FC/C. G. F. F. P/HOMICIDIO CALIFICADO (17080) P/ RECURSO
EXT.DE CASACIÓN *104442446* En Mendoza, a los veintiocho días del mes de febrero del año dos mil diecinueve, reunida la Sala Segunda de la Excelentísima Suprema Corte de Justicia en acuerdo ordinario, tomó en consideración para dictar sentencia definitiva la causa N° 13-03768852-9/1 caratulada “Fc/ C. G., F. F. p/homicidio calificado s/ Casación”. De conformidad con lo determinado en audiencia de deliberación, quedó establecido el siguiente orden de votación de la causa por parte de los señores Ministros del Tribunal: primero, Dr. José V. Valerio, segundo Dr. Mario D. Adaro y tercero Dr. Pedro J. Llorente. La defensa de F. F. C. G., interpone recurso de casación -fs. 618/663 vta.- contra la sentencia N° 82 de fs. 596 y sus fundamentos de fs. 597/614 dictada por la entonces Octava Cámara del Crimen de la Primera Circunscripción Judicial, en la que se condena a su pupilo a la pena de prisión perpetua, por considerarlo autor penalmente responsable del delito de homicidio doblemente agravado por el vínculo y por mediar una situación de violencia de género, ilícito previsto y penado por el artículo 80 incisos 1° y 11° del Código Penal. De conformidad con lo establecido por el artículo 160 de la Constitución de la Provincia, esta Sala se plantea las siguientes cuestiones a resolver: Primera: ¿es procedente el recurso interpuesto? Segunda: en su caso, ¿qué solución corresponde? Tercera: Pronunciamiento sobre costas Sobre la primera cuestión, el Dr. José V. Valerio dijo: 1.- Resolución recurrida En la sentencia impugnada, el tribunal a quo acreditó, con el grado de certeza requerido para el dictado de un pronunciamiento condenatorio, la hipótesis fáctica que integra el requerimiento acusatorio contenido en el auto de citación a juicio de fs. 440/444 vta., esto es que “...el día 15 de febrero de 2017, siendo aproximadamente las 17:30 hs., en el Barrio ..., F. C. G. le propinó golpes a su pareja, N. L. C. y, posteriormente, la tomó del cuello con sus manos presionando fuertemente sobre el mismo, lo que le produjo la muerte por asfixia por estrangulamiento” (fs. 197 vta.). Para llegar a esta conclusión, el tribunal de sentencia consideró que la totalidad de la prueba incorporada debidamente a los presentes obrados, permitía concluir con certeza sobre la concurrencia del hecho intimado y la autoría del imputado en el evento criminoso. Estos hechos fueron calificados bajo la figura de homicidio doblemente agravado, previsto y penado por el art. 80, inc. 1° y 11° del Código Penal, tras considerar que el acusado dio muerte en forma violenta a la víctima -N. L. C.-, con quien mantenía una relación de pareja y en un contexto donde mediaba violencia de género. 2.- Recurso de casación El recurso de casación deducido por la defensa del acusado se basa en los incisos 1° y 2° del art. 474 del C.P.P., es decir, por adolecer el pronunciamiento cuestionado de vicios in iudicando e in procedendo que lo vician de nulidad. A su entender, el hecho material se encuentra acreditado en cuanto a las circunstancias de tiempo y lugar, mas no en cuanto al modo y la consecuente autoría responsable del sindicado. Los agravios, así están dirigidos a los siguientes puntos. a. Nexo de causalidad. Errónea calificación legal Afirma que la calificación legal que debió aplicar el inferior es la de homicidio preterintencional, debido a que han sido los golpes que su defendido propinó a la víctima, y no la asfixia por estrangulamiento, los que explican el resultado mortal padecido por ella. Para sostener esta idea, indica que la necropsia ofrecida por el Dr. A, individualizó a la asfixia no como una causa de muerte autónoma sino como una más entre otras. Reforzando esa idea, recurre al informe forense en cuanto explica que el origen del resultado fatal se encuentra en el edema cerebral desencadenado por los golpes recibidos en la zona auricular derecha y el ojo derecho. A modo de conclusión, asegura que el vínculo de causalidad entre golpes y muerte es explicativo de una falta de intención homicida, pues el medio empleado no debía razonablemente causar la muerte. Lo dicho conduciría, siempre según su propuesta, a modificar la calificación legal a la figura de homicidio preterintencional, caracterizada por el hecho de que el resultado excedió las consecuencias perseguidas por el autor con su obrar. b. Imputabilidad Ya en el plano de la culpabilidad, la defensa asevera que su pupilo se encontraba al momento del hecho bajo los efectos del alcohol y el consumo de drogas, por lo cual se encontraba en un estado de obnubilación que no le permitía analizar en concreto la situación y ver todas las posibilidades que excedieran el daño físico y las lesiones. Esa idea se apoya en términos prácticos en los informes de los psiquiatras y psicólogos forenses. c. Omisión de valoración de prueba El recurrente cuestiona la omisión de valoración de diversos elementos probatorios debidamente incorporados al expediente. En particular: (a) la declaración testimonial de G. obrante a fs. 167/168; (b) la declaración de H. de fs. 33/34; y (c) la declaración de M. de fs. 355/356. De acuerdo a ese material probatorio, podría -siempre, a juicio de la defensa- desacreditarse la afirmación del sentenciante en el sentido que no hubo una pelea en el seno familiar previa al suceso aquí investigado. Dicha información surgiría del aporte de G. en cuanto a que la casa presentaba un desorden típico de haber ocurrido una riña y una discusión, y de las otras dos declaraciones referidas a que la pareja tenía peleas constantes, y que se escucharon discusiones la noche anterior al día del hecho. El efecto práctico del planteo referido se sitúa, según su visión, en que dicha omisión se materializó en el sostenimiento de una tesis contraria en perjuicio de su pupilo, lo que acarrea la nulidad de la sentencia por afectacción del derecho de defensa. Afirma que hubo violencia intrafamiliar y no de género, lo que se puede constatar con el sinnúmero de denuncias contra la supuesta víctima que se detallan en autos, en consecuencia el pronunciamiento es ilegítimo, ya que omitió considerar pruebas esenciales, que de haber sido merituadas hubieran podido suscitar conclusiones diferentes. Menciona que la doctrina de la arbitrariedad nulifica todo acto sentencial que no trate los planteos de las partes conducentes para la decisión del juicio. Cita doctrina y jurisprudencia de la Corte Federal. Considera que la sentencia se apartó notoriamente de las constancias de la causa y se encuentra insuficientemente fundada, ya que el tribunal para acreditar la participación de su defendido en el hecho se apartó de las circunstancias de la causa. Realiza reserva del caso federal. 3.- Dictamen del señor Procurador General El titular del Ministerio Público Fiscal emite su dictamen a fs. 669/671 vta., considerando que desde una perspectiva externa correspondería aceptar la procedencia formal del recurso de casación, con la consiguiente apertura al examen de la cuestión sustancial. Manifiesta que, los exámenes médicos no resultan discordantes con las causas del deceso de la víctima y que la pelea entre la pareja que sostiene el recurrente ha quedado descartada por la falta de lesiones que presentaba el sindicado. Entiende que no se puede aceptar la propuesta de la defensa en cuanto al cambio de calificación legal, ya que los medios empleados por el imputado son idóneos para causar la muerte, especialmente el estrangulamiento. Advierte que corresponde validar en un todo la decisión del tribunal, en cuanto condenó al imputado por homicidio agravado por el vínculo y por mediar una situación de violencia de género y postula el rechazo del recurso casatorio interpuesto. 4.- La solución Examinadas las constancias de la causa y el recurso de casación interpuesto por la defensa, adelanto mi postura respecto de su rechazo por las razones que paso a exponer. Ante todo, y a los fines de simplificar el razonamiento necesario para dar solución a la cuestión planteada, deben detallarse los aspectos de la sentencia que no han sido cuestionados, y que, por lo tanto, han adquirido firmeza. Es dable destacar que la defensa no cuestiona la materialidad de los hechos sino que, por el contrario, solo cuestiona algunos aspectos concretos de su existencia y el significado que se les ha otorgado. Los puntos concretos puestos en tela de juicio justifican expedirse sobre los siguientes aspectos: (a) la calificación del hecho como homicidio doloso; (b) la imputabilidad del autor; y (c) la valoración judicial de la prueba. a. Causalidad Como mencioné al momento de la extracción de agravios, el argumento central de la defensa en este punto se sitúa en que la intención de su defendido fue lesionar y no matar. De tal modo, y apoyado en la prueba pericial incorporada, propicia una hipótesis de preterintencionalidad. Veamos si el pedido tiene la fuerza para desvirtuar la sentencia. De acuerdo con el defensor, no se ha podido demostrar que el estrangulamiento sea la causa de la muerte y, por el contrario, han sido los golpes los que explican el resultado fatal. Teniendo en cuenta que estos no debieron razonablemente causar la muerte, el resultado debe imputarse a título de culpa. Este planteo debe ser abordado desde una doble perspectiva: teórica y práctica. En términos teóricos, debemos preguntarnos si la plataforma fáctica propuesta por la defensa, esto es, que han sido los golpes y no el estrangulamiento lo que explica la muerte, es susceptible de ser significada como dolosa. Si contestamos afirmativamente esta cuestión, no tendría sentido analizar el argumento de la causalidad, pues aún dando la razón al recurrente el resultado de la sentencia se mantendría incólumne. Creo que, en este sentido, es la primera alternativa la que debe ser adoptada. Dicho en términos sencillos, es indiferente si lo que provocó la muerte fue el estrangulamiento o la golpiza, en tanto ellos no constituyen comportamientos individuales sino aportes solipsistas a un acontecer global, de modo que no existe un dolo distinto en el estrangulamiento que en la aplicación de los golpes. En otras palabras, lo que debe ser significado como doloso o culposo es el suceso completo no los movimientos corporales individuales que realiza el autor. En este sentido, comparto el análisis del a quo, que luego de analizar esta divergencia en la causa de la muerte planteada en los alegatos entre defensa y fiscal, concluyó que fue el conjunto de maniobras estrangulativas y traumatismos severos los que llevaron a la muerte de la víctima. Para así resolver, hizo referencia a la dimensión de la golpiza, la que entendió importante en el examen del aspecto subjetivo del delito, transcribiendo el informe de la necropsia a fs. 606/vta, que da cuenta de aproximadamente veinte lesiones distintas en la cabeza, el rostro cuello, pecho, estómago, espalda, cadera, muslo y rodilla de la víctima. Asimismo tuvo en cuenta, que el perito de parte admitió que su conclusión sobre la causa de la muerte era una conjetura basada en su experiencia profesional. Además el juzgador entendió que el médico omitió valorar un dato fundamental: la debilidad física de la víctima que le impidió “ejercitar una mínima resistencia, y por ende, facilitaba el acometimiento”, y que la falta de lesiones del condenado demostró claramente que no hubo resistencia por parte de la víctima. El significado doloso atribuido al suceso se basó, de ese modo, tanto en la dimensión de la golpiza como en la diferencia física que existía entre ambos sujetos, ya que el imputado es una persona corpulenta de aproximadamente un metro noventa de estatura, y un peso de alrededor de cien kilos, de lo que concluye que el ejecutor no tuvo obstáculo alguno para tomar el cuello de la víctima y mantener la compresión para estrangularla. Asimismo, el tribunal entendió atendible el planteo del Fiscal de Cámara que objetó la equiparación de los dictámenes del CMF y el perito de parte, en cuanto este último no participó de la necropsia, lo que marca una diferencia importante a favor de la opinión del médico forense. Además, valoró la declaración de la Dra. B. del CMF, quien ratificó que la muerte se produjo por el estrangulamiento, y concluyó que la interpretación que realizó el perito de parte, no tuvo suficiente consistencia para contradecir la opinión científica de la médica forense. Luego de este análisis, estoy en condiciones de afirmar que el sentenciante llegó al estado de conocimiento necesario para dictar una condena de manera razonada, valorando las pruebas de forma conjunta de acuerdo lo establece la sana crítica racional. Resta decir que como esta Corte lo ha sostenido en varios pronunciamientos, el recurrente debe ceñir su pretensión impugnativa a los hechos acreditados, toda vez que quién invoca un vicio sustantivo no puede desconocerlos ni modificarlos. Esta exigencia formal deriva de la esencia misma del control que permite este motivo casatorio, ya que con él se procura analizar el vicio "iuris" atribuido a la resolución objetada, el que siempre versa sobre una interpretación propiamente jurídica, sin que se pueda evaluar ni alterar el material fáctico alcanzado por esa interpretación, el que queda fijado por el Tribunal inferior. Por lo dicho, creo que el cambio de calificación no resulta procedente, y que el extenso análisis doctrinario y jurisprudencial ofrecido por el tribunal de juicio nos pone ante un acto jurisdiccional fundado satisfactoriamente, que ha aplicado correctamente la figura de homicidio doblemente agravado por el vínculo y por mediar una situación de violencia de género. II.- Estado mental del imputado al momento del hecho Si bien la defensa sostiene que el imputado actuó bajo los efectos de un trastorno mental transitorio incompleto, el sentenciante descartó esta hipótesis, analizando el informe del psiquiatra de parte, entendiendo que éste soslayó en su informe tres datos de relevancia determinantes. En primer lugar, que el imputado estuvo unas cuatro horas con paradero desconocido, y que“teniendo en cuenta sus antecedentes de consumo de alcohol y sustancias psicoactivas, no resulta irrazonable que hubiera intentando calmar su ansiedad por esos medios”. En segundo lugar, que el imputado acudió a la casa de su vecina luego del hecho, y ésta declaró de modo detallado, preciso y contundente, que no advirtió que presentara señales de haber consumido alcohol o drogas, en este sentido advierte el inferior, que si bien la testigo no es médico, conocía al sindicado y podía distinguir cuándo estaba sobrio y cuándo estaba ebrio o intoxicado. Por último, el a quo entendió que de los expedientes traídos a ad effecrum videndi los que fueron incorporados como prueba al debate, surgió que el sindicado es una persona que registra antecedentes de consumo crónico de alcohol y estupefacientes, por lo que su tolerancia a estos estimulantes es alta. El análisis anterior y lo manifestado por la psicóloga del CMF, Lic. M., quien al ser preguntada, se expresó en el mismo sentido (en cuanto que la conducta del imputado posterior al hecho, de organizarse, irse del lugar no podrían haberse llevado a cabo en el marco de un trastorno mental transitorio incompleto), llevaron al tribunal a rechazar la duda instalada por la defensa, respecto del estado mental del imputado al momento del hecho. Resta agregar, que el razonamiento realizado por el inferior es correcto y se ha realizado en forma razonada, sin que se adviertan errores que afecten las conclusiones a las que arribó a partir de la valoración de las pruebas, por lo que el agravio no puede prosperar. III.- Omisión de valoración de prueba El recurrente afirma que el inferior omitió valorar algunas pruebas como, testimoniales que acreditaron la pelea entre la pareja, el estado de intoxicación del imputado al momento del hecho, el resultado de la necropsia y los informes médicos que explican las causas de la muerte. Del análisis de la sentencia se advierte las afirmaciones de la defensa no reflejan el contenido de la sentencia. Por el contrario, puedo afirmar que el juzgador ha descartado con acierto la existencia de una pelea o riña entre la pareja a partir de las declaraciones de los testigos, como surge de los fundamentos. En efecto, del relato de D. H., amigo del imputado, no surge que la existencia de una pelea anterior al desenlace fatal, como tampoco de la declaración de E. M., vecino de la pareja, quien sólo hizo referencia a que escuchó una discusión la noche anterior. Por otra parte el funcionario de policía científica, A. G. -el primero en llegar al lugar del hecho- manifestó en el debate que en el lugar se encontraba el desorden típico de la convivencia, pero no por una riña o pelea. El inferior valoró esta declaración, y así también lo que este testigo manifestó en la audiencia de debate, momento en que aclaró que el desorden que vio en la casa era el propio de la vida cotidiana. Del examen anterior se desprende que de los testimonios no surgió que haya existido una riña, como afirma el recurrente. Sumado a lo anterior la ausencia de lesiones del imputado, llevaron al inferior a descartar esta posibilidad. Por lo tanto, la existencia de una pelea anterior al homicidio resulta una afirmación de la defensa huérfana de sustento probatorio, y el agravio no puede prosperar. IV. Sobre la existencia de un contexto de violencia de género Por último, la defensa ha planteado la existencia de un contexto de violencia intrafamiliar como aquel en el cual se desarrolló el ilícito, mientras que el a quo consideró que los hechos investigados resultaban encuadrados en el delito de femicidio, ilícito incorporado al código de fondo mediante ley 26.791, mediante la cual se introduce la fórmula del inciso 11 al artículo 80 del Código Penal, que dice al que matare “a una mujer cuando el hecho sea perpetrado por un hombre y mediare violencia de género”. Al respecto, considero oportuno efectuar una serie de consideraciones vinculadas a las particularidades que presentan casos como el analizado. Como juzgadores somos absolutamente conscientes de la existencia de la violencia de género y de todos los compromisos asumidos por el Estado para tratar de prevenir y mitigar este flagelo. La violencia de género, por tratarse de un elemento normativo de la figura legal, a diferencia de los elementos descriptivos que son captables por los sentidos o comprobables fácticamente, exige una valoración jurídico-cultural, y por ende es indispensable buscarla en otros instrumentos legales que, sin lugar a dudas, son anteriores a la Ley 26.791 de reforma al Código Penal y que han servido como germen para su nacimiento. Efectivamente, y en lo que hace estrictamente al marco normativo, nuestro país incorporó en el ordenamiento interno dos instrumentos esenciales vinculados a la problemática de la violencia de género contra la mujer. Por un lado, la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la Mujer (CEDAW), aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en el año 1979, ratificada por el Estado Argentino mediante la sanción de la Ley 23.179 del año 1985, y elevada al rango constitucional mediante la reforma de la Carta Magna, al incorporarla en la enumeración contenida en el segundo párrafo del art. 75 inc. 22. Por otro, la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer (Convención de Belém Do Pará) creada en el año 1994 en el marco de la Organización de Estados Americanos, aprobada e incorporada al ordenamiento argentino en el año 1996 por Ley 24.632, y que goza de rango constitucional. La Declaración de la ONU sobre Eliminación de la violencia contra las mujeres (20/12/1993) utiliza el término “violencia de género o violencia contra las mujeres” para referirse a todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para las mujeres, inclusive las amenazas de tales actos, la coacción privada o privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública o privada En nuestro país, las directrices internacionales fueron recogidas en el año 2009 se sancionó en nuestro país la Ley Nacional N° 26485 de “Protección Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia Contra las Mujeres en los Ámbitos en que Desarrollen sus Relaciones Interpersonales" que ha conceptualizado en su at. 4. a la violencia contra la mujer como: "toda conducta, acción u omisión, que de manera directa o indirecta, tanto en el ámbito público como en el privado, basada en una relación desigual de poder, afecte su vida, libertad, dignidad, integridad física, psicológica, sexual, económica o patrimonial, como así también su seguridad personal..." . Luego de ello, y ya en el año 2012, se materializó en Ley 26791 que incorporó la temática a la legislación penal mediante la figura del art. 80 inc.11. El complejo marco normativo escuetamente precitado, no hace más que reflejar la importancia y necesidad en que determinación de responsabilidades penales respecto de hechos que han tenido lugar en un contexto de violencia de género. De acuerdo a lo dicho, según mi opinión, la sentencia interpretó los hechos y valoró el complejo material probatorio reunido y debidamente acompañado e incorporado en autos, conforme a los lineamientos señalados precedentemente, lo que condujo su razonamiento a interpretar y justificar, de manera suficiente, que los hechos tuvieron lugar en un contexto de violencia de género. A tal conclusión arribo tras merituar que, a diferencia de lo sostenido por el defensor, entiendo que en el caso concurren los elementos propios de un contexto propio de la violencia de género. En este sentido, mientras la defensa destaca que la existencia de denuncias contra la víctima sería demostrativo de la inexistencia de una relación desigual de poder, considero que las características de la relación de pareja que mantenían los protagonistas del conflicto, sumado al modo en que se ejecutó la agresión, permiten inferir un contexto como el referido. En relación al argumento de la defensa, coincido con el a quo en el sentido que las denuncias dirigidas a la víctima no fueron provenientes de su pareja sino de su madre, y por ende no tienen ninguna entidad para caracterizar la relación entre ellos. Al respecto, resulta evidente que el modo en que ella se haya manejado en su vida privada fuera de su relación con su pareja es absolutamente intrascendente para la solución del caso, en tanto es posible que una misma persona se establezca relaciones agresivas y violentas con algunas personas de su entorno, y al mismo tiempo sea sometida en otras. En el caso, el razonamiento de la defensa aporta exclusivamente a caracterizar la relación entre la víctima y su progenitora, pero esa circunstancia en nada contribuye a configurar el vínculo con su pareja. Por otro lado, sí existen elementos probatorios incorporados a la causa que permiten demostrar la concurrencia de los elementos que hacen a una relación de poder basada en el género. En primer lugar, el tipo de agresión física que sufrió la víctima refleja no solo un simple ataque, sino un ejercicio de la especial posición de poder que el imputado gozaba por su calidad de hombre. Esto se observa en la cantidad de golpes propinados, los hematomas que quedaron en el cuerpo de la mujer y las equimosis y excoriaciones. Por otro lado, también los vecinos del barrio han aportado elementos para reconstruir la relación de pareja. Así, mientras H. indicó que era “mala”, y que “se llevaban mal”, M. aportó una situación concreta en que, en una tarde de enero, escuchó una discusión y a C. intentar ahogar en la pileta a la víctima mientras la hija de ambos (en ese momento, de dos años) lloraba (fs. 600/601). Asimismo, el ejercicio de esa posición de poder se refleja también en la declaración de la vecina J. G.. Esa testigo indicó, por un lado, que antes de llegar a la escena de los hechos escuchó que C. venía por el pasillo y le decía a la madre de la víctima “que no fuera a otra vecina”. Igualmente, recordó que un mes antes del hecho la víctima se había ido de la vivienda pero luego regresó (fs. 602 vta.). Como se adelantó, tanto las características de los golpes que dieron lugar a la muerte como la reconstrucción de la relación entre la pareja permiten afirmar, en el caso, que la violencia física y psicológica que ejercía el acusado sobre la víctima discurre correctamente bajo los términos del inc. 11 del art. 80 C.P., esto es, en el tipo penal de femicidio (…se impondrá prisión perpetua […] al que matare […] a una mujer cuando el hecho sea perpetrado por un hombre y mediare violencia de género…). En efecto, la motivación en el actuar del acusado, en tanto elemento ultra intencional al momento de acabar con la vida de su pareja, no obsta a la apreciación de esta agravante, si se ha verificado objetivamente que existía entre víctima y victimario una relación de asimetría que sometía la vida de la primera, por su condición de mujer, a la voluntad del segundo. Con base en las consideraciones anteriores, entiendo que los agravios esgrimidos por el recurrente, tanto en el plano de la interpretación de los hechos como en el de la aplicación del derecho, no pueden prosperar. Por todo lo expuesto, y oído el señor Procurador General, corresponde no hacer lugar al recurso de casación intentado por la defensa. ASÍ VOTO. Sobre la misma cuestión, el Dr. Pedro J. Llorente adhiere, por sus fundamentos, al voto que antecede. Sobre la misma cuestión el Dr. Mario D. Adaro dijo: Comparto los fundamentos por los cuales el Ministro que lidera el voto preopinante considera que corresponde desestimar los agravios esgrimidos por la defensa de C. G. y, en su consecuencia, confirmar el dictum puesto en crisis. Sin embargo, encuentro oportuno precisar algunos aspectos en torno a la agravante cuestionada por la defensa. Según entendí en el precedente “C. H.” para considerar acreditado que el hecho tuvo lugar en un contexto de violencia de género «[…] entre la ejecución del homicidio y la violencia de género debe existir una relación de mediación no en tanto elemento subjetivo ultra intencional, sino como contexto objetivo de violencia que precede y motiva la ejecución. Este último hace referencia a una relación de sometimiento entre victimario y víctima (asimetría) que coloca a esta última en una especial posición desventajosa por su condición de mujer» (“C.H., S.”). En efecto, entiendo que la violencia de género requerida por el tipo agravado, presupone un espacio ambiental específico de comisión y una determinada relación entre la víctima y el agresor, en donde la mujer se encuentra en una situación de sometimiento y de vulnerabilidad, circunstancia que encuentra su génesis en las distintas formas de violencia que el hombre puede ejercer hacia la mujer en una sociedad estructuralmente desigual, las que se encuentran definidas –tal como lo destaca el ministro preopinante– en la Ley 26.485 (arts. 4 y 5). Esta relación normativa que vincula el tipo básico con los elementos exigidos por la figura calificada del femicidio, se encuentra debidamente probado en autos, a través de los testimonios que dieron cuenta de los distintos episodios de violencia sufrido por la víctima por parte de Camargo, los que fueron debidamente analizados por el a quo y reiterados en el voto preopinante -a los que, reitero, adhiero en su totalidad-, y que sólo pueden ser interpretados adecuadamente desde una cabal comprensión de todas las circunstancias especiales en las que se desarrollaron los reiterados comportamientos violentos en su perjuicio y su exposición a una escalada de violencia cada vez de mayor riesgo, extremo que finalmente se evidencio con su femicidio. De este modo, entiendo que resulta imperioso para la defensa de los derechos de las mujeres considerar todos los antecedentes de violencia previos al evento que finalmente es puesto en conocimiento de las autoridades y que conforman el “ciclo de violencia”. En pos de tal objetivo, y a fin de cumplir con los compromisos internacionales asumidos en la materia, entiendo oportuno destacar, tal como exprese in re “G. R.”, que “[…] no puedo dejar de soslayar que analizamos una problemática compleja que afecta un colectivo de personas en situación de vulnerabilidad que, por distintas circunstancias o factores, se ven privadas del pleno goce y ejercicio de sus derechos fundamentales. Los problemas derivados de esta especial situación de vulnerabilidad, así, exceden un abordaje meramente jurídico en tanto se trata de una problemática compleja que atraviesa y debe ser atendida, comprendida y abordada desde conocimientos interdisciplinarios. Por ello, el administrador de justicia al valorar elementos probatorios – particularmente pero no excluyentemente en la esfera penal– debe ponderar los patrones socioculturales y estereotipos sobre los que se construye esta problemática, a fin de tener una verdadera comprensión del fenómeno de violencia de género y, de esta manera, poder lograr desde el Derecho aportar soluciones que contribuyan a atacar el flagelo de la violencia y trabajar en pos de la igualdad de género”(“G. R., J. J.”). Sostuve también en el citado precedente, que advertía como primer orden de dificultad que las normas procesales que regulan la adquisición, producción y valoración de la prueba son neutrales al género; es decir, no establecen lineamientos específicos en orden al tratamiento de este fenómeno. Además, si bien nuestro ordenamiento procesal adopta el sistema de la libre convicción y la sana crítica racional como método para la valoración de la prueba, no garantiza que los operadores judiciales guíen sus decisiones exentos de las concepciones socioculturales que favorecen el trato discriminatorio de este sector en situación de vulnerabilidad. En este entendimiento, el Comité para la eliminación de la discriminación contra la mujer (Comité CEDAW, ONU) advierte la mayor visibilidad del femicidio y la necesidad de adoptar medidas para su prevención y sanción, enfatizando la necesidad de dar seguimiento a la aplicación de dicho tipo penal y sus agravantes por los distintos operadores del derecho. De esta manera, se advierte que el juzgador, con una mirada integral de la problemática, cumplió con los criterios interpretativos que establece la Lay 26.485, que expresamente conmina a los operadores judiciales a que ponderen, en orden a acreditar que el hecho tuvo lugar en un contexto de violencia de género, todas las presunciones que se construyan a través de indicios graves, precisos y concordantes (art. 31). En suma, mi interés por subrayar los conceptos vertidos precedentemente, tiene por objeto exhortar a los operadores del derecho al cumplimiento de los compromisos internacionales asumidos y con el propósito último de este Supremo Tribunal: la efectiva protección de derechos fundamentales de este sector vulnerable de la población con el necesario enfoque de género. ASI VOTO. Sobre la segunda cuestión, el Dr. José V. Valerio dijo: Corresponde omitir pronunciamiento sobre este punto, puesto que se ha planteado para el eventual caso de resolverse afirmativa la cuestión anterior. ASÍ VOTO. Sobre la misma cuestión, los Dres. Mario D. Adaro y Pedro J. Llorente adhieren al voto que antecede. Sobre la tercera cuestión, el Dr. José V. Valerio dijo: Atento al resultado a que se arriba en el tratamiento de las cuestiones que anteceden, corresponde imponer las costas a la vencida y regular los honorarios profesionales del Dr. E. R. I. en la suma de pesos veintisiete mil novecientos uno con 86/100 ($ 27.901,86) a cargo de su defendido por su labor en esta etapa (arts. 557 y 560 del CPP y 16 de la Ley 9131). ASI VOTO. Sobre la misma cuestión, los Dres. Mario D. Adaro y Pedro J. Llorente adhieren al voto que antecede. Con lo que se dio por terminado el acto, procediéndose a dictar la sentencia que a continuación se inserta. S E N T E N C I A: Por el mérito que resulta del acuerdo precedente la Sala Segunda de la Excma. Suprema Corte de Justicia fallando en definitiva, se Resuelve: 1.- Rechazar el recurso de casación interpuesto a fs. 618/663 vta. por la defensa del imputado F. F. C. G.. 2.- Imponer las costas a la vencida y regular los honorarios profesionales del Dr. E. R. I. en la suma de pesos veintisiete mil novecientos uno con 86/100 ($ 27.901,86) a cargo de su defendido (arts. 557 y 560 del CPP y 16 de la Ley 9131). 3.- Tener presente la reserva federal formulada. 4.- Remitir las presentes actuaciones al Tribunal de origen, a sus efectos. Regístrese. Notifíquese.