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Boletín - Homenaje A Narciso Binayán PDF
Boletín - Homenaje A Narciso Binayán PDF
BOLETÍN
Número en homenaje a
Narciso Binayán
La profesora Josefa E. Sabor -que generosamente nos distingue con su atención y colaboración- fue
quien sugirió que este número del Boletín se le dedicase a Narciso Binayán. Y a todos nos pareció
excelente recordar a quien hizo de la bibliografia una materia prioritaria en el amplio espectro de la
temática de sus trabajos. Y fue así como nos pusimos a la búsqueda de la documentación que
permitiera presentar las páginas que siguen.
Al principio la tarea parecía fácil. Su hijo -conocidísímo periodista e historiador- nos resultaba
accesible, pero a poco de establecido el contacto, advertimos que las dificultades eran más bien
sobradas. Si bien Narciso Binayán Carmona, como se firma nuestro amigo para diferenciar sus
escritos de los de su padre, fue por demás amplísimo en su apoyo -y hasta nos confeccionó un artículo
memorioso que se publica en este mismo número del Boletín-, quedamos desorientados frente a los
nutridos aspectos de la personalidad de Binayán, imposible de adentramos en cada uno de ellos.
Múltiple en todo y desconcertante siempre.
Las conversaciones con Narciso hijo nos facilitó, al fin, formamos una idea sobre cómo era su padre.
Inquieto, tenaz, activo, polémico, honesto. Realizaba varias tareas simultáneamente y a todas se
consagraba. Parecía que en cada una ponía todo, pero no era así, aún le sobraba o fabricaba tiempo
para brindarse apasionadamente a otra labor. Su diligencia en el trabajo pro Armenia era plena, pero
era capaz de inventar otro tiempo pleno para brindarlo a la Sociedad de Historia Argentina. Más aún,
cuando estaba en el tope y era ya más que mucho, estaba pronto para dictar sus horas de clase. Y
cuando al final de las distancias aparecía un punto de llegada, se iba a La Plata para continuar como
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docente. Y -de nuevo- cuando un artículo de serena investigación bibliográfica y reposadas citas
culminaba, cuando era avanzada noche, allí no más estaba el trabajo polémico esperando turno, y lo
asumía y lo hacía. ¡Qué personalidad la de Binayán! Tan inquieto, tan tajante, tan terminante, tan con
ganas de emprender cosas nuevas. Tan lleno de amigos, y tan consagrado a ellos, como apasionado
combatiente con quienes disentía, y que no eran pocos. El secreto de este trajinar impaciente ha de
estar en la pérdida de su hija Nora, la pequeña hermana que Narciso hijo no alcanzó a conocer. Fue un
dolor que lo acompañó por siempre; pero en vez de recogerse en sí mismo, se brindó a su comunidad
armenia, a su comunidad docente y a su comunidad histórica. Se creó obligaciones y trabajo. Dolor
convertido en creación y en dar. Allí está para corroborado el hecho de que hasta en su vida personal
no se daba tregua, y si un espacio de tiempo le iba a dar algún descanso, entonces temeroso al reposo-
, inventaba obligaciones domésticas: como la constante de mudarse permanentemente. Permanecía
pocos años en cada casa; y ambuló con su enorme biblioteca a cuestas, que hoy Narciso hijo
conserva. Eran 200 canastos.
Y por esta forma de ser puede entenderse el desorden de sus papeles. Porque conservaba todo, pero
desordenadamente, y hoy ni se sabe dónde los puso. Tampoco llevó lista de sus trabajos publicados, y
ni siquiera los tenía. O sea que a cada momento de nuestras visitas a lo de Narciso hijo encontramos
algún artículo o folleto no visto. Y de correspondencia, nada. De diplomas o testimonios de
distinciones, ninguno. Tampoco le interesaban. Cuando Fortunato Mendilaharzu, en 1929, intentó la
Bibliografía general Argentina, se quejaba de la tardanza de Binayán en proporcionarle la lista de sus
escritos y así justificaba la incompleta información que podía proporcionar «sobre la valiosa labor de
este polígrafo». Lo que hemos expresado dá para entender dos cosas: 1°) Nada de lo que se escriba
sobre Binayán será ni un bosquejo panorámico de su vida, y la nómina de sus escritos será muy
básica. A cada paso, en la revista o diario, incluso suburbano, más insospechado, se descubrirá por
sorpresa su firma. 2º) Que no haya producido libros o trabajos de extensión, que requiriesen paciencia
de elaboración. Podía emplear muchísimo tiempo
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en el conocimiento de un tema, se especializaba en él, en la búsqueda impaciente del dato que le
faltaba, pero hasta allí. Confeccionaría extensas bibliografias, como la inserta en su Notas sobre ex-
libris, que no utilizó para sí, pero que brindó sin miramientos egoístas para utilidad de otros. La
disciplina de horas sentado para escribir un libro, no era tolerable a sus nervios. Sus escritos, pues,
son folletos y artículos; quizá lo más extenso es el trabajo sobre Zinny, de quien sería nieto político,
Lo dicho vale para los trabajos de historia y bibliografía. Separado es el tema de los libros de
textos. Binayán amaba la docencia y dedicó trabajo esmerado a la confección de varios libros de
enseñanza. Sus Lecciones de castellano y su Instrucción cívica fueron obras de reiteradas ediciones.
Sorprendente sería aún hoy la difusión alcanzada por los seis textos de la historia universal de Malet e
Isaac, "refundidos y puestos al día con la colaboración de Narciso Binayán", editados siempre por
Hachette, empresa con la que Binayán mantuvo fluida relación. Estos libritos de historia son aún hoy
objeto de búsqueda para integrar bibliotecas de humanidades, en atención a su esquema técnico
conciso, claro, accesible y perfecto.
Párrafo aparte merece El libro del idioma, compuesto en colaboración con Henríquez Ureña,
también con infinidad de ediciones, pero que además tiene la particularidad de que sus autores
redactaron un libro paralelo destinado a los profesores titulado Guía para el uso de «El libro del
idioma». Esto era en el año 1926. Habría que pasar medio siglo para que las editoriales y autores
advirtieran esta veta y se tomase como novedosa. Son los manuales para leer El principito y
últimamente El hombre de la rosa, pasando hasta por el manual para el pato Donald. Binayán y
Henríquez Ureña fueron pioneros en la modalidad. El hecho talentoso fue el poner en manos del
profesor una herramienta anexa al libro mismo, y por ese medio poder desarrollar sus clases con
mayor amplitud ilustrativa. Y más aún está allí la atractiva serie de sus antologías reiteradamente
editadas.
Narciso Binayán nació chileno, en Santiago, el 20 de junio de 1896. Niño aún, sus padres -
Juan Binayán y Margarita Pérez Valderrama- se instalaron en Buenos Aires tras dos años de
Sudáfrica. Estudió en la
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Ciudad del Cabo, donde aprendió las primeras letras. Aquí en Buenos Aires continuó distintos
estudios, y hasta cursó dos años la carrera de medicina y otros dos de la de abogacía, A esta altura se
perfilaba ya su espíritu inquieto buscador de metas más satisfactorias. Se recibió de farmacéutico, e
inmediatamente se graduó de profesor en la Facultad de Filosofía y Letras. Desempeñó las cátedras
de castellano, literatura, lógica, instrucción cívica e historia argentina, americana y universal en
distintos establecimientos de enseñanza secundaria. Ejerció en el Consejo de Mujeres, en el Instituto
Libre de Segunda Enseñanza, en la Facultad de Filosofía y Letras. Además, son numerosos los
colegios secundarios cuyas cátedras estuvieron a su cargo. Ha de ser recordado especialmente el
Colegio Nacional «Mariano Moreno», y el Colegio Nacional de La Plata, profundamente adentrados
en su afecto. Ejerció infinidad de cargos en comisiones. Secretario de la Asociación del Profesorado,
director del Instituto de Bibliografía de la Facultad de Filosofía y Letras, presidente de la Sociedad de
Historia Argentina, integrante del comité de la Revista Interamericana de Bibliogarfía de la OEA,
miembro de la Sociedad Chilena de Historia y Geografía, de The Hispanic Society of America de
Nueva York, etc. Asistió a infinidad de congresos de historia, fue redactor de la La Nación, La
Prensa, El Día (La Plata), revista Nosotros y de tantas otras. Sus artículos aparecen en Caras y
Caretas; Derecho, Historia y Letras; Anales Gráficos; Fray Mocho; La Semana Médica; Themis;
Revista de Filosofía; Anuario de la Sociedad de Historia Argentina; etc. Figura Binayán colaborando
en otras publicaciones, como los diccionarios que en 1921 confeccionara William Belmont Parker
por encargo de The Hispanic Society of America: Argentines of to day, y también en los dedicados al
Uruguay y al Paraguay. Casi dos décadas después integró el comité redactor del diccionario
propiciado por la Institución Mitre. Dirigió la empresa periodística Prensa Argentina entre 1930 y
1931, y los periódicos Semanario del Interior, El Periodista Argentino, y Correo Semanal.
Fue durante largo tiempo el alma de la Editorial Kapelusz, donde se publicaron casi todos de sus
textos. Su domicilio durante 23 años (1937/ 1960) fue el nostálgico edificio porteño de Pueyrredón
538 (y avenida
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Resulta justo rescatar, y más para nosotros, su dedicatoria «A mis amigos los bibliotecarios de
Buenos Aires» antepuesta a la portada de la Adición a la bibliografía de la imprenta.
La obra de conceptuación historiográfica de Binayán fue recibida siempre con elogios por la
crítica exigente. Tiene que haber sido Manuel Selva el anónimo autor que dedicó dos páginas al
folleto Elogio de Paul Groussac, en el número 32 de La Literatura Argentina, y que en uno de sus
párrafos dice: «Otro cualquiera, alardeando de crítico literario, lo hubiera pretensiosamente titulado
'Estudio crítico sobre Groussac' o 'Crítica de Groussac'; Binayán ha tenido la franqueza, y -sobre
todo- el buen gusto, de llamarlo Elogío... En resumen, el elogio de Binayán lleva al convencimiento
de que su autor ha penetrado no sólo profundamente el espíritu y la obra de Paul Groussac, sino que
ha seguido sus huellas con acierto y sabe poner, al abordar un estudio crítico, de por sí árido, el arte
que tanto admiró en el maestro, y hacer de él una bella conferencia literaria». Binayán -junto con el
por siempre querido y recordable Sigfrido Radaelli- fueron factores decisivos en la fundación de la
Sociedad de Historia Argentina. Como la concreción de esta institución despertó algún malestar en el
seno de la Junta de Historia y Numismática Americana, Binayán escribió sobre el asunto una carta a
Radaelli, desde Rosario, donde estaba con motivo de su conferencia del día 1º de noviembre de 1931.
El texto de la misiva se ha conservado, y es una pintura exacta de la fuerte personalidad de Binayán:
«No haremos una Sociedad de consagrados, sino de trabajadores; nuestros socios no lo serán
por lo ya hecho, sino por lo que se puede esperar de ellos. La Sociedad de Historia Argentina será
fundamentalmente un grupo de jóvenes que se ha reunido para el trabajo y que ha llamado a un grupo
de mayores elegidos cuidadosamente entre las distintas tendencias mentales, sociales, históricas; por
su calidad espiritual y sus aptitudes de maestros. Con ellos -en cada una de nuestras reuniones-
haremos sin quererlo una lección de metodología de la historia, nos entrenaremos para obras de
aliento, crearemos un ambiente, una familia histórica, con valor de afecto mutuo y
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de entusiasmo por el trabajo, que centuplicará la eficacia del trabajo de la labor de cada uno.
«A igual distancia del bizantinismo erudito y de la oratoria histórica, trabajaremos en silencio,
pero tratamos de acercamos a las formas de los trabajos de países de cultura milenaria: esfuerzo de
investigación, pero también esfuerzo intelectual (...) La Sociedad de Historia Argentina será pues un
taller de trabajo, ante todo. Diez sociedades de historia argentina tendrán por mucho tiempo
abundante tarea [...]
«Hay para mí, mi querido Radaelli, sensación casi física de placer, en la contemplación de los
grandes edificios que se levantan en las ciudades, en la noticia de la inauguración de ferrocarriles en
el Chaco o en la Patagonia, en la asociación de hombres que persiguen nobles fines. ¿Por qué no
todos sienten satisfacción al ver juntarse un grupo de personas dispuestas a trabajar? [...] Dios
confundió las lenguas cuando los hombres ensoberbecidos quisieron llegar hasta él: la torre de Babel
fracasó porque era un monumento de soberbia estéril. Pero Dios nunca seca la mano del que
construye un silo, por alto que sea, porque es esfuerzo de los que trabajan para sí, sirviendo también a
los demás».
Tal así era Binayán. Combatiente: combativo y combatido. Privilegiaba el talento y el trabajo.
Despreciaba la figuración y a quienes de la figuración hacían su meta. Propiciaba y alentaba al joven
y al humilde que investigaba con honradez. Y -según sé- lo alentaba la contrariedad. Dicho así parece
una frase común bastante usada. Digamos mejor que la adversidad la entendió como un enemigo, que
se corporatizaba -que se presentaba con cuerpo y alma- y al que presentaba batalla para no entregarle
el trofeo de su derrota, de su decaer, que le era la vida misma. Entonces la enfrentaba y la vencía.
Para eso trabajaba, y seguía trabajando, en infinidad de lugares y actividades. .
Y hay otro texto que nitida su concepto sobre la prioridad de la honradez en el trabajo
intelectual, y su desprecio hacia la mediocridad. Es la nota final que coloca a su Diego de Alcorta. A
usted, generoso lector de este Boletín, le ruego que la lea. Se la transcribo:
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1918 – El ex-libris del doctor Ernesto Quesada, en Anales Gráficos, a. 9, n. 4, abril, p. 3-4.
(3)
1918 - El ex-libris del doctor Rodolfo Rivarola, en Anales Gráficos, a. 9, n. 5, mayo, p. 5. (4)
1918 - EI ex-libris del doctor Pedro N, Arata, en Anales Gráficos, a. 9, n. 8, agosto, p. 4. (5)
1918 - El ex- libris del doctor Robert Lehmann Nitsche, en Anales Gráficos, a. 9, n. 10,
octubre, p. 7. (16)
1920- Notas sobre Diego Alcorta, tercer profesor de filosofía en la Universidad de Buenos
Aires, en Verbum, Revista del Centro de Estudiantes de Filosofía y Letras, a. 14, n. 53,
marzo-mayo, p. 47-65. (23)
1920- El origen de la Junta de Historia y Numismática Americana. Talleres Gráficos de L. J.
Rosso y Cía. 24 p. [También en la Revista de Derecho, Historia y Letras, 1918]. (24)
1925- La vida argentina en el primer tercio del siglo XIX vista por dos viajeros ingleses, en
La Prensa, 16 de agosto. (44)
1925- Tiahuanaco, en Caras y Caretas, a. 28, n. 1412, 24 de octubre. (45)
1925 - Lecciones de Instrucción Cívica. [Varias ediciones]. (46)
1925- Noticia (preliminar) a La lealtad más acendrada y Buenos Aires vengada, drama en 2
actos y en verso, por Juan Francisco Martínez. Instituto de Literatura Argentina de la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. (47)
1928- Sobre una tentativa de colonización judía en el Río de la Plata anterior a 1821, en
Atideinu, julio. (Traducción al idish por José Monin). (61)
1928- [*] La bibliografía en la Argentina, en La Nación, 21 de septiembre. (62)
1928 - Lecciones de castellano. Editorial Kapelusz (Varias ediciones). (63)
1933- La anarquía de 1820 en Buenos Aires, desde el punto de vista institucional, por
Ricardo Levene, en Nosotros, a. 27, v. 78, n. 287, abril, p. 352-355. [Comentario
bibliográfico]. (78)
1933- Sarmiento de Gamboa. Un navegante español del siglo XVI, por Ernesto Morales, en
Nosotros, a. 27, v. 79, n. 288, p, 104-105, mayo, p, 104-105. [Comentario
bibliográfico]. (79)
1933- Quesada historiador, en Nosotros, a. 27, v. 79, n. 290-291, julio-agosto, p, 259-266.
(80)
1933 - Cancionero popular de Salta por Juan Alfonso Carrizo, en Nosotros, a. 27, vol. 79,
julio-agosto, p. 373-374. [Comentario bibliográfico]. (81)
1933- Ciclos en la Historia argentina, 8 p. [También en Phoenix, a. 19, n. 3]. (82)
1933 – Nota preliminar, a La ciudad indiana por Juan Agustín García. Editorial Claridad.
[Varias ediciones). (83)
1933 - [*] Nota preliminar al Tratado del gobierno civil por Juan Locke. (84)
1933 - [*] Orígenes del periodismo argentino, en El Diario, febrero. [Número extraordinario
dedicado a la prensa argentina]. (85)
26
1935 - [*] (Groussac y la educación argentina), en Gaceta del Foro, 7 de julio. (88)
1935 - Advertencia [a] «Precursores de Colón. Las perlas Agri y las representaciones sobre
tejidos arcaicos como prueba del descubrimiento de América antes de Colón por
Arthur Posnansky». Sociedad de Historia Argentina. 16 p. (89)
1946 – Pedro Henríquez Ureña. Homenaje. La Plata, Talleres Gráficos Olivieri &
Domínguez. 24 p. (101)
1946 -[*] La mujer según José Maria Estrada. (102)
1946 - [*] Los fisiócratas españoles. (103)
1956- Insuficiencia del federalismo argentino actual. 8 p. [También en Revista del Ateneo
Universitario Armenio, a. 2, n. 5, enero-diciembre, p. 15-20]. (110)
1960 - Cómo nació el primer ejército de la Patria, en Revista MiIitar, n. 656, p. 186-188.
(114)
1960 - Ideario de mayo. Editorial Kapelusz. [«Compilación y estudio preliminar de Narciso
Binayán»]. (115)
1963 - El edificio del Museo Roca, en Administrativas, Museo Roca, n. 1, p. 27-29. (118)
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1969 - Una Biblioteca Nacional fundada por Sarmiento. Talleres Gráficos Lumen. 8 p. (123)
Algunos trabajos (únicos detectados) que Narciso Binayán realizó y cuyos originales no han
sido encontrados:
SEMBLANZA DE UN PADRE
No digo nada de lo difícil que me resulta escribir estas líneas. Nadie puede hacer un retrato de
moderada exactitud sobre su padre, sea que se trate de una persona sencilla y fácil, sea -como en este
caso- de una complicada y difícil. Hablar del propio padre es como hacer un durísimo examen de
conciencia. La información es, digamos así: «privilegiada», pero está tan cargada que tener mucho
material no ayuda. Esto es válido para mí hoy, y ha sido, es y será igualmente válido para cualquiera.
No hay que engañarse al respecto.
¿Por dónde empiezo? Puedo hacerlo con una anécdota familiar. En 1921 se iban a cumplir
cien años del nacimiento de mi bisabuelo, Antonio Zinny, y la Facultad de Filosofía y Letras
encomendó a mi padre, en los comienzos de su carrera por entonces, que escribiera una biografía y
una bibliografía. Ello lo llevó a la casa de mi abuela materna, hija del historiador, y se conocieron con
mi padre por una ligera y divertida confusión con mi tía abuela Lola. Esa misma noche dijo a un
amigo que estaba decidido a casarse con ella, lo que se concretó en 1924. Dicho sea de paso, con
motivo de su investigación, le prestaron todos los libros y todos los papeles que había y ya nunca
volvieron. Siguieron en casa de una nieta -mi madre- y ahora en la de un bisnieto -yo-. Esto da una
coordenada básica para la personalidad de mi padre: la cultura, en especial la histórica. Fue por este
camino que conoció a su esposa y que nacimos sus dos hijos. Quiero recordar aquí a mi pobre
hermana Nora que murió en 1927 y dejó sobre mi padre una marea que nunca se borró. Jamás hablaba
de ella, jamás pisaba la calle en que murió y su foto estaba sobre el escritorio. Un día me confesó que
nunca había vuelto a ser el mismo y que muchos defectos que se reconocía nacieron con esa tragedia
familiar. Es decir, era un hombre profundamente sensible. Era también muy tímido según me decía,
insistiendo ante mi asombro. Recordaba en este sentido que, cuando estaba por dar su primera clase al
terminar sus estudios de profesor, el director -al presentarlo a sus alum-
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nos- les recordó risueño que la tradición era que no se tuviera mayor compostura ni respeto con los
jóvenes que estaban en su situación. Se rió y se fue. Mi padre salió del paso airosamente.
Su especialidad era historia argentina pero, sin embargo, en una carrera docente de treinta
años -desde comienzos del 20 hasta comienzos del 50- jamás pudo enseñarla pues una disposición no
sé ni importa si ley, decreto o reglamento prohibía la docencia en historia argentina a quienes no
fueran argentinos nativos. Esa disposición patriotera debe haber nacido de la ola de falso
nacionalismo que sumergió a la enseñanza argentina desde la época del Centenario en adelante. Era
netamente inconstitucional (artículo 20: «los extranjeros gozan en el territorio de la Nación de todos
los derechos civiles del ciudadano») pero que yo sepa nunca ha sido planteado el caso ante la justicia.
No creo que lo hubiera hecho él. Lo tomaba como una idiotez más de tantas y basta. No importaba la
tontería. Podemos recordar que varios de los más insignes historiadores argentinos eran
extrajerísimos: De Angelis, napolitano; Zinny, gibraltareño; Groussac, francés. Pero su obra no fue
extranjera.
Eso sí, aunque vivía aquí desde los ocho años -1905- y aunque se naturalizó en 1927 siempre
se sintió y se consideró extranjero. Nacido en Santiago de Chile de padre armenio y de madre chilena,
criolla a más no poder, se veía como extranjero. Siempre anotaba en cualquier formulario: «chileno,
argentino naturalizado». Nunca que yo recuerde faltaba a los almuerzos mensuales de la colonia
chilena, y se sentía profundamente orgulloso de su sangre india, más específicamente mapuche. «Me
da derecho a estar en América», decía.
E igualmente tenía una lealtad a toda prueba hacia su sangre armenia. Poco antes de su muerte
hablamos del tema y me asombra la serenidad con que pudo analizarlo. Le dije que pensaba velarlo
en San Gregario el Iluminador, la Catedral armenia, como muestra de respeto a nuestros antepasados,
y llevar después sus cenizas a Armenia junto con las de mi abuelo. “Fantástico, fantástico -me dijo-
pero no quiero ir a esa Armenia (la del norte, entonces soviética) sino a Van”. Van, por la que sentía
una admiración especial es la ciudad natal de mi abuelo pero le recordé que era imposible, que no hay
ni iglesias ni armenios y que están los turcos. Lo sabía, por supuesto, pero quedó desconcertado y al
final aceptó, feliz, una solución. Llevar las cenizas al monasterio de San Tadeo que queda hoy en Irán
y que es el Único templo salvado en la provincia. Le pareció una solución magnífica. Dos meses y
medio después murió y siendo católico le dio los
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sacramentos el padre Jachadur Vertannesián, católico, gran sacerdote -ya no podía hablar pero sonrió
contento al anunciarle que había llegado- y fue velado en el templo de la Iglesia de nuestros
antepasados.
Ante un extranjero tan decidido, ¿no se justificaba un poco la prohibición de enseñar historia
argentina? Para nada.
Es justamente en torno a un discurso que pronunció en el aniversario de la breve
independencia armenia en 1918-1920 es que puedo refutar ese argumento. Comenzó diciendo:
«Vengo ante ustedes como aquel religioso que va a oficiar su primera misa, porque es la primera vez
que tengo la oportunidad de dirigir la palabra a los armenios. Estoy un poco confundido, como un hijo
pródigo que se presenta a la mesa familiar luego de una larga ausencia». Dijo muchas cosas pero esto
es lo sustancial: «Vivo aquí mucho antes que ustedes. Esta circunstancia me obliga a hacer por
ustedes todo lo que pueda... Armenios, les hablo con el cariño que alimento por la heroica raza
armenia y por este país donde he crecido, me he educado y he formado mi nido. La República
Argentina no ha escrito conceptos frívolos en el preámbulo de su sabia Constitución, cuando asegura
«los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del
mundo que quiera habitar el suelo argentino». Así y todo los armenios viven incomunicados y
aislados, eludiendo la relación con los habitantes de esta tierra. No quiero decir frases indefinidas e
imprecisas. Todos ustedes, amigos míos, recurran a mi. Hijos de Armenia o de armenios que quieran
estudiar; todos aquellos que hablan mal el idioma del país, ese idioma con el cual recibirán
educación. Desconocen las cosas más elementales de éste país donde están creciendo, donde
seguramente van a pasar su juventud y donde van a vivir, posiblemente, para siempre... Este país tiene
inmensas posibilidades en todos los campos, necesita de hombres y mujeres que tengan aptitudes
laboriosas y constructivas que tienen los armenios. Necesita de habitantes honorables así como de
intelectuales emprendedores e iluminadores como los armenios... deben cultivarse relaciones de ínti-
ma fraternidad con este país donde vivimos, aprendiendo su lengua, su historia, geografía, leyes y
costumbres... Dirijan sus miradas hacia adelante. El pasado es heroico y muy hermoso. Seamos
atentos y perseverantes para que el futuro también lo sea. El pasado ya es perfecto. Se debe construir
el futuro». *
del Africa Negra. Para lo primero pasé varios meses yendo a la biblioteca del IWO en el desaparecido
edificio de la AMIA y tomando notas. Para lo segundo (él me aconsejó especializarme, pero la idea la
tenía ya por mi cuenta) leí y leí. Empecé con lo poco que había y hay acá y seguí en viajes a Europa,
Estados Unidos y África misma. Quedé asombrado al ver con qué facilidad podía elegir y seleccionar
libros y estudiosos. He conocido por carta o personalmente a varios de ellos, en Estados Unidos,
Senegal, Costa del Marfil, Mali, Togo, Benin, Ligeria, Malawi y Zimbabwe. No lo digo para
jactarme. La mano certera de mi padre me guió hasta ellos. El mérito es de él.
He escrito esto en tiempo record. Después de tardar varios meses sin saber por dónde empezar ni
qué decir. Recordaba primero sus defectos. Los conocía muy bien. Pero, aparte de que nadie es
perfecto ¿importan algo de una persona de quien se puede decir tantas cosas buenas?
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APUNTES PARA UN RETRATO ARMENIO
DEL PROFESOR NARCISO BINAYÁN
Escribía el periodista e historiador Ashot Arzruní, uno de los decanos del periodismo de la
Diáspora armenia, que la realidad había superado un pronóstico pesimista respecto al futuro de la
estirpe de los Binayán realizado por el ex-primer ministro Simón Vratzián acerca del patriarca de la
familia y alumno del Católicos Jrimián, Don Juan Binayán (Benné), a quien conoció personalmente.
Vratzián estimaba que, con Don Juan se perdía una «rica dinastía familiar» pero -corrigió Arzrunís-
se equivocó respecto a su único hijo varón, Narciso.
Corría el año 1934 cuando Don Juan vivía en el salón Mariano Moreno de Buenos Aires una
de las mayores satisfacciones de su vida al ver a su hijo Narciso hablando en la recordación del 16°
aniversario del 28 de Mayo de 1918. Viejo “armenagám” y luchador por la libertad de Armenia y los
armenios, Don Juan era un sostenedor del ideal de la Armenia Libre, Unida e Independiente, y ¡qué
mejor premio a sus afanes era ver alguien de su sangre para expresar el mensaje central en castellano
en el acto más importante de la época! El orador tenía entonces 38 años y había forjado su educación
intelectual lejos del medio armenio, que recién se formaba en lo educativo-cultural restañando las
heridas todavía abiertas del Genocidio cometido por el Imperio Turco entre 1915 y 1923.
Pero lejos de realizar otra de sus brillantes piezas historiográficas surgidas de su afamada
pluma, Narciso Binayán ofreció a la comunidad uno de los primeros ensayos interpretativos críticos
acerca de las tareas inmediatas de las nuevas generaciones y que fue publicado en la primera página
del entonces semanario Armenia en su versión en idioma armenio (21 de Julio de 1934).
El planteo desafió de abrir los mejores caminos para los jóvenes le significó en cierta forma su
ingreso tardío a la vida comunitaria. La prensa armenia local comenzó a anunciar y a estimular de esa
forma cada avance en los estudios de los jóvenes. La nueva sección «Nor Serunt:» (Nueva
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Generación) mostraba la alegría de los familiares y amigos que junto a una foto del estudiante
anunciaban a la gran grey comunitaria el éxito, incitando a los demás a emularlo.
Recuerda Don Jorge Sarafián el valioso apoyo que tuvo en su extenso servicio a la comunidad
al contar en 1937-1953 con el asesoramiento del Profesor Binayán, con quien se expresaba en francés,
al realizar las primeras traducciones sistemáticas al castellano de las mejores piezas de la literatura y
de la historia armenia para hacer conocer de la mejor forma a los armenios a través de la prensa
argentina y de la primera audición radial fundada en 1937 por Sarafián.
La preocupación de Binayán por la creación de un cenáculo intelectual vuelve a manifestarse
después de la Segunda Guerra Mundial cuando intenta sin éxito organizar una institución universitaria
armenia.
Refiere la Doctora Anahid Barikián, quien se radicó en 1950 en Buenos Aires, que fue en la
última década de su vida cuando puede percibirse la huella de Narciso Binayán en los senderos
intelectuales armenios de América del Sur. Volviendo por sus raíces fue un protagonista del
renacimiento de la Causa Armenia, alentada por las expectativas que la recordación del 50º
aniversario del Genocidio despertaba en la Diáspora, que vislumbraba alguna esperanza tras la
descolonización que se veía en Asia y África.
Primero fue la traducción del libro Armenia de Jean Pierre Alem que editó Eudeba en 1963,
una de las pocas obras que surgieron fuera de la comunidad. Ese librito tuvo tres ediciones e integró
la Biblioteca de Asia y África. Libros del Baobab.
Luego la serie de artículos de temas armenios aparecidos en Urartú, periódico de la
Asociación Armenia de la República Argentina, también en 1963, así como las notas publicadas en el
diario Armenia, La Revista Armenia y el polémico periódico Hamazkaín que venía en la saga del
reclamo de nuevo estilo iniciado por Acción Argentino-Armenia, una institución ad-hoc que intentó
evitar el homenaje postal en la Argentina a Kemal Atatürk, y que Binayán presidió, también en 1963.
Fue precisamente esa iniciativa reivindicatoria que lo volvió á llevar a la tribuna pública
cuando pronunció su recordado discurso en el acto de la campaña contra la estampilla de Kemal. Un
reflejo de esta coincidencia lograda entre los armenios de Buenos Aires se vio en Montevideo, donde
se había creado también en 1963 la Mesa Coordinadora de Entidades Juveniles Armenias. Allá fue
Binayán para dar una conferencia sobre historia armenia en la Facultad de Arquitectura, organizada
por aquella Mesa.
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En 1965 lo vemos siempre presente, con su valioso aporte intelectual a las tareas de la
Comisión Central Pro Conmemoraciones Armenias, que centralizaba el esfuerzo comunitario para el
reclamo de justicia. En 1966 vuelve a ser orador central de un acto por un nuevo aniversario del 28 de
Mayo, esta vez en Teatro Presidente Alvear. Más de treinta años después vuelve a bregar por la
coincidencia cordial interna de la colectividad, y formula los reclamos territoriales de Turquía y de
Azerbaiján, prediciendo así la Cuestión de Karabagh y asegurando que Armenia volverá a ser un país
soberano, «recobrando sus límites históricos» para tener «entonces un asiento en las Naciones
Unidas» contiguo al de la Argentina, hoy hecho realidad.
El Ateneo Universitario Argentino-Armenio, institución de la cual fue fundador y socio, lo
contó siempre en sus filas. Fue entonces que lo conocí como el viejo profesor y auténtico maestro que
alentaba a los jóvenes, fuesen o no sus alumnos. En el extenso inventario armenio de su vida se debe
sumar su actividad en el Instituto Cultural Argentino-Armenio, del que fue Vicepresidente, y que
fundara con el profesor José Arce.
En agosto de 1970, en su carácter de integrante del Consejo Central Pro Causa Armenia para
América Latina, había participado del acto del 50° aniversario del Tratado de Sevres, que daba un
marco jurídico consensuado en 1920 a los límites occidentales de Armenia. Días antes de su
fallecimiento, el 17 de noviembre de 1970, el parlamento del Uruguay adoptaba la determinación de
alentar el cumplimiento del Tratado de Sevres en el seno de las Naciones Unidas.
Para completar estos apuntes vuelvo a recurrir a Ashot Arzruní, que describió la década
culminante de Narciso Binayán calificando su accionar como el ímpetu juvenil de un fervoroso
militante. Recuerdo una vibrante conferencia en el Colegio Arslanián llamada Cultura armenia en
Buenos Aires, reclamando para el pensamiento intelectual un papel superior al que ocupaba entonces
el pragmatismo utilitario. «El profesor Narciso Bil1ayán -escribió Arzruní- falleció con su mirada
dirigida hacia las cristalinas y vitales aguas del lago de Vam». Agregaré, más satisfecho que don Juan
Benné, porque acercó más a todos los armenios de todo el mundo a la reconquista del bíblico Monte
Ararat. Que así sea.
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ALFREDO B. GROSSO
NARCISO BINAYÁN
Hemos sido gravemente injustos, por desagradecidos, con el profesor Alfredo Bartolomé
Grosso, autor, entre otros, de dos libros de historia argentina que fueron, y pueden seguir siendo,
ingredientes fundamentales en la construcción espiritual del país.
Los dos libros de Grosso están en los recuerdos infantiles de todos nosotros, recuerdos
siempre prontos a resurgir y ser vividos, en cuanto un toque emocional cualquiera los rescate de la
zona crepuscular de la conciencia.
Grosso y sus libros han sido víctimas de la fácil iconoclasia de los juegos de palabras a que es
tan afecto el porteño que confunde esos burdos juegos con la gracia o el ingenio, que tienen para él el
inconveniente de exigir un esfuerzo cerebral.
He oído a los estudiosos serios lanzar su veneno en frases como «es una historia grosso
modo» o «¿quién dice eso?, ¿Grosso chico o Grosso grande?». ¡Que me perdonen los venerables
muros de la Casa del Escritor que oyen frases de tan bajo nivel!
Es plausible objeto de la crítica demoler prestigios mal ganados, arremeter contra obras de
baja ley, reservar el respeto para la respetable, pero es innoble pasión demoler por envidia, por
ligereza, por disenso en la tensión intelectual, por falta de autocrítica, por disfunciones hepáticas. Y
todo esto lo digo con el recuerdo presente de los críticos, confesos o solapados, que no perdonaron el
éxito de Grosso.
Hace catorce años que había aparecido la primera edición de Nociones de historia nacional de
Grosso cuando utilicé ese libro cursando el tercer grado de la escuela primaria. Conseguí muchos
años después, un
día, con la emoción imaginable, un ejemplar de la edición que entonces utilicé. Lo comparé con el
ejemplar de la tercera edición, con la que publicó la Editorial Kapelusz, con las antiguas que existen
en la Biblioteca Nacional. La comparación es una lección: Mientras los figurones creían que sus
textos mejoraban agrandándolos sin mesura y con propósitos extrahistóricos, Grosso los mejoró
cualitativamente, en contenido histórico y en adecuación didáctica.
Por esto ese libro, como el Curso de historia nacional son superiores a los otros que utilizaban
mis compañeros de aula y siguieron siendo superiores cuando llegué a enseñar historia argentina.
Pero eran, además, superiores a los libros de otras asignaturas, salvo algunos europeos. Era natural
que en historia argentina ocurriese así porque era, entre todas, la materia más nueva, con menos
fuentes bibliográficas, documentales e iconográficas. El nivel inferior era similar en toda América
Latina, donde sólo el libro peruano de Wiesse señaló un adelanto a fines del siglo pasado y el chileno
de Galdames en éste, por mucho mejor que cualquier otro texto de historia nacional de algún país
hispanoamericano.
El defecto entonces general en los libros didácticos -no desaparecido del todo- era el
empeñarse en poblar la memoria con un conocimiento nudamente intelectual, trasmitido
frecuentemente por el sistema de preguntas y respuestas, popularizado por el catecismo religioso.
Hasta Juan María Gutiérrez, brioso liberal, como buen masón, escribió en las postrimerías de su
rectorado de la Universidad de Buenos Aires un librito titulado La Historia Argentina enseñada a los
niños por sencillas preguntas y respuestas.
Grosso ha recordado cómo nació su libro. En 1889, ya profesor normal recibido en la Escuela
hoy llamada Mariano Acosta, fue designado maestro en los cursos de aplicación de la misma escuela.
Entonces comenzó a redactar unos apuntes que le sirviesen de guía para enseñar la historia del país.
Hace setenta y cinco años se decidió a editarlos y tuvo éxito. El libro «fue mejorado (dice el autor)
varias veces y modificado, algunos años después, hasta transformarlo en un texto del todo nuevo y
original por disposición de las láminas que acompañan las lecciones».
No es habitual en el país, ni en América, ni en el mundo, la supervivencia tan larga de un texto
escolar. Creo que en América sólo lo aventaja la Historia de América de don Diego Barros Arana y
en Europa, la Historia universal de Malet que, ya desplazada en Francia, se utiliza en algunos países
hispanoamericanos. Otros libros de parecida calidad fueron el de
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Contra esto reaccionó Grosso. La edición que poseo lleva al frente una breve
presentación: «La Historia tiene dos fines (dice) uno primordial que se dirige al corazón y al
sentimiento: es un fin moral; otro, secundario, que se dirige a la memoria, es un fin
intelectual», y agrega: «La Historia es la materia que presta los mejores elementos para la
educación moral». Y para cumplir su propósito -y que lo cumpla el maestro- incluye 42
referencias a episodios o caracteres aprovechables para la educación moral.
Grosso después de pasar por el aula, con ojos, oído y voluntad de verdadero maestro,
sabía qué necesitaba el alumno para recordar y aprovechar cuanto estudia «Para la Historia
(dice Grosso en un apéndice notable por la época en que escribe) los textos resumen, que a
priori indican facilidad en el aprendizaje, en la prédica dan un resultado distinto: lo dificultan.
Hemos podido constatar que un episodio, un detalle cualquiera, ayuda a la memoria y facilita
el estudio. Todo el mundo sabe por experiencia propia que los cuentos se aprenden con
muchísima facilidad y difícilmente se olvidan».
Para aclarar, más adelante se refiere a los Episodios nacionales de Espora y dice:
«Estos episodios, narrados con calor, harán conocer muchos actos de verdadero heroísmo,
llevados a cabo, algunos, por soldados oscuros en cuyo pecho ardía el fuego del patriotismo.
Es indudable que estas narraciones dejarán en los alumnos reminiscencias benéficas».
En las últimas líneas expresa sobriamente un pensamiento valioso que ojalá readquiera
vigencia en estos tiempos sin perspectiva: «La escuela no tiene un fin inmediato, sino
remoto».
Lo que acabo de recordar con frases del propio Grosso, el mejoramiento continuo de
las ediciones, no fueron obstáculos para que el señor Rómulo D. Carbia publicase en junio de
1918, en la ilustre revista Nosotros un artículo de forzada agresividad que tituló Los malos
textos escolares. Cómo se enseña la historia a los niños en que atacó el libro de Grosso, pero
sólo el compendio. Carbia mismo calificó su artículo como «desplante», supongo que ignorar
el significado de la palabra, no por justa autocalificación. No me corresponde en esta
oportunidad aplicar a Carbia el criterio que éste aplicó a Grosso. Los errores de idioma,
historia, buen sentido, didáctica. etc. que comete Carbia en un libro similar supera en mucho a
los discutibles que él señaló a Grosso. Sí corresponde señalar que el ataque fue perpetrado al
año siguiente de haber publicado el crítico una Lecciones de historia argentina que debían
desplazar definitivamente las Nociones de Grosso pero que alcanzaron efímera vida a pesar de
los elogios que él mis-
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mo prodigó a su propia obra, incluso años después de su rotundo y bien explicable fracaso.
No advirtió el hepático crítico que Grosso llevaba a los otros autores y a él mismo la
enorme ventaja de haber enseñado a niños. Para justificar alguna vez en que Grosso olvida su
propósito de no hacer texto resumen recordemos que en ello incurrió el ilustre Ernesto
Levisse, cuyos textos escolares habrían ofrecido a Carbia más y mayores oportunidades para
el ataque. Pero, como lo demostraré en el prólogo a los Estudios biográficos de Antonio
Zinny, Carbia no siempre veía lo que miraba, deplorable condición para cualquiera, pero más
grave en un crítico.
Por lo demás corresponde recordar que al llegar el general Mitre al gobierno nacional
aparece el primer texto verdadero de historia argentina para la escuela primaria que fue el de
doña Juana Manso de Noronha. El señor Carbia, que estudió en él siendo niño se queja de que
«la autora expuso la historia en párrafos cortos y sumamente sintéticos», es decir,
exactamente como Lavisse.
Con la misma ligereza dice Carbia que «vino a ser Luis L. Domínguez quien en 1861-
1862 inició con su Historia argentina la serie de los textos de enseñanza secundaria». Carbia
ignoraba que la historia argentina no se enseñó en los Colegios Nacionales ni en las escuelas
normales hasta 1869, cuando Sarmiento encargó a José Manuel Estrada enseñarla en el
Colegio Nacional Buenos Aires, ensayo que se extendió el año siguiente a otros colegios.
En 1877 apareció el Compendio del profesor uruguayo avecindado aquí, don Clemente
Leoncio Fregueiro, que en 1886 publicó en dos tomos sus Lecciones, donde por primera vez
se agregó un capítulo que no era historia política ni militar. Las Lecciones de Fregueiro fueron
elogiadas por el general Mitre.
Años después se publicó el segundo libro de Grosso que comenzó utilizándose en los
grados superiores de la escuela primaria, pero que al ampliarse y mejorar vino a ser el mejor
texto para la segunda enseñanza, especialmente cuando la historia argentina se explica en un
solo curso.
El Curso de Grosso acentúa las bondades de las Nociones como contenido histórico.
El Curso no se atiene a lo meramente político y militar: comprende aspectos económicos,
edilicios, culturales, costumbres, etc. Está ilustrado abundantemente e inteligentemente,
excepto algunas figuras de propensión alegórica que responden a estéticas vetustas. Los
mapas son particularmente elogiables por su claridad y estrecha conexión con el texto.
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Tan buenos son que han sido plagiados por competidores académicos de lo que ha
debido quejarse públicamente Grosso, ya que corría el riesgo de que los lectores, casi siempre
reverentes ante los figurones, creyesen que debía ser el simple maestro quien plagiaba al
académico.
El libro de Grosso da proporciones convenientes a cada tema, no como aquellos
competidores académicos que llegaron a dedicar 58 páginas al comercio colonial mientras
dedican 43 al grávido y decisivo período que va de 1852 a 1862. Y haré constar que a pesar
de las apariencias, el Curso de Grosso tiene casi la misma extensión que los dos inflados
tomos de sus competidores. Grosso no supo promocionarse, como ahora se dice, creando
intereses, convirtiéndose en su propia agencia de publicidad, hablando siempre de sí mismo...
Grosso sirvió con modestia ejemplar a una noble causa: la formación de la conciencia
histórica del país. No basta escribir un libro de historia argentina para formarla o consolidarla.
Hay en la emoción con que se la escriba un factor misterioso, llámesela magia si se quiere en
esta época propensa al esoterismo. Y es ese elemento, misterioso, subyacente en las palabras,
oculto en los puntos suspensivos, detrás de un abrupto punto final quien recrea en el espíritu
del joven lector el estado de alma del autor.
Grosso no tuvo talento intelectual, pero tuvo talento de la conducta, lo que los
franceses llaman sagesse. Así alcanzó la mayor grandeza moral, que es la de servir a una gran
causa: contribuir como pocos a la creación moral de una Patria Argentina.