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HOMILÍA

V DOMINGO DE CUARESMA
Lecturas del ciclo “A”

Hemos llegado al quinto domingo de Cuaresma, en el cual se ofrece la


tercera gran catequesis para la preparación previa al Bautismo de los
catecúmenos y para la renovación de las promesas bautismales que los ya
bautizados hemos de hacer en la vigilia Pascual.

El Bautismo como “Resurrección” espiritual


El domingo pasado se nos habló del Bautismo como “iluminación” que trae la
luz de Cristo para curar nuestra ceguera existencial. Hoy nos lo presenta
como “Resurrección Espiritual”.

El Bautismo nos hace participar místicamente de la muerte y la resurrección


de Nuestro Señor Jesucristo. Cristo murió Cargando sobre sí en la cruz todos
nuestros pecados, porque el pecado nos conduce a la muerte espiritual de
nuestro ser; cuando pecamos, la muerte penetra en nuestra alma. Cristo
asumió morir por nuestros pecados para que nosotros nos veamos libres de
la muerte. Por eso, después de tres días muerto en el sepulcro, Dios Padre lo
resucitó glorioso de la muerte; para demostrarnos que, gracias al sacrificio de
Cristo, estamos perdonados y que ahora es posible vencer la muerte por la fe
en el poder del Espíritu Santo que él nos ha dado. El Bautismo, además de
engendrarnos como hijos de Dios y hacernos miembros de la Iglesia, nos hace
participar del paso de Cristo de la muerte a la vida.

En este quinto domingo de Cuaresma se nos recuerda que no somos


verdaderos cristianos si no tomamos en serio nuestro bautismo, muriendo a
nuestra vida de pecado para renacer con Cristo a una vida nueva de mayor
amistad y unidad con él, así como nos exhorta San Pablo: “Ustedes
considérense como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús”(Rm
6,11). El Señor, hablándole a Nicodemo, ya había dicho: “tienen que volver a
nacer”… “Quien no nazca del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino
de los cielos”. San Pablo nos explica que en la muerte espiritual, sepultura
espiritual y resurrección espiritual con Cristo, se anticipa nuestra muerte
física, sepultura y resurrección integral de cuerpo y alma: “Si el Espíritu del
que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes, el que resucitó
de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también sus cuerpos mortales,
por el mismo Espíritu que habita en ustedes. En nuestro bautismo se cumple
lo que Dios había prometido en la profecía de Ezequiel: “Yo mismo abriré sus
sepulcros pueblo mío, los haré salir de sus tumbas”… “Les infundiré mi
Espíritu y vivirán”.

El Bautismo es considerado como un paso de la muerte a la vida; eso es


también la Pascua: pasar de la incredulidad a la fe, del pecado a la gracia.
También la muerte física para el cristiano es el comienzo del “paso” (Pascua)
hacia la resurrección: la última palabra no la tiene la muerte, sino la vida que
Cristo nos ha merecido.

La “resurrección” de Lázaro, “resurrección” de la fe

Es en este sentido bautismal y pascual, como se nos quiere dar a entender el


relato de la resurrección de Lázaro que acabamos de escuchar.

Al comienzo del relato Jesús, una vez sabida la noticia de la muerte de su


amigo Lázaro, dice a los discípulos: “Lázaro está muerto, y me alegro por
ustedes, de que no hayan estado allí, para que puedan creer”. Este hecho ha
sucedido para despertar (“resucitar”) la fe de los discípulos. Todo gira en
torno a la “Fe”. Es lo más importante en este evangelio. Así lo demuestra el
diálogo central de todo el pasaje: el diálogo con las hermanas del difunto
Lázaro.

Marta, la mayor de las hermanas, es la primera en enterarse que Jesús ha


llegado y corre a encontrarse con él. Ella está decepcionada de Jesús: “Señor,
si hubieras estado aquí mi hermano no habría muerto”. A pesar de esa
“desilusión” ella mantiene algo de confianza; por eso Jesús le dice
abiertamente: “tu hermano resucitará”. Marta, como muchos judíos, creía en
la resurrección en el día del juicio final, por eso responde a lo que ha
afirmado Jesús: “Sé que resucitará en el último día”. Pero Jesús no pensaba
en una resurrección para el último día, sino para ahora; porque la
resurrección viene con él. Esto, ni Marta, ni nadie podían deducirlo. Por eso
Jesús hace una revelación única y solemne: “Yo soy la resurrección y la vida el
que cree en mí, aunque haya muerto vivirá y todo el que vive y cree n mí, no
morirá para siempre”. Esta revelación exige la fe: “¿Crees esto?” Jesús acaba
de “evangelizar” a Marta, ella deja entrar en su corazón lo que acaba de
escuchar y nace la fe en lo más profundo de su ser (notemos la similitud con
la anunciación a la Virgen) y confiesa, haciendo una profesión de fe con
palabras muy parecidas a las de la confesión de Pedro: “Sí, Señor: yo creo que
tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”. La fe que
se ha “despertado” en ella por las palabras de Jesús, en cierta forma, la
“resucita” espiritualmente; Marta es la primera “resucitada” ese día: la fe le
hace superar el dolor de la muerte de su hermano, renace también la
esperanza y recupera la confianza en el Señor; ella no ha visto pero cree que
Jesús es la resurrección y la vida; ella ha experimentado una resurrección
espiritual, su fe en Cristo ha “revivido”, y algo muy importante: gracias a la fe
de Marta Jesús resucita a Lázaro.

Este mismo camino quiere hacer el Señor hoy contigo, por eso hoy Jesús te
hace la misma pregunta que a Marta: “¿Crees esto?” Fijémonos que en este
relato del evangelio Marta es el modelo de nuestra fe. Ella, al saber que Jesús
ha llegado, corre a encontrarse con él. Y tú que sabes que Jesús está aquí ¿de
verdad quieres encontrarte con él? ¿Has hecho algún intento importante en
tu vida para encontrarte con él? Marta lloraba la muerte de su hermano, se
sentía decepcionada porque Jesús no había llegado a tiempo antes que
Lázaro muriera; pero, aún así, confía en Jesús porque reconoce que él no lo
hubiera dejado morir. Y tú ¿de cuál muerte estás apesadumbrado? ¿Por qué
piensas que Dios te ha fallado? Por qué te preguntas ¿dónde estaba Dios
cuando pasó lo que pasó? Por qué, ante cuanto estamos viviendo con esto
del coronavirus nos preguntamos tristemente ¿dónde está Dios en todo
esto? ¿Por qué no hace nada?

Así como Jesús le pidió a Marta creer en él, en su palabra: confiar en que, de
verdad, él es “la resurrección y la vida”, ahora nos pide a nosotros escucharlo
con absoluta confianza. Decíamos que gracias a la fe de Marta Jesús realiza el
milagro de la resurrección de Lázaro. Lázaro es resucitado para demostrarnos
el poder de la fe, para que comprendamos que creer en la Palabra del Señor
es tan importante, que será gracias a esta fe que alcanzaremos la verdadera
resurrección. Puede decirse, que como prueba de esto Jesús usa el poder de
su palabra para llamar al muerto para que salga de su tumba. Hoy, ante este
panorama de muerte que presenciamos, Cristo nos pide la fe total.

La fe nos conduce al Bautismo, en él el Espíritu “que resucitó a Jesús” viene a


habitar también en nosotros y si el poder del Espíritu Santo está en nosotros,
“también resucitara nuestro cuerpo mortal”.
Hermanos y hermanas, Jesús no sólo nos trae paz y fuerza moral; seguirlo y
configurarnos con él no nos exime del dolor y la muerte, todo estamos a
expensa de ellos (nunca el cristianismo ha sido un “pare de sufrir”). El
cristianismo verdadero consiste en creer que Jesucristo es “la resurrección y
la vida”. La resurrección que Cristo nos anuncia no es morir y volver a una
vida como esta, siempre insegura por la amenaza de la muerte; no es una
“reencarnación” (creencia que no tiene cabida en el cristianismo). La
resurrección en Cristo es salir de la muerte para vivir eternamente en la
felicidad, en la luz, en el amor, en la alegría que no se acaba. La fe cristiana es
la garantía de que la muerte no es el final. Así como Jesús murió y resucitó (lo
que vamos a conmemorar en la próxima Pascua), todos moriremos y
resucitaremos: los que mueren en Cristo y obedecen su palabra resucitarán
para la vida eterna. Para el cristiano, la muerte física es el momento de su
“pascua”: el paso de esta vida mortal a la resurrección.“Crees esto?

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