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Uriburu
y el petróleo
BIBLIOTECA
ARGENTINA
Fernando García Malina
Carlos A. Mayo
ISBN 950-25-0095-4
INTRODUCCION
7
I
9
dejó de sentir el golpe en todo el país. Es significativo
que a medida que se conocían los resultados negativos
del escrutinio, estallara una sorda pero intensa ola de
recriminaciones entre dirigentes y partidarios2 por una
parte y, por otra, que ante la evidente pérdida de apoyos
en los sectores que tradicionalmente lo habían soste-
nido3, la Unión Cívica Radical se hiciera conciente del
abismo al que se acercaba con rapidez. Ante la perspecti-
va de semejante desenlace, dos facciones del partido
habrían empezado a tejer sus intrigas para superar
constitucionalmente la crisis y mantenerse en el poder,
aunque ello implicase el retiro anticipado, y forzoso, del
presidente Yrigoyen de la vida política argentina. Esta
solución "legalista" podía contar, asimismo, con la
participación activa de algunos sectores de la Armada y
del Ejército.
Mientras el Ministro del Interior, Elpidio González,
líder de una de las tendencias que se disputaban el
poder, se valía de la confianza que le dispensaba el
presiden te para actuar sobre el ejército, su rival en el
seno del gabinete, el canciller Horacio Oyhanarte, pare-
cía contar con el aporte del General Luis Dellepiane a
cargo del Ministerio de Guerra. El conflicto interno, cada
vez más intenso a medida que la crisis del gobierno se
acercaba a su punto culminante, se definió a principios
de septiembre en favor del grupo que encabezaban
González y Enrique Martínez, el vice-presidente destina-
do a suceder a Yrigoyen una vez que éste hubiera
renunciado4. Desplazado Yrigoyen, el ala ahora predo-
minante debía volverse con celeridad sobre el frente
militar del cual parecían provenir las amenazas más
graves.
En verdad, la conspiración definitiva contra el gobier-
no radical por parte de un grupo de oficiales y civiles
nacionalistas nucleados en torno al General Félix Uribu-
ru, había comenzado a fines de 1928. Sin embargo, el
propósito de derribar por medio de la fuerza al gobierno,
no pertenecía exclusivamente a este grupo. A lo largo de
192 9, conspicuos dirigentes conservadores y antipersona-
listas -los derrotados del Frente Unico- en relación con
oficiales que reconocían la influencia del General Agus-
tín P. Justo, aunaban esfuerzos en pos del mismo
objetivo. De los contactos que gradualmente se estable-
cieron entre ambos grupos, surgieron diferencias ostensi-
bles en cuanto a los criterios adoptados para concretar el
movimiento y a las características y objetivos del futuro
gobierno de facto5.
En resumen, desde principios de 1930, cuatro líneas
conspirativas procuraban el derrocamiento de Yrigoyen.
l ()
Dos de ellas, las que respondían a Uriburu y Justo, de
neta filiación antiyrigoyenista; las dos restantes, surgidas
del propio seno del gobierno radical. Tampoco se ha
descartado, sin embargo, otra alternativa: el vice-presi-
dente Martínez habría acordado con el jefe de la conspi-
ración militar que una vez desplazado el primer magistra-
do, él ocuparía su puesto 6 . Esta hipótesis se ve avalada
por un despacho de la embajada estadounidense. En
efecto, tres días antes del estallido revolucionario, el
embajador Robert Woods Bliss revelaba a sus superiores
que "Uriburu, exasperado por la demora del partido del
Presidente en eliminarlo, se propone hacer una barrida
general, incluyendo el Parlamento, y rehúsa actuar con
personalistas y antipersonalistas". Otras fuentes le asegu-
raban, no obstante, que aquél "preferirá seguir la Consti-
tución dejando al Vice Presidente suceder, pero con un
gabinete puesto por el General".7
Cuando el 5 de septiembre Yrigoyen accedió a delegar.
el mando en el Vicepresidente (aunque no a renunciar),
el proyecto a tribuido a la facción González-Martínez
pareció alcanzar un éxito completo. Sin embargo, ¿el
desplazamiento transitorio del caudillo radical podía
impedir o sofocar la revolución inminente?
Lo cierto es que el gobierno radical demostró no
haber calibrado con exactitud la peligrosidad de las
oposiciones que enfrentaba hasta último momento, al
tiempo que sobrevaloraba la eficacia de las medidas que
ensayó apresuradamente para tranquilizar a esos mismos
sectores opositores (el nombramiento de un ex-presiden-
te conservador como miembro de la Corte Suprema de
Justicia o el levantamiento del arresto a varios oficiales
comprometidos en la conspiración, son ejemplos sufi-
cientes de esta actitud).
Por otra parte, Yrigoyen, jefe indiscutido del partido
y presidente de la Nación, había sido relevado de hecho
de esas funciones ya el 5 de septiembre (por un plazo
que podemos suponer no sería corto) y lo que es más
serio, lo había sido por obra de sus propios partidarios y
colaborad ore s.
Por consiguiente, el gobierno derribado el 6 de sep-
tiembre no contó siquiera con el factor aglutinante que
hubiera significado, para muchos de sus fieles, la figura
del mandatario, como tampoco con una dirección enérgi-
ca y única en la represión del alzamiento.
A la luz de los hechos que hemos señalado, ¿puede
aceptarse en totalidad y sin mayores precisiones, la
tradición que presenta a un régimen basado en un amplio
apoyo popular, derribado exclusivamente por las maqui-
naciones de la oligarquía, de algunos militares golpistas y
11
hasta de los intereses económicos extranjeros unidos en
un oscuro "contubernio"?
Sin duda que a cada uno de esos factores de poder le
cupo una parte de las responsabilidades, o por lo menos,
de los beneficios que la caída del gobierno constitucional
estaba destinada a producir. Es cierto también, que el
partido gobernante vivió sus últimos meses agitado por
persistentes conflictos internos, de los cuales, el entabla-
do en tomo a la sucesión, no dejó de alentar a aquellos
que, por otra parte, habían decidido su eliminación.
Precisamente la delegación del mando por parte de
Yrigoyen, no obstante su importancia, no alcanzó a
modificar sustancialmente el curso de los acontecimien-
tos en el campo militar como quizás lo esperaban los
responsables de ese alejamiento. La circunstancia de que
el presiden te no hubiese renunciado y que, por consi-
guiente, pudiese reasumir el poder en cualquier momen-
to, precipitó por varios motivos el lanzamiento de la
revolución. En primer lugar, el presunto sector legalista
del ejército abandonó la idea de que ella pudiera evitarse.
El general Marcilese, que hasta entonces era partidario de
una solución constitucional de la crisis, expresó. ese
mismo día al Dr. Martínez que sólo la renuncia de
Yrigoyen y un cambio de gabinete permitirían evitar un
desenlace aún más grave; la actitud del coronel Francisco
Reynolds -Director del Colegio Militar- que a último
momento volcó el instituto a favor de la revuelta, pudo
responder a un enfoque similar de las circunstancias8 .
Por consiguiente, los militares que habían impulsado
la solución a la que trabajosamente se terminaba de
arribar, quizás un poco tarde, debían sopesar con pronti-
tud, ante la inminencia del estallido, qué actitud adoptar
de modo de sobrevivir a los inevitables cambios que
habrían de producirse en caso de que ese movimiento
triunfase. Reynolds, por ejemplo, pudo continuar des-
pués del 6 de septiembre, al frente del Colegio Militar y
proseguir así su carrera sin inconvenientes. Un grupo de
capitanes de ese Colegio, por su parte, no se adhirió a un
movimiento que consideraba innecesario una vez alejado
Yrigoyen. El general Marcilese, Jefe de la I División, el 6
de septiembre se mantuvo leal al gobierno: en conse-
cuencia, uno de los primeros decretos del Gobierno
Provisional lo afectó directamente.
Por su parte, el grupo complotado de orientación
anti-radical halló un nuevo argumento para derrocar por
la fuerza al gobierno constitucional, como asimismo,
para forzar a los oficiales aún remisos a abandonar sus
últimas resistencias. Los opositores al presidente -infor-
mará la embajada norteamericana- se encontraban divi-
12
didos "entre aquellos que estaban por dejar que la
Constitución siguiera su curso y darle a Martínez una
enance para saber qué podía hacer, quizás con un
cambio completo de gabinete, y aquellos que deseaban
una liquidación total del régimen personalista. La no
renuncia del Presidente no pudo sino fortalecer la posi-
ción del segundo grupo de opinión. El General Uriburu
( ... ) encabezaba esta tendencia entre los militares".9
A la luz de la documentación consultada resulta
válido sostener, en primera instancia, que la acción
militar fue decisiva para producir la caída del gobierno
radical. ¿Del ejército en su totalidad? Sin duda, no.
¿Participación decisiva pero suficiente? También nos
inclinamos por una respuesta negativa. El reducido y
dividido grupo que llevó a cabo aquella tarea no hubiese
alcanzado un éxito tan rotundo sin la concurrencia de
otros sectores sociales y políticos que brindaron a la
revolución un efímero -pero quizás fundamental- mar-
co popular.
La adhesión de parte de la población porteña al
movimiento fue tanto o más oportuna por cuanto el
grupo conspirador no las tenía todas consigo. La acción
del ejército, no fue homogénea ni exenta de fisuras. Si la
institución, en términos globales, poco tenía que agrade-
cer el ejecutor de la "reparación nacional", la reacción
contra ella no se verificó con la amplitud que era lógico
esperar. En parte, porque aquella reparación aplicada al
ejército, había privilegiado a algunos oficiales (en detri-
mento de otros), poco dispuestos a olvidar las lealtades
adquiridas. Muchos de ellos, y no sólo por motivos de
conveniencia personal, se mantuvieron fieles al gobierno
y adoptaron incluso, una actitud beligerante frente a la
rebelión de sus colegas ( es el caso del Inspector General
del Ejército, General Severo Toranzo, o del Director
General de Yacimientos Petrolíferos Fiscales, General
Enrique Mosconi). Otros, en cambio, se apresuraron a
poner distancia con la "causa" en un intento no siempre
feliz, de evitar ser arrastrados en su caída. Pero no sólo
los oficiales de neta filiación radical reaccionaron frente
a las circunstancias de acuerdo a motivos diversos.
También los que desde un primer momento se propusie-
ron acabar de raíz con la administración radical, actua-
ron por causas y con intenciones diferentes: las friccio-
nes y la lucha interna producidas entre las tendencias
uriburista y justista, por caso, no dejaron de hacer
peligrar el éxito de la intentona y de hecho llevaron más
tarde al predominio de la segunda sobre la primera.
Si a estos cuatro grupos bien definidos se agrega el de
los numerosos oficiales que se mantuvieron estrictamen-
13
te adheridos a una actitud profesional o el de aquellos
que, por su lejanía de la Capital, no tuvieron siquiera la
oportunidad de comprometerse en cualquier sentido, se
advierte que el ejército no actuó unánimemente y que,
aún el sector vencedor en la revolución no representaba
la tendencia mayoritaria en el seno del arma.
En efecto, la crónica de los sucesos de ese día ilustra
acabadamente el estado de incertidumbre y perplejidad
que pareció dominar a sus principales protagonistas.
15
El embajador, que tiene buenos motivos para hacerlo,
no pierde oportunidad de resaltar el papel cumplido por
los porteños a través de los testimonios de numerosos
testigos "impresionados por el pequeño número de
tropas con las cuales fue consumado este popular movi-
miento. En Belgrano y Palermo, suburbios del oeste, las
esposas e hijas de ciudadanos de todas las clases espera-
ban la llegada del general Uriburu. Estas mujeres, con sus
súplicas a las pocas tropas ubicadas a lo largo de la ruta
para defender la ciudad ( ... , los persuadieron a perma-
necer al menos neutrales en los sucesos del día.". La
ciudad adquirió, entonces, el aspecto de un día de fiesta,
"por el buen humor y el orden de las muchedumbres, su
franca alegría ante la perspectiva de liberarse del despre-
ciado Presidente y de su hombre de confianza (sic), por
la presencia de mujeres y niños y las cantidades de
jóvenes y estudiantes"20.
Si los jefes uriburistas comenzaban a valorar recién
ahora la colaboración de los civiles, la reacción del
gobierno, vista en perspectiva, no pareció justificar exce-
sivas preocupaciones. Los yrigoyenistas, destacaba Bliss,
casi no opusieron resistencia: simplemente, "el gobierno
de Yrigoyen se desintegró", "descompuesto por la
corrupción y la venalidad, sus miembros se escabulleron,
dejando la patética figura de un débil Vice-Presidente
hacer un gesto melodramático antes de dimitir ante el
general Uriburu".21
En su afán de justificar el movimiento revolucionario,
el embajador no vacilaba en dar crédito a las versiones
más negativas sobre los miembros de la administración
depuesta. En efecto, los incendios de las oficinas de los
periódicos radicales y de algunas residencias particulares
-esa es la información que recogía- habían sido produ-
cidos por sus propios adictos, con la intención de
destruir las pruebas de actos irregulares. Otro indicio
irrefutable de la parálisis que corroía al gobierno de
Y rigoyen había sido el hallazgo, en el despacho presiden-
cial, de "varios miles de cartas sin abrir, entre ellas una
del Rey de España", fechada a fines de 1928 y en la que
lo felicitaba por su asunción del mando22.
Por si estos hechos no hubiesen sido suficientes para
justificar la sedición, la embajada estaba al tanto de un
verdadero plan terrorista, atribuido a los radicales, que
impulsó la decisión de los "líderes conservadores civiles
y del Ejército de lanzarse a la revolución". De acuerdo
con esa versión, la delegación del mando por parte de
Yrigoyen y la posterior declaración de la Ley Marcial no
habían tenido la finalidad de tranquilizar a la población
sino que constituían "un subterfugio para la perpetra-
16
ción de numerosos crímenes, a saber, la oportunidd de
matar a los principales líderes conservadores, incluyendo
varios oficiales del Ejército quienes habían mostrado
tendencias antirradicales. Como ha sido informado ya
-proseguía el Agregado Naval- Oyhanarte y González
no sólo traficaban con los puestos públicos sino que eran
corruptos y vengativos. Afortunadamente, la artimaña
fue prontamente sospechada y de allí la sorpresiva (? )
decisión" de llevar a cabo el movimiento23.
La naturaleza de la revolución
19
ración entre los diferentes departamentos gubernamenta-
les con el propósito de "presionarlo (a Yrigoyen) a
reconocer el deseo del gobierno americano de ser conci-
liador"30.
Esta política exterior, de signo calculadamente cor-
dial, propuesta por Bliss, coincidía en lo esencial, con las
ideas que el entonces candidato a la presidencia de los
EE.UU., Herbert Hoover, alentaba sobre el particular.
Su presencia en Buenos Aires, a fines de 1928, como
presidente electo de los Estados Unidos, no sería casual.
Aunque breve, su estada en la Argentina significó para
Hoover un buen paso diplomático. Su visita contribuyó,
sin duda, a romper la escarcha que cubría las relaciones
argentino-norteamericanas. Su contacto personal con
Yrigoyen iniciaba un diálogo directo que podría, even-
tualmente, retomarse más tarde, como lo fue. Pero lo
cierto es que estos ensayos de ''buena voluntad'' por
parte de Washington tuvieron un eco limitado en la Casa
Rosada. Yrigoyen se manifestó cortés pero al mismo
tiempo firme en su crítica a la política intervencionista
del país del Norte y no estuvo dispuesto a modificar el
rumbo aislacionista que signaba su política exterior. Una
cosa era responder cables y contestar amablemente
llamadas telefónicas y otra, caer en el juego panamerica-
nista de la Casa Blanca31.
La Argentina, entre 1928 y 1930, pareció rehuir
compromisos que pudieran desdibujar su perfil in terna-
cional y limitar su libertad de acción. Las relaciones con
los EE.UU., amenazadas por algunos nubarrones, se
mantuvieron, en el mejor de los casos, en un plano
puramente protocolar. Sólo a fines del gobierno de
Yrigoyen y cuando todo hacía presumir un agravamien-
to, el radicalismo intentó, aparentemente, una apertura.
En efecto, en el curso de 1930 las relaciones entre
ambos países pudieron haber llegado a su máximo grado
de tensión. Esta amenaza no provino, sin embargo, de la
cuestión del petróleo que por entonces ocupaba la
atención preferente en el marco de aquéllas, sino de la
política arancelaria y discriminatoria adoptada por la
Unión. Si ya existían medidas similares, puestas en
práctica a lo largo de la década del 20, la célebre Hawley
Smoot Tariff, aprobada en junio de 1930, fue el golpe
más duro para la Argentina. La reacción, la protesta y el
malestar se extendieron a diversos grupos económicos32.
El gobierno radical, empero, no sólo no adoptó ninguna
de las medidas que reclamaban los productores sino que
ni siquiera intentó presionar al gobierno americano con
la amenaza de represalias. La actitud de Yrigoyen es,
ciertamente, curiosa. La tarifa aumentó, si cabe, su
20
hostilidad hacia los Estados Unidos33 pero, las crecien-
tes dificultades económicas que sufría el país, lejos de
endurecer la actitud del gobierno radical, lo llevaron a
intentar un acercamiento hacia Washington. De hecho,
algunos hombres del gobierno creyeron conveniente
persuadir al presidente de que era necesario morigerar el
tono antinorteamericano de la política argentina en la
eventualidad de que de hiera recurrirse a los Estados
Unidos en busca de un préstamo que ayudara a paliar la
crisis34.
A su regreso al país, en julio de 1930, el embajador
Bliss se apresuró a proporcionar explicaciones y aún a
formular promesas con el fin de atenuar la hostilidad
argentina35 producto de la política arancelaria de su
gobierno. Para sorpresa suya, al entrevistarse con Yrigo-
yen a principios de agosto, percibió la existencia de una
"atmósfera ligeramente favorable" en sus conversaciones
con el presidente36. Yrigoyen, según La Epoca, le habría
manifestado que, por estar al tan to de la crisis que
azotaba a sus compatriotas, no había tomado medida
alguna, aunque esperaba el momento oportuno para
hacerlo37. Pocos días después Bliss recibió nuevas prue-
bas de cordialidad por parte del canciller Horacio Oyha-
narte. El embajador no dejó de advertir al Departamento
de Estado sobre la naturaleza inusual de la actitud del
Ministro, aunque dudaba de su sinceridad3 8.
El gobierno estaba, al parecer, dispuesto a dar pruebas
inequívocas de que en verdad deseaba mantener relacio-
nes con los Estados Unidos "más cordiales que nun-
ca"39. Bliss, por su parte, había fechado su informe el
22 de agosto de 1930. La revolución, de cuya prepara-
ción estaba perfectamente impuesto, se aproximaba. No
valía la pena acercarse demasiado a un gobierno tamba-
lean te ahora sorpresivamente amistoso. Contrasta esta
reacción del embajador con su premura por lograr, de los
EE.UU., el reconocimiento al gobierno de Uriburu.
Tenía. es cierto, sobradas razones para apoyar al régimen
surgido del golpe militar del 6 de septiembre.
21
-informaba el embajador británico sir Malcolm Robert-
son en julio de 1927-, incluidos todos los intereses
extranjeros, y su retorno al poder sería visto por ellos.
con gran alarma"40.
El tono nacionalista de la campaña electoral del
yrigoyenismo, sus promesas de mejoras sociales y la
tendencia de Yrigoyen a contemporizar con los reclamos
del· proletariado dieron pie, en un principio, a ese temor,
aunque los comentarios favorables al futuro presidente
de los directores locales de las empresas ferro viarias
británicas, le permitían a Robertson ser algo más opti-
mista41.
En general, Yrigoyen no prometía ser para los intere-
ses británicos una eficaz garantía de "orden". Para
sorpresa de los ingleses, empero, el presidente argentino
daría muestras de una inusual vocación de diálogo. Ello
es particularmente cierto en el caso de los ferrocarriles
británicos42 y de las relaciones comerciales entre ambos
países sin desdeñar, tampoco, la peculiar actitud que
exhibieron las empresas petroleras británicas frente a los
proyectos que en ese sector alentó, el radicalismo.
En el ámbito del intercambio comercial, la Argentina
pareció comportarse como un aliado de Gran Bretaña en
su lucha contra la penetración del capital norteamerica-
no.
El avance de los intereses estadounidenses en nuestro
país -vinculado particularmente al comercio exterior y a
la inversión de capitales- preocupaba tanto a los empre-
sarios británicos como a la propia Inglaterra, que veía
con creciente alarma cómo el aumento de las exportacio-
nes norteamericanas ahondaba el déficit de su balanza
comercial con nuestro país.
El alza tarifaria provocada por los EE.UU.43, así
como los reclamos de las colonias cerealeras británicas
por una tarifa preferencial, dieron a Inglaterra dos
importantes cartas para hacer entrar en su juego al
gobierno argentino. Las barreras aduaneras impuestas
por la Unión, en efecto, provocaron la ira de la Sociedad
Rural y acentuaron la tensión -como se ha visto entre
Buenos Aires y Washington. La estrategia británica,
sintetizada en el lema "comprar a quien nos compra",
lanzado por Sir Malcolm Robertson- encontró pues un
excelente clima para germinar44.
Los reclamos de una tarifa preferencial dentro del
Imperio Británico alarmaron al gobierno radical ante las
primeras dificultades previas a la crisis y a la necesidad
de colocar nuestra cosecha. En tales circunstancias, la
célebre misión comercial británica encabezada por lord
D'Abernon, que llegó al país a fines de agosto de 1929,
22
encontró por parte de Yrigoyen una acogida más que
cordial45 y de la que estaba al tanto el embajador
británico con una significativa anticipación. En efecto,
en una conversación que había sostenido con el presiden-
te, Robertson advirtió en él un especial énfasis en
recalcar su actitud amistosa hacia Gran Bretaña. Más
aún, Yrigoyen le había prometido toda la ayuda posible
a la misión D'Abernon, ayuda que no habría de prestar
en caso de provenir de otro país46. La Convención
D'Abernon-Oyhanarte, firmada a fines de agosto, fue un
éxito innegable de la diplomacia británica47.
El convenio nos comprometía a adquirir material
ferroviario británico, el más caro de plaza, mientras
Inglaterra no hacía sino comprarnos lo que en realidad
ya nos compraba por una suma mucho mayor que la
fijada48.
Se ha sugerido que este vuelco de Yrigoyen en favor
de Gran Bretaña era una manera de contrarrestar la
creciente penetración n0rteamericana49. Si en el caso de
la Convención D'Abernon ello no resulta del todo
evidente -si hemos de creer a los legisladores radicales y
al propio presidente, la preocupación dominante fue
colocar nuestra cosecha, alentar las obras ferroviarias,
implementar un nuevo método de intercambio, de Esta-
do a Estado y, por supuesto, robustecer las relaciones
con Inglaterra50-, en términos más amplios la tesis
parece cobrar mayor relieve. En efecto, son un miembro
conspicuo del gobierno y el propio presidente de la
república quienes expresan sin reticencias su preocupa-
ción por la influencia económica norteamericana en la
Argentina y el papel de los británicos como un obstáculo
frente a ella, al embajador británico.
Según informaba el diplomático, en mayo de 1929, el
senador Diego L. Molinari expresaba su alarma frente a
la situación de América Latina y al rol de los británicos
en ella "ya que quiere que seamos el baluarte contra la
penetración norteamericana". Si bien Robertson no
podía tomar al pie de la letra las afirmaciones de
Molinari, creía que, en cuanto portavoz de la posición
del primer magistrado, sí eran confiables. Más aún, el
senador le recalcó la inquietud de Yrigoyen por la
posibilidad de que la Argentina pudiera perder su inde-
p endencia económica ante la expansión norte-
americana51. Las presunciones de Robertson fueron
confirmadas pocos días después cuando se entrevistó
personalmente con el presidente. Los resultados de la
conversación no pudieron ser más satisfactorios para el
activo diplomático: el gobierno estaba dispuesto a ofre-
cer pleno respaldo oficial a las empresas ferro viarias
23
británicas para evitar que cayeran en manos extranjeras.
Yrigoyen, y los ingleses por supuesto, se hallaban suma-
mente preocupados por la posibilidad de que los paque-
tes accionarios de esas empresas fueran comprados por
capitales norteamericanos.
El embajador se apresuró a extraer de estas afirmacio-
nes las más agradables conclusiones: "El actual gobierno
argentino -informaba al Foreign Office- está genuina-
mente atemorizado por la penetración económica norte-
americana, temor que comparte la mayor parte de la
opinión pública argentina. Los motivos -agregaba
Robertson- son evidentes: la Doctrina Monroe, la inter-
vención armada en América Central; la historia del
reconocimiento de Panamá, la política tarifaria de Esta-
dos Unidos, que tanto afecta a este país, contribuyen a
exacerbar aún más los sentimientos. ( ... ) Estoy más
convencido que nunca -concluía- que el Presidente y la
mayoría de la gen te pensante en este país temen a los
norteamericanos pero nos tienen confianza y nos quie-
ren. Esta es nuestra oportunidad"52.
Lo dicho hasta aquí no implica que las relaciones
entre el gobierno radical y los intereses británicos tuvie-
ran las características de una apacible luna de miel.
Algunas medidas adoptadas en el orden económico por
Y rigoyen -entre ellas, el cierre de la Caja de Conversión
a fines de 1929- disgustaron a los británicos.
En un sentido más general cabe destacar que la
lentitud y vacilación puestas de manifiesto por la admi-
nistración argentina ante la crisis económica que afecta-
ba al país, así como la creciente inestabilidad política y
social que comenzó a socavarla hacia 1930, fueron
factores que, en su conjunto, apuraron la pérdida de
confianza que Gran Bretaña pudo tener en quien "The
Times no había vacilado en calificar un año antes como
"un firme y sincero amigo" del Reino Unido53.
El nuevo embajador británico, Sir Ronald Macleay,
reconocido en junio de 1930, fue el portavoz de una
postura mucho más rígida que la expuesta por su
antecesor. Sin dejar de destacar la actitud amistosa que
les dispensaba a los intereses del Reino Unido, advertía
que la administración radical enfrentaba graves dificulta-
des, entre las cuales, no era la de menor importancia la
acelerada pérdida de apoyo aún entre los sectores que le
habían sido tradicionalmente adictos. La oposición no
sólo se agudizaba en la clase terrateniente conservadora
sino también en las clases profesionales y comerciales 5 s.
Triunfante la revolución y en pleno reacomodamiento
de las relaciones con el nuevo gobierno, el embajador
británico abandonó sus últimas reservas y delicadezas
24
con la administración depuesta: señaló entonces que
resultaba impensable que hubiera podido haber una
presidencia "más mala que la segunda de Yrigoyen"56.
Lo cierto es que la caída del gobierno constitucional
fue celebrada en términos auspiciosos por la Cámara de
Comercio Británica en nuestro país, mientras las cotiza-
ciones de diversas acciones en la Bolsa de Londres, entre
ellas las de los ferrocarriles británicos, apenas conocida la
noticia, registraron un alza significativa5 7.
25
Carlos Ibarguren, si bien había efectuado sus primeras
incursiones políticas en el bando equivocado -participó
en la derrotada revolución de 1890-, poco a poco supo
jalonar una carrera militar no exenta de algunos sobresal-
tos, pero sin duda exitosa61.
El retorno de Yrigoyen al poder en 1928 no significa-
ría mejores perspectivas para el ex-Inspector General del
Ejército. A mediados de 1929 y sin que mediara, de
acuerdo a los documentos que figuran en su legajo
personal, pedido alguno del interesado, fue pasado a
situación de retiro. Según datos correspondientes a
1928-29, el futuro presidente de facto, junto a Carlos
Ibarguren, integraba el directorio del Banco de Finanzas
y Mandatos. Ambos, por otra parte, representaban los
intereses financieros alemanes en la Argentina, acompa-
ñados por un amigo común, Carlos Meyer Pellegrini62.
Tanto Ibarguren como Meyer Pellegrini, que desempe-
ñaron papeles claves, aunque de escaso éxito, en el
desarrollo del plan político uriburista, merecen, por esa
misma razón, un análisis algo más detallado.
Lo cierto es que a ambos, nacionalista el uno, conser-
vador el otro, no les faltó de qué ocuparse una vez que
presentaron sus renuncias a los cargos de Interventor
Nacional en las provincias de Córdoba y Buenos Aires
respectivamente. Ibarguren, abogado, profesor universi-
tario, escritor e historiador, había nacido en Salta en
1877. Desde principios de siglo ocupó cargos importan-
tes en los ministerios de Hacienda y Agricultura de la
Nación y en la Corte Suprema de Justicia (1906-12); en
la década del 10 fue uno de los fundadores del Partido
Demócrata Progresista, en representación del cual será
candidato a la presidencia de la Nación en 1922; en 1913
y 1 914 fue titular de la cartera de Justicia e Instrucción
Pública de la Nación. Hacia 193 O. además de presidir el
Banco Argentino de Finanzas y Mandatos, era director
de la "Compañía de Seguros La Germano Argentina", en
la que figuraban también Ernesto Padilla y Meyer Pelle-
grini.
Este último, abogado porteño de 55 años, había
perfeccionado sus conocimientos de derecho en la Uni-
versidad de Berlín y no sería ésta, como se verá; su única
ni más fructífera relación con los alemanes. Había sido
diputado en dos períodos y ministro de Obras Públicas
durante la presidencia de Roque Sáenz Peña. Sus intere-
ses empresarios y sociales, hacia 1930, conforman una
lista impresionante; era presidente de: Compañía Argen-
tina de Electricidad, Compañía Argentina Fideicomisa-
ria, Compañía Thyssen Lametal, Banco Germánico de la
América del Sur; director de: Banco Español del Río de
26
la Plata ( con Sánchez Sorondo, consultor), Compañía de
Seguros La Germano Argentina (Transradio, Compañía
de Telecomunicaciones Internacionales (con Horacio
Béccar Varela), Compañía General de Capitalización La
Esmeralda; síndico de las sociedades anónimas La Marga-
rita y Treuhand, Sociedad de Administración y Mandato;
integraba la Sociedad Rural Argentina y la Federación
del Comercio y la Industria; era socio, además, del
Círculo de Armas, Jockey Club, Club Hípico Argentino,
Club Teutonia y Club Alemán63.
A la luz de semejantes antecedentes, ni Londres ni
Washington pudieron tomar muy en serio el carácter
nacionalista y revolucionario que se atribuía al movi-
miento encabezado por el general Uriburu. "Las revolu-
ciones que más temen los inversionistas -sentenciaba
The Economist- son aquellas que implican una lucha
civil lo suficientemente prolongada como para detener el
desarrollo económico o aquellas que llevan al poder a
gobiernos con ideas heterodoxas respecto de las obliga-
ciones financieras contraídas por sus predecesores. Afor-
tunadamente, en el caso de la Argentina, ninguna de esas
dos contingencias parece posible"64.
En el caso particular de los intereses británicos podía
afirmarse "que los hombres cuyos nombres han sido
mencionados" como autores del movimiento revolucio-
nario difícilmente intentaran "destruir la estructura eco-
nómica de la Argentina tal como la conocemos". The
Statist auguraba, por lo tanto, que la Exhibición Británi-
ca en Buenos Aires sería realizada en la fecha prevista y
que las carnes enfriadas y congeladas, además del trigo,
''continuarían viniendo a estas costas desde Argentina
como hasta ahora".65
Por su parte, el embajador británico en Buenos Aires,
Sir Ronald Macleay, podía· informar que, pese a las
simpatías proalemanas que Uriburu había manifestado
durante la primera guerra, no creía que el nuevo gobier-
no fuera menos amistoso hacia Gran Bretaña de lo que lo
había sido el anterior. 66
No puede sorprender entonces, que tanto el gobierno
norteamericano como el británico estuviesen dispuestos
a apoyar, con su reconocimiento formal, a un gobierno
que formulaba tan seguras promesas y que se hallaba tan
directamente interesado en cumplirlas.
Aparentemente, el asunto no ofrecía alternativas. En
cambio resultaba de primordial importancia, para los
intereses rivales de ambos países en la Argentina, cómo y
cuándo habrían de efectuarlos.
Gran Bretaña tenía mucho que perder. Los Estados
Unidos, por el contrario, mucho que ganar67. Como se
27
analizará a continuación, algunos protagonistas de prime-
ra línea de la diplomacia norteamericana estuvieron
dispuestos a lanzarse a una verdadera "carrera" por el
reconocimiento del nuevo gobierno en Buenos Aires.
"Un prestigio fugitivo"
29
los congresos panamericanos y que designaría un embaja-
dor ante la Casa Blanca ni bien ésta reconociera a su
gobierno. No olvidaba, por último, expresar la promesa
de llamar a elecciones "ni bien el país esté preparado
para ello"82. .
En suma, el presidente había dicho todo lo que.
Washington deseaba oír. La reacción ante sus primeras
medidas y declaraciones fue, pues, explicablemente
favorable.
Numerosas personalidades norteamericanas se pro-
nunciaron a favor del nuevo gobierno argentino83; la
excepción fue el Departamento de Estado. Como .se ha
visto, éste procuraba actuar de acuerdo con el Foreing
Office y suspender cualquier decisión hasta averiguar la
composición ideológica de los integrantes del gobierno
así como determinar su grado de estabilidad84.
La respuesta de Bliss fue concluyente: la revolución
estaba consolidada en todo el país. "La caída de Yrigo-
yen bien puede describirse como una restauración más
que como una revolución. (La nueva administración) es
incuestionablemente civil o popular más que militar, un
movimiento constitucionalista nacido inconstitucional-
mente"85.
En un despacho anterior, Bliss había insistido, con
cie1·ta amplitud, sobre las razones por las cuales creía
necesario adelantarse a Gran Bretaña en el acto de
reconocimiento del gobierno revolt1cionario. ''Me parece
que Inglaterra, como amiga tradicional de la Argentina,
gana al lograr que los Estados Unidos pierdan la ocasión
de obtener una marcada ventaja en ser el primero en
proceder al reconocimiento, mientras que su no recono-
cimiento no le hace perder nada en tanto los Estados
U nidos no reconozcan." Desde otro punto de vista
-reflexionaba con lógica impecable- los Estados Uni-
dos, al reconocer simultáneamente, perdían una ventaja
que se convertía en una ganancia británica. "Los Estados
Unidos, como nación más temida y envidiada, tienen una
oportunidad de asistir a la Argentina en un momento en
que el apoyo moral sería particularmente apreciado y
beneficiaría indudablemente nuestra posición aquí. Los
intereses económicos norteamericanos desean el recono-
cimiento a fin de alentar la recuperación de los nego-
cios"86.
Las recomendaciones de Bliss, como hemos compro-
bado, fueron dejadas de lado. El Departamento prefirió
actuar coordinadamente con Inglaterra. Así, el 14 de
septiembre, el embajador británico en Washington infor-
maba al Secretario Asistente de Estado, Castle, que su
país reconocería a los gobiernos de Perú y Argentina el
30
17 y que esperaba que los Estados Unidos hicieran lo
propio el mismo día87.
La Casa Blanca, empero, no podía aún dar su última
palabra, ya que el asunto estaba en manos de Hoover, de
modo que Inglaterra, también interesada en actuar con-
juntamente, no vaciló en postergar el reconocimiento
para el 18, dando de esa manera el margen de tiempo
necesario al Departamento para expedirse88.
El 18 de septiembre, y tal como estaba previsto, los
dos países extendieron su reconocimiento diplomático al
gobierno provisional89. En una circular del día anterior,
el Secretario de Estado, Henry Stimson, daba a conocer,
públicamente, las razones de la Casa Blanca para proce-
der al reconocimiento: el gobierno provisional -soste-
nía- controlaba de hecho el país; asimismo había
prometido "cumplir con sus respectivas obligaciones
internacionales y convocar, a su debido tiempo, a elec-
ciones para regularizar su situación".90
La política exterior de Hoover se mostraba en extre-
mo pragmática y flexible. Su reconocimiento al nuevo
gobierno argentino era una cuestión de estricta conve-
niencia diplomática y económica. Los dos primeros
puntos -esto es el control de facto del país y el
compromiso de cumplir con las obligaciones financieras
contraídas- (nos hallamos en plena crisis de 1930), así
lo revelan. Sólo el punto tercero de la nueva doctrina -la
promesa del gobierno de llamar a elecciones- podía
revestir otro carácter si no fuera porque en realidad se
trataba de una transacción con la vieja doctrina Wilson y
la opinión pública norteamericana.
Los Estados Unidos no dejaron de sentir un profundo
alivio con la caída de Yrigoyen y de ver en ella una
magnífica oportunidad de ganar posiciones en dos direc-
ciones: por una parte, para recobrar el prestigio y la
buena voluntad de los dirigentes y de la sociedad argenti-
na en general; por otra, con el fin de encauzar esos obje-
tivos inmediatos como una ventaja inicial -en relación
con el gobierno provisional- frente a su rival inglés. Este
fue el curso de acción que alentó la embajada norteame-
ricana en Buenos Aires; sin embargo, la prudente actitud
de su gobierno en la cuestión del reconocimiento pareció
adaptarse mejor a las expectativas de su similar británico.
Ambos habían llevado a cabo, aparentemente por inicia-
tiva del primero, una acción coordinada respecto de la
nueva administración argentina y Hoover, con una visión
estratégica de los intereses externos de su país, no había
intentado sacar ventajas de una política unilateral. Como
afirmaba The Times, "el señor Hoover y sus principales
colaboradores están más interesados en los sólidos bene-
31
ficios de una acción considerada y en alguna medida
concertada que en un prestigio fugitivo"91.
A su turno, el gobierno de Uriburu podía considerarse
satisfecho. Había logrado, en primer lugar, consolidar en
los dirigentes norteamericanos la impresión inicial de que
su advenimiento era, de por sí, un suceso que abría las·
mejores perspectivas para sus intereses en la Argentina; al
mismo tiempo, los funcionarios conservadores pudieron
revertir con presteza la espontánea preocupación que la
caída de Yrigoyen había provocado entre los británicos.
¿Habrían sido suficientes para ello las seguridades brin-
dadas por el jefe de la revolución en sus primeras
declaraciones?
La displicente tranquilidad que exhibieron, superado
el primer momento de perplejidad, los círculos políticos
y económicos británicos respecto a su futuro en nuestro
país, pareció exceder notoriamente la trascendencia de
aquéllas y responder, en última instancia, a la intensidad,
variedad y arraigo secular de sus intereses en la Argenti-
na. Estos factores, sumados a la importancia del mercado
consumidor inglés para los productos argentinos, le
aseguraban a Gran Bretaña dos cartas de triunfo decisi-
vas, entre otras, frente a los sectores conservadores que,
un tanto inopinadamente, retornaban al poder. Si la
tradicional vinculación de aquéllos con el capital extran-
jero se verificaba una vez más en los miembros del
elegante
- gabinete
-
del general Uriburu, estos hombres,
estos apellidos, como afirmaba The Statist, no podrían
hacer la revolución para destruir la estructura económica
tradicional de la Argentina: Si así era, los intereses
británicos podían respirar tranquilos por un tiempo. Más
aún cuando nuestro país sufría los efectos de una crisis
económica mundial sin precedentes.
32
ves dificultades a aquéllos otros cuyas economías repo-
saban en la exportación de materias primas y alimentos
casi exclusivamente.
En efecto, Francia, Alemania, Estados U nidos, entre
otros, crearon, desde 1 929, obstáculos insalvables a la
importación de productos agrícolo-ganaderos, entre ellos
a los que provenían de la Argentina. En 1932, también
Gran Bretaña se dispuso a iniciar una política de pro-
teccionismo imperial -decidida en la Conferencia Impe-
rial Económica celebrada ese año en Ottawa- que
afectaría seriamente la ubicación de los productos argen-
tinos en su mercado más importante.
¿Eran estas dificultades totalmente inéditas para una
economía nacional que, desde fines del siglo anterior,
había hallado un lugar nada despreciable y en apariencia
definitivo, en la economía mundial? En parte sí, sobre
todo por el derrumbe sin precedentes de ese mismo
marco económico internacional; en parte no, porque el
agotamiento de los factores que habían producido la
notable expansión de la economía argentina hasta enton-
ces, era evidente ya para algunos observadores atentos
aún antes de 1920. En el orden interno, efectivamente,
la frontera agropecuaria había alcanzado sus límites; de
allí que cualquier ulterior expansión de la producción no
dependería ya de la incorporación de nuevas tierras. En
el externo, el mercado británico no presentaba síntomas
de fortalecerse lo suficiente como para estimular un
renovado proceso de crecimiento sostenido de la econo-
mía argentina.
Más aún, a lo largo de la próspera década de los 20, la
creciente influencia de los intereses económicos norte-
americanos había introducido, en nuestras clases dirigen-
tes, un elemento de confusión. La relación triangular de
capitales, mercancías y transporte que vinculó a la
Argentina, Estados Unidos y Gran Bretaña, no sólo
significaba la quiebra de la tradicional complementación
anglo-argentina, sino .que también revelaba la imposibili-
dad de reemplazarla con una similar que nos vinculara
ahora con los poderosos americanos del Norte92.
La catástrofe de la economía mundial hallaba, pues, a
la Argentina, sin la adecuada preparación para hacer
frente a las transformaciones experimentadas en el
contexto internacional -económico y político- y a las
tendencias de una estabilización a largo plazo, del creci-
miento económico interno93.
Y la crisis había llegado. A mediados de 1928 hubo
un repentino éxodo de capitales, mientras el monto de
las exportaciones comenzaba a disminuir severamente.
En lugar de reducir las importaciones, el gobierno eligió
33
mantener el nivel del gasto público, ampliar el crédito y
reducir las tasas de interés. Como era de esperar, no se
redujeron las importaciones en la proporción conve-
niente, el valor del peso empezó a caer y los capitales
acentuaron su tendencia a retornar a sus países de
origen 94 . El cierre de la Caja de Conversión, decretado
por Yrigoyen en diciembre de 1929, tendió a frenar el
drenaje de oro hacia el exterior.
La convergencia de estos factores, a los cuales pueden
sumarse la caída del valor de nuestros productos expor-
tables en el mercado internacional, el deterioro de los
términos de intercambio y, por lo tanto, la imposibilidad
de hacer frente al monto de nuestras importaciones,
colocó en una difícil situación a la balanza de pagos. En
efecto, el monto de los servicios de la deuda externa
argentina -pagaderos en oro-, asumía proporciones
considerables, en parte porque el valor del peso conti-
nuaba descendiendo en forma alarmante95.
Hacia junio de 1930, el ministro del Interior y el
presidente del Banco de la Nación advirtieron al primer
mandatario sobre la gravedad de la situación financiera.
Ambos funcionarios creían que una crisis era inminente
-entre fines de agosto y principios de octubre- y que
sólo dos arbitrios podían salvar al país del desastre: la
contratación de un gran empréstito o la emisión de más
papel moneda. Sin embargo, ambos descartaban esta
última posibilidad; el empréstito parecía lo más aconseja-
ble y éste sólo podía obtenerse en los Estados Unidos96.
En efecto, el gobierno provisional de U riburu obtuvo
un inmediato apoyo de los círculos financieros y econó-
micos nativos extranjeros, deseosos de aliviar con sus
préstamos la situación argentina97.
A partir de entonces nuestro país pudo cumplir -no
sin esfuerzo- sus obligaciones externas, uno de los
objetivos principales de la nueva administración98. Al
mismo tiempo se reducía el desequilibrio presupuestario
y se invertía el signo deficitario de nuestra balanza
comercial.
En este aspecto, el gobierno provisional elevó los
derechos aduaneros en un 10% uniforme para todas las
categorías99 con lo que tendía no sólo a reducir aún más
el monto de nuestras importaciones -ya deprimidas por
efecto de la misma crisis- y a ahorrar divisas extranjeras,
sino también a incrementar los ingresos fiscales y a
promover el desarrollo de la industria local100.
Más tarde, con el propósito de evitar los efectos
deflacionarios que sobre la economía en general ejercía
la reducción de las reservas de oro y la consiguiente
disminución de la circulación monetaria, el gobierno de
34
Uriburu autorizó el Banco de la Nación a redescontar
papeles comerciales cuyo vencimiento no excediera los
180 días en su Caja de Conversión 10 1. La medida, de
abril de 1931, alivió notablemente ''la presión en el mer-
cado monetario interno, dándole un mayor grado de in-
dependencia de las fluctuaciones cambiarias extranje-
ras y de los desequilibrios en la balanza internacional de
pagos de la Argentina102.
No resultaron tan exitosos los esfuerzos gubernamen-
tales por fortalecer el peso en términos de sus equivalen-
tes en divisas libremente convertibles en oro 103 . Cuando
en septiembre de 1931, Gran Bretaña abandonó el
patrón oro, el peso argentino repuntó con relación a la
libra. Sin embargo, el sistema de cambio fluctuante que
adoptaron los británicos y la subsiguiente devaluación de
la libra -carente de la base del oro- provocaron conse-
cuencias negativas para la Argentina en tanto ejercieron
un efecto proteccionista sobre el mercado interno
inglés y desalentaron las importaciones del exterior. En
el orden interno, además, la valorización del peso impli-
có un problema adicional para el sector exportador,
tradicionalmente beneficiado con tasas de cambio desfa-
vorables104.
Para aliviar el peso de la deuda. externa sobre sus
finanzas, el gobierno de facto dispuso, en octubre de
1931, la creación de la Comisión de Control de Cambios.
De este modo procuraba evitar una ulterior deprecia-
ción del peso y, por lo tanto, un aumento del costo de
los servicios de la deuda. Buscaba reducir también la
demanda de divisas al limitar las importaciones por
medio de un sistema de permisos cambiarios a un precio
fijo y también la oferta de las mismas en manos de
particulares al obligarlos a entregar las divisas recibidas
de sus operaciones comerciales con el exterior 105 .
El efecto general de estas medidas fue -según Roland
Ely- beneficioso. La Argentina se convirtió en una de
las pocas naciones del mundo que no se vio obligada a
suspender el pago de su deuda externa. Pero, lo más
importante, es que el conjunto de decisiones de política
económica adoptado entre 1930 y 1932 promovió un
significativo desarrollo industrial.106 El sistema de con-
trol de cambios tuvo otras consecuencias positiva adicio-
nal: las limitaciones impuestas a las remesas al exterior
de las ganancias e intereses obtenidos por las empresas
extranjeras, promovieron la reinversión de dichos fon-
dos en el país.107
De este modo, la política económica de Uriburu
-como luego la del general Justo- lograron proteger a
35
"la economía argentina de los gélidos vientos de la Gran
Depresión"108.
Hasta cierto punto, la afirmación reviste cierto grado
de veracidad. La Argentina, en su conjunto, parecía
encontrar una salida de la crisis lo que no implicaba
necesariamente, que la mayoría de los argentinos hubiera
podido evitarla en sus aspectos más negativos. Los
testi1nonios de aquella época revelan fielmente el impac-
to que la crisis produjo en los sectores medios y
populares.
La crisis afectó, por supuesto, a la clase obrera en su
conjunto. No sólo descendió el índice del salario real del
trabajador industrial sino que también aumentó el de la
desocupación urbana y rural. Al problema de la desocu-
pación los obreros argentinos debieron sumar otros no
menos graves: en primer lugar, la persecución sin prece-
dentes que el gobierno efectuó de las organizaciones de
trabajadores; por otra, una ofensiva empresaria en perjui-
cio de sus derechos y conquistas que en el ambiente pro-
picio de reacción social que la revolución había genera-
do, reaparecía ahora con mayor virulencia.110
En la perspectiva de los sectores tradicionales, las
clases populares en su conjunto, de algún modo respon-
sables de las calamidades presentes de la Argentina,
debían hacer frente al castigo divino que su soberbia
democrática les había acarreado.111
37
II
41
tenía otro objetivo que "conservar" sus ganancias, asegu-
ra Harvey O'Connor.17
Este era el panorama mundial que ofrecía la industria
petrolera ante la crisis del petróleo.
51
como la Standard Oil inundaron el mercado con crudo y
fuel oil importado. El mercado argentino era ideal para
el cartel; un país productor cuya producción no alcanza-
ba a abastecer la demanda interna y por añadidura uno
de los más importantes mercados de América Latina. El
acuerdo de Achanacarry establecía que una de las salidas
para el exceso de crudo era colocarlo en otros mercados
a precios competitivos, y eso fue precisamente lo que
hicieron la Standard Oil de Nueva Jersey y muy posible-
mente la Shell en nuestro país. El cuadro 8 muestra la
tendencia francamente ascendente de los volúmenes de
crudo importado a fines de la década del 20 hasta
alcanzar su pico en 1930. Si el lector se toma el trabajo
de seguir las importaciones de crudo por el puerto de
Campana, donde estaba la gran destilería de la Standard
Oil, verá que suben considerablemente a fines de dicha
década. De hecho los volúmenes de petróleo tratados en
las destilerías de la Standard Oil en la Argentina trepan
marcadamente hasta culminar en 1930 (ver cuadro 11 ).
En 1931 tanto la importación de crudo como su trata-
miento en las destilerías de la compañía norteamericana
baja, pero como hemos visto su producción local subió,
tanto en Plaza Huincul como en Salta, de manera que no
cabe duda, pues que el crudo procesado en 1930 en las
destilerías de la Standard Oil, era en buena medida
importado, por lo menos en las instalaciones de Campa-
na.
Algunas compañías productoras alzaron su voz contra
el aluvión de crudo importado y no vacilaron en calificar
el procedimiento de "dumping". Todavía en 1932,
cuando ya se habían puesto en práctica las tarifas
proteccionistas del gobierno de Uriburu y por ende
había bajado la importación de petróleo, la compañía de
Challaco declaraba en su memoria para el ejercicio de
1931 que sus ventas habían disminuído y que hubieran
podido ser mayores "pero debido a la sobreproducción
existente en algunas naciones del Sud y Norte América,
se ofrecieron en nuestro país el petróleo crudo y sus
derivados a precios inferiores a los de su costo, provo-
cando una baja considerable en el precio de estos
pro ductos..." La compañía de Challaco reclamaba, por
todo ello, una legislación adecuada que fomentara "la
explotación de yacimientos petrolíferos del país" y
limitara la importación "de esa clase de productos".50
Es muy pro bable, que a poco de llegado el General
Uriburu, sino antes, las empresas productoras de petró-
leo en el país hayan pedido al gobierno una legislación
protectora. De hecho, a partir de febrero de 1931, y en
forma algo zigzagueante como veremos en otro capítulo
52
la dictadura elevó los derechos aduaneros que gravaban
la entrada de petróleo crudo barato, un hecho que tanto
afectaba a YPF y otras empresas productoras. Así por lo
menos evaluaba la situación la compañía Astra en su
memoria para el ejercicio de 1930.
Sus directivos manifestaban que la situación de la
industria del petróleo había empeorado y que los precios
habían bajado debido a la superproducción. "La invasión
de fuel oil de procedencia extranjera los hubiese rebaja-
do más todavía si nuestro cambio, es decir la desvaloriza-
ción de nuestra moneda, no hubiese puesto una barrera.
El mercado internacional de fletes para buques tanques
ha llegado a su punto más bajo -añadían- lo que
facilitaba aún en mayor grado la oferta en competencia
con la producción nacional''. Pero, insistía, la desvalo-
rización del peso "y el impuesto del fuel oil y también el
petróleo crudo" hacían esperar ''condiciones favorables
de trabajo para las concesiones nacionales..." La solu-
ción para el problema planteado era "dar el mayor
impulso posible a nuestros campos petrolíferos, para
compensar la menor ganancia por unidad con una mayor
producción".51 Es interesante esta afirmación de la
Astra, pues revela que la baja de los precios del crudo y
sus derivados en el mercado, no fueron la causa de la
disminución de la producción privada en Comodoro
Rivadavia en 1930. Más aún la Astra, y su subsidiaria la
Oriente, fueron las únicas empresas que aumentaron su
producción en el yacimiento austral en dicho año. De
hecho, en la citada memoria, los directivos de la Astra
manifestaban que habían logrado colocar su producción
para 1930 "y la de 1931 se halla igualmente colocada en
su mayor parte y, a pesar de todo, a precios ligeramente
más altos que los del año pasado"52 La política arance-
laria de Uriburu habría sido, al principio, absorbida por
las compañías importadoras que buscaban desesperada-
mente colocar en el mercado argentino, crudo y fuel oil
exceden te de la producción mundial. ''Para demostrar la
situación desesperada del mercado internacional del fuel
oil -revelaba la Astra en su ya citada memoria- los
importadores no han subido su precio y han preferido
cargar con los 4 pesos por litro de impuesto según
decreto del 23 de febrero de 1931 ". Pero la continua
desvalorización del peso y la protección aduanera del
gobierno provisional habrían mejorado la situación de las
compañías productoras locales en 1931. Tal era, al
menos, la conclusión que sacaban los miembros del
directorio de la Astra al pasar revista al ejercicio de ese
año. "Menos fuerte que en años anteriores se ha notado
en el mercado argentino la repercusión de la sobrepro-
53
ducción mundial de petróleo y sus derivados" decían y
agregaban a renglón seguido: "esto se explica por la
acentuada desvalorización de nuestra moneda y por la
política aduanera del gobierno provisional, gravando con
nuevos derechos la importación, ambos factores desfavo-
rables a la introducción de petróleo extranjero". Por ello
"los precios de nuestros productos no han bajado de los
niveles en que estaban al principio de año y los de fuel
oíl experimentaron un repunte general a fines del ejer-
cicio".53
No todas las compañías hacían un balance tan opti-
mista a fines del gobierno de Uriburu: ya hemos visto a
la Challacó quejarse aún entonces del efecto de la
entrada de crudo barato en el mercado argentino. Pero es
evidente que la política arancelaria del gobierno provisio-
nal había producido sus efectos; adviértase en el cuadro
la disminución de la importación de crudo extranjero.
En su estrategia aduanera la dictadura se había inclinado
por favorecer a las compañías productoras y, en tanto
que tal, a YPF. Las más afectadas habrían sido las firmas
importadoras y en parte, sólo en parte, las productoras -
importadoras como la Jersey Standard y la Royal Dutch
Shell, en parte sí, pues ambas eran dueñas de conce-
siones petrolíferas en el país y pudieron compensar las
restricciones arancelarias puestas por las autoridades
argentinas a la importación de petróleo y sus derivados.
Es posible que dicha política aduanera haya contribuido
a que estas compañías aumentaran su producción de
crudo en el país hacia 1931, además de la desaparición
de la amenaza del monopolio estatal. ¿Cuán grande fue
pues la repercusión local de la crisis de la superpro-
ducción mundial de crudo? Es evidente que se dejó
sentir en el mercado argentino: la invasión de crudo y
fuel oil barato arrastró los precios hacia abajo y perjudi-
có sobre todo a las empresas productoras, pero si hemos
de creer a la Astra, que parece haber capeado bastante
bien la crisis, la desvalorización de la moneda y la
política arancelaria de Uriburu fueron paliativos oportu-
nos que aliviaron bastante la situación de las empresas
que explotaban concesiones en el país. El panorama
hubiera sido aún menos sombrío si los trusts y las firmas
importadoras no hubieran hecho dumping importando
crudo a bajo precio. La demanda interna de crudo y
derivados que crecía y crece más que la oferta nacional
de hidrocarburos hubiera operado como un factor amor-
tiguador de los efectos locales de la crisis mundial del
petróleo.
54
CUADRO 1
Número de pertenencias y minas
de las Compañías Privadas (1926)
.
CHUBUT
Número de Superficie en
pertenencias hectáreas
Royal Du tch Shell 13 1.000
Astra 26 2.418
Cía. Arg. Comodoro
Rivadavia (Ferr.) 24 1.944
Sinsicato Perfora c. 6 486
Anglo-Persian 5 300
British Burmah 12 972
Solano-Chubut 18 1.458
Sol 6 486
Totales 110 9.064
PLAZA HUINCUL
Número de Superficie en
pertenencias hectáreas
S. Oil de N. J. 12 972
S. Oil de Cal. (Richmond) 6 486
Cía. de Challaco 13 1.053
Astra 12 972
Titan 7 567
Otros 18 1.458
Totales 68 5.508
55
CUADRO 2
PRODUCCION NACIONAL DE PETROLEO
(1920-1923) en m³
CUADRO 3
PRODUCCION DE PETROLEO EN
COMODORO RIVADAVIA
(1920-1932) en m³
Año YPF Empresas privadas
1920 226.545 35 .339
1921 276.807 48.180
1922 343.889 106.610
1923 408.139 122.771
1924 465.724 182.211
1925 596.381 323.972
1926 707.969 492.245
1927 772.643 494.599
1929 769.050 491.147
1929 807.213 490.295
1930 721.592 448.127
1931 748.337 747.809
1932 788.889 844.711
Fuente: Secretaría de Energía.
56
CUADRO 4
Producción de petróleo en Plaza Huincul
(1920-1932) en m³
CUADRO 5
Producción de petróleo en el Norte
(1928-1932) en m³
Año YPF Empresas privadas
1928 1.220 14.424
1929 2.889 29.753
1930 16.478 30.431
1931 23.359 75.835
1932 19.580 142.395
Fuente: Secretaría de Energía.
57
CUADR06
Producción de petróleo en Comodoro Rivadavia
(1927-1931) (en litros)
1927 1928 1929
YPF 792.363.790 811.931.270 807 .212.954
Astra 122.362.000 102.318.000 96.855.000
Oriente 6.788.230 8.510.180 35 .173.000
Ferro carrilera 199 .251.820 212.5 87 .990 246.373.310
Anglo-Persian 140.015.210 98.041.630 83.953.330
Royal Dutch 20.318.000 57 .867.000 16.899.000
.
Solano 5 .661.000 11.822.180 11.003.376
1930 1931
YPF 721.592.093 7 48.33 7 .3 96
Astra 107 .285.000 104.442.000
Oriente 54.270 000 76. 789.000
Ferro carrilera 213 .021.605 236.873.598
Anglo-Persian 58.132.490 44.893.950
Royal Dutch 11.151.000 280.181.000
Solano 4.199.670 4.629.730
58
CUADRO 7
Producción de petróleo en Plaza Huincul (en litros)
CUADRO 8
Importación de petróleo crudo
(1920-1932) en m³
1920 36.972
1921 28.651
1922 22.974
1923 53.244
1924 83.432
1925 89. 778
1926 174.264
1927 227.759
1928 373.489
1929 574.098
1930 644.580
1931 422.048
1932 263. 931
Fuente: Secretaría de Energía.
59
CUADRO 9
Pozos de la Royal Dutch Shell en Comodoro Rivadavia
(al 31 de diciembre de cada año) (1926-1929)
Subsidiaria en producción en perforación
1926 27 28 29 1926 272829
Diadema 4 11 7 - 10 9 6 -
Antorcha 2 2 2 1
Brillante 2 1 2 3 1
Perla 2 2 1 2 1 -
Rubí - - - 1 - -
60
CUADRO 10
Producción mensual de petróleo en Comodoro Rivadavia
(diciembre de 1930) en litros
julio agosto septiembre
YPF 64.394.548 65.386.513 60.770.463
Astra 8.586.000 8.441.000 7.868.000
Oriente 4.035.000 5.098.000 4.835.000
Ferrocarril 15.076.000 15.555.000 15.573.000
Anglo-Persian 4.884.590 4.478.030 4.317 .030
Diadema - - -
Antorcha - 51 .000
Brillante - 27.000
Perla - -
Solano 304.630 325.860 393.270
octubre noviembre diciembre
YPF
. 63.361.549 61.465 .943 63. 748. 759
Astra 8.4 79.000 8.410.000 8.651.000
Oriente 5.770.000 5.920.000 5.874.000
Ferro carril. 16.842.000 17.120.430 19.716.000
Anglo-Persian 4.807.200 4.600.400 4.800.060
Diadema -· 183.000 353.000
Antorcha 32.000 - 490.000
Brillante - 1.866.000 2.491 .000
Perla - 884.000 3.930.000
Solano 258.970 514.350 454.010
61
CUADRO 11
'
1927 4.700
1928 5.900
1929 9.700
1930 11.100
1931 9.600
1932 7.900
62
III
65
ble del Estado'' por "el despotismo seguro de ladrones,
asesinos y matones de toda laya"16.
Y eso era, precisamente, lo que, poco más, poco
1nenos, había ocurrido con la democracia en la Argenti-
na. "Denunciamos el sistema democrático como un
régimen absurdo, porque abandona la suerte del país a
las fluctuaciones sentimentales de la multitud" y favore-
ce "el éxito de los demagogos adiestrados en la explota-
ción de (los) sentimientos prirnarios"17. Antidemocráti-
ca por excelencia, la prédica de La Nueva República
desnudaba, al referirse al tema, todo su profundo despre-
cio por el pueblo y la so beranía popular. "El régimen
democrático es, según dicen sus teorizadores, del pueblo
y para el pueblo. Que sea del pueblo, entendiendo por
ello el populacho y sobre todo el populacho de las
aglomeraciones urbanas que domina las organizaciones
partidarias, no lo dudamos", escribí a Rodolfo Ira-
zusta18.
Pero el desprecio y el rechazo por la democracia
provenía menos de las lecturas de Charles Maurras que
de la experiencia yrigoyenista, muy traumáticamente
vivenciada por los jóvenes petimetres de Gualeguaychú.
"En el triunfo de Yrigoyen veíamos (...) algo muy
distinto de lo que veían los radicales y de lo que veían
los mismos opositores a pesar suyo"19.
¿ Y qué veían los redactores de La Nueva República
en la elección del líder radical? Al principio nada muy
distinto a lo que percibían los grupos conservadores
tradicionales. Yrigoyen, escribían, ejerce "una dictadura
irresponsable" caracterizada por el allanamiento de las
autonomías provinciales, "la abolición práctica del Con-
greso'', el desconocimiento del derecho de reunión y la
dilapidación de los caudales públicos sin control legal
alguno20. La dictadura de Yrigoyen acabaría siendo
caratulada, por la hoja nacionalista, como "cesarismo
calificado, frisando en la tiranía"21. Era casi una lectura
liberal conservadora de la conducción personal democrá-
tica de Yrigoyen y no la de un grupo que poco tiempo
más tarde reclamaría una dictadura para implementar su
propuesta política.
Muy pronto, sin embargo, los nacionalistas de La
Nueva República creerían ver algo más en el ascenso del
caudillo radical: Hipólito Yrigoyen era para ellos la
consecuencia inevitable del sistema de sufragio universal.
"Nosotros sabíamos y lo proclamamos que el Sr. Yrigo-
yen era el producto natural de un sistema pésimo"; su
reelección "significaba un nuevo argumento contra el
sufragio universal"22.
Y una de las claves del problema político argentino
66
'
69
bles de La Nueva República decían esto estaban pensan-
do, ni más ni menos, que en los Estados Unidos.
En los Estados Unidos la democracia funcionaba
tolerablemente bien porque, en realidad, enmascaraba a
una verdadera plutocracia; por ello el pueblo norteameri-
cano vota y vota bien. Vota obedeciendo a sus dirigen-
tes, es decir, a su interés"46.
Ese era el objetivo último del nuevo orden corporati-
vo: devolver el control del aparato estatal a los producto-
res, y en especial, aunque no en forma exclusiva, al
sector agropecuario.
Pero ¿cuál era el rol del Estado? Los jóvenes de La
Nueva República, decíamos, aún no habían descubierto
otra función para él que la de administrar y garantizar el
orden. Si bien llegarían a plantear la necesidad de
establecer algunas compañías mixtas, el Estado en la
nueva república no debía ser empresario, no debía
producir. El Estado, afirmaban, "no produce, y cuando
lo hace desnaturaliza sus funciones"47. El Estado no era,
todavía, el instrumento elegido para mediar en los
conflictos sociales para controlarlos o suprimirlos; no era
la garantía de la nueva unanimidad corporativa, la
suprema razón del sistema político autoritario.
Otros debían ser los puntales del orden. ¿Cuáles? En
primer lugar, la Iglesia católica. El grupo había redescu-
bierto la Iglesia antes que al Ejército. Era, después de
todo, la institución tradicional que tenían más cerca y
aquella a la que más había amenazado el sistema liberal.
Los Irazusta. eran de familia católica, "con curas y viejas
beatas en las sucesivas generaciones"48. Al esbozar su
programa inicial, La Nueva República advertía que lo
primero que haría sería "una campaña de dignificación
social, de depuración de todos los elementos contrarios a
la unidad espiritual" que "no se consigue y preserva sino
gracias a la religión" escribían, y añadían "(... ) Hasta el
racionalismo crudo reconoce que sólo por la religión se
obtiene fácilmente la obediencia. Entre nosotros, la
Iglesia ha sido desconocida no sólo en su misión sobrena-
tural sino también en el orden natural, aún por aquellos
que han intentado la creación de un orden nacional"49.
"Nosotros trataremos de inculcar a la juventud ( ... ) el
respeto a la Iglesia y en problemas como el de la libertad
de enseñanza y el divorcio. para los cuales ella tiene
solución conocida, estaremos con ella"50.
Queda claro; la tarea de los redactores de La Nueva
República no sería misional, sino secular: reivindicar a la
Iglesia como factor de obediencia en la sociedad civil y
defender como ella la familia tradicional. No es extraño
pues que uno de los primeros aspectos que los jóvenes
70
nacionalistas repudiaran del liberalismo argentino fuera
su laicismo. Así, en el plan de gobierno que ofrecían al
presidente electo Yrigoyen pedían la abolición de la
enseñanza laica, la firma de un concordato con la Santa
Sede y la creación de nuevas provincias eclesiásticas en el
territorio nacional51.
Si la función de la Iglesia era preservar el orden y las
instituciones tradicionales, los nacionalistas de La Nueva
República terminarían por encontrar una misión para el
Ejército también. Pero como queda dicho las Fuerzas
Armadas fueron redescubiertas después, recién en 1930,
cuando ya se conspiraba.
¿Cuál era la misión que había que confiar a la
espada? Una misión esencialmente instrumental: la de
"poner en su lugar el principio de autoridad desplazado
por la influencia populachera para sostener el orden
alterado por el instrumento de una ley absurda"52. La
Nueva República no preconizaba una solución militarista
si por ella se en tiende, como la ha definido Alain
Rouquié, la colonización militar del Estado; el Ejército
debía ser el instrumento del nuevo orden. "Que asuma el
Ejército todos los poderes del Estado, en buena hora.
Pero que sea por lo menos para plantear, después de una
depuración profunda de los vicios colectivos, la reorgani-
zación nacional"53. Sin duda en el orden corporativo
también habría un lugar para los militares, pero éstos no
tendrían el control exclusivo del Estado.
Si bien los nacionalistas de La Nueva República
coincidían en que era necesario erradicar la democracia
de masas de la Argentina, las soluciones y alternativas
propuestas por ellos para lograrlo no fueron siempre· las
mismas. La lectura de sus escritos revela todo un nervio-
so proceso evolutivo en la formulación de las mejores
opciones para dar con la solución adecuada.
El plan que presentaban al futuro presidente Yrigo-
yen no ofrece trazo alguno de heterodoxia salvo su
antilaicismo. Se trata de una propuesta que más de un
conservador tradicional hubiera mirado con simpatía. Es
interesante, empero, rastrear las modificaciones que La
Nueva República proponía al régimen electoral porque
revela -ya entonces- una preocupación que sería obse-
siva: la de limitar el derecho del sufragio. Tras recomen-
dar el sistema de circunscripción uninominal sugiere la
eliminación de los padrones de los funcionarios y em-
pleados públicos, los delincuentes de toda categoría, los
analfabetos, "los insolventes" (sic) y los extranjeros54.
Pero la fidelidad al orden constitucional vigente duraría
poco. Después de la reelección de Yrigoyen, después del
odiado plebiscito, la prédica antidemocrática de la hoja
71
nacionalista se radicalizó y en 1930 ya proponían una
ruptura violen ta del orden institucional. No quedaba,
para ellos, otra alternativa. "El dilema que se les plantea
hoy a los argentinos -escribía Palacio- es la continua-
ción rutinaria del régimen o la reacción violen ta contra el
régimen. Nosotros hemos optado"55.
Era preciso terminar con "el régimen n1ayoritario que
se traduce en el auge de los demagogos diestros en el
aprovechamiento de las viarazas populares"56. En víspe-
ras del 6 de septiembre, la propuesta de La Nueva
República era ya claramente autoritaria. Para realizar la
transformación que el país requería "se necesita un
gobierno fuerte, independiente". Era necesario "un régi-
men dictatorial y subsiguientemente la implantación de
un nuevo régimen político que suprima las elecciones de
sufragio universal"57. El General Uriburu coincidía, en
este punto, con sus amigos periodistas pero era ya un
virtual prisionero del justismo que no estaba dispuesto a
ir tan lejos.
Los jóvenes de La Nueva República aspiraban a
convertirse en la cabeza pensante de la Revolución,
tenían una altísima y ciertamente exagerada visión de sí
mismos y del papel que estaban llamados a desempeñar
en los acontecimientos. Se sabían una minoría -una
minoría esclarecida- y no aspiraban a más, pero creían
estar en la cresta de la ola de un nuevo movimiento
histórico; creían esto a pesar de que su hoja no llegaba al
millar de suscripciones y de que eran involuntariamente
ignorados por la opinión pública argentina (se quejaban
así de que la prensa no daba cuenta de su reaparición y
lo atribuían a una confabulación).
La Nueva República "representa en el país una
minoría. No debemos, no podemos, ni queremos ser sino
una minoría, puesto que no aspiramos a imponernos
mediante el recurso innoble de las urnas. Pero somos una
minoría que representa la voluntad de vivir en la Repú-
blica." Más aún, "en nosotros se debate la patria misma
contra las potencias de la muerte, representadas por la
perversión intelectual del liberalismo, por la corrupción
moral de la democracia"58. Elitistas, los colaboradores
del periódico descontaban que el pueblo los seguiría
como a una vanguardia iluminada. "El demos sólo sigue
a cualquier minoría que se impone y cuando lo decida-
mos nos seguirá a nosotros", escribía un ignoto Fulgen-
cio Bedoya59. Minoría al fin, el grupo fue, acaso por ello
mismo, marginado de las altas esferas del gobierno provi-
sional, donde se movían fuerzas de mayor peso e
influencia. El desencanto llegó, pues, muy pronto. En
carta a su hermano Julio, fechada el 1° de octubre de
72
1930, Rodolfo Irazusta denunciaba, iracundo, que el
nuevo gobierno "preparado y efectuado por los reaccio-
narios" es abiertamente usufructuado "por los liberales".
Alarmado, informaba a su hermano que "el gobierno
acaba de declarar hoy que no hará reforma institucional
alguna, que éstas sólo pueden ser hechas por ley del
Congreso, cuya formación se hará de acuerdo a la ley
Sáenz Peña"60.
Les habían robado la revolución, les habían robado el
Ejército, les habían robado la oportunidad. Sin embargo,
el grupo de La Nueva República se guardó muy bien de
expresar su disgusto públicamente; más aún, algunos de
sus integrantes aceptaron puestos menores en la adminis-
tración dictatorial, es decir, estuvieron dispuestos a
colaborar con un régimen que ya no les inspiraba
confianza61, acaso con la secreta esperanza de ganar
para sus ideas a Uriburu, que si bien no demoraba en
atenderlos en su despacho, parecía rechazar, con la
misma presteza, sus sugerencias.
Para fines de 1930, La Nueva República no vacilaba
en declararse partidaria de un régimen dictatorial para
"que reorganice la administración (...) pero no de
reorganizar la administración que existe sino la que
quiere el país estrangulado por el chaleco de fuerza de
los cuadros políticos administrativos del año 28."62
Al año siguiente, la hoja nacionalista creía saber ya
cuál era la mejor administración para la nueva república.
En efecto, en febrero de 1931, Rodolfo Irazusta dejó en
manos del General Uriburu un proyecto para la organiza-
ción provisional del gobierno municipal de franco corte
corporativista. Debía estar integrado por representantes
de los distintos barrios de la ciudad, representantes de
los gremios de servicios públicos, representantes de
empresas de servicios públicos, representantes del Círcu-
lo Médico, del Colegio de Abogados, de otras entidades
profesionales y del gobierno nacional. Para la elección de
los representantes de los barrios se recurriría al "sufragio
calificado" a base de residencia y afincamiento"63.
Uriburu acabó rechazando el proyecto64 pero esto no
desanimó a sus autores que, en uno de sus últimos
números de la segunda época, lanzaron un vasto plan
corporativista de organización del Estado con el que
culminaba su transición hacia una propuesta de alternati-
va que ya no se reconocía en el sistema político creado
por la Constitución.
En dicha propuesta sugerían separar el poder político
y la representación popular fiscalizadora. El poder políti-
co residiría en un senado integrado por senadores de las
provincias y de la capital, cinco tenientes generales, dos
73
almirantes, un senador por universidad, los arzobispos,
los ex-presidentes de la República y los directores de
algunas reparticiones nacionales65. La representación
popular ya no estaría encarnada por los políticos sino por
las fuerzas del capital y del trabajo en dos representacio-
nes, una agraria y otra industrial. La primera estaría
integrada por estancieros, propietarios que no explotan
la tierra directamente, colonos propietarios, colonos
arrendatarios y granjeros. Significativamente, el trabaja-
dor rural -productor por excelencia- estaba ausente del
esquema. La representación industrial estaría compuesta
por los industriales, los obreros y los artesanos66. La
representación se distribuiría de acuerdo al índice de la
producción de cada grupo, dentro de cada provincia67.
La heterodoxia había completado su ciclo. La Nueva
República proponía un modelo de república corporativa
-acaso el primer ensayo de "comunidad organizada"--
que se lanzaba a circulación en el país. La revolución de
septiembre acabó por desilusionar completan1ente a los
intelectuales nacionalistas. Próxima ésta a culminar, no
podían ocultar su desazón. "Diariamente se esperaba con
ansiedad, de los labios del jefe, la palabra que enterraría
definitivamente el pasado. Y cuando esa palabra fue una
promesa a elecciones, hubo decepción general"68.
La revolución había pactado con los políticos profe-
sionales y lo que es más grave, no había abierto las
puertas del poder69. " Los estancieros como clase no
tienen nada que ver con la oligarquía conservadora, ni
mucho menos con el gobierno provisional", concluía
Julio Irazusta70. "Las industrias madres, que constitu-
yen los intereses particulares más afines con el interés
general, quedaron, con el vuelco de la situación política,
en el mismo estado de orfandad en que siempre se
hallaron. La protección que el régimen constitucional se
mostrara incapaz de procurarles no le fue dada por el
movimiento revolucionario"71.
La Nueva República había fracasado pero un nuevo
discurso político se había iniciado en el país y el futuro
sería menos esquivo con él.
De momento, la prédica nacionalista de La Nueva
República parecía haber fracasado. Una vez más, la
infinita capacidad de tergiversación de que hacían gala
los políticos profesionales había logrado enredar en sus
maniobras y componendas a aquellos que estaban desti-
nados, justamente, a eliminarlos.
Sin embargo, su contenido autoritario y antidemocrá-
tico había sido compartido por sectores más amplios de
la sociedad argentina, afectados, como se ha visto, por la
experiencia democrática radical. Efectivamente, los ideó-
74
logos del periódico nacionalista no fueron los únicos en
confluir en torno al jefe de una revolución que se había
propuesto hacer desaparecer para siempre los factores
que habían dado vida a la "canalla" yrigoyenista. Algu-
nos oficiales del ejército, no demasiado prestigiosos;
políticos conservadores en disponibilidad desde 1916;
distinguidos desocupados en búsqueda de algún puesto
público, en la mejor tradición radical... Difícilmente
pudiera cosecharse un balance más desfavorable.
Porque la mayoría de los partidos políticos, la prensa
influyente, el ejército, la opinión pública, una vez ate-
nuada la euforia revolucionaria, no tardaron en alejarse
prudentemente de quienes, creyendo defender los intere-
ses de las clases tradicionales, parecían dispuestos a llegar
a extremos peligrosos y, al fin y al cabo, innecesarios.
A poco andar, el gobierno provisional desplegó un
plan político cuyo núcleo fundamental -la reforma
constitucional y la supresión del sufragio universal esta-
blecido por la ley Sáenz Peña- tuvo la virtud de concitar
la unánime reacción de sus adversarios abiertos (como
los radicales y más tenuemente de los socialistas y
demócratas progresistas) pero también de los que se
suponía, debían apoyarlo como co-responsables de la
revolución.
En términos generales, el plan inicial del presidente
preveía que el futuro Congreso a elegirse declarase la
necesidad de la reforma constitucional. Esta debía com-
prender: "a) La armonización del sistema tributario de
las provincias y la Nación (... ); b) Aclarar los artículos
5° y 6° en el sentido de afianzar la autonomía de las
provincias; e) Establecer la apertura y el funcionamiento
autonómico del Congreso; d) Reformar el artículo 37°
de la Constitución sobre la composición de la Cámara de
Diputados de manera que se permita al Congreso dictar
la ley electoral que responda a las necesidades del país,
sin estar impedido el Congreso por el sistema de la
pluralidad de votos; e) Asegurar más aún la independen-
cia del Poder Judicial; f) Estas reformas comprenderían
las de los artículos o incisos concordantes de la Constitu-
ción." Como condición final, el gobierno se atribuía el
derecho de presidir la aprobación de los cambios pro-
puestos como obra de la revolución72.
Los promotores de la iniciativa oficial se lanzaron
rápidamente a preparar el ambiente adecuado. A fines de
septiembre inició la campaña el ministro Matías Sánchez
Sorondo, en un banquete celebrado por la Legión de
Mayo73. Le siguieron, entre otros, Leopoldo Lugones,
amigo íntimo del presidente, un ideólogo del catolicis-
mo, Tomás Casares74 y el propio Carlos Ibarguren desde
75
Córdoba,75, quienes inundaron la prensa porteña con
argumentos favorables a la reforma.
Pero fue el mismo presidente quien produjo los
documentos más resonantes. Entre octubre y diciembre
de 1930, con mayor intensidad, Uriburu no perdió
oportunidad de explicar, ante los auditorios más diver-
sos, las bondades de su proyecto. En el Manifiesto del 1°
de octubre, el general, improvisado constitucionalista,
reveló la que sería una de sus aficiones favoritas: más allá
de la enumeración de las innovaciones que sugería,
lanzaba un ataque sistemático contra los partidos políti-
cos. Estos, sostenía, habían participado de la revolución
sin que sus autores castrenses hubieran contraído com-
promiso alguno con ellos. El movimiento -advertía más
adelante- no está destinado a "substituir hombres en el
poder" y si bien el gobierno provisional respeta las
posiciones adoptadas por los partidos, desea conocer
también el juicio de "la gran masa de opinión que no
está enrolada en aquéllos". Por lo tanto, invitaba a la
ciudadanía a adherirse a las agrupaciones que desearan
mantener intacto el régimen político o a constituir "una
nueva agrupación con carácter nacional, que proclame y
sostenga otras ideas".
Estas eran, precisamente, las que el Manifiesto enume-
raba a continuación. Las reformas constitucionales ade-
lantadas en el documento debían culminar con el "per-
feccionamiento del régimen electoral, de suerte que él
pueda contemplar las necesidades sociales, las fuerzas
vivas de la Nación (... ). Cuando los representantes del
pueblo -deducía Uriburu- dejen de ser meramente
representantes de comités políticos y ocupen las bancas
del Congreso obreros, ganaderos, agricultores, profesio-
nales, industriales, etc., la democracia habrá llegado a ser
entre nosotros algo más que una bella palabra".
Este era, en realidad, el objetivo principal del go bier-
no revolucionario. Empero, el método elegido para
alcanzarlo revelaba, por una parte, las dificultades que
enfrentaban sus autores para liberarse de las experiencias
del pasado y por otra, una más ajustada apreciación de la
fuerza política real con que podían contar. Uriburu
estaba al tanto, por cierto, de las resistencias que sus
ideas despertaban entre los partidos políticos anti-yrigo-
yenistas y aún en las filas del ejército. Por lo tanto, la
necesidad de la reforma de la Constitución debía ser
determinada por el Congreso Nacional, "elegido por la ley
Sáenz Peña (y) de acuerdo con lo preceptuado por el
artículo 30 de la Constitución Nacional"76. Si el sistema
electoral, por el momento, se mantenía intacto, la
coexistencia de un Poder Ejecutivo de facto con un
76
Poder Legislativo elegido legalmente no era "el procedi-
miento que se esperaba"77.
El Manifiesto, pese a su ambiguedad, fue elogiado por
la prensa en términos generales pero criticado en todo
aquello que su autor consideraba fundamental. Los
trascendidos de una conversación privada que habían
sostenido -en el marco de las gestiones iniciadas por el
gobierno provisional con las agrupaciones políticas-
Sánchez Sorondo y el Dr. Vicente Gallo en el sentido de
que la Constitución debía impedir la repetición de los
abusos soportados en el período precedente, habían
contribuido a crear, sin duda, un sentimiento de hostili-
dad al programa de reformas78.
A pesar de la escasa reacción favorable que había
provocado la primera manifestación pública de sus ideas,
el general Uriburu insistió en exponerlas nuevamente,
aunque frente a auditorios menos habituados a disentir.
Durante el mes de diciembre, por lo menos en dos
oportunidades, el presidente se acercó a sus camaradas
de armas para exhortarlos a brindar su apoyo al progra-
ma político oficial. Por temperamento, por formación,
pero seguramente también por necesidad, Uriburu debía
obtener el apoyo de sus pares. El 15 de diciembre, en la
Escuela Superior de Guerra, el jefe del gobierno revolu-
cionario intentó mantener una actitud más equilibrada
respecto de los partidos79. Si por una parte calificaba a
la política, con un inesperado sentido didáctico, "como
una mala palabra" para los militares y a la democracia
como imposible de ser aplicada en nuestro país (si ésta
significaba -en su versión aristotélica- "el gobierno de
los más ejercitados por los mejores'' -de acuerdo a la
cita del presidente- y nuestro país contaba con un 60 %
de analfabetos, resultaba evidente que las "minorías
inteligentes" no podrían jamás alcanzar legalmente el
gobierno), por otra parte, anunciaba complacido que
algunos partidos políticos, convencidos sin duda por los
argumentos presidenciales, reconocían ahora que la
Constitución Nacional podía ser reformada. Más aún,
había aceptado la cooperación de esas fuerzas partida-
rias, que de improviso retornaban a la honorabilidad,
porque "empezaban a comprender lo racional y lo
patriótico de los propósitos de la Revolución"80.
Al tanto de las gestiones que efectuaba su ministro
del Interior con los dirigentes políticos con el propósito
de obtener su apoyo al programa de reformas, el presi-
dente se cuidaba muy bien de diferenciar dos clases de
partidos: los patrióticos y los oportunistas. Los primeros
eran, sostuvo sin nombrarlos en la Escuela de Infantería
el 18 de diciembre, aquellos que, como los conservadores
77
y radicales antipersonalistas, parecían más dispuestos a
aceptar un acuerdo con el gobierno; los segundos, el
Partido Socialista y el Demócrata Progresista, que no
sólo no habían participado en la gesta de septiembre,
sino que reclamaban, además, elecciones inmediatas81.
Lanzado a la búsqueda de los soportes necesarios para
coronar con éxito sus afanes revisionistas, Uriburu sabía
que la comunidad militar constituía un auditorio al que
debía persuadir rápidamente. Si el presupuesto militar
no iba a ser aumentado en cifras absolutas, por lo menos
Uriburu procuraba destacar el papel decisivo que habían
cumplido las fuerzas armadas en la salvación de la patria
y el que todavía podían desempeñar...
Por ello era necesario e indispensable -afirmaba-
"que el cuerpo de oficiales del Ejército y de la Armada
preste todo su apoyo para que se pueda realizar la obra
institucional en que está empeñado el Gobierno. Esto
constituye, a mi modo de ver, una obligación imperiosa
y el cumplimiento del compromiso que hemos contraído
con el país". De cualquier modo, las fuerzas armadas
estaban por encima de "todos los partidos políticos".
"De un carácter genuinamente nacional, compuestas de
argentinos de todas clases y regiones (ellas) sirven sólo a
la Nación."82
Si los oficiales del ejército y de la armada ostentaban
esa naturaleza nacional que ningún otro sector de la
sociedad argentina podía exhibir sin mácula, era lógico
pensar que esa sociedad ''tiene obligaciones para el
cuerpo de oficiales que jugándolo todo ( ... ) ha cumpli-
do con un alto deber patriótico".83
Planteada de esta manera una especie de "división de
clases" -entre la de los ciudadanos civiles y los milita-
res- ¿podía esperarse que los partidos tan denostados
por el jefe de la revolución accedieran a brindar su apoyo
a las transformaciones del sistema institucional destina-
das a relegarlos de la vida política argentina?
En realidad, el gobierno provisional desplegó líneas
políticas alternativas y sucesivas con el propósito de
articular a los sectores que pudieran serle adictos.
Desde septiembre de 1930 hasta abril del año siguien-
te, mientras conservó cierto grado de iniciativa política,
Uriburu intentó estructurar una base para su proyecto
político que osciló desde su acercamiento inicial a la
Federación Nacional Democrática, pasando por la forma-
ción de un efímero Partido Nacional Demócrata hasta su
casi total identificación con el Partido Conservador de la
Provincia de Buenos Aires.
Efectivamente, en medio del éxtasis antiyrigoyenista
que siguió el 6 de septiembre, el nuevo gobierno había
78
cosechado significativas declaraciones de adhesión que
variaron desde las reticentes de los socialistas y demócra-
tas progresistas hasta las más explícitas de los partidos
involucrados en el movimiento84. Estos últimos confor-
maron, a fines de septiembre, la Federación Nacional
Democrática, coalición política que, poco más tarde,
había obtenido la adhesión de un buen número de
agrupaciones provinciales85. La entidad, integrada por el
Partido Socialista Independiente, el Demócrata y el
Radical Antipersonalista, reclamaba, asimismo, el retor-
no a la normalidad institucional por medio de elecciones
inmediatas86.
En este contexto puede inscribirse el Manifiesto del
1° de octubre en el que el general Uriburu exhortaba a
formar una nueva fuerza, independiente de los partidos
tradicionales. Descartando la repercusión negativa que
sin duda habría de provocar el documento en el seno de
la Federación, el gobierno se había adelantado a exten-
der sus propias redes políticas: dirigentes de tendencia
conservadora se disponían por esos días a crear un
Partido Nacional "que pueda resultar el exponente de las
ideas enunciadas por el gobierno provisional" como por
ejemplo, dar representación "a los intereses profesionales
y gremiales"87.
Como ha ocurrido tantas veces en la política argenti-
na posterior a 1930, la opinión pública pudo enterarse
de la decisión de fundar ese Partido Nacional, tan
identificado con las orientaciones del gobierno, a través
de las desmentidas de los mismos responsables. No
resulta paradójico que un primer indicio lo proporciona-
ra Leopoldo Lugones en un banquete organizado en
homenaje a los civiles ligados a la Revolución, por la
mano derecha militar del presidente, el Teniente Coronel
Emilio Kinkelín. En él, Lugones aseguró, en forma
categórica, y hablando en nombre de Uriburu, que el
gobierno no necesitaba ni deseaba un partido oficial85.
Precisamente de eso se trataba. El mismo día en que
inforn1aba de la desmentida, La Nación anunciaba tam-
bién la formación de un Partido Nacional en la Provincia
de Buenos Aires, entre cuyos promotores principales se
hallaba, nada menos que Alberto Viñas89, más tarde
célebre Director de la Penitenciaría Nacional. Finalmen-
te, la nueva entidad quedó constituida el 7 de noviembre
con propósito de buscar la ''grandeza nacional'', según lo
declaraba modestamente el manifiesto conocido al día
siguiente90.
De hecho, el flamante Partido Nacional parecía erigir-
se como un peligroso contendiente de la Federación
Nacional Democrática. Sin embargo, el "partido nuevo"
79
que se pretendía formar en torno al Gobierno Provisio-
nal estaba "muerto antes de nacer", según la gráfica
expresión- de Lisandro de la Torre. A medida que
Uriburu desplegaba su plan político, mayor era el aisla-
miento en que se encontraba." 'Le dije categóricamente
-relataba meses más tarde el dirigente santafesino- que
por ese camino (el de las innovaciones constitucionales)
perdería en quince días la inmensa opinión que lo
acompañaba y se convertiría en un prisionero de las
camarillas militares y civiles que lo estaban acechan-
do.'"91
Pero en noviembre de 1930 este resultado no era aún
del todo evidente. Por el contrario, en esos momentos,
Sánchez Sorondo intensificaba sus esfuerzos para embar-
car a los partidos de la Federación en el proyecto,
oficialista. En una conferencia celebrada con una delega-
ción encabezada por F ederido Pinedo, el ministro convi-
no en que el gobierno habría de celebrar elecciones a
comienzos del año siguiente en la provincia de Buenos
Aires y o tras a determinar92.
Sánchez Sorondo no tardó en exponer días más tarde
las distintas etapas del plan de normalización elaborado
por el Gobierno: " '( ... ) Constituiremos el gobierno de
las provincias; convocaremos inmediatamente después al
Congreso, y le someteremos en el acto de su apertura, las
reformas constitucionales y legales que habremos consul-
tado con los partidos'." Apro badas las reformas, conti-
nuaba, habría cesado 'el estado revolucionario' y podría
convocarse en ton ces a elecciones de presidente y vice de
la Nación93.
En lo que aparentaba ser un adelanto del acuerdo
inn1inente con los partidos, el Ministro sostenía: " 'No es
posible que quienes combatieron juntos en el mismo
combate no se entiendan para asegurar sus frutos. Basta
así que se disipen malentendidos, hábilmente explotados
por nuestros adversarios comunes, para que la concor-
dancia se establezca franca y absoluta'."
Ello permitirá -auguraba Sánchez Sorondo- a todos
los hombres vinculados a la Revolución formar " 'la
fuerza cívica que haga triunfar en los comicios los ideales
que nos llevaron a la brega'." Por lo tanto exhortaba a
" 'constituir el futuro edificio político sobre sólidos
cimientos institucionales y partidarios'.94"
La convocatoria oficial a conformar el frente anti-ra-
dical podía, sin duda, acercar los partidos al gobierno y
quizás suavizar la amenaza de un partido dirigido desde
la Casa Rosada. ¿Pero cómo construir los "cimientos
institucionales y partidarios" a los que hacía alusión en
el discurso?
80
Para ello resultaba indispensable que la Federación
pudiera digerir el proyecto de reformas que alentaba el
gobierno. Las gestiones de Sánchez Sorondo en ese
sentido culminaron en un éxito formal pero de hecho en
un fracaso incuestionable. Carlos Ibarguren, que en
calidad de interventor federal en la provincia de Córdoba
desarrollaba una tarea similar, recuerda en sus valiosas
Memorias los detalles de la negociación. El Ministro
chocó ante la terminante negativa de los partidos "a
reformar el artículo 37 de la Constitución en el sentido
de permitir al Congreso la sanción de una ley electoral
que, en vez de la 'pluralidad de sufragios', o sea el
sufragio universal, permitiera la representación parlamen-
taria de las fuerzas sociales organizadas en corporaciones
y gremios."95 La actitud de las agrupaciones políticas
era explicable, continuaba el influyente primo del presi-
dente, "en primer lugar, porque su aceptación hubiera
implicado la desaparición de los partidos, o por lo menos
su transformación completa; y en segundo lugar, porque
el clima no se había preparado para un vuelco institucio-
nal de esa magnitud"96.
En la práctica, los partidos habían logrado recortar el
plan de reformas -en los aspectos que sus autores
consideraban esenciales- y reducirlo así a lo que Ibargu-
ren llamaba el "programa mínimo del General Uri-
buru"97.
Simultáneamente, el interventor en la provincia medi-
terránea arribaba a un convenio similar con el Partido
Demócrata de Córdoba. Las bases del acuerdo aprobado
por la convención demócrata provincial constituyen un
ejemplo de las limitaciones que rápidamente había en-
contrado en su camino el proyecto reformista. Si bien el
organismo partidario declaraba a pro bar las reformas a la
Constitución Nacional presentadas por el Gobierno Pro-
visional dejaba sentado que debían mantenerse intactos
los " 'principios democráticos y la intangibilidad de la
ley Sáenz Peña' ". El documento ratificaba, asimismo, su
solidaridad con el gobierno pero no olvidaba demandar
el retorno al " 'funcionamiento legal de las institucio-
nes' " y la pronta " 'cesación del estado de sitio' "98.
Diluído el Partido Nacional que fuera lanzado con
escaso éxito en octubre; limitado su margen de acción
por el compromiso contraído a regañadientes con los
partidos tradicionales a fines de año, el Gobierno Provi-
sional se hallaba dispuesto, sin embargo, a persistir en la
realización de su plan inicial.
Para ello contaba, finalmente, con quienes habían
exhibido desde el principio, una actitud menos hostil a la
reforma corporativa99. Por cierto, el Partido conserva-
81
dor de la Provincia de Buenos Aires, proveedor de la
mayor parte de los funcionarios del nuevo orden septem-
brino, al alejarse de la Federación Nacional Democrática,
rompía con lo que el gobierno nacional consideraba el
frente opositor. De este modo se disponía a extraer
ventajas exclusivas de una revolución que, al fin y al
cabo, parecía pertenecerles por entero.
La maniobra conservadora no sólo revelaba cierta
continuidad con la tradición política e ideológica antirra-
dical y exiguamente democrática. A más largo plazo,
apuntaba también a alzarse con un poder político al que
no había logrado desacostumbrarse después de quince
años de forzada abstinencia.
Para ello era indispensa ble que el Partido Conservador
de la Provincia de Buenos Aires se convirtiera en el
núcleo de un nuevo movimiento político nacional. En la
declaración del 1 9 de enero de 1931, que marcó su
alejamiento de la Federación, los conservadores bonae-
renses hacían ostensible su identificación con el progra-
ma esbozado por su correligionario Matías G. Sánchez
Sorondo apenas dos meses atrás. En efecto, declaraban
solidarizarse por entero con la administración revolucio-
naria; estaban dispuestos a apoyar asimismo, la reforma
de la Constitución " 'en los puntos enunciados (por la
Federación Nacional Democrática) y lo demás que se
resuelva' ", una vez elegidos los integrantes del Congreso
Nacional por medio de comicios ejecutados con todas las
garantías legales y constitucionales100.
Una vez sancionadas las reformas -proseguía el docu-
mento-, correspondería llamar a elecciones de presiden-
te y vice de la Nación. No se trataba, como se verá,
simplemente, de asegurar la sanción de los cambios
constitucionales101.
Sin duda, los actos electorales propiciados por la
declaración hacían necesarios " 'la formación de un
partido nacional homogéneo, disciplinado y acorde en
un programa de gobierno que llene los ideales revolucio-
narios por los cuales ha bregado el pueblo conserva-
dor' ". Consecuentemente, invitaba " 'a todos los parti-
dos adheridos a la Federación Democrática y a los que se
han manifestado o se manifiesten de acuerdo con esta
idea, como asimismo, a los ciudadanos que simpaticen
con los mismos, a colaborar en los trabajos de organiza-
ción de la nueva fuerza política nacional' "102.
Como podía preveerse, el intento de conformar un
partido oficial bajo la nada suave hegemonía conservado-
ra no podía contar con la colaboración de las agrupacio-
nes que no pertenecían a esa tendencia y que para
colmo, se oponían al gobierno y a su programa de
82
reformas. Paulatinamente, radicales antipersonalistas y
socialistas independientes se negaron a integrar la nueva
agrupación y no disimularon sus críticas a la actitud del
conservadorismo103.
La alianza entre el Partido Conservador y el gobierno
era tan evidente que los mismos dirigen tes responsables
no intentaban siquiera disimularla. Por el contrario,
Rodolfo Moreno, por ejemplo, la fundamentaba con
razones de carácter ético y político: " 'No es entonces
admisible -declaraba el diario El Día- para los conserva-
dores la duplicidad política que significaría aceptar por
una parte su posición de partido gobernante y colocarse
por otra enfrente del gobierno, secundando las finalida-
des de los grupos federados que creen en la conveniencia·
o en la necesidad de la oposición'" .104 ¡Por eso había
fracasado la Federación, porque en su seno habían
surgido dos tendencias: una solidarizada por completo
con el gobierno - la de los conservadores- y otra que
tendía a oponerse a él, reafirmaba días después en plena
campaña pre-electoral!105 La unión de sus destinos a la
suerte del Partido Conservador, si parecía la única alter-
nativa que le quedaba a los afanes revolucionarios del go-
bierno fue, al mismo tiempo, la causa de su fracaso final.
Efectivamente, el retorno del "régimen" -Y sobre todo
de un sector del mismo- al poder político, no podía sa-
tisfacer a aquellos que en parte también lo integraban,
merced a su fervorosa militancia antirradical. Socialistas
independientes y radicales antipersonalistas, como he-
mos visto, actuaron en consecuencia. Los grupos milita-
res ligados a la influencia decisiva del General Justo, por
otra parte cercanos a esas fuerzas políticas, tampoco pa-
recieron recibir con entusiasmo la iniciativa.106
Pero aún en el seno de los partidarios incondicionales
del gobierno, la reacción favorable no fue todo lo
unánime que hubiera podido esperarse. Así se desprende,
por ejemplo, de las memorias de Juan E. Carulla, íntimo
colaborador del presidente provisional107. Por su parte,
Carlos Ibarguren, en un tono cargado de sordo resenti-
miento, destaca que fue el Partido Conservador de
Buenos Aires el que exigió que se apresurase la realiza-
ción de comicios, especialmente en su provincia, en la
cual daba por descontado su triunfo108.
Como sabemos, en esas elecciones piloto, celebradas
el 5 de abril de 19 31, el Partido Conservador bonaerense
sufrió, a manos de los radicales, una derrota que acabó
por arrastrar al ministro político de Uriburu y al mismo
gobierno nacional hacia su fracaso definitivo.
Si algunos penates del nacionalismo, como Carulla e
Ibarguren, veían con desagrado cómo el gobierno iba a la
83
zaga de los temibles políticos, aunque fueran conserva-
dores, lo cierto es que ni siquiera los partidos provincia-
les de esa tendencia respondieron con presteza al llama-
do de sus correligionarios de Buenos Aires. En el trans-
curso de febrero y marzo de 1931, las distintas fuerzas
conservadoras se pronunciaron respecto a su incorpora-
ción al nuevo partido de una manera sumamente mati-
zada109. En ese marco, el Partido Demócrata de Córdo-
ba podía decidir con su actitud el curso de la reorganiza-
ción del partido en el nivel nacional. Desde madiados de
febrero, los cordo beses iniciaron gestiones que los o bser-
vadores no se atrevían a calificar como favorables a la
iniciativa bonaerense o, por el contrario, opuestas a
ella110. Es presumible pensar que los conservadores del
resto del país no vieran con simpatía la ventaja inicial de
los de Buenos Aires, con su premura por lanzarse a unas
elecciones que, de darles una victoria, como se suponía,
afianzarían su tradicional hegemonía. Por otra parte,
como lo sostenía una declaración de los dirigentes
mediterráneos, la unidad del partido no era posible
"dentro de procedimientos preparados o impuestos por
una sola agrupación que no tiene por qué conocer los
distintos estados del alma nacional"111.
A pesar de las desconfianzas y recelos que las separa-
ban, hacia fines de febrero ambas agrupaciones llegaron a
un acuerdo para constituir el Partido Nacional112. Pocos
días después, en el transcurso de una asamblea de presi-
den tes de partidos conservadores de las provincias, se
designó un comité provisional, presidido por don An to-
nio Santamarina, de Buenos Aires, y se programó una
reunión plenaria de delegados para el 10 de abril en
Córdoba113.
La estrategia conservadora implicaba objetivos de más
largo alcance. Obtenido el triunfo en las elecciones del
primer estado argentino decretadas por el gobierno a
fines de febrero para el 5 de abril, en la euforia del éxito,
la reunión prevista en Córdoba determinaría la forma-
ción del gran Partido Nacional. Pero, además, ya se
mancionaba el nombre del seguro candidato presidencial.
Según rumores que recogía la prensa, algunos delegados
partidarios estaban decididos a propiciar la candidatura
del General Uriburu para presidente constitucional hasta
1934. El proyecto contaba, aparentemente, con el apoyo
de los demócratas de Córdoba y de los conservadores de
Buenos Aires114.
El minucioso engranaje urdido por los políticos del
"régimen" dependía, en última y primera instancia, del
acierto de sus previsiones con respecto a la situación del
partido radical de la provincia. Como sabemos, los
84
cálculos conservadores y oficiales f allaron de manera
irremediable.
Una visión mucho más lúcida, sin embargo, le llegaba
a Uriburu desde Madrid. Un observador ligado al presi-
dente detallaba, con notable precisión, los factores que,
a la postre, habrían de provocar el fracaso de su política.
En primer lugar, el improvisado analista destacaba los
perjuicios que ocasionaba al gobierno de la revolución su
identificación con el Partido Conservador. Aconsejaba,
entonces, "dar la sensación de que Ud. no está ligado en
1nodo alguno con el partido conservador ni con ninguno;
2) es necesario que se consiga hacer desechar la idea, por
incierta, que está tomando cada vez más cuerpo, de que
el que dirige la política es el Ministro del Interior,
política que favorece a las clases conservadoras". Con
notable agudeza advertía sobre los peligros de enajenarse
el apoyo del ejército. Recomendaba, pues, a Uriburu
"( ... ) Ponerse de acuerdo con el cuerpo de oficiales por
1nedio de sus representantes más destacados (llama la
atención de que muchos oficiales que tomaron parte
preponderan te en la revolución, van siendo enviados al
exterior del País). Y esto es menester -agregaba- por
que sino puede suceder que se enct1entre el día menos
pensado con que no le responda el ejército". Sugería,
por fin, "tratar por todos los medios de acelerar el
comienzo de las elecciones, las que deben ser en lo
posible, simultáneas y no elegirse tal o cual Provincia,
porque la gen te ve en ello el deseo de probar al
electorado con relación al partido que se cree sostiene al
Gobierno"115. Como es obvio, Uriburu no tuvo en
cuenta estos consejos. Hasta qué punto eran acertados
habrían de demostrarlo las consecuencias de las eleccio-
nes del 5 de abril de 1 931.
85
IV
86
de gobierno realizada por sus administraciones no había
sido olvidada, sostenían; los gobiernos "peludistas", por
el contrario, habían sido escasamente progresistas; la
reacción ciudadana contra el yrigoyenismo, verificada en
marzo del año anterior, se había apoyado en el conserva-
dorismo; las divisiones internas del radicalismo habían
restado, por otra parte, eficacia a su campaña; a su vez,
el oficialismo salvaba las diferencias que separaban a los
"conservadores" (Rodolfo Moreno) de los "provincialis-
tas" (Alberto Barceló); por fin, el impulso oficial que la
intervención de Carlos Meyer Pellegrini les había propor-
cionado, sumado al Manifiesto lanzado por Uriburu
fuminando a los radicales pocos días antes del comicio,
no podían dejar de ejercer una influencia favorable sobre
el electorado3.
En realidad, el presidente parecía dispuesto a conven-
cer a los radicales de que lo mejor que podían hacer era
perder las elecciones. Puso en ello todo su empeño. El 23
de marzo -en el comienzo de una campaña política
personal- Uriburu advertía a los oficiales de El Palomar
que "Los hombres del gobierno depuesto están jugando
a dos cartas: la de la conspiración y la del comicio, y
quieren llegar de nuevo al gobierno"4.
El 28, en Rosario, invitó amablemente a los santafesi-
nos a votar contra los radicales5. El 30 dedicó a la
opinión pública un nuevo "Manifiesto al Pueblo" en el
que vinculaba, un tanto burdamente, a los yrigoyenistas
con elementos anarquistas y con planes de asesinatos
masivos de los funcionarios de la revolución6.
El tono apocalíptico que utilizaba el primer magistra-
do, si no se compadecía demasiado con el hecho de que
los "conspiradores" se hallaban autorizados a participar
del acto electoral y hasta eran recibidos por la interven-
ción, sí coincidía con la visión que de la realidad social y
política argentinas atesoraban las clases tradicionales. La
escasa disciplina social que había impuesto el gobierno
anterior no constituía más que la antesala de la revolu-
ción social, comunista o anarquista. La "canalla" radical
era identificable ahora, por su peligrosidad y por sus
vinculaciones, a la turba que agitaba las banderas rojas
del caos social.
Por eso, desde un comienzo, el gobierno restaurador
se había dedicado con minucioso entusiasmo a erradicar
ambas amenazas.
¿De qué manera había podido sobrevivir el partido
radical, en abril de 1931, a la sistemática represión que
sufrió desde el 6 de septiembre?
Sin duda, el celo persecutorio exhibido por el nuevo
orden se había extendido con generosidad a dirigentes y
87
partidarios de agrupaciones de izquierda -como el parti-
do socialista, por ejemplo-, el movimiento obrero orga-
nizado y a cualquier otro posible opositor8. Bajo el
imperio del estado de sitio y de la ley marcial, el
gobierno de facto arrestó a cien tos de radicales, deportó
a numero sos extranjeros, aplicó la tortura física contra
sus opositores y fusiló a varias personas sindicadas como
anarquistas9. Pero fue el tratamiento que se dispensó al
ex-presidente Yrigoyen el que puso de manifiesto el
grado de temor y de resentimiento que eran capaces de
albergar los responsables del gobierno de la revolución.
Detenido en una unidad militar ubicada en La Plata,
desde el 6 de septiembre, Yrigoyen había sido "entera-
mente libre de ir donde quisiera, tan lejos como el estado
de su salt1d lo permitiera". Sin embargo, después de los
sucesos ocurridos en la noche del 8 de septiembre, el
gobierno decidió "aislarlo lo más que pudiera de la
posibilidad de fomentar la discordia en el país". En
consecuencia, a pesar de sus casi ochenta años, el ex
presidente fue trasladado a bordo del buque General
Belgrano por tiempo indeterminado10. Yrigoyen había
pedido permiso para trasladarse a la República Oriental
del Uruguay 11 , pero según pudo saber el embajador
nortean1ericano por comentarios del Dr. Bosch, ministro
de Relaciones Exteriores, el gobierno provisional estaba
decidido a evitar que el ex-presidente se radicara en
aquel país o en el Brasil, pues podía convertirse en un
centro de intrigas contra la nueva administración. Bosch
le confesó también que el gobierno no quería embarcar
ni confinar a Y rigoyen y que éste habría propuesto
partir para Europa12.
A mediados de septiembre se conoció la información
de que Yrigoyen permanecía arrestado y que no saldría
del país. A partir de ese momento fue trasladado en
repetidas oportunidades a diferentes buques de la arma-
da hasta que, a fines de noviembre, comenzó su prolon-
gada prisión en la isla de Martín García13.
Sea porque el gobierno de la revolución amenazaba
con fusilarlo -como asevera Félix Luna- o por su deseo
genuino de evitar derramamientos inútiles de sangre, lo
cierto es que el ex-primer mandatario hizo saber, el 16
de septiembre, a sus partidarios que "su deseo especial
era que no fuese derramada una sola gota de sangre y
que el Partido debía aceptar la presente situación". El
portador del mensaje, su sobrino Luis Rodríguez Yrigo-
yen, pudo hablar con los ex-legisladores radicales dete-
nidos en el Departamento de Policía para hacerles saber
la voluntad de Yrigoyen de que "guardaran debido respe-
to a la autoridad del Gobierno Provisional"14.
88
Por cierto, numerosos dirigentes, funcionarios y p arti-
darios del partido radical debieron soportar prisiones que
más tarde no pudieron ser justificadas con pruebas
suficientes de sus presuntos delitos. "(...) Otros han
escapado a países vecinos", informaba el embajador
estadounidense. Por ejemplo, el Dr. Horacio Oyhanarte,
ex-ministro de Relaciones Exteriores, y el Jefe de Inves-
tigaciones del Departamento de Policía, Eduardo I.
Santiago, estaban en Montevideo, aunque aquí eran
"acusados por supuestos actos de latrocinio y abuso de
autoridad"15.
De cualquier modo, apenas transcurrido un mes de su
desplazamiento del poder, los radicales yrigoyenistas
habían iniciado la tarea de reorganizar el partido con la
intención adicional de incorporar -en la medida de lo
posible- al sector antipersonalista. Hacia principios de
marzo, sin embargo, ninguno de esos propósitos había
sido alcanzado16. En la mayor parte de las provincias el
antipersonalismo -aún comprometido con la gesta revo-
lucionaria- tendía a mentener su estructura indepen-
diente o, en todo caso, a acercarse a las fuerzas conserva-
doras antes que a las yrigoyenistas17.
La situación del radicalismo de Buenos Aires, en
cambio, evolucionaba de manera diferente por la necesi-
dad de afrontar la convocatoria a elecciones efectuada
por la intervención federal.
El partido, derrotado, dividido y perseguido, reveló
una nota ble capacidad para superar las dificultades. Y
éstas no eran pocas. En primer lugar, la agrupación debía
recrear su estructura orgánica; en segundo término,
decidir otras dos cuestiones fundamentales y estrecha-
mente relacionadas. ¿Correspondía que el partido concu-
rriera al acto comicial o que, por el contrario, decretara
su abstención? En el primer caso, ¿cuál sería la fórmula
a designar?
El 15 de marzo, apenas tres semanas antes de la
elección, en una asamblea de dirigentes de toda la
provincia, se designaron los integrantes del comité pro-
vincial, los delegados ante el comité nacional y el
presidente de la convención provincia18. Lo novedoso
había consistido en que la distribución de los cargos
involucraba a dirigentes yrigoyenistas y antipersonalistas
como resultado del tacto e inteligencia con que habían
actuado los promotores de la reorganización conjunta:
Carlos Noel, Fernando Saguier, Honorio Pueyrredón,
Juan O'Farrell, José Luis Cantilo, José Tamborini, entre
otros19.
El problema siguiente era decidir la concurrencia o la
abstención: los dirigentes que sostenían esta última
89
postura argumentaban que la participación en los comi-
cios, en última instancia, implicaba legitimar el origen y la
razón de ser del gobierno de facto. Por el contrario, los
que preconizaban la actitud opuesta -finalmente adop-
tada- sostenían que la revolución "era un hecho irrever-
sible, con o sin el reconocimiento formal de sus conse-
cuencias por el partido radical"20. Por otra parte, desde
su confinamiento en Martín García, Yrigoyen instaba al
partido a concurrir21 y era, probablemente, uno de los
pocos que creía en el triunfo22.
Determinada la participación en las elecciones, la
convención debía elegir la fórmula partidaria. De esta
decisión dependía el curso futuro de las relaciones del
partido con el gobierno y, al mismo tiempo, podía
dirimir la lucha de tendencias que se agitaba en el seno
de la agrupación. Como lo ha señalado en sus memorias
un ex-secretario privado del Dr. Alvear "Si el designado
resultaba ser un ex alvearista o antipersonalista -que
dicho sea de paso, probablemente habría podido contar,
hasta cierto punto, con la neutralidad del gobierno de
Uriburu-, parece innegable que ello sería interpretado
como una especie de sanción moral contra el yrigoyenis-
mo, que, fuera de toda duda, constituía la gran mayoría
de la masa partidaria considerada en conjunto"23.
Nadie podía prever, en realidad, cuál sería el desenla-
ce. La prensa porteña, por ejemplo, manejó como proba-
bles candidatos, una serie variada de nombres: Fernando
Saguier, José de Apellániz, Marcelo Herrera Vegas, ha-
brían rehusado la nominación, lo mismo que el Dr.
Alvear, según La Nación24. Otros posibles candidatos
eran Roberto M. Ortiz, Martín Noel, Francisco Ratto u
Honorio Pueyrredón25.
Sin embargo, el grupo promotor de la reorganización
elaboraba la candidatura de Alvear quien, si bien no
podía satisfacer a todos los grupos, significaba la única
posibilidad de facilitar la unidad partidaria. "Sea como
fuere, Alvear aceptó, con la expresa condición de que su
nombre constituyese realmente un lazo de unión entre
las dos fracciones del radicalismo, y sólo así"26.
Pero la convención habría de deparar sus sorpresas.
Mientras Alvear demoraba innecesariamente su regreso
desde Europa, sectores desafectos a su dirección actua-
ron con rapidez y eficiencia. Además habían encontrado
al dirigente capaz de compensar el peso político del
ex-presidente dentro del partido y de la convención, el
Dr. Honorio Pueyrredón. La designación de este último,
por un margen muy estrecho de votos, significaba,
además, alejar las posibilidades de un acuerdo amplio
entre las dos tendencias enfrentadas del partido, y, por
90
otra parte, auguraba un agravamiento de las relaciones de
aquél con el régimen uriburista.
En efecto, Pueyrredón habría condicionado de algún
modo su aceptación de la candidatura a la decisión del
conjunto de dirigentes relevantes de todo el país de
considerar la participación en las elecciones como el
comienzo de una lucha sistemática contra el gobierno27.
En estas condiciones el radicalismo llegaba a la con-
frontación electoral. Se le brindaba una oportunidad
estupenda, no sólo de revitalizar a un partido especial-
mente apto para ese tipo de desafío, sino también de
canalizar la opinión de amplios sectores de una sociedad
que, en el conjunto de los sectores populares, poco tenía
que agradecer al gobierno revolucionario.
Por cierto, las cifras que reveló el escrutinio significa-
ron no sólo el triunfo de la fórmula radical sino también
el agotamiento y el fracaso del proyecto uriburista.
Aceptada o no formalmente la validez del pronuncia-
miento de la ciudadanía -las elecciones y sus efectos
legales serán más tarde desconocidos por el gobierno
provisional- el régimen sufrió su primera y definitiva
crisis.
Sacudido por la persistencia del sentimiento radical
-y por el lamentable fracaso de los dirigentes conserva-
dores- el elenco revolucionario debía comenzar a refle-
jar, a partir de su renovación, el cambio de la relación de
fuerzas que inevitablemente era una de sus consecuen-
cias.
Apenas se conocieron los primeros resultados del
escrutinio -que marcaban la posibilidad cierta del triun-
fo del binomio Pueyrredón-Guido- surgieron los rumo-
res de una crisis del gabinete28. Los ministros a los que
se nombraba como posibles renunciantes eran aquellos
que más comprometidos se hallaban con la campaña del
partido conservador. Sin embargo, luego de una prolon-
gada reunión de gabinete, efectuada el 13 de abril, tanto
el subsecretario del interior, Dr. Eduardo J. Bullrich
como el propio ministro Sánchez Sorondo desmintieron,
en forma categórica, cualquier posibilidad al respecto29.
Todavía al día siguiente, este último insistía en negar las
renuncias de los ministros de Justicia, Dr. Ernesto
Padilla, y de Obras Públicas, ingeniero Octavio S. Pico30,
cuando en realidad, él era el hombre más resistido del
gabinete. "Todos me piden la renuncia de Sánchez
Sorondo -se quejaba Uriburu a Lisandro de la Torre
- considerándolo el único responsable de la situación"31.
Pero el presidente se resistía a despedirlo y pareció,
como hemos visto, que su situación se hallaba consolida-
da. Pese a ello, abundaban las versiones acerca de sus
91
probables reemplazantes, en un puesto que se considera-
ba políticamente decisivo. Predominaba, por entonces, la
opinión de que el gobierno buscaría un apoyo en los
sectores radicales antipersonalistas32.
En efecto, el 16 de abril, Sánchez Sorondo presentó
la renuncia, pese a su propia resistencia y a la del general
Uriburu33. ¿Qué había ocurrido para que el jefe de la
revolución abandonara a su hombre de confianza? Este
no era hombre de ceder fácilmente. Sólo podía hacerlo
ante aquellos que, al fin y al cabo, tenían la última
palabra.
Todo permite suponer que las fuerzas armadas volca-
ron su peso en contra del ministro y sólo a cambio de su
renuncia estuvieron dispuestas a mantener su apoyo al
gobierno34. Hábilmente maniobrado por el general Jus-
to, el ejército había conminado además al general Uribu-
ru a convocar a elecciones presidenciales antes de finali-
zar el año35.
El 17 de abril, producido el desenlace de la crisis
ministerial, el encuentro de alrededor de mil oficiales
superiores de todo el país con el presidente señaló la
instauración de una relación de fuerzas que ya no
favorecía al sector uriburista. Los militares, al mismo
tiempo que declaraban públicamente su apoyo al régi-
men, no hacían más que imponerle una decisiva reorien-
tación de sus objetivos36.
Un primer indicio lo había constituído la compo-
sición del nuevo gabinete que revelaba, asimismo, quié-
nes habían sido finalmente los beneficiarios de la crisis
de abril. El 16, el general Justo se había entrevistado con
Uriburu para expresarle su absoluta adhesión; también
había rehusado el ofrecimiento de ocupar un cargo
ministerial, probablemente el de ministro del Interior37.
Esa misma noche, se anunciaba el nombramiento de
Octavio S. Pico como ministro del Interior, designación
que si bien provocó cierto estupor porque su nombre
sólo había figurado entre los posibles dimitentes38,
seguramente no se hallaba desvinculada de la sutil in-
fluencia del ex-ministro de Guerra de Alvear39.
El 17 de abril, un decreto del poder ejecutivo suspen-
dió las elecciones programadas en las provincias de Santa
Fe, Corrientes y Córdoba. En el documento, el flamente
ministro del Interior, apelaba a complicados argumentos
legales y políticos para disimular lo indisimulable: el
adelanto de la decisión de suspender los efectos de la
elección de la provincia de Buenos Aires y un llamado a
constituir un frente político que impidiese el retorno de
los radicales al poder40. Esta decisión hacía ostensible
-en la visión de un funcionario estadounidense- la
92
pérdida real de popularidad que había sufrido el gobier-
no provisional41. .
En realidad, para éste el caso era aún más grave que la
falta de apoyo popular que, por otra parte, despreciaba.
A Uriburu se le habían escapado las cartas de la mano;
había perdido su oportunidad42.
Hundido en el fracaso su proyecto de perpetuarse a
través del partido conservador43, sin apoyos de enverga-
dura para intentar un plan alternativo -como por ejem-
plo, la promoción de la candidatura presidencial de
Lisandro de la Torre- 44 , jaqueado por un ejército cada
vez más remiso a seguir sus orientaciones, U riburu
advertía impotente cómo la iniciativa se escapaba de su
control para caer bajo la influencia del general Justo. En
efecto, éste había logrado nuclear en torno suyo a las
fuerzas políticas de la disuelta Federación Nacional que,
desde abril de 1931 iniciaron los trabajos para la forma-
ción de una coalición -la futura Concordancia- dispuesta
a sostener su candidatura.45 Contaban para ello con la
influencia del ministro del Interior y de las doce renova-
das intervenciones, colocadas incondicionalmente al ser-
vicio del mismo o bjetivo46.
Pero además el futuro presidente había sabido reser-
varse el control de un sector decisivo de las fuerzas
armadas, fuerzas armadas que se insinuaban en el papel
de primeros electores de la república. Porque Uriburu
coincidía básicamente con este enfoque del papel reser-
vado a los militares es que había competido con justistas
y radicales por el dominio de la institución. Dispuesto a
ganar su apoyo, el presidente no sólo debía aplicar su
propia política proselitista a los militares, sino también
eliminar a sus rivales en el seno del arma.
En el primer aspecto, sus logros fueron lamentable-
mente magros. Hemos analizado ya las exhortaciones
patrióticas dirigidas a sus camaradas desde fines de 1930;
más tarde puso en práctica un poco publicitado sistema
de préstamos personales para oficiales que pasaban por
dificultades financieras. . . De cualquier modo, nunca
logró comprometer al grueso de la oficialidad con sus
proyectos políticos.
Más felices resultados le deparó su política de depura-
ción de oficiales yrigoyenistas. En sucesivos decretos de
septiembre y octubre de 1930, eliminó a todos los altos
oficiales en cuya fidelidad política no podía confiar:
algunos, como el teniente coronel Atilio Cattáneo, fue-
ron enviados a destinos alejados de la Capital Federal;
otros pasaron a revistar en disponibilidad, por ejemplo,
el general Severo Toranzo, ex-inspector general del ejér-
cito; no faltaron, tampoco, retiros forzosos o prisiones
93
humillantes, como la del general Mosconi, cuyos únicos
y graves delitos habían sido mantenerse leal a las autori-
dades constituídas o dirigir con éxito Yacimientos Petro-
líferos Fiscales...
Con los oficiales justistas, la actitud del presidente y
de su ministro, el general Francisco Medina, se mostró
mucho n1ás prudente. Sin embargo, entre los casos más
notorios, logró desembarazarse de los dos oficiales que el
5 de septiembre de 1930 lo habían obligado a proclamar
su respeto a la Constitución. Bartolomé Descalzo fue a
parar a la jefatura de un lejano distrito militar del
noreste; José María Sarobe, más afortunado, pudo per-
feccionar sus no escasos conocimientos políticos y mili-
tares, observando in situ la guerra chino-japonesa en el
M anchukúo...47
Uriburu, de este modo, persistía en su empeño de
convertir la inicial adhesión condicionada del ejército en
una situación más permanente. Había contado para ello
con la colaboración inmediata del grupo de oficiales que
lo acompañaba en la Casa Rosada. El secretario general
de la presidencia, teniente coronel Juan Molina, los
secretarios militares, teniente coronel Emilio Faccioni y
el mayor Angel Solari; el jefe de la Casa Militar de la
presidencia, teniente coronel Alvaro Alsogaray; los te-
nientes coroneles Emilio Kinkelín, Pedro Rocco, Pedro
Ramírez ... De los cinco comandos de divisiones, sólo
dos jefes le eran políticamente adictos, el General Fran-
cisco M. Vélez, a cargo de la V División y el General
Nicolás Accame, al mando de la III. Por cierto, un elenco
no demasiado numeroso y todavía menos brillante...
Por el contrario, su más peligroso rival, el general
Justo, parecía controlar no sólo la mayor parte de la
oficialidad sino también los comandos de tropas de
mayor poder combativo: por ejemplo, la jefatura de la II
División (Campo de Mayo) estaba a cargo del coronel
Manuel A. Rodríguez, antiguo secretario de Justo en el
Ministerio de guerra, hombre de su confianza y futuro
ministro desde 193 2. Al mismo tiempo, Justo ponía
adecuada distancia respecto del gobierno: a fines. de
septiembre de 1930 solicitó el relevo de su cargo de
Comandante en Jefe del Ejército, y pidió una amplia
investigación sobre el cumplimiento de la ley de arma-
mentos, a raíz de algunas denuncias efectuadas en su
contra48. Justo, informaba un memorándum interno del
Departamento de Estado, "no tiene una reputación de
primera clase de honestidad e integridad aún cuando era
ministro de Guerra49.
Mientras tanto, particularmente sensible a los rumores
que provenían de los cuarteles, sobre todo en relación a
94
las actividades de los oficiales sindicados como yrigo-
yenistas, el gobierno de facto pudo descubrir a tiempo
una serie de conspiraciones urdidas por militares y civiles
radicales que hubiesen debido estallar en el verano de
1930-31.
Una de ellas fue descubierta y denunciada por el
interventor nacional Carlos Ibarguren. El movimiento
-previsto para diciembre de 1930- pretendía restaurar
el gobierno de Hipólito Yrigoyen y formaba parte de un
vasto y "sangriento complot" que incluía levantamientos
simultáneos en diversas regiones del país50. Los dirigen-
tes radicales habían involucrado en la sedición a elemen-
tos "de los bajos fondos" y a cabos y sargentos del
ejército, lo que demostraba sus propósitos "anarquizado-
res"51.
Por cierto, en diciembre abundaron los rumores alar-
mistas acerca de posibles alzamientos militares. Se pro-
dujeron entonces numerosos arrestos de marinos y mili-
tares, entre ellos el de Enrique Mosconi, prontamente
liberado una vez que demostró que no tenía relación con
el general Baldrich52.
Si algunas versiones aseguraban que la Marina y el
Ejército permanecían totalmente leales al gobierno53,
otras informaciones permitían creer, por el contrario,
que existía "una perceptible insatisfacción entre los
oficiales del ejército y armada argentinas"54.
No pudo sorprender entonces que se descubriera un
nuevo intento radical en la Capital Federal previsto para
el 14 de febrero, en el marco de un aumento notorio de
las "actividades anti-conservadoras". El hecho compro-
baba las versiones de que "personalistas, extremistas y
militares descontentos están cooperando con intentos
sediciosos". Sin embargo, el embajador norteamericano,
preveía que "(...) Los numerosos arrestos (efectuados)
entre militares y civiles pospondrán y sin duda abortarán
la realización de los planes que se afirma se lanzarían a
fines de marzo. Si bien no crítica, la situación produce
serias preocupaciones al Gobierno Provisional, quien, sin
embargo) me asegura que aquéllos no representan un
peligro real". Si bien el panorama se presentaba un poco
confuso, el diplomático podía asegurar "que si ocurriese
un golpe radical éste sería de corta vida y se vería
forzado a dar lugar a un golpe conservador opuesto
conduciendo a una abierta dictadura"55.
En abril, sin embargo, el cuadro político y militar
había sufrido algunos cambios fundamentales. A partir
de ese entonces nadie podía asegurar que el presidente
contara con una sólida base en el ejército; antes bien,
nadie podía asegurar tampoco que el victorioso jefe de la
95
revolución no fu ese ya un prestigioso prisionero de sus
camaradas de armas... En efecto, los oficiales vincula-
dos a la tendencia justista observaban con preocupación
creciente cómo las consecuencias negativas que la revolu-
ción había traído al ejército, persistían más allá de lo
adecuado. La gestión de Uriburu no sólo no había
"despolitizado" al cuadro de oficiales; lo que es peor, no
parecía estar dispuesto a hacer aquella política que
favoreciera las aspiraciones del general Justo, sino otra.
"Creo que al cuadro de oficiales esta revolución le ha
hecho un gran mal", escribía quien habría de desempe-
ñar un papel relevante en la futura Argentina de la era
militar. "Será necesario que los hombres que vengan a
gobernar vuelvan las cosas a su lugar'', concluía el
capitán Perón en una carta a Sarobe56.
Esta opinión, que reclamaba un retorno del ejército a
sus tareas específicas, era una postura más generaliza-
da57. como también parecía serlo que sólo un hombre
podía llevar a cabo la tarea desde la primera magistratura
del país: el general Justo58. De hecho, un sector clave
del ejército se pronunciaba por una solución política y al
mismo tiempo, por quien la representaba más fielmente.
Justo, maniobrando con habilidad en varios campos
simultáneos, lograba alzarse con el control de un ejército
lo suficientemente politizado como para reconocer en su
seno diferentes tendencias -uriburistas, justistas, radica-
les- pero también como para advertir la necesidad de
restablecer su unidad y equilibrio en torno a quien
parecía ser el más capaz, políticamente, de lograrlo. Esta
constituía, sin duda, una de las enseñanzas más notables
de la crisis de abril. A corto plazo, la crisis había
destruido de un plumazo las ambiciones conservadoras
de identificarse con el gobierno revolucionario y con los
beneficios consiguientes; por otro lado, ayudó a disper-
sar el gabinete inicial de la administración uriburista y a
desplazar a su hombre fuerte; demostró también que el
partido radical conservaba un imprevisto arraigo entre las
masas, masas que persistían en desaprovechar las leccio-
nes de moral cívica que Uriburu se había empeñado, por
su parte, en asestarles.
La crisis política de abril había sido, asimismo, una
crisis militar. El presidente podía saber ahora por expe-
riencia lo que era un planteo militar, cómo tolerarlo y
acatarlo muy a su pesar.
Advertido, un poco abruptamente, del fracaso de la
maniobra conservadora, su único soporte político de
envergadura; presionado por esos partidos políticos em-
peñados también en no seguir sus poco amables consejos,
pero sobre todo, cercado por un ejército cada vez más
96
independiente de los designios del jefe de la gloriosa
gesta del 6 de septiembre, Uriburu y sus adictos, comen-
zaban a tomar conciencia de la imposibilidad de ordenar
marcialmente a una sociedad demasiado compleja para
las herramientas políticas e intelectuales con que conta-
ban.
Salvo que se produjera un milagro -algo bastante
improbable si tenemos en cuenta que la Iglesia se
permitió más tarde colaborar indirectamente con el
triunfo del general Justo- Uriburu estaba destinado sólo
a sobrevivir políticamente hasta entregar el poder a un
camarada de armas, es cierto, pero un camarada que se
había revelado como un político consumado.
97
V
LA POLITICA PETROLERA
DEL GOBIERNO DE URIBURU
La caída de Y rigoyen y la renuncia de Mosconi,
presentada cuatro días más tarde, implicaban la liquida-
ción del programa de nacionalización y monopolio del
petróleo en la Argentina. Era cosa sabida que el nuevo
go bierno, enterraría definitivamente la cuestión. No es
casual que las primeras en manifestarlo fu eran las propias
compañías petroleras. El Directorio de la empresa
"SOL", vinculada a la Anglo-Persian, adelantaba en su
memoria del ejercicio 1930 que "con el cambio de
gobierno es posible que la política petrolera a base del
monopolio no sea man tenida".1 La Astra era aún más
concluyente: "Por razones suficientemente conocidas la
situación de las compañías petroleras parecen presentar
un aspecto más favorable que en el año anterior, ya que
hay razón para creer que los proyectos de nacionaliza-
ción del petróleo no se materializarán".2
Es que ya el 19 de septiembre el nuevo ministro de
Agricultura, Horacio Béccar Varela, al poner en f uncio-
nes al recientemente designado Director General de
Y .P .F. había sido claro sobre el particular. En su breve,
pero expresivo discurso, Béccar Varela anunció "Que el
problema del petróleo, no obstante su real importancia,
es sólo un asunto de gobierno industrial y comercial que
de be encararse con criterio sereno, sin precipitaciones
y sin perjuicios al igual que cualquier otro problema que
afecte los intereses generales, pero que el actual Gobier-
98
no tiene el propósito de diferir su solución, para que sea
abordado por quienes lo reemplacen. La nueva ley del
petróleo -concluía- deberá ser el fruto del estudio
meditado y tranquilo de los especialistas procurando
armonizar los altos intereses de la Nación y de las
Provincias, con los bien en tendidos intereses del comer-
cio y la industria".3
El Gobierno Provisional había decidido aplazar inde-
finidamente la cuestión. Pero la certidumbre que eviden-
ciaban las compañías acerca de la actitud amistosa del
nuevo régimen no provenía simplemente de los discursos
oficiales. Se ha señalado una y otra vez que la clave
estaba en que el gobierno revolucionario flotaba en
petróleo.
Nunca habían tenido las compañías voceros tan en-
cumbrados y directos en las esferas gubernamentales
argentinas como ahora. El gabinete de Uriburu parecía el
directorio local de una empresa multinacional. Se daban
cita en él representantes de los intereses económicos
norteamericanos, alemanes y británicos operantes en el
país. Al respecto se ha insistido, con sobrada razón, por
cierto, en el hecho de que los ministros colaboradores de
la dictadura setembrina estaban en buena medida vincu-
lados a las empresas petroleras. Pero cabe señalar, aun-
que el cuadro se complique, que ninguno de ellos
representaba exclusivamente intereses petroleros. Un
análisis más detenido del grupo gobernante comprueba
nuestra hipótesis. El Ministerio de Agricultura, cargo
clave por su relación directa con la industria petrolera,
había sido confiado al Dr. Horacio Béccar Varela, aboga-
do ligado al First National City Bank, y por tanto
hombre de los intereses de Morgan; era a su vez miembro
del Directorio de la Compañía Argentina de Comodoro
Rivadavia, asociada a los Ferrocarriles Británicos; de la
compañía petrolera Río Atuel, y de la compañía Sol,
vinculada a la Anglo-Persian. Había sido también presi-
den te del directorio local de la Galena Signal Oil, firma
importadora rival de la Standard Oil. El ministro de
Relaciones Exteriores, Ernesto Bosch, había presidido
durante varios períodos el directorio de la Compañía
Industrial y Comercial de Petróleo, subsidiaria local de la
Anglo-Persian. Bosch era además Presidente de "La
Escandinavia" Sociedad Anónima Agrícola y Ganadera:
Octavio S. Pico, ministro de Obras Públicas y luego del
Interior, era directivo de la Compañía Argentina de
Comodoro Rivadavia, y por lo tanto asociado a la
Ferro carrilera de Petróleo, así como presidente de la
Compañía Petrolífera Andina.
El Secretario de la Presidencia, el teniente coronel
99
Emilio Kinkelín, había sido representante de los capita-
les petroleros alemanes en el país, particularmente de
Hugo Stinnes. Seguía siendo hombre de confianza de los
intereses alemanes, en alguna de cuyas compañías de
seguros formó parte. Su relación con la Standard Oil se
produjo en ocasión de transferirle sus cateos en Como do-
ro Rivadavia, cino años atrás. El ministro del Interior
Matías G. Sánchez Sorondo había tenido, en cambio
relaciones más estrechas con la Standard. Esta lo había
designado, junto a Rómulo Naón y Manuel Augusto
Montes de Oca, abogado de la empresa en el pleito con la
provincia de Salta. Sánchez Sorondo era además miem-
bro del directorio y lo sería de la Franco Argentina
Comercial y Financiera.
El Presidente de la Nación, alguno de cuyos parientes
estaban relacionados con la Standard Oil, representaba
sobre todo intereses financieros alemanes. Sus amigos y
colaboradores Carlos Ibarguren y Meyer Pellegrini, como
hemos visto, eran también personeros del capital alemán.
No cabe duda pues que las compañías petroleras
tenían asegurada una influencia de primer orden en las
más altas esferas gubernamentales. Tendremos ocasión
de pro bario. Pero la pregunta históricamente significativa
es hasta dónde llegó esa influencia. ¿ Cuál era el grado de
control que ejercieron sobre la política y las decisiones
de la dictadura en materia de petróleo? La respuesta no
es tan sencilla como parece. La historia del gobierno de
Uriburu no ha sido, hasta la fecha, escrita con amplitud.
En esta parte de nuestro trabajo nos proponemos dar a
conocer algunos aspectos de su actitud ante el problema
del combustible.
102
caída del gobernador Cornejo permitieron a la Standard
Oil consolidar su situación. No obstante la influencia que
la compañía tenía en el ámbito local y nacional, Y.P.F.
se decidió a hacerle frente denunciando una vez más sus
actividades y procurando afirmar las suyas en dicha
provincia. Así el 3 1 de marzo se dirige al Ministro de
Agricultura· solicitando se agoten los medios para lograr
la anulación de las concesiones y permiso para construir
un oleoducto que el trust posee en el Norte Argeritino. 9
Paralelamente pide y obtiene del Gobierno Provisional
aprobación. del convenio que la empresa ha firmado con
Salta para explotar y explorar los yacimientos de dicha
provincia a cambio del pago de una regalía del 13 %.10
Meses más tarde, en agosto 20 de 1931, Y .P.F. solicita -
aprobación del convenio celebrado con aquélla para la
explotación de la mina "República Argentina"11 Esta
vez la aprobación del Gobierno Provisional se hizo
esperar. Recién el 17 de noviembre de 1931 acuerda su
venia en todo lo que depende de su jurisdicción. La
demora tiene su explicación. El Interventor Federal
Erasmo Martínez y la Standard Oil, con la autorización
del ministro Arias, habían iniciado conversaciones que
culminaron en noviembre con un arreglo que favorecía
ampliamente a la compañía.
La importancia y trascendencia de estos convenios no
escapó, por cierto, al embajador norteamericano. La
propia compañía le impuso sus verdaderos alcances.
"Se me dice también que el acuerdo represen ta la
solución de todas las cuestiones más significativas entre
la provincia de Salta y la compañía, salvo los que se
encuentran en juicio. Antes de que la Compañía firmara
este acuerdo, las autoridades provinciales firmaron los
documentos correspondientes arreglando diversos puntos
que habían estado en disputa, fundamentalmente en
ma teria de tí tulos, de manera que aún si la legisla tura
rehusa ratificar la propuesta por una regalía del diez por
ciento a cambio de todos los impuestos por treinta años,
la cuestión más importante, desde el punto de vista de la
compañía, ha sido resuelto".12
Ratificando la apreciación del encargado de negocios,
el jefe de la Sección Latinoamericana escribe a lápiz en el
dorso del documento:
"Si este arreglo entra en vigencia solucionaría una
larga controversia y será un gran alivio para la Standard
Oil Co. Como las autoridades provinciales han recono-
cido la validez de los derechos de la compañía, todo lo
que resta en juicio debe ser de importancia secunda-
ria".13
Al conocer el texto completo de los acuerdos entre
103
Salta y la Standard Oil; el encargado· de negocios White
confirma sus juicios: "Mi informante afirma que la
situación de los asuntos de la Compañía en la provincia,
con excepción de los aún pendientes en la causa judicial,
es satisfacto ria:"
La Standard Oil había triunfado en toda la línea. Para
amortiguar la reacción de Y .P .F., que sería inevitable, el
interventor en Salta prorrogó algunos días antes, la
vigencia del decreto del 15 de octubre de 1929 que
prohibía la admisión de cateos en la zona de reserva.
Además señalaba que, dentro de dicha zona, Y.P.F.
realizaría prolijas exploraciones. Los yacimientos que
descubriera quedarían sujetos al convenio que la repar-
tición había firmado con la provincia. En suma, Y .P.F.
pagaría una regalía del 13 %; la Standard sólo el 10% y
además quedaba eximida de impuestos.
El Gobierno Nacional, por su parte, se decidió a
aprobar el acuerdo firmado por Y .P.F. para la explota-
ción de la Mina República Argentina. Ninguna de estas
medidas, empero, lograron apaciguar la indignación que
los convenios suscriptos levantaron en Y.P.F. y vastos
sectores de opinión.
El 4 de diciembre el Gobierno Provisional, en acuerdo
de Ministros, resolvía anularlos alegando que el Interven-
tor Nacional de Salta se había excedido en sus funciones.
No había tal. Las conversaciones entre Martínez y la
Standard habían sido sugeridas por el propio Ministro de
Agricultura David M. Arias. La opinión pública no
conoció, en su momento, las causas de ese súbito cambio
de actitud, el embajador sí. La Standard Oil lo impuso
de la verdad de lo ocurrido.
Un representante de la West India Oil Co., le informó
que "el Interventor en Salta hizo el acuerdo con conoci-
miento y aprobación previas del Gobierno Provisional, y
que el posterior cambio de frente por el Gobierno
Nacional se debió a la presión de los Yacimientos
Petrolíferos Fiscales... que no estaba satisfecho con la
posición dada a las compañías petroleras extranjeras en
este convenio en vista de la importancia potencial de los
campos petrolíferos de Salta"14.
La dictadura estaba, pues, impuesta de todo y dio vía
libre a su Interventor. La intervención de Y.P.F. impidió
que la acción se concretara. Es que toda la política del
interventor uriburista en Salta respecto de la Standard
Oil había causado profundo desagrado en Y.P.F. Así lo
revela la carta que, a comienzos de diciembre de 1931,
escribió el General Allaria al propio Uriburu, su "estima-
do Pepe". Allaria había buscado vanamente entrevistarse
con el Presidente para comprometerlo en un cambio de
104
rumbo en la política petrolera salteña, vanamente, deci-
mos porque, súbitamente el ''estado de salud'' de Uribu-
ru hizo imposible toda entrevista personal entre ambos
camaradas de armas.
"De un tiempo acá -escribía Allaria- la política del
gobierno en materia de petróleo no es la misma que nos
manifestó el Dr. Béccar Varela. Lo que ha sucedido en
Salta es una consecuencia de este cambio... " ¿ Y qué
había ocurrido en Salta para el alto directivo de Y .P .F.?
Entre otras cosas que el interventor en sus negociaciones
con la compañía norteamericana había producido "enor-
midades que no se pueden aceptar para acordar a la
Standard, ni a nadie cateos caducados de acuerdo al
Código... " Por otra parte, proseguía el general, "los
oleoductos acordados (a la Standard Oil) son otra enor-
midad, son verdaderos oleoductos de transporte que van
a competir y anular el ferrocarril, que entregarán a la
Standard el monopolio en toda la región y con él la
posibilidad de arruinar en su oportunidad los yacimien-
tos del Sud y del Neuquén que no podrán competir con
ella dádo sus pobres rendimientos y elevados costos de
producción; le entrega así el contralor comercial del
mercado de petróleo en el país y la economía nacional
sufrirá las consecuencias... ". Allaria finalizaba su carta
con una nota destinada a comprometer a Uriburu de su
parte. "Conozco -le decía- tu rectitud y pureza de
principios, pues perteneces a la misma escuela y de
acuerdo con ella, te manifiesto mis puntos de vista, que
en resumen son los de toda la comisión desde el primer
momento y a quien te pido recibas en cuanto pue-
das".15
Zimmermann llevó su acción contra los trusts aún
más lejos. En un audaz proyecto que elevó al gobierno
provisional -en diciembre de 1931- proponía una serie
de medidas tarifarias que herían de frente los intereses
de las grandes .firmas importadoras. En una hábil manio-
bra, el Director de Y.P.F. puso en manos de la West
India Oil Company copia del mismo y ésta se apresuró a
ponerlo en manos del embajador. La Shell-Mex y otras
compañías afectadas, en cambio, no tuvieron acceso a él.
Ello hizo creer a la Standard Oil, en un principio, que la
medida proyectada afectaría los intereses de sus rivales.
Al parecer Zimmermann había elaborado su proyecto
hacía dos meses y esperaba que el gobierno provisional
lo sancionara antes de la llegada de Justo al Poder.
"Se dice que el Doctor Zimmermann, Director de
Y.P.F., habría dicho que irá directamente al Presidente
Provisional, General Uriburu, con el proyecto, y que
cualquier influencia que la West India Oil Company u
105
otras compañías petroleras tuvieran sobre el Ministro de
Agricultura y el Ministro de Obras Públicas no les
servirán en el caso de que se apelara directamente al
General Uriburu".16
El Ministro de Agricultura había dicho que el proyec-
to no damnificaba a los ingleses. La West India Oil Co.,
confesó el encargado de negocios Warren que ''el proyec-
to había sido elaborado sobre la base de eliminarlas
prácticamente de la competencia en este terreno".
Pero el proyecto de Zimmermann también afectaba, y
mucho, a la Standard Oil.
''Asesta un golpe vital -afirmaba Warren- a los
intereses de la Standard Oil en la Argentina a raíz de la
no ratüicación de las concesiones en Salta, y por tanto,
limita estrictamente el abastecimiento de crudo a dispo-
sición de las refinerías de la Standard Oil Company
aquí''.
"La West India Oil Company -decía en otro párra-
fo- considera este paso el más importante y peligroso
que se haya dado contra sus intereses...".
En el mes de noviembre, añadía preocupado Warren,
la eficaz propaganda y publicidad de Y.P.F. logró redu-
cir, en Buenos Aires, las ventas de nafta de la Standard
en un 56 %. Las de Royal Dutch bajó a un 50 %.
"Las compañías petroleras extranjeras se inclinan a
pensar que Y.P.F., aún si el proyecto completo no sale,
podrá gracias al apoyo del Gobierno y mediante decretos
que beneficiaran su posición en la Capital Federal, gozar
de un virtual monopolio de las ventas de gasolina en la
ciudad de Buenos Aires...".
106
permisos a particulares para instalar surtidores de nafta
en la provincia.
La Standard Oil se apresuró a reclamar la revocación
de dicha medida ante el Interventor y el propio Ministro
de Agricultura.17 Ello dio ocasión para que Béccar
Varela fijara en términos más precisos la política del
gobierno sobre el particular. En una nota al Interventor,
el Ministro señalaba que mientras el gobierno depuesto,
dada su posición en el monopolio; creyó conveniente
restringir la libertad de comercio "hoy esta opinión no es
la que prevalece". El Gobierno Provisional, añadía,
considera que debe respetarse la libertad de comercio en
materia de petróleo. Mientras la instalación de surtidores
no perjudicara a Y.P.F., no debía restringirse, concluía el
Ministro. 18 La nota de Béccar Varela fue girada a las
demás provincias a pedido de la Standard Oil. Que las
palabras del Ministro no eran una simple declaración
retórica sino, más bien, un programa de acción, lo
prueba el hecho de que, al poco tiempo, a pedido del
embajador norteamericano dictaba un decreto que f acili-
taba la entrada, hasta entonces trabada, de los surtidores
Wayne. El Sr. J. H. Williams representante de la Wayne
Company se había quejado a Bliss de que el Departamen-
to de Pesas y Medidas de nuestro país ponía obstáculos a
la entrada de surtidores de nafta extranjeros.19
En mayo de 1931 la Royal Dutch Shell inauguró su
destilería en Dock Sud, con la presencia del Ministro de
Agricultura y otros funcionarios del gobierno.20 En ese
mismo mes la dictadura autorizó a la Compañía General
de Combustibles a levantar la suya en la misma localidad;
el sector privado de la industria petrolífera argentina se
afirmaba tras tres años de incertidumbre.21
Pero las compañías importadoras no las tenían todas
consigo; a comienzos de 1931 el gobierno provisional
inicia una política de elevación de los derechos aduane-
ros sobre el crudo y sus derivados importados que no
dejaría de alarmarlas. En enero de 1931 el derecho de
importación que gravaba al petróleo extranjero era de 16
pesos. El 23 de febrero ese derecho fue aumentado a 27
pesos por decreto del gobierno.22 Las firmas importado-
ras protestaron y el gobierno, haciendo caso a sus
reclamos, se avino a rebajar el derecho un tanto, deján-
dolo en 21,68 pesos la tonelada.23 Pero más tarde
volvería a la carga.
¿Cambio de rumbo?
107
gabinete revolucionario. El Ministro Béccar V arela es
ree1nplazado por el Dr. David M. Arias al par que el
justista Octavio S. Pico, entonces titular de Obras Públi-
cas pasa a Interior. La cartera de Obras Públicas pasó a
Pablo Calatayud. La entrada de Arias y Calatayud
afirn1aba la influencia norteamericana en el gobierno. El
nuevo Ministro de Obras Públicas era un alto directivo de
Firestone; su colega en Agricultura sería a su vez,
principal responsable, junto al Interventor Erasmo Martí-
nez, de los convenios entre Salta y la Standard Oil.
El 19 de julio de 1931 el nuevo Ministro de Agricultu-
ra dio a conocer, en un significativo discurso, la orienta-
ción que habría de seguir el gobierno en materia petrole-
ra:
"En materia de petróleo -dijo Arias- el país deberá
alterar sustancialmente el rumbo de la política que se ha
seguido hasta hoy. Gran parte de Chubut, el norte de
Santa Cruz, los territorios de Neuquén y de Tierra del
fuego, en toda su amplitud, y parte de la Pampa y del
Río Negro, son regiones que han quedado vedadas a la
iniciativa particular, todo ello sin contar las reservas
establecidas en Salta, Jujuy y Mendoza. Ciertamente,
contrasta la magnitud de estas reservas con la insignifi-
cancia de las zonas realmente explotadas... "
El párrafo era una clara alusión a los decretos de
reserva de Alvear y también, a las ampliaciones dispues-
tas en Tierra del Fuego y Mendoza. La crítica abarcaba
pues no sólo a la gestión de los gobiernos radicales sino a
la de sus propios antecesores. Todo hacía pensar que el
Ministro Arias estaba prometiendo una reconsideración
del problema en provecho de las compañías. Es que el
Ministro lo había dicho con toda claridad:
"Es preciso estimular la iniciativa privada. Se hace
necesario obtener la cooperación de los capitales particu-
lares. Debe ponerse término a los conflictos pendientes,
desvirtuando para honor del país, y de una vez por
todas, las fantasías echadas a vuelo con fines efectistas."
El Ministro se manifestaba partidario pues de la
coexistencia.
Arias sostuvo en el discurso que comentamos, que la
actividad particular debía ser estimulada sin otra exigen-
cia que el pago de regalías.
"Por una parte, el capital privado rindiendo al Estado
tributo de regalía. Por la otra, los Yacimientos Petrolífe-
ros Fiscales, explotando como empresa particular, las
minas que se descubran por intermedio del personal a las
órdenes de la respectiva dirección y sirviendo de control
a las explotaciones no oficiales."
En la visión del nuevo Ministro, Y.P.F. debía operar
108
como una "empresa particular" libre de todo apoyo o
estímulo oficial. El Estado se desentendía de su propia
criatura., y creía poder jugar como árbitro imparcial, y
prescindente, en la competencia que librarían ésta y sus
rivales. El programa enunciado por Arias parecía calcado
del que auspiciaban las compañías petroleras. Sólo en
dos puntos, importantes por cierto, la palabra del Minis-
tro se apartaba de las aspiraciones de estas últimas.
Reconocía la exigencia del Estado a reclamar una regalía
y daba a Y.P.F. una función de contralor sobre aquellas
Sin embargo, ya vimos cómo, en el caso Salta, el
gobierno provisional ofrecería condiciones por las cuales
el pago de una regalía quedaría ampliamente compensa-
da por otras franquicias y concesiones que estaba dis-
puesto a prodigar a manos llenas. No obstante ello, Arias
en el discurso de marras concluyó por manifestar en
términos retóricos:
"En cualquier situación, la soberanía nacional plena e
intacta por encima de cualquier derecho. He ahí el juego
armónico de los intereses y conveniencias generales."
La prensa petrolera comentó, "complacida" el discur-
so y las promesas del Ministro.24
Pero el discurso del Ministro, que parecía prometer
un futuro dorado a las empresas, no se tradujo en
beneficios concretos comparablemente grandes. El decre-
to de reserva de 1924 no fue derogado aunque hay·
constancias de que la política oficial respecto de las
compañías se había flexibilizado en provecho de éstas.
Así en su men1oria del ejercicio de 1930 la Astra
reconocía que si bien no se había derogado la reserva de
1924 "no se pone ahora trabas a la tramitación de los
títulos por derechos adquiridos y de las concesiones de
servidumbre y otros accesorios que son de vital interés
para la industria petrolífera.25
En octubre de 1931 el gobierno provisional vuelve a
elevar los derechos sobre el crudo importado a 36,3 2
pesos. La medida fue criticada por la prensa petrolera26,
pero fue, en cambio, bien recibida por las compañías
productoras, según hemos visto. La política petrolera de
Uriburu, cuyos lineamientos generales hemos expuesto
en este capítulo, debe ser estudiada con mayor profundi-
dad y detalle pero lo dicho hasta aquí revela que el
panorama es ciertamente más complejo de lo que se
había supuesto. Al hacer el balance de la gestión de
Uriburu algunas empresas petroleras no se encontraban
del todo satisfechas:
"Durante el año 1931, la situación de las compañías
petrolíferas radicadas en la República Argentina -recapi-
tulaba la Astra- no se ha modificado en cuanto se
109
refiere a las condiciones de orden legal. Se ha mantenido
el decreto del 10 de enero de 1924, en consecuencia
persiste la prohibición de otorgar a los particulares
interesados nuevos derechos de cateo y, por otra parte
continúa la absoluta base legal para las actividades
mineras de los yacimientos petrolíferos fiscales fuera de
la zona de reserva creada por la ley 5.059 ..." La
compañía Astra confiaba en que con el nuevo gobierno
-alude al de Agustín P. Justo- pronto sea derogado tal
decreto, sea sancionada por el Congreso una ley básica
para los Yacimientos Petrolíferos Fiscales y sea instituí-
do el juzgado de minas terminando así con una situación
ilegal y de incertidumbre... ''27
110
VI
EL HEREDERO DE LA REVOLUCION
Las perplejidades del gobierno revolucionario
111
presidente de facto no podría exhibir una intachable
legitimidad de origen desde el momento que una agrupa-
ción política -el radicalismo- no había podido partici-
par de la contienda electoral.
Si Uriburu, de mala gana, habíase visto obligado a
optar -en lo que parecía convertirse en su único legado
político-, por impedir el retorno de la "chusma" yrigo-
yenista, los beneficiarios de esta política creían, al fin y
al cabo, que la revolución encontraba ahora su verdadero
camino. . . La gesta depuradora del 6 de septiembre
terminaba entonces, como habrían de hacerlo otras
similares en el futuro, en unas simples elecciones presi-
denciales.
Para colmo, éstas habrían de revelar -ante los ojos
del grupo uriburista- los sólidos vínculos que las unían
todavía a un pasado y a una tradición políticas que el
gobierno provisional había jurado erradicar para siempre.
Después de todo, Uriburu -aún de modo indirecto-
había colocado el aparato del Estado a favor de una
candidatura impuesta por los partidos políticos pero más
aún por un ejército colocado en función de gran árbitro
electoral.
El nombre de Justo, en efecto, había surgido desde
un primer momento, en los círculos políticos como el
"heredero" constitucional de la administración revolu-
cionaria. Dispuesto, sin embargo, a poner cautelosa
distancia con el gobierno de Uriburu y con el tono
conservador-militar que éste adquiría rápidamente, Justo
estaba decidido a recostarse en una estructura partida-
ria, a la que no había estado ajeno años antes, que
rescatara cierto contenido popular. Un partido radical
"distinguido", comandado por el ex-presidente Alvear,
convenientemente depurado de elementos yrigoyenistas,
podría proporcionarle una aureola de político civil que
consideraba esencial. Por eso, ya en noviembre de 1930,
algunas versiones indicaban que Justo sería nominado
por el partido radical, reorganizado bajo la tutela de
Marcelo T. de Alvear1.
Cuando éste regresó a la Argentina, en abril de 1931,
las circunstancias lo convirtieron en el eje de un compli-
cado juego político en el que parecía definirse el futuro
institucional de la república.
En efecto, Alvear, no sin cierta reticencia inicial, se
erigía como el único hombre en condiciones de aglutinar
a un partido que, revitalizado por los yrigoyenistas con
su triunfo bonaerense, buscaba un jefe que supliera,
aunque fuera en parte, al viejo caudillo recluído en
Martín García. Poco a poco, pero cada vez con mayor
decisión, los radicales, algunos antipersonalistas, los más
112
yrigoyenistas, comenzaron a encontrar en el City Hotel
el nuevo puesto de comando.
¿Es que Alvear estaba dispuesto a reorganizar un
radicalismo unido, a despecho de sus declaraciones justi-
ficando la revolución de septiembre, de sus contactos
con Justo y de las amenazas que su amigo, el general
Uriburu, había creído necesario espetarle personalmen-
te?
Por cierto, Alvear., lanzado a este inédito papel de
caudillo de un partido popular, no calibró de inmediato
una situación de hecho confusa 2 . Sus amigos, Justo y
Uriburu -rápidamente convertidos de amigos en adversa-
rios- colaboraron, sin duda, a definir su postura. Justo,
como hemos visto, no despreciaba la oportunidad de
unir sus destinos políticos a un partido radical dominado
por los restos del antipersonalismo. Sus ilusiones se
desvanecieron prontamente. La Junta Reorganizadora
del City, y su jefe, Alvear, no parecían demasiado
entusiasmados con su figura. Es más, cada vez que ésta se
perfilaba en el Hotel, cosa que ocurrió con frecuencia
durante unos días, las expresiones de repudio en su
contra subían gradualmente de tono... 3 .
No más exitoso resultó el intento de Uriburu por
convencer a Alvear acerca de cuál debía ser su papel en
el proyecto reformista. En la entrevista que sostuvieron
por esos días, con el tacto político que lo caracterizaba,
el presidente abordó el punto francamente: "Mirá, Mar-
celo. Si vienes con el propósito, como espero, de reorga-
nizar tu partido con los elementos sanos que hay en él,
me parece muy bien y no te faltarán garantías para su
realización. Pero si esa reorganización piensas hacerla a
base del yrigoyenismo crudo, cuenta con que yo me voy
a oponer decididamente"4. Si Alvear condescendía a
dirigir un partido del cual estuvieran radiados los "perso-
nalistas", su "recompensa estaba enseguida asegurada:
sería el futuro presidente". Alvear se negó a todo 5 .
El jefe revolucionario, por su parte, resignado a
aceptar la persistencia de la fuerza electoral del radicalis-
mo, pareció inclinarse entonces por una candidatura de
transacción, la del Dr. Vicente Gallo, que lo acercaba al
antipersonalismo 6 . El ex-ministro de Alvear. si bien de
un zigzagueante radicalismo, aseguraba que el sector
"resentido" del partido no habría de retornar al poder 7 .
Es que Uriburu, aparentemente, se disponía hacia mayo
de 1931, a convocar las esperadas elecciones presidencia-
les y para ello había llamado a su despacho a un grupo
de juristas y al ministro del Interior8 . Sin embargo, el
decreto conocido pocos días después se limitaba a
convocar elecciones de legisladores y de los poderes
113
provinciales. Los comicios para presidente y vice queda-
ban sujetos a la condición de que las fuerzas cívicas
-antirradicales- "llegaran a una concordancia (...) y
hubieran proclamado fórmulas para la Presidencia y
Vicepresidencia de la República que signifiquen garan-
tías de orden, de paz y de progreso"9.
Si bien en el seno del gobierno no existían discrepan-
cias en cuanto a la actitud que convenía asumir frente al
radicalismo, renuente una vez más a someterse a las
directivas presidenciales, la cuestión de las candidaturas
aún no se hallaba definida. En efecto. La camarilla
justista que -según algunos protagonistas- rodeaba al
general Uriburu, presionaba a éste en el sentido de
convocar a los comicios presidenciales, pero el hecho de
que la candidatura de Justo aún no hubiese madurado lo
suficiente, pudo postergar por un tiempo la decisión.
En realidad, Uriburu no se convencía todavía de la
inevitabilidad de su fracaso. No sólo persistía en el
propósito original de introducir reformas a la Constitu-
ción10, sino que, además, a mediados de año, aún no
había sido convencido de apoyar las aspiraciones de su
camarada de armas.
Por el contrario, en mayo de 1931, el grupo uriburista
intentó un postrer esfuerzo por retomar la iniciativa
política perdida durante el nefasto mes de abril.
114
.
imponer definitivamente los principios de la revolución
uriburista. La Legión, hasta su primer cisma, ocurrido en
febrero de 1932 por obra de Juan Carulla, y aún
después, osciló entre estos no tan lejanos ex tremo s.
Desde el momento de su creación, las brigadas de la
Legión quedaron bajo el control del ejército, como
reserva de las fuerzas armadas. Sus miembros fueron
autorizados -o compelidos- a recibir entrenan1iento
militar en cuarteles del ejército y se designó a un cierto
número de oficiales regulares para que ayudasen a
organizarlas12.
De este modo, al colocar a la Legión Cívica Argentina
bajo la tutela del ejército, Uriburu pretendía propagar las
ideas antiliberales en la oficialidad "y superar sus reticen-
cias con respecto a las refo1mas autoritarias"13, que aún
seguía impulsando. Por otra parte, no podía escapar al
análisis de Uriburu que el ejército no vería con agrado la
creación de milicias que no estuvieran bajo su tutela
directa.
Sin embargo, no todos compartían la actitud cautelo-
sa del presidente. Para algunos de sus prornotores e
integrantes, la Legión se había creado con el propósito
de lanzarse de inmediato a la acción revolucionaria; la
Legión había surgido "para cooperar con el gobierno de
'facto' en el mantenimiento del orden revolucionario, no
del orden legal que, para esto están los vigilantes",
afirmaba un miembro renunciante de la organización14.
Carulla, por su parte, se quejaba retrospectivamente
de la ingerencia en la Legión de "algunos oficiales del
ejército'' que colaboraban como instructores militares15.
Pocos días después del anuncio oficial de su creación,
Carulla anunció que la entidad convocaría a un mitin de
100.000 legionarios para el 8 de septiembre con el
objetivo de "Liberar de su juramento al general Uriburu
e informarle que la verdadera opinión y el deseo fervien-
te del pueblo argentino es que presente su candidatura a
la presidencia titular de la Nación"16.
Si bien Uriburu se apresuró a desmentir las poco
prudentes declaraciones dé su colaborador17, Lisandro
de la Torre recordó tiempo después que, por entonces,
Uriburu profirió en su presencia la an1enaza de que
utilizaría a la Legión para imponerle al Congreso su plan
de reformas constitucionales18.
Se tratase de una fuerza paramilitar al servicio de los
designios dictatoriales y antidemocráticos del presidente
ó de un intento indirecto de captar al ejército y de evitar
el retorno de los radicales, lo cierto es que la Legión fue
unánimemente atacada. Más allá de la ambigüedad que
presentaban sus objetivos explícitos, la entidad era consi-
115
derada una amenaza al proceso de normalización consti-
tucional por la prensa, por los partidos políticos y por
los oficiales justistas. En una célebre carta al gobernador
de Entre Ríos, Eduardo Laurencena, Uriburu se había
visto obligado a negar que la Legión estuviese destinada a
prolongar su permanencia en el poder19. Para un promi-
nente colaborador de Justo, la Legión fue una "imita-
ción" de la "milicia f ascista"20. Otro militar de la misma
tendencia observaba con preocupación cómo un grupo
de oficiales era empleado en funciones de organización
de la entidad totalmente ajenas a su profesión21.
Las fuerzas políticas y militares que respondían a
Justo no podían ver con simpatía la nueva creación del
grupo uriburista. Los militares, porque no concebían la
existencia de otra fuerza armada22 mas que la estableci-
da por la Constitución. La Legión, en ese sentido, podía
llegar a disputarles el monopolio de la violencia. Los
partidos, a su vez, porque la entidad, con el aporte
indisimulado del aparato oficial, constituía un nuevo
factor de poder que Uriburu parecía dispuesto a utilizar
para alcanzar sus propósitos y éstos no incluían, todavía,
al ex-ministro de Alvear.
La dependencia de la Legión Cívica respecto de sus
apoyos en el gobierno era demasiado ostensible, aún,
según parece en las fuentes mismas de reclutamiento de
sus integrantes22 que, como empleados públicos estaban
al alcance del afán reclutador de sus dirigentes.
Los principios declarados de la Legión revelaban su
carácter netamente conservador. Uno de los objetivos de
su existencia era colaborar, en forma permanente, "con
las autoridades constituídas en el mantenimiento de la
seguridad pública y del orden interno". No podía faltar
tampoco el contenido nacionalista: la entidad debía
"Trabajar para el afianzamiento de la argentinidad y por
el culto de la patria, luchando contra todo factor que
atente contra la unidad social y moral del pueblo
argentino"23.
Si bien se declaraba de naturaleza .apolítica, en un
documento posterior de la Agrupación Femenina de la
Legión, afirmaba sostener los ideales de renovación
constitucional de la revolución del 6 de septiembre. Por
supuesto, las fuerzas armadas recibían un trato especial
"por la altísima función a que están destinadas". Por
ello, la agrupación se proponía "inculcar en el niño y en
el adulto el cariño y el respeto" que aquéllas merecían.
También estaba presente una elíptica referencia al
peligro social que significaban las ideas izquierdistas. La
entidad se comprometía a "Combatir las ideas disolven-
tes de la sociedad, difundiendo las ideas nacionalistas y
116
de respeto al orden, a la autoridad y a la jerarquía, en el
hogar, en la escuela y entre la masa popular".24
Antidemocrática, antirradical y anticomunista no des-
deñaba tampoco el recurso de la fuerza. La Legión
"haría cumplir por la fuerza lo que por la razón y el
orden no se hubiese podido cumplir", escribía uno de
sus adherentes a Uriburu. También lo felicitaba a él y a
sus colaboradores, especialmente al teniente coronel
Molina, "por su acción en contra del comunismo, el
'peligro an tisocial' como lo calificó monseñor de An-
drea"25.
El carácter tradicional y conservador de la Legión se
hizo ostensible también en el intento semioficial de
convertirla en una organización de alcance nacional. El
esfuerzo fue considerable y si bien no podemos calibrar
con exactitud el peso real que alcanzaron sus filiales en
todo el país, lo cierto es que grupos legionarios surgieron
en numerosas ciudades provinciales, promovidas en la
mayoría de los casos por los funcionarios de la revolu-
ción.
Tal es el caso de la provincia de Córdoba, donde su
interventor federal participaba con satisfacción a Uribu-
ru acerca del éxito seguro de la iniciativa26. Situaciones
similares se presentaban en Tucumán27, Jujuy28 y en
otras ciudades del Interior.
Pero fue quizás en la provincia de Buenos Aires,
además de la Capital Federal, donde la Legión Cívica
hizo sus mayores esfuerzos y donde una vez más pudo
caer bajo la influencia del conservadorismo más ortodo-
xo. En efecto, los dirigentes tradicionales -declaraba un
conservador desconforme- pretendían "convertir nues-
tros comités en cuarteles de cierta agrupación cuyo
programa, propósitos y orientaciones no son los que
nosotros perseguimos". Es más, los comités de la provin-
cia, en un radio de 30 kilómetros a la redonda de la
Capital, habían recibido la orden de "preparar y adies-
trar elementos" para esa organización y para el desfile
previsto el 6 de septiem bre29.
Minada en su interior por las contradicciones que no
había logrado resolver y por el agotamiento del plan
uriburista, la Legión Cívica, inevitablemente fracasó.
"Desgraciadamente para la revolución -recordará Carlos
Ibarguren- la Legión Cívica no tuvo tiempo de desarro-
llarse en toda la república ni de adquirir la importancia y
magnitud de una poderosa fuerza capaz de realizar los
objetivos perseguidos por el jefe del gobierno provisio-
nal."30
Hacia fines de 1931, los síntomas de dispersión y de
desaliento que mostraban sus filas eran evidentes. Unido
117
su destino al aparato estatal controlado por sectores del
uriburismo, debía perder poco a poco, en la medida en
que el justismo ganaba terreno, aún ese apoyo: "la
policía (por ejemplo) nos persigue y hostiliza pública-
mente en todas las oportunidades", se quejaba uno de
sus miembros. "Somos así la cabeza de turco de esta
desenfrenada democracia, el blanco de un funcionarismo
delincuente". Paralelamente, el periodismo, los partidos
políticos y la opinión pública, creaban contra la Legión
una atmósfera de "enemistad y antipatía que nos rodea
por doquier". Además "La juventud estudiosa, el ele-
mento obrero y el pueblo en general nos odia, conside-
rándonos hombres sin oficio ni beneficio alguno que, por
un mendrugo, nos alineamos para cooperar en el concul-
camiento de sus libertades".
Pero lo realmente desconcertante era que las fuerzas
armadas no habían sido conquistadas por los ideales de
la Legión, pues "nos miran con fría indiferencia (y) nos
consideran una turba"31.
El cuerpo de élite, animado por un ideal común y por
el sentido del deber revolucionario, se había convertido
con notable rapidez "en una multitud enorme e incohe-
rente, sin alma y sin disciplina", en una "muchedumbre
reclutada a la marchanta"32.
En el afán de conferirle una dimensión masiva, los
que se preciaban de desdeñar a la turba democrática, no
habían tenido tiempo de seleccionar con excesivo rigor a
sus componentes. Personajes de la más diversa catadura
creían encontrar en la Legión una fuente segura de
favores, recomendaciones y puestos públicos como re-
compensa por los servicios prestados a la revolución33.
Asimismo, un instrumento de venganza personal como
aquel legionario que por "haber sido hundido y persegui-
do, amás (sic) de haber sido robado y encarcelado por
esa 'gente honrada' que le grita a Ud. 'Dictador' " ("la
canalla, le juro, que no volverá"), se incorporó a la
Legión ''resuelto a vengarme si era preciso"34.
Con estos antecedentes, la organización estaba conde-
nada a desaparecer o, en el peor de los casos, a incorpo-
rarse al régimen poniéndose al servicio del general Jus-
to35.
Pero la causa del fracaso final de la milicia uriburista
había residido en las contradicciones propias de una
"revolución" que, al mismo tiempo, no podía descono-
cer su naturaleza conservadora. Si la Legión reconocía
como objetivo fundamental de su existencia poder
"acudir en defensa del orden público 'cuando así le sea
requerido por las autoridades constituídas de la
Nación'", tarde o temprano se hallaría ante un dilema
118
insoluble. ¿Acaso la Legión debía sostener a los "co-
rrompidos jefes" del partido radical si éstos accedieran al
poder en el futuro, o a la Concordancia, que llevaba
candidatos socialistas independientes en sus listas? O
peor aún, ¿a los líderes de la Alianza Civil, compuesta
por socialistas y demócratas progresistas? , se preguntaba
un legionario. Semejante contrasentido era el resultado
"de hacer las cosas a medias y también (...) de exhibir
bajo un disimulo legalista, lo que debió presentarse
claramente definido y a cara descubierta, como un
producto de la justificada revolución a la cual hemos
venido sirviendo"36.
La nueva frustración del uriburismo desvanecía otra
amenaza en el camino de Justo al poder. No obstante,
restaba aún determinar el papel del radicalismo. La
habilidad de Justo, según algunos; su maquiavélico cinis-
mo según otros, le permitirían poco más tarde, y en
forma simultánea, eliminar al peligroso radicalismo y
colocar, en forma definitiva, al renuente Uriburu al
servicio de su triunfo electoral.
121
elecciones presidenciales y a sostener la candidatura de
su jefe, lograron infiltrarse en el complot radical y lo
colocaron bajo su dirección. Pero hacia junio de 1931, el
ex-ministro ordenó aplazar indefinidamente el movi-
miento, en apariencia, debido a que Uriburu por fin
había aceptado su nominación55. Como sostiene Potash
en oposición a esta tesis, es discutible que Justo intenta-
ra presionar a Uriburu con la amenaza de una revolución
y que decidiera aplazarla en junio, porque en esa fecha el
presidente aún no había mudado de parecer en el sentido
de no apoyar a Justo56. Más factible resulta, por cierto,
otra explicación del mismo autor: el grupo justista
reclamó y obtuvo de Uriburu pocos días después de la
intentona de Pomar, la promesa de convocar a elecciones
de presidente a cambio de su cooperación en el aplasta-
miento de la revolución radical57.
¿Debe desecharse, entonces, la versión acerca de la
participación de Justo en la conspiración? No necesaria·
mente. En una delicada maniobra el futuro presidente
pudo alentar a un tiempo a los militares radicales a la
conspiración e incluso unirse a ella y, por otro lado,
agitar esa amenaza frente a la nariz del presidente para
hacerle pagar después a mejor precio su prescindencia en
la revolución y también su apoyo.
Los testimonios -y los indicios- en este sentido son,
por su origen, dignos de ser tenidos en cuenta.
No pudo ser casual que pocos días antes de los
sucesos de Corrientes, Uriburu hubiera tenido oportuni-
dad de conocer, de manera directa, la opinión de los
sectores claves del ejército respecto de sus planes políti-
cos y del papel que aquél podía cumplir en ellos. El 7 de
julio, en la comida de camaradería de las fuerzas arma-
das, un hombre de Justo, el coronel Manuel Rodríguez,
presiden te del Círculo Militar, pero, además, comandan-
te de la poderosa guarnición de Campo de Mayo, había
advertido severamente a aquellos que pretendieron utili-
zar al ejército con fines políticos o personales58.
Años después, un senador socialista recordaba en la
Cámara que, en 1931, estuvo a punto de incorporarse a
una conspiración dirigida contra Uriburu por el general
Justo, actual presidente de la república59.
En sus informes al Departamento de Estado, la
embajada americana aporta también información muy
valiosa sobre la revolución. En ésta se hallaban complica-
dos yrigoyenistas y alvearistas60; los primeros aliados,
inevitablemente, a elementos bolcheviques procedentes
de Moscú60.
Pero además el embajador estaba al tanto de las
consultas que numerosos oficiales del ejército efectuaban
122
al general Justo, cuyo arresto se consideraba inminente.
La noticia podía tener dos interpretaciones: o respondía
al hecho de que Justo estaba conspirando contra el
gobierno o que, por el contrario, intentaba mantener al
ejército leal al presidente62. Como vemos, no sólo los
radicales creían descubrir la mano de Justo detrás de
sus desgracias.
La abortada revolución facilitó más que nunca los
planes del antiguo director del Colegio Militar. Al mismo
tiempo, renovó el afán represor del régimen. "Hay 900
arrestos", informaba una fuente norteamericana63.
Pueyrredón, Noel y Manuel Carlés (? ) están detenidos,
mientras Alvear se encuentra bajo vigilancia policial64,
se indicaba en otro despacho.
La escalada de medidas contra los radicales -que de
paso abarcaba también a dirigentes del partido socialis-
ta- ya no se detuvo. El fracaso de la revuelta constituía,
para Uriburu, la ocasión inmejorable de eliminarlos
definitivamente de la escena política.
Para Justo, a su vez, significaba la desaparición del
único partido en condiciones de disputarle el sillón
presidencial. El 24 de julio, un decreto del presidente,
dispuso prohibir la oficialización de listas de candidatos
donde figurasen nombres de personas vinculadas al go-
bierno de Yrigoyen o implicadas en los hechos de
Corrientes; paralelamente, se clausuraron locales y publi-
caciones radicales, se arrestó a numerosos dirigentes y se
terminó por deportar a otros como Pueyrredón y Alvear.
Desarticulado el partido radical, al grupo de Justo
sólo le restaba imponer sus condiciones al jefe del
gobierno. Si bien en fecha tan· tardía como el 28 de
agosto se conoció la ampliación de la convocatoria a
elecciones de presidente y vice que exigía el justismo,
éste había obtenido esa concesión de Uriburu menos . de
una semana después del fracaso de la revolución de
Pomar, lo que corroboraría la estrecha relación que
pudo existir entre ambos hechos.
En efecto, el. 27 de julio, un despacho de la embajada
americana desmentía que pudiera instalarse en Buenos
Aires una dictadura militar. Más aún, las- elecciones
presidenciales habrían de efectuarse a muy corto plazo y
las fórmulas posibles -implícitamente los candidatos
oficiales- eran Justo-Laurencena o Justo-Julio Roca65.
Horas más tarde, el radicalismo antipersonalista anun-
ciaba la fórmula presidencial que Justo encabezaba
mientras el teniente coronel Molina, en representación
del presiden te, se encargaba de convencer a numerosos
oficiales uriburistas que la candidatura de Justo consti-
tuía una alternativa más conveniente que una civil66.
123
En definitiva, la Concordancia proclamó para las
elecciones del 8 de noviembre el nombre de Agustín P.
Justo, mientras los conservadores y los antipersonalistas
por su parte, designaban sus propios hombres para la
vicepresidencia, Julio A. Roca y José Matienzo respecti-
vamente.
La principal oposición a la Concordancia -vetados los
radicales, como se verá- la constituyó la Alianza Civil,
farmada por los socialistas y los demócratas progresistas.
Ambos partidos convinieron en sostener la fórmula
Lisandro de la Torre-Nicolás Repetto67.
Mientras tanto, el partido radical designaba, por
medio de la convención nacional, su fórmula presiden-
cial: Alvear-Güemes. Pocos días más tarde, el 6 de
octubre, ésta era vetada, con argumentos que no resis-
tían la menor crítica, por el gobierno provisional68. El
12 de octubre, los nominados presentaron sus renuncias
ante la convención nacional que resolvió no aceptarlas,
no sin antes analizar y por último rechazar soluciones
alternativas que hubiesen implicado permitir la ingeren-
cia del gobierno de facto en la elaboración de la fórmula
partidaria69. Quince días después el partido proclamó su
abstención y dio a publicidad un documento duramente
crítico del gobierno redactado por Ricardo Rojas70.
Neutralizado el partido de Yrigoyen y Alvear, a las
aspiraciones de Justo sólo se oponía la Alianza Civil,
cuyos puntos fuertes se hallaban limitados a la Capital
Federal y a la provincia de Santa Fe. Por ello, las
posibilidades del candidato "bígamo" se vieron conside-
rablemente acrecentadas. "Hasta ahora el general Justo
es el candidato más seguro -informaba el capitán Perón
a Sarobe en octubre-; la opinión sana del país, el
elemento independiente, la banca, el comercio, la indus-
tria, etc., han movilizado sus fuerzas para ponerlas al
servicio del país, prestigiando al general para presiden-
te. "71
De cualquier modo, por si no bastaran tan formida-
bles apoyos, el gobierno de Uriburu permitió aplicar a
favor del candidato militar las variadas técnicas del
fraude que una riquísima experiencia había enseñado al
partido conservador, ducho como ninguno en esos me-
nesteres72.
Con el triunfo de la fórmula Justo-Roca en el Colegio
Electoral se clausuraba la primera etapa de una década
más tarde llamada "infame". El período que hemos
considerado había contribuído a caracterizarla así de un
modo nada insignificante.
124
CONCLUSIONES
125
sectores mosconistas no fueron barridos completamente
de Y.P.F.: tal el caso del general Allaria y de Zimmer-
mann que volvieron por sus fueros y llegaron a proponer
medidas consideradas altamente lesivas por los trusts. El
sistema de reservas creado por Alvear en 1924 fue
flexibilizado pero no derogado, como querían las compa-
ñías.
Frente a logros que sólo podrían considerarse parcia-
les es natural que, al hacer el balance de la gestión
petrolera del gobierno provisional, las compañías no
estuvieran totalmente satisfechas.
El panorama emergente, pues, es ciertamente más
complejo de lo que parecía a primera vista. Sin duda, si
la política petrolera de Uriburu distó de ser lineal fue,
porque en el fondo, no había coherencia ideológica y
congruencia de intereses en el seno de la dictadura,
donde se movían grupos y sectores dispares y diversos.
Tironeado por las compañías en direcciones, a veces,
opuestas; presionado por los elementos nacionalistas que
se movían en su interior y limitado por la conciencia
nacional generada en torno al petróleo, el gobierno de
Uriburu formuló una política petrolera algo zigzagueante
entre los intereses privados y los del Estado.
Si bien las compañías no ejercieron un control absolu-
to de la política petrolera de la dictadura y no lograron,
por lo tanto, alcanzar todos sus objetivos, salieron, en
general, beneficiadas, con la sola excepción, quizás, de
las empresas importadoras. La nacionalización fue deja-
da de lado y las actividades de aquéllas en el país fueron
garantizadas por el gobierno militar.
Petróleo y política, pues, recorren cursos paralelos: el
pro ceso político y la gestión política del gobierno
provisional tienen, por ende, mucho menos que ver con
los intereses de las compañías petroleras -que desarrolla-
ban su propio juego sectorial, sin preocuparse por alentar
una. propuesta política global- que con las líneas, los
proyectos y las ambiciones de los grupos políticos que se
disputaban el poder.
El poder y sus actores. . . La élite de la sociedad
argentina -las fuerzas tradicionales en la versión de
Tomás Casares- retornaba a un primer plano que sólo
por error había abandonado displiscentemente en 1916.
El año 30 no hacía más que poner las cosas en su lugar.
Pero la Argentina posterior a ese año crucial no podía ser
la misma del Centenario.
La crisis económica y política de 1930 ponía fin a
una experiencia democrática que, pese a sus deficiencias
y contradicciones, no había pasado en vano. Para sus
protagonistas y beneficiarios directos, particularmente
126
los sectores medios urbanos, la democracia estaba ligada
vitalmente a una serie de valores y de posibilidades que
no podían reducirse exclusivamente a sus aspectos mate-
riales y económicos; también esa experiencia podía
vincularse ahora con el ejercicio de ciertas garantías y
derechos que el nuevo orden instaurado en 1930 no se
hallaba particularmente preocupado por respetar. Más
bien al contrario.
El despertar de un, por ahora difuso, sentimiento libe-
ral en amplios sectores de la población urbana de la Ar-
gentina estuvo acompañado, también es cierto, por el
surgimiento de ideas y conductas que los grupos conser-
vadores habían encontrado en modelos políticos muy
distintos y, sobre todo, en la propia experiencia traumá-
tica de la democracia radical. Como hemos visto, hacia
1930, algunos ilustres sobrevivientes de la república con-
servadora liberal no sólo renegaban de aquel liberalismo
sino que se acercaban con rapidez a posturas autoritarias
y antidemocráticas.
La democracia y sus peligros... En med.io de su crisis
de 1930, por caso ¿no iba Buenos Aires a sentir "en sus
propias carnes todas las atrocidades del bolcheviquismo
triunfador en Rusia, en Hungría, en Baviera..."? Se
preguntaba un adicto del general Uriburu. Este resultado
era inminente "si se les permitía a los detritus políticos
del yrigoyenismo su propia liquidación del desgobierno
dentro de las aguas servidas de la cloaca política, coadyu-
vando la mugre del ghetto y la invasión de la sentina
comunista". Había sido necesario impedir que "la turba
entrase por la Casa de Gobierno a un verdadero saqueo
social". La revolución, entonces, no había sido más que
una genuina "crispación de defensa social"73.
El miedo de los sectores tradicionales a esas amenazas
-y de otros que no lo eran tanto- se había trocado en
una ferocidad proporcional para eliminarlas. Las deten-
ciones arbitrarias, las torturas sistemáticas el avasalla-
miento del poder judicial, la censura, el desprecio por la
voluntad de las mayorías y por toda forma democrática
de convivencia, empezaron a ir acompañadas -en forma
creciente- por las declaraciones de amor a la patria y las
invocaciones a la familia, al hogar y a la argentinidad, es
decir, a los valores del ser nacional -como hemos
escuchado más recientemente.
En esa patria rescatada de las garras de la democracia
y del caos social -en el que la Argentina siempre parecía
a punto de caer-, en el marco de las auténticas tradicio-
nes de la nacionalidad, las fuerzas armadas desempeña-
ban un papel fundamental en tanto en ellas se condensa-
127
ban, como en ninguna otra institución, esos valores tras-
cendentes.
No fue éste, por cierto, uno de los legados más
preciados de la revolución, como tampoco podían serlo
su desprecio por la vida humana (por lo menos las de sus
potenciales enemigos) y la concepción totalitaria que
comenzaba así su largo camino de éxitos en la Argentina.
El proceso político inaugurado por la revolución
produjo, pues, sus cambios y continuidades en relación
con la experiencia precedente pero, además, estuvo
caracterizado por una relativa au tonomía del juego de
los intereses. Este hecho resulta en sí mismo revelador
de la complejidad de la estructura del poder y de la
acción política que no hemos acostumbrado a ver como
una variable dependiente de las estructuras económicas
cuando en realidad tiene su propia especificidad y su
propia dinámica in terna.
Los hom bres del 30 -y no sólo ellos- hacían política
también por razones políticas. Esto que era obvio antes
de Marx ha dejado de serlo desde entonces. La historia
política argentina debe ser revalorizada, pero a condición
de abandonar de una vez, y acaso para siempre, su
obsesión por confinarse al mero relato de los hechos
políticos, en el marco de un paupérrimo encuadre que
quiere ser interpretativo y que en realidad no ha pasado
de ser, en muchos casos, un simple despliegue de juicios
de valor o un mero ejercicio de militancia retrospectiva.
128
NOTAS
CAPITULO I
1
La Epoca, 23 de marzo de 1930, p. 1. Estados Unidos de
América. National Archives. Department of State (en adelante,
EUA, NA, DS). 835.6 363/345. White al Secretario de Estado. 1°
de abril de 1930.
2
La Epoca, 23 de marzo de 1930, p. 1.
3
Gran Bretaña. Foreing Office (en adelante, GB/FO) 371
A 5224/666/2. Sir Ronald Macleay a Henderson (FO), 10 de
julio de 1930. Según el embajador británico en la Argentina, los
resultados electorales indicaban que el presidente y su gobierno
estaban perdiendo respaldo entre sus antiguos partidarios: al
tiempo que se agudizaba la abierta oposición de la "clase
terrateniente conservadora" también aumentaba el descontento
"de las clases profesionales y comerciales". Los documentos
procedentes del Foreign Office nos han sido proporcionados, a
nuestro pedido, por el profesor Raúl García Heras, a quien
agradecemos su amabilidad.
4
Véase, Carlos A. Mayo, Osvaldo Andino y Fernando
García Molina. La diplomacia del petróleo (1916-1930). (2a. ed.)
Buenos Aires. Centro Editor de América Latina, 1983. (En.
Biblioteca Política Argentina, 24), p. 147-150.
5
José María Sarobe. Memorias sobre la revolución del 6 de
septiembre de 1930. Buenos Aires, Gure, 1957.
6
Félix Luna. Yrigoyen. Buenos Aires, Desarrollo, 1964, p.
363.
7
EUA, NA, DS, 835.00/468. Bliss al Secretario de Estado,
3 de septiembre de 1930.
8
Francisco Reynolds. La revolución del 6 de septiembre
de 1930. Acción militar. Buenos Aires, Ismael Colombo, 1969,
p. 22- 3. El director del Colegio Militar describe sus actividades
previas a la revolución con el propósito de producir el reemplazo
de Yrigoyen por el vicepresidente aún apelando al "golpe de
Estado".
9
EUA, NA, DS, 835.00 Revolutions/12. Bliss al Secretario
de Estado. Septiembre de 1930.
10
EUA, NA, DS, 835.00 Revolutions/1. Bliss al Secretario
de Estado, 6 de septiembre de 1930.
11
EUA, NA, DS, 835.00/4 76. Agregado Naval al Secretario
de Estado, 2 de septiembre de 1930.
12
Al parecer un testigo presencial describió así la escena:
"Una delgada columna de cadetes se movía lentamente entre dos
129
líneas de automóviles llenas de civiles, en su mayoría jóvenes,
que se alentaban mutuamente. En las veredas, la muchedumbre
se sumó a los vítores y cantó el Himno Nacional. La multitud era
tan gruesa, sin embargo, que era difícil ver la Plaza Congreso. La
impresión general de esta escena puede describirse como si fuera
la del triunfo del equipo local. Pero al minuto siguiente todo el
panorama cambió. Alguien anunció un inminente tiroteo, la
multitud empezó a disolverse rápidamente y en un instante
comenzó una formidable serie de descargas, incluyendo ametra-
lladoras y fuego de artillería. Esto duró 20 minutos y fue la
causa de más de 100 víctimas, de las cuales una décima parte
murió." EUA, NA, DS, Revolutions/12. Bliss al Secretario de
Estado, septiembre de 1930.
13
Ibídem
14
EUA, NA, DS, 835.00/476. Agregado Naval al Secretario
de Estado, 2 de septiembre de 1930.
15
EUA, NA, DS, 835.00 Revolutions/24. Bliss al Secretario
'
131
42
Paul Goodwin. Los ferrocarriles británicos y la U.C.R.
Buenos Aires, La Bastilla, 1974, p. 284-5.
43
FB/FO. 371 A 4939/666/2. Sir Ronald Macleay a Mr.
Craigie (FO). Carta privada y confidencial, 28 de junio de 1930.
44
RA. Sociedad Rural Argentina. Anales. 1° de mayo de
1929, p. 247.
45
The Review of the River Plate. 30 de agosto de 1929, p.
711.
46
GB /FO. 3 71 A 3967 /5 2/2. Sir Malcolm Robertson al FO,
16 de mayo de 1929.
47
The Times (Londres). 9 de septiembre de 1929, p. 12.
48
The Times (Londres). 11 de septiembre de 1929, p. 12.
49
Jorge Fodor y Arturo O'Connel. La Argentina y la
economía atlántica en la primera mitad del siglo XX. En,
Desarrollo Económico. Revista de Ciencias Sociales, Abril-Junio
de 1973, v. 13, N° 49, p. 38.
50
RA. Congreso Nacional. Diario de Sesiones de la Cámara
de Diputados. Año 1929, 12-13 de diciembre de 1929, p. 440 y
ss., y Diario de Sesiones de la Cámara de Senadores. Año 1930,
21 de enero de 1930, p. 203-4.
51
GB/FO. 371 A 3752/52/2. Sir Malcolm Robertson a Mr.
Craigie (FO). Muy confidencial, 10 de mayo de 1929.
52
GB/FO. 371 A 3329/52/2. Sir Malcolm Robertson al
FO., 16 de mayo de 1929.
53 The Times (Londres), 9 de septiembre de 1929, p. 12.
54
GB/FO. 371 A 4939/6666/2. Sir Ronald Macleay a Mr.
Craigie (FO). Carta privada y confidencial, 29 de junio de 1930.
55
GB/FO. 371 A 5224/666/2. Sir Ronald Macleay a Hen-
derson (FO). 10 de julio de 1930.
56
GB/FO. 371 A 674S/666/2. Sir Ronald Macleay a Mr.
Craigie (FO), 25 de septiembre de 1930.
57
The Economist, 13 de septiembre de 1930, p. 48.
58
EUA. New York Times, 7 de septiembre de 1930, p. 1.
59
EUA, NA, DS, 835.00 Revolutions/3. Bliss al Secretario
de Estado, 26 de septiembre de 1930. El gabinete inicial del
gobierno del general Uriburu estuvo integrado por: Horacio
Béccar Varela (Agricultura); Enrique S. Pérez (Hacienda); Matías
G. Sánchez Sorondo (Interior); Octavio S. Pico (Obras Públicas);
Ernesto Padilla (Instrucción Pública); Ernesto Bosch (Relaciones
Exteriores); Francisco Medina (Guerra); Abel Renard (Marina).
60
CFR. Guía de Sociedades Anónimas, años 1928-1929.
132
Quién es quién en la Argentina. Biografías Contemporáneas.
Buenos Aires, Guillermo Kraft, 1937 y siguientes ediciones.
61
Carlos Ibarguren. La historia que he vivido. Buenos Aires,
Eudeba, 1969, p. 363. Infor1nación sobre la carrera militar de
Uriburu se encuentra en Mayo, Andino y García Molina. La
diplomacia, etc., op. cit., p. 140-2 y sobre todo en RA. Archivo
General del Ejército. Teniente General José Félix Uriburu. Foja
de Servicios N° 13. 200.
62
Debemos las referencias a los intereses alemanes a la
amabilidad del licenciado Carlos Marichal.
63
Celoso cumplidor de sus deberes de poderoso empresario,
Meyer Pellegrini no tenía empacho en mezclar sus intereses
privados con los del cargo público que desempeñaba. En una
carta a su amigo el presidente (con el membrete de la Interven-
ción Nacional) de octubre de 1930, le solicitaba su mediación
para que la compañía alemana Transradio Internacional, de la
que él era vicepresidente, tuviera a su cargo la comunicación
telefónica que Uriburu tenía previsto sostener con el presidente
Hindenburg. Esta había sido atribuida, inicialmente, a una empre-
sa competidora de origen norteamericano. República Argentina.
Archivo General de la Nación. Archivo del General José Félix
Uriburu (en adelante, AGN, AGU). Legaj o N° 8, Documento N°
4 2. Carlos Meyer Pellegrini al General Uriburu. La Plata, 3 de
octubre de 1930.
64
The Economist, 13 de septiembre de 1930, p. 487.
65
The Statist, 20 de septiembre de 1930, p. 413.
66
GB/FO. 371 A 6405/666/2. Sir Ronald Macleay a Hen-
derson (FO). 7 y 8 de septiembre de 1930.
67
The Times (Londres), 12 de septiembre de 1930, p. 12;
New York Times, 8 de septiembre de 1930, p. 1.
68
EUA, NA, DS, 835.00 Revolutions/2. Bliss al Secretario
de Estado, 7 de septiembre de 1930.
69
EUA, NA, DS, 835.00 Revolutions/3. Bliss al Secretario
de Estado, 8 de septiembre de 1930.
70
New York Times, 10 de septiembre de 1930, p. 1.
71
EUA, NA, DS, 835.00 Revolutions/3. Bliss al Secretario
de Estado, 8 de septiembre de 1930. The Times (Londres), 12 de
septiembre de 1930, p. 12.
72
EUA, NA, DS, 835.00 Revolutions/3. Bliss al Secretario
de Estado, 8 de septiembre de 1930.
73
GB/FO.371 A 6006/666/2. Sir R. Lindsay al FO.,
Washington, 10 de septiembre de
1930.
74
GB/FO. 371 A 6008/666/2. Sir Ronald Macleay a Mr.
133
Craigie (FO), 25 de septiern bre de 1930.
75
New York Times, 13 de septiembre de 1930, p. 3.
76
GB/FO. 371 A 6745/666/2. Sir Ronald Macleay a Mr.
Craigie (FO), 25 de septiembre de 1930.
77
New York Times, 8 de septiembre de 1930, p. 1. El 11 de
septiembre el jefe del gobierno provisional recibió al Presidente
de la Cámara y Exhibición Británicas a· quien había asegurado el
apoyo gubernamental a la Exposición. The Times (Londres), 12
de septiembre de 1930, p. 12; poco después, la embajada
argentina en Londres emitía un comunicado en el mismo
sentido. The Times (Londres), 16 de septiembre de 1930, p. 12.
78
New York Times, 13 de septiembre de 1930, p. 3.
79
EUA, NA, DS, 835.00 Revolutions/11. R. Atherton
(Cónsul de la embajada americana) al Secretario de Estado,
Londres, 16 de se.ptiembre de 1930.
80
EUA, NA, DS, 835.00 Revolutions/5. Bliss al Secretario
de Estado, 9 de septiembre de 1930 y 835.00/476. Agregado
Naval al Secretario de Estado, 2 de septiembre de 1930.
81EUA, N.A, DS, 835.00 Revolutions/5.Bliss al Secretario
de Estado, 9 de septiembre de 1930. New York Times, 10 de
septiembre de 1930, p. 1 y 11 de septiembre de 1930, p. 1.
82 New York Times. 11 de septiembre de 1910, p. 4.
83 Ibídem.
84
EUA, NA, DS., 835.00 Revolutions/7. Castle a Bliss.
Washington, 13 de septiembre de 1930, y New York Times, 9 de
septiembre de 1930, p. 2.
85
EUA, NA, DS, 835.00 Revolutions/8. Bliss al Secretario
de Estado, 14 de septiembre de 1930. El Agregado Militar había
redondeado también su juicio al respecto. Ver, EUA, NA, DS,
835.00/4.78. Agregado Militar al Secretario de Estado, 10 de
septiembre de 1930.
86
EUA, NA, DS, 835.01/8. Bliss al Secretario de Estado, 11
de septiembre de 1930.
87
EUA, NA, DS, 835.01/30. Castle a Cotton y White.
Washington, 15 de septiembre de 1930.
88
EUA, NA, DS, 835.01/32. Castle al Secretario de Estado.
Washington, 16 de septiembre de 1930 y GB/FO. 371 A
6008/666/2. FO. A Cockram, Londres, 16 de septiembre de
1930.
89
EUA, NA, DS, 835.01/18. Bliss al Secretario de Estado,
16 de septiembre de 1930 y 835.01/20. Stimson a Bliss,
Washington, 16 de septiembre de 1930.
134
90
EUA, NA, DS, 835.01/28. Comunicado de prensa. Wa-
shington, 17 de septiembre de 1930 y New York Times, 18 de
septiembre de 1930, p. 1.
91
The Times (Londres), 18 de septiembre de 1930, p. 12.
92
Fodor y O'Connell. La Argentina, etc., op. cit.
93
Javier Villanueva. Econmic development. En, Prologue to
Peron. Argentina in Depression and War, 1930-1943. Berkeley-
California, University of California Press, 1975, p. 60.
94
Ibídem, p. 60-1.
95
EUA, NA DS, 711.35/00. Agregado Militar al Secretario
de Estado 27 de junio de 1930.
96
Ibídem
97
CFR. The Times (Londres), 12 de septiembre de 1930, p.
12.
98
Jorge A. Difrieri. Moneda y bancos en la República
Argentina. Buenos Aires, Abeledo-Perrot, 1967, p. 179.
99
Ibídem, p. 185.
100
Roland T. Ely. Hoover y Uriburu ante la gran depresión.
En, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Departamento de Historia. Trabajos y Comunicaciones. Nº 21.
La Plata, Universidad Nacional, 1972, p. 102. Otras medidas
favorables a la industria nacional pueden encontrarse enumneradas
en La Obra de laRevolución. Reseña sintética de la labor
desarrollada. 6 de septiembre 1930-1931. Buenos Aires, c. 1931.
101
Ely. Hoover y, etc., op. cit., p. 91-92. De este modo,
entre 1931 y 1935, la Caja de Conversión aceptó alrededor de
4.500 millones de pesos (papel moneda) en documentos comer-
ciales que le entregaban los bancos del país, a cambio de los
cuales emitía papel moneda.
102
Ibídem, p. 104.
103
Un análisis de la situación financiera puede encontrarse
en La Nación. "Las finanzas nacionales y la moneda", 4 de
octubre de 1930, p. 8.
104
Difrieri, Moneda y, etc., op. cit., p. 181.
105
Villanueva, Economic, etc., op. cit., p. 63-4.
106
CFR. Ely, Hoover y, etc., op. cit., p. 106-8.
107
Ibídem, p. 108.
108 Ibídem,
p. 110.
109
Hiroshi Matsushita. Movimiento obrero argentino,
1930-1945. Sus proyecciones en los orígenes del peronismo.
135
Prólogo: Rubén H. Zorrilla. Buenos Aires, Siglo Veinte, 1983, p.
80 y ss.
110
Rouquie señala que en abril de 1931, una federación
patronal solicitó al Ministerio del Interior que se anulara la ley de
descanso dominical. Alain Rouquie. Poder militar y sociedad
política en la Argentina. T. I, Buenos Aires, Emecé, 1981, p.
224.
111
Tulio Halperín Donghi. Crónica del período
(1930-1960). En, Argentina, 1930-1960. Buenos Aires, Sur,
1961, p. 32.
CAPITULO II
1
Henrietta M. Larson-Evelyn H. Knowlton y Charles S.
Pople. New Horizons. History of Standard Oil Company (New
Y ersey). 1927-1950. New York, Harper and Row, 1971, p.
59-60.
2
Ibídem
3
Christopher Tugenhadt. Petróleo: el mayor negocio del
mundo. Madrid, Alianza, 1968, p. 117.
4
Kendrick A. Clements. Herbert Hoover and Conversation,
1921-33. En, American Historical Review, Vol. 89, N° 1, 1984,
p. 78-9.
5 Tugenhadt. Petróleo, etc., op. cit., p. 123-4.
6
Ibídem p. 127. Larson y otros. New Horizons, etc., op.
cit., p. 309. John M. Blair. The control of oil. New York,
Vintage Books, 1978, p. 54-5.
7
Tugenhadt. Petróleo, etc., op. cit., p. 127.
8 Larson y otros. New Horizons, etc., op. cit., p. 309-10.
9
Ibídem, p. 310.
10 Ibídem
11
Harvey O'Connor. El imperio del Petróleo. Buenos Aires,
Palatina, 195 8, p. 75.
12
Ibídem, p. 77.
13
Clements, Herbert Hoover, etc., op. cit., p. 78.
14
Larson y otros, New Horizons, etc., op. cit., p. 64.
15
Clements, Herbert Hoover, etc., op. cit., p. 78. O'Connor,
El imperio, etc., op. cit., p. 77.
16
Clements, Herbert Hoover, etc., op. cit., p. 79.
17
O'Connor, El imperio, etc., op. cit., p. 75.
136
18
Tal es el caso de las Compañías Sol y Argentina de
Comodoro Rivadavia.
19
Fernando García Molina- Osvaldo Andino y Carlos A.
Mayo. Las inversiones extranjeras en la industria del petróleo
argentino (1907-1927). Buenos Aires, Centro Editor de América
Latina, 1974. (En, El País de los Argentinos, N° 60), p. 235.
20
Larson y otros, New Horizons, etc., op. cit., p. 38.
21
García Molina, Andino y Mayo. Las inversiones, etc., op.
cit., p. 235.
22
Mayo, Andino y García Molina. La diplomacia, etc., op.
cit., p. 26.
23
Ibídem.
24
Ibídem.
25
Larson, New Horizons, etc., op. cit., p. 38.
26
García Molina, Andino y Mayo, Las inversiones, etc., op.
cit., p. 232.
27
Ibídem.
28
EUA, NA, DS, 835.6363/284. Riddle al Secretario de
Estado.
29
García Molina, Andino y Mayo. Las inversiones, etc., op.
cit., p. 232.
30
Ibídem, p. 235.
31
Business Conditions in Argentina. Octubre de 1924, p. 13.
32
García Molina, Andino, Mayo. Las inversiones, etc., op.
cit., p. 230 y 235, y el excelente trabajo de nuestro ex-alumno
Omar Cerdeira.
33
Mayo, Andino y García Molina. La diplomacia, etc., op.
cit., p. 50.
34
Ibídem, p. 123.
35
Congreso Nacional. Diario de Sesiones de la Cámara de
Diputados. Año 1927, 14 de julio de 1927, p. 221.
36
Ibídem, p. 234.
31
Ibidem, p. 229.
38
Ibídem, p. 236.
39
Mayo, Andino, García Molina, La diplomacia, etc., op.
cit., p. 56.
40
The British Chamber of Commerce. Monthly Journal.
Febrero de 1930, p. 25.
137
41
Véanse las Guías de Sociedades Anónimas de los balances
publicados por estas compañías de fines de la década del 20.
42
La Nación. 13 de noviembre de 1928, p. 9.
43
Boletín Oficial de la Bolsa de Comercio. 9 de enero de
1928. p. 111.
44
Boletín Oficial de la Bolsa de Comercio. 26 de rnayo de
1930,p. l.422.
45 Véase
por ejemplo, Revista Petróleos y Minas.
46
Business Conditions, enero de 1932, p. 18.
47
Ibídem.
48
Mayo, Andino, García Molina, La diplomacia, etc., op.
cit. p. 124-5.
49
Business Conditions, enero de 1930, p. 31.
50
Boletín Oficial de la Bolsa de Comercio, julio de 1932, p.
52.
51
Boletín Oficial de la Bolsa de Comercio,. 1° de junio de
19 31, p. 611.
52 Ibídem.
53
Boletín Oficial de la Bolsa de Comercio, 23 de mayo de
193 2, p. 539.
CAPITULO III
1
El caso de Carlos Ibarguren es ilustrativo.
2
Cuando hablamos de conservadores nos referimos no sólo
a los miembros del partido conservador sino también a todos los
que, desde el antipersonalismo al socialismo independiente, se
situaron a la derecha del espectro político con el ascenso de
Yrigoyen; incluímos aquí, asimismo, a los personajes de extrac-
ción radical que, como los Irazusta, se pasaron a posiciones
autoritarias.
3
Julio Irazusta. Memorias (Historia de un historiador a la
fuerza). Buenos Aires, Ministerio de Cultura y Educación. Secre-
tarla de Estado de Cultura. Ediciones Culturales Argentinas,
1975. (En, Colección Autobiografías, Memorias y Recuerdos), p.
185.
4
El pensamiento político nacionalista. Antología seleccio-
nada y comentada por Julio Irazusta. I. De Alvear a Yrigoyen.
Buenos Aires, Obligado Editora, 1975, p. 12.
138
5
El pensamiento polftico nacionalista. Antología seleccio-
nada y comentada por Julio Irazusta. II. La Revolución de 1930.
Buenos Aires, Obligado Editora, 197 5, p. 35-6.
6
Ibídem, p. 35. En un libro muy interesante sobre el tema
de los nacionalistas, María Inés Barbero y Fernando Devoto
señalan un artículo escrito por Rodolfo Irazusta en diciembre de
1929 como un momento decisivo de su reinterpretación casi
revisionista del pasado argentino. María Inés Barbero y Fernando
Devoto. Los nacionalistas ( 1910-193 2). Buenos Aires, Centro
Editor de América Latina, 1983. (En, Colección Biblioteca
Polftica Argentina, 9), p. 80-1.
7
El pensamiento político, etc., op. cit., T. II, p. 34.
8
Ibídem, p. 49. Tomás D. Casares, prestigioso filósofo
católico adicto al gobierno revolucionario, se explayaba sobre los
males de la educación liberal (y del liberalismo en general) en
una carta dirigida al presidente provisional. Con referencia a un
grupo de alumnos universitarios que iba a ser deportado, Casares
le recordaba a Uriburu que "esa juventud está pagando las culpas
de una cultura liberal anarquizante cuyas consecuencias fueron
poco notables mientras la dirección del país estuvo en manos de
una oligarquía inteligente y culta pero que tenía que estallar,
como ha estallado, no bien cedieran un poco las fuerzas tradicio-
nales". La "culpa" no era de los jóvenes "sino de quienes les
enseñaron a afirmar la autonomía individual por encima de todo
-y esos maestros vienen desde la implantación de la enseñanza
laica, y de la simultánea campaña descristianizante que no dejó
nada por secularizar". AGN, AGU. 12, 166. Tomás D. Casares al
general Uriburu. Buenos Aires, 28 de julio de 1931.Casares, que
terminó ocupando un alto cargo judicial en la época de Perón,
hacia 1930 era un colaborador especial de La Nueva República.
Véase, Barbero y Devoto. Los nacionalistas, etc., op. cit, p.
88-9.
9
El pensamiento político, etc., op. cit., T. II, p. 34.
10
Ibídem, p. 77.
11
Ibídem, p. 78.
12
Ibídem, p. 80.
13
Ibídem, p. 32.
14
Ibídem, p. 102. Barbero y Devoto rescatan un dato
curioso y sugestivo. En sólo un día y medio, Rodolfo Irazusta
escribió la mayor parte de su contribución a una obra de larga
fama en nuestro país: La Argentina y el imperialismo británico,
de 1934. Barbero y Devoto, Los nacionalistas, etc., op. cit., p.
71. Sin duda, un lapso por demás escaso para pensar y reseñar en
detalle la extensa lista de calamidades que los autores podían
atribuir a la "pérfida Albion".
139
15
El pensamiento político, etc., op. cit., T. 11, p. 143.
16
Ibídem, p. 14 7.
17
Ibídem, p. 42.
18
Ibídem, p. 92.
19
Ibídem, p. 42.
20
Ibídem, p. 27.
21
Ibídem, p. 54.
22
Ibídem, p. 43.
23
Ibídem, p. 39.
24
Ibídem, p. 139.
25
Ibídem, p. 155.
26
Ibídem, p. 95.
27
Ibídem, p. 154
28
Ibídem, p. 155.
29
Ibídem, p. 155 y 184.
30 En rigor, una lectura atenta de los escritores de los
Irazusta descubre un profundo contenido autobiográfico que es
proyectado al plano ideológico. Su mundo pastoril provinciano,
la fortuna de su padre arruinada por la política, el paulatino
empobrecimiento de los hijos con la crisis, el ámbito pueblerino
de Gualeguaychú, parecen haber incidido profundamente en su
obra y su pensamiento. En verdad, Julio hazusta creyó ver en
"su pueblito" reproducida la evolución sufrida por el país.
hazusta, Memorias, etc., op. cit., p. 207. Así, se quejaban en sus
escritos que el porteño no fomentaba con sus hábitos de
consumo las industrias nacionales pues siempre "le pareció una
enormidad verse obligado a consumir vinos de Cuyo o azúcar del
Tucumán, cuando el exquisito vino. de Burdeos y el azúcar de
Pomerania costaban más baratos". El pensamiento, etc., op. cit.,
T. II, p. 98, y sabemos que los lrazusta también preferían el vino
francés porque era más barato. "El vino francés que comprába-
mos en la casa Calvet al por mayor -recordará muchos años más
tarde- más baratos que los caldos de San Juan y Mendoza,
acompañaban nuestros debates''. Irazusta, Memorias, etc., op.
cit., 182.
31
El pensamiento político, etc., op. cit., T. II, p. 157-9.
32
Ibídem, p. 127.
33
Ibídem.
34
Ibídem, p. 94.
140
35
Ibídem.
36
Un año antes, Julio Irazusta todavía llamaba a Rosas
"tirano". El pensamiento polltico, etc., op. cit., T. I, p. 124. La
revisión de Rosas no nacería sino en forma paulatina a medida
que se definía la propuesta autoritaria de la revista.
37
Ibídem, p. 76.
38
Ibídem, T. 11, p. 156.
39
Ibídem.
40
Ibídem, p. 167.
41
Ibídem, p. 156.
42
Ibídem, p. 53.
43
Ibídem, p. 156. En julio de 1931, el general Uriburu
repetía ajustadamente los mismos resentidos conceptos. "Las
ciudades -arengaba el presidente a un grupo de labradores de
Santa Fe- cuyo ambiente es turbio e inquieto, acaparan gran
parte de la riqueza que se elabora en los campos y especulan con
ella, así como monopolizan y detentan también la dirección de la
política, sin dar asiento en los cuerpos del Estado a representan-
tes rurales directos." La palabra del general Uriburu. Discursos,
manifiestos, declaraciones y cartas publicadas durante su gobier-
no. Prólogo de Carlos Ibarguren. 2. ed., Buenos Aires, Roldán
editor, 1933, p. 122.
44
El pensamiento político, etc., op. cit., T. II, p. 168.
45
Ibídem, p. 156.
46
Ibídem, p. 119.
47
Ibídem, p. 155.
48
Irazusta, Memorias, etc., op. cit., p. 44.
49
El pensamiento político, etc., op. cit., T. I, p. 4.
50 Ibídem.
51 Ibídem, p. 164-5.
52
Ibídem, T. II. p. 74.
53
Ibídem, p. 75.
54
Ibídem, T. I, p. 160.
55
Ibídem, T. II, p. 66.
56
Ibídem, p. 64.
57
Ibídem, p. 105-6.
58
Ibfdem, p. 65.
59
Ibídem, p. 89. Probablemente se trate de un seudónimo
utilizado por Ernesto Palacio.
141
60
Irazusta, Memorias, etc., op. cit., p. 197.
61
El pensamiento político, etc., op. cit., T. II, p. 140. A
mediados de 1931, Leopoldo Lugones solicitaba a Uriburu, entre
otros nombramientos, el de Ernesto Palacio para dirigir "un
asunto" de prensa y propaganda. AGN, AGU, 11, 166. Leopoldo
Lugones al general Uriburu. Buenos Aires, 25 de junio de 1931.
62
El pensamiento político, etc., op. cit., T. II, p. 115.
63
Ibídem, p. 148-50.
64
Ibídem, p. 151.
65
Ibídem, p. 159.
66
Ibídem, p. 161.
61
Ibídem.
68
Ibídem, p. 185.
69
Ibídem.
70
Ibídem, p. 187.
71
Ibídem, p. 166.
72
Ibarguren, La historia, etc., op. cit., 385-6.
73
Marysa Navarro Gerassi. Los nacionalistas. Traducción de
Alberto Ciria. Buenos Aires, Ed. Jorge Alvarez, 1968 (en,
Colección Los Argentinos, 7), p. 70.
74
La Nación, 15 de octubre de 1930, p. 8. En una carta de
julio de 1931, ya citada, Casares reafirmaba su adhesión personal
e "ideológica" al general Uriburu. AGN, AGU. 12, 66. Tomás
Casares al general Uriburu, Buenos Aires, 27 de julio de 1931.
75
La Nación, 16 de octubre de 1930, p. 1.
76
La palabra del, etc., op. cit., p. 21 y ss.
77
La Nación, 1° de octubre de 1930, p. 10.
78 EUA, NA, DS, 835.00/479. Bliss al Secretario de Estado,
2 de octubre de 1930.
79 Su discurso era calificado por un funcionario de la
embajada norteamericana como el más importante pronunciado
por el presidente desde el 6 de septiembre. Pronosticaba, sin
embargo, que los partidos se disponían a oponerse a los planes
uriburistas. EUA, NA, DS, 835.00/487. Elbridge Greene (Encar-
gado de Negocios interino) al Secretario de Estado, 18 de
diciembre de 1930.
80
La palabra, etc. 1 op. cit., p. 4 7, 49-51.
81 Ibídem, p. 55. Ver también EUA, NA, DS, 835.00/413.
Bliss al Secretario de Estado, 22 de diciembre de 1930.
142
82
La palabra, etc., op. cit., p. 54-5.
83
Ibídem, p. 52.
84
La Nación, 11 de septiembre de 1930, p. 3.
84
La Nación, 11 de septiembre de 1930, p. 3.
85
Véase La Nación, 2, 3 y 10 de octubre de 1930, p. 1 y 13
de octubre, 1930, p. 11.
86
Ibarguren, La historia, etc., op. cit., p. 380.
87
La Nación, 15 de octubre de 1930, p. 9.
88
La Nación, 4 de octubre de 1930, p. 1.
89
Ibídem, p. 2 y S, de octubre de 1930, p. 2. Mayor
información sobre la formación de la agrupación puede hallarse·
en el mismo diario: 13 de octubre, p. 10; 16 de octubre, p. 9, 2
de noviembre de 1930, p. 10.
90
La Nación, 8 de noviembre de 1930, p. 9.
91
En, Juan V. Orona. La revolución del 6 de septiembre.
Buenos Aires, 1966, p. 232.
92
Rouquie, Poder militar, etc., op. cit., T. I, p. 242. Véase
también EUA, NA, DS, 835.00/483. Bliss al Seaetario de
Estado, 20 de noviembre de 1930.
93
En, Orona, La revolución, etc., op. cit., 122. Alusiones al
discurso pronunicado en La Plata por Sánchez Sorondo pueden
hallarse en EUA, NA, DS, 835.00/483. Bliss al Secretario de
Estado, 20 de noviembre de 1930.
94
Manuel Goldstraj. Años y errores (Un cuarto de siglo de
política argentina). Buenos Aires, Sophos, 1957, p. 214-5.
95
Ibarguren, La historia, etc., op. cit., p. 386.
96
Ibídem, p. 386-7.
97
Ibídem, p. 387.
98
Ibídem, p. 388.
99
Ver La Nación, 1° de febrero de 1931, p. 5.
100
En, Sarobe, Memorias sobre, etc., op. cit., p. 264. En la
embajada norteamericana se manejaba información contradicto-
ria al respecto. Si por una parte, el ministro de Relaciones
Exteriores, Dr. Bosch, había asegurado a Bliss que las elecciones
provinciales se llevarían a cabo en abril y mayo, Sánchez
Sorondo, en declaraciones a la prensa, lo negaba EUA, NA, DS,
835.00/498. Bliss al Secretario de Estado, 20 de enero de 1931.
101 Según el embajador Bliss, el cada vez más lejano retorno a
la normalidad respondía al criterio gubernamental de no efectuar
elecciones presidenciales hasta "el momento en que se sientan
143
seguros de que su propio candidato será elegido". EUA, NA, DS,
835.00/500. Bliss al Secretario de Estado. Confidencial, 29 de
enero de 1931.
102
En Sarobe, Memorias sobre, etc., op. cit., p. 265-6.
103 María Dolores Béjar. Uriburu y Justo: el auge conser-
vador (1930-1935). Buenos Aires, Centro Editor de América
Latina, 1983. (En, Biblioteca Política Argentina, 32), p. 31-2. Y
La Nación, 3 de febrero de 1931, p. 1.
104 En, Béjar, Uriburu
y, etc., op. cit., p. 31.
105
La Nación, 1° de febrero de 1931, p. 5.
106
Sarobe, Memorias sobre, etc., op. cit., p. 213.
107
A principios de 1931, rememora Juan E. Carulla, se vio
involucrado en la formación de un Partido Nacional, por sugeren-
cia del ministro del Interior. Se contaba para ello "con los
partidos conservadores de las provincias y, principalmente, con el
de Buenos Aires, cuyos dirigentes habían venido a quedar
prácticamente dueños de la situación, al ocupar la mayoría de los
altos cargos públicos". Luego de algunas reuniones preparatorias
-el autor recuerda en ellas las presencias de Alberto Viñas, Luis
Colombo, Daniel Videla Dorna, entre otros- Sánchez Sorondo
se desentendió de la cuestión para buscar otras combinaciones.
Finalmente Carulla debió disolver la entidad y entregar todo el
material al partido demócrata nacional, "de reciente formación".
Juan E. Carulla. Al filo del medio siglo. Santa Fe, Ed. Llanura,
1951, p. 213-4.
108 Ibarguren, La historia, etc., op. cit., p. 398.
109
Véase La Nación, los siguientes días del mes de febrero
de 1931; 4, p. 1; 5, p. 1; 11, p. 4; 14, p. 3; 15, p. 16; 16, p. 1;
18, p. 1.
110
La Nación, 16 de febrero de 1931, p. 1.
111 El Día, 12 de febrero de 1931, p. 4. En, Béjar, Uriburu y,
etc., op. cit., p. 32-3.
112
La Nación, 20 de febrero de 1931, p. 1.
113 La Nación, 5 de marzo de 1931, p. 1 y 7; 6 de marzo de
1931, p. 7.
114 La Razón, 13 de marzo de 1931, p. 1.
115 AGN, AGU. 10, 70. Sr. Justo E. Diana al General
Uriburu. Madrid, 29 de enero de 1931.
CAPITULO IV
1
El Mundo, 5 de abril de 1931, p. 6.
144
2
EUA, NA, DS, 835.00/504. Bliss al Secretario de Estado.
Muy confidencial, 2 de marzo de 1931.
3
El Mundo, 5 de abril de 1931, p. 6.
4
La palabra, etc., op. cit., p. 74.
5
Ibídem, p. 76-7.
6
Ibídem, p. 85.
7
La Nación, 13 de febrero de 1931, p. 1.
8
AGN, AGU, 11, 51. Edmundo Guibourg a Natalio Botana,
París, 15 de noviembre de 1930. En esta curiosa carta, copia de
la cual hallamos en el Archivo del general Uriburu, se proporcio-
na una idea de porqué algunos notorios funcionarios de la policía
del régimen adquirirán una tenebrosa fama: "Hay en estos
momentos -según Guibourg- un hombre siniestro para el país
(...) y es Leopoldo Lugones. Pero de todas sus obras peligrosas
la más peligrosa es su hijo Polo. Su presencia en la policía
porteña me parece de mal augurio. No quiero circunscribir a ese
mulatillo la amenaza (... ) pero de cualquier manera le advierto
que no se fíe. En la policía de Buenos Aires le tienen hambre a
Ud. (...). Cuídese, cuídese y cuídese".
9
Robert Potash. El ejército y la política en la Argentina
(1928-1945). De Yrigoyen a Perón. Buenos Aires, Sudamericana,
1971, p. 92-3. "Revolución para privar a centenares de miles de
argentinos, compatriotas nuestros, de sus derechos, por imposi-
ción de la fuerza; Revolución para expatriar, revolución para
castigar, revolución para fusilar sin proceso", recordaba dramáti-
camente el senador socialista Mario Bravo en 1932. Un año
antes, en plena dictadura, el mismo dirigente anunciaba "la hora
en que se abrirán las cárceles, y los políticos y los estudiantes y
los obreros mostrarán sus cuerpos torturados brutalmente, y
hablarán las madres y las viudas de los que murieron sin
proceso". Ramón Columba. El Congreso que yo he visto. Buenos
Aires, Columba, p. 258. EUA, NA, DS 835.00 B/494. Bliss al
Secretario de Estado. Confidencial. 21 de enero de 1931 ó
835.00/502. Bliss al Secretario de Estado, 5 de febrero de 1931.
10
EUA, NA, DS, 835.00 Revolutions/24. Bliss al Secretario
de Estado. 26 de septiembre de 1930.
11
Ibídem.
12
EUA, NA, DS, 835.00 Revolutions/15. Bliss al Secretario
de Estado, 2 de octubre de 1930.
13
Luna, Yrigoyen. Op. cit., p. 383 y ss.
14
EUA, NA, DS, 835.00 Revolutions/24. Bliss al Secretario
de Estado, 26 de septiembre de 1930. En una entrevista
sostenida por los autores con el Sr. Luis Rodríguez Yrigoyen, en
145
el mes de octubre de 1973, éste hizo mención a la misión que le
había encomendado su tío. No dejaba de recordar también que
don Hipólito se las ingeniaba para dejarle papelitos con instruc-
ciones para sus adictos en los lugares más inverosímiles de sus
distintas prisiones, evitando la vigilancia a la que constantemente
se hallaba sometido.
15
Ibídem.
16
La Nación, 2 de marzo de 1931, p. 5.
17
Ibídem.
18
Luis Alen Lascano. Pueyrredón. El mensajero de un
destino. Prólogo de Gabriel del Mazo. Buenos Aires, Raigal,
1951, p. 143.
19
Goldstraj. Años y, etc., op. cit., p. 160-1.
20
Ibídem, p. 159-60. La Razón, 9 de marzo de 1931, p. 2.
21
Goldstraj, Años y, etc., op. cit., p. 160.
22
Alen Lascano, Pueyrredón, etc., op. cit., p. 145.
23
Goldstraj, Años y, etc., op. cit., p. 161.
24
La Nación, 5 de marzo de 1931, p. 8.
25
La Razón, 5 de marzo de 1931, p. 3.
26
Goldstraj. Años y, etc., op. cit., p. 162.
27
Alen Lascano. Pueyrredón, etc., op. cit., p. 144. Un
funcionario del Departamento de Estado opinaba, efectivamente,
que Pueyrredón era más enérgico que Alvear pero que éste tenía
más prestigio. EUA, NA, DS, 835.00/ 519. Wilson a Thurston.
Washington, 16 de abril de 1931.
28
EUA, NA, DS, 835.00/510. Bliss al Secretario de Estado,
14 de abril de 1931.
29
El Mundo, l 4 de abril de 1931, p. 8.
30
El Mundo, 15 de abril de 1931, p. 7.
31
En, Orona. La revolución, etc., op. cit., p. 234.
32
El Mundo, 17 de abril de 1931, p. 1 y 5.
33
Ibídem, p. 1.
34
Oroná. La revolución, etc., op. cit., p. 234. Potash, El
ejército y, etc., op. cit., p. 103.
35
Rouquie. Poder militar, etc., op. cit., T. I, p. 244.
36 .
Sarobe. Memorias, etc., op. cit., p. 209-10. Potash. El
ejército y, etc., op. cit., p. 104.
37
Teniente Coronel Angel María Zuloaga a José María
Sarobe. Buenos Aires, 20 de abril de 1931. En, Sarobe, Memo-
146
rias, etc., op. cit., p. 209. Ver también El Mundo, 17 de abril de
1931, p. 1.
38
Sarobe, Memorias, etc., op. cit., p. 209.
39
Potash, El ejército y, etc., op. cit., p. 103-04. La embajada
norteamericana informaba a Washington que el cargo también
había sido ofrecido a Ezequiel Ramos Mejía quien, empero, lo
rechazó. EUA, NA, DS, LK 835.00/524. Bliss al Secretario de
Estado. Confidencial, 22 de abril de 1931.
40
En, Orona, La revolución, etc., op. cit., p. 126-7.
41
EUA, NA, DS, LK 835.00/522. Wilson a Thurston. Memo-
randum. Washington, 23 de abril de 1931.
42
EUA, NA, DS, Nota 1.188. Bliss al Secretario de Estado.
Confidencial, 7 de mayo de 1931.
43
EUA, NA, DS, 835.00/510. Bliss al Secretario de Estado,
14 de abril de 1931. Los resultados de las elecciones de abril
habían constituído un "serio soplo a los planes conservadores
para suceder al gobierno provisional nacional".
44
Lisandro de la Torre a Elvira Aldao de Díaz. Buenos Aires,
16 de febrero de 1934. En, Lisandro de la Torre. Cartas íntimas.
Buenos Aires, Futuro, 1959, p. 14.
45
Ibarguren. La historia, etc., op. cit., p. 408.
46
Orona. La revolución, etc., op. cit., p. 234.
47
En general pueden hallarse análisis de la política castrense
del gobierno provisional en Potash. El ejército, etc., op. cit., T .. I,
p. 95 y ss. y Rouquié, Poder militar, etc., op. cit., T. I, p. 234 y
SS.
48
Orona. La revolución, etc., op. cit., p. 115.
49
EUA, NA, DS, 835.00/484. Wilson a Thurston. Memoran-
dum. Washington, 11 de diciembre de 1930.
50 Ibarguren, La historia, etc., op. cit., p. 391-3.
51
La Nación, 6 de febrero de 1931, p. 1.
52
EUA, NA, DS, 835.00/486. Bliss al Secretario de Estado.
Confidencial, 10 de diciembre de 1930.
53
Ibídem.
54
EUA, NA, DS, 835.00/484. Wilson a Thurston. Memoran-
dum. Washington, 10 de diciembre de 1930.
55
EUA, NA, DS, 835.00/504. Bliss al Secretario de Estado.
Muy confidencial, 2 de marzo de 1931.
56
Capitán Juan D. Perón a José María Sarobe. Buenos Aires,
20 de abril de 1931. En, Sarobe. Memorias, etc., op. cit., p. 205.
147
57
Teniente Coronel Angel María Z uloaga a José María
Sarobe. Buenos Aires, 20 de abril de 1931. En, Ibídem, p. 210.
58
Ibídem.
CAPITULO V
148
21
Petróleos y Minas, julio de 1931, p. 15.
22
Petróleos y Minas, noviembre de 1931, p. 1 y La Prensa,
26 de febrero de 1931, p. 10.
23
Petróleos y Minas, noviembre de 19 31, p. 1.
24
Petróleos y Minas, agosto de 1931.
25
Boletín Oficial de la Bolsa de Comercio, junio de 1931, p.
611.
26
CFR. Petróleos y Minas, noviembre de 1931, p. 1.
27
Mayo, Andino y García Molina. La diplomacia, etc., op.
cit., p. 173-4.
CAPITULO VI Y CONCLUSIONES
1
EUA, NA, DS, 835.00/483. Bliss al Secretario de Estado,
20 de noviembre de 1930.
2
Goldstraj, Años y, etc., op. cit., p. 177-8.
3
Ibídem, p. 176.
4
(J.M.) Espigares Moreno. Lo que me dijo el general
Uriburu. Buenos Aires, 1933, p. 103-4.
5
Goldstraj, Años y, etc., op. cit., p. 184-5.
6
Después de abril, Uriburu se hallaba en una encrucijada:
"o entregar el país a los radicales (alvearistas) o irse derechamen-
te y por tiempo indefinido a un gobierno de fuerza", aunque
para ello debía contar con la adhesión del ejército. AGN, AGU,
11, 194. Dr. Gustavo Martínez Zuviría al general Uriburu. París,
25 de abril de 1931.
7
Atilio Cattáneo. Plan 1932 Las conspiraciones radicales
contra el general Justo. El concurrencismo y la revolución.
Buenos Aires, Raigal, 1959, p. 274. Carulla, Al filo, etc., op. cit.,
p. 212.
8
Ibídem.
9
En, Goldstraj, Años y, etc., op. cit., p. 190.
10
Ver comentarios sobre el Manifiesto del 18 de junio de
1931, en Ibarguren, La historia, etc., op. cit., p. 411.
11
Ibídem, p. 414.
12
Potash, El ejército y, etc., op. cit., p. 105-6.
13
Rouquié, Poder militar, etc., op. cit., T. I, p. 249-50.
14
AGN, AGU, 20, 165. Manuel Marcelo Pérez al general
149
Uriburu, Buenos Aires, 25 de febrero de 1932.
15
Carulla, Al filo, etc., op. cit., p. 211.
16
Potash, El ejército y, etc., op. cit., p. 106.
17
El Mundo, 2 de junio de 1931, p. 3.
18
Potash, El ejército y, etc., op. cit., p. 107.
19
AGN, AGU. 7, 132. General Uriburu a Eduardo Lauren-
cena. Buenos Aires, 30 de junio de 1931.
20
Sarobe, Memorias sobre, etc., op. cit., p. 206.
21
Capitán Juan Perón a José María Sarobe. Buenos Aires, 20
de abril de 1931. En, Ibídem.
22
Bliss desmiente, en un despacho al Departamento de
Estado, que la Legión esté compuesta por individuos del go-
bierno "obligados a pertenecer a ella". EUA, NA, DS, 835.00
B/45. Bliss al Secretario de Estado, 28 de mayo de 1931.
23
Declaración de Propósitos de la Legión Cívica. La Razón,
12 de marzo de 1931, p. 14.
24
Declaración de la Agrupación Femenina de la Legión
Cívica Argentina. El Mundo, 12 de junio de 1931, p. 29.
25
AGN, AGU. 20, 183. Manuel E. Reyno al general Uriburu.
Buenos Aires, 26 de febrero de 1932.
26
AGN, AGU. 11, 160. Martín Torino, interventor nacional
en Córdoba al general Uriburu. Córdoba, 22 de junio de 1931.
27
AGN, AGU. 11, 190. Ministro de Gobierno, Justicia e
Instrucción Pública, Delfín Medina, al general Uriburu. Tucu-
mán, 8 de junio de 1931.
28
AGN, AGU. 12, 161. Telegrama del Interventor nacional
en Jujuy Lucas Penna, al general Uriburu. Jujuy, 27 de julio de
1931.
29
El Mundo, 2 de junio de 1931, p. 5.
30
Ibarguren, La historia, etc., op. cit., p. 415.
31
AGN, AGU. 20, 165. Manuel Marcelo Pérez al general
Uriburu, Buenos Aires, 25 de febrero de 1932.
32
Federico Ibarguren. Orígenes del nacionalismo argentino
(1927-1937). Buenos Aires, Celcius, 1969, p. 87.
33
Ver AGN, AGU. 20, 5. Sres. Francisco Ametller (?) y
José A. Tarilli al general Uriburu. Buenos Aires, 21 de febrero de
1932 y 20, 275. Parmenio Porcel al general Uriburu. Buenos
Aires, 7 de marzo de 1932.
34
AGN, AGU. 20, 23 2. A. Corradini al general Uriburu.
Buenos Aires, 2 de marzo de 19 32.
150
35
Ibarguren, Origenes del, etc., op. cit., p. 88.
36
AGN, AGU. 20, 165. Manuel Marcelo Pérez al general
Uriburu. Buenos Aires, 25 de febrero de 1932.
37
EUA, NA, DS, Nota 1.888. Confidencial. Bliss al Secre-
tario de Estado, 7 de mayo de 1931.
38
El Mundo, 2 de junio de 1931, p. 3.
39
EUA, NA, DS, 835.00 B/45. Bliss al Secretario de Estado,
28 de mayo de 1931.
40
El Mundo, 11 de junio de 1931, p. 4.
41
Ibídem, p. 5.
42
El Mundo, 28 de junio de 1931, p. 5.
43
El Mundo, 11 de junio de 1931, p. 5.
44
Ibídem.
45
El Mundo, 28 de junio de 1931, p. 5.
46
EUA, NA, DS, 835.00 B/45. Bliss al Secretario de Estado,
28 de mayo de 1931.
47
Ibídem.
48
Fue evidente la demora del presidente en convocar a unas
elecciones cuyos resultados podía preveer desde el momento que
su gobierno volcó su apoyo en favor del candidato resistido por
Uriburu. Espigares Moreno, Lo que me dijo, etc., op. cit., p.
62-3.
49
Potash, El ejército, etc., op. cit., p. 109.
50 EUA, NA, DS, 835.00/34. Bliss al Secretario de Estado,
23 de julio de 1931.
51
EUA, NA, DS, 835.00 Revolutions/29. Bliss al Secretario
de Estado, 21 de julio de 1931.
52
Alén Las cano, Honorio Pueyrredón, etc., op. cit., p. 149.
53
Ibarguren, La historia, etc., op. cit., p. 41 7. Cattáneo, Plan
1932. Etc., op. cit., p. 62. El teniente 1° Leguizamón nos relató
que él era uno de los oficiales comprómetidos por la revuelta en
la guarnición de Mendoza y por ello fue detenido durante seis
meses en un barco surto en las cercanías de La Plata. Allí, junto
a otros radicales, era visitado asiduamente por un dirigente
platense, el Dr. Ricardo Balbín.
54
Cattáneo Plan 1932. Etc., op. cit., p. 62.
55
Ibídem, p. 62-3 y Potash, El ejército y, etc., op. cit., p.
107-8.
56
Ibídem.
151
57
Ibídem p. 111.
58
El hombre del deber. Una ierie de semblanzas del Gral.
Manuel A. Rodríguez. Buenos Aires, Librería "La Facultad",
1936, p. 30-1.
59
Columba, El Congreso, etc., op. cit., p.
60
EUA, NA, DS, 835.00 Revolutions/31. Bliss al Secretario
de Estado, 24 de julio de 1931.
61
EUA, NA, DS, 835.00 Rcvolutions/33. Bliss al Secretario
de Estado, 26 de julio de 1931 y 835.00 Revolutions/34. Bliss al
Secretario de Estado, 23 de julio de 1931.
62
Ibídem.
63
EUA, NA, DS, 835.00 Revolutions/33. Bliss al Secretario
de Estado, 24 de julio de 1931.
64
EUA, NA, DS, 835.00 Revolutions/31. Bliss al Secretario
de Estado, 24 de julio de 1931.
65
EUA, NA, DS, 835.00 Revolutions/36. Agregado Militar
al Secretario de Estado, 27 de julio de 1931.
66
Potash, El ejército y, etc., op. cit., p. 112.
67
Pueden rastrearse los orígenes de la Alianza en Enrique
Dickmann. Recuerdos de un militante socialista. Buenos Aires,
1949, y también en Partido Socialista. XXI Congreso Ordinario
(XX VII Congreso Nacional). (Buenos Aires), Talleres Gráficos
"La Vanguardia", 1932, p. 26-7. La plataforma presidencial, p.
27 y la situación electoral, p. 31-3.
68
Véánse fragmentos del decreto respectivo en Ibarguren, La
Historia, etc., op. cit., p. 409-10 y Orona, La revolución, etc., op.
cit., p. 168-9.
69
Ver, Ibídem, p. 170; Goldstraj, Años y, etc, op. cit., p.
195-6 y Cattáneo, Plan 1932 Etc., op. cit., p. 64 y 275.
70
El texto del Manifiesto se encuentra en Orona, La revolu-
ción, etc., op. cit., p. 173-4.
71
Capitán Juan Perón a José María Sarobe, Buenos Aires, 17
de octubre de 1931. En, Sarobe, Memorias sobre, etc., op. cit., p.
241.
72
Ver Partido Socialista. XXI Congreso, etc., op. cit., p.
31-3. La violencia y el fraude abundaron, sobre todo, en la
provincia de Buenos Aires. Un telegrama enviado por el delegado
de la Alianza en el partido de Almirante Brown, en noviembre de
1931, revela las técnicas más usuales del fraude utilizado. Los
fiscales de 16 mesas "fueron expulsados del comicio, no permi-
tiéndole ninguna clase de fiscalización. (. ..) Se ha impedido la
libre emisión del voto y se ha maltratado de palabra y hecho a
152
los que han reclamado sus derechos. Dejamos constancia que las
actas de cierre del comicio de las mesas que mencionamos no
cuentan con las firmas de los fiscales socialistas, previendo que
puedan falsificarse éstas. Se intentó recurrir al juez de Paz, como
marca la ley, pero éste se encontraba haciendo activa campaña
por el partido demócrata Nacional, presenciando la expulsión del
fiscal (....) y cooperando con el oficial (... ) para arrojarlo del
lugar del comicio". Este y otros documentos similares pertene-
cen al Dr. Carlos A. Mayo.
73
AGN, A GU. 7, 65. Doctor Francisco Durá al general
Uriburu. Buenos Aires, 20 de febrero de 1932.
153
FUENTES CONSULTADAS
A) ARCHIVOS
1. República Argentina
* Archivo General de la Nación,
-Archivo del General José Félix Uriburu.
*Archivo General del Ejército.
-Legajo del Teniente General José Félix Uriburu. Foja de
servicios N° 13.200.
2. Gran Bretaña
*Foreign Office. Años 1928-1930.
3. Estados Unidos de Norteamérica
* National Archives (Washington, D.C.).
-Department of State. Records relating to the internal
affaírs of Argentina, 1910-1929. National Archives.
Microcopy 514.
B) PUBLICACIONES PERIODICAS
1. Argentinas
La Epoca. La Nación. La Prensa. La Razón, El Mundo.
Petróleos y Minas. Boletín de Informaciones Petrolíferas.
Yacimientos e Industrias. lridustrias y Negocios. Monitor
de Sociedades Anónimas. Boletín Oficial de la Bolsa de
Comercio. Anales de la Sociedad Rural Argentina. Business
Conditions in the Argentine. The Review of the River
Plate.
155
2. Británicas
The Times. The Economist. The Statist. The British Cham-
ber of Commerce.
3. Norteamericanas
The New York Times.
C) OTRAS FUENTES
- Congreso Nacional. Diario de Sesiones de la Cámara de
Diputados. Diario de Sesiones de la Cámara de Senadores.
Ministerio de Agricultura de la Nación. (Yacimientos Petro-
líferos Fiscales). Recopilación de Leyes, Decretos y Resolu-
ciones sobre materia petrolera (1907-1933).
156
INDICE
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
I. La revolución del 6 de septiembre de 1930.
. .
9
II. La crisis del petróleo . . . . . . . . . . . . . . . . . 38
III. ¿Una propuesta fascista? Nueva república:
del antiliberalismo al corporativismo . . . . . . 63
'
.
•
-
'
. '
19
'