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"El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de Mí" (Mt. 10, 38). Con estas
palabras el Maestro divino declara expresamente que llevar la cruz es una de
condición indispensable para ser seguidor suyo. No debemos pensar que el nombre
de cruz indica solamente sufrimientos especiales, los cuales, aunque no están
excluidos, generalmente no son cosa de todos los días, sino también y principalmente
esas molestias ordinarias y cotidianas que no faltan jamás en ninguna forma de vida y
que tenemos que convertirlas en instrumento de progreso y de fecundidad espiritual.
Pero para llevar la cruz no basta comprender su valor; es necesaria la fuerza. Si nos
ponemos en las manos de Jesús, Él nos dará ciertamente esta energía; y a través de
las luchas y los sufrimientos que se nos ofrecen todos los días, nos llevará por el
camino que Él ha elegido, a aquel grado de santidad que El definió desde la eternidad
para cada uno de nosotros. Pero es necesaria una confianza ilimitada, hay que
caminar con los ojos cerrados completamente abandonados a su beneplácito; hay que
aceptar la cruz que el Señor nos ofrece y llevarla con amor. Si con la gracia divina
aprendemos a santificar de este modo todas las cosas de cada día, grandes y
pequeñas, sin perder la serenidad y la confianza, llegaremos a la santidad. Muchas
almas se desaniman ante la presencia del dolor, y se ingenian de mil maneras para
esquivarlo, porque tienen muy poca confianza en el Señor, y porque no creen
fuertemente que todo, aún los más diminutos detalles, lo ha dispuesto el Señor para
nuestro verdadero bien. Todo sufrimiento, grande o pequeño, oculta una gracia de
redención, de santificación; hacemos nuestra esta gracia escondida en el momento en
que aceptamos el padecer con espíritu de fe y por amor de Dios.
(Intimidad Divina)
Aclamaciones eucarísticas