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Los sacrificios humanos de Alicia

Amelia C. Salinas R.
Índice

Guerrera del Infortunio [La primera Alicia]………………...5


Amante de lo Imposible [La segunda Alicia]………………..7
Reina de la Perversión [La tercera Alicia]…………………9
Inocencia [El número cuatro]………………………...12
El sueño que fue oprimido [La última Alicia]……………….15
Los sacrificios humanos de Alicia
«Deja que tu mente asimile lo que será tu destino y se
transforme en el fragmento de un macabro relato»
Anónimo.
Guerrera del Infortunio
[La primera Alicia]

Ella no sucumbiría a la demencia. Ese extraño mundo en el que había


caído estaba distorsionado, corrupto y enfermo, mas ella jamás cedería.
Aun cuando sus manos tuviesen que teñirse de rojo no se permitiría
doblegarse por aquella inmundicia.
Alicia, eres la única que puede hacerlo.
Luchaba día y noche, sin descanso, por su propia salvación. En aquel
lugar no habitaba nadie que pudiese ayudarla; sólo entes malignos que
deseaban consumir su alma. Todo era caos, silencio y desolación.
Alicia, en tus manos reside el destino de los que pronto vendrán, ¡tienes
que ganar!
Un día el sol no hizo más aparición, y sumergida en la inacabable
oscuridad la joven tuvo que seguir librando su eterna batalla. Gritos de
todas y ninguna parte ahora llegaban a sus oídos, atormentándola,
mientras árboles de largos troncos sellaban cada vez más su camino,
haciéndole perder el rumbo. Entonces un diluvio que no era agua cayó
desde el cielo infinito, empañando su vista, pudriendo su ropa, apresando
sus pies al lodo… Y Alicia lo sabía, sabía lo que le esperaba, sin
embargo no quería admitirlo. En su aterrado corazón reposaba un vestigio
de esperanza.
Alicia, guerrera del infortunio, debes acabar con ese maldito sueño para
evitar que te consuma, ¡no te rindas!
Pero ya era demasiado tarde. Su brillante espada, ahora rota y oxidada,
yacía sobre la tierra mojada, olvidada. Y ella, Alicia, la de ojos tan
negros como el pelaje del extraño y sonriente gato que de cerca la
vigilaba, lloraba perdida; desalentada. Abandonando toda fe que en su
alma todavía residía y manchó su rostro de porcelana con la sangre
oscura de sus manos, hundiéndose lentamente en aquel atroz y
misterioso mundo que, en un futuro muy próximo, habría de tomar más
vidas…

«La primera Alicia estaba llena de valor y con espada en mano se


adentró en aquel país. Incontables fueron las pérdidas que causó,
dejando detrás sólo un sendero carmesí. Esa Alicia en el bosque se
perdió y en castigo a sus pecados encerrada se quedó. Árboles
cubrieron toda forma de escapar, nadie sabe si vivió o murió…
¿Dónde estará?»
Amante de lo Imposible
[La segunda Alicia]

Lo único que escuchaba era su propia voz. Hacía ya mucho tiempo desde
que vivía inmersa en su propio delirio. Tras aquel castillo en ruinas vivía
una ingenua niña, de corto cabello rubio y vacíos ojos oliva. Ensimismada
en su letargo de nunca acabar, jamás habría de notar que una mirada
sombría la asechaba desde la sombras…
Alicia, es hora de despertar.
Cantaba día tras días la misma canción, sentada entre la maleza de lo
que, en tiempos de gloria, había sido un lindo jardín. Su voz divina e
inmaculada encantaba a cualquiera que la escuchase; hasta los ruiseñores
revoloteaban alegres a su alrededor al ritmo de su animada canción, mas
la joven no los veía. Soñando despierta, en su mente reproducía la tierna
imagen de su familia, ahora calcinada entre los escombros del lúgubre
castillo. Podía verlos aplaudir y vitorear su hermoso canto. Inocente
niña, era incapaz de saber que con su suave melodía realmente había
cautivado al peor de los monstruos.
Alicia, dueña del desconsuelo, ¡despierta ya!
Sumergida en su locura, observó con asombro como el escenario cambiaba
y ahora un maravilloso camino de rosas se extendía a sus pies. Eran
rosas brillantes, preciosas, de todos los colores, y al final de aquel
camino se hallaba el valiente caballero de armadura impecable, ese con
el que siempre había soñado, sosteniendo con delicadeza una rosa roja
frente a ella. Alicia sonrió, sin poderlo creer, y por primera vez en
mucho tiempo se puso de pie, caminando hacia su amado. Pobre
infeliz… Aquello no era más que una vil de su insana imaginación. Su
depredador y más fiel admirador la esperaba con el puñal en sus manos
y una sonrisa triunfante.
Alicia, amante de lo imposible, no des un paso más…
Risueña, ella quiso tomar la rosa, sin embargo, su amante al verla y
tenerla cerca no se pudo controlar…

«Florecieron en su pecho rosas carmesí. ¡Qué tragedia amar y estar


destinada a morir…!»
Reina de la Perversión
[La tercera Alicia]

La locura amenaza con engullirla a cada segundo.


Tic tac, tic tac; el reloj de pared le es como una bomba de tiempo,
mientras que la oscuridad de aquella precaria habitación se convierte en
la terrible carcelera de la prisión que es su soledad.
¡Alicia! ¿Por qué sucumbiste a tu propio ser maligno?
Tic tac, tic tac; los gritos que resuenan en su mente no son más que
ecos del pasado. ¿Cuántos nobles y valientes caballeros murieron por
salvarla? ¿A cuántas brillantes y hermosas doncellas les arrebató la vida
en un segundo?
Alicia, atroz niña de ojos rojos, ¿cuánta sangre se derramó por ti? La
condena por tus pecados ya ha sido dictada. Dejaste tu mundo de
ensueños al ser consumida por la demencia. Tu alma terminó envenenada
por el odio y la codicia.
Alicia, reina de la perversión, ¿ceder a la agonía será suficiente castigo
para ti?
El quejumbroso sonido del reloj se detiene, y a cambio, una angustiosa
sonata de piano comienza a sonar desde lo que parece un mundo ajeno
y distante. Es un ritmo lento y frenético a la vez; profundo, miserable,
tortuoso, melancólico... Y el podrido corazón de Alicia se dispara a mil
por segundo, presa, por primera y última vez, del horror más grande
que cualquier ser humano pudiese albergar. Al hallarse sin salida, lleva
ambas manos a los costados de su cabeza, en un vano intento de omitir
el infame ruido que comenzaba a penetrar sus oídos y a perturbar su
ya afectada mente.
Alicia, malvado ser de rizos negros, ¿valió la pena sembrar tanto pánico
en tu irreparable reino?
La piel de su rostro es brutalmente desgarrada por sus propias uñas,
largas y afiladas, similares a las de ciertas hechiceras a quienes en algún
momento de aburrimiento asesinó sin miramientos. La sangre ahora cubre
su cara, sangre caliente y espesa; sangre maldita, que como lágrimas se
deslizan por sus mejillas. Y ella no siente dolor alguno, ya no. La locura
ha terminado de poseer todo su ser y lo que alguna vez llegó a ser.
Alicia, delirante muchacha de vida trágica, ¿hubieses preferido un mejor
final?
En un arrebato de ira, desprende de su cuenca su propio ojo izquierdo.
El órgano palpita en su mano ensangrentada, la sensación siéndole
sumamente reconfortante. Y ella no siente dolor, ya no. Su espíritu
murió.
Una demencial risa retumba en aquella oscura habitación sin fin.
Pertenece a Alicia, quien se tira al suelo y se entrega a la mismísima
perdición. Todo lo que le queda es un largo camino de mórbida desolación.
Un diluvio dará inicio afuera y el cielo se teñirá de rojo. Los arboles
dejarán caer sus hojas, mientras los mirlos se apresurarán a esconderse
del caos que estaba por empezar. Aquel mundo de locura, horror y
desolación estaba a punto de quebrantarse.
Alicia, ingenua niña de alma triste y corrompida, tu infierno acaba de
comenzar.
Inocencia
[El número cuatro]

Ella, grácil y despreocupada, en su corazón no daba cabido a


sentimientos malignos. Sólo amor y felicidad la albergaban.
Él, brillante y aventurero, hacía del miedo su escudo y se adentraba,
gallardo, a universos paralelos donde disfrutaba de la adrenalina de
agudizar sus sentidos.
Hermanos, enlazados por la sangre en sus venas, que no sabían lo que
era sufrir. Habían decidido irrumpir en un mundo de oscuras tinieblas
buscando una nueva aventura; queriendo saciar su párvula curiosidad.
Inocentes niños de Dios, es mejor dar marcha atrás…
Vacilantes, abrieron las puertas de aquel extraño país, encontrando sólo
miseria, dolor y pena a su alrededor. ¿Qué había pasado allí? ¿Dónde
estaba el tranquilo pueblo que esperaban, y su dulce gobernante? ¿A
dónde habían ido todos? El cielo, que debía ser de un brillante azul
celeste, estaba teñido de rojo, y en las calles no había niños
correteando alegremente. A lo lejos, el lastimero maullido de un gato
fue la única señal de vida.
Un mal presentimiento los invadió, mas bastó un intercambio de miradas
y una sonrisa alentadora para continuar. Dulces querubines, amantes del
peligro, ya no hay nada que puedan hacer…
Con cada paso que daban el temor iba, poco a poco, envenenando sus
corazones. El instinto aventurero que compartían era lo único que los
mantenía avanzando entre la inmundicia de ese desalentador escenario.
Era como si el aire que respiraban estuviese impregnado de angustia y
desesperación, sofocándoles… Aunque sus flamantes espíritus no
habrían de ceder tan fácilmente a la perdición.
Gemelos, de lindo cabello castaño y ojos color almendra, ni las deidades
supremas habrían de poder salvarlos del destino que habían firmado…
A las puertas de un gran castillo en ruinas lograron llegar. Parecía un
lugar abandonado, sin embargo, una risa demencial se escuchó desde su
interior, helando sus sentidos. Ella quiso correr, presa, finalmente, del
terror; pero él tomó su mano y con una simple mirada la tranquilizó.
Aquellas puertas se abrieron ante ellos sin que lo esperasen, revelando
a una joven de largo cabello negro y un único ojo carmesí, pues de su
otra cuenca sólo brotaba sangre oscura y espesa.
Criaturas de alma libre, ¿es la inocencia que poseen un arma de doble
filo?
Los hermanos, impactados, observaron cómo aquella chica se acercaba
lentamente, tendiéndoles una de sus manos manchadas. Ahora, ellos
sólo contaban con dos opciones: Escapar; correr sin mirar atrás y salir
de aquel inmundo país, o…
Entonces una sonrisa curveó los labios de él y los de ella; sonrisa similar
a la de la perturbadora joven frente a ellos. No necesitaron hablar para
saber que habían pensado lo mismo. Aun tomados de la mano, dieron un
paso al frente y abrazaron a aquella Alicia, riendo jovialmente. Las
enormes puertas tras ellos cerraron sin hacer ruido…
Un grito agónico retumbó en aquel podrido mundo, espantando a los
cuervos que yacían en las copas de los árboles. La nueva aventura de
los hermanos parecía prometer mucho más…

«Mas su sueño aún está por terminar… Aquel extraño país hoy a
sus pies está…»
El sueño que fue oprimido
[La última Alicia]

Hubo una vez un sueño, uno muy pequeño, que deseaba ser recordado
por siempre. Para ello, se inmiscuía en las mentes de las personas,
arrebatándoles la inocencia, la cordura, la vida… Aprisionándolos a
todos en un extraño mundo distorsionado donde habrían de permanecer
hasta su último aliento. Y yo, jajá, yo no fui la excepción.
(La primera frase del siguiente párrafo es ininteligible, pero se puede
deducir que dice algo como: “¡Los consumirá a todos!”).
Yo he estado acá por mucho tiempo, sólo observando; esperando el
momento adecuado para actuar. He visto morir a varias: la primera,
intentado escapar, ¡idiota! ¡¿Por qué querrías escapar del País de las
Maravillas?! La segunda, carcomida por el delirio, ¡pobre de ella, su
débil mente fue incapaz de aceptar la perfección de este mundo! La
tercera estuvo a punto de triunfar, aún después de ceder a la locura,
mas su propia maldad psicótica la llevó a la boca del monstruo; ¡fue
cazador cazado, jajaja! (Lo que sigue son trazos frenéticos, sin
distinción lógica alguna). Y el número cuatro, oh… ellos pudieron con
la tercera, hermanos malignos de sangre fría. Los puedo observar desde
aquí, ahora, desde mi lugar secreto. Están frente al cuerpo inerte de
aquella Alicia, danzando sobre la sangre esparcida por el suelo de este
oscuro palacio. ¡Y ríen! ¡Están riendo! Jajá, yo los veo, mas ellos no
me pueden ver. Creen que han ganado, que la victoria es suya, ¡y lo
celebran! ¡Los malditos están celebrando! Pero yo… já, yo no he
permanecido tanto tiempo acá, en silencio, para ver triunfar a otros,
¡no, no, no! Este mundo carmesí debe ser mío… Este sueño, este
infame sueño que acabó con todo lo que yo era y se adueñó de mi alma,
ahora podrida, va a ser mío, ¡lo será! Y como prueba de ello es que
escribo estas desdibujadas líneas con mi propia sangre sucia,
¡envenenada por el sueño que acabó con mi vida!
(Lo siguiente se haya escrito en letras muy grandes, distorsionadas,
ocupando gran parte del pedazo de papel. Parece decir: “¡Los
destruiré!”)
Me arrastro, me acerco a ellos. El hálito de complacencia en que se
envuelven me hace querer vomitar. Parecen muñequitos de porcelana a
juego, con su ropa a la medida y el cabello perfectamente peinado.
Estoy cerca, tan cerca. Puedo incluso embriagarme con el aroma a lirios
que expiden, y ellos siguen sin verme. Jajaja, ¡será su propia inocencia
la que los lleve al infierno!
El momento ha llegado. Finalmente, decido levantarme. Ellos me notan
casi enseguida, entonces oculto la brillante daga de plata tras mi vestido
sucio, roto en jirones, y sonrío. Sonrío como nunca antes lo había hecho,
toda grácil y refulgente. Ellos se miran extrañados, sin embargo, me
devuelven la sonrisa, y se acercan, tomados de la mano, como criaturas
inofensivas. Ilusos, ¡yo no caeré en su trampa! Doy un paso más al
frente y ellos comparten otra mirada, una cómplice, acompañada de una
media sonrisa; lucían como el par de enfermos asesinos que son,
decidiendo sin palabras cómo matar a su nueva víctima. Já, ellos no
tienen ni idea… (De nuevo, trazos frenéticos, seguido de letras muy
pequeñas, apenas distinguibles. La frase alega: “¡Pintaré con su sangre
todas las paredes!”).
Revelo mi arma, empuñándola con firmeza, y en un segundo, la incrusto
en el ojo izquierdo de ella. ¡¿Qué te parece?! ¡Con sólo teñir tu
cabello podrías imitar a la Tercera! ¡Jajaja! Esa falsa Alicia cae al suelo,
soltado un gran alarido, retorciéndose del dolor. La sola imagen me lleva
al éxtasis, haciéndome querer retratarla para así poder observarla por
siempre. A duras penas la dejo de lado, enfocándome entonces en él.
Me está mirando, con ojos desorbitados, dando temblorosos pasos hacia
atrás. Luce tan dulce y frágil que me hace desear engullirlo. ¿Y por
qué no? ¡Seré la ama y dueña de este mundo majestuoso! Camino hacia
él, serena, suprimiendo mis deseos por devorarlo, sin dejar de sonreír
jamás. Él intenta alejarse aún más rápido y cae, presa del terror, hecho
un manojo de nervios. Me detengo frente a él y le ofrezco una de mis
manos para ayudar a levantarlo. Duda, pero la toma; en sus ojos puedo
ver la confusión. Y es tan hermoso. Sus facciones de niño, su nívea piel,
su párvula boca… ¿Acaso podría hacerlo mi Rey? Dejo un beso en sus
tiernos labios y aprisiono su garganta con ambas manos. Me maravillo
viéndolo perder lentamente el aliento mientras los gritos de su hermana
mayor resuenan de fondo, como la mejor pieza musical nunca antes
escuchada. Su rostro inmaculado se colorea de violeta y sus débiles
piernas flaquean y ceden, cayendo así sobre sus rodillas. Aprieto más
fuerte y sus manos buscan detener las mías, en un vano intento por
salvarse. Pero ya es demasiado tarde; la vida se le ha escapado. Con
delicadeza, dejo reposar su cuerpo sobre el suelo y me doy cuenta de
que comerlo sería un desperdicio. Será mi Rey, para toda la eternidad...
Me pongo de pie y me dirijo hacia ella, aun agonizante, bañada en su
propia sangre. De pronto, la sabiduría me ilumina; ¡la falsa Alicia
reemplazará a su hermano en el festín de mi bienvenida! Tomó la daga
y cortó su cabeza, sus brazos, sus delgadas piernas… (Letras difusas,
se entiende algo como: “¡Ya nada puede contra mí!”).
Más tarde, cuando la luna escarlata esté alta en el cielo de ébano, daré
inicio a la celebración que me recibirá como primera y única Reina de
este inmundo sueño. Mi Rey estará a mi lado, la cena estará puesta
sobre la mesa y mil almas agonizantes presenciarán mi coronación.
¡Porque gané! ¡La victoria es mía! ¡Yo…! (Hay una pausa abrupta;
mucho espacio en blanco antes del siguiente párrafo).
Hubo una vez un sueño, uno muy pequeño, que deseaba ser recordado
por siempre. Ese sueño ahora es mío, lo domino, lo poseo, hago que
siempre siga mi voluntad. Y tú, jajá, sí, tú, el que está leyendo esto
ahora mismo, pronto también serás mío. Nadie se salva de las
alucinaciones del corazón, nadie se salva de los oscuros delirios del alma,
nadie se salva de la locura… ¡Nadie se salva de caer en este increíble
País de las Maravillas!
¡Te espero a la hora de dormir! xx.

[Carta de Alice Westerfeld, paciente recluida en el hospital


psiquiátrico Real Bethlem’s Hospital. Londres, Inglaterra, abril de
1986. Escapó, su paradero aún se desconoce].

Fin

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