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REVISION CRITICA DE LA HISTORIA DEL TEATRO EN MEDELLIN-Victor Lopez-1 PDF
REVISION CRITICA DE LA HISTORIA DEL TEATRO EN MEDELLIN-Victor Lopez-1 PDF
EN MEDELLÍN
Las prácticas discursivas, lo que los hombres hacen y dicen (Veyne, 199-238), que
1
han permitido la construcción de una historia del teatro colombiano obedecen a la
presencia de ciertas circunstancias históricas que las han determinado material y
formalmente desde el presente. No en vano, la escritura de la historia no es más
que un relato en el cual los lectores pueden encontrar más datos sobre la
configuración histórica del presente del historiador que sobre la configuración
histórica particular a propósito de la cual habla el historiador. Es decir, el relato
histórico nos informa en primera medida sobre las circunstancias históricas del
presente del historiador. De ahí que todo historiador escriba desde la persistencia
y los lugares comunes de su presente, sin que por esta razón deje de brindarnos
datos sobre el pasado que estudia (Lamus, Teatro colombiano reflexiones 105).
1
Actor de la Escuela Popular de Arte de Medellín, Historiador de la Universidad Nacional de Colombia, sede
Medellín, egresado del Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia, estudiante del IV semestre de la
Maestría en Historia y Teoría del Arte de la Universidad de Antioquia, y estudiante de Física de la Universidad
de Antioquia. Docente del municipio de Medellín. E-mail sexonitio@gmail.com
modalidades de reflexión y modos de enunciación que terminan por construir
desde el presente su objeto de estudio de una manera y no de otra. En
consecuencia subyace a dicho relato una opción teórica a la hora de pensar qué
es el teatro, qué es la historia y qué tipo de relaciones se establecen entre ambos
conceptos. Por lo tanto nos interesa saber, a propósito de la historia del teatro en
Medellín, qué tipo de pasado ha sido construido desde el presente y qué tipo de
conceptos han sido usados para crear una imagen del pasado. Se trata, en suma,
de realizar una historia de la historia, es decir, de construir una historiografía o una
teoría de la historia que dé cuenta de las diferentes modalidades de reflexión que
han usado los historiadores, los periodistas, los cronistas o los investigadores de
profesiones varías, a la hora de realizar la historia del teatro en Medellín.
2
No se incluyen aquí los interesantes estudios que en las dos últimas décadas se vienen realizando para los
casos específicos de la historia del teatro en Bogotá, Medellín, Cali, el eje cafetero, Boyacá, Santander y
Tunja; ni tampoco los trabajos realizados sobre determinados dramaturgos, directores, grupos u actores. Sólo
se considerarán aquellos que poseen una mirada global y que por lo tanto realizan una historia del teatro
colombiano en general, centrándose en ciertas épocas o abarcando la totalidad de las épocas.
La aparición del Nuevo Teatro colombiano, con su decidido mito fundacional, al
querer desde su práctica y sus consideraciones conceptuales convencer de que
con él nacía el teatro colombiano, el único teatro auténticamente nacional (Antei
171. Arcila 12. Lamus, Estudios sobre la historia del teatro 8) y que todo lo
realizado en el pasado no podía considerarse como parte del teatro del país, no
hizo otra cosa que detener los estudios “históricos” que sobre el teatro venían
realizando desde finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX figuras tan
emblemáticas como Eladio Gónima Chorem, José Caicedo Rojas y José Vicente
Ortega Ricaurte. Los mismos cronistas que después de la hegemonía a-histórica
del Nuevo Teatro vendrían a constituirse en fuentes privilegiadas de información y
en referentes obligados de consulta para todos aquellos interesados en construir
la historia del teatro nacional.
Fue Carlos José Reyes, ya desde 1977, el primero en percatarse de que el mito
fundacional creado por el Nuevo Teatro era insostenible (Antei 172) y que era
indispensable realizar una adecuada investigación histórica que visibilizara la
presencia de una rica tradición teatral colombiana olvidada en el pasado. De esta
manera Reyes y Maida Watson Espener publicaron como compiladores en 1978 la
primera gran obra de carácter global que propendía por la creación de un estudio
detallado sobre la historia del teatro en Colombia, a fin de que se conocieran sus
raíces y se lo situara “en el programa general de las artes y las letras” (Reyes
Materiales para una historia 10).
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Fernando González Cajiao escribe sus escritos como parte de su labor docente en la Academia de Arte del
Sur don Eloy; Jaime Díaz Quintero como docente de la Universidad de Cartagena, de la Escuela de Bellas
Artes de Cartagena, de la Universidad Jorge Tadeo Lozano de Cartagena y de la Universidad Libre, seccional
Cartagena; Héctor H. Orjuela como docente de la Universidad de California Irvine; María Mercedes Jaramillo
de Velasco como docente en Fitchburg State College (Massachusetts) y como fruto de sus tesis en master y
doctorado en la Syracuse University (New York); la obra de Patricia González hace parte de su tesis de
doctorado para la Universidad de Texas en Austin y ha sido ampliada gracias a su labor docente en dicha
universidad y en el Smith College; Carlos José Reyes como investigador y como docente en la Universidad
al construir las fuentes históricas y al abordar las temáticas, dado que ninguno de
los autores contó con estudios de historia a nivel profesional. No obstante,
lentamente y sin que se haya generalizado, se fue pasando de la utilización de
fuentes secundarias, sobre todo pertenecientes a cronistas, a la apropiación de
fuentes primarias; así por ejemplo, Jaime Díaz Quintero y Marina Lamus Obregón
desplegaron esta posibilidad al abordar prensa del siglo XIX, y Carlos José Reyes
dio un paso aún más audaz al buscar manuscritos gubernamentales en los
archivos históricos de los siglos XVIII y XIX. Con todo, generalmente este tipo de
historia empírica, por llamarla de algún modo, nunca realizó una explicitación
teórica de su forma de acercamiento histórico al teatro y no llegó, a veces, a
implementar el rigor metodológico de la historia académica profesional.
Nacional de Colombia, sede Bogotá, la Universidad Industrial de Santander, la Escuela de Teatro Distrital de
Bogotá y el Externado de Colombia; y la obra de Beatriz J. Rizk hace parte de su tesis doctoral del Graduate
School and University Center, CUNY, New York.
prehispánica en Cundinamarca, Boyacá y el sur de Santander (González Historia
del teatro 12).
Capítulo aparte merece la labor teórica y crítica realizada por Marina Lamus
Obregón. Esta investigadora ha procurado identificar los límites y alcances de la
historiografía teatral nacional a la par que ha buscado maneras de superarlos,
explicitando adecuadamente los supuestos filosóficos y metodológicos que
sustentan su quehacer investigativo y proponiendo nuevas maneras de
aproximación a las conceptualizaciones de historia y de teatro que no se atengan
a lo meramente sociológico, puesto que considera que el teatro no se explica
exclusivamente por las realidades de sus clases sociales y que en vista de ello es
mejor preguntarse por “el significado que da el teatro a una sociedad” (Lamus 66)
o cómo las estéticas interrogan a la sociedad misma.
De manera abierta Lamus Obregón ha aceptado que “de acuerdo con la sociedad
y la época, el teatro ha tenido definiciones y se le han fijado funciones”
(Lamus104) que varían considerablemente de una temporalidad a otra, por lo cual
Lamus ve el teatro no como un objeto histórico inmutable o transhistórico sino
como el producto de una práctica. También dándole igual importancia al texto
dramático y al texto espectacular ha concebido un proyecto investigativo que ha
indagado sobre el concepto que la sociedad ha tenido sobre el teatro, la función
del mismo y las ideologías que le subyacen (Lamus 14).
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Quien a su vez se ha fundamentado, entre otros, en la teórica teatral alemana Erika Fischer-Lichte y en el
sociólogo francés Pierre Bourdieu.
entremezcladas, superponiéndose las unas a las otras dentro de un proyecto
asistemático y acéfalo de constitución de una historiografía teatral local. Dos de
dichas tendencias han estado fuertemente influenciadas por el paradigma creado
al tenor de la historiografía teatral nacional ya mencionado, bien sea para utilizarlo
en sus propias investigaciones o para señalar sus defectos y límites. Las otras dos
tendencias, una por razones temporales y otra por cuestiones conceptuales y
metodológicas, no han participado de ese proyecto de constitución de una
historiografía nacional. Dichas tendencias son las siguientes:
1-La de los cronistas del Medellín antiguo, quienes desde finales del siglo XIX
hasta finales del siglo XX incorporaron al teatro como objeto de rememoración en
sus “recuerdos de ciudad”. Esta tendencia se recuperará en la primera década del
siglo XXI en una especie de nueva crónica que combina el periodismo y la crítica
11 teatral.
Se trata del trabajo de Juan Felipe Restrepo David titulado “Voces es escena:
dramaturgia antioqueña del siglo XX.” Restrepo realiza un análisis hermenéutico
de algunas obras dramáticas antioqueñas dentro de una tendencia netamente
descriptiva y no explicativa. Introduce la noción de literatura dramática antioqueña,
definiéndola como “un fenómeno geográfico” (12) y en un despliegue de ingenio
literario escoge las obras que considera más significativas de los dramaturgos que
supone más importantes en Antioquia, describe sus tramas, sus postulados
12 estéticos, sus aportes artísticos y la manera como reflejan el momento social de
su producción. Desde las obras de Gabriel Latorre hasta las de Víctor Viviescas 5,
es decir desde el inicio del siglo XX hasta finales de los años noventa, nos ofrece
una ejemplar muestra de análisis literario que, no obstante, a veces comete la
anacronía de juzgar el valor de una obra del pasado desde obras más recientes
que concibe como superiores, por lo cual raya a veces en una manifestación de
prejuicios metodológicos (46, 47). En suma, a pesar de que la obra posee visos
de “historia dramatúrgica”, no puede considerarse propiamente como una obra
histórica, puesto que no relaciona realmente las obras con el contexto que las
produce, limitándose a decir que las obras reflejan dicho contexto; nunca explica
cómo ha sido posible la aparición de las diferentes estéticas que analiza, ni
explica cómo se ha dado el cambio de una estética a otra. Se trata por lo tanto de
5
Analiza además algunas obras de Alejandro Mesa Nicholls, Ciro Mendía, Gilberto Martínez, Henry Díaz,
Samuel Vásquez, José Manuel Freidel y Víctor Viviescas; y habla brevemente de otros dramaturgos
antioqueños que publicaron desde el siglo XX hasta la actualidad, los nombra “los demás dramaturgos;” e
igualmente, sin querer ofrecer un panorama exhaustivo, comenta sucintamente lo producido en dramaturgia
infantil y lo realizado por las dramaturgas antioqueñas.
un análisis literario de obra dramatúrgicas del pasado, construido desde el
supuesto de que el texto teatral es síntoma de lo social, es decir, que es un
epifenómeno que da cuenta del acontecer mismo de lo social, pero que no es
susceptible de explicarse desde lo social.
Ahora bien, las cuatro tendencias historiográficas locales han construido una
historia escrita del teatro en Medellín que abarca temporalmente desde los años
30 del siglo XIX hasta los primeros años del siglo XXI, sin llegar a incluir la historia
del teatro durante el período prehispánico y sólo tangencialmente interesándose
en el período colonial. Tampoco han tenido la intención de construir una obra de
manera abarcadora o globalizante, por eso no existe un texto que pueda
identificarse como “la historia general del teatro en Medellín”, antes bien, cada una
de las tendencias se ha conformado con estudiar una temporalidad específica, y
13 las pocas veces que han aparecido textos de carácter general el uso de fuentes
tanto como la manera de abordarlas no ha correspondido al rigor metodológico
que exige la disciplina histórica, además han aparecido como artículos poco
extensos en obras mayores de carácter divulgativo.
Ninguna de las tendencias explicita lo que ha entendido por historia o por teatro.
Cada una ha vivido en la verdad de la evidencia, en la plenitud de los lugares
comunes, por eso se hace necesario objetivar qué concepción de historia y de
teatro está en juego en cada una de ellas, puesto que esto nos revelaría las
proyecciones que desde su presente han realizado sobre el pasado teatral que
han construido.
1-La de los cronistas del Medellín antiguo: Inaugurada por Eladio Gónima Chorem,
alias Juan, en 1897 y continuada hasta 1995 por Humberto Bronx, alias del
presbítero Jaime Serna. Se ha nutrido principalmente con los aportes de Rafael
Sanín y de múltiples reconocidos miembros de la elite empresarial o de los grupos
literarios de Medellín, quienes mayoritariamente al final de sus vidas decidieron
dedicar un solaz de su tiempo a la labor de rememoración de los tiempos idos,
algunas veces limitándose a su propia memoria y en algunas ocasiones haciendo
uso de lo escrito por otros cronistas. Únicamente en Gónima, Sanín y Bronx
encontramos un propósito expreso de historiar el teatro de manera más o menos
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pormenorizada, por eso nos detendremos en sus obras.
En los demás cronistas el teatro aparece como un tema más 6, puesto que su
intención es mostrar una panorámica general de todo el devenir social de la
ciudad, por lo tanto nos limitaremos a resaltar los hechos que han documentado
diferentes a los dichos por Gónima, Sanín o Bronx y que se han convertido en uso
común, muchas veces sin citar su procedencia, entre los comentarios históricos
que algunos teatristas del presente usan. José Antonio “el cojo” Benítez en su
obra “El Carnero de Medellín” escrita entre 1797 y 1836 nos informa de la
presencia de “funciones” en la plaza, marchas, fuegos, iluminaciones, toros,
banquetes, danzas, saraos y disfraces con motivo de las fiestas de la colocación
6
Por lo que respecta a los cronistas sus datos no son confiables, ya que Ricardo Olano, Agapito Betancur, Luis
Latorre Mendoza y Humberto Bronx, copiaron y en ocasiones plagiaron al “Carnero” del Cojo Benítez sin
distancia crítica cuando escribieron sobre lo ocurrido en los siglos XVI y XVII y XVIII (Jaramillo Lv-Lxi). Y a su
vez Benítez usó la obra de 1688 del obispo e historiador Lucas Fernández de Piedrahíta, quien a su vez se
basó en las obras de los cronistas Antonio de Herrera, escrita entre 1601 y 1615, y Fray Pedro Simón, escrita
posiblemente entre 1610 y 1626, los cuales se basaron respectivamente en la obra de Juan Bautista Sardella,
escrita en 1540, y en la de Pedro Cieza de León de 1540, sin contar con el hecho de que Fray Pedro Simón
también copió la obra de Herrera (Jaramillo 383). Y a la luz de los datos actuales Fernández ha cometido no
pocos errores con respecto a lo escrito originariamente por Sardella.
de la nueva virgen en la parroquia de Medellín, ocurrida el 2 de febrero de 1776 7
(Benítez El carnero 149 y 152). También hace referencia al primer espectáculo
que se vio en Medellín, una maroma que bailó el gran maromero Antonio
Meléndez8 en 1795 (171). En las memorias de Ricardo Olano, escritas entre 1918
y 1935, se pueden apreciar las diferentes funciones no artísticas que tuvieron los
teatros Bolívar y Junín durante las décadas del veinte y del treinta, puesto que en
ellos se realizaban conferencias académicas de alto nivel y se entregaban los
premios de civismo, igualmente encontramos en su obra importantes datos sobre
aspectos económicos relativos a dichos teatros (193, 199, 205, 350); En la obra de
Agapito Betancur, escrita en 1925 aparecen datos sobre las obras de Ciro Mendía
presentadas en el teatro Junín, además se mencionan los detalles de la
construcción de los teatros Junín y el Circo Teatro España (Betancur La ciudad
116, 119 y 120). Luis Latorre Mendoza, en su texto de 1934, se limita a copiar al
15
“cojo” Benítez y a Gónima (100, 321-323). Lisandro Ochoa en 1948 rememora las
fechorías que realizó cuando pertenecía al grupo la maffia, constituido a principios
del siglo XX por jóvenes alegres y despiertos de la mejor sociedad, cuya labor era
“asustar y hacer rabiar al prójimo” principalmente al ocupar la segunda galería del
teatro principal para realizar ruidos de todo tipo que interrumpieran la
representación antes de que la misma acción fuera realizada por sus contrincantes
los miembros del Club Brelán (315, 321 y 322). Sofía Ospina de Navarro escribe
en 1964 interesantes reflexiones sobre el público que acudía al teatro Bolívar entre
1920 y 1930 (101, 107). Miguel Escobar Calle en 1974 ofrece datos valiosísimos
sobre el Grupo Escénico de Medellín de los años 20, las obras de Ciro Mendía y la
7
Por lo demás Benítez sólo usa la palabra teatro para referirse a asuntos políticos o científicos, así sobre lo
acontecido en los inicios de la independencia usa la expresión “teatro político” (135) y al hablar de las
correrías de Francisco Antonio Zea por España cuenta que éste fue tratado con las mayores consideraciones
por el “teatro de sabios” españoles (140).Según Roberto Luis Jaramillo, existe en la Biblioteca Nacional, en la
sala de libros raros y curiosos un manuscrito, el N° 309 con 84 folios, titulado “libro de recuerdos”, escrito por
Santiago Benítez en 1836, sirviente del cura Francisco de Paula Benítez, hijo del “cojo,” en el cual se
encuentran apuntes sobre el teatro en Medellín (Jaramillo Lii) dicho manuscrito no pudo ser consultado para la
realización de esta ponencia.
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Benítez escribió originalmente Melendres, pero el transcriptor Roberto Luis Jaramillo piensa que el apellido
del acróbata era Menéndez, (416) sin embargo escribió Melendéz en la transcripción.
importancia de hombres de teatro como Sergio Mejía Echavarría y Gilberto
Martínez (373 y 375). En 1976 Uriel Ospina Londoño describe algunos aspectos
de la disposición del espacio del teatro Bolívar, entre ellos la presencia del famoso
lema ubicado en la cara superior del facistol que decía: “aquí del vicio con la ajena
afrenta, la conciencia del joven escarmienta” (119, 122-124). Fabio Botero Gómez 9
escribe en 1994 sobre la importancia del sainete en el teatro del siglo XIX (138) y
del teatro de géneros, comedia y tragedia, que representaban “conflictos reales de
la época” (139) para el teatro de inicios del siglo XX. Finalmente, en 1996, Rafael
Ortiz Arango brinda importantes datos sobre la compañía teatral de artesanos
formada en 1857 (56-57).
9
Aunque estudiosos consideran que el ingeniero civil Fabio Botero Gómez es un historiador, argumentando la
calidad de su producción bibliográfica, representada en los libros “Cien años de la vida de Medellín 1890-
1990”, “La ciudad colombiana”, “Historia del transporte público en Medellín 1890-1990” y en una cantidad de
artículos históricos publicados en diversas revistas colombianas, como Prometeo, nosotros creemos que su
obra debe catalogarse dentro de las producidas por los cronistas, tanto por sus métodos como por sus
maneras de pensar la historia.
10
Nombres de los faraones pertenecientes a las dinastías XII y XIII del Antiguo Egipto.
extranjeros y en los cuales participaron algunos actores aficionados locales.
Gónima identifica un tercer período que denomina el Renacimiento, comprendido
entre 1855 y 1864, es la época del “mítico” actor y director José Froilán Gómez.
Indudablemente es el período más interesante puesto que en él aparecieron tres
compañías locales de largo aliento, que incluyeron la presencia de mujeres en
escena, puesto que antes únicamente a los hombres y a las mujeres extranjeras
se les tenía permitido actuar; se creó una sociedad dramática de artesanos (la de
los señores Gervasio y Pimienta) y una compañía dramática familiar itinerante que
se dedicó a viajar por diferentes pueblos de Antioquia (la de Hilario Palacio); se
escribieron las primeras obras dramáticas de cuño medellinense (las de Carlos A.
Gónima); y pocas compañías extranjeras visitaron Medellín. Finalmente habla
Gónima de la edad correspondiente a los Tiempos Presentes, de 1865 a 1894, es
la época del “mítico” actor, escritor y director Lino R. Ospina (Caucano), la cual
17
estuvo signada por la visita de una buena cantidad de compañías de ópera y
zarzuela y pocas de drama, principalmente procedentes de España, Italia,
Argentina y México; por la composición de las primeras zarzuelas locales; la
inauguración de un segundo espacio de representación escénica (el teatro de
variedades) y la conformación de dos compañías locales de zarzuela (la de Lino
R. Ospina y la del propio Gónima). Termina Gónima advirtiendo sobre los signos
de decadencia que se ciernen sobre las artes escénicas, ya que el alto precio del
alquiler del único teatro ya no permite que locales o extranjeros se presenten, y
además se tiene la idea de demolerlo para construir un local.
Rafael Sanín por su parte, quien escribe en 1924 una “historia del teatro en
Medellín”, habla de los diferentes espectáculos que presenció, principalmente
zarzuelas, óperas y actos de prestidigitación, en Medellín entre 1864 y 1918.
Recoge algunos de los datos dados por Gónima previos a 1864 y además afirma
18 que antes de tal fecha existieron en Medellín no menos de 60 grupos amateur (5).
Por lo demás su texto es pesado si se le compara con la agradable prosa de
Gónima llena de anécdotas y de comentarios graciosos. Sanín se limita, sin
intenciones de sistematicidad o de periodización, a nombrar una a una y en orden
cronológico las compañías que visitaron la ciudad, diciendo el nombre y función de
sus integrantes, las obras que representaron, la presencia o no de reales dotes
artísticas en los actores y la respuesta del público. No obstante en algunos apartes
nos brinda valiosos datos sobre la concepción social que se tenía de los actores.
Sanín los describe física y moralmente, por eso no duda en mencionar cómo eran
sus facciones, estatura y complexión para luego pasar a hablar de su honradez,
grado de piedad o mencionar directamente algunos de los escándalos que
protagonizaron, como las legendarias borracheras de Ramón Igual de la compañía
Colón (23) o las supuestas relaciones poco santas que sostuvo Esperanza Ughetti
(La Ferro) con el adinerado y culto medellinense Tenorio Montañez (48,49). En
11
Salvo las pequeñas referencias que realizó sobre las cualidades de las niñas pertenecientes a la compañía
de zarzuela de Francisco Vidal y Lino. R. Ospina, Gónima no hará nunca retratos de las actrices locales.
general cree Sanín que los actores llevan una mala vida signada por múltiples
vicios y llena de excesos, ya que sólo piensan en el presente, derrochan su dinero
y no ahorran (23, 51).Termina su historia advirtiendo sobre los signos de
decadencia que se ciernen sobre las artes escénicas, ya que desde 1916 se está
pensando en vender el único verdadero teatro de la ciudad.
De manera pues que el concepto de teatro que tienen los cronistas, y que incluye
las más variopintas manifestaciones escénicas (drama, comedia, ópera, zarzuela,
acrobacia, prestidigitación, etcétera), debe servir para civilizar y para moderar las
costumbres, es decir, para ayudar a convivir. A su vez el concepto que tienen de
historia puede sintetizarse en dos postulados: 1- La historia como instrumento de
conservación de todo lo que se pierde y como prueba de que el pasado fue mejor.
2- La historia como metáfora biológica del nacimiento, el desarrollo y la
decadencia. Recuérdese que casi todos los cronistas fueron hombres que ya
ancianos decidieron escribir sus memorias en un presente que se les presentaba
como decadente. En fin, esta tendencia de crónica de remembranza desde su
particular visión de la historia y del teatro es el primer referente historiográfico que
va a nutrir a las siguientes tendencias, principalmente desde los datos que
construyeron entre 1831 y 1950.
12
Como información de primera mano y que se constituirá en fuente primaria para los historiadores del futuro
debe rescatarse la presencia de diversos fragmentos de entrevistas realizadas entre 1994 y 2009 a Henry
teatral de Medellín desde los años 50 hasta el presente, que discurre en torno a
las figuras de los teatristas Héctor Correa Leal, Sergio Mejía Echavarría, Fausto
Cabrera, Gilberto Martínez, Bernando Ángel, Henry Díaz, Cristóbal Peláez y Víctor
Viviescas; y a los pormenores de la formación de las escuelas de teatro, los
grupos independientes con sede propia y la creación de un dramaturgia local.
2-La de los hombres y mujeres de teatro o cercanos al mundo del teatro que
pretenden historiar: los nombres de Sergio Mejía Echavarría, Cristina Toro,
Rodrigo Zuluaga, Edda Pilar Duque Isaza, Beatriz Mesa Mejía, Margarita Roldán
de A., Víctor Viviescas, Mario Yepes y Gilberto Martínez, se asocian a una
tendencia que inició a finales de 1980 investigaciones en torno a la historia del
teatro en Medellín, a veces en respuesta a la tendencia a-histórica del Nuevo
Teatro, otras en respuesta a la manera como la historiografía teatral nacional
había ignorado de manera deliberada la presencia de ciertos grupos, autores,
directores y actores medellinenses (Yepes Presentación 14. Vásquez 265, 266), y
finalmente, en otras ocasiones como respuesta a demandas sociales que,
“exigiendo” la construcción de una historia del teatro medellinense, se enmarcaron
dentro de un movimiento más amplio, representado por la Nueva Historia de Jorge
Díaz Vargas, Mario Yepes Londoño, Bernardo Ángel, Lucía Agudelo, Cristóbal Peláez, Eduardo Sánchez
Medina, Rodrigo Saldarriaga, Gilberto Martínez Arango, Carlos José Reyes, Víctor Viviescas, Santiago
García, Miguel Ángel Cañas, Eduardo Cárdenas, Fernando Zapata y Alberto Llerena.
Orlando Melo, los intereses culturales de la Cámara de Comercio de Medellín, la
supuesta crisis del teatro que los autores mencionados detectan en su presente o
las preocupaciones de algunos profesores y estudiantes de la facultad de
comunicación social de la Universidad Pontificia Bolivariana. A continuación
pasaremos a dilucidar las propuestas que los autores de esta tendencia han
construido.
13
En 1983 publica un artículo de Sergio Elías Ortiz titulado “Notas sobre el teatro en el Nuevo reino de
Granada” que habla de los textos dramáticos coloniales de Hernando de Ospina, Fernando de Orbea,
Fernando Fernández de Valenzuela; de la presentación de loas, entremeses, sainetes, autos sacramentales,
comedias, dramas y tragedias al aire libre, pagados por los cabildos y realizados por actores que no
cobraban; de la presentación de piezas dramáticas en fiestas patronales, paseos del estandarte real,
nacimiento de príncipes, ajustes de paz entre España y naciones enemigas; y de la poca información que se
tiene sobre los mismos en los Cabildos y crónicas de la época.
Colonia, que sólo busca divertir sin equilibrio integral estético y que se funda en
una tradición prestada sin renovarla o innovarla; el transformismo estético que
busca un lenguaje propio de la época y es propio siglo XIX y la primera mitad del
siglo XX; el transformismo socio-político o ideológico que desecha la forma
estética en provecho del contenido y el mensaje, característico del Nuevo Teatro
colombiano; y el tradicionalismo estético que respeta la tradición teatral y al
mismo tiempo propone una dimensión renovada, propio de la segunda mitad del
siglo XX y representado por unos cuantos grupos que se oponen abiertamente al
Nuevo Teatro, entre ellos el Duende, dirigido por Mejía. Resulta interesante que
Mejía Echavarría sea prácticamente el primer teatrista colombiano en afirmar, a
principios de los años setenta, que existe una tradición teatral colombiana y que es
necesario realizar su historia.
14
Toro había realizado en el Instituto de Integración Cultural Quirama, entre 1982 y 1985, una investigación
sobre la Historia del Teatro en Antioquia y una monografía sobre el Panorama Teatral en Antioquia.
15
Entrevista a Gilberto Martínez, Sergio Mejía Echavarría, Mario Yepes, Gabriel Obregón y Carlos Mario
Aguirre.
16
Como ya lo habían hecho en 1975 German Villate para toda América hablando del areito (37, 41) y
Fernando González Cajiao en 1986 para el caso particular de Colombia (Historia del teatro 25-28). Téngase
en cuenta además que para el caso de Antioquia es significativa la presencia de los areitos entre los indios de
Ori, Caramanta y Cartama en la relación de Anzerma de Jorge Robledo Ortiz (359).
realizadas en honor a la virgen en Santa Fe de Antioquia, en los sainetes 17 y en
los autos sacramentales el inicio del teatro costumbrista. E identifica al teatro del
siglo XIX como un teatro de beneficencia realizado por la élite y caracterizado por
la visita de compañías extranjeras.
Rodrigo Zuluaga, Víctor Viviescas, Mario Yepes y Gilberto Martínez, todos ellos
reconocidos teatristas de la ciudad, a excepción del primero quien se dedicó a la
crítica, se centran en analizar algunos aspectos de la obra de Eladio Gónima u
otros cronistas para sentar una posición política a propósito de la función del teatro
en el presente. Así, el crítico teatral Zuluaga en 1989, por encargo de la Cámara
de Comercio de Medellín y con la colaboración de Marta Lucía Ramírez, realiza
17
Sobre el sainete como forma parateatral consúltese las tesis de Ximena Cuervo Arriagada y Edwin Arias
Ruiz (18-36) y la de María Caridad Idarraga Ruíz (18-28) así como la obra de Agustín Jaramillo Londoño
(471).
una investigación sobre la historia del teatro en Medellín desde 1830 hasta 1989,
que sirvió para el montaje de la exposición titulada “El teatro ayer, hoy y mañana”
presentada en la Cámara de Comercio. De dicha investigación sólo se publica un
texto referido al siglo XIX que, siguiendo en todo a Gónima y a Sanín, establece la
existencia de únicamente cinco compañías de teatro locales a lo largo del siglo
XIX: La de Miguel Uribe Restrepo y otros creada en 1831; la de Mariano Ospina
Rodríguez y otros de 1836, la fundada en 1838 por don José Díaz, la conformada
en 1855 por José Froilán Gómez, y la formada en 1864 por don Mariano Luque, su
esposa y sus hijos (Zuluaga 16). Lo que resulta esclarecedor de la función política
del texto es que Cristóbal Peláez, director del Colectivo Teatral Matacandelas, lo
presentó resaltando siempre la intrascendencia de lo hecho en el siglo XIX para
afirmar que en lo concerniente al siglo XX, tal y como lo muestra la historia,
también podemos concluir que nos encontramos ante un “inventario de pobrerias”
28
(Peláez 15).
Duque en 1989 escribe sobre la historia del primer lugar de representación teatral
en Medellín, el teatro llamado El Coliseo, La Gallera o El Principal en el siglo XIX,
y luego llamado El teatro Bolívar en el siglo XX hasta su vergonzosa demolición en
1957 por parte de la municipalidad para construir un parqueadero (34).
Recurriendo a la autoridad de los cronistas se centra Duque en describir las
reformas que recibió en cada época y la rica relación que el público sostuvo en él
y con él, hasta que las disposiciones políticas lo destruyeron.
Mesa en su trabajo de grado sobre la obra “País Paisa” del grupo El Águila
descalza, realiza una interesante síntesis del conflicto acaecido desde los años 60
entre el teatro panfletario, sin mayores recursos estéticos y propio de las
universidades, y el teatro de cámara, ausente de pretensiones políticas pero pleno
de recursos estéticos, y que viene a conciliarse con la creación de las escuelas de
teatro, propulsoras de una renovación dramatúrgica, escénica e investigativa, (9-
30), que sin embargo no puede explicar por qué el público prefiere obras al estilo
“País paisa,” mezcla de café concierto, teatro costumbrista y sainete, y no ha
logrado en cambio conectarse con la estética de la academia o de los grupos más
reconocidos por el medio teatral (175-186).
30
Roldán, por su parte, en su texto de amnistía de grado, perteneciente al seminario
de crónica dictado por Reinaldo Spitaletta Hoyos en 1991, se embarca en una
historia que desde el siglo XIX hasta 1991 se pregunta por el futuro del teatro, al
cual ve, como en el pasado, siempre discurriendo entre lo comercial sin reflexión y
lo artístico que brinda reflexión (Roldán 7). Destaca los procesos de
profesionalización y formación teatral llevados a cabo en Medellín desde los años
60, tanto en la educación del público como en la de los actores y críticos,
tendientes a construir una verdadera cultura teatral; sin embargo encuentra que
aún hay mucho por hacer y que serán los jóvenes estudiantes de teatro quienes
decidirán continuar o no “con la dignidad y la calidad, por la que ese puñado de
muchachos rebeldes de los años 60s, que son hoy sus profesores, lucharon
durante 30 años”(6).
Esta tendencia, con su concepción del teatro como una manifestación más de la
cultura y con su concepción de la historia como disciplina científica, no significa
realmente un avance con respecto a lo que ya se conocía por el estudio de las
crónicas, y de manera explicable, dado que sus intereses se limitaban a relacionar
el teatro con la sociedad, ignora todo lo escrito por la historiografía teatral nacional
y la segunda tendencia historiográfica local. Sin embargo esta tendencia permite
ampliar el conocimiento sobre la función social del teatro a finales de la colonia, el
siglo XIX y buena parte de la primera mitad del siglo XX. También permite ampliar
33 la utilización de fuentes, puesto que recurre de manera sistemática al archivo y a
la prensa de la época.
En suma, sólo el relato histórico sobre el teatro hecho desde las carreras de
historia toma distancia crítica de los cronistas, retoma los logros alcanzados por la
historiografía teatral nacional, usa los datos arrojados por las otras tendencias
historiográficas locales y recurre a las fuentes primarias (archivos y prensa),
acercándose así de manera más objetiva a los acontecimientos realmente
ocurridos, sin que por esto su relato dejé de hablar del presente de los
historiadores y de sus propios intereses y maneras de concebir el mundo. Luz
María García Urrego, Nancy Yohana Correa Serna y Cenedith Humberto Herrera
Atehortua son los encargados de inaugurar esta tendencia que, por una parte,
concibe al teatro como una práctica social que construye “significados de mundo”
y es consustancial con la forma de representación que la sociedad se hace de sí
misma, y que, por otra parte, concibe a la historia como una disciplina necesaria
para entender el proceso de construcción de lo que somos en la actualidad, es
decir, como un rico instrumento de comprensión de lo real.
37
Herrera por su parte amplia el período de estudio desde 1890 hasta 1950 y
además publica cuatro artículos en diversas revistas que desarrollan algunos de
los temas de su tesis. Expone los pormenores artísticos, económicos y de
sociabilidad de las compañías internacionales que visitaron la ciudad, la manera
cómo incidieron en los gustos del público y fortalecieron el proceso de formación
actoral y montaje escenográfico de los grupos aficionados locales (26),
especialmente del Grupo Escénico dirigido por el español Ramón Soler Maymó
(160). Igualmente se preocupa por mostrar el surgimiento, a principios del siglo
XX, de un tipo de crítica teatral en los periódicos El cascabel y La Luneta, que se
diferenciaba de la del “siglo XIX por no tener en cuenta la opinión del público”
(167). También destaca la importancia de la revista Sábado, a cuya sociedad
editorial pertenecían algunos miembros del Grupo Escénico y el dramaturgo Ciro
Mendía, ya que cumplió una amplía labor de difusión de la dramaturgia local y de
consolidación de una tendencia teatral enraizada en el costumbrismo. Herrera
18
Conformada por los señores Dr. Clodomiro Ramírez, D. Gabriel Latorre y D. Mariano Ospina V (169).
concede además un lugar privilegiado al trabajo de archivo que le permite
descubrir interesantes datos sobre el juicio realizado en 1894 a Francisco Molina y
Juan C. Álvarez por falsificación de boletas de la Compañía Dalmau y Ughetti (86-
88). Estas búsquedas, junto con los últimos hallazgos de Carlos José Reyes19 a
propósito del juicio realizado contra los hijos de Don José María Salazar 20 , los
hijos del regidor Don Juan de Carrasquilla y don Vicente Nariño, hijo de Antonio
Nariño, por intentar presentar un sainete que satirizaba al rey y se burlaba de
insignes personajes locales (Reyes El teatro en el Nuevo Reino 239-242), nos
descubren otras relaciones entre el teatro y la sociedad antes insospechadas que
abren un mundo de nuevas posibilidades de investigación, que seguramente nos
permitirán la construcción de una historia del teatro en Medellín que se aproxime
más a lo que realmente ocurrió.
38
Conclusiones
19
Expediente de los juzgados ordinarios de la Villa de Medellín, sección de “libros raros y curiosos” de la
Biblioteca Nacional de Colombia
20
El insigne político y dramaturgo antioqueño autor de las obras El sacrificio de Idomeneo. El soliloquio de
Eneas y el Monólogo de Ricaurte. Al parecer detrás de la preparación del sainete se ocultaba don Manuel
Obero y Obeso.
Por su parte la historiografía nacional se encuentra dividida en dos tendencias,
aquella que concibe al teatro como un objeto transhistórico y aquella que lo
concibe como una práctica histórica. La primera plantea una evolución o progreso
hacia lo que es verdadero, por eso realiza la historia de un objeto, el teatro, que
siempre ha sido una esencia, que sólo ha cambiado su forma y que está en
tránsito de evolución y de perfección. De ahí que compare constantemente el
presente con el pasado, dejando en claro que prefiere el teatro del presente, y que
busque en el teatro del pasado la aproximación que posee con el del presente,
concebido como más verdadero. La segunda tendencia dice que sólo existen las
prácticas sociales que hacen aparecer los objetos, por eso el teatro, en tanto
práctica, únicamente existe por relación a, y la determinación de dicha relación
constituye su explicación. De modo que para esta tendencia todo es histórico, todo
depende de todo, nada existe transhistóricamente y explicar cualquier “objeto”
39
consiste en señalar de qué contexto histórico depende. Aquí el teatro no va en
tránsito de perfección, sino que para cada época es algo totalmente diferente,
puesto que a pesar de que subsista un nombre común, “teatro,”las funciones, los
significados, los imaginarios y las demás prácticas con las cuales se desarrolla
son diferentes.
teatro una práctica social que construye “significados de mundo” y que depende
del conjunto de prácticas con las cuales se relaciona, y ha concebido a la historia
como una disciplina necesaria para entender el proceso de construcción de la
realidad.
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