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“POR QUÉ LEGISLAR SOBRE INDUSTRIAS CULTURALES”, DE NÉSTOR GARCÍA CANCLINI

En este artículo, Canclini defiende las políticas culturales, impulsadas desde el Estado, frente
a la privatización completa de las industrias culturales. Esta necesidad de regular y legislar
sobre cultura se hace más patente al darse cuenta de la gran importancia que están
adquiriendo las industrias culturales en el mundo actual. No sólo se han convertido en
fructíferas fuentes de ingresos, sino que también actualizan los imaginarios culturales de toda
una sociedad. Por lo tanto, no sería aconsejable dejar todo este “capital simbólico” (que acaba
convirtiéndose en capital económico), en manos de grandes empresas, que muchas veces ni
siquiera ofrecen información sobre las acciones que están llevando a cabo.

García Canclini expone varios argumentos a favor de la legislación cultural. Por una parte,
profundizando más en la importancia de las industrias culturales, éstas han calado en la
sociedad, es decir, que la cultura que se produce está omnisciente en los temas de interés
común, en las conversaciones de la gente, creando debates, argumentos e incluso formas de
vida. También articula las relaciones sociales y genera relaciones de poder. Como explica el
propio Canclini: “Lo que circula por las industrias culturales interactúa con lo que se produce
y consume en la vida cotidiana”. (Canclini 2001,9). Si estas cuestiones, que emanan
directamente de la industria cultural, se quedan en manos de los intereses de grandes
empresas, que dificultan la inclusión plena para la totalidad de la ciudadanía, se estará
formando una población reducida de forma simplista y nada crítica frente a cuestiones que les
afectan en su vida diaria.

Pero no sólo es necesario legislar sobre cultura por este aspecto. Como se menciona en la
introducción, el hablar de cultura en el mundo actual, es hablar de grandes movimientos de la
economía mundial. Las cuestiones culturales tienen hoy un lugar estratégico en el desarrollo
socioeconómico. Países que históricamente han ocupado posiciones poco relevantes en la
economía mundial, se han redefinido como grandes exportadores de recursos culturales. Pero
se repite el problema de siempre: los beneficios obtenidos se reparten de forma desigual.

Otro argumento a favor de la legislación sobre industrias culturales es la de generar un


mercado en igualdad de condiciones para exportar cultura. Los Estados latinoamericanos
deben desarrollar acciones adecuadas para su desarrollo cultural (entendido como prepararse
a exportar bienes culturales), y esto solo es posible si tienen una buena política cultural, que
conozca las funciones económicas y sociopolíticas de las industrias culturales.

Partiendo de un contexto en el que la producción y circulación de los bienes culturales se


produce en un ambiente jurídico local e internacional muy poco regulado; parece necesaria
una intervención del Estado en temas de cultura, con el fin de proteger a las minorías sociales
o regionales frente a los abusos de grandes países y/o grandes lobbys empresariales. Tal y
como expresa el autor, el mercado cultural “es una zona de fuerte competitividad y
conflictividad entre intereses públicos y privados”. (Canclini 2001,4). En este contexto se
encuentran en lucha la legislación francesa sobre la propiedad intelectual y la estadounidense.
La primera otorga los derechos al creador y la segunda al productor empresarial/inversionista.
Con el sistema estadounidense, se separan los derechos y beneficios de la autoría del propio
autor para entregárselos a la entidad que lo haya financiado. La legislación cultural es
necesaria para proteger a los artistas que generan contenido, así como a los consumidores
finales, ya que debido a la mercantilización de la cultura quedan en una posición vulnerable.

Derivado de esto, otro de los motivos por los que legislar es que la mayoría de producción y
distribución audiovisual está en manos de capitales estadounidenses. Esto es consecuencia
directa de la tendencia a no regular las inversiones culturales. La producción cultural se ha
desterritorializado paulatinamente, creando redes transnacionales de comunicación cuyo
receptor es una masa de consumidores, que reducen la importancia de las diferencias
regionales y nacionales.

A modo de reflexión, una frase del propio autor: “La cultura como modo de vivir y como
revisión incesante de los modos de vivir. Como recurso para encarar lo que los modos
consagrados de vivir no resuelven”. (Canclini 2001, 10).

Martín Cabrejas Bárcena


3º Antropología Social
UPV/EHU

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