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Leges Aeternas

Romanus Ius

Magister, Lic. Carlos de Jesús Verea Gómez

Discipulus, Pablo Manuel Martínez Sandoval

6 de Noviembre del 2014


Introducción

Leges anima populorum et speculum societatis (las leyes son el alma de los pueblos y el

espejo de la sociedad).

Debemos acercarnos al estudio de las leyes siendo conscientes de que nos estamos

acercando a apreciar e intentar entender el espíritu de un pueblo, las necesidades de una y

varias personas, porque si nos acercamos a ellas de manera frívola e inconsciente, nunca

podremos valorar la razón por la que estas han sobrevivido a la prueba de lugares, tiempos

y condiciones; esa razón es que las leyes deben abarcar y comprender al ser humano, a la

persona.

Las leyes romanas no versan sobre las necesidades de los páramos, de los animales, de las

plantas, de los desiertos, porque para empezar, en ellos no hay nada que pueda gozar de

derechos y recibir obligaciones. Las leyes romanas versan sobre las necesidades y deseos

de un conjunto de personas que ha visto que es víctima de abusos de autoridad, de

discriminación, de injusticia e inequidad, o por lo menos, este es el caso de las XII tablas,

de cuyo estudio se encarga, de una manera adecuada, este ensayo.

“Las normas deben contextualizarse históricamente para ser comprendidas. El Derecho es

un fenómeno social y se enmarca en una trama determinada; es decir, constituye una

manifestación de un más amplio devenir de circunstancias políticas, sociales e ideológicas.

Son estas vicisitudes las que acaban de explicarlo, y algunos de sus aspectos más oscuros en

términos dogmáticos se hacen bastante menos misteriosos a la luz de la historia”

(Amunátegui, 2006)
Desarrollo

A) La Madre Roma

“Todo el que posee una parte del poder tiene por misión fundamental asegurar el

mantenimiento del orden, aquel orden del mundo que era la preocupación que obsesionaba

el espíritu romano” (Grimal, 1999).

El gran e imperioso Pueblo Romano es reconocido a nivel mundial, y su voz ha roto todas

las barreras culturales, lingüísticas, cronológicas y sociales, marcando de alguna manera

casi la totalidad de los sistemas jurídicos con los que contamos hoy en día en todo el

mundo. Hoy, en toda América y Europa Occidental tenemos una gran deuda con ese gran

imperio que, aunque “caído” en el año 476, sigue viviendo y latiendo fuerte y firme en

nuestros sistemas jurídicos actuales y en nuestras instituciones.

A pesar de que compartimos la esencia jurídica de la Antigua Roma, hay diferencias claras

en algunos aspectos, pero que no son diferencias de mala fe, sino que son cambios que se

vienen dando como consecuencias naturales de un proceso de evolución y

perfeccionamiento de las instituciones y procedimientos jurídicos creados por el hombre.

Un ejemplo de ello es que en esos años de antaño, un Magistrado era un juez al mismo

tiempo que tenía otros poderes, que nosotros ahora decimos que son los propios del

ejecutivo y del legislativo, división que debemos a los grandes teóricos y pensadores del

siglo XVIII. Hoy, para nosotros, un magistrado, es un mero Juez.


Algo importante que debemos tener en cuenta es que la noción de Ley no era la misma en

Roma que actualmente. “Una ley era entonces una voluntad del pueblo manifestada según

ciertas formas, pero pudiendo aplicarse a objetos muy diferentes, lo mismo a una

declaración de guerra que a la investidura de un magistrado, o a una distribución de tierras

que a la adopción por un simple particular de un niño perteneciente a otra familia”

(Grimal, 1999). Por esto, una ley, entonces, no implicaba lo que hoy.

Durante el período de la Monarquía, y también el inicio de la República, toda la

responsabilidad legislativa, ejecutiva y judicial recaía sobre la persona del rey y

posteriormente sobre el cónsul; él era el “depositario de un conjunto de reglas destinadas a

mantener las relaciones de las personas entre ellas y con la ciudad”. Esto daba lugar a que

se ejecutaran juicios injustos y/o viciados, pues dependían completamente de la voluntad

del magistrado.

Un punto importante es que las XII tablas no fueron el primer intento por establecer un

conjunto de normas escritas válidas que rigieran la conducta de los individuos. El

jurisconsulto (un estudioso y experto en Derecho) “Pomponio refiere que Rómulo y sus

sucesores hicieron votar leyes por las curias” y que “bajo Tarquinio Soberbio un cierto

Papirio […] las publica en una colección llamada Ius Civile Papirianum” (Petit, 2013).

B) Las XII Tablas

Según la tradición mitológica se supone que el Rey Numa Pompilio, sucesor de Rómulo,

recibió en sueños dictámenes de parte de los dioses, y estos eran leyes cuyo cumplimiento

debía exigir al pueblo de Roma, las cuales, plasmó en esas doce tablas.
La tradición histórica más aceptada nos dice que se envía a algunos patricios de Roma a

Grecia, cerca del año 301, para que se ilustraran con el estudio de su legislación, quienes

son ayudados de una manera muy significativa por Hermodoro. Esa tradición, según Petit

(2013), tiene la suficiente solidez y respaldo histórico para no poder ser contestada, además,

por lo que hoy sabemos de esas XII tablas, realmente tenían una fuerte marca helenística.

En el 303 se suspenden de común acuerdo las magistraturas ordinarias y se elige a diez

magistrados patricios para que creen las leyes. Después se vio que estas habían sido

insuficientes, por lo que en el 304 se eligió a otros decenviros, que terminaron entregando

dos nuevas tablas que vinieron a ser el complemento de las 10 ya existentes.

Erróneamente se ha llegado a decir que las doce tablas son una mera copia de las leyes

griegas, pero esto es una afirmación falsa y sin fundamento; estas tienen, según Petit

(2013), un carácter esencialmente romano, pues no se consideran sólo como la obra

personal de los decenviros, sino como la consagración formal de las antiguas costumbres

romanas, concediéndoles nueva y mayor fuerza. “La ley de las XII tablas reglamentó a la

vez el derecho público y el derecho privado. Los romanos la consideraron como la fuente

propia de su derecho. Es la ley por excelencia y todo lo que de ella deriva es calificado

como Legitimum” (Petit, 2013).

Las costumbres de los antepasados (mores maiorum) eran la primera fuente de Derecho

para los romanos, hasta que los plebeyos exigieron que se pusieran las leyes por escrito

para que se pudiera hacer continua y segura referencia a ellas y no hubiera juicios que

fueran fruto de la mera arbitrariedad de la a veces viciada voluntad de los magistrados. En

lo personal, creo que es completamente aceptable y razonable lo que nos dice Du Pasquieur
(1937), que “la historia revela un constante impulso hacia el derecho escrito”. Es el sistema

escrito, en mi opinión, el que puede brindar una mayor seguridad jurídica, por eso podemos

ver que en Roma, desde el tiempo de la Monarquía, de alguna manera tendieron a tener por

escrito las normas más importantes, a pesar de que después el sistema de derecho romano

siguió siendo de un fuerte carácter consuetudinario.

Se fue relajando el sistema, sobre todo, en la medida en que se fueron diferenciando la

visión religiosa y la visión laicista. Muchas sentencias, como podrían ser la que se diera en

el caso de robo de ganado, por la noche, podrían llegar a hacer que el culpable fuera

declarado sacer, esto era dejar el asunto a los dioses, pues lo que los magistrados buscaban

era que el pueblo se mantuviera en una buena relación con los dioses cumpliendo su

voluntad reflejada en las XII tablas. Esa sacralización era llanamente una sentencia de

muerte. Los romanos, al igual que los griegos se aprovechaban de la religiosidad del pueblo

para legislar y ejecutar las leyes según fuera de su conveniencia.

Grimal (1999) nos dice que no es insignificante el hecho de que, en las XII tablas,

observamos leyes de carácter religioso junto con otras de carácter meramente civil. Esto se

daba por la fuerte concepción religiosa que se tenía en ese entonces (hay que recordar que

el Pueblo Romano era sumamente supersticioso), aunque sí podemos observar que, con el

pasar de los años, la legislación en Roma se fue laicizando, y durante los mismos períodos

de la Monarquía y la República podemos ir observando una cierta relajación en lo que

respecta a las sanciones y a la religiosidad en el campo jurídico y civil. Esto es apreciable,

por ejemplo, cuando se reduce la fuerza de las penas correspondientes a los delitos.
En aquellos tiempos, según la legislación a la que nos estamos refiriendo en todo el ensayo,

la violación de una prescripción legal no era considerada en sí como un delito civil, sino

como una contradicción a un mandato divino, por lo que la sanción era algo natural, algo

que el rey, después el cónsul, debían aplicar para mantener el orden en la Urbs, entre los

ciudadanos, y para mantener una relación pacífica y dócil como un pueblo con sus dioses.

Las condenas, en el sistema de las XII tablas tenían un carácter ritual.

Las XII tablas fueron producto de la legítima exigencia de los plebeyos por una igualdad

ante la ley con respecto a los patricios. Es verdad que esta legislación fue un gran avance, y

de hecho Petit (2013) habla de ellas como la fundación real de la ciudad romana, pero

tampoco fueron la panacea a los problemas que la plebe percibía, y de hecho, según

Cicerón, en una de las últimas dos tablas, se les negaba el derecho a contraer matrimonio en

iustae nuptie, y según Dionisio de Halicarnaso, en la cuarta tabla se les negó también el ius

honorum, no dándoles la oportunidad de alcanzar algún tipo de magistratura.

Muchas de las prescripciones de las XII tablas tienen por objeto hechos de la vida rural. Se

habla a menudo de cosechas, de árboles que se cortan o que se trata de proteger, de

animales que cometen depredaciones en los campos, pero todo esto es natural en una

sociedad cuya economía reposa casi únicamente en la producción agrícola. No se encuentra

rastro de un tipo de justicia rural, sino que cuando se quería impartir justicia con respecto a

estos temas. En tiempos de las XII tablas el derecho era de carácter eminentemente urbano.

También podemos encontrar en ellas, en las referencias de ellas que nos han llegado hasta

hoy, pues no conocemos su contenido íntegro, prescripciones relativas a los juicios, a las
deudas, cuestiones sobre matrimonio, patria potestad, regulación de relaciones por

parentesco, de la propiedad.

Conclusión

Las XII tablas fueron dadas al pueblo gracias a las exigencias de los pueblos que querían

eliminar la desigualdad legal suya con respecto a los patricios. La cuestión fue que a pesar

de todo, éstos no vieron sus deseos del todo satisfechos. Una de sus exigencias era que se

les concediera la facultad legal para contraer iustum matrimonium con una persona de

diferente clase social, pero justamente, en la onceava tabla, que es complementaria a las

diez originales, se establece, según Antequera (1874) que “los patricios no pueden contraer

matrimonio con los plebeyos”.

Señalamos que lo más importante de las XII tablas es lo que representan y lo que

significarán en toda la vida del Imperio Romano en el campo legal, e inclusive, hasta

nuestros días. Fueron un esfuerzo importantísimo por establecer una mayor seguridad

jurídica y por mejorar la regulación de las relaciones sociales de los ciudadanos de Roma.

Este corpus legal se convirtió en el fundamento de toda la futura legislación de lo que fue

Roma, dentro y fuera de la península itálica, y fuera de sus límites históricos, pues ha

trascendido hasta nuestros días de una forma impresionante e imprescindible.

Bibliografía
Amunátegui Perelló, Carlos Felipe (2006), Reseña de “Compendio histórico de Derecho Romano.

Historia, recepción y fuentes” de Alfonso Castro Sáenz, Revista Chilena de Derecho, Nº 3,

pp. 595-596.

Antequera, José María (1874), Historia de la legislación romana desde los tiempos más remotos hasta

nuestros días, Madrid; Infante

Du Pasquieur, Claude (1937), Introducción à la théorie générale et à la philosophie du droit, París;

Neuchatel.

Grimal Pierre (1999), La Civilización Romana. Vida, costumbres, leyes, artes, Barcelona; Paidós.

Petit, Eugène (2013), Tratado elemental de Derecho Romano, México; Editorial Porrúa.

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