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Carta publicada en el diario El Mercurio el 20 de febrero, 2020

Señor Director:

Las interpretaciones del reciente informe de la empresa Alto Analytics sobre el rol de las
redes sociales digitales en los estallidos de Chile y Colombia han enfatizado una supuesta
actividad anormal y la influencia de acciones concertadas desde Venezuela y Rusia. Los
análisis que hemos realizado los últimos meses en el Laboratorio Social Listening de la
Facultad de Comunicaciones de la Universidad Católica de Chile sugieren que estas
conclusiones no son acertadas, al no considerar adecuadamente las características de estas
redes complejas.

Se ha resaltado que el 0,5% de los usuarios generaron el 28% del contenido digital durante
las primeras semanas de crisis y que estos “usuarios anómalos” alcanzaban hasta 12
publicaciones por hora. Esto parecería sospechoso, pero es común en este tipo de redes.
Toda contingencia social sigue tal estructura cuando es capitalizada por actores digitales que
generan masivamente contenido para acumular seguidores, likes y retuits. Incluso medios
tradicionales como @Cooperativa alcanzaron un promedio de 15 publicaciones por hora en
ese periodo.

También se ha argumentado una fuerte influencia de medios venezolanos, dado que Telesur
estuvo entre los 15 más compartidos durante ese periodo. Pero observamos que un medio
como @biobiochile (el más compartido) tuvo cuatro veces el impacto de Telesur en usuarios
chilenos. Más que incidir en Chile, hemos observado que medios como Telesur despiertan
conversaciones sobre el país en el extranjero, sin afectar significativamente las narrativas
locales.

Finalmente, se destaca que las cuentas anómalas influyeron fuertemente en la propagación


de noticias de medios alternativos como Gamba, lo que sería evidencia de una campaña
concertada de desinformación. Sin embargo, estas cuentas propagaron en porcentajes
similares a medios alternativos y tradicionales, lo que contradice esta hipótesis. En general,
no se puede entender la relevancia de ciertas cuentas en la propagación de desinformación
sin analizar cualitativa y cuantitativamente el contenido que difunden y las comunidades que
alcanzan.

Si bien es claro que los medios venezolanos tuvieron una marcada línea editorial sobre la
crisis, y que bots difundieron contenidos para desinformar y polarizar, no hay pruebas de que
estas acciones hayan sido relevantes en la construcción de discursos y conversaciones entre
chilenos. Es imprudente usar este tipo de estadísticas para argumentar la importancia de tal
influencia extranjera en el estallido social. Esto incrementa la polarización del ambiente
político del país y podría, irónicamente, incidir más en el debate público que los agentes cuya
influencia no logra demostrar.

CRISTIÁN HUEPE
CLAUDIO VILLEGAS
Investigadores del Laboratorio Social Listening Lab (SoL-UC)
de la Facultad de Comunicaciones UC

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