eran solamente Ia puesta en práctica
de lo que prescribían las constituciones. La introducción a la colección de 1882 afirmaba
que el progreso de la Sociedad dependía de Ia exacta observancia de las constituciones y
de las deliberaciones, que son como su aplicación práctica. Un pensamiento análogo se
lee en Ia introducción a las deliberaciones de 1887, en Ia cual se dice que éstas ayudan
eficazmente a practicar las reglas.

Eran, pues, estos cuatro tomitos los que en 1888 regían la vida concreta de los salesianos
y de sus alumnos: dos colecciones de reglamentos, Ia del Oratorio y Ia de las casas
salesianas, y dos colecciones de deliberaciones de los capítulos generates, la segunda de
las cuales era un complemento de Ia primera.
Recorriendo las largas listas de reglas minuciosas y lienas de cordialidad, se descubre el
genio de San Juan Bosco, de quien se ha dicho que es "el prototipo del grande fundador,
idealista y realista al mismo tiempo, que sabe atreverse y sabe también ser prudente, que
no busca ningün prestiglo para sí: ni agitador ni especulador, sino constructor de
realidades sólidas".

CAPÍTULO XIV
SOR MARÍA DOMINGA MAZZARELLO (1837-1881)
Primer encuentro (8 de octubre 1864)
En 1864, durante Ia tradicional excursion de otoño, que ese año había Ilegado hasta
Liguria, el grupo de Valdocco, volviendo a subir desde Génova, se detuvo en una
pequeña aldea del Alto Monferrato, Ilamada Mornese. Hacía ya tiempo que un sacerdote
del lugar, Domingo Pestarino, insistía ante el apdstol de Turín para que le hiciera una
visita. Finalmente llegd Don Bosco, pero con una escolta de noventa alegres jaraneros y
al son de Ia banda. El recibimiento de toda Ia población fue caluroso, espléndido.

Al dIa siguiente —era el 8 de octubre de 1864— Don Pestarino presentó a su huésped un


grupo de muchachas que, bajo su dirección, se dedicaban simultáneamente a Ia oración y
al apostólado. El alma de este grupo era una joven campesina de veintisiete años, tan
modesta, que se escondía detrás de sus compañeras. Conocía a Don Bosco de fama,
pero ahora que podía ver y escuchar al hombre de Dios, ¡qué alegría!, ¡qué emoción!
Cada noche, Ilegado el momento de las buenas noches, despachaba a toda prisa todas
las faenas y volaba a oír la plática de Don Bosco, de Ia que no quería perder ni una sola
palabra. Se ponía todo lo adelante que podía y no se puede describir Ia expresión de su
rostro y Ia atención con que escuchaba. DecÍa "¡Don Bosco es un santo, me lo dice el
corazón!".

Se cuenta que también Santa Juana Francisca de Chantal se adelantaba hasta el pie del
púlpito del obispo de Ginebra. "Yo no podía apartar de él mis ojos, confesaba, y ninguna
alegría juzgaba comparable a la de estar junto a él". Y cási con las mismas palabras
declaraba estar cierta de Ia santidad de Francisco de Sales: "Yo lo llamaba santo desde el
fondo del corazón y lo tenía como tal".

No es arbitrario un paralelo entre estas dos vocaciones. Ambas, bajo Ia dirección de dos
santos. llegaron a ser el instrumento de una obra importante en Ia Iglesia. Pero al principio
¿quién se hubiera atrevido a predecir un destino semejante a la baronesa de Chantal y a
Ia campesina de Mornese?

Primeros años
María Dominga Mazzarello nació el 9 de mayo de 1837 en un arrabal de Mornese llamado
I Mazzarelli, en la diócesis de Acqui, al noroeste de Génova. Era Ia primogénita de siete
hijos. Su padre, José, era un campesino honrado, robusto, de un cristianismo profundo y
un poco austero. Tuvo un gran ascendiente sobre su hija. Su madre, Magdalena
Calcagno, recuerda a Ia madre de Don Bosco.

La infancia de Ia pequeña aldeana fue muy sencilla. María, que así la llamaban
habitualmente, crecía buena bajo Ia mirada de los padres, los cuales, siguiendo las
recomendaciones del párroco, nunca la perdían de vista. La educación "más bien severa"
recibida en el seno de la familia, sobre todo del padre, debía llevarla a apreciar algunas
virtudes juzgadas capitales, como Ia obediencia, la piedad, la modestia. Aunque de
carácter fuerte, ardiente y algo propenso a Ia ambición, sabía contenerse. Laboriosa,
como era, ayudó bien pronto a Ia madre en las labores de casa.

Durante estos primeros años, que no tienen nada de extraordinario, se debe señalar un
pequeño acontecimiento local, que había de despertar comentarios por parte de los
biógrafos de la Santa. Al lado de casa Mazzarello había desde hacía tiempo una capilla
cuya construcción había sido decidida en cumplimiento de un voto hecho en 1836 con
ocasión de una epidemia de cólera. El 24 de mayo de 1843 —MarIa tenía entonces seis
años— la capilla se abrió al público y se dedicó a María Auxiliadora. Don Ceria hace notar
que en aquel tiempo, la devoción a María auxilio de los cristianos estaba aún poco
difundida y recuerda que Don Bosco tendría alguna dificultad para hacer aceptar este
título para su iglesia de Turín veinte años después. ¿La niña asistió a la ceremonia,
confundida entre la muchedumbre de los parroquianos? Podemos suponerlo. Hay una
cosa cierta: a ella le gustaba ir a rezar delante de la imagen de la Virgen, incluso cuando
la familia cambió de domicilio.

Por aquel tiempo, en efecto, a causa de la división de los bienes en la familia del padre,
los Mazzarello fueron a establecerse en una hacienda rural de La Valponasca, en medio
de campos y viñas, tres cuartos de hora de camino del pueblo. María vivió allí hasta la
edad de veinte años en Ia sencillez y el aislamiento.

Al ir creciendo, tomaba sobre sí una parte de las preocupaciones de la madre,


cuidándose, sobre todo, de los hermanos y de las hermanas menores. Para las
muchachas de su tiempo y de su ambiente, no había que hablar de escuela. Aprendió a
leer no se sabe cómo. En el cálculo, adquirió una habilidad muy especial contando con los
dedos, y esto le permitía sacar de apuros al propio padre y más tarde, incluso a hermanas
tituladas.

Formación religiosa
Naturalmente inclinada a la religión, Maria Dominga vio bien pronto las propias
inclinaciones desarrolladas y orientadas por guías solicitos.

En muy tierna edad recibió de su madre las primeras lecciones de catecismo. Aprendió a
rezar mañana y noche y con tal recogimiento, que impresionaba a su hermana Felicina.
Como su casa estaba lejos de la iglesia, se consolaba mirando el campanario desde Ia
ventana de su habitación. Muy pronto, su madre Ia acostumbró a la misa matutina; la
Ilevaba consigo o Ia hacía acompañar por su prima Dominga, que le Ilevaba seis años.
Para las primeras confesiones, necesitó el aliento de su madre, ya que experimentaba
cierta repugnancia a presentarse at sacerdote.

Su padre, que era miembro de Ia conferencia local de San Vicente de Paúl y que fue uno
de los primeros hombres que tuvieron el valor de acercarse a recibir Ia comunión los
domingos, dejó en ella una huella profunda con su fe robusta y su conducta intachable.
"¡Oh, cuánto debo a mi padre! —dirá ella más tarde— ¡Si hay en mí algo de virtud, se lo
debo a éI!".

Asistió con asiduidad a Ia catequesis, en la cual, aun no destacándose mucho, se dio a


conocer por su viva atención y Ia impecable recitación de Ia lección. El sacerdote la ponía
como modelo a los otros: ¡Vosotros los del pueblo ni siquiera sabéis las oraciones, mirad
a ésta (que vive fuera) cómo las sabe cantar!. Cada semana se hacía una especie de
certamen sobre las preguntas del catecismo.

En este examen, en el que se enfrentaban por turno un chico con una chica, nuestra
heroina ponía su punto de honor —y éste era precisamente el nombre del examen— en
triunfar sobre su contrincante. Los chicos no me dan miedo, exciamaba desdeflosamente,
y les quiero ganar a todos. ¡Bella expresión, que deja entrever a la mujer de carácter que
será Ia Madre Mazzarello!

Hacia los diez años, hizo Ia primera comunión. Fue confirmada el 30 de septiembre de
1849 en Ia iglesia de Gavi por Monseñor Pallavicini. A falta de testimonios más explícitos,
podemos, por lo menos, suponer que se preparó a estos actos importantes con seriedad.

Desde aquel momento, Se hace más profundo su deseo de Ilevar una vida ejemplar,
evidentemente según las ideas de su tiempo y de su amblente sobre Ia perfección.
Contraria a las diversiones mundanas, se ingeniaba también por alejar de ellas a los
demás. A los hermanos menores les daba buenos consejos, insistiendo sobre Ia fidelidad
al deber y sobre la buena armonía mutua. Al mismo tiempo sintió el deseo de intensificar
su vida cristiana personal y, para empezar, de corregirse de los defectos que se
reprochaba. Para ayudarla en esta tarea, no podía encontrar un director espiritual más
soilcito que Don Pestarino.

Nacido el 5 de enero de 1817 en el seno de una acomodada familia de Mornese, entró en


el seminario de Génova, donde fue discípulo del moralista don José Frassinetti, uno de los
grandes promotores de la comunión frecuente en Italia. Habiendo regresado a su pueblo
en 1841, realizó en él una auténtica revolución antijansenista. "Llegó un tiempo en el cual
los días laborables cada mañana había más de cien comuniones, especialmente en el
invierno". Emprendedor y celoso —había fundado las conferencias de san Vicente de Paúl
para los hombres y la compañía de madres cristianas para las mujeres— vio su autoridad
reconocida sin dificultad por Ia población.

Don Pestarino tomó interés por esta muchacha que era resuelta y quería progresar. Como
punto de partida, le permitió comulgar todas las semanas, y muy pronto todos los días.
María se confesaba regularmente con él. La dirección exigente de este sacerdote, en vez
de desanimarla, parecía hecha a la medida de su temperameno voluntarioso y su deseo
de perfección. Él le recomendaba especialmente Ia mortificación, Ia lucha contra el amor
propio, Ia caridad con todos, la moderación del carácter, la huída del pecado.

Sobre varios puntos, María Dominga tuvo que hacerse violencia sin que la victoria le
sonriera inmediatamente. De la madre, según se dice, había heredado un temperamento
pronto a acalorarse. Algunas veces se impacientaba de tal modo, que se le subía Ia
sangre a la cabeza; y cuando las amigas le decían: "¡Qué roja te has puesto!", le
resultaba difícil dominar los nervios. Del padre tenía la solidez del juicio y el equilibrio,
pero también un exagerado apego a las opiniones propias, del cual difícilmente lograba
deshacerse.

Su director no tenía miedo de reñirle cuando lo creía oportuno. Un día en que trabajaba
en la viña, en vez de atar los sarmientos a Ia cepa de Ia vid, impaciente, los cortó de
cuajo. No pensaba haber hecho un gran mal, pero el confesor le hizo saber que no era de
Ia misma opinión... No se mostraba menos severo con las pequeñas manifestaciones de
vanidad femenina de su penitente tanto más que, por su noble porte, las compañeras la
lIamaban ía guapa (Ia bula).

Todos estaban de acuerdo en atribuirle un gran amor a la piedad que no disminuyó


cuando se hizo mayorcita. Lo alimentaba con Ia asistencia diaria a Ia misa. Ni el trabajo
agobiante del día ni el levantarse antes del alba, ni el rigor del clima, la apartaba de su
propósito. Un día, por error, le aconteció salir de casa a las dos de Ia madrugada. Muchas
veces tuvo que esperar que el sacerdote abriera Ia puerta. En Ia iglesia, generalmente se
escogía un sitio poco visible. Aunque tenía una gran devoción al Santísimo Sacramento,
evitaba las manifestaciones externas de piedad. En casa, le gustaba rezar o leer algún
libro de devoción.

Era notoria otra de sus cualidades particulares: el ardor en el trabajo. No atendía


solamente a las tareas domésticas, sino que era objeto de admfración por parte de los
obreros de su padre en las labores de Ia viña: "Esta muchacha tiene unos brazos de
hierro, y cuesta enormemente seguirla". Era una de aquellas muchachas de Ia cristiandad
del siglo diecinueve, que vería nacer en Francia a Teresa Martin.

Las Hijas de Ia Inmaculada


Es comprensible que Ia idea de pertenecer solamente a Dios naciera espontáneamente
en María Dominga. Afirmaba que había hecho de pequeña el voto de virginidad e
ignoraba que esto no estuviera permitido. Demostraba aprecio al estado religioso, pero se
creía demasiado pobre para hacerse religiosa. Pero he aquí que se Ie presenta una
ocasión que le permitió realizar en parte su ideal.

Había en Mornese un grupito de buenas muchachas que c~omo ell~, aspiraban a una
vida más perfecta. Ya fuera que algo les impidiera entrar en el convento, ya fuera que
desearan santificarse en el mundo,decidieron crear en ci propio pueblo una especie do
comunidad religiosa, cuyos miembros continuarían viviendo en el seno de Ia propia
familia. La iniciativa de este proyecto corresponde a Ángela Maccagno, la de más edad
del grupo y Ia más instruida. Ella concibió la idea de una Pía Union con el título de Hijas
de María Santísima Inmaculada, redactó el reglamento calcándolo de Ia regla de las
Ursulinas y en 1852 lo presentó a Don Pestarino.

El texto preveIa que las compañeras debían estar unidas en Jesucristo, de corazón, de
espíritu y de voluntad, en la obediencia, en todo y por todo, a su padre espiritual y
confesor. Harían voto de castidad por un tiempo determinado, un año como máximo.

Viviendo en el mundo, practicarían un alejamiento del mismo, mayor aún que el de


aquellas que viven en los conventos y se comprometerían a cooperar a Ia mayor gloria de
Dios y de Ia religion (...) con el buen ejemplo, con Ia frecuencia de los Santos
Sacramentos, Ia devoción a Ia Pasión de Nuestro Señor Jesucristo y a la Virgen. Su
sociedad debía permanecer secreta y se esforzarían por suscitar otras semejantes en los
pueblos y en las ciudades.

Don Pestarino encontró el proyecto muy interesante; pero, antes de aprobarlo, se lo llevó
a Génova a su maestro y amigo Frassinetti, para que lo examinara y Ie diera forma
definitiva. El teólogo esperó dos años en responderle. Finalmente, en otoño de 1855,
sobre el bosquejo que le había sido enviado, compiló un Reglamento de la Pía Unión de
las Hijas de María Inmaculada, cuya difusión tuvo en italia un éxito inesperado.
Don Pestarino fue naturalmente el primero en fundar el grupo en su parroquia. Como
estaba previsto, todo se desarrolló en el máximo secreto el domingo 9 de diciembre de
1855 en presencia de las primeras cinco Hijas de Ia Inmaculada, entre las cuales estaban
Ángela Maccagno y María Mazzarello. La existencia de Ia Pín Unión solamente fue
conocida por todos en el mes de mayo de 1857 con ocasión de Ia visita pastoral de
Monseñor Contratto, obispo de Acqui. En Mornese, Ia Pía Unión contaba, como
término medio, con unos quince miembros.

María era Ia más joven del grupo, pero también, según se decía, la más fervorosa y Ia
más fiel. Según prescribía el reglamento, practicaba asiduamente Ia unión con Dios, Ia
penitencia, el apostolado entre las muchachas del pueblo; ponía en estas cosas el ardor
exigente que constituía Ia base de su naturaleza. Un día, durante Ia reunión semanal, se
acusó delante de las compañeras de haber estado un cuarto de hora seguido sin pensar
en Dios, y esto causó en todas una profunda impresión. Su sed de mortificación era tan
grande, que más de una vez su director hubo de frenaria.

Mientras tanto, su personalidad se afirmaba dentro de Ia asociación. A pesar de obligarse


a obedecer estrictamente a la superiora Maccagno, de carácter más bien bonachón, iba
adquiriendo ascendiente sobre sus compañeras gracias a su tacto y a su energía. Cada
quince días sabía presidir mejor que ninguna otra, Ia Reunión de las Madres cristianas y
una testigo cuenta que sabía atraer a las muchachas "como el imán atrae al hierro".

Principios de apostolado
Hacia los veinte años, varios hechos contribuyeron a orientar vida de María en una nueva
dirección. Estos no fueron todos alegres.

En 1858 se efectuó un robo importante en casa de los Mazarello, mientras estaban en la


viña. El padre decidió abandonar la Valponasca, demasiado aislada, y establecerse en
Mornese. María obtuvo con ello alguna ventaja, pues así estaba más cerca de la iglesia y
de su campo de apostolado.

Pero en 1860 se abatió sobre toda la región una epidemia de tifus, que causó muchas
víctimas. Llamada a casa de su tío que había contraído Ia enfermedad, María se prodigó
día y noche durate un mes entero en el servicio de los enfermos. Luego, cuando éstos
estuvieron fuera de peligro, fue ella Ia que cogió el mal. Hubieron momentos en que se
temió lo peor. Se repuso muy lentamentos para jamás curar ya del todo. La muchacha de
brazos de hierro ya jamás recobró el vigor de un tiempo. Pero, durante la enfermedad
había tenido tiempo para reflexionar...

Se haría modista. Esto le permitiría ganarse la vida, sin ser de peso para nadie.
Pensándolo bien, algo más importante germinaba en su cabeza: con este oficio, decía,
podría atraer a las muchachas, formarlas, y hacerles el bien.

Reveló el proyecto a sus padres, los cuales después de algún momento de perplejidad,
acabaron cediendo a sus razones. Una de sus rnejores amigas, Petronila Mazzarello, Hija
de la Inmaculada, aceptó trabajar con María y compartir su vida. Consultado Don
Pestarino, dio su consentimiento. El mismo Cielo parecía alentar su proyecto. La Madre
Mazzarello contaría más tarde un hecho extraño que le sucedió en aquella época de su
vida. Un día al pasar por una colina de Mornese, vio como en sueños una gran casa, y, en
aquella casa, a unas hermanas y a sus alumnas, mientras una voz parecía decirle: "A ti te
las confío".
A partir del otoño de 1860, encontramos a las dos amigas María y Petronila en la sastrería
de Valentín Campi. El año siguiente perfeccionarán en el mismo oficio con la modista
Antonieta Barco Después se establecieron por cuenta propia. Lo más difícil era encontrar
un local donde instalar su pequeño taller de costura. Después de varios traslados
aiquilaron una habitación bastante espaciosa, cerca de Ia iglesia. Su proyecto empezó a
realizarse con Ia Ilegada de las primeras alumnas.

Un buen día se les propuso tomar a pensión a dos huerfanitas. Alquilaron entonces una
segunda habitación al lado del taller y las instalaron en ella. De noche, era Petronila quien
las cuidaba, en espera de que los padres de María Ia autorizaran también a ella a
permanecer en el taller día y noche. Muy pronto se añadió una tercera interna, después
una cuarta, después otras tres. Para alojarlas, habían aiquilado otras habitaciones; al lado
del taller, se estaba asistiendo, pues, al nacimiento de un pequeno colegio-internado.

Pero María deseaba hacer el bien no solamente a aquellas que iban a ella para aprender
a coser, sino a todas las del pueblo. Fue este el origen de una especie de oratorio. El
domingo, las dos amigas recogían a las niñas, las acompañaban a la iglesia, las divertían
con juegos y paseos.

María dirigía el pequeño grupo de internas y de externas lo mejor que podía, sin reglas
fijas. Su experiencia de las personas y de las cosas le servía de guía. Sabía reprender a
las alumnas cuando era necesarlo sin levantar el tono de Ia voz. No vacilaba en prodigar
consejos a las madres de familia para la buena educación de los hijos. Pero lo que más Ie
importaba era el bien espiritual de aquéllas que le habían sido confiadas. En su
apostolado se esforzaba sobre todo en combatir el respeto humano y en impedir Ia ofensa
de Dios. En Ia raíz de su acción se adivinaba el amor sobrenatural hacia los niños. Sin
saberlo, María era ya salesiana.

La hija espiritual de Don Bosco


Las dos amigas oían hablar con admiración del apóstol de Turín,sobre todo después de Ia
visita de Don Pestarino al Oratorio en noviembre de 1862. Cuando Don Bosco vino a
Mornese la primera vez en 1864, María reconoció instintivamente en él al hombre de Dios.
Con todo, estaba bien lejos de pensar que de su obra nacería una congregación.
Tenemos motivos para creer que por aquel entonces tampoco Don Bosco lo pensaba.
Pero, desde aquel día, unían al Oratorio con Mornese estrechas relaciones, tanto más
que Don Pestarino había pedido ser admitido en la Congregación Salesiana. Se dio
principio a Ia construcción de un colegio salesiano para los muchachos del pueblo. De
acuerdo con Don Bosco, Pestarino propuso a las Hijas de la Pía Unión vivir en comunidad
en la casa que él puso a su disposición. María aceptó entusiasmada, pero antes debió
vencer las dificultades presentadas por sus padres que solo pensaban en casarla cuanto
antes. Su amiga Petronila y otras dos muchachas la siguieron. Algunas alumnas internas
completaron inicialmente el cuadro de Ia que se llamó casa de la Inmaculada. Al crecer la
familia, se sintió la necesidad de tener una superiora y fue elegida María.

Poco a poco, la vigilancia de Don Bosco sobre el grupo de Mornese era más eficaz, sin
que, por otra parte, se pueda decir en qué momento proyectó servirse de ella para echar
las bases de una congregación. De paso por Mornese, dio una conferencia a las Hijas de
Ia Inmaculada hacia fines de 1867. Poco sabemos acerca de los cuatro años siguientes,
fuera de que Don Bosco les envió un horario y un reglamento para Ia buena marcha de la
casa.
El año 1871 fue decisivo. Don Bosco, habiendo resuelto dar principio a una congregación
de religiosas para la educación cristiana de Ia juventud femenina, encargó a Don
Pestarino que buscara en Mornese las primeras vocaciones a Ia vida religiosa. Fue una
gran sorpresa para todas. Desde hacia mucho tiempo, Maria había renunciado a esta
idea, que ella juzgaba irrealizable. A pesar de ello, con algunas compañeras se declaró
dispuesta a Ia obediencia y a cualquier sacrificio.

El 5 de agosto de 1872, tomó el hábito de las Hijas de María Auxiliadora y pronunció los
votos en presencia de Don Bosco. A él naturalmente se dirigió para guiar la incipiente
congregación. En adelante su historia se confunde con la de su Instituto.

Fisonomía espiritual de María Mazzarello


Temperamento franco, pero reservado, ardiente, dotado de gran criterio, no obstante su
rudimentaria instrucción, María Mazzarello se distinguía, ante todo, por la virtud de Ia
fortaleza. Esta mujer campesina, sencilla y seria, imponía respeto. Según Pío IX, tenía el
don del gobierno. Con todo, resultaba fácil obedecerla, porque, como decía una hermana,
ejercía el oficio de superiora como una verdadera madre; no se iba con melindres, era
más bien decidida, pero tenía tanta fuerza de persuasión que se hacía obedecer de todas,
sin que Ia obediencia se hiciera pesada.

Su vida interior era intensa. Aprendió de muy joven a amar a Dios trabajando por ÉI.
"Cada puntada (de aguja) sea un acto de amor a Dios", decía Ia joven costurera a su
amiga en los principios del taller. Su piedad se hizo cada vez más eucarística y mariana.

Hecha superiora, no se dejó enorgullecer por el cargo, sino más bien suplicaba que se
pusiera en su lugar a alguien más instruida y más capacitada que ella. No olvidaba su
modestísimo origen y tomaba parte en las faenas comunes. Olvidándose de sí misma,
buscaba responder al deseo de Dios.

Sn caridad era auténtica y dirigida hacia el servicio de todos. Se ocupaba de todas y


cuidaba de cada una de nosotras, como si cada una fuera Ia única en el Instituto. Eran
notorios algunos rasgos de delicadeza exquisita. Podernos pensar que su gran respeto
por las almas ahondase sus raíces en su pureza exigente.
Su tenor de santidad no tenía nada de excesivo. Ni prefabricada, ni fácil, Se mantenía en
los lImites de una moderación típicamente salesiana. El Magnificat exalta esta virtud de
los humildes.

María Dominga Mazzarello murió a Ia edad de cuarenta y cuatro años el 14 de mayo de


1881. Fue beatificada por Pío XI el 20 de noviembre de 1938 y canonizada por Pío XII el
24 de junio de 1951. Mientras tanto, el pequeño grupo de Hijas de María Auxiliadora se
había convertido en una de las grandes congregaciones femeninas de Ia catolicidad.

CAPÍTULO XV
LAS HIJAS DE MARÍA AUXILIADORA HASTA LA MUERTE DE
DON BOSCO
El conocimiento de Ia Santa nos ayuda a comprender la institución que ella ha contribuido
a dar a Ia Iglesia.
Una muchacha del campo desprovista de instrucción, una asociación cuya única ambición
es servir a Dios y ocuparse de las niñas en un pueblo del Monferrato: he aquí el punto de
partida. Llega Don Bosco y, con él, el movimiento y Ia expansion. La pequeña comunidad
se estructura, aumenta el número de sus miembros, construye casas de educación, envía
misioneras a America del Sur. Llega a ser así una congregación de gran importancia,
cuyo número y prestigio aumentan de año en año.
Esta inesperada transformación puede resumirse así: de Ias Hijas de la Inmaculada a las
Hijas de María Auxiliadora.

Etapas de Ia fundación las Hijas de María Auxiliadora


Cuando en 1857 el obispo de Acqui reconoció oficialmente a Ia Unión de las Hijas de
María Inmaculada de Mornese, esta asociación contaba únicamente con unas pocas
muchachas, que no se sentían inclinadas al matrimonio, pero tampoco a Ia vida
monástica. Su fin era llevar una vida cristiana fervorosa y dedicarse at servicio de la
juventud, en el ámbito de Ia parroquia. Vivían en sus casas pero se reunían con
frecuencia bajo Ia dirección de Don Pestarino y de Ia superiora Ángela Maccagno. Sin
estar ligadas por votos, practicaban los consejos evangélicos (espíritu de pobreza,
castidad, obediencia al director y a Ia superiora); pero nada extraordinario debía
traslucirse al exterior.

A partir de 1860, algunos miembros de Ia asociación inauguraron un camino nuevo,


aunque manteniéndose en contacto con las otras. Habiéndose hecho inútil para los
trabajos del campo a resultas de una grave enfermedad, María Mazzarello, ayudada por
su amiga Petronila, estableció un taller de costura, y después un embrión de pensionado y
un oratorio. Con el tiempo, otras Hijas de la Inmaculada entraron en el movimiento,
viviendo en comunidad con las dos primeras, mientras el resto del grupo, con Ángela
Maccagno continuaba viviendo en Ia propia familia

Entretanto, Don Pestarino trabó conocimiento con Don Bosco durante un viaje en tren y le
hablo de su grupo de muchachas Don Bosco lo escuchó, con gran interés, y lo invitó a
que lo visitara en el Oratorio. Don Pestarino fue aIlá en noviembre de 1862 y quedó de tal
modo encantado del espíritu reinante, que expresó a su huésped el deseo de hacerse
salesiano. Se estableció entonces un principlo de colaboración entre Turín y Mornese, y
una gran corriente de simpatía. Pestarino volvió con frecuencia a Valdocco.

Por su medio Don Bosco seguía —desde lejos, pero con interés— Ia actividad de María y
de sus compañeras. Un día, les hizo llegar una cartita en Ia cual se podían leer estas
palabras suficientemente expresivas de Ia espiritualidad que él difundía: "Rezad, sí, pero
haced todo el bien que podáis a la juventud".

Proyectos de Don Bosco


Sin que sea posible detérminar con exactitud cuándo y cómo le haya venido a Don Bosco
la idea de utilizar Ia experiencia de Mornese, es cierto que, desde aquel tiempo, Don
Bosco soñaba con hacer algo por la juventud femenina.

Don Pestarino se hizo salesiano (¿1864?). Don Bosco lo consideraba como un director
salesiano y, como tal, lo convocaba a las conferencias anuales por Ia fiesta de San
Francisco de Sales.
Don Pedro Stella nos pone en guardia contra ciertas simplificaciones apresuradas
referentes al origen de Ia Congregacidn. Según éI, no es imposible que Don Bosco haya
tenido otros oproyectos además de Mornese.
Con todo, dudaba. ¿Era precisamente vocación suya comprometerse en una obra hacia
Ia cual sentía tan poca inclinación?

Fueron necesarias, para decidirlo, las peticiones insistentes de algunos obispos y de otras
persoñas autorizadas. ¡Los salesianoa tienen tanto éxito con los muchachos! ¿Se va a
contentar Don Bosco con esto, descuidando la otra parte de la juventud?. He aquí
sintetizado lo que se le decía.

Además, como sucedía con ocasión de las decisiones importartes que debía tomar, le
sobrevenían sueños que le hacían reflexionar. Nos permiten conocer su estado de ánimo
en aquellos momentos. La noche del 5 al 6 de julio de 1862 le pareció estar hablar
hablando con Ia Marquesa Barolo. Al principio de Ia conversación, él mismo pronunció las
siguientes palabras: "Bien; yo debo procurar que la sangre (de Nuestro Señor) no se haya
derramado inútilmente para los jóvenes ni para las niñas". Otra vez, cuenta Don Francesia
vio en sueños un inmenso número de muchachas que jugaban en una plaza de Turín,
abandonadas a sí mismas. Apenas lo vieron se precipitaron a su encuentro pidiéndole
que se ocupara de ellas. "Yo procuraba alejarme de ellas, contaría el mismo, diciendo que
no podía, que otros vendrían en su ayuja, porque mi misión es otra. (...) Entonces vi
aparecer una noble Señora que, con semblante totalmente resplandeciente, me animaba
con bellas palabras, a satisfacer su deseo. Y mientras parecía desaparecer en medio de
ellas, me repetía: "Cuida de ellas, ¡son mis hijas!"

Mas aún, según atestigua Don Francesia, Don Bosco le dijo que era tiempo de crear una
congregación que haga con las niñas lo que los salesianos hacen con los jovencitos.

Hasta aquel momento las cosas daban Ia impresión de marchar lentamente. Pero, una
vez tomada la decisión, se podía estar cierto que se procedería con toda rapidez. ."Pero,
querido Don Bosco había replicado Francesia, ¿no va a dejar nunca de meter mano a
nuevos proyectos?".

Nacimiento del Instituto


de las Hijas de María Auxiliadora

La decision se llevó a cabo en dos años, 1871 y 1872.


En abril de 1871, por primera vez, Don Bosco planteaba capítulo superior la cuestión de
confianza sobre Ia fundación de una comunidad femenina: "Muchas personas repetidas
veces me han exhortado a hacer también por las jovencitas el poco de bien que, por Ia
gracia de Dios, estamos haciendo por los jóvenes. Si hubiera de seguir ml inclinación, no
me embarcaría en este género de apostolado; pero, dado que las peticiones me han sido
repetidas tantas veces y por personas dignas de toda consideración, temería ir en contra
de un designio de la Providencia, si no tomara el asunto en seria consideración. Os lo
propongo, pues, a vosotros, invitándolos a reflexionar ante el Señor".

Se dice que aquella arenga dejó profundamente impresionados a los oyentes.


Un mes más tarde, nueva reunión. El proyecto fue aprobado por unanimidad. Entonces
Don Bosco señaló oficialmente a Mornese como punto de partida de la nueva empresa.

Recibido en audiencia por Pío IX poco tiempo despues, fue animado por él a seguir
adelante. A propósito de Ia dirección de lqw futuras religiosas, el papa le decía: "Que ellas
dependan de usted y de sus sucesores, como las Hijas de la Caridad de San Vicente de
Paúl dependen de los Paúles. Redactad sus Constituciones en este sentido y empezad Ia
prueba. Lo demás vendrá después"

Así se hizo. A finales de 1871, entregaba a Don Pestarino, para las futuras novicias, un
proyecto de constituciones para las Hijas de María Auxiliadora. La enfermedad que en
este tiempo tuvo Don Bosco y que lo retuvo en cama durante cincuenta días en Varazze,
fue causa de cierto retraso. Con todo, hizo que se procediera a la elección de Ia superiora
y del capítulo, esto Se llevó a cabo en enero de 1872, el día de Ia fiesta de San Francisco
de Sales. De veintisiete votos, veintiuno cayeron sobre María Mazzarello para cargo de
superiora, pero no fue posible hacerle aceptar a Ia humilde mujer otro título que el de
primera asistente o de vicaria. La amiga Petronila fue segunda asistente y su hermana
Felicina, maestra de novicias.

Quedaba un problema por resolver, el de la casa madre. Era necesario encontrar una
casa independiente y suficientemente grande, que albergara a las religiosas y a sus
alumnas. La historia de esta empresa está Ilena de circunstancias imprevistas y de
amarguras. En 1864, con ocasión de la primera visita de Don Bosco, de común acuerdo
se había decidido la construcción de un coleglo para chicos en Mornese. La población,
entusiasta del proyecto, contribuyó a su construcción. Pero, cuando estaba ya a punto de
terminarse, Ia curia diocesana se opuso a Ia apertura de una institución, que amenazaba
perjudicar al seminario menor de Ia diócesis. Aprovechándose de la situación creada, Don
Bosco decidió enseguida instalar en él a las religiosas y daba a Don Pestarino el encargo
de arreglar todo lo necesarlo. Mal lo pasó éste, porque los habitantes de Mornese
protestaron gritando abiertamente que hablan sido traicionados. Se verificó el traslado
(1872), pero las Hijas dé María Auxiliadora dieron los primeros pasos en la vida religiosa
en un clima de incomprensión, mejor dicho de hostilidad. Añádase a esto Ia pobreza y las
privaciones, que eran grandes.

El 5 de agosto de 1872 fue un día grande para la incipiente congregación. En presencia


de Don Bosco, el obispo de la diócesis, Monseñor Sciandra, presidió Ia ceremonia de la
primera vestición y de Ia primera profesión religiosa. Quince recibieron el hábito de las
Hijas de María Auxiliadora; once de ellas emitieron los primeros votos trienales. Al final,
Don Bosco tomó la palabra: "Vosotras estáis apenadas, y yo lo veo con mis propios ojos,
porque todos os persiguen y se burlan de vosotras, y vuestros mismos parientes os
vuelven las espaldas; pero no os extrañe si vosotras os haréis santas, y con el tiempo
podréis hacer el bien a muchas almas, si os mantenéis humildes".

Las religiosas tomaron entonces oficialmente el nombre de Hijas de María Auxiliadora.


Don Bosco había escogido este título "porque, dirá un día, deseo que permanezca un
monumento perenne e inmortal de nuestra gratitud para con esta buena Madre sean este
monumento las Hijas de María Auxiliadora".

Consolidación
Después de estos acontecimientos, la comunidad puso manos al trabajo con renovado
ardor. Un gran punto oscuro: Ia falta de instruccidn de Ia mayor parte de las hermanas.
Desde Turín, Don Bosco envió maestras que Ies dieran clase. María Mazzarello aprendió
entonces a escribir. Al mismo tiempo, su director las obligó a dejar el dialecto piamontés
por la lengua italiana, suscitando comentarios entre la gente del pueblo...
El mes de febrero de 1873, llegaron a Turín dos hermanas de la congregación de Santa
Ana, a petición de Don Bosco, para iniciarlas en el tenor de vida de una comunidad
regular.

Mientras tanto, liegaban a Mornese postulantas, enviadas frecuentemente por Don Bosco.
El 5 de agosto de 1873, otras nueve aspirantes tomaban el velo y tres novicias emitían los
votos trienales Se cuenta que uno de los predicadores de los ejercicios, Monseñor
Scotton, no había quedado nada encantado de Ia comunidad de Mornese y no escondió
al fundador los defectos que habla encontrado en ella: ignorancia, incapacidad,
desorden... "Bien, bien, dijo sencillamente Don Bosco, veremos, veremos, afladiendo que
sus casas nacIan con desorden, pero acababan siempre poniéndose en orden". El
prelado, habiendo vuelto a predicar tres años después afirmó que se había visto obligado
a cambiar de opinion.

Debemos decir que, con respecto a las postulantas, el cometido de Ia joven superiora no
era siempre fácil. Si Don Bosco y Don Pestarino (que se hizo salesiano, como ya
sabemos) no proveían de reclutas, le tocaba a ella descubrir las vocaciones. Por
desgracia, en la grey de las recientemente llegadas había siempre alguna ovejita locuela,
carente de criterio o de ponderación... Una joven viuda de Turín, enviada por Don Bosco,
a punto estuvo de revolucionarlo todo con su manía de dictar leyes a todas y de efectuar
reformas según el modelo del convento donde ella se había formado. Algunos espíritus
rebeldes provocaron en Ia comunidad cierto malestar, que fue causa de la salida de
cuatro profesas y de una novicia. Una postulante, con apariencias de santa, acabó
miserablemente después de haber dado origen en Ia casa a manifestaciones
sospechosas e incluso diabólicas, según algunos... Demasiado modesta para imponerse
a Ia fuerza, Sor Mazzarello poseía un don de intuición que en estos casos le ayudaba
mucho.

Aunque la agitación de los espíritus pudiera ser inquietante alguna vez, no podía ocultar
los progresos contínuos del Instituto en su consolidación interna. En este aspecto fue
importante el año 1874. Don Bosco, mientras lograba hacer aprobar las constituciones de
los salesianos, obtenía que el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora se injertara en el
tronco de la Sociedad salesiana, "encajado, como él decía, en Ia Congregación. Por
primera vez empleó entonces Ia expresión "nuestras hermanas". El superior de los
salesianos se convertía de derecho en superior de las Hijas de María Auxiliadora. Todo
esto estaba conforme con el pensamiento de Pío IX, expresado tres años antes. Otro
acontecimiento importante: el nombramiento de don Juan Cagliero como director general,
con el encargo de gobernar el Instituto en nombre del rector mayor, pero conservando
Mornese su director particular. Esto indica cuán seriamente se pensaba en Turín en el
porvenir de Ia rama femenina. Finalmente, el 15 de junio de 1874, Sor Mazzarello fue
oficialmente designada por el voto unánime de las profesas para el cargo de superiora
general. Esta vez tuvo que resignarse a abandonar el título de vicaria, que hasta aquel
momento le había permitido hacerse ilusiones.

Otros cambios se verificaron en el mismo periodo. Don Pestarino había muerto el 15 de


mayo de 1874. Con su desaparición, las hermanas tuvieron Ia impresión de ver hundirse
todo su Instituto. El difunto fue sustituido por don José Cagliero, primo del director
general. Pero algunos meses después, también éste falleció. Llega entonces a Mornese
un director que, en pocos años, con su fuerte personalidad dejará una huella profunda en
Ia casa. Se llama Santiago Costamagna. Activo, músico y de carácter difícil, este gran
salesiano, que morirá siendo obispo en América, durante tres años encarnará el
dinamismo del espíritu salesiano. "Parecía que una corriente eléctrica, dice Don Ceria, la
recorriera (la casa) de un extremo al otro y Ia pusiera constantemente en movimiento"
Surgieron algunos momentos difíciles para Ia Madre Mazzarello. El director era uno de
aquellos hombres que, según se dice, conciben Ia disciplina solamente en sus relaciones
con los súbditos... De todos modos, impulsó a Ia Madre a fomentar el oratorio.
Personalmente enseñaba a las alumnas el canto y Ia música y preparaba a algunas
hermanas a dar clase.

El 28 de agosto, en presencia de Don Bosco, la Madre Mazzarello y doce religiosas


hacían Ia profesión perpetua, mientras quince postulantas tomaban el velo.

El 23 de enero de 1876, las reglas de las Hijas de María Auxilidora eran aprobadas por
Monseñor Sciandra, obispo de Acqi. Antes de imprimirlas, quiso el Fundador someterlas
por algún tiempo a la prueba de la experiencia. Hasta 1978 no se editó librito y se entregó
a las religiosas. Debemos advertir aquí que Don Bosco nunca se preocupó de hacer
aprobar el Instituto por las autoridades romanas. Es esta una especie de anomalía en la
vida del Fundador, tanto más desconcertante cuanto son sabidos sus esfuerzos por
sustraer la Sociedad salesiana a Ia autoridad diocesana. Entre las razones que han
podido guiarlo en esta forma obrar, estaba ciertamente el temor de que Roma encontrase
inaceptable esta dependencia tan estrecha de las hermanas respecto a los salesianos.

Las constituciones se inspiran frecuentemente muy de cerca de las de los salesianos. Las
Hijas de María Auxiliadora tienen como fin: atender a Ia propia perfección y coadyuvar a
Ia salvación del prójimo, especialmente dando a las niñas del pueblo una educación
cristiana. Su misión particular es asumir la dirección de escuelas, orfanatos, jardines de
infancia, oratorios festivos y también abrir talleres para las niñas más pobres en las
ciudades, en los pueblos y en las misiones extranjeras. Podían también aceptar Ia
dirección de hospitales y otros centros semejantes de caridad y abrir centros de
educación preferiblemente para doncellas de condición humilde. Entre las cualidades
exigidas a las hermanas, las constituciones insisten en particular sobre la caridad, Ia
sencillez, la modestia, el desprendimiento, Ia alegría. Son éstos los grandes rasgos de Ia
espiritualidad salesiana.

La Madre Mazzarello profesaba gran respeto a las Reglas, que consideraba como dadas
por Dios por medio de Don Bosco. Se esforzaba, pues, en observarlas continuamente con
la mayor exactitud posible y en hacerlas observar por sus religiosas. La meticulosidad que
mostraba en este campo era sublimada por el sentido profundamente espiritual que sabía
atribuir a Ia observancia.

Expansion del Instituto


Mientras el Instituto se desarrollaba y se organizaba lo mejor posible en Mornese, tenían
lugar sin demora las primeras fundaciones. El prestigio del Fundador y la ayuda de sus
hermanos en religion contribuyeron grandemente a Ia expansión, ciertamente
sorprendente, de las Hijas de María Auxiliadora.

La primera salida de Mornese se efectuó el 8 de octubre de 1874. A petición de Don


Bosco, un grupito de hermanas, guiado por Sor Feiicina Mazzarello, fue a establecerse
junto al colegio salesiano de Borgo San Martino (iniciado primeramente en Mirabello) para
hacerse cargo de la cocina y el lavado y plachado de la ropa de los internos. Se cuenta
que la primera reacción de las hermanas al anuncio de esta salida no fue de alegría, sino
de turbación, porque, al entrar en Mornese, cada una se había hecho Ia idea de
permanecer allí hasta Ia muerte.

El año 1876 fue especiahnente rico en despliegues imprevistos. Treinta y seis religiosas
salieron en siete direcciones distintas. En el mes de febrero, las primeras se dirigieron a
Vallecrosia, en Liguria, donde, junto a los salesianos, abrieron muy pronto un oratorio y
una escuela para niñas. El 29 de marzo, un segundo grupo Ilegaba a Turín, cerca de Don
Bosco y comenzaba una obra análoga en la barriada de Valdocco. Nueva salida el 7 de
septiembre para Biella, donde el obispo les confiaba las tareas materiales de su
seminario. Otro grupo, que partió el 12 de octubre, asumió el mismo trabajo en el colegio
salesiano de Alassio. El 8 de noviembre, un grupo marchó a Lu, en Ia diócesis de Casale,
donde abrió un jardín de infancia y un oratorio. En el mes de diciembre, dos hermanas
fueron a ponerse a disposición del colegio salesiano de Lanzo. Finalmente, es de justicia
destacar una misión provisional pero original. En el verano de 1876, siete Hijas de María
Auxiliadora se encargaron de un grupo de niños enfermos que se encontraban en
tratamiento medico junto al mar en Sestri Levante.

¡Qué largo camino recorrido en un solo año! En Ia conferencia de los directores,


celebrada el mes de febrero de 1877, Don Rúa podía decir de Mornese que esta casa
tomaba un desarrollo maravilloso. Don Bosco no ocultaba su satisfacción. La Madre
Mazarello, por su parte, había tomado muy en serio sus nuevas responsabilidades. Para
cada fundación, Don Bosco le pedía que escogiera a las candidatas. Ella se mantenía en
constante contacto con las hermanas, las visitaba cuando le era posible. Su
recomendación más frecuente era la de conservar el espíritu de Mornese, que se puede
sintetizar así: pobreza, piedad, trabajo.

En 1877, se abrió Ia era de las fundaciones lejanas y del entusiasmo por Las misiones.
Los salesianos estaban establecidos en América del Sur desde 1875 y se comprende que
hayan experimentado la necesidad de hacerse ayudar por religiosas. La cosa fue
decidida por su capítulo general en otoño de 1877. La Madre Mazzarello acompañó al
primer grupo de misioneras primero a Roma. donde fueron recibidas por Pío IX el 9 de
noviembre, después al puerto de Génova. Bajo la guía de Don Costamagna
desembarcaron en Montevideo el 17 de diciembre y fueron a establecerse en Villa Colón,
no lejos de Ia capital uruguaya, donde los salesianos tenían un colegio. Desde Villa Colón,
se extendieron a otras regiones del continente. Gracias a una segunda expedición de
misioneras en 1878, pudieron poner pie en Argentina, en Buenos Aires, y después a partir
de 1880, en verdadera tierra de misión, en Patagones, en Ia Patagonia. Eran las primeras
religiosas que pisaban aquellas tierras australes.

Las Hijas de María Auxiliadora habían entrado también en Francia el año 1877. El primero
de septiembre de aquel año, Ia primera comunidad se establecía en Niza, donde fundaba
cel Patronato de Sainte-Anastasie. Siguieron otras dos fundaciones muy pronto, La
Navarre en 1878 y en Saint-Cyr en 1880.

En Italia, las hermanas salesianas aparecen en Chieri y en Quargnento en 1878; en


Cascinette, en 1879; en Borgomasino Melazzo de Alessandria, Penango y Este en 1880.
Aquel mismo año 1880, bajaban a Catania y a Bronte, en Sicilia.

Doquiera llegaban, las Hijas de María Auxiliadora desarrollaban un apostolado de


múltiples formas: jardines de infancia, escuelas primarias, talleres, catequesis, oratorios,
cocina y ropería en las casas de los salesianos. La congregación iba viento en popa: las
alumnas, las casas, las vocaciones se multiplicaban. Siempre modesta y activa, Ia Madre
estaba en todo.

Ultimos años de Ia Madre Mazzarello

En 1877, Don Bosco adquirió en Nizza Monferrato un convento y una iglesia


secularizados. Quería poner allí Ia casa madre de las hermanas. Mornese, en efecto,
resultaba ya demasiado pequeño; las comunicaciones eran difíciles, y ciertas hostilidades
no se habían aplacado, Se hizo el traslado el 4 de febrero de 1879. Para Ia Madre fue una
separación dolorosa.

En Niza se celebró en 1880 el segundo capítulo general que debía proceder a nuevas
elecciones. A pesar de sus esfuerzos para hacer elegir a otra superiora general, todos los
votos cayeron sobre Ia Madre Mazzarello.

Pero su salud estaba ya gastada. Estando en Marsella acompañando a un tercer grupo de


misioneras, cayó gravemente enferma en el mes de febrero de 1881. Curó en Saint-Cyr.
Durante una visita, Don Bosco le contó Ia fábula de Ia muerte que Ilega a tocar a Ia puerta
del convento y que, no sabiendo ya qué hacer, debe dirigirse a Ia superiora. La Madre
comprendió Ia insinuación, tanto más que había ofrecido su vida por el Instituto. Regresó
a Niza solamente para morir alli. Dejaba una hermosa herencia: ciento treinta y nueve
religiosas, cincuenta novicias y veintiséis casas.

La Madre Daghero
El capítulo celebrado después de Ia muerte de Ia cofundadora confirmó Ia organización
del Instituto, cuyo gobierno fue confiado a una joven hermana de veinticinco años,
Catalina Daghero. Nacida en Curniana, en las cercanlas de Turin, el 17 de mayo de 1856,
había entrado a los dieciocho aflos en Ia incipiente congregación. Sus primeros años en
Mornese habían sido duros. Esta mujer de temperamento activo había soñado con una
vida de silencio y soledad que no encontraba en la casa. Muy apegada a la familia, al
padre (Ia madre había muerto), sufría de nostalgia. La Madre Mazzarello Ia ayudó a
superar sus dificultades. Después de los primeros votos emitidos el 28 de agosto de 1875,
Sor Catalina no tardó en ocupar cargos de responsabilidad. El año siguiente, toma parte
en Ia fundación de Turín, como vicaria de Elisa Roncallo, después, desde 1879, como
directora. Animada por Ia vecindad de Don Bosco, se muestra muy emprendedora en ci
oratorio y en la enseñanza, sin descuidar sus propios estudios. En el mes de marzo de
1880, la encontramos al frente del orfanato de Saint -Cyr. Cometide delicado —se trata de
suceder a otra dirección— que ella supo desempeñar felizmente.

Sor Daghero era muy apreciada; en efecto, algunos meses más tarde el capítulo general
la nombraba vicaria de Ia superiora general. Este aprecio se debía a sus cualidades:
solidez, equilibrio, bondad, que Ia llevaron el 12 de agosto de 1881 a las más altas
responsabilidades. Dada su joven edad, fue necesario pedir a Don Bosco una dispensa...

Bajo el impulso de la Madre Daghero, Ia congregación seguía extendiéndose. Se


fundaron nuevas casas en italia, en Francia, en América del Sur. Siguiendo el ejemplo de
su predecesora, se puso en viaje para tomar contacto sobre el lugar con sus hijas. El
primer viaje importante fue a Francia en febrero de 1882.

A Ia muerte de Don Bosco, las Hijas de María Auxiliadora podían gloriarse de haber
recorrido mucho camino en pocos aflos. Poseían cincuenta casas, un centenar de
novicias y trescientas noventa hermanas. Bajo Ia dirección dinámica y sabia de la Madre
Daghero, entonces en sus principios, progresaban cada año más.

CAPÍTULO XVI
LOS COOPERADORES SALESIANOS
Fracaso de Don Bosco
Se esperaba al salesiano en el mundo, en cambio llegó el cooperador salesiano... Así se
podría definir el fracaso sufrido por don Bosco en un proyecto en el que puso todo su
corazón. Efectivamente, en el intento de crear salesianos que pertenecieran con pleno
derecho a la congregación, pero que no estuvieran ligados por votos ni obligados a Ia vida
común, Don Bosco ha sufrido, podríase decir, un medio fracaso. La habilidad maniobrera
del Italiano y la tenacidad del Piamontés debieron inclinarse ante la firmeza mafestada por
aquellos que juzgaban inaceptable su plan. Quizá su plan era verdaderamente
irrealizable, al menos en aquel tiempo.

La Unión de los cooperadores salesianos nació oficialmente en 1876, poco después de la


aprobación definitiva de la Sociedad Salesiana y cuando el Instituto de las Hijas de María
Auxiliadora estaba encarrilado Pero era el punto de Ilegada de una larga historia que
empezó en los comienzos del Oratorio

Los primeros ayudantes no religiosos


Antes de que Ia congregación tomara forma, entre 1841 y 1859 Don Bosco no estaba solo
para cuidar de sus centenares de muchachos. ¿Cómo hubiera podido? Para auxiliarle,
encontró ayudantes benévolos, deseosos de consagrar una parte de su tiempo al servicio
de Ia juventud pobre.

Los primeros fueron naturalmente sacerdotes. Su tarea consistía sobre todo, en predicar,
confesar, dar catecismo. Algunos se aficionaron con entusiasmo a este apostolado, como
José Cafasso, Pedro Merla, Francisco Marengo, Luis Nasi, Lorenzo Gastaldi (futuro
arzobispo de Turin), Ignacio y José Vola, Jacinto Carpano, Miguel Ángel Chiatellino, Juan
Bautista Borel... Este último merece una particular mención. El teólogo Borel, consejero y
amigo de Ia primera hora, fue durante mucho tiempo uno de los colaboradores más fieles
de Don Bosco. Con ocasión de Ia grave enfermedad que puso en peligro su vida en 1846,
Don Bosco le confió el cuidado de su Oratorio. Muy apreciado por el Santo, el cual
afirmaba maba que sacaba de sus conversaciones "lecciones de celo sacerdotal, siempre
buenos consejos, estímulos para el bien", Borel tenía además el don de encantar a sus
jóvenes oyentes con un brío típicamente piamontés.

Junto a los sacerdotes, hubo muy pronto laicos. Estos procedían de los ambientes
sociales rnas variados. Muchos pertenecían a familias acomodadas incluso aristocráticas,
como el Conde Cays de Giletta (que se hará salesiano y sacerdote en edad avanzada), el
marques Fassati, el conde Callori di Vignale, el conde Scarampi de Pruney... Entre los
ayudantes de más humilde condición, Don Bosco recordaba con afecto la figura de un
quincallero, José Gagliardi, que dedicaba a los jóvenes del Oratorio su tiempo libre y sus
ahorros. Don Bosco podía citar listas enteras de nombres célebres y oscuros. Conservaba
fielmente su recuerdo.

Las ocupaciones de estos laicos eran variadas y conformes a Ia capacidad de cada uno.
Debemos resaltar bien, con todo, que Don Bosco recurría de buena gana a sus servicios
para dar catecismo los domingos y también los días laborables durante Ia cuaresma.
Algunos le ayudaban en las clases nocturnas. Ayudaban además al director a asistir a los
muchachos durante las funciones de iglesia y en los recreos, organizaban para ellos
juegos y paseos, estaban atentos a sus necesidades materiales, alguna vez les pagaban
una buena merienda... Algunos se preocupaban, sobre todo, de encontrarles trabajo, y
una vez colocados, de visitarlos para que se mantuvieran en contacto con el Oratorio.

Pero no había solamente hombres. Con Mamá Margarita, madre de Don Bosco,
trabajaban otras mujeres, frecuentemente de la más alta sociedad, que se ocupaban del
lavado, planchado y repaso de Ia ropa. Había necesidad de ello, decía Don Bosco, porque
entre aquellos pobres chicos, había algunos que no podían cambiarse nunca la raída
camisa que Ilevaban encima o iban tan sucios, que ningún amo se atrevía a admitirlos en
su taller. Entre las cooperadoras que se distinguieron en estos trabajos modestos y
muchas veces repugnantes, se citaba en primera línea, junto a la marquesa Fassati, la
madre del futuro arzobispo Gastaldi. Había tomado para sí la tarea de hacer lavar la ropa
y de repartirla cada sábado..

El domingo, personalmente pasaba revista a las camas de los internos, luego, como un
general del ejército, reunía a sus tropas e inspeccionaba minuciosamente los vestidos y Ia
limpieza de cada uno.

Muchos de estos benévolos ayudantes, lo mismo eclesiásticos que laicos, ponían dinero
de su bolsillo. Un sacerdote daba para los chicos de Don Bosco todo el dinero que recibía
de sus acomodados padres. Un banquero entregaba una pension periódica. Los ahorros
de un artesano eran puestos al servicio de los que eran más pobres que él. El teólogo
Borel, que era el cajero del Oratorio en sus comienzos, estaba en condiciones de apreciar
todas estas generosidades.

La experiencia cotidiana de Ia entrega de estos hombres y de estas mujeres hará brotar


en Ia mente de Don Bosco nuevas ideas.

Proyectos de asociación
Muy pronto Don Bosco se convenció de que, si fuera posible reunir a estos colaboradores
en una asociación estructurada, su influjo y su eficacia hubieran sido notablemente
mayores. ¿No habrá sido esto el germen de aquella congregación que tenía la idea de
crear para la educación y la defensa de la fe entre el pueblo?

Don Bosco pensaba seriamente en ello, pero en Ia práctica muchos de aquellos


colaboradores defraudaron sus esperanzas. El espíritu de independencia, las rivalidades
personales o las cuestiones políticas fueron causa de muchas defecciones, y es sabido
que Ias turbulencias de 1848 tuvieron consecuericias dramáticas para el director del
Oratorio, al menos temporalmente. Para asegurar la supervivencia de su obra, volvió,
pues, los ojos cada vez más hacia los jóvenes, naturalmente más maleables.
¡Precisamente los sueños le habían indicado que los pastores debían salir del rebaño! Por
esto, en el verano de 1849, proponía a cuatro jóvenes que se hicieran sus ayudantes en
las tareas del Oratorio, en espera de poder disponer de los Rúa, los Cagliero, los
Francesia...
-
Esto no Ie impedía absolutamente permanecer fiel a Ia idea de aceptar todos los
ofrecimientos que se le presentaban. De hecho, a pesar de las dificultades, encontraba
siempre a alguien que pedía solamente poderse dedicar al servicio de los jóvenes en uno
de los tres oratorios de Turín. Es curioso comprobar que, hacia 1850, él empleaba Ia
expresión congregación de San Francisco de Sales para designar a aquellos que
trabajaban a su lado. Lo prueba una petición dirigida a Pío IX en esta época; decía: "El
sacerdote turinés Juan Bosco respetuosamente expone a Vuestra Santidad que ha sido
legítimamente erigida en esta ciudad una Congregación (...) de Ia cual él es director, y
que no tiene otro fin que el de instruir en Ia religión y en Ia piedad a Ia juventud
abandonada. Don Lemoyne explica que esta congregación se compone de sacerdotes y
de laicos.

Ya en 1850, Don Bosco, según nos refiere el autor de las Memorias Biográficas, intenta
hacer una experiencia, generalmente poco conocida. La noche del 17 de noviembre
reunió a siete hombres de su confianza todos católicos y laicos, y, después de haberles
descrito "los abusos de la prensa libre en cuestiones religiosas", "Ia sacrílega guerra
declarada por muchos malos cristianos contra Ia Iglesia y sus ministros", y el "peligro de
ver en Piamonte suplantada Ia religión verdadera por el Protestantismo", propuso que se
constituyeran en Pía Unión Provisional bajo la protección de San Francisco de Sales. Esta
unión provisional sería "el principlo de una sociedad en toda regla". Estaría formada por
laicos, sin excluir eventualmente a los eclesiásticos. Su finalidad era promover todas
aquellas obras de beneficencia destinadas a impedir que Ia impiedad siga progresando, y,
si es posible desarraigarla allí donde estuviera arraigada.

Este proyecto de asociación no tuvo entonces éxito, porque según Don Ceria, unos laicos
encuadrados asI en falanges para ayudar a Ia jerarquía inspiraban entonces desconfianza
y temor. Pero es una prueba de que, ya desde aquel tiempo, Don Bosco pretendía
organizar a su manera lo que podriamos llamar apostolado de los laicos y de que Ia
acción prevista para ellos sobrepasaba el marco habitual de ayuda a Ia juventud. No
debemos maravillarnos de que en esta tentativa efímera se haya visto un lejano esbozo lo
que será Ia Union de los Cooperadores.

La integración prevista y rechazada


Los años iban pasando. Don Bosco seguía llevando a cabo el apostolado, ayudado por
colaboradores adictos, eclesiásticos y laicos. La idea de una asociación se abría paso en
su mente.

A partir de 1859, había conseguido echar las bases de una congregación religiosa cuyos
miembros, eclesiásticos o laicos, llevaban vida común y se ligaban con votos. Pero ¿qué
sería de aquellos colaboradores de siempre, de aquellos que le habían permitido hacer
todo lo que había hecho? Para recompensarles de algún modo sus trabajos, proyectó, a
pesar de su situación particular, hacerlos entrar en una congregación religiosa.
Efectivamente, las constituciones presentadas a Roma en 1864 contenían un capítulo, el
dieciséis consagrado a los miembros externos. Los dos primeros artículos decían:
1.° Cualquier persona, aun viviendo en el siglo, en la propia casa, en el seno de Ia propia
familia, puede pertenecer a nuestra Sociedad.
2.° Esta no hace ningún voto; pero procurará practicar aquella parte del reglamento, que
es compatible con su edad, estado y condición, como sería dar y promover clases de
catecismo en favor de los niños pobres, promover la difusión de libros buenos;
industriarse para que se hagan triduos, novenas, ejercicios espirituales u otras obras de
caridad, especialmente encaminadas al bien espiritual de la juventud y del pueblo.

Es singular el artículo 5.° Prevé que "todo miembro de Ia Sociedad que, por cualquiera
causa razonable se saliese de la misma, es considerado como miembro externo".
¿Qué pensará Roma de todo esto? En su relación del 6 de abril de 1864, el consultor de
Ia Congregación de Obispos y Regulares escribió a este propósito: Creo que estaría bien
suprimir todos los artículos de este número 16, por presentar una novedad con la
afiliación al Instituto de personas extrañas y un verdadero peligro, teniendo en cuenta los
tiempos que corren y los lugares poco seguros.
Las observaciones del pro-secretario Svegliati recargaban la dosis: "No se puede admitir
que personas extrañas al propio Instituto sean inscritas en él por afiliación" (Approbandum
non est, ut personae extraneae pio Instituto adscribantur per ita dictam affiliationem).

Don Bosco se defendió. Se aferraba en salvar su capítulo, pero accedió a ponerlo como
apéndice. Hizo algunos cambios (entre los cuales, la supresión del artículo 5) y sometió
una vez más todo el texto a las autoridades romanas. Finalmente, para obtener Ia
aprobación definitiva de las constituciones en 1874, debió resignarse a suprimir los
artículos impugnados.

Fracasó, pues, el proyecto inicial deDon Bosco. Hace cien años, los ánimos no estaban
muy dispuestos a aceptar aquello que podía parecer una indebida mezcla de religioso y
seglar; hoy, por el contrario, Ia Iglesia promueve los Institulos seculares, en la línea
querida por Don Bosco en aquel tiempo.

Una especie de Tercera Orden


Un hombre como Don Bosco no se desanima. Aunque su pIan había sido eliminado de las
constituciones, estaba decidido: a realizarlo, a costa de hacerle sufrir una metamorfosis.
Pensó crear una asociación separada, pero con vínculos con los salesianos, es decir una
especie de tercera orden salesiana.

Antes de encontrar, en 1876, Ia fórmula definitiva, trazó vários bocetos sucesivos.

Apenas regresó de Roma después de Ia aprobación de las constituciones religiosas


(1874), bosquejó a grandes rasgos una Unión de San Francisco de Sales. Se dice que los
miembros del capítulo superior y los directores consultados sobre este propósito se
mostraron poco entusiasmados. Temían tener que vérselas con una de tantas
hermandades o asociaciones de devotos... Para quitarles todo recelo, Don Bosco les hizo
ver el programa que había elaborado bajo el título: Asociados a Ia congregación de San
Francisco de Sales. La finalidad de esta asociación salesiana podía tranquilizarles "unir a
los buenos católicos en un solo pensamiento y en un solo trabajo para promover la
salvación propia y ajena, según las Reglas de Ia Sociedad de San Francisco de Sales".

Por consejo de algún salesiano, que encontraba el proyecto demasiado complicado, Don
Bosco lo retocó, lo simplificó dándole el título más general de Unión cristiana. Se proponía
""a las personas que viven en el siglo un tenor de vida, que, en cierto modo, se acerque a
aquel de quien vive de hecho en una congregación religiosa", y se precisaba que se
trataba de una especie de Tercera orden de las antiguas, con esta diferencia, que en
aquéllas se proponía la perfección cristiana en el ejercicio de la piedad; aquí el fin
principal es Ia vida activa especialmente en favor de la juventud expuesta a tantos
peligros.

Este reglamento fue retocado una vez más y titulado Asociación de buenas obras.
Hasta 1876 no encontró Don Bosco Ia formulación definitiva: Cooperadores salesianos, o
sea modo práctico para favorecer las buenas costumbres y hacer el bien a Ia sociedad
civil. Enseguida, hizo imprimir el nuevo reglamento y solicitó su aprobación oficial. El 9 de
mayo de 1876, obtenía un breve de Pío IX, que equivalia a una aprobación de Ia Iglesia
de La Unión de Cooperadores Salesianos.
Adviértase que, durante una audiencia, el Papa le había sugerido que incluyera en ella a
las mujeres, sin crear una tercera orden especial para ellas, ligadas a las Hijas de Maria
Auxiliadora, como en un primer momento había tenido intención de hacer.

Con Ia sanción pontificia de 1876, se realizaba un viejo proyecyo de Don Bosco, pero bajo
una forma que él hubiera querido fuera distinta.

El reglamento de 1876
Antes de considerar el desarrollo que Don Bosco supo dar inmediatamente a la nueva
asociación, es útil que nos detengamos sólo en uno de los instrumentos de este éxito: el
reglamento de 1876.

Se divide en ocho breves capítulos que tienen por título: 1.° Unión cristiana para practicar
el bien; 2.° La Congregación Salesiana, vínculo de unión; 3.° Fin de los cooperadores
salesianos; modos de cooperación; 5.° Constitución y gobierno de Ia asociación 6.°
Obligaciones particulares; 7.° Favores espirituales; 8.° Prácticas religiosas.

El grupo de los cooperadores se basa en la sociedad salesiana que le confiere la unidad


indispensable. Su fin es combatir el mal sobre todo ayudando a los salesianos en sus
empresas. Don Bosco se expresa en términos de lucha. Cita el ejemplo de los primeros
cristianos los cuales, gracias a su unión fraterna, lograban vencer los incesantes asaltos
que les amenazaban. Es necesario remover los males que amenazan a Ia juventud y
comprometen precisamente con ello el porvenir de la sociedad. Se reserva una mención
especial para las misiones, en las cuales las necesidades de todo género son tan
urgentes. Esta orientación apostólica y social no quita que el fin principal de los
cooperadores sea "hacerse el bien a sí mismos con un tenor de vida, en la medida de lo
posible, semejante al que se tiene en Ia vida común". Al final del tercer capítulo, se oye el
eco del primer artículo de las constituciones salesianas: "perfección cristiana" y "ejercicio
práctico de la caridad hacia el prójimo especialmente hacia Ia juventud expuesta a los
peligros del mundo y de Ia corrupción".

Los cooperadores piden a los salesianos una espiritualidad. La viven en el ambiente al


que Ia Providencia los ha destinado. Aun dedicándose a sus ocupaciones ordinarias,
dentro de Ia propia familia, pueden vivir como si realmente formaran parte de Ia
congregación. El capítulo general de 1877 afirmará que los cooperadores "conservan en
el mundo el espíritu de la congregación de San Francisco de Sales". Para guiar y nutrir su
vida espiritual Don Bosco les da algunas directrices sobre la sencillez de vida, Ias buenas
conversaciones, los deberes del propio estado, y les recomienda los ejercicios espirituales
anuales, el ejercicio de la buena muerte cada mes, y la frecuencia de los sacramentos.

Las actividades del cooperador son análogas a las del religioso salesiano: catequesis,
ejercicios espirituales, fomento y sostén de las vocaciones sacerdotales, difusión de Ia
buena prensa, actividades en favor de los jóvenes, después oración y limosna, palabra
que Don Bosco empleaba en sentido amplio. Estas actividades son justamente llamadas
cooperación, porque religiosos y no religiosos trabajan por la misma mies, con los mismos
métodos y dependiendo del mismo superior. Inmediatamente, algunos reducirán la
cooperación a una ayuda pecunaria a los salesianos. Sin despreciar esta clase de ayuda,
Don Bosco condenó semejante interpretación. "Es necesario comprender bien el fin de Ia
Pía Unión, afirmaba en Tolón en 1882. Los Cooperadores salesianos no solamente deben
recoger limosnas para nuestros colegios para pobres, sino que también deben utilizar
todos los medios para cooperar a Ia salvación de sus hermanos y en modo particular de la
juventud".

Finalmente, esta cooperación es organizada. Su Superior es el de los salesianos, pero,


"en todos los asuntos que se refieran a la religión", tendrá una absoluta dependencia de Ia
jerarquía. Conviene poner de reIieve este último punto, porque no figuraba en los
primeros proyectos de Ia asociación. En el plano local, el responsable de los
cooperadores es el director salesiano y, donde no hay casas salesianas, un cooperador
llamado decurión. En su programa se prevén dos reuniones anuales.

Del primitivo proyecto de una congregación con miembros internos y externos, parece que
se puede percibir un eco en un hermoso pasaje del mismo capítulo: "Los miembros de Ia
congregación salesiana consideren a todos los cooperadores hermanos en Jesucristo y
se dirigirán a ellos cada vez que su concurso pueda ser útil a una mayor gloria de Dios y
al bien de las almas. Con igual libertad, si fuere necesario, los cooperadores recurrirán a
Ia congregación salesiana. No pudiendo llamarse hermanos los religiosos profesos y los
cooperadores, fuera de Ia comunidad, serán realmente hermanos los unos para con los
otros.

Éxito de Ia Pía Unión


Inmediatamente después de la aprobación, Don Bosco se pone al trabajo. Habla, viaja,
recluta... Ha previsto que serán necesarios dos años para lanzar su asociación. Los
plazos serán respetados.

Cambia de método, pero los resultados son elocuentes. Con frecuencia, cuando tiene Ia
certeza de que no encontrará ninguna resistencia, se limita a enviar al futuro cooperador
el reglamento y el diploma de inscripción. A las altas personalidades añade una carta
personal. Pone interés en contar con nombres importantes y distiguidos que den lustre a
sus ideas. Empezando por el Papa Pío IX, enteramente ganado a sus ideas, el cual Ie
decía que quería ser no solamente cooperador, sino el primer cooperador. Con sencillez
hizo la misma propuesta al austero Leon XIII, quien le contestó diciendo que quería ser no
sólo cooperador, sino operador.

Con ocasión de viajes y desplazamientos por Italia, Francia España, aumenta


considerablemente el número de los àsociados. En Roma, conquista para su causa a
muchas familias importantes y numerosos prelados. Génova y Liguria le suministran
grandes contingentes. En Francia, Niza se convierte en un centro importante, sobre todo
por el carácter cosmopolita de la ciudad. En Marsella, los cooperadores son tan
entusiastas, que, a su lado, Don Bosco tiene Ia impresión de encontrarse en familia.

De entre Ia masa de los cooperadores se destacan algunas figuras con un relieve


particular. Es obligado citar el nombre de la gran dama de Barcelona, que quizá un día
sea canonizada: Dorotea de Chopitea, verdadera madre de las obras salesianas en
España. En Francia, se distinguían, sobre todo, Clara Louvet d’Aire-sur-la-Lys y el conde
Luis-Fleury Colle de Tolón. De Ia primera, nos queda una intensa correspondencia con el
santo, donde se trasluce Ia espontaneidad de Ia hija espiritual y la generosidad de la
bienhechora. El segundo es un personaje que se encuentra a menudo en la vida de Don
Bosco. El conde y la condesa fueron sumamente generosos con él, especialmente
después de la muerte de su hijo Luis. Podríamos citar también al historiador César Cantú,
al aIemán Mehler, al húngaro Lonkay, al judío nizardo Lattes (uno de los cooperadores
más entusiastas, según Don Bosco), al conde de Chambord...

A estos cooperadores de todas las clases, Don Bosco quiere darles un instrumento que
les sirva para mantenerlos unidos entre sí, y que sea, al mismo tiempo un vínculo entre el
centro de la congregación y Ia periferia (sin olvidar el fin de Ia propaganda y de la busca
de fondos...) En agosto de 1877 sale el primer número del Bibliófilo salesiano (que se
convertirá en Boletín Salesiano el año siguiente), publicación mensual que envía
gratuitamente a todos aquellos que de lejos o de cerca se interesan por su obra. La
difusión de esta revista aumenta de año en año, hasta alcanzar en 1887 una tirada de
cuarenta mil ejemplares. La edición francesa aparece en 1879, y Ia española en 1886.

Otro medio para conservar Ia unidad de espíritu y aumentar el número de los


cooperadores son las conferencias. Don Bosco da personalmente unas ochenta, veinte de
las cuales en Francia. Aprovecha estas "reuniones de familia" para dar noticias de Ia
actividad salesiana y para exhortar a los oyentes a cooperar de todas las formas en Ia
obra inmensa de caridad y evangelización a Ia que él ha consagrado su vida.

Al ir aumentando el éxito, se tiene Ia impresión de que las ideas de Don Bosco acerca de
los cooperadores se ensanchan. Concebida en un primer tiempo esencialmente como
sostén de Ia congregación, la asociación se convierte cada vez más, a sus ojos, en un
organismo eclesial que exige de sus miembros un compromiso personal. "Los
cooperadores, decía en el capítulo general de 1883, si conocen bien su finalidad, no solo
nos ayudan, sino que cumplen ampliamente las obras que son propias de los salesianos".
Y el año siguiente, durante una conversación con Don Lemoyne declara su pensamiento
íntimo y explica que "su verdadero fin directo no es ayudar a los salesianos, sino a la
Iglesia, a los obispos, a los párrocos, bajo la alta dirección de los salesianos".

A Ia muerte de Don Bosco en 1888, una cosa es evidente: la fuerza apostólica de la


modesta congregación salesiana se ha decuplicado gracias a Ia ayuda fraterna de sus
cooperadores. Muchos de ellos merecen ser considerados de hecho, si no
canónicamente, verdaderos salesianos en el mundo.

CAPÍTULO XVII
LOS SALESIANOS EN AMÉRICA. LAS PRIMERAS MISIONES
(1875-1888)
El ideal misionero de Don Bosco
La prehistoria de Ia salida de los primeros salesianos para América en 1875, hay que
investigarla en el ideal misionero de aquel que los enviaba.

Durante toda su vida, Don Bosco soñó con ser misionero. Lo pensaba ya cuando era
joven estudiante en Chieri, dice su biógrafo. Una vez sacerdote, hubiera tomado Ia
decision de partir, si su director, José Cafasso, no se hubiera opuesto a este proyecto.
Devoraba Los Anales de Ia Propagación de la fe, en Ia edición italiana y los utilizaba para
amenizar su Cattolico provveduto (1853) y su Mes de Mayo (1858).
Cuando fundó Ia Sociedad Salesiana, el pensamiento de Ias misiones seguía
preocupándole. Hubiera querido enviar sin dilación religiosos a ellas, pero por entonces le
faltaban absolutamente los medios. Por mucho tiempo, cuenta Don Lemoyne, hubo de
contentarse con mirar suspirando un mapamundi, o con hablar a los jóvenes del Oratorio
del trabajo de los misioneros, del martirio sufrido por algunos de ellos o de los paganos
por ellos convertidos al Evangelio.

Hacia 1871-1872, un sueño, una vez más, vino a animarlo. Se vio transportado a una
inmensa llanura, habitada por hombres primitivos que se dedicaban a la caza o luchaban
entre sí o con soldados vestidos a la europea. Pero he aquí que se presenta un grupo de
misioneros. ¡Ay! Todos dispersados y horriblemente asesinados. Llega un segundo grupo.
Estos tienen aspecto alegre y van precedidos por un conjunto de niños. Don Bosco los
reconoció, son salesianos. Lieno de asombro presencia una inesperada metamorfosis:
todas aquellas hordas feroces deponen las armas, escuchan la palabra de los misioneros
y cantan una canción a María.

Este sueño, que quería ciertamente significar que los salesianos triunfarían donde otros
habían fracasado, impresionó fuertemente a Don Bosco, como lo demuestra Ia solicitud
que puso en procurar identificar a los hombres y al país que había visto.

Nos dicen que durante tres años buscó informaciones y documentación sobre las
comarcas más diversas. Primeramente creyó que se trataba de Etiopía, después de la
región de Hong-Kong, después de Australia, después de Ia India. Finalmente, un día una
petición llegada de la República Argentina lo orientó hacia los indios de la Patagonia.
Sorpresa de Don Bosco. El estudio de aquellos pueblos le da la certeza de que el país y
los habitantes corresponden a los del sueño. Cogiendo al vuelo lo que él interpretaba
como una señal de la Providencia, emprendió la realización de un proyecto largamente
acariciado.

Adoptó inmediatamente un método particular de evangelización. Los suyos no se


lanzarían enseguida entre las tribus alejadas de toda civilización, sino que crearían bases
en territorio seguro, antes de emprender sus ensayos apostólicos.

La petición que le había sido hecha desde la Argentina reunía estas condiciones. A finales
de. 1874, algunas cartas llegadas de aquel país le proponían aceptar una parroquia
italiana en Buenos Aires y un colegio de muchachos en San Nicolás de los Arroyos.
Detrás de esta iniciativa estaba el consul de Argentina en Savona Gazzolo, que seguía
con interés el trabajo de los salesianos en Liguria, con Ia esperanza de que su país se
beneficiara de él. Informado por él, el arzobispo de Buenos Aires, Monseñor Aneiros,
había hecho saber que los vería "de muy buena gana". Las gestiones tuvieron pronto
éxito positivo, gracias sobre todo a los buenos oficios del párroco de San Nicolás, Pedro
Ceccarelli, amigo de Gazzolo, corresponsal y amigo de confianza de Don Bosco. El 29 de
enero de 1875, éste podía dar Ia gran noticia en el Oratorio.
Lo hizo en presencia de Gazzolo, con un aparato que impresionó a todos. El 5 de febrero,
lo anunciaba con una circular a todos los salesianos, rogando a los voluntarios que
presentaran petición por escrito. La primera salida de misioneros tendría lugar, en
principio, en el mes de octubre.

Este anuncio despertó en todas partes gran entusiasmo. Casi todos los salesianos se
ofrecían como candidatos para las misiones. Decididamente se abría una nueva era para
el Oratorio y para Ia joven Sociedad.
Sucesivas expediciones a America
En vida de Don Bosco hubieron once expediciones misioneras, todas con destino a
América del Sur.
La primera, que fue naturalmente Ia más famosa, se preparó con los mínimos detalles. A
fin de que sus hijos fueran acogidos "como amigos entre amigos", Don Bosco organizó
desde lejos su instalación en el extranjeio poniéndose en contacto con personalidades del
lugar. Para proveerles de lo necesario en dinero y objetos de toda clase, se dirigió a los
primeros cooperadores: él mismo quedó sorprendido por su generosidad

El personal debía estar a la altura de las ambiciones de Ia pequeña congregación. Entre


los salesianos que respondieron en masa a su invitación escogió a seis sacerdotes y
cuatro coadjutores. El jefe de la expedición sería Juan Cagliero. A los treinta y siete años,
este sacerdote robusto, jovial, inteligente y de una actividad exuberante, se preparaba a
ser en América el hombre de Ia situación, como lo había sido siempre al lado de su
maestro, Otro sacerdote do valía figuraba en la lista, Don Fagnano, corazón de pionero,
ex-soldado de Garibaldi.

La partida se efectuó piadosamente y con Ia máxima solemnidad. Don Bosco envió a sus
misioneros a Roma a recibir Ia bendición del Papa. En Turín, el 11 de noviembre en Ia
iglesia de María Auxiliadora, se desarrolló una ceremonia conmovedora, durante Ia cual
Don Bosco trazó a los hombres próximos a partir el programa de su acción futura: al
principio, ocuparse de sus compatriotas emigrados a América, después emprender la
evangelización de Ia Patagonia.

"De este modo nosotros damos principio a una gran obra, dijo, no porque se tengan
pretensiones o se crea convertir a todo el mundo en pocos días, no; pero, ¿quién sabe si
esta expedición, esta poca cosa no será como una semilla de Ia cual surja una gran
planta? ¿Quién sabe si no será como un granito de maíz o de mostaza, que poco a poco
vaya extendiéndose y que no sirva para hacer un gran bien?. El mismo día, Don Bosco
los acompañó a Génova donde embarcaron el 14 de noviembre. Un mes más tarde, el 14
de diciembre, desembarcaron en Buenos Aires.

Después de estos pioneros, siguieron otros grupos a intervalos casi regulares: noviembre
de 1876 (con Don Bodrato y Don Lasagna); noviembre de 1877 (con Don Costamagna,
Don Vespignani, Don Milanesio y las primeras Hijas de María Auxiliadora); dicembre de
1878; enero de 1881; diciembre de 1881; noviembre de 1883, febrero de 1885; abril de
1886; diciembre de 1886; diciembre de 1887. En 1888 trabajaban en América del Sur
cerca de ciento cincuenta salesianos y cerca de cincuenta hermanas salesianas.

Sueños misioneros
Independientemente del grado de credibilidad que se les quiera dar, es, sin embargo,
verdad que las visiones nocturnas de Don Bosco han tenido un papel no despreciable en
Ia expansión misionera de su obra. La primera de ellas, ya mencionada, que parecía
anunciar Ia evangelización de la Patagonia, infiuyó sobre la orientación inicial y sobre la
elección del país. Poseemos otros cuatro relatos de esta clase, más o menos fieles
indudablemente, sobre el tema de las misiones.

El sueño que tuvo la noche del 29 al 30 de agosto de 1883 lo llevó en espíritu por América
del Sur. Le pareció que el guía del viaje era el hijo del conde Colle de Tolón, el joven Luis,
muerto dos años antes. Mientras recorrían juntos la América latina en todas direcciones
en un vagón de ferrocarriI, Luis Ie hacía una descripción entusiasta de los futuros
progresos de este continente tanto en el campo de la industria como en el de Ia
evangelización.
Durante un tercer sueño (la noche del 31 de enero al 1 de febrero de 1885), le pareció
volar por encima de las mismas regiones a bordo de un vehículo misterioso. Desde la
altura, podía contemplar a su gusto a los salesianos trabajando, a los salesianos de aquel
tiempo y a los del futuro. Con admiración, se enteraba de Ia mies ubérrima que esperaba
a sus hijos. "Vi que ahora los salesianos siembran solamente, pero nuestros hijos
recogerán Ia cosecha. Hombres y mujeres vendrán a reforzarnos y se harán
predicadores".

Finalmente los dos últimos sueños, uno de 1885 sin fecha, otro del 9 al 10 de mayo de
1886, anunciaban el trabajo salesiaho en el mundo, y no ya solamente en América del
Sur. Don Bosco visitó en sueños Asia, África, Australia. La visión predice a los salesianos
un porvenir brillante de aquí a ciento cincuenta o doscientos años, con tal de que los
salesianos no sean presa del amor a las comodidades.

Es sabido que los salesianos daban gran importancia a estos sueños, a estas
predicciones. Eran comentados, se intentaba interpretarlos. Don Bosco se alínea en su
favor y cita algunos datos geográficos cuya exactitud fue debidamente comprobada. Por
lo que a nosotros nos interesa, contentémonos con hacer notar que su mensaje
entusiasta estimulaba las energías de los salesianos e infundía confianza a los misioneros
abrumados por las dificultades en el cumplimiento de su misión.

En Argentina y Uruguay
Cuando el primer grupo de salesianos desembarcó en Buenos Aires el 14 de diciembre de
1875, vieron con sus propios ojos que Ia solicitud de Don Bosco se les había adelantado.
Fueron acogidos como amigos. Después de algunos días transcurridos en un alojamiento
provisional se dividieron en dos grupos.

Cagliero y otros dos misioneros se encargaron, como estaba previsto, de Ia parroquia


italiana Mater misericordiae, que abarcaba cerca de treinta mil compatriotas suyos,
completamente abandonados e ignorantes de Ia religion. Se pusieron al trabajo sin
dilación y con éxito. La predicación, las funciones de iglesia, el oratorio, causaron buena
impresión en Ia población. Un mes después de su llegada, el arzobispo se felicitaba del
bien grandísimo que estaban haciendo en Ia capital.

El resto de Ia expedición, es decir Fagnano y otros seis religiosos, se dirigió a San Nicolás
de los Arroyos. En poco tiempo, el enérgico director lograba transformar una casita en
colegio, añadirle un oratorio, organizar misiones para las estancias diserninadas por el
campo. También aquí los salesianos regentaban una parroquia. En una carta a Don
Bosco del 10 de junio de 1876, su protector Ceccarelli decía que eran apreciadísimos en
Ia ciudad y, únicamente añadía que su nombre (era aclamado) ya en toda América del
Sur.

Una cosa era cierta: las peticiones de fundación se multiplicaban. Cagliero tenía sus
planes, pero necesitaba personal. Con parte de los veintitrés miembros de la segunda
expedición, abrió en Buenos Aires, a dos kilómetros de Ia iglesia, una escuela de artes y
oficios, cuya dirección fue encomendada a Don Bodrato. Igual que en el Oratorio de Turín,
Se formaban allí sastres, zapateros, carpinteros, encuadernadores. Pero la casa era
incómoda. En 1878, sus huéspedes se trasladaban a un edificio más espacioso de
Almagro, en los suburbios de Ia Capital. Dos sacerdotes tomaron a su cargo la parroquia
de San Juan Evangelista en el difícil barrio de La Boca, que tenía fama de estar en manos
de Ia masonería, mientras un pequeño grupo fue a reforzar el personal de San Nicolás.

El resto de Ia expedición fue destinado a la primera fundación uruguaya. Al frente estaba


un hombre de valía, Luis Lasagna. Apoyados por el delegado apostólico, Monseñor Vera,
único obispo de aquella nación, los salesianos empezaron su apostolado en Villa Colón,
no lejos de Montevideo, donde se les había encomendado Ia parroquia de Santa Rosa de
Lima. Fundaron allí un colegio, dedicado a Pío IX; en un mes alcanzó el centenar de
alumnos. Adviértase que allí, Io mismo que casi en todo el continente, los masones y los
protestantes procuraban oponerse con todos los medios a los recién llegados.

A los ataques de los adversarios, Don Lasagna respondía con no menor energía... Este
hombre intrépido tuvo también varias ideas originales que acreditan la vastedad de su
ingenio. Apenas llegado a Uruguay, probó el cultivo de la vid y consiguió generalizarlo, a
pesar de viejos prejuicios. Por iniciativa suya, el colegio Pío. IX consiguió reunir una rara
colección de coleópteros y fósiles. Pero su logro más hermoso es el haber instalado en él
1882, con Ia ayuda de un sabio barnabita italiano, un observatorio meteorológico muy
bien concebido, que debía recoger información de toda América del Sur. Se llegó así a
prever la llegada de ciclones y huracanes, con gran utilidad para la navegación. Más tarde
en 1885, cuando fue votada una ley que prohibía las congregaciones religiosas en
Uruguay, la fama del observatorio de Villa Colón era tal, que el gobierno renunció a
molestar a los salesianos.

A la muerte de Don Bosco, muchas parroquias y obras se habían añadido a las primeras
fundaciones, tanto en Argentina como en Uruguay. Desde 1885, funcionaba un nuevo
colegio en el centro de Buenos Aires. En 1887, se crea un colegio en La Plata, donde los
italianos eran numerosos, pero, al menos al principio, refractarios a la misión. En Uruguay,
los salesianos se encontraban desde 1880 en Las Piedras, a veinte kilómetros de la
capital, y, desde 1881 en Paysandú, en Ia parte oeste del país. En ambos sitios, habían
comenzado con una parroquia completando su obra con un colegio. No se olvide que las
Hijas de María Auxiliadora, después su Ilegada en 1877, también se habían abierto
camino en Almagro, en La Boca, en Las Piedras, en Morón...

La Patagonia
El apostolado de los salesianos no debía limitarse a las poblaciones de origen europeo,
aunque su asistencia religiosa se reveló más imperiosamente necesaria de lo que se
creyó en un principio. Nadie ignoraba el objetivo lejano: Ia Patagonia. Nombre de epopeya
y de misterio, que evocaba grandes espacios inexplorados, un clima inhóspito, tribus
salvajes, que, según se afirmaba en Buenos Aires, no tenían inconveniente en comerse a
los prisioneros de guerra, es más, tenían una especial predilección por Ia carne de
blancos...

No fue fácil establecerse en aquel territorio inmenso y lleno de peligros. Volvamos hacia
atrás. Muy pronto, Don Costamagna, Don Fagnano y Don Lasagna habian Ilevado sos
cabalgadas lejos de los centros donde se encontraban, pero sin encontrar ni la sombra de
un indio. Entonces, por sugerencia de Don Bosco, una expedición compuesta por el
vicario general Espinosa, por Don Costamagna y por Don Rabagliati, hizo una primera
tentativa en la primavera de 1878. Su objetivo era Ilegar a Bahía Blanca por mar, y seguir
después hasta. Patagones, pequeña ciudad a orillas del Río Negro. Por desgracia,
después de una navegación trágica durante Ia cual el pampero, que soplaba del interior,
amenazó echarlos al mar, debieron volver atrás.

Un año después del fallido intento, se presentó una ocasión más segura para tomar
contacto con aquellas regiones, esta vez por tierra. El gobierno argentino, o más
concretamente el general Roca, ministro de Ia Guerra, cansado de las incursiones de los
indios, que ponían continuamente en peligro las fronteras del oeste y del sur, había
decidido llevar a cabo una expedición militar cuyo objetivo debía ser la conquista del
desierto. Monseñor Espinosa y los salesianos Costamagna y Botta pudieron acompañar al
ejército como capellanes. Durante las interminables cabalgatas, los misioneros tuvieron
finalmente Ia alegría de poder finalmente establecer contacto con los indios.
Aprovechando un descanso en Carhué, puesto avanzado en el corazón de Ia Pampa, se
pusieron enseguida al trabajo entre las tribus pacíficas Tripailao y Manuel Grande. Un
destacamento, acompañado por Don Costamagna, Ilegó por primera vez a las orillas del
Río Negro, en las fronteras de Ia Patagonia, el 24 de mayo de 1878. Después de una
cabalgada de varias semanas, en Ia cual habían sufrido cruelmente por el eansancio, el
fro y cel espectáculo de las brutalidades de los soldados con los indios, los misioneros
fueron presa de profunda emoción. Al recibir las noticias entusiastas de Don Costamagna,
también Don Bosco rebosaba de alegría: "Las puertas de Ia Patagonia se han abierto a
los salesianos".

Después de esta expedición (que no concluyó hasta 1881, después de haber alcanzado
todos sus objetivos), pudo finalmente ser encauzada Ia misión salesiana de la Patagonia.
Se decidió establecer dos centros: uno en Patagones, en Ia orilla izquierda del Río Negro,
y otro en la orilla opuesta, en Viedma. Tres robustos misioneros establecieron allí, desde
1880, su cuartel general: Fagnano, nombrado párroco de Patagones y de todas las
colonias y tribus situadas entre el Río Negro y el Río Colorado; Milanesio, párroco de
Viedma sustituido muy pronto por Don Beauvoir, para permitirle consagrarse a las
grandes expediciones apostólicas a caballo para las que estaba especialmente dotado.
Don Milanesio era el tipo de misionero típico del momento: con barba, infatigable,
dispuesto a vencer inmensas distancias para llegar a las regiones y a las almas que
conquistar para Cristo, amigo y defensor de los indios, cuya Iengua logró hablar.

Precisamente el problema de los indios seguía siendo preocupante. Temiendo por su


independencia, se apretaban en torno a uno de sus grandes jefes, el cacique Namuncurá.
Por su parte, el ejército quería acabar de una vez... En 1883 estalló una revuelta. Se
cometieron atrocidades, cuyo monopolio no lo tenían ciertamente los salvajes... ¿Cómo
evangelizar en estas condiciones?

Don Fagnano, en una carta a Don Bosco, no dejó de censurar duramente a aquellos
soldados corrompidos y a sus oficiales más corrompidos todavía. La paz volvió
solamente, cuando Namuncurá que se había quedado inválido, decidió poner fin a los
sufrimientos de los suyos y negociar con las fuerzas armadas. Don Milanesio fue escogido
como mediador entre las. dos partes y garantizador de Ia palabra dada. Namuncurá fue
ascendido a coronel del ejército nacional. Uno de sus hijos, Ceferino, será alumno de los
salesianos. Ceferino Namuncurá (1886-1905). Monseñor Cagliero lo hizo entrar en el
colegio Pío IX de Buenos Aires, después en el colegio de Viedma. Fue llevado a Italia y
fue recibido por Pío X. Destacado por su piedad y su amor al estudio, quería hacerse
sacerdote para evangelizar a sus hermanos de raza, pero murió prematuramente en
Roma el 11 de mayo de 1905, a los dieciocho años de edad. Ya es beato.
La misión iba creciendo. Ya en 1883, podía gloriarse de haber administrado cerca de
cinco mil bautismos y de haber construido una iglesia, dos capillas y dos escuelas (una de
las cuales regentaban las hermanas salesianas).

Según Don Bosco, para perfeccionar Ia organización, convenía que se convirtiera en


vicariato apostólico, independiente de Buenos Aires, cuya jurisdicción en esta region era
puramente teórica. Empresa delicada, por las susceptibilidades que estaban en juego,
pero que Don Bosco supo Ilevar a término. Don Cagliero fue nombrado vicario apostólico
de La Patagonia y recibió La consagración episcopal el 7 de diciembre de 1884. Era una
etapa importante en la organización eclesiástica y en la evangelización de este gran
territorio de misión.

Tierra del Fuego


Además del vicariato, la Santa Sede había erigido al mismo tiempo una prefectura
apostólica y había nombrado para este puesto a Don Fagnano. Su territorio comprendía la
Patagonia meridional y Tierra del Fuego, pero fue en esta última donde ejercería su
apostolado.

Monseñor Fagnano, elegido en 1883, no pudo establecer contacto con su campo de


acción hasta 1886, aprovechando una misión exploratoria a Ia Isla Grande. La expedición,
salió de Buenos Aires el 31 de octubre, bajó por mar costeando las dos orillas y
deteniéndose en Patagones, en Santa Cruz (donde se encontraban Don Savio y Don
Beauvoir), en Río Gallegos, y desembarcando finalmente en Ia bahía de San Sebastian el
21 de noviembre. Algunos días después, un malentendido entre Ia tropa y los indios
causó la matanza de los aborígenes. Heroicamente, Fagnano se interpuso, con peligro de
su vida. La expedición Ie permitió, al menos, recorrer Ia Isla Grande en toda su longitud y
formarse una idea de la region y de sus habitantes. En particular, se convenció de que la
futura misión católica debía tener como centro Punta Arenas, nudo de comunicación entre
Tierra de Fuego, Chile y las Islas Malvinas (Falkland).

En julio de 1887, Monseñor Fagnano se estableció definitivamente en Punta Arenas con


tres salesianos. Inmediatamente empezaron su trabajo: edificaciones, formación religiosa
de los inmigrantes, primeras tentativas con los indios, exploración de la isla Dawson... En
contraste con tantos otros, muy diferentes de él,Monseñor Fagnano se habIa convertido
para los autóctonos en el capitán bueno.

Brasil, Chile y Ecuador


Aún en vida de Don Bosco, otros tres países de América, vieron los principios de Ia obra
salesiana: Brasil, Chile y Ecuador.
En 1877, el obispo de Río de Janeiro, Monseñor Lacerda, había ida personalmente a
Turín para lograr del santo que le enviara misioneros. Justificaba este paso Ia situación de
Ia diócesis y de la nación. No era brillante: escasez de clero local, abandono de la
juventud, sobre todo después de Ia ley de emancipación de los hijos de los esclavos,
urgencia de la misión entre las tribus de las selvas ecuatoriales.

Don Lasagna, ya muy ocupado en Uruguay, fue el hombre escogido por Don Bosco para
las gestiones sobre el lugar. Partió para Río de Janeiro a principios de 1882 con el
corazón "presa de fuertes temores y recelos, pero al mismo tiempo animado por
esperanzas todavía más grandes". Prometió la apertura de una casa sobre las colinas de
Niteroi, que dominan Ia capital. El emperador don Pedro II en persona, durante una
audiencia en Petrópolis, le animó a extender la obra salesiana en su nacion. Recorrio
varios estados, escuchó las peticiones angustiosas de los obispos pidiendo ayuda. En
São Paulo, donde los italianos eran numerosos, prometió una parroquia y un colegio. Su
pensamiento volaba ya a los indios de Mato Grosso, la tierra más central y más
desconocida de América. La casa de Niteroi se abrió en 1883, bajo Ia dirección de Don
Borghino, y Ia de Sâo Paulo en 1885, bajo la dirección de Don Giordano.

El primer salesiano que pisó tierra chilena fue Don Milanesio.


Era en 1886. Durante una de sus jiras, que tienen algo de extraordinario, había
atravesado Ia cordillera de los Andes en dfrección a Concepción, donde el vicario Cruz
hacía todo lo posibie para obtener personal salesiano. Concluido un acuerdo, seis
salesianos, entre ellos Don Rabagliati, hicieron su ingreso en la ciudad el 6 de enero de
1887 en medio de una gran afluencia de pueblo. La obra empezó sin demora con el
oratorio y creció poco a poco con escuelas y talleres. Por aquel tiempo había también
negociaciones en Talca y en Santiago.

En el Ecuador, el propio presidente Coramano se interesó por Ia ida de los salesianos a


Quito. De acuerdo con el arzobispo Ordoñez, intervino ante Don Bosco en 1885. Después
de algunas dudas, por falta de personal, se formó un grupo con Don Calcagno al frente.
En la ceremonia de despedida, el 6 de diciembre de 1887, se ve a un Don Bosco enfermo,
sostenido por dos secretarios. Era Ia última vez que asistía a la salida de misioneros.
Estos llegaron a Quito el 28 de enero de 1888 y telegrafiaron inmediatamente a Turín.
Leyeron a Don Bosco el telegrama la mañana del día 30. Hizo señas de haber
comprendido. Era la víspera de su muerte.

Conclusión
Podemos afirmar que en trece años se había realizado un trabajo considerable. Los
salesianos se habían establecido en cinco naciones de la América Latina. Se les habían
asignado vastos territorios de misión, uno de los cuales tenla al frente a un obispo.
Monseñor Cagliero, además, desde 1885 desempeñaba el cargo de vicario general de
Don Bosco para América.
Sin perder de vista la evangelización de los indios, los primeros salesianos,
desembarcados en América con ideas un poco románticas sobre Ia misión entre los
salvajes, se habían pronto dado cuenta de la urgencia de una acción en favor del
elemento europeo. Estimulados por Don Bosco, consagraron a ello la mayor parte de sus
energías por medio de obras ya experimentadas: colegios, oratorios, parroquias. Para
hacer más fácil su instalación, procuraban el apoyo de las autoridades religiosas, pero
también el de los gobernantes y de Ia clase dirigente, y esto no estaba exento de peligros.
De todos modos, su trabajo tesonero daba ya algunos frutos, y hacía esperar muchos
más.

CAPÍTULO XVIII
LA CONGREGACIÓN SALESIANA ESTABILIZADA (1874-1888)
Con la aprobación definitiva de las constituciones, lograda en abril de 1874 después de
trámites largos y laboriosos, se abre un nuevo operíodo de organización y consolidación
duraderas de la Congregación Salesiana. Ciertamente, quedan aún algunas dificultades.
Las relaciones con la cura diocesana de Turín son siesmpre muy tensas, tanto que el
arzobispo llegará a impugnar el carácter definitivo de la aprobación romana. En algunos
lugares, la oposición antirreligiosa, por no decir la persecución, no perdona a las casas de
la joven Sociedad. Es el caso de Francia, donde el decreto del 29 de marzo de 1880
sonará en los oídos de los religiosos como un primero y serio aviso. Finalmente, el dinero
falta habitualmente.

Se debe admitir que la pequeña congregación adquiere cada día mayor seguridad.
Afluyen las vocaciones. Se multiplican las fundaciones. El prestigio personal de Don
Bosco se afianza por todas partes, dentro y fuera de Italia. Es la època en la cual algunos
peregrinos extranjeros en viaje hacia Roma hacen una escapada al Oratorio de Turín.

Sintiendo el viento en popa, el fundador empleará la última parte de su vida en organizar y


consolidar su obra, a fin de asegurar su porvenir.

El noviciado
En una Institución religiosa, nada hay más importante que la formación de los candidatos
a la vida religiosa. Don Bosco está consciente de ello y se esforzará por contentar a las
autoridades que estaban al acecho.

Durante varios años su noviciado fue blanco de ataques sumamente violentos, sobre todo
de Monseñor Gastaldi. En una carta del 9 de noviembre de 1872, el arzobispo de Turín
había deplorado la falta de un verdadero noviciado y de una seria formación ascética. En
especial le hacía sentirse pesimista acaerca del fluturo la escasa humildad de los jóvenes
clérigos del Orastorio. Y concluía invitando al fundador "a rezar y humillarse coaram Deo
et hominibus".

En un memorial dirigido a Roma en marzo de 1874, Don Bosco intentó refutar las críticas
que se le venían haciendo con insistencia. Viéndose empujado a establecer un noviciado
de dos años, durante los cuales los candidatos a la vida salesiana habarían de dedicarse
únicamente a ocupaciones ascéticas, se explicó con franqueza: " Esto podría practicarse
en otros tiempos, pero ya no es posible en nuestros países, actualmente esto destruiría la
Institución Salesiana, porque la autoridad civil, al darse cuenta de la existencia de un
noviciado, lo disolvería inmediatamente dispersando a los novicios. Este noviciado no
podría adaptarse a las Constituciones Salesianas, que tienen como base la vida activa..."

Para obtener la aprobación Don Bosco debió someterse tanto en la cuestión del
noviciado, como en algunas más. El texto aprobado de las Reglas preveía un noviciado
de tipo tradicional, cuya duración quedaba reducida a un año. Si, por tanto, tenía motivos
para sentirse defraudado, ¿qué línea de conducata adoptaría en la práctica?

En primer lugar, nombró un maestro de novicios. Hasta aquel momento, Don Rúa había
desempeñado ese cargo, pero ahora importaba confairlo a un hombre libre de todo otro
cometido. Para este delicado puesto, eligió a don Julio Barberis, que le parecía la
encarnación del espíritu salesiano. "Don Barberis ha comprendido a Don Bosco", había
dicho él. Aprovechándose de un permiso oral de Pío IX, no dejó de confiar a los novicios
toda clase de trabajos: catequesis, clase, asistencia: esto no tardará en suscitar nuevas
recriminaciones por parte del arzobispo. Sólo, andando el tiempo, se le vio orientarse
hacia la constitución de un grupo de novicios separado del resto de su Oratorio de Turín.

Se dio un paso adelante en el sentido deseado por las Reglas con la instalación de los
novicios en un exconvento benedictino en San Benigno Canavese. Con todo, para no dar
a esta casa un aspecto demasiado eclesiástico, Don Bosco abrió en ella algunos talleres y
un oratorio. Finalmente, en 1886, se efectuaba un nuevo traslado a una propiedad
adquirida en Foglizzo. Es probable que esta fecha señale el punto de llegada de la lenta
evolución experiementada por la institución del noviciado, que pasa del tipo activo al tipo
ascético deseado por las reglas aprobadas. Don Bosco ha contribuido a ello más por
necesidad que por convicción.

Actividad en favor de las vocaciones de adultos


Una nueva iniciativa atraería su atención a partir de 1875. Tenía por mira un campo, por el
que tenía muchísimo interés, el de las vocaciones. Consultando un día los registros de los
alumnos del Oratorio, adquirió la certeza de que las probabilidades de vocación eran
mucho más elevadas entre los jóvenes adultos, que entre los niños de más tierna edad.
Esta idea le inspiró una acción en favor de las vocaciones llamadas tardías.

En Roma, a donde se trasladó en febrero de 1875, expuso sus intenciones a Pío IX, que
las aprobó entusiasmado. Muchos obispos expresaron un entusiasmo no menor. Hizo
imprimir un folleto titulado: Obra de María Auxiliadora en favor de las vocaciones al estado
eclesiástico. En su concepto se trataba de una obra que debía ser sostenida moralmente
y materialmente por los católicos. Preveía que muchos candidatos no podrían pagar los
estudios y no quería que la pobreza fuera un obstáculo insuperable.

En el otoño de 1875, se había ya pasado del proyecto a la acción concreta. Una sección
de vocaciones tardías -se llamarán los Hijos de María- encontró sitio en la casa de
Sampierdarena, bajo la dirección de Don Albera. Otro grupo hacía sus estudios en el
Oratorio de Turín. Ya desde finales del primer año escolar, la experiencia justificó las
esperanzas extraordinarias de Don Bosco: de los 35 que acabaron el curso, 8 abrazaron
el estado religioso, 21 entraron en el clero diocesano y 6 se orientaron hacia las misiones.
En Sampierdarena, el porvenir podía parecer asegurado: las peticiones de inscripción
llegaban en gran número.

Primer Capítulo General (septiembre de 1877)


En el trabajo de organización de la Sociedad que se estaba intensificando en esta época,
obviamente se debe atribuir un papel de primera importancia a los capítulos generales.
Según las constituciones, debían reunirse cada 3 años para tratar de los asuntos de
mayor importancia que atañen a la Sociedad y tomar las providencias que las
necesidades de la Sociedad y de los tiempos y lugares requieran.

El primer capítulo general de los salesianos se abrió el 5 de septiembre de 1877 en los


locales del colegio de Lanzo. 23 fueron los participantes: 7 miembros del capítulo superior
y 14 directores de las casas. En las palabras de introducción, Don Bosco procuró hacer
comprender a todos la importancia de sus deliberaciones para el presente y para el futuro
de la congregación. Hasta aquel momento había sucedido con frecuencia que los
contemporáneos, especialmente en Turín y en Roma, habían visto en los salesianos una
"chusma de ignorantes, que sólo sabían hacer ruido y nada más". Era necesario que la
asamblea, a pesar de la joven edad de la mayor parte de sus miembros, demostrara de
qué madurez era capaz.

Se establecieron 8 comisiones de trabajo, encargada cada una de estudiar un aspecto


importante de la vida de la congregación, como la formación del salesiano, los problemas
de la vida común, las cuestiones materiales, las relaciones con el Instituto de las Hijas de
María Auxiliadora, la constitución de las inspectorías... Hubieron, además, 27
conferencias generales, presididas por Don Bosco. Se procedía con desenvoltura, pero
sin precipitación,en conformidad con el deseo del Superior.
Anotemos algunos puntos escogidos de entre la masa de las discusiones. Se aprobó
evitar términos como provincia y provincial, que podían chocar a oídos demasiado laicos y
sustituirlos por inspectoria e inspector. Acerca del inspector, Don Bosco dijo durante la
conferencia 17 que "es un padre que tiene como misión ayudar a los hijos a hacer
marchar bien sus asuntos, y por tanto, les aconseja, les ayuda, les enseña la manera de
salir de apuros en circunstancias críticas". Se habló después de los poderes del rector
mayor, y esto permitió a Don Bosco insistir sobre la posición central y sobre la autoridad
del superior mayor de la congregación. Dejando aparte su caso particular, añadió: "Yo
debo pensar en los que vendrán después de mí". En la conferencia 24, hizo unas
declaraciones, que ya nunca serán olvidadas, sobre la situación en el difícil contexto
político en que se vivía: "Y con esto nosotros buscamos en todas las cosas la legalidad: Si
se nos imponen contribuciones, las pagaremos; si no nos admiten ya la propiedad
colectiva, nosotros las tendremos individuales; si exigen exámenes, los daremos; si se
requieren diplomas y títulos, se hará lo posible para obtenerlos; y de este modo se irá
adelante".

Una de las mayores decisiones del capítulo fue dejar al rector mayor, a petición suya, la
tarea de revisar y de ordenar todo el material de las deliberaciones, en otras palabras, la
legislación que emanaba de los debates de la asamblea.

El primer capítulo general se clausuró el 5 de octubre, un mes exacto después de su


apertura. La mayor parte de las deliberaciones no fueron publicadas hasta un año
después, en un opúsculo de un centar de páginas.

Primeras inspectorías
En la época del primer capítulo general, los provinciales o inspectores existían solamente
in pectore. Hasta 1876, las casas no tenían ningún vínculo entre sí, sino que dependían
directamente del capítulo suoperior. En 1877 aparece en el Anuario Pontificio una
inspectoría romana y una americana, pero solamente la última tiene un inspector propio
en la persona de con Cagliero, Al año siguiente, se pueden leer en él dos nuevas
inspectorías: una piamontesa y una ligur.

Pero hasta 1879 no empieza a funcionar realmente el régimen inspectorial, con el


nombramiento, el 7 de febrero, por parte del capítulo superior, de 4 inspectores:
Francesia, aunque quedando de director en Varazze, es puesto como inspector de
Piamonte, con la sede inspectorial en la casa madre; Cerruti es encargado de las casas
de Ligura (y la de Niza), con sede en alassio; Monateri, director de Albano, asumía un
título menos llamativo de vice-inspector de la inspectoría romana; finalmente, Bodrato se
convertía en inspector de la inspectoría ameriana y se establecía su sede en Buenos
Aires.

Relación canónica a la Santa Sede


Como era de regla para las congregaciones religiosas, las constituciones salesianas
prescribían que cada 3 años se enviara a la Santa Sede una relación sobre el estado
moral y material de la Sociedad. La de 2879 merece un breve análisis.

Don Bosco la preparó cuidadosamente. Después de trazar un cuadro histórico de la


congregación que hacía remontar a 1841, habla de cada una de las casas y de todas las
actividades de los salesianos en Italia, en Francia y en América. En la última parte,
dedicada al informe moral del Instituto, se felicita por el esmero con que los salesianos
observan las constituciones y por su ardor en el trabajo, ardor tan grande, que algunos
habían sido víctimas de él.

En la Congregación de Obispos y Regulares,el documento fue objeto de munucioso


examen. Hemos de decir que el cardenal Ferrieri, prefecto de esta Congregación, no
estaba muy bien dispuesto hacia Don Bosco. Es más, malévolas insinuaciones le habían
convencido de que tenía que vérselas con un hombre falso e incapaz de fundar una
congregación. En conclusión, fueron entregadas a Don Bosco 7 observaciones referentes
a la falta de rendición financiera de cuentas, el silencio sobre el noviciado, la creación de
las inspectorías sin autorización de la Santa Sede, la situación canónica de las Hijas de
María Auxiliadora... En el último punto reprochaba a Don Bosco el haber hecho imprimir la
relación, siendo así que debía haberla presentado manuscrita...

El santo intentó justificarse como mejor pudo, rogando a su Eminencia que fuera
comprensiva para con su pobre Sociedad. El resultado no fue lucido, pues en octubre le
llegaba una nueva serie de 9 observaciones. Referente a las cuestiones financieras se le
acusaba de preocuparse de las leyes civiles sólo para eludir las eclesiásticas. A principios
de 1880, emprendió nuevas gestiones. Después de algún tiempo, pareció que las
dificultades habían sido superadas; de hecho, fue dejado en paz.

Todos estos trámites le habían obligado a poner en su punto con mayor precisión su obra
en el aspecto jurídico, y esto podía facilitar las cosas más tarde. Además, desde marzo de
1879, la congregación gozaba en Roma del apoyo de un cardenal protector en la persona
del secretario de Estado Lorenzo Nina.

Establecimiento de un procurador en Roma (1880)


Con ocasión de la primera relación canónica a la Santa Sede, Don Bosco estableció otro
engranaje importante que se llama la procura romana. El procurador general en Roma,
como representante oficial del superior religioso hace de intermediario oficial entre las
autoridades centrales de la Iglesia y de la Congregación.

Según el Anuario Pontificio, Don Rúa desempeñaba este cargo desde 1877. Pero este
sacerdote, de una actividad maravillosa tenía otros 20 cargos y no podía residir en Roma.
Será a Don Dalmazzo a quien se le confiará esta funcion a principios de 1880.

Desde hacía 13 años, Don Bosco andaba buscando en Roma una sede para los
salesianos. Después de muchas desilusiones, acabó obteniendo el uso de algunas
habitaciones en un convento de oblatas (Tor d'Specchi). Allí fue a residir el procurador
Don Dalmazzo en compañía de un clérigo y de un novicio coadjutor. La pequeña
comunidad fue considerada casa salesiana e incardinada en la inspectoría romana.

Segundo Capítulo General (septiembre de 1880)


En 1880 se debía de reunir nuevamente el capítulo general. Don Bosco lo convocó en
Lanzo para primeros de septiembre.

Competía a la asamblea elegir a los miembros del capítulo superior los cuales, a
excepción del rector mayor, llegaban al final de su mandato. En los puestos clave
permanecieron los mismos titulares: Rúa seguía de prefecto y Cagliero de director
espiritual, aunque estaba de misionero en América. Poco sabemos de las discusiones:
fueron menos importantes que las del capítulo de 1877. Se limitaron a revisar y a
completar las decisiones anteriores. Esto es lo que afirmaba Don Bosco en la
presentación del librito de las deliberaciones impreso en 1882: "Durante este capítulo se
han examinado nuevamente las decisiones tomadas en 1877 y se han introducido las
modificaciones sugeridas por la experiencia; se han añadido algunas nuevas decisiones".
Las añadiduras más significativas atañen a la formación intelectual de los salesianos y
ocupan dos capítulos titulados: Estudios eclesiásticos y Estudios filosóficos y literarios.
Hay también algunas puntualizaciones sobre la elección de los miembros del capítulo
superior y las atribuciones de cada uno de ellos.

Otro acontecimiento este mismo año 1880 es la creación de dos nuevas inspectorías, que
se añadían a las cuatro ya existentes. La inspectoría americana, dividida en dos, daba
origen a la inspectoría argentina, confiada a Don Costamagna y una segunda inspectoría,
que comprendía las casas salesianas de Uruguay y Brasil y estaba bajo la autoridad de
Don Lasagna.

Por otra parte, las casas francesas, incardinadas hasta entonces en la inspectoría ligur,
constituían una inspectoría autónoma. Para su gobierno, Don Bosco se dirigió a Don
Albera, director en Sampierdarena, que fue a establecerse en Marsella. A propósito de la
inspectoría romana, hacemos notar que comprendía no sólo las casas de Tor d'Specchi,
de Magliano y de Faenza, sino también la de Randazzo en Sicilia y la de Utrera en
España.

Tercer Capítulo General (septiembre de 1883)


Los 35 miembros del tercer capítulo general fueron convocados en valsálice. Su duración
fue brevísima: se abre el primero de septiembre de 1883 y se clausura siete días
después. Por las escasas noticias que nos han llegado, sabemos que las discusiones
versaron, entre otras cosas, sobre el Boletín Salesiano, el noviciado, los ejercicios
espirituales y la moralidad. A propósito del noviciado, el inspector de Francia hizo notar
que había inconvenientes para enviar novicios a Italia. Don Bosco respondió que tenía
pensado fundar una casa de noviciado a los alrededores de Marsella. Se decidió separar
a los novicios coadjutores de los otros, medida aplicada inmediatamente en San Benigno.

Durante la última sesión de aquel capítulo, Don Bosco concluyó con alguna
recomendación: conocer bien el tiempo en que se vive y adaptarse a él; evitar castigos
humillantes a los niños y guardarse de las amistades demasiado sensibles; necesidad de
que el director tenga caridad para con todos.

Las decisiones de este capítulo no fueron publicadas aparte, sino junto con las del
capítulo de 1886.

Añadamos que hacia fines de 1883 Don Bosco tuvo la idea de dotar al capítulo superior
de Turín (y también a los capítulos generales futuros) de un secretario estable, que habría
de ser al mismo tiempo su confidente y su futuro biógrafo. La elección cayó sobre Juan
Francisco Lemoyne, capellán por entonces de las hermanas de Niza Monferrato. Don
Bosco tuvo tanta confianza en su secretario, que le dijo en los primeros días de su
entrada en funciones: "Yo no tendré secretos para ti, ni los de mi corazón, ni los de la
Congregación".

Comunicación de los privilegios (1884)


Para poner a su Sociedad en igualdad de condiciones que las otras familias religiosas,
Don Bosco trabajaba para obtener los privilegios. Esta palabra se emplea para significar
todos aquellos favores espirituales tradicionalmente concedidos a las congregaciones de
derecho pontificio, pero también ciertas facilidades canónicas de real importancia para la
vida de una congregación destinada a un gran desarrollo. Al pedir estos privilegios, Don
Bosco quería evitarse el tener que recurrir a Roma por cualquier motivo e, inversamente,
salvar las dificultades que surgían por la diversidad de normas entre las diferentes
diócesis. En general, Roma acostumbraba comunicar a una nueva congregación los
privilegios de que gozaba una Órden antigua. En este caso, Don Bosco se inclinaba por
los redentoristas. Pero tuvo que recorrer un largo camino, antes de ver realizado su
deseo.

Para este fin, se trasladó a Roma en 1875. Como punto de partida, pide la comunicación
de los privilegios y en especial el de poder dar las dimisorias, a fin de que sus
seminaristas puedan ser ordenados por cualquier obispo. El Papa encarga una comisión
el estudio del asunto. Esta se pronuncia en sentido negativo sobre la cuestión de las
dimisorias, por consideración al arzobispo de Turín. En cuanto a los privilegios en general,
Don Bosco se convence de que la petición está mal formulada.

Vuelve a la carga algún tiempo después, pero esta vez se guarda muy bien de pretenderlo
todo en bloque. Su petición versa solamente sobre algunos favores muy precisos, incluida
la cuestión de las dimisorias. La respuesta es la misma. Se dirige a León XIII, elegido
Papa en 1878, pero sin obtener nada sustancial. La oposición del cardenal Ferrieri es
trenza; durante toda su vida estará persuadido de que la congregación salesiana es una
agrupación inconsistente y provisional de personas.

En 1882, nuevo plan de acción, viaje a Roma y audiencia de León XIII, que nombra en
secreto una nueva comisión cardenalicia. La misma respuesta evasiva. "Tenéis enemigos
y es preciso que andéis con pies de plomo, porque en Roma se ven como realidad incluso
las imaginaciones".

Dos años más tarde, en 1884, el mismo Papa se muestra dispuesto a conceder a Don
Bosco "todo lo que quiere" y le demuestra una cordialidad desacostumbrada. Aludiendo a
la muerte de Monseñor Gastaldi, acaecida el 25 de marzo, añadió incluso: "Ahora ya no
está vuestro adversario". Efectivamente, gracias a la intervención personal de León XIII, la
Congregación Salesiana obtuvo, con un decreto de aquel año, la comunicación de todos
los privilegios de los redentoristas.

Los trámites habían durado 9 años. Don Bosco estaba contento, no teniendo ya -como él
decía- "nada más que desear". Sus últimos tres años y medio de vida, aunque turbados
por sufrimientos físicos, fueron años serenos.. Por otra parte, el Papa le había hecho un
regalo nombrando para la sede de Turín a su amigo el cardenal Cayetano Alimonda.

Don Rúa "vicario general"


El decaimiento de la salud del fundador panteaba más claramente el problema del
porvenir de la congregación. León XIII se preocupó personalmente de él. Por orden suya,
el octubre de 1884 se pidió a Don Bosco que designara a un sucesor o un vicario con
derecho de sucesión. Petición un poco extraña a primera vista, ya que las constituciones
preveían el procedimiento que había que seguir para la elección de un rector mayor. ¡No
importa! El interés de Papa por la congregación y por su persona le conmovieron
profundamente.
El 24 de octubre da cuenta de ellos al capítulo superior, que le ruega designe al hombre
de su confianza, sin votación preliminar. ¡Momento emocionante! Quizá nunca como en
aquel instante habían pensado ellos que Don Bosco pudiera faltarles algún día.

Escribió la respuesta, proponiendo el nombre de Don Rúa y la hizo llegar al Papa, que se
mostró conforme con ella. Un decreto de Roma vino a aceptar la elección. Pero Don
Bosco no quiere hacer del dominio público la decisión. Fiel a su método experimental,
empezó a preparar a su sucesor para su futura misión, ensanchando gradualmente la
esfera de sus responsabilidades.

El 24 de septiembre de 1885 declara ante el capítulo superior: "Mi vicario general en la


Congregación será don Miguel Rúa". Y sigue diciendo que ha escogido a Don Rúa
"porque es uno de los primeros, incluso en orden de tiempo, dentro de la Congregación,
porque ya desde hace años ejerce este cargo, porque este nombramiento será del agrado
de todos los hermanos". Precisa que su vicario posee plenos poderes, como el rector
mayor, y que deja su cargo de prefecto a don Celestino Durando. Los salesianos fueron
informados de esta importante noticia mediante una circular que lleva la fecha del 8 de
diciembre de 1885. Si hemos de juzgar por las cartas de felicitación que llegaron al
Oratorio, sus reacciones fueron favorabilísimas a esa elección.

Cuarto Capítulo General (septiembre de 1886)


El capítulo general reunido en Valsálice en el mes de septiembre de 1886 sería el último
capítulo presidido por Don Bosco. Fue una asamblea imponente, que comprendía esta
vez a los miembros del capítulo superior, a los inspectores, al procurador general, a los
directores de las casas y también a los delegados de las casas, elegidos por las
comunidades.

Se procedió a la elección de los miembros del lcapítulo superior. Esta elección no


afectaba a Don Bosco ni a Don Rúa, hecho su vicario, y tampoco a Monseñor Cagliero, y
a Monseñor Fagnano, llamados a otros cometidos. En esta ocasión, el equipo dirigente
experimentó notables cambios: Domingo Belmonte pasaba a prefecto en lugar de Don
Rúa; Monseñor Cagliero, proclamado catequista honorario, cedía el puesto a Juan
Bonetti; Antonio Sala seguía de ecónomo, mientras Francisco Cerruti era nombrado
consejero escolástico.

Durante las deliberacioanes, se tomó la decisión de enviar algunos salesianos a estudiar


en las Universidades romanas. Se habló del servicio militar de los hermanos jóvenes... y
de los subterfugios para librarlos de él. La asamblea afrontó el problema de las
parroquias, después de escuchar sobre este asunto a Don Lasagna, el cual, en su
condición de salesiano en América, estaba más familiarizado con esto. Se habló de los
novicios (a los que Don bosco se empañaba en llamar adscritos) y de su admisión a los
votos. En conformidad con un decreto de la Santa Sede, se formó una comisión
encargada de examinar cada una de las peticiones de admisión a los votos. Las otras
cuestiones tratadas atañían, entrre otras cosas,a las escuelas profesionales, al Boletín
Salesiano, las visitas de los Superiores a las casas, a la creación de estudiantados en las
varias inspectorías.

Lo mismo en los capítulos precedentes, se otorgó a Don Bosco plenos poderes para
revisar, ordenar y completar las decisiones tomadas. Las deliberaciones del cuarto
capítulo general se publicaron en 1887, junto con las del capítulo anterior.
Muerte de Don Bosco
Desde 1884, Don Bosco no era más que la sombra de sí mismo. Las preocupaciones y
los trabajos marcaron sobre él una huella profunda. Pero continuaba cuidándose de todo
y arrastrándose de ciudad en ciudad y hasta Francia y España, predicando con el ejemplo
más que con la palabra, ingeniándose por encontrar dinero con que sostener las variadas
actividades de las dos congregaciones. Y sobre todo, para construir la iglesia del Sagrado
Corazón en Roma.

La hora de Dios para este trabajador incansable sonó el 31 de enero de 1888. Don Bosco
expiró en las primeras horas de la mañana. Contaba con setenta y dos años y cinco
meses.

Don Rúa, que ignoraba el decreto de 1884, se preocupó de la sucesión. Ses dirigió a
Roma. Con un nuevo decreto ex audentia Sanctissimi, fue nombrado rector mayor por
doce años, a partir del 11 de febrero de 1888.

Una semana antes de morir, Don Bosco había declarado: "La congregación no tiene nada
que temer: tiene hombres formados". El porvenir demostraría bien pronto que esto era así
y como había falta de fundamento para algunos malos presagios.

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