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La oración: el latido
del reavivamiento
L
os adolescentes tienen una manera de sorprendernos con pregun-
tas incisivas. Las que me hizo Juan realmente me sorprendieron.
“Pastor, ¿cuánto tiempo duran sus oraciones? Quiero decir, ¿cuán-
tas horas por día pasa usted con Dios?”
Me pregunto si Juan juzgaría mi espiritualidad por la cantidad de tiem-
po que pasaba orando. Pero mi joven amigo realmente me hacía una pre-
gunta mucho más profunda que la del tiempo. Estaba preguntando:
“¿Cómo puedo conocer a Dios? ¿Cómo puedo experimentar su presencia y
poder en mi vida? ¿Cómo puedo tener una relación significativa con él?”
La Biblia presenta a un Dios que desea conocernos más de lo que noso-
tros anhelamos conocerlo a él. Su corazón ansia tener una relación con sus
hijos perdidos. Cuando nos arrodillamos en oración, estamos arrodillán-
donos delante del Dios omnisciente del universo, pero también nos arrodi-
llamos delante de aquel que anhela gozar del compañerismo de nuestra
presencia.
Elena de White lo dice de esta manera: “Orar es el acto de abrir nuestro
corazón a Dios como a un amigo. No es que se necesite esto para que Dios
sepa lo que somos, sino a fin de capacitarnos para recibirlo. La oración no
baja a Dios hasta nosotros, antes bien nos eleva a él” (El camino a Cristo, p.
92). Esta declaración tiene dos puntos especialmente importantes acerca de
la oración. Primero, no es un asunto de registrar cuánto tiempo estamos
orando. Es un asunto de una relación con un amigo, y los amigos pasan
tiempo juntos porque están contentos de estar el uno con el otro. Habiendo
dicho esto, sin embargo, debemos admitir que la consistencia en nuestra
vida de oración es sumamente importante. Es difícil mantener una relación
estrecha con alguien con quien raramente pasamos tiempo juntos. Jesús
revistió su vida con oración (ver, por ejemplo, Marcos 1:35; Lucas 5:16). Pa-
Orar juntos
Aunque a veces Jesús oraba solo, había muchas ocasiones cuando ani-
mó a sus discípulos más cercanos a orar con él. (Ver, por ejemplo, Lucas
9:18.) Pedro, Santiago y Juan acompañaron a Jesús al monte de la Transfi-
guración (Mateo 17:1, 2). Y cuando Jesús oró en Getsemaní, los instó a orar
con él (Mateo 26:36, 37, 40, 41; Lucas 22:39-46).
Cuando las personas oran juntas, reciben un poder extraordinario. Jesús
instó a sus discípulos a orar juntos teniendo sus corazones en armonía. Los
amonestó: “Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuer-
do en la Tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por
mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados
en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:19, 20).
La palabra griega traducida “de acuerdo” aquí significa “en completo
acuerdo”. Esta palabra se usaba acerca de diversas voces que se unían en
una sinfonía de canto. Cuando estamos unidos en oración, con corazones
en completo acuerdo, nuestras voces llegan a ser un coro de alabanza que
testifica del poder del evangelio. Esta melodía alegre trae gozo al corazón
de Jesús. Cuando nos unimos en oración, la sólida fe de un miembro com-
pensa la pobreza de otro, la fuerza de uno ayuda a la debilidad de otro, la
mansedumbre de uno equilibra la agresividad de otro, y el poder de uno
ayuda a la fragilidad de otro. Cuando están unidos en oración, los miem-
bros comparten los gozos y las tristezas comunes, las fortalezas y las debi-
lidades, las alegrías y las tristezas.
Cristo promete dos cosas específicas a aquellos que están unidos en
oración. Primero, les promete que cuando nos acercamos a él unidos en
oración con corazones que solo desean su gloria, él responderá. Cuando