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Violencia Sexual
Violencia Sexual
PRÓLOGO
1. EN FAMILIA:
SEXO, INCESTO Y VIOLENCIA EN LAS FAMILIAS MEXICANAS
El incesto en México; El estudio del incesto en México: escribiendo acerca de las familias
mexicanas; Más allá de culpar a la cultura; Metodología; Las cambiantes definiciones de
incesto; Violencia sexual, defensa y apoyo, y otras intervenciones: pasado y presente;
Hacia una sociología feminista de las familias incestuosas en México: el género y la
sexualidad del incesto; Organización del libro
Las funciones sexuales de las hijas en las familias incestuosas; Hijas conyugales; Para
comprender el incesto padre-hija; El proceso de llegar a ser hija conyugal; Sirvientes
maritales: entre la complicidad y el desempoderamiento; Para entender la servitud marital
3. A LA PRIMA SE LE ARRIMA:
HERMANAS Y PRIMAS
Tíos maternos: los hermanos biológicos de la madre; Los tíos políticos maternos; Tíos
paternos: los hermanos biológicos de los padres; Los tíos políticos paternos; El tío paterno
lejano; Para entender el incesto tío-sobrina; La feminización del incesto; Las políticas de
desigualdad de género dentro de la familia
APÉNDICES
APÉNDICE A
APÉNDICE B
APÉNDICE C
APÉNDICE D
BIBLIOGRAFÍA
ÍNDICE TEMÁTICO
sociología
y
política
SECRETOS DE FAMILIA
Incesto y violencia sexual en México
por
GLORIA GONZÁLEZ-LÓPEZ
siglo xxi editores, méxico
CERRO DEL AGUA 248, ROMERO DE TERREROS, 04310 MÉXICO, DF
www.sigloxxieditores.com.mx
siglo xxi editores, argentina
GUATEMALA 4824, C1425BUP, BUENOS AIRES, ARGENTINA
www.sigloxxieditores.com.ar
anthropos editorial
LEPANT 241-243, 08013 BARCELONA, ESPAÑA
www.anthropos-editorial.com
HV6570.9M4
G65
2019 González-López, Gloria
Secretos de familia: incesto y violencia sexual en México, por Gloria González-
López — Ciudad de México: Siglo XXI Editores, 2019.
348 p. – Sociología y política
e-ISBN: 978-607-03-0979-3
1. Incesto – México. 2. Delitos sexuales – México. 3. Familias – México 4. Sexo –
Aspectos sociales. I. t. II. ser
e-isbn 978-607-03-0979-3
derechos reservados conforme a la ley
Dedico este libro a las sesenta personas que con profunda
vulnerabilidad y generosidad me compartieron sus vidas.
Y a quienes llevan una historia similar en el corazón.
En su memoria:
Carmen Castañeda
Esther Chávez Cano
Elisa Facio
María Elena Jarquín Sánchez
José Manuel López Schultz
e Itziar Lozano.
A mi madre y a mi padre,
con mi más profundo amor y gratitud.
AGRADECIMIENTOS ESPECIALES Y
ALGUNAS REFLEXIONES DE LA VERSIÓN EN
ESPAÑOL
GLORIA GONZÁLEZ-LÓPEZ
Austin, Texas, verano de 2018
CON PROFUNDA GRATITUD
En primer lugar, deseo expresar mi más profunda gratitud a los sesenta hombres
y mujeres que me abrieron su alma y corazón para compartir los conmovedores
relatos de vida que dieron luz a este proyecto de investigación. He hecho todo lo
posible por escribir sus historias en este libro y otras publicaciones con la misma
vulnerabilidad, honestidad y respeto con los que me fueron compartidas por
ustedes.
Expreso mi más profunda gratitud a todas las siguientes personas, incluyendo
a las y los profesionales que me ofrecieron su apoyo en cada ciudad; algunas de
ellas ya me habían honrado con su amistad en el pasado, otras se convirtieron en
amigas y amigos personales durante esta travesía de investigación. Algunas de
estas personas se nos adelantaron en el camino de la vida y ya no se encuentran
entre nosotras; las llevo en el corazón.
Ciudad Juárez. Esther Chávez Cano, trascendiste a través de tu valiosa obra.
Irma Guadalupe Casas Franco, Claudia Heredia, Eva Moreno, Fernando Ornelas,
Efraín Rodríguez y Juan Vargas: muchísimas gracias. Señora Socorro Gutiérrez
de Lozoya, gracias a usted y a su familia por su hospitalidad y todas sus finas
atenciones durante mi estancia en Ciudad Juárez. Adela Lozoya Gutiérrez y
Carmen Vásquez Sierra, gracias por su amorosa y solidaria amistad.
Guadalajara. Alejandra de Gante Casas y José Manuel López Schultz se
convirtieron en mi fortaleza y la luz que me guio en la ciudad. Alejandra
querida, gracias por tu bondad y generosidad, y por tu hermoso corazón y tu
amistad. Carmen Castañeda y Águeda Jiménez Pelayo, así como Belinda
Aceves, Gandhi Magaña, Nelly Ordaz, Patricia Peña y Marysol Soto, mil
gracias.
Ciudad de México. Laura Martínez Rodríguez, gracias por siempre, mujer de
ardua lucha. Miriam Valdez Valerio, gracias por tu presencia siempre
disponible, especialmente durante las incontables consultas profesionales
después de realizar mi trabajo de campo. Gracias por su presencia y solidaridad a
Joaquín Aguilar, Sofía Almazán, José Barba Martín, Gloria Careaga Pérez,
Patricia Duarte, Gerardo González Ascencio, Patria Jiménez, Alejandro Núñez,
Alicia Elena Pérez Duarte y Noroña, Luciana Ramos Lira y Patricia Ravelo
Blancas. Itziar Lozano: mi gratitud por su apoyo e inspiración durante aquella
especial conversación que nunca olvidaré.
Monterrey. Exsenadora y exdiputada federal María Elena Chapa Hernández,
Marina Duque y Martha Flores Cavazos, mi gratitud por convertirse en esa
presencia vital e incondicional. Elizabeth Aguilar Parra, Karina Castro, Ramona
Gámez, Clara Beatriz León Hernández, Rafael Limones, Mariaurora Mota,
Antonio Nevárez, Silvia Puente, Maribel Sáenz, y Miguel Villegas Lozano:
muchísimas gracias. A Hortensia Rodríguez Castañeda y a la familia Wong
Rodríguez agradezco su amistad y apoyo. Gabriela Lozano de Pérez en Laredo,
Texas: gracias por tu solidaridad y apoyo durante mis viajes a México. Mi
especial gratitud es para mi hermana Olivia Guadalupe González López por su
generosidad, bondad y hospitalidad durante mis diferentes viajes a Monterrey.
En estas cuatro ciudades, gracias a todas y todos ustedes que organizaron,
patrocinaron o asistieron a los talleres y seminarios donde presenté los resultados
preliminares o temas relacionados antes, durante y después de mi trabajo de
campo. Gracias por ayudarme a expandir mi redes profesionales y por ayudarme
de tanta maneras, tanto a nivel profesional como personal. Gracias a todas las
personas que en su momento me presentaron a cada una de las sesenta
extraordinarias mujeres y hombres que participaron en el estudio y a mucha
gente amable y generosa que conocí de manera informal o muy brevemente en
cada ciudad, personas cuyos nombres no están incluidos aquí pero cuya
presencia contribuyó para que pudiera completar el trabajo de campo, así como
etapas posteriores de este proyecto de investigación. Muchísimas gracias.
Mi más profunda gratitud es para el cuerpo académico y de supervisión clínica
que tuve el honor de conocer en la Universidad del Sur de California (USC), en
Los Ángeles, a inicios de la década de 1990: Constance Ahrons, Irving Borstein,
Carlfred Broderick, Marcia Lasswell y Alexander Taylor. No habría sido capaz
de trabajar en este proyecto de investigación sin la preparación y capacitación
clínica y profesional que me ofrecieron ustedes en aquel entonces en mi
formación como psicoterapeuta de pareja y familia; su sabiduría y experiencia se
convirtieron en la mejor compañía que pude haber tenido durante la realización
de mi trabajo de campo.
Expreso mi gratitud también a todas las personas que ofrecieron su apoyo
como asistentes de investigación. Ana Durini Romero en la Ciudad de México:
gracias de corazón por trabajar tantas horas de ardua labor conmigo. En la
Universidad de Texas en Austin, gracias Paloma Díaz-Lobos por tu apoyo
profesional y por facilitar la presencia de estudiantes responsables y
trabajadores: Gloria Delgadillo, Allison Hollander y Willa Staats. Gracias Juan
Ramón Portillo Soto y Brandon Andrew Robinson por su invaluable ayuda y
apoyo.
Gracias por la luz de su amistad durante el proceso de escritura de este libro a
Sonya Grant Arreola, Marysol Asencio, Juan José Battle, Ari Chagoya, Elvira
M. Cisneros, Beth Dart, Rafael Díaz, Patricia Emerson, Marcela Lagarde y de
los Ríos, Ani Tenzin Lhamo, Lisa Moore, Lorena Porras, Sharmila Rudrappa,
Pepper Schwartz y Christine Williams. Gracias William Rodarmor por editar
partes de este libro y por ser un buen amigo. Para Liliana Wilson mi más
profunda gratitud por tu invaluable amistad y compromiso. Sylvia Flesner,
Robyn E. McCarty, Dale Rishel, y Tony Ward: gracias por su sanadora
presencia.
Este proyecto de investigación fue realizado gracias al apoyo del Woodrow
Wilson Career Enhancement Fellowship for Junior Faculty (2005-2006) y al
soporte económico y profesional que me ofreció la Universidad de Texas en
Austin a través del “Dean’s Fellowship” (Otoño de 2006), el Center for Mexican
American Studies (CMAS), el Departmento de Sociología y el Teresa Lozano
Long Institute of Latin American Studies (LLILAS). Gracias Peter Ward y al “C.B.
Smith Sr. Centennial Chair in US-Mexico Relations” por los fondos
proporcionados. Center for Women’s and Gender Studies (CWGS) y Voices
Against Violence (VAV): mi gratitud por el respaldo profesional y su solidaridad e
inspiración feminista.
Denise Segura, mi gratitud por sus perspicaces y valiosas recomendaciones en
aquel entonces, cuando preparé el primer borrador de este libro. Tomás
Almaguer: gracias por tu generoso y bondadoso espíritu y por tu apoyo
incondicional, precisamente cuando más lo necesitaba.
Pierrette Hondagneu-Sotelo, gracias de corazón por tu invaluable apoyo y
solidaridad profesional de más de veinte años y por creer una vez más en mi
trabajo; gracias a ti y a Víctor Ríos por considerar este libro como parte de la
New York University Press, Latina/o Sociology series. Cecilia Menjívar: gracias
por tu gentil y bondadoso corazón, y por ofrecerme esa motivación profesional
que no conoce límites. Jodi O’Brien: gracias por tu apoyo generoso y
bondadoso, tanto a nivel personal como profesional. Mi especial gratitud
también es para Caelyn Cobb y Alexia Traganas por su gentileza, paciencia y
ardua labor. Ilene Kalish, editora ejecutiva de New York University Press,
gracias por tu compromiso, ardua labor y apoyo, y por la manera tan genuina de
interesarte y darle importancia a este libro; te convertiste en la respuesta a mi
plegaria en silencio.
Venerable Kirti Tsenshab Rinpoche y Lama Thubten Zopa Rinpoche, los
maestros de mi corazón, les ofrezco este libro y todo el trabajo y esfuerzo que le
dieron vida. Que estas narraciones biográficas contribuyan a un mejor
entendimiento, sanación y eliminación de todas las formas de sufrimiento y
dolor humano, y sus causas. May this book be endlessly beneficial to others.
GLORIA GONZÁLEZ-LÓPEZ
Austin, Texas, otoño de 2014
PRÓLOGO
“Mis senos se quedaron del tamaño que tenían cuando mi abuelo los tocó”,
revela Elisa al explicar las razones por las cuales su cuerpo pequeño parece el de
una adolescente delgada y sin busto. Entre lágrimas describió la textura de lija de
las manos de su abuelo materno sobre su piel tierna; a sus ochentaitantos años de
edad el anciano toqueteó sus senos desde que ella tenía siete años y hasta los
once. Por entonces, la conducta de su padre también confundía a Elisa: cuando él
terminaba su jornada nocturna como taxista en Ciudad Juárez, Elisa y su mamá
escuchaban con paciencia, durante el almuerzo, sus historias sobre los horrores y
peligros que enfrentaba en el trabajo y lo bendecido que se sentía de volver a
casa tras una larga noche en las aterradoras calles de la ciudad. Al final del
almuerzo tomaba a Elisa de la mano para que lo acompañara a tomar una siesta.
Sin embargo, algo nunca estuvo bien con esas siestas.
“Tienes que cambiar, tienes que cambiar, porque si no, te mato.” Helián aún
recuerda las palabras que su padre repetía insistentemente cuando usaba el
pulgar para penetrarlo por el ano durante su infancia, desde los tres hasta los
ocho años de edad. Por entonces Helián era un niño con rasgos femeninos que
padecía mucho dolor y confusión porque no entendía lo que su padre trataba de
decirle con estas horrendas acciones y amenazas de muerte. “¿Pero qué tengo
que cambiar?”, se preguntaba. ¿Por qué iba a matarlo su papá? Helián nunca le
preguntó; tenía miedo. A los ocho años su padre lo penetró analmente con el
pene y lo dejó sangrando en el piso del baño. Recibió atención médica, pero su
familia nunca discutió este trágico acontecimiento. Cuando entrevisté a Helián
vivía en Monterrey como Heliana, el nombre que adoptó legalmente; era una
maestra de escuela de cuarentaitantos años, graduada de la universidad, brillante,
muy querida y popular; se autorrecetaba hormonas y vestía de forma modesta.
“¿Nunca viste Tootsie?”, me preguntó Heliana con voz animada y me explicó
que no era transgénero ni transexual, y que el personaje de Dustin Hoffman le
ofreció hace años una forma creativa y humana de sobrevivir en un México
homofóbico, donde ser un hombre gay con una expresión de género femenina,
de voz suave y amable, equivalía a una sentencia de muerte.
“¡Por qué chingados mis papás me cuidaron tanto, si en su misma casa y sus
mismos hijos abusaron de mí, y ni siquiera se dieron cuenta de lo que pasó!”,
exclamó Renata entre lágrimas de rabia. Sollozando describió los recuerdos
gráficos, fragmentados pero vívidos y claros, que comenzó a experimentar, con
espanto y confusión, cuando ella y su esposo asistieron a un retiro espiritual un
año antes de que nos encontráramos para la entrevista en la Ciudad de México.
Conforme recordaba le fue quedando cada vez más claro que su hermano mayor
la forzó a tener sexo con él cuando ella tenía 4 o 6 años y él 17 o 19. Había
crecido en una familia de clase media alta a la que le inquietaban los peligros del
mundo exterior; Renata y todos sus hermanos terminaron la universidad y
siempre disfrutaron una vida mimada, cómoda y llena de privilegios, escuelas
privadas y al menos un viaje de vacaciones a Europa. La mamá y el papá de
Renata, que ya fallecieron, nunca sabrán lo que experimentó con sus hermanos.
Aunque le ha contado a sus hermanas, no sabe si alguna vez los confrontará.
“¿A poco no se está poniendo bonita tu hijastra? ¿Por qué no le echas un ojo?”
Aunque a Samuel lo confundían las preguntas que le hacía esa mujer, a quien
había conocido en un chat en el que experimentaba con el sexo virtual durante
sus horas libres en un cibercafé en Guadalajara, la conversación también
despertó su curiosidad. Eventualmente cedió a la tentación de entablar actividad
sexual con su hijastra de 11 o 12 años de edad. Cuidó que su esposa no se
enterara de lo que hacía, tocó a la niña mientras dormía y luego se desvistió
frente a ella y la besó profundamente en la boca. Con el tiempo lo venció la
culpa y le confesó a su esposa sobre el sexo virtual y lo que le había hecho a su
hijastra; ella se sintió devastada, pero agradeció que fuera honesto y juntos
buscaron ayuda profesional.
***
Acabas de comenzar a leer un libro con el que será difícil llegar al final. No hace
falta decir que este proyecto fue una tarea que presentó muchos desafíos
emocionales, pero creo que tras haber escuchado cada una de estas narraciones
de recuerdos biográficos habría sido aún más doloroso no haber escrito este
libro.
Este libro se ocupa de los relatos de vida (life stories) de sesenta mujeres y
hombres mexicanos que, como Elisa, Renata, Helián y Samuel, me hicieron el
honor de ofrecerme su confianza y de compartirme sus experiencias de vida más
íntimas —y con frecuencia nunca antes contadas— sobre relaciones incestuosas
y violencia sexual en la familia. Conocí y entrevisté a profundidad a estas
mujeres y hombres en Ciudad Juárez, Guadalajara, Ciudad de México y
Monterrey entre 2005 y 2006, y establecí contacto con ellos gracias al generoso
apoyo de activistas, grupos de mujeres, organizadoras comunitarias y otros
profesionistas. También incluí las esclarecedoras y provocadoras lecciones que
aprendí al entrevistar a 35 de estos especialistas.1 Algunos son activistas cuyos
nombres aparecen actualmente en publicaciones sobre los derechos humanos, la
formulación de políticas y las leyes destinadas a proteger a mujeres, niñas y
niños en México.2
EL INCESTO EN MÉXICO
¿Por qué escribir un libro de narrativas de vida sobre incesto y violencia sexual
en las familias mexicanas? En mi carácter de feminista mexicana que se
identifica a sí misma como una socióloga pública que estudia temas y problemas
vinculados con la sexualidad que afectan el bienestar y las condiciones vitales de
las familias mexicanas me di cuenta, en 2005, de que me tocaba elegir el tema
para mi siguiente proyecto de investigación. Por entonces me interesaba
involucrarme en algún proyecto que se ocupara de las necesidades urgentes de
una comunidad que había llevado cerca del corazón durante unos cuatro años:
Ciudad Juárez. Desde 2001 he visitado esta ciudad fronteriza como voluntaria a
larga distancia para dirigir talleres sobre violencia contra las mujeres y
desigualdad de género para organizaciones de la sociedad civil de la ciudad.
Tengo formación profesional y experiencia como terapeuta de pareja y de
familia para mujeres migrantes latinoamericanas que radican en Estados Unidos,
entre ellas mujeres centroamericanas que fueron violadas durante conflictos
bélicos en sus países de origen. Las experiencias de estas mujeres me motivaron
a organizar los talleres y en 2005 le pedí a las activistas locales que me dijeran
cómo podía ayudarles en mi carácter de investigadora. Durante estas
conversaciones siempre hacía la misma pregunta: “¿Qué tipo de investigación
necesitan las y los profesionales que trabajan con familias que han
experimentado violencia sexual?” Descubrí que otras investigadoras ya estaban
muy involucradas en investigar la desaparición y la violencia perversa contra
cientos de mujeres en la ciudad, pero había temas que requerían una atención
inmediata y que habían permanecido invisibles e ignorados. Gracias a estas
conversaciones informales me enteré de que las niñas y las mujeres que buscan
ayuda en las organizaciones civiles casi nunca reportan que la persona que está
ejerciendo violencia contra ellas es un desconocido. Por el contrario, suele ser
alguien dentro de sus familias —no fuera de ellas— quien las ha agredido o
acosado sexualmente. Y, sin embargo, los relatos de vida de las personas que
padecen estas experiencias no habían sido estudiados y publicados. Descubrí que
el incesto y otros actos sexuales dentro de las familias son los secretos mejor
guardados de las mujeres y sus parientes. Para las terapeutas y demás
especialistas que habían leído poco, o nada, sobre el incesto en México o sobre
temas relacionados se trataba de un enigma, un territorio sin explorar. Lo poco
que sabían provenía de lo que habían aprendido recientemente en textos escritos
y publicados en Estados Unidos, por ejemplo, el importante trabajo del
sociólogo David Finkelhor. Durante la investigación preliminar que realicé caí
en cuenta que mis amigas activistas de Ciudad Juárez estaban en lo correcto: las
ciencias sociales, con su silencio, habían sido cómplices. Hasta el día de hoy las
pocas publicaciones que existen sobre el tema del incesto en la sociedad
mexicana incluyen narrativas personales o autobiográficas, análisis estadísticos
descriptivos, temas legales y judiciales y estudios de la cultura popular
provenientes del área de las humanidades. Sin embargo, aún no existe
investigación empírica sobre el incesto, la sexualidad, la violencia y la vida
familiar en la sociedad mexicana.3
Este libro es un estudio sociológico feminista que documenta y discute los
relatos de vida de mujeres y hombres mexicanos que han experimentado actos,
interacciones y relaciones sexualizadas dentro de sus familias y en el contexto de
sus contrastantes culturas y economías patriarcales urbanas. En el libro exploro
por qué y cómo es que el sexo puede usarse de distintas formas, contra la
voluntad de menores y mujeres, y como una compleja forma de poder, control y
convivencia cotidiana en el contexto familiar. Las mujeres y los hombres que
están representados en estas narrativas crecieron en familias en las que el
silencio y la confusión acerca de la sexualidad eran una norma incuestionable.
En este libro dejo que las historias personales hablen por sí mismas y evito
conceptos como “sobreviviente” y “perpetrador”, que algunas de las personas en
este estudio los perciben como demasiado patológicos, ajenos u ofensivos y que
ni siquiera nos ayudan a comprender lo complejas que son sus vidas; uso la
palabra “víctima” en forma selectiva. Las narraciones también exponen cómo se
viven las emociones intensas del sexo voluntario dentro de la cultura de secretos
de la familia, infidelidades y mentiras, así como los misterios del amor y el
romance.
¿Por qué la violencia sexual en las familias mexicanas es un tema tan poco
investigado y analizado? Mis entrevistas me permitieron entender algunas de las
razones de este silencio. Por lo general, este silencio que rodea la actividad
sexual en las familias mexicanas crea una atmósfera de ambivalencia y
ambigüedad en la cual los secretos sexuales se exacerban. Estas ambigüedades
culturales se ven reforzadas por los dobles estándares de moralidad que afectan a
las mujeres tanto en la familia como en la sociedad y por una ética familiar que
fomenta la idea de que las mujeres deben de estar al servicio de sus parientes
varones, lo cual coloca a las niñas y a las jóvenes en condiciones de riesgo. En
una sociedad patriarcal en la que las mujeres son entrenadas para estar
sexualmente disponibles para los hombres, una niña o una joven que, por
ejemplo, es forzada por su tío a tener sexo, puede percibirlo como algo “normal”
y jamás hablar al respecto. Si estos encuentros se vuelven repetitivos o
seductores y la mujer se da cuenta de que su propia madre aprecia a su tío
porque es una fuente generosa de apoyo económico para la familia, su vida
puede convertirse en un laberinto emocional. Algunos de los hombres que
entrevisté que practicaron sexo con otros hombres del mismo grupo de edad (por
ejemplo, dos primos adolescentes varones) me dijeron que era difícil saber si sus
encuentros sexuales mutuamente consensuales siempre eran totalmente
voluntarios o involuntarios. También explicaron que los perturbaba más la idea
de tener sexo con otro hombre que el hecho de que este hombre fuera miembro
de su familia. Los relatos de vida que recogí me llevaron a cuestionar las
definiciones mismas de incesto y a develar el conocimiento de la profunda y
compleja interrelación entre familia, cultura y Estado que constituye el contexto
de estas experiencias sexuales. También confirmé que México es, sin duda, una
sociedad profundamente sexista y homofóbica.
Acabando de cenar todo mundo se iba a acostar. Marta en la cama grande con sus niñas;
Mariquita, Conchita y yo en mi pequeña cama; Alanes, Domingo y Roberto pasando frío en el
suelo; y ahora también la sirvienta con sus niños en el suelo. Noche tras noche éste era el triste
cuadro que tenía ante mis ojos. Yo quería mejorar las cosas, pero para entonces ya tenía miedo
hasta de hablar. [Lewis, 1961: 417.]
han identificado el incesto, tradicional y sucintamente, como las relaciones coitales entre
personas con lazos consanguíneos tales como “ascendientes”, “descendientes” o hermanos.
Legalmente, se asume que el incesto es la actividad sexual voluntaria entre iguales con lazos
consanguíneos. En general la ley mexicana castiga el incesto como actividad sexual dentro de
la familia, pero pasa por alto los asuntos de poder, control o abuso en las familias. La violencia
sexual dentro de las familias es castigada, pero como un factor agravante para otros delitos. Por
ejemplo, la violación y la prostitución de menores (entre otros) pueden recibir un castigo más
severo si ocurren de “ascendiente” a “descendiente”. Así, el incesto per se (con toda su
complejidad) se pierde en estas clasificaciones legales, sólo se castiga en forma indirecta y
permanece invisible.18
A la fecha, muchos códigos penales estatales definen legalmente el incesto
como un “delito contra la familia”. Hasta julio de 2013 más de la mitad de los 32
códigos penales se apegaban a esta descripción legal y cinco estados asociaban
el incesto con la violación de la libertad sexual de la persona, la seguridad sexual
o el desarrollo psicosexual “normal” (es decir “saludable”). Para el momento en
el que realicé mi investigación, Tlaxcala y Puebla no tenían leyes contra el
incesto; “Tal vez es un descuido”, comentó una abogada de la Ciudad de
México. El Apéndice C muestra estos patrones contrastantes a lo largo del país.
Es necesario realizar investigaciones adicionales para aprender más acerca de
cómo estos cambios entran en vigor y sobre las modificaciones que están en
proceso y que anticiparon algunos especialistas en derecho que entrevisté.
Todavía hasta 1980, el hombre que robaba una vaca recibía un castigo legal más
severo que un hombre que violaba a una mujer. En algunos estados donde se
castiga lo que una abogada identificó como abigeato (robo de ganado), con una
pena más severa que una violación, todavía siguen vigentes. “¡Hay tanto por
hacer!” se convirtió en una expresión que escuché repetidamente en 2005 y
2006. Algunos especialistas comentaron que veían con optimismo el futuro en
un país que recientemente hizo la transición hacia una sociedad urbana, que está
exponiendo a nuevas generaciones a la alta tecnología y la información y que se
está poniendo al día (al menos a nivel de discurso) con tratados internacionales
sobre temas que inciden en el bienestar de las mujeres y menores de edad.
Gracias a mis entrevistas descubrí que el incesto es más prevalente, y más
sofisticado, de lo que dejan entrever las anticuadas definiciones que sugiere el
Estado patriarcal mexicano. Mis informantes no siempre usaron la palabra
incesto o incestuoso para identificar sus experiencias con el sexo como forma de
violencia en sus familias, que incluyen una amplia variedad de acciones y de
expresiones matizadas que van desde las experiencias perversas y coercitivas
que sufrieron Elisa, Helián y Renata durante la niñez hasta el sexo voluntario y
placentero que un joven disfrutó con un primo varón casi de su misma edad.
También aprendí que la familia significa mucho más que la imagen tradicional
de “papá, mamá e hijos”. La familia incluye a miembros de la familia extensa,
hombres que se convirtieron en padrastros en diferentes etapas de la vida de
niñas y niños, parientes políticos y parientes consanguíneos de los parientes
políticos, y personas emocional o moralmente cercanas a ellos, por ejemplo,
amigos de la familia, hombres y mujeres, que son “como de la familia”.
Paradójicamente, aceptar a otros como miembros de la familia (por ejemplo, al
nuevo novio o esposo de una tía) pudiera, de modo automático, conceder a
personas que la mamá o el papá casi no conocen, la autoridad moral para cuidar
a menores de edad, sin saber si esa persona es emocional o moralmente
competente para estar a cargo de ellos. En mis conversaciones con dos
exseminaristas que fueron abusados sexualmente por el controvertido sacerdote
Marcial Maciel, aprendí también que un joven puede percibir al sacerdote como
una figura paterna y, por ende, sufrir sus abusos significa estar expuesto a lo que
uno de ellos identificó como “incesto espiritual”, lo que quiere decir que el
sacerdote también es el padre que abusa sexualmente de un “hijo espiritual” y al
mismo tiempo traiciona a la madre iglesia.19
El catolicismo es fundamental para entender el incesto y la violencia sexual en
las familias mexicanas en lo que se refiere a temas como: la organización social
del silencio, los secretos, la complicidad y lo confesional; los dobles estándares
de la moral sexual, la culpa y las interpretaciones que les dan los informantes a
sus experiencias de abuso; las creencias morales y las prácticas influidas por el
catolicismo que afectan a las mujeres y a quienes no se ajustan a las normas
tradicionales en cuanto al género y lo sexual; los líderes católicos y de otras
denominaciones cristianas que abusan de niñas y niños dentro y fuera de sus
familias; y las perspectivas contrastantes sobre la violencia sexualizada en las
familias que me compartieron los sacerdotes católicos que entrevisté. Todo lo
anterior ocurre en una época de escándalo moral ante el abuso sexual de los
sacerdotes y de transiciones relevantes en la cúpula católica. Más allá de la fe
católica, todos los temas anteriores se aplican, selectivamente, a los otros
informantes educados en otras religiones cristianas en México.
Mi intención es contribuir a las conversaciones y los diálogos sobre temas
fundamentales de los derechos humanos y el bienestar de niñas, niños y mujeres
en México, los estudios de género y de sexualidad, los estudios de la familia con
poblaciones mexicanas y la prevención y la eliminación de todas las formas de
violencia. En particular, las narrativas de vida y la investigación que presenta
este libro proporcionan una base con fundamentos culturales para entender la
interrelación entre familia, cultura y Estado, que perpetúa no sólo la violencia
sexual dentro de las familias sino también las condiciones estructurales que
fomentan esta violencia y esta vulnerabilidad. Mi investigación apunta
decididamente hacia las especificidades culturales de estas acciones (que
incluyen las prácticas culturales que implican el abuso sexual por parte de
sacerdotes como forma de incesto) y también ofrecer un marco de referencia
para nuevos estudios sobre el incesto en distintas culturas.
Por lo que hace a la práctica jurídica, aparecieron agencias especializadas en materia de delitos
sexuales, desde 1989; fiscalías en esa materia; centros de orientación y terapia; unidades de
atención a la violencia intrafamiliar y comisiones de equidad y género en las distintas
secretarías de Estado y en el poder legislativo; también existen comisiones de la mujer a nivel
estatal y, a nivel nacional, un Instituto de las Mujeres. Fue así como culminó, en apariencia, un
largo camino de transformaciones sociales y culturales tendientes a elevar el estatus de la mujer
y a reconocer, en los hechos, su igualdad jurídica frente al varón (p. 78).
Debido a que este libro ofrece una primera base para la teorización y la
investigación futuras sobre la violencia sexual en las familias mexicanas, me
concentro en las narraciones etnográficas que se obtuvieron mediante entrevistas
a profundidad. Este libro es muy distinto de otros estudios publicados y de otras
narraciones de incesto en primera persona, puesto que no me concentro en la
psicología del trauma. Por el contrario, invito a lectoras y lectores a cambiar de
enfoque y comenzar por observar a través de una perspectiva crítica de la
sociología feminista los procesos de la convivencia familiar y las fuerzas
sociales, culturales y económicas que exponen a las niñas, los niños y las
mujeres a la violencia sexualizada.
Las narrativas biográficas que aparecen en este libro son deliberadamente
explícitas. El objetivo no es escandalizar sino involucrar al lector en los
contextos cotidianos de estas mujeres y hombres, y en las consecuencias de
éstos, que transformaron sus vidas. Mi esperanza es que al brindar una
representación honesta de los testimonios de estas mujeres y hombres sea capaz
tanto de hacerles justicia a esa apertura de corazón que dichos entrevistados me
ofrecieron en cuanto a sus experiencias así como invitar a los futuros lectores a
llevar a cabo una investigación urgente sobre el incesto en los contextos
culturales de las ciencias sociales, los estudios de género y sexualidad, los
estudios de la familia en México y de violencia sexual. Véase el apéndice B para
algunas reflexiones adicionales sobre estos temas metodológicos.
Si bien describo con gran detalle las experiencias de violencia que sufrieron
estas mujeres y hombres —experiencias que afectaron sus vidas emocionales y
la calidad de sus relaciones románticas y sexuales, y que con frecuencia dejaron
en sus corazones una amplia variedad de huellas— el libro no se concentra en
estudiar el trauma emocional per se. Sin embargo, incorporo, de forma selectiva
y breve, una descripción de las consecuencias emocionales de la violencia
sexualizada tanto en las mujeres como en los hombres (por ejemplo, baja
autoestima, depresión, intentos de suicidio, relaciones conflictivas, entre otros)
en los cuatro capítulos dedicados a la narración y análisis de las historias de
vivencias personales. Los reportes de los efectos de la violencia sexual en el
bienestar emocional, sexual, de pareja y de familia tanto de mujeres como de
hombres son asuntos de gran importancia que merecen, en el futuro, un estudio
detallado, que rebasaría los propósitos de este libro.
Los capítulos 2 y hasta el 5 representan el storytelling del libro —mi narración
de los relatos de vida que escuché. En cada capítulo expongo narrativas de vida
con una riqueza descriptiva y explícita, de mujeres y hombres en cuanto a
relaciones, experiencias y otras dimensiones específicas de la vida familiar.
Puesto que deseo que las experiencias de los entrevistados hablen por sí mismas
tanto como sea posible, me concentro en las narraciones como eje principal, e
incluyo una sección analítica al final de cada capítulo. Cada una de estas
secciones analíticas están diseñadas para analizar las narrativas de violencia
sexual en la familia desde una perspectiva sociológica feminista. Estas secciones
incluyen las contribuciones teóricas que se hacen a lo largo del libro, entre ellas,
pero sin limitarse, la incorporación y discusión de conceptos como el de hija
conyugal, sirviente marital, servitud de género, sustituta sexual familiar, acoso
sexual familiar, genealogías familiares del incesto, feminización del incesto,
sexo con relación de parentesco, entre otros.
El capítulo 2 explora la gran variedad y matices de las funciones sexuales que
las niñas y las mujeres —en particular las hijas— desempeñan en las familias
patriarcales mexicanas, sobre todo dentro de la relación padre-hija, y dentro y a
lo largo de contextos sociales, culturales y económicos complejos y
contrastantes. El capítulo 3 analiza las narrativas de vivencias personales que
exponen las formas sofisticadas en las que las hermanas y las primas que
estuvieron expuestas a riesgos sexuales por parte de sus hermanos y sus primos,
respectivamente, y las complejas razones sociales, culturales y económicas que
las explican. El capítulo 4 analiza las historias articuladas por mujeres que están
expuestas a violencia sexual en manos de sus tíos. Los capítulos 2, 3 y 4 ilustran
narrativas de vida de hijas, hermanas, primas y sobrinas que no son víctimas
pasivas sino que luchan usando los medios que les permite su contexto y que
descifran sus propias formas de hacer frente a la situación. Estas historias de lo
vivido también revelan los complejos modos en los que los hombres que
ejercieron violencia contra estas niñas y mujeres reprodujeron, en ocasiones, la
misma violencia a la que ellos estuvieron sometidos en sus propias familias
cuando eran pequeños.
El capítulo 5 incluye narrativas de hombres provenientes de distintos niveles
económicos y estructuras familiares que fueron abusados sexualmente durante la
infancia por un padre, hermano, primo mayor o un tío, mucho más que por parte
de una mujer mayor en la familia. Estas experiencias de vida narradas exponen
las travesías personales y familiares que experimentaron los niños cuando
rompieron su silencio en un intento por descifrar su propia confusión emocional.
Estas historias también revelan las complejas dinámicas de una ética de respeto
por la familia, preocupación por el bienestar de las madres y el resto de la
familia y una gran variedad de presiones familiares y económicas, así como el
miedo a la homosexualidad, la homofobia y a los crímenes de odio en la familia.
El capítulo 6 repasa y resume las contribuciones de este trabajo con base en
los textos de memoria biográfica sobre el incesto que aquí se discuten, así como
los análisis feministas, identifica su importancia teórica e implicaciones para la
sociología pública, y ofrece recomendaciones para futuras investigaciones.
Finalmente, al repasar los hallazgos y contribuciones de este estudio en el
último capítulo, subrayo la importancia de desafiar las imágenes arquetípicas,
estereotipadas y patológicas de niñas, niños, mujeres y hombres mexicanos y sus
familias, y al mismo tiempo ofrezco una mirada sociológica para comprender un
fenómeno complejo. Descubrí, por ejemplo, que una madre u otra persona adulta
de confianza que le cree a la niña o el niño y toma medidas cuando revela sus
experiencias de abuso se convierte en una fuente de amor y de confianza, que a
su vez les ayuda a ser emocionalmente más fuertes y resilientes al impacto
emocional que sufrieron. Pero, como la vida misma, la resiliencia trasciende la
infancia. De Itzel, Nydia y otros informantes (mujeres y hombres) aprendí que
cuando las niñas o los niños que comparten sus experiencias dolorosas con otras
fuentes de amor pueden, en efecto, sanar hasta cierto grado cuando confían en
las figuras de autoridad familiar, docentes, parejas, amistades, hermanas, tías,
primas y otros miembros de la familia que sufrieron el abuso de los mismos
parientes, y les creen. Esta confianza y este amor, y sus vínculos con la justicia
familiar, de hecho, pueden convertirse en una fuente de protección contra el
trauma que pudiesen sufrir. Como ejemplifican algunas de las narrativas, esto
resonó profundamente en las mujeres que me explicaron que una experiencia de
abuso sexual, o incluso la violación más horrible, no habían sido tan dolorosas
como la reacción de la familia, que puede haberle sumado al hecho un castigo
emocional y físico adicional que a su vez acrecentó la sensación de culpa y
afectó profundamente su bienestar emocional y personal.
1 Algunos de estos especialistas incluyen, por ejemplo, profesionistas en derecho, medicina,
inglés a fin de mantener la precisión conceptual feminista del original. Todos los textos que se
citan y que fueron publicados originalmente en inglés, fueron traducidos por la autora.
3 Véanse, por ejemplo, Guridi Sánchez, 1961; Falconi Alegría, 1961; Vidrio, 1991; Floris
5 El estudio Finkelhor (1994) incluyó estos veinte países: Alemania, Australia, Austria,
Bélgica, Canadá, Costa Rica, Dinamarca, España, Estados Unidos, Finlandia, Francia, Gran
Bretaña, Grecia, Irlanda, Noruega, Países Bajos, República Dominicana, Sudáfrica, Suecia y
Suiza.
6 González-López, 2013a, p. 403.
Desde una perspectiva feminista sociológica, la violencia sexual se puede definir desde la
subjectividad y posicionalidad de quienes la viven, es decir, se puede entender como las
actitudes y comportamientos (verbales y no verbales) que ejercen una o más personas hacia
otros seres humanos y que pueden invadir, lastimar y (o) dañar su sentido de integridad,
seguridad y (o) bienestar erótico-sexual. La violencia sexual posee dos características
fundamentales: 1] tiene lugar en una amplia variedad de contextos sociales y circunstancias
bajo dinámicas de poder y control (evidente o disimulado), y 2] puede adquirir incontables
expresiones, desde las más sutiles, matizadas, delicadas, refinadas o sofisticadas, hasta las más
grotescas y perversas, incluyendo (aunque sin limitarse a ellas) el acoso sexual, la violación, la
mutilación genital, y diferentes formas de explotación sexual de menores de edad y mujeres
(por ejemplo, ciberpornografía de niñas y niños), y el tráfico sexual de seres humanos.
8
Dietrich, 2008.
9 Véase, por ejemplo, el Reporte Moynihan de 1965.
10 Para otras reflexiones sobre estos temas véanse González-López y Gutmann, 2005,
González-López y Vidal Ortiz, 2008, y Ramírez y Flores, 2012.
11 Me he dado cuenta, en retrospectiva, de que es posible que recibiera estas advertencias
en parte porque era percibida como una investigadora estadunidense. Aunque nací, crecí,
terminé mi educación universitaria y viví y trabajé en México hasta que tuve unos 26 años, en
cierto sentido era una especie de Oscar Lewis: una investigadora de Estados Unidos que
“visitaba” México para hacer investigación sobre un tema delicado. En otro trabajo discuto
algunos de estos temas e implicaciones metodológicas adicionales (véase González-López,
2007b).
12 Un popular
periódico amarillista, Alarma!, muestra imágenes explícitas de crímenes
violentos. Durante unos 50 años, y hasta hace poco, se vendió con frecuencia en puestos de
periódicos, con una amplia distribución nacional.
13 Resulta interesante que Lewis identificara sentimientos, actitudes y situaciones sutiles y
16 González-López, 2013a.
17 Arrom, 1985.
19 Para más sobre este tema véase María Paloma Escalante Gonzalbo, s.f., “El abuso sexual
y el uso simbólico del concepto religioso del ‘padre’ ”, en La Luz del Mundo: un análisis
multidisciplinario de la controversia que ha impactado a nuestro país, consultado el 3 de junio
de 2014 en <www.revistaacademica.com/tomouno.asp>
20 Joyce, 2000, p. 165.
21 A. Castañeda, 1993. Algunos sacerdotes examinaban “los genitales de las parejas casadas
25 C. Castañeda, 1984; 1989, p. 143; Giraud, 1988, pp. 334-335, 339; Lavrin, 1992.
28 Arrom, 1985, p. 310. Véase Moro, 1996, sobre menores de edad en la genealogía jurídica
en México.
29 García, 1891.
mediados de la década de 1980, y otras fuentes que comenzó a exhibirse en 1987 (véase, por
ejemplo, Martínez Rojas, 2001, p. 19).
34 Alejandra de Gante Casas, abogada y cofundadora del Centro de Orientación y
Prevención de la Agresión Sexual, A. C. en Guadalajara reportó que las niñas y los niños que
participaron en un proyecto de autocuidado y prevención que se llevó a cabo a finales de la
década de 1990 se refirieron voluntariamente al eslogan “Ojo, mucho ojo” en los ejercicios que
hicieron, sin que ninguno de los especialistas que dirigían el estudio hicieran referencia alguna.
En este proyecto participaron 20 000 niñas y niños de entre tercero y sexto de primaria que
vivían en diferentes puntos de Jalisco.
Personalmente recuerdo haber visto algunos de estos comerciales de televisión, y
mostraban al potencial agresor como un extraño y no un miembro de la familia o pariente.
Algunos de los informantes que entrevisté y que también conocían esta campaña compartieron
la misma reflexión; también aportaron reflexiones adicionales sobre estos comerciales. La
forma en la que esta campaña moldeó las ideas del abuso sexual durante la infancia en una
población requiere un análisis adicional que rebasa los objetivos de este libro.
35 Guillé Tamayo, 2007.
36 Especialistas muy experimentados que trabajaban con mujeres y sus familias a principios
de las décadas de 1960 y 1970 recuerdan, por ejemplo, el Instituto Nacional de Protección a la
Infancia, un organismo público que se estableció a nivel nacional en 1961 y en el que familias
(con frecuencia pobres) buscaban obtener servicios sociales. Esta institución dio lugar al DIF
(Desarrollo Integral de la Familia) actual.
37 Una prolífica actividad académica y el activismo intelectual que busca dar respuestas a la
brutal violencia contra las mujeres en la ciudad fronteriza ha dado como resultado muchas
investigaciones interdisciplinarias en ambos países, véase, por ejemplo, Fregoso y Bejarano,
2010.
38 Incluyen la “Ley General para la Igualdad entre Mujeres y Hombres” y la “Ley General
de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia”, que entraron en vigor al publicarse
en el Diario Oficial de la Federación el 2 de agosto de 2006 y el 1 de febrero de 2007,
respectivamente. Algunos consideran que estas leyes son un esfuerzo del Estado por cumplir
con los compromisos que se establecieron en la Convención sobre la Eliminación de Todas las
Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW por sus siglas en inglés, una declaración de
derechos de las mujeres que adoptó la Asamblea General de la ONU en 1979) y la Convención
Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer, conocida
como la “Convención de Belém do Pará” (la ciudad en la que se adoptó en 1994) (véase
Olamendi Torres, 2007).
39 En el reporte Delitos contra las mujeres los siguientes se incluyen en la categoría de
violencia sexual: violación, violación agravada, violación por objeto distinto, abuso sexual,
incesto, estupro, hostigamiento sexual y aprovechamiento sexual (similar al acoso sexual quid
pro quo en Estados Unidos). El cuadro de sanciones por estado identifica el estupro como la
“cópula con una mujer mayor de 12 años y menor de 18, con consentimiento, por medio de
seducción o engaño” (p. 51). Olamendi explica: “En algunas legislaciones los elementos
subjetivos como la castidad o la honestidad continúan vigentes para valorar a la víctima; el
matrimonio del victimario con la víctima se sigue considerando como una forma de reparar el
daño y, por supuesto, excluye de responsabilidad penal al agresor” (p. 50).
40 Véase De la Garza-Aguilar y Díaz-Michel, 1997. En una conversación en Ciudad Juárez,
en 2005, Esther Chávez Cano comentó que las estadísticas de incesto suelen confundirse y
perderse dentro de las categorías de “violencia doméstica” generales y “violencia sexual”.
Muchas veces una persona identifica “violencia doméstica” o la violación como la razón por la
que busca terapia, por ejemplo, y luego, durante el tratamiento, sale a la luz una historia de
incesto. Esto, sin embargo, nunca se documenta en los registros estadísticos.
41 También aprendí, gracias a estos especialistas, que si bien dichos esfuerzos han
aumentado la conciencia social sobre el tema es difícil evaluar qué tan efectivas son estas
campañas. Es decir, resulta difícil saber si han reducido la incidencia de violencia contra niñas
y mujeres o sencillamente las han ayudado a hablar sobre cosas que han permanecido ocultas
durante mucho tiempo.
42 La ENDIREH (Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares) fue
la primera encuesta nacional sobre relaciones familiares en los hogares mexicanos (con un
énfasis en violencia) y la realizó y publicó el INEGI en colaboración con el Instituto Nacional de
las Mujeres en 2003. El INEGI (Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática) es el
organismo gubernamental que realiza la investigación demográfica más importante del país. El
Inmujeres (Instituto Nacional de las Mujeres) también es una organización gubernamental.
Puede entrarse a la ENDIREH a través el portal del INEGI: <www.inegi.org.mx>
43 Véase Elizabeth Velasco, 2013.
44 “Al proponer el término patriarcados regionales busco explicar de qué forma las
mujeres y los hombres están expuestos a expresiones diversas, fluidas y maleables pero
regionalmente uniformes y localmente determinadas, de hegemonía y de sus moralidades
sexuales correspondientes. Si bien cada uno de estos patriarcados está moldeado por las
condiciones socioeconómicas de una región local, adoptan infinidad de formas y fomentan
diversos niveles de desigualdad de género” (González-López, 2005, p. 6).
45
La Real Academia Española (RAE), con sede en Madrid, es la institución oficial que más
influye en el uso del idioma español. Su portal oficial es: <www.rae.es>
46 Para más información sobre el tráfico sexual de mujeres en México véase la
Menjívar incluyen, por ejemplo: a] que las mujeres viven la violencia, incluyendo la violencia
sexual, como un proceso amplio y complejo de factores interrelacionados que incluyen, pero
no se limitan, a la desigualdad de género y socioeconómica; b] las mujeres perciben la
violencia como parte de la rutina cotidiana, lo que favorece la aceptación cognitiva de la
violencia como algo “normal”; c] las mujeres encarnan en sus propios cuerpos la construcción
social de la desigualdad de género, es decir, la enfermedad y distintos males están
interconectados con la humillación y el sufrimiento y d] las mujeres participan en la
reproducción de las jerarquías que promueven la desigualdad de género, haciendo eco a la
teorización sobre la idea de “misrecognition” —error de reconocimiento— propuesta por
Bourdieu y la introyección y participación de las mujeres en las estructuras y los guiones de
género (gender scripts) que las oprimen.
52 El término “vergüenza” puede tener diversos significados, profundamente
contextualizados en el género y lo social. Por ejemplo, para algunas mujeres la vergüenza tiene
una importante connotación sexual y de pérdida de virginidad. En ese caso la vergüenza puede
estar asociada con una sensación de falta de valor o de fracaso. Para los hombres puede tener
también un significado diferente. Para más sobre este tema véanse Riviere, 1967, pp. 576-577
y González-López, 2005, pp. 51, 55-56, 58, 114.
2. HIJAS CONYUGALES Y SIRVIENTES MARITALES
Estrofas de “La Delgadina”, una balada que ha existido en diferentes versiones a través de
muchos países de habla hispana. Sus orígenes son frecuentemente identificados desde la época
de la sociedad colonial del siglo XVIII en México.1
“Nada más yo quiero saber una cosa. Tú no tienes marido ya, no tienes
relaciones con nadie y ya te operaste. Y no te puedes embarazar. ¿Qué pasa si tú
y yo tenemos relaciones?” Temblando de rabia Úrsula parafraseó las palabras de
su padre al recordar esa conversación en la cocina durante la cena de Noche
Buena; ella tenía 31 años y recientemente les había contado a su madre y su
padre sobre su separación. Agitada y estupefacta confrontó a su padre por esta
ofensiva propuesta, le reprochó sus abusos pasados y le sugirió que buscara a
una amante. Úrsula tenía unos 35 años cuando la entrevisté en Guadalajara a
unos meses de haberse reconciliado con su esposo, el mismo hombre con el que
se escapó a los 18 años como una forma de sobrellevar los encuentros sexuales
forzados que experimentó con su padre durante diez años.
“Ya tenía 23 cuando me entero que mi papá no me veía a mí como a su hija,
sino como su amante. Y pues no, mi cabeza no daba razón de ello. Decía, ¡eso
no puede suceder, no puede ocurrirme a mí!” Perla, de unos 35 años, nacida y
criada en la Ciudad de México, casada y con dos hijos, experimentó encuentros
sexuales con su padre desde los 12 a los 23 años de edad. Cuando asistía a la
universidad, en la UNAM, se enteró de forma inesperada —mediante una consulta
con un asesor vocacional— que estos encuentros sexuales de muchos años no
eran “normales” y, como resultado, comenzó a exhibir tendencias suicidas.
Las vivencias narradas de Úrsula y Perla ejemplifican algunas de las formas
en las que las mujeres criadas en familias incestuosas pueden convertirse en hijas
conyugales, es decir, en las parejas sexuales de sus padres. En este capítulo
estudio de qué formas la moralidad del patriarcado que le asignan obligaciones
sexuales específicas a una mujer casada se infiltran en estas familias y ponen en
riesgo a las hijas de convertirse en sustitutas sexuales de la madre, en particular
en contextos donde existen discordias y conflictos maritales. Por ejemplo, una
hija que se convierte en hija parental (es decir, la niña que se hace cargo de sus
hermanos cuando la madre no está disponible) puede convertirse también en la
hija sexualizada que se hace cargo asimismo de las necesidades e impulsos
sexuales insatisfechos del padre.2 La hija conyugal que se vuelve “como una
madre” para sus hermanos también puede convertirse “como una esposa” para su
padre. En estas configuraciones incestuosas se espera que la hija esté
sexualmente disponible para su padre como parte de una compleja expresión de
violencia sexualizada, que puede ir desde formas de afecto sutiles y matizadas
hasta el uso de fuerza física y brutalidad extremas. Esta forma de violencia
sexual puede ocurrir en diferentes etapas de la vida de mujeres con
composiciones familiares, de clase y raciales contrastantes, y como parte de
dinámicas familiares complejas, rodeadas por silencios, secretos, mentiras y la
vida cotidiana.
Como concepto, la hija conyugal va de la mano de otra dinámica revelada por
los relatos de vida de las mujeres: la servitud de género. La servitud de género se
refiere a una ética familiar que fomenta en las niñas y mujeres los valores de
servitud (como limpiar, cocinar, hacer tareas para los hermanos, los padres y
otros hombres de la familia y demás actividades que tienen que ver con el
cuidado de la casa) que pueden provocar que se desdibujen las fronteras entre los
servicios y las funciones no sexualizadas y las sexualizadas de las niñas y las
mujeres en sus familias. La servitud de género tiene su origen en una ética del
cuidado y servicio, que puede fomentar desventajas para las niñas y las mujeres
que viven en contextos de desigualdad de género en sociedades patriarcales, tal
como se discute en el feminismo mainstream y en la investigación de ciencias
sociales con familias mexicanas.3 Esta ética adquiere un tinte perverso en las
familias incestuosas, en las que las hijas pueden convertirse en extensiones
sexuales de sus madres y por lo tanto estar expuestas a condiciones de servitud
sexual. Además de las hijas parentales sexualizadas y la servitud de género,
identifico algunas dinámicas adicionales que contribuyen a la construcción
cultural de las hijas conyugales que incluyen: la familia como hacienda y el
derecho de pernada; las reasignaciones patriarcales de parentesco (es decir, las
hijas como esposas, las esposas como hijas); modelos normativos del amor y el
sexo heterosexual; y patriarcados performativos y ocultos.
Este capítulo también discute las vidas, muy poco estudiadas, de las hijas que
se convierten en lo que identifico como “sirvientes maritales”. El término se
refiere a una hija que desempeña una función sexual o que presta un servicio
sexual tanto a su padre como a su madre. Como forma de incesto, la sirviente
marital puede desempeñar funciones sexuales específicas para su madre y su
padre como pareja. En estas dinámicas un padre puede seducir a su hija para
realizar actos sexuales forzados con la participación de una esposa y madre
desempoderada pero también cómplice que experimenta una presión cultural o
económica para asegurarse de que se encuentren satisfechas las necesidades
sexuales de su esposo. Es interesante que todas estas mujeres tuvieran en común
la presencia de un padre religioso y carismático que participaba en una religión
organizada o en algún otro tipo de práctica ritual, todas las cuales desempeñaron
un papel en los actos de violencia sexual. Además de algunas de las dinámicas
que explican la condición de ser hija conyugal, las sirvientes maritales existen a
causa de la presencia de procesos adicionales, tales como un sexismo
internalizado, el paterfamilias y la servitud sexual de las hijas y rituales
sexualizados del patriarcado.
Éstas son las narrativas de vida de las mujeres involucradas en este tipo de
expresiones incestuosas con sus padres. Las presento en dos secciones: hijas
conyugales y sirvientes maritales. La última sección ofrece un marco conceptual
para analizar las narraciones de sus vivencias personales.
HIJAS CONYUGALES
Ágata
Elisa
Miriam
“Él llore y llore”, recordó Miriam, una mujer con educación universitaria, al
describir la reacción de su padre cuando llamó a larga distancia a casa de su
familia durante su luna de miel. Le sorprendió, porque nunca antes lo había visto
llorar. “Como que le arrebataron algo que tenía a su disposición, creo yo… como
algo que quería nomás para él”, dijo al compartir las atroces e infames
experiencias de violencia sexual que comenzaron cuando ella tenía 11 o 12 años
y que sólo se atenuaron de manera considerable cuando su novio le dio un anillo
de compromiso, a los 24 años de edad. Durante unos 13 años, dijo Miriam, “él
intentó todo”; hizo que lo masturbara, la besó en la boca, le tocó los senos y los
genitales, la violentó sexualmente cuando dormía, fue a su cuarto y la agredió
mientras se cambiaba de ropa y la acechaba siempre que estaba desprevenida, en
particular cuando no había nadie cerca, por ejemplo, en el auto o cuando estaba
en la regadera durante las costosas vacaciones familiares fuera del país.
Describió estas experiencias como muy frecuentes y siempre “repulsivas”.
Conforme creció y se volvió más fuerte, Miriam comenzó a resistir con más
frecuencia las agresiones de su padre, pero la violencia de él se volvió más
selectiva: o bien más agresiva físicamente o bien más amable y estratégica. Por
ejemplo, le decía que “era su hija favorita…”, él decía: “yo la quiero mucho a mi
hija. Es mi consentida. Es muy bonita”. Pero también la obligaba a que se
sentara en sus piernas como condición para dejarla salir con sus amigos;
controlaba cómo se vestía y la obligó a renunciar en un empleo que le gustaba y
a trabajar durante 15 años en su propio negocio, grande y rentable. Hay una
escena en la que describe cómo un día “horrible y humillante” la agredió
violentamente cuando tenía 22 o 23 años mientras se vestía para la boda de su
primo. Más tarde, ese mismo día, su familia la obligó a bailar con su padre en la
fiesta.
¿Guardó Miriam silencio sobre todo esto? No siempre. Justo después de los
primeros incidentes, a los 11 o 12 años de edad, le dijo a su madre que su padre
“la tocaba”. La madre le creyó y le dio una advertencia al padre, que sin
embargo no se detuvo y acusó a Miriam de ser una rajona, una mujer que se
echa para atrás, y amenazó que la filmaría desnuda la próxima vez. Las
experiencias de violencia sexual no se detuvieron. Ella comentó, “me amenazaba
que no fuera a decir nada… que no fuera a decir nada porque nadie me iba a
creer. Y este… ‘Ni se te ocurra decirle a tu mamá.’ A mí me amenazaba.
Siempre tuve la amenaza de que no dijera nada porque me iba a ir mal”. Miriam
también guardó silencio para tratar de proteger a su madre. Su madre y su padre
tenían una relación marital muy volátil, compuesta por discusiones y peleas
interminables, y Miriam tenía miedo de que él matara a su madre. El padre de
Miriam cargaba pistola, tiene una colección de armas en su casa y se cuentan
rumores de que está involucrado en el narcotráfico.
Cuando le pregunté a Miriam sobre la relación con su madre respondió que la
quería y que sentía una profunda empatía por ella, en particular debido a la
relación violenta y volátil que tenía con su padre. Sin embargo, sentía
resentimiento hacia su madre por el miedo que le tenía a su esposo, un miedo
que, dijo, le había “inculcado” a ella y a sus dos hermanas menores. Por ejemplo,
Miriam describió una escena cotidiana a la hora de la comida: “Porque si llegaba
[a casa] volábamos todas, o sea, nadie quería estar ahí. Nunca comimos [en el
comedor], nos llevábamos el plato al cuarto”.
Miriam se casó a los 25 años y construyó una relación estable y satisfactoria
con un hombre que la apoya y que conoce sus experiencias con su padre; ambos
continúan buscando formas de que Miriam pueda explorar y con el tiempo pueda
sanar los aspectos de su intimidad emocional y sexual que le recuerdan a su
padre. Ahora que es madre, Miriam dice que ha comenzado a confrontar cada
vez más a su padre y a darle serias advertencias, sobre todo cuando ve a sus dos
hijos jugar y pasar tiempo con él. Justo cuando pensaba que ya había resuelto sus
experiencias de violencia sexual y que todo había quedado en el pasado, en su
familia ocurrió algo inesperado.
La hermana de Miriam, la segunda de las tres hijas, ahora casada y de casi
treinta años de edad, rompió su propio silencio para anunciar que su padre
también la había hecho objeto de violencia sexual cuando crecía. Luego la
hermana más joven, soltera y unos años menor, también decidió romper su
propio silencio y describió sus horrorosas experiencias con él. A Miriam la
conmocionó enterarse de las experiencias de sus hermanas, pero también se
sintió validada y terminó por contarles a ellas y a su madre sobre los muchos
años en los que ella misma experimentó violencia sexual a manos de su padre.
Cuando compararon notas se dieron cuenta de que la violencia sexual había
comenzado cuando tenían alrededor de diez años e incluía detalles similares
sobre la explotación y la manipulación sexual estratégica y oportunista a las que
las había sometido su padre.
“Piensan que son mentiras de nosotras”, afirmó Miriam, con tono indignado,
al describir la reacción de sus tíos y abuelos paternos, demás parientes y vecinos.
Quienes escuchan la historia de las tres hijas que fueron blanco de la violencia
sexual de su padre se sienten inclinados a dudar de ellas. “¡Nadie sabe la doble
cara que tiene!”, exclamó Miriam. Describió a su padre como alguien
impecablemente bien vestido, un empresario exitoso que maneja una camioneta
nueva, un hombre devoto que pasa muchas horas en la iglesia católica y que
ofrece, por vía de un sacerdote con quien tiene una relación estrecha, donaciones
generosas para organizar retiros espirituales; un hijo y hermano altruista que
ofrece apoyo económico a su propia familia, y un vecino siempre dispuesto a
prestarle ayuda a quien lo necesite en su colonia.
La madre de Miriam, quien sufre depresión, experimentó una reacción
emocional muy intensa cuando escuchó los testimonios de sus tres hijas.
Eventualmente decidió divorciarse de su esposo y emprender un extenuante
proceso legal que para el momento de mi entrevista con Miriam aún no se había
resuelto. Conocí a Miriam cuando tenía unos 35 años de edad; una terapeuta de
Monterrey —cuya ayuda habían buscado recientemente ella, su madre y sus
hermanas— nos presentó.
Noelia
Perla
Úrsula
Incesto en serie
Un padre puede tener una o más hijas conyugales. Las hijas de manera
alternativa se convierten en hijas conyugales, sobre todo cuando su cuerpo
comienza a desarrollarse y se vuelven mayores y sexualizadas, o escapan o
migran, en cuyo caso otras hermanas o niñas menores se convierten en nuevas
sustitutas para la hija que ya no está presente y sexualmente disponible para su
padre. Judith Herman encontró patrones parecidos de incesto en serie padre-
hija.7 El incesto en serie también ocurre en las relaciones hermano-hermana,
primo-prima y tío-sobrina, tal y como se discute más adelante en este libro.
Relación marital
La calidad de la relación marital entre padre y madre puede variar. Si bien en
estos casos las relaciones maritales suelen involucrar a parejas que no tienen una
vida marital sexualmente satisfactoria, son dispares en términos de la estabilidad
y el conflicto a nivel emocional y en el entorno familiar, y también incluyen
parejas con niveles bajos o moderados de desavenencia, así como parejas
sumamente disfuncionales en las que la esposa está expuesta a situaciones de
violencia emocional y (o) física, incluyendo casos en los que el esposo puede
llegar a usar un arma de fuego.8
Relación madre-hija
Orden de nacimiento
Silencio
Las mujeres callan sobre la violencia sexual a causa de una compleja red de
factores interrelacionados, con frecuencia vinculados con el miedo. Aunque una
joven sea lo suficientemente valiente como para contarle a su madre, en última
instancia ella puede guardar silencio a causa de las amenazas y otras formas de
control, tales como la fuerza emocional y física que se vuelve parte de la
violencia sexualizada. El silencio también puede estar relacionado con 1]
albergar un sentimiento de amor y de preocupación por la reacción de la madre,
en particular si está enferma o es frágil; 2] temer que la figura materna
desconfiada no crea lo que le cuenta, acompañado de una sensación de
impotencia y vergüenza, 3] preocuparse por el padre y justificar su
comportamiento y 4] desarrollar y convencerse de la percepción de que el sexo
entre padre e hija es “normal”, sobre todo si el padre no empleó amenazas para
garantizar el silencio de la hija.
¿Cuáles son las fuerzas sociales responsables del patrón de incesto de las hijas
conyugales? Las siguientes reflexiones con un fundamento feminista ofrecen
posibles respuestas.
Las hijas conyugales, como expresión del incesto en la sociedad mexicana, son
la forma sexualizada de la “hija parental”. A diferencia de la hija parental (que
tradicionalmente se encarga del cuidado de hermanas y hermanos menores
cuando la madre no está disponible), la hija conyugal se encarga de las
necesidades sexuales insatisfechas del padre cuando su madre no está
sexualmente disponible para él. Así pues, esta dinámica va de la mano con las
construcciones patriarcales del matrimonio que se discuten exhaustivamente en
la bibliografía y los estudios de investigación feminista con las familias
mexicanas. Es decir, los hombres que están entrenados socialmente para creer
que tener acceso sexual a sus esposas es “normal” supongan automáticamente
que el sexo es una obligación que forma parte del contrato marital. Sin embargo,
cuando esto no es posible hay hombres que pueden sentirse con derecho a tener
acceso al cuerpo sexualizado de una (o más de una) de sus hijas. Así, las hijas
conyugales existen, en parte, como consecuencia de la percepción —con raíces
patriarcales— del marido a tener privilegios sexuales dentro de las relaciones
maritales. Las hijas conyugales que son hijas parentales no sólo se convierten en
la segunda madre de sus hermanas o hermanos (o “la pequeña madre”), sino que
también se convierten en la segunda esposa de sus padres (“la pequeña
esposa”).9 El concepto de la pequeña madre va de la mano con la “inversión de
roles”, que discuto más adelante, en la sección de reasignación de parentesco. Si
bien no todas las hijas conyugales son también hijas parentales (y no todas las
hijas parentales se convierten en hijas conyugales), las hijas parentales como
Ágata y Noelia se convierten en hijas conyugales que desempeñan funciones
tanto maternales como conyugales.
Las niñas que son sexualizadas por la figura paterna están expuestas a alguna
forma de “sexualización traumática” que no ocurre necesariamente en todos los
casos pero puede afectar el desarrollo saludable de la vida sexual de las
mujeres.10 Las entrevistadas hablaron, por ejemplo, de las consecuencias
negativas de estas experiencias en sus actitudes y creencias sobre la sexualidad,
en particular, y sobre su salud sexual y bienestar en general. Estos son temas
relevantes y requieren un examen más profundo que va más allá del alcance de
este libro.
Servitud de género
La ética familiar que fomenta en las niñas y en las mujeres el valor de estar al
servicio de los hombres de la familia (hermanos, padres, tíos, abuelos, primos,
entre otros) puede contribuir a desdibujar las fronteras entre las
responsabilidades familiares que tradicionalmente se les asignan a las mujeres
(es decir, cuidar a hermanas, hermanos y desempeñar un amplio conjunto de
actividades y tareas o quehaceres del hogar) y las funciones sexualizadas que
tradicionalmente se le asignan a las mujeres en las sociedades patriarcales (es
decir, servir como una válvula de escape para la curiosidad y los impulsos
sexuales de los varones). La servitud de género se convirtió en parte de las vidas
de estas mujeres cuando, como hijas, no sólo desempeñaron una función sexual
o emocional dentro de la relación conyugal de su madre y su padre sino que
también fueron socialmente entrenadas para servir a la familia, como parte de
sus obligaciones. La ética familiar que promueve valores como la gentileza y la
bondad al servir a otros dentro de la familia puede traducirse en expresiones
legítimas de amor, afecto y preocupación, en beneficio de todos los familiares
involucrados. Sin embargo, en contextos de desigualdad, poder y control
extremos, en las familias patriarcales, las creencias y las prácticas que son
producto de legítimas buenas intenciones pueden tomar giros con consecuencias
perversas. Para algunas hijas conyugales, que son hijas parentales en familias de
clase media y clase media alta (como ocurre en el caso de Noelia), estas
dinámicas pueden crear inesperados privilegios y relativo poder para una hija
dentro de la familia.
Los derechos que el padre percibe merecer son centrales para la construcción
de la servitud de género. Herman (2000) sugirió lo siguiente: “El padre
incestuoso asume, de forma implícita, que su prerrogativa es que le atiendan en
casa, y que si su esposa falla en su deber de satisfacerlo, tiene derecho a usar a
su hija como sustituta. Es esta actitud de merecimiento —al amor, servicio y
sexo— la que caracteriza, en última instancia, al padre incestuoso y a sus
apologistas” (p. 49).
Esta ética del derecho a ser servidos de los varones en las familias
patriarcales, que coloca a las niñas y mujeres en contraposición a los niños y
hombres mayores (es decir, las niñas y las esposas sirven a los hombres, y los
hermanos y los padres como merecedores de recibir los servicios que ellas les
proveen), se refleja en los estudios académicos realizados en México sobre las
labores del hogar, la domesticidad y la desigualdad de género, y en encuestas de
gran escala.11 Las éticas de obediencia y servicio que se imponen a las niñas y
las mujeres ha sido documentada a lo largo de la historia como parte de la vida
familiar y la educación formal, y ha estado fuertemente influida por los valores
católicos.12 Estas éticas se consolidaron gracias a los códigos de honor y
vergüenza que establecieron rígidos roles de género para los hombres y las
mujeres de las familias coloniales y que implicaban que “los hombres eran
honorables si actuaban con hombría y ejercían autoridad sobre su familia”.13
Pero los privilegios sociales que favorecen a los hombres sobre las mujeres, así
como las éticas de la obediencia y la domesticidad que se impusieron sobre ellas,
son anteriores a la invasión española, tal como está documentado por
especialistas en disciplinas como la historia y estudios de la familia.14 Así, las
prácticas y las ideologías que promueven la idea de que las mujeres les sirven a
los hombres dentro de una estructura de desigualdad de género insertada en los
hogares tienen raíces históricas en ambas sociedades: la península Ibérica y el
México precolombino.
La idea de que las mujeres deben de estar al servicio y que son “de uso” para
sus esposos se ve reflejada en la expresión a la que se refirió una médica y
activista feminista que entrevisté: “Mi esposo me usó”. Esta doctora —con
amplia experiencia en el campo de la ginecología— me compartió historias de
mujeres casadas que buscaban su ayuda durante las décadas de 1960 y 1970 y
que empleaban esta expresión durante sus consultas. Esta expresión sigue siendo
utilizada por mujeres de generaciones pasadas para referirse a las relaciones
sexuales con su esposo y que también escuché de boca de mujeres de diversos
contextos y zonas geográficas del país.
“En México, algunos padres manejan a sus familias como si fueran haciendas”,
dijo un abogado con una larga historia como activista de los derechos humanos
en Guadalajara. Afirmó que en Jalisco es frecuente encontrar “pueblos y ranchos
incestuosos” y que las relaciones incestuosas padre-hija pueden tener su origen
en lo que identificó como el derecho de pernada. Otros especialistas de Ciudad
Juárez, Monterrey y la Ciudad de México identifican esta dinámica como la
responsable de las relaciones incestuosas padre-hija, incluyendo eventos
circunstanciales, únicos, menos frecuentes y aislados de violencia sexualizada
ejercida por el padre contra una hija en áreas del país tanto rurales como
urbanas. El derecho de pernada se refiere a los “derechos a la primera noche” del
terrateniente que “tiene relaciones con la futura esposa antes que su marido”.15
Esta práctica es un “vestigio” de la conquista y colonización de México, según la
intelectual feminista mexicana Sylvia Marcos (1992). Marcos explica “Los
españoles consideraban, como parte del botín, el ‘derecho’ a usar sexualmente a
todas las mujeres indígenas del territorio. En base a este ‘derecho’ los
terratenientes reclamaban el privilegio de violar a todas las mujeres vírgenes en
su extensión territorial”.16 Así, la familia como hacienda y parte del territorio del
“señor” —el noble dueño de la hacienda— es un paradigma que legitima la idea
de la esposa y los hijos como formas de propiedad y, en el caso de una hija, le
concede al padre el derecho de la primera noche, o de ser el primer hombre que
la use sexualmente.17
La familia que reproduce el modelo de la hacienda no es únicamente una que
está dominada por el padre, sino que también tiene una estricta división del
trabajo: la madre es la cuidadora de las hijas e hijos y el padre está
completamente exento de esta responsabilidad.18 Así, si bien ambos madre y
padre tienen poder sobre hijas e hijos, el padre tiene poder tanto sobre la madre
como sobre ellos. Y, como dueño de la hacienda, él es propietario también de
toda su familia. Las especialistas que entrevisté con frecuencia pusieron énfasis
en la idea de hijas e hijos como objetos y posesiones del padre; esto encuentra
eco en lo que reflexiona Armstrong sobre un padre incestuoso y “la percepción
de sus hijos como posesiones, como objetos. Percibe que sus hijos están ahí para
satisfacer sus necesidades—en vez de lo contrario”.19 El abogado de Guadalajara
que habló sobre la familia como hacienda explicó:
Para él, el padre, obviamente siente que la hija ha sido una inversión. En ella han gastado en
educación, en ella han gastado en cuidados, en ella han gastado en ropa. Entonces, ¿como es
posible que un patán que viene de fuera vaya a disfrutar de su hija primero que él? Entonces,
toma ese derecho de, siendo él el paterfamilia, pues de tener ese derecho, de ser el que use por
primera vez a su hija. Y así es, en ese sentido, ¿si? Porque es realmente para ellos, que es usada
la hija.
Cuando le pedí que desarrollara la idea dijo: “Son como propiedad, sí. El
hacendado tenía como propiedad a todos sus campesinos. El padre de familia
tiene como propiedad a sus hijas, a su familia”.
Algunas madres pudieran internalizar este sistema de creencias, tal como
indica Marcos en su trabajo clínico con madres mexicanas cuyos esposos han
violado a una de sus hijas y afirman que “son sus hijas y tiene derecho”. Marcos
asevera, “como si se hablara de un derecho de ‘propiedad’ sobre el cuerpo de las
hijas”.20 Haciendo eco a la misma lógica, una terapeuta de Monterrey me
compartió el caso de un padre, de unos cuarenta años de edad, que comenzó a
tener relaciones sexuales con sus hijas después que su esposa se enfermó,
diciendo que tenía “derecho a tener sexo con ellas”. Otras psicoterapeutas
recuerdan haber escuchado historias similares.
Así, puesto que las familias que viven en localidades rurales y
semiindustrializadas tienen más posibilidades que las familias urbanas de haber
estado expuestas a un estilo de vida como el del sistema de hacienda y sus
grandes extensiones territoriales, el modelo de paternidad que considera la
“familia como hacienda” se convierte en una expresión del “patriarcado rural”,
una de las formas de patriarcado que existen en el México contemporáneo.21
En lo que respecta al incesto, ¿cuál es el aspecto preciso que tiene esta
expresión del patriarcado? El abogado de Guadalajara me explicó que ha
escuchado decir a más de un padre acusado legalmente de abusar sexualmente de
su hija: “Si me costó tanto, ¿por qué voy a dejar que otro la use primero?” ¿Esto
quiere decir que el “modelo de la familia como hacienda” trasciende las áreas
rurales y semiindustrializadas? ¿Un padre incestuoso y pudiente que vive en una
zona urbana grande (y que presumiblemente gastó mucho dinero en criar y
educar a una hija), tendría una mayor motivación para usarla sexualmente que un
padre de clase trabajadora? Éstas son preguntas que se deberán tratar de
responder en futuras investigaciones. A continuación, exploro las reveladoras
raíces etimológicas de las palabras familia y paterfamilias.
“¿Por qué la sociedad ha insistido con tanta terquedad en tratarnos a nosotras, las
mujeres, como si fuéramos menores de edad crónicas?” Es la pregunta retórica
que planteó una psicoanalista de Monterrey que ha participado, durante muchos
años, en programas de prevención de la violencia. Ella y otros especialistas han
notado un patrón recurrente entre madres que han buscado apoyo profesional
para hacer frente a relaciones incestuosas padre-hija: mientras que una hija
pudiera sustituir a su madre en sus responsabilidades sexuales, las madres, a su
vez, son infantilizadas, se vuelven niñas crónicas. En la configuración de las
hijas conyugales, ambas mujeres, madre e hija sufren una reasignación en sus
funciones de parentesco: la madre se convierte en la hija y la hija se convierte en
la esposa. Como mujeres, tanto la hija conyugal como la madre son objetos y,
mientras que la primera está sexualizada, la última está desexualizada. Así, la
madre se vuelve un objeto y un menor más en la familia, lejos de ser un sujeto y
una persona adulta que representa autoridad. En estas reasignaciones de
parentesco la madre de una hija conyugal es infantilizada de varias maneras: se
vuelve financiera y emocionalmente dependiente; se hace frágil y requiere
protección si está enferma; puede pedir el amor y protección de hijas e hijos,
silenciosa o abiertamente, en particular si se siente atrapada e impotente en una
relación matrimonial emocionalmente abusiva; y en ocasiones también puede
sentirse celosa al competir con la hija conyugal por la atención y el amor del
padre. En resumen, una madre infantilizada es desempoderada y devaluada como
figura de autoridad, y por lo tanto deja de estar emocional y moralmente
disponible para la hija, quien es el blanco de la violencia sexual. Desde su
posición desempoderada, es posible que la madre se haga cómplice, en particular
si está consciente de la violencia y no interviene. Lo anterior es una dinámica
compleja que adopta otras formas y expresiones.22
“A las mujeres en esta sociedad se les alienta a cometer incesto como forma de
vida. En vez de casarnos con nuestros padres nos casamos con hombres que son
como nuestros padres o, en pocas palabras, con hombres que son mayores que
nosotras, tienen más dinero que nosotras, más poder que nosotras, son más altos
que nosotras, son más fuertes que nosotras… nuestros padres”, aseveró la
psicóloga feminista Phyllis Chesler.23 Más de una década después, el sociólogo
David Finkelhor reflexionó sobre la dimensión de la “atracción sociosexual” que
facilita el abuso sexual de menores en la familia. Desde esta perspectiva, explica:
“a los hombres se les enseña a sentirse atraídos por personas de menor estatura,
más jóvenes y relativamente indefensas. Para la mayor parte de los hombres que
adoptan esta perspectiva cultural esto significa entablar relaciones con mujeres
que son más bajas, más jóvenes y económicamente dependientes, pero también
puede conducir a que desarrollen una atracción hacia sus propias hijas, quienes
igualmente satisfacen esos tres criterios.”24
En síntesis, Chesler y Finkelhor exponen de qué formas los ideales del amor y
el romance heterosexual han promovido la idea de que las mujeres “se casen con
un buen partido” (es decir, que se casen con un hombre en una posición social y
económica más alta, fenómeno también conocido como “hipergamia” (o
marrying up, como se conoce en inglés) pueden terminar por convertirse en más
que un símbolo que refleja el incesto entre la hija y el padre. En el “mejor de los
casos”, la hipergamia ha normalizado un estilo de vida romántico y sexual que es
incestuoso únicamente en forma simbólica; en el peor, la hipergamia ha
fomentado ideologías y prácticas que de hecho ponen a las niñas en peligro de
ser sexualizadas por sus padres.
Estas reflexiones hacen eco con el esclarecedor análisis de la experimentada
psicoanalista con muchos años de experiencia clínica con casos de incesto en el
área de Monterrey que entrevisté, algunos de los cuales involucran a familias de
clase alta y media alta. Ella explica la relación cercana entre “casarse con un
buen partido” y el incesto en la sociedad mexicana.
[Tenemos] una estructura social que promueven los hombres, de un estilo... sabes, la
personalidad, un estilo característico de personalidad: de corte narcisista, el hombre admirado y
admirable... que busca relaciones en donde esta… esta admiración se cumpla. Y complementan
muy bien a estos hombres, las mujeres infantiles. Ahí yo sí tengo cierta certeza de que en
sociedades, al menos como nuestra sociedad que todavía es muy conservadora, la educación y
la crianza de las niñas está muy orientada a producir [mujeres] con personalidad infantil.
Esta psicoanalista de Monterrey abundó sobre las formas en las que la clase y
el privilegio configuran esta idea. Explicó que las mujeres “son admiradas” por
medio de sus esposos en estas familias extensas de clase media alta y alta, así
como en sus redes sociales. “Pareciera que originalmente el vínculo se da en
relación de la necesidad de él de ser admirado, y en la necesidad de ella de ser
admirada a través de su pareja. Ella no vale, pero con él, sí vale. Y en... esto
funciona mientras haya este juego de admiración, y ella admirándolo a él”,
enfatizó. Desde esta perspectiva, explicó, cuando nacen sus descendientes la
pareja no es capaz de tener lo que ella llamó una “relación como más
humanizada”, es decir una relación basada en un amor y un cariño verdaderos
entre la pareja y sus hijas e hijos. Por el contrario, la pareja percibe a hijas e
hijos como sus “extensiones, que pueden ser usadas” para satisfacer sus propias
necesidades. “Y eso permite que las relaciones incestuosas se consuman”, hizo
hincapié al explicar que éste ha sido el patrón que siguen muchas de las familias
incestuosas con las cuales ella ha realizado trabajo clínico.
El performance de la hegemonía:
el privilegio y los patriarcados ocultos
***
SIRVIENTES MARITALES:
ENTRE LA COMPLICIDAD Y EL DESEMPODERAMIENTO
Adelina
Maricruz
Así las dos hijas de Lot quedaron embarazadas por parte de su padre.
La mayor tuvo un hijo, al que llamó Moab,
que fue el padre de los actuales moabitas.
Génesis 19:36-3827
“Me dejó la Biblia y me, yo no me acuerdo qué libro era, pero me dijo ‘lee esto’.
Y yo lo leí y en serio, en ese capítulo decía que, no me acuerdo si Jacob se metió
con su hija, que porque no quería pecar con otras mujeres y para no pecar, se
metió con su hija. Y este… y yo nomás cerré la Biblia y me acosté.” Maricruz
recuerda la confusión que sintió la primera vez que su padre le dijo —en
presencia de su madrastra— que leyera un pasaje bíblico en el que ilustraban las
relaciones sexuales entre un padre y su hija. Tres o cuatro días más tarde el padre
de Maricruz comenzó a tocarla cuando dormía, una rutina que se hizo frecuente
y que dio paso a la penetración vaginal forzada. Usó otros pasajes bíblicos en
preparación para violar a Maricruz nuevamente, por ejemplo, que “Dios creó a
Adán y a Eva porque el hombre necesitaba una mujer”. La violó en diferentes
ocasiones con cuchillo en mano, amenazándola para que guardara silencio.
Maricruz tenía 12 años la primera vez que fue violada. Su padre tenía
aproximadamente unos 55 años de edad.
“O sea, me violó y yo seguí viviendo ahí porque después de eso, él, mi papá
no me dejaba salir. No me dejaba salir y siempre que me veía platicando con mis
tías o con las de la misma religión, siempre se acercaba para ver qué estaba yo
diciendo porque me había dicho que si yo comentaba algo me iba a matar”,
refirió Maricruz. El padre de Maricruz era un predicador que representaba la
Iglesia Adventista del Séptimo Día en un pueblo localizado en la zona central de
la nación mexicana. Era un representante carismático de la comunidad, venerado
y respetado por miembros de la congregación, familiares, amistades y vecinos.
Viajaba dentro del país y al extranjero como parte de sus responsabilidades
religiosas. A veces Maricruz viajaba con él y con frecuencia la agredía
sexualmente en los cuartos de hotel que compartían. “Él usaba la Biblia para
aconsejar a la gente”, dijo, al explicar que su padre le ofrecía orientación moral a
las parejas y familias que lo buscaban para encontrar soluciones a sus problemas
personales y familiares.
“Como era de esa religión, era bien estricto, no podíamos hacer nada malo
porque nos pegaba”, explicó Maricruz, y describió cómo su padre la disciplinaba
a ella y a sus hermanos. Abandonó la escuela en quinto grado porque él le dejaba
moretones y a ella le daba miedo ir a la escuela. “Moretones y sangre, heridas
pero nadie hacía nada. El pueblo era grande pero antes no se preocupaban de los
niños. Yo le tenía miedo a papá. Nadie intervino para proteger del abuso físico”.
Maricruz recordó cuán vulnerables se sentían las hijas e hijos de la familia bajo
el mando de un padre que los castigaba y también los obligaba a trabajar hasta el
agotamiento.
Su padre tenía al menos diez hijas e hijos (casi todos varones) de edades
dispares y concebidos con diferentes mujeres; quien fuera la madre biológica de
Maricruz tuvo dos hijos con él. Tras terminar su relación la joven madre dejó a
Maricruz al cuidado de su abuelo materno y regaló a su otro hermano. Pero un
día el padre de Maricruz se presentó en la casa del abuelo materno para reclamar
su derecho sobre ella y se la llevó. Él y su nueva esposa (quien presenció las
lecturas sobre el incesto a la hora de dormir) criaron a Maricruz y a algunos de
sus otros hijos.
“Mi madrastra sabía todo porque, porque [sollozando] mi madrastra me decía
que me dejara… y dejara que él hiciera todo lo que quisiera.” Recordó la
conversación que tuvo con su madrastra sobre su miedo a quedar embarazada y
en la que le dijo que ya no podía soportar la violencia sexual de su padre.
Maricruz tenía miedo de que su padre la matara, pero se arriesgó a revelárselo,
“Mamá, es que mi papá me agarra mi cuerpo y a mí no me gusta. Y me decía
‘pues te tienes que dejar, chamaca tonta’ [llanto]… porque me agarra toda”.
Maricruz describió luego un episodio propiciado por su madrastra. “Traté de
esquivar a mi padre, pero mi madrastra me forzó a que durmiera cerca de él.
“¡Ahí quédate! Pero no quería dormir ahí, cerca de él. [La segunda vez] ella me
acostó en medio de la cama y él me viola otra vez. Y ella estaba viendo lo que
pasaba.” Siguió tratando de hacerle entender a su madrastra el dolor que sentía al
ser repetidamente violada. Pero luego las cosas le resultaron más claras:
“Mi mamá me dijo que me dejara, me dijo ‘porque yo estoy enferma’ y le
dije, ‘¡pero no, porque soy su hija, él no me debe de hacer nada porque soy su
hija! ‘No importa’. Ellos no tenían sexo, pero me decía que me dejara porque ‘yo
no puedo, tú tienes que satisfacer a tu papá’. Me lo dijo muchas veces... Cuando
me lo hacía mi papá, yo quería que me escuchara ella, pero no lo hacía, pero me
animaba a hacerlo, a dejarme, muchas veces... Ella estaba enferma, le dolía la
cabeza, todos los días, pero nomás estaba acostada viendo la tele.”
Maricruz siempre sospechó que sus hermanos mayores lo sabían todo; pero
pensó que tal vez tenían miedo y no quisieron intervenir. Tras un intento de
suicidio fallido huyó de su casa mientras su madrastra estaba fuera y su padre de
viaje. Fue a casa de su tía a pedir ayuda.
“Creo que tu hermana tenía razón”, Maricruz parafraseó las palabras de su tía
después de que le contó sobre la violencia sexual que había sufrido a manos de
su padre y su madrastra. Unos cinco años antes, la hermana mayor de Maricruz
—la única otra hija de su padre—, había huido también de su casa; ella tenía
entre 20 y 25 años de edad en ese momento. En aquel entonces, Maricruz tenía
ocho o nueve años y no sabía por qué su hermana se había ido repentinamente.
Su hermana fue a casa de su tía y le dijo que su padre la había violado, pero ella
no le creyó. Por el contrario, la echó de su casa y la mandó de regreso con su
padre. La tía de Maricruz le dijo que le había pedido a su hermana “que se
arrodillara y orara porque era una mentira que ella había inventado”. Poco
después la hermana de Maricruz se escapó y nunca volvió. Hasta el día de hoy
nadie sabe dónde está.
Tras enterarse de la historia de su hermana, Maricruz se quedó con su tía y se
sintió protegida de su padre. Luego descubrió en la televisión que los hombres
que violan pueden ser procesados legalmente y habló con su tía sobre la
posibilidad. Su tía le confesó la situación a un hermano que tenía influencia legal
en el pueblo. Aunque el tío no creyó lo que contaba Maricruz estuvo dispuesto a
llevarla a un ginecólogo para que le hiciera un examen y obtuviera pruebas para
poder proceder legalmente. Maricruz esperó a su tío con esperanza y entusiasmo,
pero él nunca llegó a recogerla para el examen y nunca más volvió a visitarla. Su
tía se desanimó y a Maricruz le dio cada vez más miedo que su padre la
asesinara, así que decidió volver a escaparse.
“Pues a la fecha no sé como le hice para arriesgarme tanto”, reflexionó
Maricruz al recordar su viaje a un lugar lejos de su casa y con sus muy pocos
ahorros en la mano. A los 13 años dejó el pueblo sintiéndose impotente y
desamparada, y tomó un autobús con dirección a Monterrey. Al llegar a la gran
ciudad se enteró de que existía la Alameda, la plaza central de la ciudad y un
lugar clave donde mujeres inmigrantes de distintas partes del país se reúnen para
buscar trabajo remunerado como trabajadoras del hogar. Con la ayuda de
mujeres de las que luego se haría amiga encontró un lugar seguro para pasar la
primera noche y después encontró trabajo.
Maricruz perdió el contacto con su padre y su madrastra. Nunca regresó, pero
ha escuchado historias impactantes, aunque no sorprendentes. Una de las tías de
Maricruz le contó al resto de la familia que también había sufrido acoso sexual a
manos del padre de Maricruz muchos años atrás y una mujer que se
desempeñaba como trabajadora del hogar para la familia de su padre también fue
violada por él y quedó embarazada. Cuando la gente del pueblo se enteró del
caso de Maricruz algunos dejaron la iglesia del padre. Yo la conocí a ella en
Monterrey, en una organización de servicios para la familia a la que acudió en
2006 en busca de terapia. Tenía entre 20 y 25 años de edad y nunca se había
casado, pero estaba en una relación estable mientras educaba a dos menores, hija
e hijo. Describió a su pareja como “un hombre respetable”, pero no lo deja
cuidar a su hija de cuatro años; la pequeña acompaña a Maricruz a donde quiera
que vaya en Monterrey. Maricruz espera ser capaz de confiar en él y de sanar por
completo algún día.
Desde una perspectiva feminista crítica, sin embargo, emergen muchas tensiones y
contradicciones conforme nos hacemos conscientes de las delgadas líneas entre responsabilidad
y complicidad con relación al desempoderamiento y la fragilidad de las mujeres que viven en
comunidades marginadas con sociedades patriarcales. Si, por otro lado, acercamos y alejamos
alternativa y cuidadosamente el lente crítico de este caleidoscopio veremos los intrincados y
complejos patrones de abuso constante.
Cuando acercamos el lente vemos una ilustración más compleja del patrón que una
feminista profesora en derecho de la Ciudad de México identificó al compartirme las historias
de las mujeres con las que ha trabajado: “las madres se vuelven cómplices por omisión cuando
se cubren los ojos en presencia de estos actos de agresión”.30
Este concepto legal, la complicidad por omisión, que ha sido examinado por
especialistas en derecho que estudian la obligación de las madres de defender a
sus hijas e hijos en Estados Unidos, muy probablemente haría a las madres de
Adelina y de Maricruz legalmente responsables y culpables de los actos de
violencia sexual que facilitaron activamente.31
Pero si ampliamos el lente veremos cómo la imagen se vuelve más compleja
al exponer las formas en las que el patriarcado se reproduce a sí mismo en cierta
medida a través de los paradigmas sexistas de la maternidad.32 De esta manera
mientras nos alejamos para observar de forma metódica y crítica nos
preguntamos sobre el grado al que cada una de estas madres que participó
activamente en la victimización sexual de sus hijas lo hizo precisamente porque
1] ellas han internalizado (de la sociedad en general) formas de reproducir
creencias y prácticas sexistas dentro de la familia al ejercer control sexual sobre
mujeres en posiciones de desventaja (en este caso una niña pequeña dentro de su
familia), mas lo hacen desde sus propias marginaciones sociales, económicas y
culturales, y sus cuerpos indígenas recolonizados (como ocurre en el caso de la
madre de Otilia), y 2] como mujeres marginadas, ellas han aprendido formas
autoopresivas de afrontar su propio desempoderamiento como mujeres adultas
atrapadas en sus propios predicamentos, en estas relaciones heterosexuales que
reportaron como volátiles y catastróficas. En resumen, al encontrarse oprimidas
colectivamente como mujeres, estas madres oprimen a su vez a las mujeres más
jóvenes bajo su autoridad. Una pregunta que me he estado haciendo a mí misma
tras escuchar sus narraciones de lo vivido es: “Si como madres, son responsables
de estos actos de violencia sexual, ¿hasta qué punto ellas son inocentes como
mujeres?”33 Todo lo anterior representa asuntos provocadores y controvertidos,
y lejos de tomar partido —o de exponer formas de “culpar” a las madres o
“justificarlas” por las acciones que cambiaron para siempre las vidas y los
corazones de las mujeres que entrevisté— mi propósito como académica
feminista es, primordialmente, develar las impactantes complejidades, tensiones
y contradicciones que son responsables de la organización de estas expresiones
de violencia sexual.
“El abuso ritualizado” (o “abuso ritual”) es una forma de abuso de menores que
ocurre como parte de “la invocación de símbolos o actividades religiosas,
mágicas o sobrenaturales” según Finkelhor y colaboradores.39 Con base en su
amplia experiencia legal en casos de abuso ritual, Lanning reflexiona sobre el
contexto social que hace que estas actividades ritualizadas resulten aún más
peligrosas para niñas y niños: “Existe un alto potencial de abuso para cualquier
menor que sea criado en un grupo aislado de la sociedad dominante, en
particular si el grupo tiene un líder carismático cuyas órdenes son obedecidas
ciegamente por sus miembros”.40
Las historias narradas por Adelina y Maricruz (y, según reportaron, por sus
hermanas) —todas expuestas durante la niñez a figuras paternas patriarcales que
dependen de estos sistemas de creencias religiosos o mágicos y que vivían en
contextos sociales aislados— son casos típicos en la bibliografía clínica que
examina el abuso sexual ritualizado de menores. Los rituales de violencia sexual
que Adelina y Maricruz describieron como parte de sus recuerdos de estas
figuras paternas, y sus indescriptibles actos, son, sin embargo, más que un
comportamiento patológico.
Desde una perspectiva feminista estos comportamientos ritualísticos están
lejos de ser casos aislados y existen como parte de una cultura patriarcal más
generalizada que ha ritualizado la violencia sexual contra las mujeres en México
y otros países, en contextos tanto religiosos como no religiosos.41 En los
contextos religiosos, por ejemplo, los pone de manifiesto la investigación que
realizaron Erdely y Argüelles, y Marcos, sobre casos reportados de abuso sexual
ritualizado de menores por parte de Samuel Joaquín, el líder carismático
religioso de la controvertida denominación cristiana llamada La Luz del Mundo.
Erdely y Argüelles identifican estos patrones de violencia sexual contra
menores en La Luz del Mundo como “la institucionalización del abuso sexual”,
facilitada por la “supuesta naturaleza divina” del líder religioso.42 El abuso
sexual de menores implica una amplia variedad de prácticas sexuales (entre ellas
la esclavitud sexual) y la iniciación sexual suele ocurrir en torno a las fechas en
las que se celebran las fiestas religiosas o en los días precisos en los que esto
ocurre.43 Como en las historias que contaron Adelina y Maricruz, en La Luz del
Mundo las mujeres adultas se vuelven cómplices y facilitadoras de estas
actividades. Esta denominación no católica tiene su sede internacional en
Guadalajara y tiene cientos de seguidores en México, Estados Unidos y otros
países.44
Si bien mujeres como Adelina y Maricruz han estado expuestas al mismo
modus operandi o proceso social, ya sea de naturaleza extrema o letal o
físicamente menos dañina,45 estos rituales son “representaciones simbólicas de
relaciones sociales”, según Durkheim.46 En este caso dichas relaciones ocurren
en contextos maritales y familiares que requieren la cosificación sexual de las
niñas para satisfacer las necesidades sexuales y emocionales insatisfechas de
personas adultas que practican sistemas de creencias espirituales y rituales que
ponen en riesgo a niñas y niños.
Los rituales de la misoginia existen como parte de la vida cotidiana en
contextos sociales urbanos que tradicionalmente se consideran seguros y no sólo
en el ámbito de lo divino o lo sobrenatural. La figura paterna en las vidas de
Adelina y de Maricruz es parte del mismo grupo que los estudiantes
universitarios de Estados Unidos que violan mujeres jóvenes como parte de
rituales que ocurren dentro de ciertas hermandades universitarias (fraternities) y
los hombres que crean culturas ritualizadas de lo que se conoce en inglés como
girl watching para cosificarlas en forma colectiva y acosar sexualmente a
mujeres en espacios laborales, prácticas que tienen algún tipo de equivalencia
cultural en el contexto mexicano.47
Ya sea en la universidad o en el trabajo algunos hombres participan en una
amplia gama de comportamientos sexualmente invasivos y violentos para
establecer expresiones de intimidad con otros hombres, lo cual requiere formas
sutiles o extremas de cosificación de la mujer como parte del proceso. Así,
sugiero que los padres como en el caso de Adelina o Maricruz —que violentaron
sexualmente a más de una hija o hijastra en sus respectivas familias— violan a
las niñas como forma de participar en algún tipo de “ritual de interacción” con
sus respectivos cómplices maritales.48 Y, al hacerlo, estas parejas heterosexuales
establecen algún tipo de “solidaridad social y significado simbólico”, una
manifestación de intimidad que involucra a una mujer adulta que no está
sexualmente disponible o que se encuentra por completo bajo el control
emocional del hombre, o ambas cosas.49
Además de exponer la naturaleza patológica y aberrante de las relaciones
heterosexuales adultas que dependen de la cosificación sexual y la explotación
de una hija, estas narraciones biográficas revelan sus dolorosas consecuencias en
la vida sexual y emocional de las mujeres que son violadas durante la infancia y
que por lo tanto también pierden su virginidad como un capital femenino, es
decir la virginidad como forma de dote social. Como ejemplifica la narrativa de
vida de Adelina, en las regiones en las que la desigualdad de género es muy
severa, algunas mujeres dependen de la virginidad como capital femenino. Es
decir, las mujeres consideran un himen intacto y virginal como una forma de
capital social que pueden intercambiar para asegurar su estabilidad económica y
para mejorar sus condiciones de vida. La virginidad como capital femenino de
hecho es indispensable para la supervivencia de las mujeres en contextos de
escasas oportunidades educativas o de empleo remunerado y de patriarcados
rurales regionales que promueven formas extremas de desigualdad de género.
Esto puede llegar a tal grado que algunas mujeres mexicanas optan por una
reconstrucción de himen, una forma de cirugía plástica que “repara” o
reconstruye el himen de modo que una mujer pueda recuperar su virginidad
como capital femenino.50
A fin de cuentas, un padre que es un líder religioso y lee pasajes bíblicos
como preámbulo para violar a su hija, o un padrastro que realiza rituales
misóginos motivados por una fascinación perniciosa con los hímenes intactos,
las vaginas estrechas y la piel joven y fresca de las niñas y las jóvenes, expone el
valor simbólico de la virginidad, así como algunas de las expresiones
ritualizadas más extremas del patriarcado dentro de familias incestuosas y la
sociedad en general.51 No fue una sorpresa descubrir que se habían seleccionado
deliberadamente niñas vírgenes para los rituales de abuso sexual que tienen lugar
en La Luz del Mundo y que la virginidad se considerara un regalo para el
“Siervo de Dios” en el relato de Amparo, una de las niñas que fueron violadas en
forma violenta por el líder de este grupo religioso.52 La vivencia personal de
Perla, al principio de este capítulo, revela la percepción de la virginidad como un
“regalo”, un patrón que también encontré en mi investigación previa sobre la
sexualidad de las inmigrantes mexicanas.53
Finalmente, la narración biográfica de Maricruz y los escandalosos casos de
violencia sexual contra niñas y niños en La Luz del Mundo evocan los
escándalos nacionales e internacionales de sacerdotes pedófilos en la iglesia
católica.54 Es claro que los valores culturales que promueve la iglesia católica
como institución patriarcal (en particular en lo referente a la vida sexual y
familiar de los sacerdotes) se ha extendido a otros hombres mexicanos que
tienen posiciones de autoridad y de poder en instituciones religiosas no
católicas.55 Aunque el padre de Maricruz no estaba obligado a practicar la
castidad en la iglesia adventista, se beneficiaba de estos dobles discursos de
moral sexual que con frecuencia elevan a los hombres como él a altas posiciones
ficticias en sus familias y comunidades.56 Una terapeuta de Ciudad Juárez estaba
familiarizada con casos de líderes religiosos de lo que ella identificó como la
“iglesia pentecostal”, hombres que por razones religiosas practicaban el celibato
marital en común acuerdo con su esposa pero que abordaban sexualmente a una
hija. Además, en su estudio del abuso sexual de menores en La Luz del Mundo
Erdely y Argüelles encontraron también que el “supuesto abuso sexual
ceremonial de niñas pequeñas y de algunos niños con frecuencia parece
conllevar la bendición de la madre y el padre de la víctima”.57 El hermano de
Magdalena (una niña de la que abusó sexualmente Samuel Joaquín) declaró que
su madre consideraba que el abuso sexual de su hija a manos del líder era “un
privilegio religioso”.58
Y por último, aunque el padrastro de Adelina no pertenecía a un grupo
religioso organizado cristiano, como se indicó, la narración de sus vivencias
personales tiene algunas similitudes con las del sacerdote católico y el
predicador adventista. Un análisis exhaustivo de la violación de mujeres
vírgenes por parte de hombres que practican la brujería y que son considerados
parte de la familia rebasa los propósitos de este libro, puesto que esos rituales
requieren un estudio más minucioso, en particular en la medida en la que los
brujos o hechiceros involucrados en las expresiones ritualizadas de violencia
contra las mujeres se identifican cada vez con mayor frecuencia en la
bibliografía y son más visibles en los medios.59
***
1 Para la versión en español de este libro, el texto fue tomado de Vicente T. Mendoza
Boyd-Franklin (2006) usa el concepto de “hijo parental” para explicar las experiencias de
madres solteras trabajadoras que buscan resolver la supervivencia y la vida cotidiana y que le
asignan al hijo mayor de la familia responsabilidades parentales. La hija o hijo parentales
pueden “sobrecargarse” cuando la madre sufre alguna enfermedad física, alguna condición
psiquiátrica y (o) adicción a las drogas y al alcohol.
3 Véanse Carol Gilligan, 1982 y Margarita Dalton, 2010. Mediante prácticas “generizadas”
las vidas de las mujeres que se encuentran en el núcleo de los debates y diálogos de las
feministas que han explorado tanto las dimensiones peligrosas como placenteras del sexo
comercial y la pornografía. Véanse, por ejemplo, Lynne Segal y Mary McIntosh, 1993, y
Wendy Chapkis, 1996.
5 Las informantes reportaron que los hombres que las violentaron usaban drogas y (o)
alcohol, un factor que puede fomentar incidentes de toda clase de violencia y que merece ser
estudiado con mayor profundidad para el caso del incesto en México. Sin embargo, concuerdo
con la preocupación de la socióloga Diana Scully sobre la idea generalizada de que los
hombres que muestran comportamientos sexuales violentos están “enfermos” (es decir son
alcohólicos, drogadictos o tienen una enfermedad mental). Esto ha fomentado la
“medicalización de la violación”, que culpa al individuo por su comportamiento sexual
violento en vez de analizar la violación y otras formas de violencia sexual como problemas
sociales complejos (Scully, 1990, pp. 74, 120). Véase también el capítulo 3.
6 La percepción de Perla sobre la virginidad hace eco con las narrativas de otras mujeres
mexicanas con relación a la virginidad como una forma de capital social (o capital femenino),
los valores familiares que asocian la obediencia y el respeto a la familia con la virginidad, y
esta última como un “regalo” para el esposo. Todo lo anterior lo analicé en el libro Erotic
Journeys (2005). El libro Erotic Journeys fue traducido y publicado al español bajo el título de
Travesías eróticas: la vida sexual de mujeres y hombres migrantes de México, México, Miguel
Ángel Porrúa, 2009.
7 Herman, 2000, p. 94.
8 Véase Herman (2000) sobre el incesto y los conflictos maritales (p. 43) las mujeres que
son amas de casa de tiempo completo (p. 72) y la conciencia que tiene una hija con relación a
los problemas maritales de su madre y su padre (pp. 80, 81).
9 La idea de la “hija conyugal” se inspira en la bibliografía sobre el incesto padre-hija que
ha identificado niñas en dicha configuración incestuosa que fungen como la “pequeña madre”
(little mother); véanse Herman, 2000, pp. 45, 79-80 y Russell, 1997, p. 42.
10 “La sexualización traumática se refiere a un proceso mediante el cual la sexualidad de
una niña o niño (incluyendo tanto los sentimientos como las actitudes sexuales) es moldeada en
una forma inapropiada en términos de desarrollo y disfuncional en términos interpersonales
como resultado del abuso sexual” (Finkelhor y Browne, 1985, p. 531). La sexualización
traumática es una de las cuatro “dinámicas traumatogénicas” que Finkelhor y Browne usan en
su modelo para estudiar el trauma, incluyendo el abuso sexual. Las otras tres dinámicas
traumatogénicas son la traición (cuando la niña o niño es lastimado por alguien de quien
depende), la indefensión (cuando el espacio corporal de la niña o niño es invadido contra su
voluntad, y sufre una sensación de desempoderamiento) y la estigmatización (cuando una niña
o niño interioriza sentimientos de “maldad, vergüenza y culpa” con base en los mensajes
negativos que recibe del agresor, la familia y (o) la comunidad). Las mujeres en este estudio
respondieron, selectivamente, a todos los anteriores.
11
Véanse por ejemplo las reflexiones de Margarita Dalton sobre la responsabilidad de las
mujeres de hacer el trabajo del hogar y el cuidado de menores y de las ideologías patriarcales
en México como parte de la ética del servicio al referirse a las teorías de Carol Gilligan sobre la
ética del cuidado (ethics of care) (2010, p. 33). Una encuesta de opinión en México reportó:
cuando la madre tiene un empleo remunerado fuera de casa, las labores del hogar son en más
del doble de los casos una responsabilidad para las hijas en comparación a los hijos (ENADIS,
2010, p. 76).
12 En su análisis sobre la religión y la vida familiar en el México colonial, la historiadora
Pilar Gonzalbo Aizpuru (2003) reflexiona sobre las ordenanzas que el obispo don Vasco de
Quiroga estableció en los hospitales-pueblo de Santa Fe y que estipulaban que “‘las mujeres
sirvan a sus maridos’ como expresión de una ley natural refrendada por el derecho canónico y
civil”. Gonzalbo Aizpuru añade, “sus palabras glosaban el escueto texto dogmático tridentino,
expuesto en castellano en el catecismo del jesuita Jerónimo Ripalda, de uso común desde
finales del siglo XVI, que exigía a las mujeres tratar a sus maridos ‘con amor y reverencia’” (p.
31). Véase Arredondo (2003) para más sobre la educación formal e informal, la vida familiar,
las vidas de las niñas y las mujeres y la desigualdad de género en el México colonial.
13 Gutiérrez, 1991, p. 209. Véanse también Seed, 1985 y Lavrin, 1992.
14 Véanse Tuñón-Pablos, 1991, pp. 51, 120-122, Kellogg, 2005, p. 91 y Eistenou, 2008, p.
109.
15 Marcos, 1992, p. 165.
16 Ibid.
el incesto padre-hija véanse las reflexiones de Herman sobre las importantes contribuciones
psicoanalíticas feministas de Nancy Chodorow, Helen Block Lewis y Juliet Mitchell (pp. 55-
56).
19 Armstrong, 1978, pp. 234-235.
21 Los patriarcados rurales y los patriarcados urbanos son ejemplos de los “patriarcados
1983.
28 “Pacto entre mujeres sororidad”, Madrid, Coordinadora Española para el Lobby Europeo
31 Véase Kashyap, 2004. Las complejidades legales que implican los casos que discuto aquí
y en otros capítulos del libro están fuera de mi área de especialidad y del alcance de este libro.
Espero, sin embargo, que los casos que he presentado contribuyan a que se fomenten
conversaciones y debates sobre la construcción de políticas y leyes mexicanas que sean
sensibles a los derechos de las mujeres, algo que discuto en el último capítulo de este libro.
32 Para reflexiones y citas adicionales sobre la maternidad y el patriarcado en las familias
35 Ibid.
36 Ibid.
39
Finkelhor, et al., 1988, p. 8.
40
Lanning, 1992, p. 18.
41
Véase Jane Caputi, 1987, para una reflexión sobre los delitos sexuales, los rituales y la
violencia contra las mujeres. Véase también Catharine MacKinnon, 1996, p. 28.
42 Erdely y Argüelles, s. f., p. 12.
43 Ibid, p. 11.
no se habían presentado cargos legales formales contra La Luz del Mundo. Como explican, no
hay de qué sorprenderse, dadas las alianzas históricas entre su denominación religiosa y
algunos grupos políticos muy influyentes (p. 12). En la televisión también se han presentado
testimonios de abuso sexual a manos de Samuel Joaquín. Véase también Marcos, s. f.
45 Véase por ejemplo en las expresiones brutales de violencia sexual ritualizada contra
mujeres mexicanas, que alcanzan expresiones extremas en Ciudad Juárez. Para más sobre la
violencia sexual contra mujeres en Ciudad Juárez véanse Monárrez Fragoso, 2003 y Fregoso y
Bejarano, 2010.
46 Citado por Caputi, 1987, p. 6.
47
Sanday, 2007 y Quinn, 2002.
Comentario a la versión en español: “girl watching” (que significa literalmente
“observación de chicas”) es una práctica social patriarcal en la que los hombres “evalúan
sexualmente a las mujeres, con frecuencia en la compañía de otros varones. Puede darse a
través del mensaje verbal o gestual asociado con el ‘echarle un ojo’ o ‘echarle un vistazo’ (a
una o más mujeres), el hacer alarde de sus proezas sexuales como hombre, o los comentarios
explícitos sobre los cuerpos de las mujeres, o actos sexuales imaginados” (Quinn, 2002: 387).
Como forma de acoso sexual, se puede dar en una amplia variedad de contextos sociales,
incluyendo pero sin limitarse a espacios laborales y otros lugares públicos (por ejemplo, como
una expresión del acoso sexual y hostigamiento callejero).
De adolescente y joven adulta, al trabajar en puestos administrativos en Monterrey,
Matamoros y Saltillo, fui testigo y estuve expuesta a una amplia variedad de expresiones de
violencia sexual. De hecho, renuncié a un trabajo en Monterrey por miedo a ser violada tras
recibir mensajes y amenazas anónimos sexualmente explícitos.
48 Goffman, 1967; Collins, 2004.
53
Véase González-López, 2005, p. 43.
54
Me ocupo de este tema con más detalle en 2013a.
55
En mis entrevistas se reportó con frecuencia violencia sexual perpetrada dentro de las
familias de líderes religiosos no católicos. Mariana, por ejemplo (cuya narrativa de vida discuto
en el capítulo 3) abandonó la congregación de Testigos de Jehová cuando su hijo mayor le
contó sobre la violencia sexual que experimentó desde los 8 hasta los 15 años de edad a manos
de su tío, un anciano (un jerarca de alto rango conocido en inglés como “elder”) de la
congregación en su natal Ciudad Juárez. El anciano era el hermano del esposo de Mariana. Las
especialistas con frecuencia me confiaron, por ejemplo, que estaban trabajando en casos de
familias en las que hombres elocuentes, respetables y bien vestidos que representaban a los
Testigos de Jehová (u otras congregaciones no católicas) habían sido acusados de abusar
sexualmente de una niña o niño dentro de sus familias.
56 Finalmente, para Otilia y Maricruz resultó impensable incluso considerar la posibilidad
58 Ibid.
59 Por ejemplo, véase el caso del brujo implicado en un “ritual narcosatánico” y el asesinato
“Voy a cogerte, la palabra que fuera. De volada se iban sobre de mí. No podía
salir mi mamá, porque de volada. O sea, era uno y de volada entraba el otro y
así”, dijo Maclovia, una mujer de unos treinta años que nació y creció en un
pueblo pequeño de la región central de México. Ahora es esposa y madre, y vive
en la ciudad de Monterrey. Maclovia tenía seis años de edad cuando sus
hermanos mayores, de diecisiete y dieciséis años en ese entonces, comenzaron a
turnarse para atacarla y violarla. El hermano más joven dejó de violentar
sexualmente a Maclovia cuando ella tenía aproximadamente once años, una vez
que comenzó a salir con mujeres jóvenes; sin embargo, la violencia sexual por
parte del hermano mayor continuó. Entrevisté a Maclovia en Monterrey, donde
ha vivido desde que tiene quince años de edad tras huir del rancho para escapar
de su hermano mayor.
“Entonces yo me tenía que estar cuidando el trasero o el delantero”, dijo
Esmeralda mientras describía cómo, cuando tenía entre diez y doce años, un
primo adolescente mayor que ella le tocó las nalgas durante un encuentro
familiar de festividad, en la casa de su abuela paterna. “Sentí tanta vergüenza”,
dijo Esmeralda al recordar las risas de los otros primos, que fueron testigos de lo
ocurrido.1 Su tía paterna también estaba a la vista, pero no pareció percatarse de
lo que sucedía y tampoco intervino. Estos episodios continuaron por espacio de
cuatro años, cada vez que la familia se reunía en casa de la abuela, un lugar que
Esmeralda asociaba con sentimientos de amor y ternura, pero también de peligro
y miedo. Ella nació y creció en una ciudad cercana a Guadalajara, tenía entre
treinta y treinta y cinco años cuando la entrevisté, ya había completado sus
estudios universitarios y estaba soltera. Comentó que los toqueteos terminaron
cuando su primo empezó a tener novias.
Como se discutió en el capítulo anterior, las configuraciones incestuosas
padre-hija revelan dinámicas complejas que pueden transformar a niñas y
mujeres en objetos sexuales de los hombres de sus familias y, por lo tanto, las
exponen a varias formas de violencia sexual. Este capítulo analiza cómo y por
qué para niñas, como lo fueron Maclovia y Esmeralda, esta premisa patriarcal
puede adquirir nuevas expresiones frente a sus hermanos y primos. Por ejemplo,
el concepto de “servitud de género” que transformó a una niña en la hija
conyugal de su padre de manera similar puede convertirla en objeto de
innumerables formas de curiosidad, iniciación, experimentación, frustración y
otras aventuras perversas sexuales de los hermanos biológicos y (o) los primos.
Aunque estas relaciones de parentesco son horizontales (es decir entre hermanos
o primos), las interacciones de Maclovia y Esmeralda y las otras mujeres que se
discuten en este capítulo son desiguales debido a su edad, género, tamaño
corporal y diferencias en fuerza física.
En este capítulo se identifican y analizan las complejas fuerzas sociales y
culturales que son responsables de las configuraciones incestuosas hermana-
hermano y prima-primo. Los relatos de vida de mujeres sometidas a violencia
sexual a manos de sus hermanos biológicos exhiben dos patrones reveladores. El
primero es que en una sociedad patriarcal en la que los hombres están educados
para creer que su hombría puede verse menoscabada a causa de un desempeño
sexual fallido, los hermanos pueden transformar a sus hermanas en lo que llamo
“sustitutas sexuales familiares”, es decir, mujeres de la familia que se convierten
en las sustitutas sexuales, temporales y seguras, de las futuras parejas sexuales
del pariente varón. Como tales, las hermanas son usadas para satisfacer las
necesidades sexuales de los hermanos antes de que ellos empiecen a salir con
mujeres.2 El segundo es que cuando una hermana se convierte en sustituta sexual
familiar, el joven se inicia en la masculinidad heterosexual mediante rituales,
actos y comportamientos sexualizados que revelan de qué formas la violencia
sexual dentro de las familias llega a convertirse en la expresión más grotesca de
como se construye y se vivencia la heterosexualidad y las heteromasculinidades
en las sociedades patriarcales.
En mi análisis incorporo conceptos como el del “continuum de la violencia
sexual” y el “dividendo patriarcal”, acuñados por las sociólogas Liz Kelly (1987)
y R. W. Connell (2005) respectivamente. El continuum de la violencia sexual
demuestra cómo y por qué el placer y el peligro pueden volverse parte de la
misma experiencia de violencia sexual, lo que sugiere que la violación y las
construcciones patriarcales de la heterosexualidad están profundamente
interconectadas. En su carácter de joven heteropatriarca en formación, un
hermano que acosa o viola a su hermana menor puede experimentar una cosecha
temprana de dividendos patriarcales; es decir, un joven se vuelve consciente de
su potencial de detentar el poder, de tener control y de su “derecho de mando”
sobre las mujeres de su familia y de la sociedad.3 Estas dinámicas ocurren
mientras que los sentimientos de amor de la niña hacia su hermano se enmarañan
en una compleja red emocional de confusión, culpa, vergüenza, traición y
pérdida de confianza. Si bien las mujeres no son necesariamente pasivas o
inermes en estas experiencias, algunas descubrieron que otras mujeres en sus
familias vivieron experiencias parecidas con los mismos u otros parientes
varones. Ellas también se enteraron sobre otras historias personales de violencia
emocional, sexual o física en su familia inmediata y extensa. Esto ocurre sin
distinciones de clase y en contextos religiosos contrastantes e influyentes.
Si bien estas dinámicas pueden extenderse hacia las configuraciones
incestuosas prima-primo, hay dos fuerzas adicionales que parecen ser
responsables de las experiencias de las mujeres que entrevisté. La primera, el
“terrorismo sexual”, explica el porqué un primo adolescente puede usar el miedo
como un exitoso mecanismo de control que gira en torno al terror y al ridículo
mientras acosa a una prima más joven en interacciones y situaciones de la vida
familiar y durante las cuales los parientes adultos que son testigos de estos
eventos los ignoran, los normalizan y los trivializan. El terrorismo sexual, un
concepto acuñado por Carole Sheffield (1989), explica el porqué distintas
expresiones de violencia sexual se convierten en la oportunidad sexual de un
primo joven para explorar su curiosidad sexual, al tiempo que ejerce poder y
control sobre mujeres de su familia extensa, y como parte de la vida cotidiana.
La segunda, la aceptación y la normalización de distintos comportamientos
sexualmente invasivos de niños hacia niñas en el marco de sus familias extensas
no sólo ha trivializado estas formas de violencia sexual, sino que las ha
convertido en prácticas no percibidas como cuestionables, y que permanecen
invisibles y sin ser nombradas. Así, sugiero que hacer visibles estas experiencias
y llamarlas “acoso sexual familiar” ofrece la posibilidad de identificar, etiquetar,
intervenir e interrumpir complejas formas de invasión y de daño a los cuerpos de
las mujeres que ocurren a edades tempranas. Éstas son formas de violencia
matizada que tradicionalmente han sido consideradas inofensivas en las familias
mexicanas. La normalización de mensajes culturales como “Así son los
hombres, todos son iguales” y refranes o dichos populares como “A la prima se
le arrima” son dos expresiones muy conocidas que se emplean para justificar y
trivializar múltiples formas de violencia sexual dentro de las familias extensas
donde prevalecen las prácticas incestuosas.
A continuación, se presentan las narrativas de vivencias personales de mujeres
que reportaron una amplia variedad de formas de violencia sexual a manos de
sus hermanos biológicos y de sus primos. La primera sección analiza a los
hermanos y la segunda, a los primos.
Alfonsina
“¿Tú me quieres?” [él preguntaba]. Y yo decía ¡Sí! ¡Pues era mi hermano! “Pues
entonces no es malo, si tú me quieres no es malo”, él decía. Pero también me
decía: “Pero no les digas a mis papás”. Alfonsina recordó lo confundida que se
sintió cuando su hermano mayor le mostró revistas pornográficas y más tarde
comenzó a desnudarla y a tocarla. La primera vez que esto ocurrió, ella tenía
ocho o nueve años y él, dieciséis o diecisiete. Ella es la más pequeña de tres
hermanos. Estos episodios se hicieron cada vez más frecuentes y, con el paso del
tiempo, su hermano llegó a penetrar vaginalmente a Alfonsina cuando ella tenía
trece años. Se describió a sí misma como una niña reservada.
La confusión y el miedo que sentía cuando su hermano la violaba se veían
exacerbados por sus actitudes y su conducta. “Él siempre me decía que me
quería mucho. Cuando él abusaba de mí, siempre, después de eso, era un
regalo”, dijo. Nunca usó la fuerza física como parte de la coerción sexual y, en
sus intentos por “protegerla” de quedar embarazada, siempre eyaculaba fuera de
ella. Cuando la tocaba, él insistía, “‘es que no es malo que te esté tocando’… él
me decía que ahora sí, como yo ya era mujer, si yo me tocaba, ¡eso sí era
pecado!”. Él conocía los horarios del resto de la familia y era estratégicamente
hábil para saber cuáles eran los mejores momentos para agredirla sexualmente.
Conforme Alfonsina crecía, él comenzó a usar películas pornográficas y a
hacer comentarios sobre su cuerpo; le decía “es que te ves bien buena”, al
tiempo que la manipulaba: “¡No, pero déjame verte! Si no quieres que te haga
nada, nada más déjame verte sin ropa”. Alfonsina se dio cuenta de que cuando
cumplió dieciséis años y comenzó a salir con hombres jóvenes, su hermano la
coercionaba y la agredía con menos frecuencia. Entretanto él ya se había casado
y tenía un hijo. Sin embargo, un día la encontró teniendo sexo con su novio en su
casa, en un momento en el que ni su madre ni su padre se encontraban. “Eres una
puta”, le dijo. Ella lo confrontó:
“No sé por qué te enojas si es otra persona y tú lo hiciste conmigo” [pausa, sollozos]. Él se
quedó callado y ya no me supo decir nada, pero esa vez él todavía me dijo: “Si no quieres que
le diga a mis papás, tienes que hacerlo conmigo” [pausa, sollozos]. Yo acepté con tal de que no
le dijera a mis papás [pausa, sollozos]. Pero fue la última vez. Ya de ahí ya le dije que no, que
si quería decirle a mis papás, que les dijera... Tenía él ya a su hijo, y él seguía insistiendo
mucho conmigo, y yo ya no, ya... le dije que ya no, porque yo me acuerdo que yo lloraba cada
que él me quería tocar, o que yo estaba sola en la casa y llegaba él, a mí me daba mucho miedo.
Y yo llorando yo le decía que yo, que yo ya no quería, que ya me dejara. Pero él nunca, nunca
me hizo caso [pausa, sollozos]. Fue... fue la... fue la última vez que él me... me hizo algo. Pero
yo ya tenía veinte años.
Maclovia
“La primera vez que fui abusada tenía 6 años, ¿qué podía hablar, qué podía
decir?”, dijo Maclovia al explicar que su madre y su padre la castigaban
severamente a ella y a sus hermanas o permanecían en un silencio absoluto
cuando hacían cualquier comentario que tuviera que ver con sexo, algo que
aprendió a percibir como “sucio” mientras crecía. Como se explica en la
introducción de este capítulo, Maclovia nació y creció en un área rural remota
localizada en la región central de México y se convirtió en blanco de la
curiosidad y los impulsos sexuales de sus dos hermanos mayores desde temprana
edad. Maclovia tenía seis años cuando sus hermanos, de diecisiete y dieciséis
años por entonces, la agredieron sexualmente por primera vez. En palabras de
ella: “Recuerdo que en mi casa, nomás se iba mi mamá, llegaban todos, mis
hermanos, bueno uno de ellos iba de volada sobre de mí, de volada. En el
momentito en que salía mi mamá, mi hermano se acercaba y decía ‘Vamos a
hacer, Vamos a hacer groserías’, era la palabra que decían ellos. O voy a
cogerte”.
Era la segunda de las hijas en una familia de once hijas e hijos, fue criada en
un rancho pequeño sin agua ni electricidad. “Es una vida muy cruel, ahí no hay
infancia”, reflexionó Maclovia en retrospectiva, y explicó que las cosas no han
cambiado mucho en su rancho al día de hoy. A los menores los obligan a
empezar a trabajar desde muy pequeños, mientras la educación formal de las
niñas es desalentada. “Recuerdo que pasé a cuarto, y yo estaba bien emocionada
y me dijeron ‘Ya no vas a ir a la escuela para que le ayudes a tu mamá’, y ya no
fui”, expresó.
Maclovia tampoco tenía un sentido de la privacidad en su modesto hogar.
“Pues a la vez, mi papá y mi mamá, siempre había descuidos de ellos. Como
sólo era un solo cuartito, pues ahí se veía”, dijo al recordar sentirse confundida y
huir cada vez que veía a su madre y su padre tener relaciones sexuales. Maclovia
también había observado que tres de sus hermanos veían revistas que sólo
entendió al crecer, y no le cabía duda de que algunos de sus hermanos y
hermanas también habían sido testigos de los encuentros sexuales de sus
progenitores. Luego añadió “Pues sí. Y ahí es en donde se va despertando el
morbo, el morbo de los jóvenes y los jóvenes mayores comienzan a comprar sus
revistas pornográficas y allá es a donde van, se despiertan y en vez de buscar en
la calle, van y buscan en la familia, donde no deben”.
“Morbo”, por lo que sé, gracias a mi experiencia personal al crecer en México,
se refiere a la fascinación, el interés o la curiosidad por lo prohibido y que suele
asociarse con el sexo. Esto hizo eco en los recuerdos de Maclovia cuando
explicó que su hermano mayor la desvestía a ella y a sí mismo cuando Maclovia
tenía seis años, le daba instrucción de agacharse y mover su cuerpo de cierta
forma, le decía que nunca le dijera nada a su mamá o papá y le “ofrecía” dinero.
Maclovia recuerda que esto ocurrió repetidamente entre los seis y los catorce
años con el mayor de sus hermanos, quien nunca fue físicamente agresivo con
ella. Maclovia tuvo experiencias similares con su hermano de dieciséis años
cuando ella tenía seis. Ambos la violentaban en forma individual y también
juntos, turnándose. Sin embargo, el hermano más joven dejó de agredirla cuando
ella cumplió once años, aproximadamente. Maclovia explica el porqué ocurrió:
“El otro buscó novias y ya pues se fue de ahí él”.
Aunque Maclovia no recuerda detalles particulares sobre estas experiencias,
dice que “sus hermanos tuvieron sexo con ella”. Para ella estos encuentros nunca
fueron física o sexualmente placenteros; sin embargo, ocultaron un aspecto
vulnerable de su vida emocional de niña: “La verdad no sentía nada con mis
hermanos, yo no sentía nada… Yo sentía, bueno, yo creo que era la falta de
cariño que en el rancho no dan. De que siente uno que lo quieren más. Al
tocarme, abrazarme, sentía pues que me están dando cariño”. Recordó estas
experiencias con vergüenza y rabia contra sus hermanos y también contra ella
misma por no haber sido capaz de hacer nada al respecto mientras crecía.
“Es que en un rancho, siempre la responsable, la culpable, siempre es la
mujer. El hombre nunca es responsable de nada. Como quien dice, pues en todo
eso yo fui la responsable”, dijo Maclovia al explicar que su madre se enteró
sobre lo que le había sucedido a ella con sus hermanos, pero lo usó en su contra
y la amenazó con decirle a su padre. Sin embargo, la madre de Maclovia nunca
amenazó a ninguno de sus hermanos.
En medio de este rompecabezas familiar, Maclovia también se esforzó por
encontrar formas de afrontar las continuas agresiones de su hermano mayor.
Tenía 15 años cuando decidió que la mejor opción era huir a Monterrey. Dejó el
rancho, encontró un trabajo como trabajadora del hogar con residencia en casa
de una “familia respetable” con la que siempre se sintió segura, incluso en la
gran ciudad, y decidió no volver jamás. Mientras tanto, su madre y su padre
murieron a causa de problemas de salud.
Después de que Maclovia dejó su pueblo descubrió que una de sus hermanas
más jóvenes estaba ansiosa por emigrar. Siguió los pasos de Maclovia: dejó el
rancho para irse a Monterrey y eventualmente consiguió también un empleo
como trabajadora del hogar. A Maclovia le entristeció, pero no le sorprendió por
completo enterarse de que su hermana tenía experiencias idénticas de violencia
sexual —que ocurrieron más o menos a las mismas edades— con sus dos
hermanos. “Ésta es la cadena, justamente es una cadena”, afirmó enérgicamente
Maclovia al narrar las conmovedoras noticias que ella y su hermana fueron
descubriendo gradualmente acerca de su familia, todas las cuales han ocurrido en
el rancho:
• El hermano mayor que violentó sexualmente a Maclovia ahora está casado y
tiene dos hijas. Un vecino violó a una de las niñas y fue acusado legalmente,
pero el proceso se interrumpió una vez que pagó una fuerte suma de dinero a
un sistema legal corrupto. Su padre la sacó de la escuela para protegerla de los
“extraños” y mantenerla “a salvo” en casa. Uno de los hermanos más jóvenes
de Maclovia, de unos 30 años, ahora vive con ellos. En casa él agrede
sexualmente a sus sobrinas (a la niña que fue violada y a su hermana) y les
ofrece dinero. El hermano mayor de Maclovia —el padre de las niñas— no
parece estar enterado de esto.
• Cuando murió el padre de Maclovia, dos de sus hermanas menores le contaron
que él las había violado años atrás. Ellas ahora tienen veintitantos años.
• El abuelo paterno de Maclovia y su hija (la hermana del padre de Maclovia)
tenían relaciones sexuales y ella tuvo una hija con él. Maclovia no tenía más
detalles sobre este caso, al parecer era una configuración incestuosa de hija
conyugal.
• El tío de Maclovia (el hermano de su padre) vive en pareja con su sobrina.
Mariana
“Cuando nosotros éramos católicos, éramos una familia tan feliz, todos”, dijo
Mariana, recordando su infancia con nostalgia. Nació en Ciudad Juárez y aún
sigue viviendo ahí en su cuarta década de vida. “A raíz de que mi mamá se hizo
‘hermana’, híjole, todo cambió, todo”, prosiguió Mariana; explicó que su madre
se vinculó con una de las agrupaciones religiosas más grandes del país: los
testigos de Jehová.5 Mariana tenía diez años de edad cuando su familia
experimentó una conversión religiosa, lo cual supuso que ella y sus hermanos
también debían unirse a la nueva religión. Esta transición familiar más tarde
coincidió con un cambio inesperado en la relación de Mariana con su hermano
mayor, por entonces un adolescente de dieciséis años de edad.
“Y allí eso empezó, el abuso conmigo, cuando se hizo testigo de Jehová”,
Mariana explicó que, poco después de la conversión, su hermano se metía en su
cama todas las noches y aunque nunca la desvistió al parecer trató de “tocarla
toda”. Este comportamiento continuó por unos seis años, lo cual hizo que
Mariana usara una cobija gruesa, incluso durante la temporada de calor. Con
frecuencia temía dormir porque debía defenderse de las agresiones sexuales.
“Por estar pendiente de que, porque si él me oía moverme, no pasaba nada. ¿Sí
me entiende? Si él veía que estaba despierta… Entonces, yo procuraba no
dormirme”, dijo Mariana al explicar que su hermano se quedaba en su cama y la
tocaba, pero en cuanto ella despertaba se iba de inmediato. Su madre y una tía
cercana se dieron cuenta de que Mariana empezó a tomar largas siestas durante
el día y que sus calificaciones bajaron. Su madre permanentemente la llamaba
burra y la castigaba porque le iba mal en la escuela. Sin embargo, nadie se
preguntó por qué le estaba pasando esto. También creció comparándose con sus
primas y siempre se sintió “gorda y fea”.
“¿Por qué crees que empezó a abusar de ti después de convertirse en Testigo
de Jehová?”, le pregunté a Mariana. Ella respondió: “Porque yo pienso que él
tenía su vida así como, pues tenía su vida sexual desde muy chavalo. Pero ahí no
permiten eso. Ahí… antes tenía sus amigas y todo. Porque, o sea, es lo que
platican en la casa, cómo era él. ¡No, es que cambió! Él era bien rebelde ”.
Antes de su conversión religiosa, el hermano de Mariana tenía pelo largo,
tocaba su guitarra eléctrica, le encantaba la banda Deep Purple y fumaba.
Comentó, “Porque él vivía su vida loca, él andaba con muchachas, tenía novias y
todo. Y estaba chavalo. Él tenía novias y ya así locas como él, pero tenía
novias”. El hermano de Mariana fue a prisión al menos una vez por algo que la
familia no tenía claro, pero que supuestamente ocurrió en el contexto de una
orgía, dijo ella. Antes de su conversión, este mismo hermano, con pelo largo,
guitarra eléctrica y que tenía una vida sexual activa, también era un hermano
respetuoso y responsable que cuidaba a Mariana y a sus dos hermanos menores
en la ausencia de su madre.
“No, pues yo no sé si la religión, pero es que está muy reprimido uno ahí”,
reflexionó Mariana, al tratar de encontrarle sentido a su experiencia con su
hermano. En un momento anterior de la entrevista había aseverado de manera
intensa:
Todo lo que me ha pasado ha sido desde que conocimos ahí. Yo digo que a mi hermano lo
hizo, porque mi hermano antes de ser testigo, éramos católicos. Mi hermano podía salir, mi
hermano podía tener novia, mi hermano podía andar en bailes. Cuando a mi hermano le
atoraron eso que… la masturbación ahí es mala. Entonces, yo no lo justifico, no, pero yo le
digo a mi mamá “en una parte, todo lo que nos ha pasado es porque usted empezó a ir”. Yo no
le echo la culpa a Dios, no. Le echo la culpa a lo que somos, somos hipócritas ante él. ¿Sabe
cómo veo la religión de ahí? Como que cuando usted va a entrar, usted tiene una careta y antes
de entrar se pone una máscara para entrar, cuando se sale la deja colgada y es diferente afuera.
Yo veo a la religión así. Yo duré muchos años siendo Testiga de Jehová.
Rocío
“Hay dos tipos de abusadores, los suaves y los violentos. Y los suaves pues te
están manipulando y te están dorando la píldora para echarse a la víctima. Y los
violentos, a madrazos”, afirmó Rocío, de la ciudad de Guadalajara, al explicar
que su hermano era del tipo suave. Lo describió como un hombre atento y
cariñoso que le obsequiaba regalos; también era amable, afectuoso y tierno en
sus interacciones cotidianas con ella. Lo caracterizó asimismo como un “hombre
esquizofrénico” que llegaba a ser violento con los animales, pero que no tenía
problemas para trabajar. “Nunca lo vi ni tomado, ni borracho, ni drogado. Ni
fuera de sus cabales”, dijo. Sin embargo, “se masturbaba en exceso” y con
frecuencia su padre iba a sacarlo de los burdeles a pesar de su resistencia a irse,
y se sentía avergonzado por tener un hijo que gastaba tanto dinero en
trabajadoras sexuales. Su hermano tenía una relación de pareja con una de ellas
con planes de casarse, pero él terminó la relación cuando su padre lo amenazó
con desheredarlo.
Rocío, que nació en una familia de clase alta que migró desde un pueblo a la
ciudad de Guadalajara, se describió a sí misma como la nieta de un rico
hacendado y la hija de un empresario trabajador y exitoso. Desde primaria
asistió a escuelas católicas privadas y fue a la universidad; es la hija menor de
una familia de más de seis hijos y tenía diez años de edad cuando su hermano
mayor estaba a inicios de los treinta. En su memoria, ésa es la edad en que ella
recuerda la sensación, claramente desagradable, del cuerpo cálido de su hermano
junto a ella, tocándola mientras dormía, en especial antes de despertar. Ahora, en
su cuarta década de vida, recuerda que la experiencia ocurrió en distintas
ocasiones entre los diez y los catorce años, pero no recuerda cuánto duró o si
ocurrió algo más. Cree que esta experiencia “la abrió en su sexualidad”, en
particular en vista de que sentía la necesidad de explorar y tocar su propio
cuerpo. Rocío era una niña asertiva que creció sin miedo de “abrir la boca” y
tiene la certeza de que su hermano jamás le pidió que guardara silencio. Sin
embargo, creció sintiéndose “sucia y confundida” y nunca le dijo nada a nadie.
Cuando alcanzó la mayoría de edad sintió más deseos de hablar.
“Entonces empezamos a atar cabos, a ver qué era lo que pasaba”, dijo Rocío,
al explicar que tenía entre veinte y veintidós años cuando habló sobre el tema
con su hermana mayor, cercana a ella en edad. Cuando su hermana le confirmó
que también había tenido experiencias similares con su hermano, ambas
decidieron hablar con su madre, pero ella no les creyó. Tiempo después a Rocío
la alteró, pero no le sorprendió, enterarse que otras tres hermanas habían
permanecido igualmente calladas sobre sus experiencias individuales y
coercitivas con su hermano. Él también las había tocado mientras dormían y las
había espiado mientras se bañaban. Con el tiempo, cada una le contó a su madre
sobre estas experiencias. Tal vez la madre le dio crédito a sus cinco hijas, hasta
cierto punto, pero no pareció creer en cuanto al grado del “daño”. ¿Por qué?
“Porque mi hermana sí sangró cuando tuvo su primera relación. Y mi otra
hermana también, y mi otra hermana. O sea, todas sangraron. Y bueno, ¡mi otra
hermana también! ¡Ay Diosito!”, dijo Rocío, riéndose, al explicar que ella y el
resto de las hijas de la familia eran “técnicamente vírgenes” cuando se casaron,
algo que su madre sabía. Rocío también dijo que sabía que su madre se
encontraba en una disyuntiva. Explicó, “Mi mamá nunca creyó, o se hacía tonta,
yo creo. Sinceramente yo creo que mi mamá siempre supo pero tenía mucho
miedo de que mi papá matara a mi hermano. Era muy violento mi papá”. Rocío
recuerda episodios en los que su padre “con algo la golpegaba hasta que se
cansaba”; así describió los castigos físicos a los que la sometía. Aunque los
progenitores de Rocío “peleaban pero calladitos” recuerda haber escuchado a su
padre decirle a su madre “eres una analfabeta, inepta, tonta y demás” . “Se
lastimaban psicológicamente”, dijo.
El hermano mayor de Rocío murió al principio de los sesenta años, unos años
antes de nuestra entrevista, a causa de una serie de problemas de salud. Su padre
también había muerto años atrás. Ahora que Rocío y sus hermanas finalmente
han comenzado a tratar de entender sus experiencias con su hermano, otro
hermano de la familia les ha recordado que deben guardar silencio. “Lo que pasó
ya pasó y él está muerto.” Así parafraseó Rocío la reacción de este hermano
cuando el tema se menciona en las conversaciones familiares.
Aunque Rocío cree que las experiencias con su hermano no la afectaron
sexualmente, le preocupa hasta qué grado puedan haber perjudicado su relación
conyugal. Hace poco se separó de su esposo porque estaba preocupada de que
estuviera “abusando sexualmente” de su hija de cinco años. Conocí a Rocío en
Guadalajara a través de un profesionista que estaba al tanto de su historia
personal.
Valeria
Ese día se fue mi hermano, el mayor, nos dejaron solos en la casa ese día, de repente mi
hermano se puso muy agresivo conmigo, empezó a jalonear, me empezó a agarrar el cabello,
me empezó a pegar y me empezó a decir, a amenazar con que si yo decía algo de lo que iba a
pasar, pues no sé, no me acuerdo bien de cuál era la amenaza ¿no? Y me estuvo pegando,
pegando y pegando. Nunca hubo penetración, simplemente fue el roce y el toque de su, el
estarme tocando, y poniendo su pene, pues en medio de mis piernas ¿no? Bueno, finalmente
terminó, llegó mi hermano el mayor otra vez. A mí mi hermano me encerró en el baño y le dijo
a mi hermano [mayor] que me había castigado por no sé qué cosa. Y me pasé como 2 horas en
el baño encerrada. Después pasó, salí yo del baño y bueno ya después llegó mi mamá, llegó mi
papá, me acusaron de que yo había hecho no sé qué cosa. Pues yo con el miedo de decir algo
porque me iba a pegar y [se quiebra su voz] y todo eso lo… Después pasó mucho tiempo, y ya
empezó otra vez con lo mismo.
Desde los cuatro o los cinco y hasta los ocho años de edad Valeria
experimentó distintas versiones de esta escena a manos de su hermano. Cuando
tenía ocho años su madre y su padre se separaron y ella se mudó a vivir con su
abuela, mientras que su hermano se quedó con su padre y la violencia se detuvo.
Sin embargo, narró: “mi hermano iba a veces verme, pues siempre andaba con
nosotros ¿no? pero era con toda la intención de ir a hacer lo mismo. Yo siempre
ponía de pretexto, “me voy a casa de mi tía”, o me quedaba todo el tiempo con
mi abuelita, estaba pegada a mi abuela. Su abuela, siempre atenta y cariñosa,
murió cuando Valeria tenía diez años de edad y no tuvo otra opción que volver a
vivir con su padre y sus tres hermanos. La violencia física y sexual se reanudó.
Las agresiones sexuales por parte de su hermano se detuvieron cuando ella
cumplió trece. Ella explicó “Porque ya no lo permití, o sea, ya llegó un momento
en que, bueno me armé de valor y si él me golpeaba, yo me ponía también a
pegarle, ¿no?”. Me aclaró que antes del primer incidente de violencia la
conducta de su hermano había sido siempre cercana y cariñosa; es por ello que el
primer episodio de violencia sexual fue particularmente drástico e inesperado.
Después de dicho incidente, su relación con él nunca volvió a ser agradable y
siempre incluyó agresiones físicas y emocionales.
Valeria jamás le ha contado sus experiencias a su madre o a su padre, ni a
nadie en la familia. Imitó la áspera voz de su hermano: “¡Tú dices algo y te va a
pasar lo peor, te voy a hacer, puta!... lo que sea pues” mientras repetía la
amenaza que “se le quedó grabada” en la memoria desde pequeña. Cuando su
madre o su padre le preguntaban por qué tenía moretones o cortadas, inventaba
historias de que se había caído. Mientras ambos crecían, su padre les preguntaba
con frecuencia “¿Cuál es el problema que ustedes dos tienen?”, pero Valeria
nunca dijo nada por temor. A veces se sentía tentada a romper su silencio, pero
el miedo intenso siempre se lo impidió.
Con el tiempo Valeria pudo alejarse de su hermano, pues él se fue de casa
alrededor de los veinte años de edad, aunque la dejó estupefacta el día que él
regresó a visitar a la familia y se mostró solidario, amoroso y generoso; le
preguntó si necesitaba un auto o cualquier cosa, y que él podía comprárselo.
“Como compensando su culpa”, dijo Valeria mientras explicaba que ella rechazó
todas sus ofertas mientras era testigo de su éxito profesional como vendedor.
Su padre había ejercido violencia emocional y física hacia su madre, y Valeria
describe su relación hacia ellos como distante y sin confianza. Tras el divorcio, y
conforme Valeria creció, su padre, un hombre con educación universitaria, se fue
volviendo más cariñoso y más solidario con ella, al tiempo que la relación con su
madre se volvió “muy desgastante”, en particular porque sufría depresión y le
costaba trabajo conservar un empleo remunerado. Valeria obtuvo su primer
trabajo a los 14 años de edad y comenzó a cuidar de su madre y a cubrir sus
necesidades económicas. En el momento de la entrevista aún vivían juntas.
“Mis papás nunca estaban en la casa, jamás”, afirmó Valeria al explicar que la
difícil relación entre su madre y su padre, y su divorcio —seguido por
“abandono y descuido”— fueron los responsables de lo que su hermano le hizo.
“A lo mejor mi hermano se refugió en algo, no sé, no sé”, comentó ella. En
añadidura, aunque sus progenitores le enseñaron abiertamente sobre temas
sexuales y de salud reproductiva, irónicamente, no le enseñaron “cómo
defenderse” de sus hermanos y de otros hombres.
Valeria ha tenido sueños en los que confronta a su hermano. Con el tiempo,
dijo, le gustaría sanar y perdonarlo, algún día. Su vida sexual ha sido
satisfactoria, aunque últimamente ha estado deteriorándose. Dijo que le gustaría
buscar ayuda profesional para explorar tanto su vida sexual como la violencia
sexual que experimentó con su hermano. Hasta el momento solamente quien ha
sido su novio por seis años sabe lo que le pasó, y la ha apoyado.
***
Las vivencias narradas por Alfonsina, Maclovia, Mariana, Rocío y Valeria son
características por la duración de los encuentros abusivos, que se transformaron
en parte de una etapa de la vida y dejaron como consecuencia una profunda
huella. Estas mujeres recuerdan experiencias tales como “él abusó de mí de la
edad X a la Y” como parte de la vida cotidiana y la convivencia familiar.
En otros casos, las mujeres describieron experiencias de violencia sexual que
fueron menos frecuentes. Aunque no menos dolorosas, éstas no necesariamente
formaron parte de una etapa de la vida y en ocasiones incluyeron violencia
sexual a manos de más de un hermano. Algunas mujeres no recordaban con
precisión su edad cuando ocurrieron estos eventos, que a veces se dieron en
circunstancias o situaciones específicas. Lo que estos sucesos tuvieron en común
fue la ausencia de violencia física. Si bien sus recuentos son de duración más
breve y menos violentos resultan, sin embargo, informativos y reveladores.
Inés
“No sé por qué me evoca como mucho, no sé, como mucho dolor”, dijo Inés al
describir un episodio que ocurrió cuando tenía cinco o seis años de edad. Ahora,
en su tercera década de vida, recuerda haber tenido la ropa interior en las rodillas
y estar acostada en la cama frente a su hermano de nueve años, también con la
ropa interior abajo. “Y en eso veo a mi hermano, uno de mis hermanos mayores
entrar”, dijo, explicando que algo iba a suceder pero fue interrumpido por su
hermano mayor, que entró y los amenazó: “‘¿Qué están haciendo? Le voy a
decir a mi mamá qué andan haciendo…’, como cosas malas, o algo así. Y ya. Yo
recuerdo y ya, de haber vivido de ahí para adelante con mucho miedo, de que le
fuera a decir a mi mamá”. Aunque la experiencia que describe sólo ocurrió una
vez, creció sintiéndose “muy, muy, muy dañada y [con] mucho temor”, en
particular de su madre.
Inés, que nació y creció en Ciudad Juárez, fue criada en una familia de siete
hijos; tenía cuatro hermanos varones mayores, y la mayor y la menor eran
mujeres. Al compararse con su hermana “que está toda bonita”, Inés se describió
como una niña “prieta, gorda y fea”. Unos años después del “incidente” con su
hermano la hermana menor de Inés le confesó que cuando ella tenía cuatro o
cinco años y su hermano, unos doce, ella tuvo una experiencia similar. Su
hermana le dijo “Que él le quería estar tocando, su, qué es, su vagina, sus
genitales. Sí, porque la estaba tocando y dijo ‘estamos jugando, y me quiere estar
tocando y yo ya no quiero”. Inés se volvió la protectora de su hermana. “Somos
muy unidas”, dijo Inés al explicar que ella y su hermana se apoyaron emocional
y moralmente mientras crecían. Nunca le contaron a su mamá o a su papá sobre
sus experiencias personales con su hermano. ¿Por qué? Explicó que
Yo creo que miedo también, miedo a decirle. No porque fuera a reaccionar violentamente, pero
no sé, como miedo de que no te van a creer. Miedo de que, miedo… yo me sentía culpable,
como que yo lo había provocado. Como si yo hubiera participado en eso y me van a decir,
como mi hermano entró y vio, me iban a decir “No, es que los dos”. No sé, como una culpa. Sí.
Juliana
Ofelia
Ofelia, que hoy tiene unos cuarenta y cinco años, está casada y con hijos; creció
con sus abuelos, una pareja de emprendedores propietarios de un negocio de
clase media alta de la Ciudad de México. Era la más pequeña de las hijas en su
familia de origen, conformada por siete hijos. Aunque no frecuentaba a sus
progenitores y hermanos, el contacto esporádico con los últimos incluía, en
ocasiones, coerción sexual. Tres de sus cuatro hermanos la manipulaban
activamente para realizar diversas actividades sexuales, a diferente edad y en
distintas circunstancias:
• Tenía ocho años de edad cuando el mayor de sus hermanos, de doce o trece
años por entonces, la indujo a acariciarse mutuamente lo que terminó en una
penetración vaginal. Ofelia recuerda haberle dicho a su hermano “¿Sabes qué?
Es que así me lo hacía tal persona”, explicando que le había confiado sobre las
muchas veces en que, a lo largo de cerca de un año, el asistente del negocio de
su abuelo la había violado cuando tenía siete u ocho años. A su hermano le
sorprendió escucharlo. En retrospectiva, a Ofelia le conmocionó que esta
noticia no lo detuviera. Durante un mes, en las vacaciones escolares, su
hermano la buscó activamente y la hizo partícipe de estas actividades que, ella
pensaba, eran “como un juego”. En una ocasión ella sangró y a partir de ese
momento su hermano no volvió a buscarla, ella cree que fue por miedo.
• Cuando tenía diez años otro hermano, apenas un año mayor que ella, se acercó
y la toqueteo. Ella también lo “tocó”. Estas experiencias ocurrieron en
distintas ocasiones y, como en el caso de su hermano más grande, pensó que
era “como un juego”.
• “¡¿Otra vez?!” se dijo Ofelia en silencio y con profunda tristeza, cuando el
más pequeño de sus hermanos extendió los brazos para abrazarla y frotó
suavemente su pene contra su cuerpo. Ella y su hermano compartían la única
cama disponible mientras la familia veía el modo de hospedar a los parientes
que estaban de visita para una boda. Ofelia se levantó de inmediato y
abandonó la escena. Ella tenía dieciocho años y él, quince.
Renata
Como se explica en las primeras páginas de este libro, Renata fue la mujer que
inconsolablemente lloraba de rabia durante nuestra entrevista. Le dolía
terriblemente describir los recuerdos, dispersos pero claros y gráficos, que
comenzó a experimentar con estupor y confusión cuando ella y su esposo
asistieron a un retiro espiritual un año antes de que nos conociéramos en la
Ciudad de México. No le cabía duda de que su hermano mayor la había obligado
a tener sexo con él cuando ella tenía entre cuatro y seis años y él, entre diecisiete
y diecinueve. Ahora que está en sus treinta y tantos también tiene recuerdos de
que otro hermano, cuando ella tenía seis años y él trece o catorce años de edad,
la tocó de un modo que la incomodó. Según sus recuerdos, éstos fueron los
únicos dos episodios, uno con cada hermano. Tal vez hubo experiencias
adicionales con los mismos hermanos, pero no los recuerda; espera que no haya
sido el caso. Recuerda claramente al menos una ocasión en la que experimentó
una respuesta física de placer. Aunque tenía una relación más cercana y
significativa con el más joven de los dos hermanos ambos usaban con ella un
lenguaje cariñoso: con frecuencia la llamaban “chiquita”. Cuando entraron a la
adolescencia, ambos como estudiantes participaron como porros, un concepto
utilizado en México para referirse con frecuencia a hombres que se involucran
en actividades de violencia organizada, y que más tarde abandonaron.6
Renata era la más joven de los siete hijos de una familia de clase media alta
preocupada por los peligros del mundo exterior. Ella y todos sus hermanos
terminaron la universidad y gozaban de un estilo de vida urbano cómodo y
próspero; fueron a escuelas privadas y al menos a unas vacaciones familiares en
Europa. Su madre y su padre, que ya murieron, se habrían sentido
conmocionados y desolados de haberse enterado sobre las experiencias de
Renata con sus hermanos. Ella le ha dicho a sus hermanas, pero no sabe si
alguna vez los confrontará a ellos. De hecho, descubrió que un tío paterno abusó
sexualmente de una de sus hermanas; se trata de un secreto de familia muy bien
guardado que le revelaron hace poco. Renata también dijo que cuando tenía
entre cuatro y seis años, el hermano de su padre, un hombre de cuarenta y tantos
años que sufría de esquizofrenia, la toqueteó. Y a la edad de ocho o nueve, un
primo varón mayor que ella la agredió sexualmente en la piscina.
¿Cómo explicó Renata lo que le ocurrió con sus hermanos? “Y en la
cotidianeidad, pues resulta que te rebasa la realidad”, dijo mientras explicaba
que la prioridad de sus progenitores era “que tuviéramos dónde vivir, qué comer
y qué vestir… entonces no se daban tiempo para estar, para dialogar, para
platicar”. Estaban “muy metidos”, dijo, “en su papel de proveedores”. Además,
como niña se sentía particularmente vulnerable. “Y en mi casa yo nunca me sentí
vista”, dijo, argumentaba que “los hijos varones eran vistos”, y que en su vida
familiar no existía confianza o una comunicación genuina. En un momento
anterior de la entrevista explicó: “Mi mamá sí traía esa mentalidad, de que
‘atiende a tus hermanos y sírvele a tus hermanos’. Y conmigo eso fue tan fuerte.
Pero, ella lo traía muy arraigado, esas cosas”, dijo Renata. Y afirmó, llorando,
“aunque suena muy cabrón, pero probablemente así es” que en los hogares
eduquen a las hijas para “volverse objetos y no verlas. Yo creo que sí. Y eso es
algo que en nuestro país se da mucho, mucho”.
Brillante, elocuente y con educación universitaria, Renata tenía unos treinta y
cinco años de edad cuando nos conocimos en la Ciudad de México, en 2006.
Ella estaba felizmente casada con un hombre con formación universitaria y
profesionalmente exitoso que ha sido cálido y comprensivo en su proceso de
sanación de las heridas producidas por los eventos que vivió.
Rosana
“Sí me dolió mucho lo que me pasó con mi hermano, pero… me dolió más
todo lo permitido, todo lo que esta señora permitió”, dijo Rosana al argumentar
que su madre estaba perfectamente consciente de lo que ocurría en casa. “Y a lo
mejor ha sufrido igual que yo”, aclaró. Al referirse a su madre, Rosana dijo: “A
veces la odio, la desprecio, a veces siento un amor increíble por ella, ¿no?”.
“Yo ya perdoné a mi hermano, no sé, hasta hace unos diez años. Él no… él no
era responsable. Él fue un producto de una familia bien rara ¿no? Él nació, él,
este creció viendo cosas. ¿Qué más le quedaba por hacer?”, afirmó Rosana.
Explicó que a sus diez u once años su hermano tenía que trabajar mucho en las
bulliciosas calles de la Ciudad de México para contribuir con la familia;
terminaba tarde en la noche, y le hacían compañía trabajadoras sexuales de todas
edades. “Y no sé yo qué él haya vivido. Algo, porque si no, no se hubiera
generado el abusar de mí”, dijo. Y añadió “Mira, yo creo que mi hermano me
andaba a mí molestando, porque a él le dijeron que el sexo era malo y porque él
quería comprobar si era malo, ¿no? ¿Y cómo puede ser que lo que te hace sentir
rico sea malo? O tienen que enseñarte que con ella… ¿no? porque ella es tu
misma familia. Y porque ahí estaba la prohibición, que decía Freud”.7
Rosana se identificó a sí misma como bulímica, y dijo “la comida para mí ha
sido un consuelo” tras lo que pasó con su hermano, una forma de castigarse a sí
misma por el placer que experimentó con él. Ha asistido a sesiones de grupos de
apoyo para personas que usan la comida para enfrentar el dolor emocional. A
causa de la vergüenza, sin embargo, no ha podido hablar de sus experiencias con
su hermano en estas reuniones. Terminó la carrera de psicología y con el tiempo
estableció un próspero centro de aprendizaje donde promueve apasionadamente
los derechos humanos de niñas y niños. Siente que así ha sido capaz de
reconciliarse, de algún modo, con su niña interna, tan profundamente herida.
Nunca ha ido a terapia.
Otras mujeres que reportaron experiencias de violencia sexual a manos de sus
hermanos las identificaron como eventos aislados. Para algunas de estas mujeres,
dichas experiencias no representaron los reportes de violencia sexual más
relevantes durante nuestras entrevistas y, sin embargo, estas narrativas
comparten ciertas similitudes con otras que se discuten en esta sección.
Natalia
Natalia, una mujer casada de la Ciudad de México, explicó que hace poco su
hermano mayor toqueteó sus pechos “como si fuera un juego”. Ahora tiene unos
35 años, pero siempre ha tenido miedo de confrontarlo porque es “de mente
cerrada, arrogante e irritable”. Natalia, su hermano mayor y una hermana menor
comparten un pasado en común: su tío los desnudaba a todos al mismo tiempo y
abusaba sexualmente de ellos durante su niñez. El tío debía cuidarlos cuando su
madre estaba ausente, trabajando durante largas horas para poder mantenerlos.
Natalia también era blanco de violencia sexual por parte de otros hombres de su
familia, incluidos su padre, el padrastro de su mamá y su suegro. Natalia luego
descubrió que su madre y su hija también estaban expuestas a violencia sexual
en su familia. “La mayoría de los hombres son muy machistas, son muy dados a,
a que su palabra es la ley. Y tal vez por eso se da mucho”, dijo Natalia al aclarar
que la falta de atención de su madre y su padre, la falta de información y la
“mala suerte” también fueron responsables de lo que le ocurrió con su hermano.
En el capítulo siguiente exploro con más detalle la historia narrada por Natalia
en relación a su tío.
Luisa
Relación hermana-hermano
“Aquí en México es una cuestión, mucho… esta parte de que el hombre debe
saber todas las cosas en cuanto al sexo y que no puede hacer el ridículo con
alguien… pues mejor aprender con una hermana.” Afirmó esto una
psicoterapeuta, con un tono sarcástico, crítico y severo a esta idea, la cual
muchas personas consideran válida. Ella trabaja en la Ciudad de México y tiene
más de diez años de experiencia profesional con mujeres y sus familias en la
prevención y el tratamiento de la violencia sexual. En su práctica profesional ha
aprendido, por ejemplo, que las mujeres recuerdan que su complejo historial de
violación u otro tipo de agresiones sexuales a manos de sus hermanos comenzó a
edades específicas, con mucha frecuencia cuando ellas iban a la escuela primaria
y sus hermanos eran adolescentes e iban a la secundaria. “¿Por qué pasa eso?”, le
pregunté. Ella explicó: “Algo está pasando con la cuestión de la educación
sexual que no se atreven a iniciar su vida sexual con alguien fuera de casa, sino
con alguna hermana y generalmente toman a la hermana más pequeña”. Ella no
ahondó en las razones, presumiblemente complejas, por las cuales los hombres
adolescentes a los que se refiere no quieren arriesgarse a explorar su vida sexual
fuera de sus familias. Sus agudas reflexiones, sin embargo, resuenan en los
testimonios de las mujeres que entrevisté y sugieren la siguiente interpretación
de tales configuraciones incestuosas: la amplia gama de expresiones de violencia
sexualizada por parte de un hermano mayor hacia una hermana más joven (desde
experiencias aisladas, hasta coerción sexual y violaciones sistemáticas) revelan
las funciones específicas que la niña puede desempeñar para el joven.8 Es decir,
cuando en estas familias incestuosas un hermano sexualiza y cosifica
sexualmente a una hermana, ella se convierte en un objeto sexual que también
fue educado para desempeñar una servitud de género (es decir, servir a otros en
la familia), y se convierte, a fin de cuentas, en lo que identifico como una
“sustituta sexual familiar”. Como sustituta sexual familiar, una hermana es el
objeto sexual que desempeña funciones sexuales específicas para un hermano,
especialmente mientras crece en una familia patriarcal que con frecuencia guarda
silencio, no tiene conocimiento, y (o) castiga todo lo relacionado con sexo y que
se constituye en el vehículo fundamental para la reproducción de ideologías y
prácticas complejas que oprimen a las mujeres en la sociedad en general.
“Una hermana es como una muñeca inflable”, aseveró una psicoterapeuta
durante la etapa de discusión en un taller que dicté en Monterrey, en 2013. Como
parte de su amplia experiencia con casos de abuso sexual de niñas, niños y
mujeres, recordó el caso de un joven varón con quien trabajó como terapeuta y
que de manera honesta le confió: “tenía ganas y no sabía con quién”. El joven
había abordado sexualmente a su hermana menor.
En términos simbólicos, cuando la sociedad mexicana le da a las niñas
muñecas de plástico para que jueguen, para entrenarlas socialmente y para que
participen en su performance de género en edad temprana como mamá y papá en
un matrimonio heterosexual, en estas familias incestuosas, estas mismas niñas se
convierten en las muñecas sexuales de sus hermanos con las que estos jóvenes
varones juegan, aprenden y practican sus primeras lecciones de vida sobre
heterosexualidad, masculinidad hegemónica y el patriarcado. Una hermana que
se transforma en una sustituta sexual familiar se convierte en la sustituta sexual
temporal, en la muñeca sexual de un hermano en proceso de maduración,
sexualmente curioso, que puede “usarla” para descubrir y aprender sobre los
laberintos de la manipulación emocional, los afectos, la seducción, los secretos y
las aventuras en las relaciones con mujeres; para explorar formas estratégicas de
usar material pornográfico; y para participar en prácticas delicadas y matizadas,
así como brutales y grotescas de control emocional, sexual y físico hacia las
mujeres. Una hermana pequeña que se convierte en una sustituta sexual familiar
le ofrece a un hermano mayor la oportunidad de explorar su vida sexual en un
contexto relativamente seguro por los privilegios derivados de su género, edad,
tamaño corporal y fuerza física. En estos procesos de violencia sexualizada los
varones se convierten en jóvenes heteropatriarcas en formación. En palabras de
la intelectual feminista radical Catharine MacKinnon: “La sexualidad masculina
aparentemente es activada a través de la violencia contra las mujeres y se
expresa a sí misma en la violencia contra las mujeres a un grado significativo”.9
Isaías es uno de los hombres que entrevisté y su narración sobre las
experiencias vividas arroja luz sobre estas dinámicas. Ahora en sus veinte años
de edad, es el único varón en este estudio que reportó haber mantenido
intercambios sexuales con una hermana biológica durante un periodo de tiempo
prolongado e ininterrumpido. Era el hijo mayor de una numerosa familia de
clase trabajadora de Guadalajara. Explicó que tenía unos diez años y su hermana
siete cuando comenzaron los intercambios sexualizados entre ambos, “como
jugando” y más tarde se convirtieron en “una experiencia” para ambos. Hermana
y hermano empezaron a tocarse uno al otro, desnudos de noche o cuando sus
progenitores no estaban en casa durante el día; estos intercambios ocurrieron en
forma rutinaria y duraron por espacio de ocho años. Sin embargo, cuando él
tenía quince o dieciséis años, comenzó a darse cuenta de algo: “Bueno, porque
yo ya estaba acá empezando a tener relaciones con la chava, de tal parte de con
mi hermana, nada más digamos con mi hermana, una carneada como nosotros le
llamamos, estarle tocando su cuerpo nada más. Nada más hasta ahí, pues con las
otras tenía un poco más que besos, penetración vaginal, todo. Mejor dije, es mi
hermana y mejor ya hasta aquí”.
Cuando le pedí a Isaías que profundizara en esta idea, continuó: “Bueno,
como te acabo de decir, es porque empecé a agarrar de carnes de otro ganado. Y
eso fue lo que me empezó, empecé yo a ver mejor pararle ahí en la casa y
empezar por otro lado.” Cuando le pedí que desarrollara la idea de la “carne de
otro ganado” dijo, riéndose, “Bueno, digamos, es parte de la familia y hay que
respetar también a la familia”.
Le pregunté a Isaías si ponerle fin a sus encuentros sexuales fue decisión suya
o de ambos. Respondió: “Digamos, mía, porque a ella ni siquiera le he dicho que
yo haya tomado esa decisión, sino le dije, porque yo como empecé a trabajar y
todo eso (viajar fuera de Guadalajara), le dije, ‘Mejor hay que dejarle ahorita
porque no...’ Y pues ya desde ahorita no he visto que ella diga nada, yo no he
dicho nada. Estamos tranquilos los dos”.
Isaías comenzó a tener aventuras con otras mujeres, a viajar fuera de
Guadalajara por trabajo y a permanecer fuera de la ciudad por cuatro o cinco
meses. Los encuentros con su hermana se hicieron cada vez menos frecuentes,
hasta que terminaron por completo cuando él tenía dieciocho años, dos años
antes de nuestra entrevista. ¿Cómo ve Isaías todo esto en retrospectiva? “Bueno,
no digo que me arrepiento pero sí me duele un poco”, dijo.
Heteropatriarcas en formación:
un continuum de violencia sexual
“Pienso que el abuso sexual se da porque los hombres pueden hacer con su
sexualidad lo que desean, sin límites”, afirmó una experimentada abogada y
consultora jurídica de Monterrey que desde hace más de tres décadas se
especializa en abuso sexual de menores y en derecho familiar. Si la sexualidad
de los hombres en el patriarcado no tiene límites sexuales, me pregunté ¿qué
sugiere la investigación empírica sobre el sexo consensual, la heterosexualidad y
la violación, más allá del feminismo radical y de otros influyentes textos
canónicos? La socióloga, investigadora y activista británica Liz Kelly ofrece una
posible respuesta a través de lo que identifica como el “continuum de la
violencia sexual”, un concepto que se desprende de su investigación con mujeres
que habían tenido experiencias de violencia sexual.10 El continuum sugiere que
la violencia sexual existe en la vida de la mayor parte de las mujeres en formas y
expresiones complejas, y que todas las mujeres se encuentran con alguna forma
de violencia sexual en algún momento de su vida. De hecho, todas ellas
reportaron, selectivamente, haber estado expuestas a una gran diversidad de
formas de violencia sexualizada, ejercida por hombres de contrastantes edades y
dentro de un amplio rango de relaciones humanas y contextos sociales que van
más allá de la familia, y que incluían conocidos, amigos y parejas sentimentales,
compañeros de salón, maestros de escuela y universidad, personal de
mantenimiento de la escuela, sacerdotes y sacristanes, compañeros y
supervisores en el trabajo (incluyendo algunos funcionarios públicos de alto
nivel y un gobernador), médicos y psicólogos, vecinos y desconocidos, acoso en
la calle, toqueteos en el transporte público y en otros espacios sociales (como
plazas y tiendas) y violación tumultuaria, entre otros.11 Es por esto que separar a
algunas mujeres del resto de ellas, e identificarlas como “víctimas” resulta
problemático.
Así, el trasfondo o continuum que atraviesa la experiencia subjetiva única de
una mujer y las experiencias de violencia sexual compartidas en común por
todas las mujeres, parece sugerir que el sexo heterosexual consensual y la
violación pueden tener más en común de lo que una estaría dispuesta a aceptar.
Esto se ilustra a través de las vivencias narradas en torno a las configuraciones
incestuosas hermana-hermano que algunas mujeres, por ejemplo, evocan como
físicamente placenteras pero también peligrosas. Por ejemplo, Rosana tenía ocho
años de edad cuando su hermano, de dieciocho, se comportó con ella como un
“amante cariñoso” que nunca fue verbal o físicamente violento, que no continuó
con sus aparentes intenciones de penetrarla vaginalmente cuando se asustó y que
la tocaba de formas que se sentían físicamente estimulantes para ella, todo esto
al tiempo que se encontraba encerrada en un cuarto bajo llave y experimentaba
un miedo intenso. Poco después, cuando su madre la encontró masturbándose,
Rosana fue severamente castigada por estimularse y por “provocar” a su
hermano.
En resumen, la desigualdad de género que fomentan los silencios sexuales, los
dobles estándares de moralidad, el sexismo internalizado y error de
reconocimiento —misrecognition— de una madre, así como otras ideologías y
prácticas sexistas que regulan la vida familiar, potencian la infinidad de
posibilidades que tiene un hermano para explorar su sexualidad con su hermana
mientras ésta decodifica un continuum de violencia sexual. Al tomar a una
hermana y violarla, algunos jóvenes varones pueden tanto iniciarse con
seguridad en la heterosexualidad como confirmar su hombría heterosexual
dentro del microcosmos patriarcal de sus familias incestuosas. Como una
performance de heterosexualidad en su expresión más extrema, el acto de la
violación puede convertirse en un hábito repetitivo para un joven que puede
satisfacer un impulso o fantasía sexual al tiempo que también refrenda su
identidad heterosexual y se beneficia de su temprana cosecha del privilegio
patriarcal. Así aprende que hay una amplia variedad de expresiones de violencia
sexualizada y heteromasculinidad que van de la mano como algo que es posible,
permisible y gratificante. Salirse con la suya y además sentirse seguro al
practicar estos comportamientos se convierte en parte de la socialización
emocional del niño varón dentro de la familia. Violar a una hermana puede
brindarle a un hermano parte de la formación social inicial que lleva a los
hombres a recibir una ganancia social, que como grupo social, ellos reciben por
parte de las mujeres, lo que R. W. Connell identificó como el “dividendo
patriarcal”, es decir, “las ventajas que los hombres en general obtienen de la
subordinación generalizada sobre las mujeres”.12
La marginación socioeonómica y el privilegio moldean selectivamente todos
los procesos de género antes mencionados en formas tanto explícitas como
sutiles. Primero, la cosificación sexual de las mujeres a las que se contrata para
realizar labores del hogar se ha documentado en México.13 Estas trabajadoras
del hogar —con frecuencia mujeres pobres y (o) indígenas— son el blanco de la
coerción y hostigamiento sexual de sus patrones varones, una tradición que
existe también en toda América Latina.14 Es decir, una familia que contrata a
una trabajadora del hogar no sólo compra y explota la mano de obra de una
mujer pobre sino que también pudiera obtener ciertas formas de “protección
estructural” para una hija: la trabajadora del hogar soportará la posible coerción
sexual de la que podrían ser blanco las mujeres jóvenes de la familia. En las
familias incestuosas esto se ve agravado por el hecho de que ella pueda ser
percibida como “parte de la familia”.15 En resumen, las trabajadoras del hogar
que están expuestas a distintas formas de violencia sexual (desde el
hostigamiento sutil hasta la violación) por parte de los varones de las familias
que las contratan, cargan sobre sus hombros un aspecto peligroso de la servitud
de género que se espera de las hijas. En casos extremos, sin embargo, tanto las
trabajadoras del hogar como las hijas, pueden volverse blanco de un padre
sexualmente violento, tal como se ilustra en el caso de Maricruz en el capítulo
anterior. Una trabajadora del hogar puede experimentar lo anterior cuando se le
contrata en cualquier estrato socioeconómico. Las familias de clase trabajadora
pueden contratar mujeres pobres como trabajadoras del hogar o como nanas, y
allí corren el mismo riesgo de estar expuestas a hombres que las cosifiquen y las
agredan sexualmente, como en la historia de Manuel, uno de los hijos de
Sánchez.16
En algunas familias de clase alta, media alta y media, sin embargo, comprar la
dimensión sexualizada de la servitud de género a través de una trabajadora del
hogar no significa que las niñas y las jóvenes estén automáticamente exentas de
estos peligros. Algunas familias de clase media alta tienen “genealogías
familiares del incesto” bien establecidas, un concepto que incorporo y discuto en
el capítulo siguiente y que en ocasiones eclipsa el privilegio de clase. Renata,
por ejemplo, que nació y creció en una familia de clase media alta en la Ciudad
de México y que fue abusada sexualmente por sus dos hermanos, narró de qué
forma se desató la ola de violencia sexual que afectó a su hermana y a algunas de
sus primas, todas educadas en el mismo estrato socioeconómico de privilegio.17
Para las niñas y las mujeres que viven en la pobreza y la marginación —tanto
urbana como rural— la servitud de género dentro de las familias puede ser aún
más intensa, en parte porque la trabajadora del hogar no está presente como
“protección estructural”. Aunque la pobreza pudiera tener consecuencias en
extremo severas para las mujeres que viven en contextos urbanos marginados, su
expresión más brutal puede encontrarse en áreas rurales y económicamente
deprimidas, donde el efecto combinado de la falta de acceso a la educación y a
empleos remunerados puede tener consecuencias devastadoras para las niñas y
las mujeres. Así, el riesgo de las mujeres ante las formas intensas de cosificación
sexual puede verse magnificado en estos contextos socioeconómicos rurales,
especialmente allí donde el aislamiento geográfico provoca falta de
comunicaciones y transportes, y no existe una estructura jurídica o, si la hay, está
mal equipada en comparación con el sistema legal del país, de por sí deficiente y
corrupto. El efecto combinado y multidimensional de fuerzas socioeconómicas y
culturas regionales específicas que comprometen selectivamente las condiciones
de vida y el bienestar de las niñas y las mujeres da origen a “patriarcados
rurales”, una de las variedades de los patriarcados regionales que existen en la
sociedad mexicana contemporánea.18 Con un complejo historial conformado por
múltiples casos de violencia sexual contra niñas en su familia inmediata y
extensa, el caso de Maclovia es el que mejor ejemplifica este proceso para
mujeres que viven en una población rural de la región central de México. “Está
muy alejado, como dicen, de la civilización”, dijo al describir su rancho. Y
agregó: “Es un lugar que pues en cualquier monte pueden pescar a la muchacha
y violarla y nadie se entera. Es un rancho muy grande que viven como unas siete
familias diferentes. Y ahí en todas las familias, le aseguro que todas las
muchachas han salido violadas. No hay muchacha que no haiga salido violada,
por los mismos padres, por los mismos hermanos”.
Otras informantes y especialistas que entrevisté estaban también
familiarizadas con casos parecidos y compartieron historias que tuvieron lugar
en ranchos y pueblos, incluyendo lo que una de las profesionistas identificó
como “endogamia” al hablar sobre el matrimonio dentro de la familia extensa y
entre parientes más lejanos, lo que puede conllevar un cortejo consensual y una
relación romántica. Estas configuraciones románticas existieron en el México
colonial y también han sido identificadas en la sociedad contemporánea.19
Elba
“Vinimos a visitar a mis tíos, y hubo un primo que también abusó de mí”,
recordó Elba, quien, como se discute en el capítulo siguiente, tuvo un largo
historial de violencia sexual a manos de su tío. Elba, que ahora tiene unos 35
años de edad, explicó así lo sucedido en casa de su primo.
De hecho, íbamos de paso, de viaje aquí en México. Y nos quedamos a dormir una noche en la
casa de ellos. Yo recuerdo que a mí me gustó un juguete que él tenía y se lo pedí. Me dijo,
“bueno, te lo presto pero con una condición”. [silencio] Cuando él me lo dijo, la condición era
que le chupara el pene… Inicialmente le dije que no, pero él me insistió “Nada más un poquito
y luego te lo voy a prestar, vas a poder jugar con él”. Acepté. Y bueno, ya cuando él se retiró
pues ya me prestó el juguete y yo me fui.
Este incidente tuvo lugar una sola vez, cuando Elba tenía unos siete años de
edad y su primo dieciséis o diecisiete. Ella nunca le contó a nadie al respecto.
Sin embargo, en una conversación casual una prima próxima en edad le comentó
algo sobre el mismo primo. Ella exclamó: “¡Ay, ese primo es un cochino!” Elba
se sintió legitimada al enterarse de que él había obligado a su prima a realizar los
mismos “actos y acciones”. Ambas intercambiaron sus respectivas experiencias
con su primo, y Elba recordó la expresión que usaban para referirse a él: “es un
primo muy puerco”. Era el hijo del tío de Elba, el hermano de su madre.
Esmeralda
Nancy
Incluso estaba yo dormida y me pasó sus manos por los pechos... me pasó por los pechos y ya
me moví yo y ya le siguió otra vez, y me apretó el pezón. Y ya le quite la mano y le fui… digo
¡Ay señor, ayúdame ¿qué hago?! Incluso al siguiente día le dije a mi tía “¿sabes qué? tía, tu
hijo así y así. Y me tocó los pechos”. Me dice “Ay, es que soñaría con una novia o te quería
abrazar”.
Perla
Renata
Como se indicó en la sección anterior, Renata recordó los incidentes que vivió
con sus dos hermanos. Además, reportó una experiencia con su primo cuando
ella tenía ocho o nueve años de edad. El evento ocurrió mientras ambos jugaban
durante una visita familiar. Ella relató:
Y después con mis primos, en una alberca que a mí me dio mucha pena porque él me decía “si
tú me dejas que te toque...” No sé que negocios. Ya, el chiste es que me dijo “déjame que te
toque o tócame a mí”. Pero yo ya no quise, dije no. Me dijo “pues si no, entonces le voy a decir
a tu mamá que…” Pues dile. Pues sí, le dijo y me regañó mi mamá y me regañó mi hermana, y
el sentimiento así de culpa, de suciedad. Y bueno son los recuerdos que tengo así de mi
infancia.
Y lo dijo en la mesa, mientras todos estábamos comiendo. Pues yo hice cara de que no había
pasado y su mamá decía, “No fulanito, ya cállate”. [Él insistió] ¡No, es que sí fue cierto! Y ya.
Y después en casa de otra tía me dijo mi hermana “¿eso fue cierto?” Y estaba ahí mi mamá.
“¿Eso fue cierto?” Y yo nada más así [guardando silencio]. Yo creo que me he de haber puesto
de mil colores. Dijo mi mamá, “eso está muy mal, no se debe de hacer”. Y bueno… [suspiro].
Como se ha mostrado, las narrativas de las mujeres sobre las experiencias con
sus primos revelan dinámicas similares a los testimonios de lo ocurrido entre
hermanas y hermanos. No obstante, las vivencias reportadas que involucran a
primas y primos demuestran patrones característicos.
Relaciones prima-primo
“El terrorismo sexual es el sistema mediante el cual los hombres y los niños
varones atemorizan, y al atemorizar, dominan y controlan a las mujeres y a las
niñas. El terrorismo sexual se manifiesta mediante la violencia tanto real como
implícita”, escribe Carole Sheffield.20 Como idea, el terrorismo sexual sugiere
que las mujeres, sin importar su edad o estatus social, están expuestas a una
amplia gama de expresiones de violencia sexualizada que forma parte de la vida
cotidiana.21 Así, las mujeres que entrevisté vivieron experiencias de agresión o
abuso sexual a manos de sus primos porque algunas formas de terrorismo sexual
son permitidas dentro de las familias extensas. Las figuras de autoridad, las
niñas y las jóvenes mismas, disfrazan y trivializan el terrorismo sexual familiar.
En otras palabras, el terrorismo sexual está normalizado en estas familias
mexicanas. Las mujeres reportaron que de niñas experimentaban malestar y
dolor, pero se sentían confundidas e indefensas mientras “se acostumbraban” a
las agresiones o abusos sexuales. En el peor de los casos, las mujeres se sentían
responsables por lo acontecido.
En la familia, las figuras de autoridad que tradicionalmente son responsables
por el cuidado de menores de edad (por ejemplo, las madres de familia y las tías)
parecen ignorar estas agresiones sexuales o percibirlas e interpretarlas como
genuinos juegos entre niñas y niños, sujetos que suelen ser desexualizados y (o)
invisibles: seres menos que humanos o asexuales. En estas configuraciones ni
siquiera se espera que las mujeres adultas sean percibidas como “figuras de
autoridad” en sus familias. Como ocurría con las figuras maternas en el capítulo
anterior, estas tías y abuelas se involucran en un proceso de misrecognition
cognitivo —error de reconocimiento— que favorece la normalización de las
conductas de estos niños varones. Así, los comportamientos sexualmente
invasivos permanecen ignorados y sin cuestionamiento, y contribuyen a
reproducir un círculo vicioso: las estructuras familiares opresivas continúan
afectando a las niñas y mantienen desempoderadas a las mujeres adultas. Los
miembros de la familia que atestiguan estos acontecimientos pueden incluir a
mujeres adultas del lado materno y paterno de la familia.
El terrorismo sexual, como parte de las interacciones y situaciones de la vida
familiar cotidiana, en particular en las familias extensas de las mujeres que
comparten sus relatos de vida, ilustra el argumento de Sheffield: “Estas
experiencias comunes [de intimidación sexual] que incluyen una gama de
invasiones verbales, visuales y físicas, constituyen el fundamento del terrorismo
sexual: sirven para recordarles a las mujeres y a las niñas que están en riesgo y
son vulnerables a la agresión de los hombres sólo por el hecho de ser mujeres”.22
Como ocurrió en el caso de Esmeralda, los cuerpos de las mujeres son un blanco
para la invasión, al tiempo que otros primos observan, se ríen y alientan con
entusiasmo, lo que puede exacerbar la violencia, puesto que, como explica
Elizabeth Kissling, “el ridículo se convierte así en una herramienta para el
silenciamiento, y tanto el ridículo como el silencio soportan el sistema de
terrorismo sexual”.23
Este proceso expone una dimensión adicional de los rituales de la misoginia
que se discutieron en el capítulo anterior. Los niños varones mexicanos que se
involucran en estas prácticas pueden agruparse en la misma categoría que los
jóvenes varones que pertenecen a ciertas hermandades universitarias
(fraternities) en Estados Unidos y los hombres adultos que practican ciertas
formas de acoso sexual en el trabajo, como por ejemplo el llamado girl watching
(analizado en el capítulo anterior): la cosificación sexual y el acoso de mujeres
se convierte en el principio fundacional de la diversión, el entretenimiento y la
intimidad entre hombres.24 Este paradigma no sólo normaliza, por ejemplo, lo
que los primos de Esmeralda le hicieron; sino que también elimina cualquier
responsabilidad que puedan tener, tal como se ilustra en la expresión “los
muchachos nomás estaban jugando”.
El refrán popular mexicano “A la prima se le arrima” valida la cosificación
sexual de las primas que sacian las miradas y las curiosidades sexualizadas de
sus primos criados en familias patriarcales que ignoran, permiten y (o)
normalizan estas invasiones. La agresión y el abuso sexual se convierten en
oportunidades sexuales seguras y también en una forma de ejercer y practicar el
privilegio, poder y control entre un joven y una joven dentro de la familia
extensa y como parte de la vida cotidiana: “una fusión de dominancia y
sexualidad”.25
En añadidura, un joven varón puede depender de la cosificación sexual de una
prima mientras él desarrolla su autopercepción de la heteromasculinidad en el
contexto de la amistad y la camaradería con otros hombres de edades cercanas.
Un informante varón de Ciudad Juárez, Valentín, dijo: “Como que entre primos
es como un tipo de tradición, algo así”. Luego explicó que en algunas
conversaciones en su grupo de amigos varones ha escuchado, en diferentes
ocasiones, a algunos de ellos afirmar con cierto orgullo “Yo le quité la
virginidad a mi prima”, al compartir historias sobre sus conquistas y aventuras
sexuales. Este patrón concuerda con los intercambios sexualizados entre primas
y primos que la antropóloga Isabel Vieyra descubrió en su investigación sobre la
primera experiencia sexual de coito vaginal tal como la reportaron trescientas
veinte mujeres que vivían en la Ciudad de México.26 Ahora entiendo, en
retrospectiva, la razón por la que algunas personas que se autodefinen como
“educadores sexuales” pueden percibir estas prácticas como “normales”— una
entre muchas de las dinámicas de género y sexuales que se dan por sentadas en
México.27
“El primer paso para reconocer un acto como dañino es la construcción precisa
de ese acto”, afirma Deirdre Davis en su análisis crítico del acoso callejero en las
vidas de mujeres afroamericanas. Davis afirma: “Una vez que se construye el
concepto de acoso callejero y se entiende que es un daño que desempeña un
papel en el terrorismo sexual que domina las vidas de las mujeres al ‘generizar’
la calle con el objetivo de perpetuar la subordinación de ellas, el acoso callejero
se vuelve visible como un daño. Para poder ocuparnos, deconstruir y erradicar el
daño, primero debemos darle un nombre al daño”.28 Inspirada por Deirdre Davis
incorporo el concepto de “acoso sexual familiar” para identificar y darle nombre
a las expresiones múltiples, matizadas, trivializadas y normalizadas de acoso
sexual que afectan las vidas de niñas y mujeres dentro de las familias mexicanas,
y a las que se les resta importancia y se les considera como algo usual y
“normal”, y que por lo tanto, rara vez se cuestionan, se desafían o se
interrumpen.
Aunque el acoso callejero se ha asociado con la calle como un espacio
“público” y la familia, como institución, ha sido tradicionalmente percibida
como un espacio “privado” (y por ende, cualquier forma de acoso dentro de la
familia sería una forma de “acoso privado”) me gustaría matizar un poco la
dicotomía de lo público y lo privado.29 Una razón es que las experiencias de vida
familiar de las mujeres que entrevisté, en ocasiones ocurrieron como parte de
interacciones familiares que tenían lugar en contextos públicos, lo que desafía
estas distinciones estáticas entre lo público y lo privado. Además, el acoso
callejero y el acoso sexual familiar parecen tener algunos paralelismos. En
primer lugar, como el acoso callejero, el acoso sexual familiar tiene múltiples
funciones, una de las cuales es “producir un entorno de terrorismo sexual”.30 En
segundo lugar, también como el acoso callejero, el acoso sexual familiar no es
una consecuencia de una cultura sexualmente terrorista sino una fuerza
profundamente engranada en la producción de esa cultura.31 En tercer lugar, el
hecho de que la violencia sexual dentro de las familias con frecuencia haya sido
estudiada en sus expresiones más extremas (tales como la violación, incluyendo
un uso excesivo de la fuerza que produce moretones y sangrado), y las
expresiones más sutiles, matizadas y disfrazadas del acoso dentro de las familias
han permanecido invisibles en la bibliografía y han sido normalizadas por la
gente que lo experimenta — y por lo tanto, ni se estudian ni se reportan. Los
mantras culturales que escuché una y otra vez mientras crecía en México, “Así
son los hombres, todos son iguales” y “Así son los muchachos, no les hagas
caso” tienen en inglés un equivalente cultural cercano: “Boys will be boys”.
Estas expresiones han fomentado cierta forma de “impotencia” para trascender
las normativas de género (gender helplessness) y que también es cultural y que
ha trivializado formas de invasión de los cuerpos de las niñas y las mujeres en
sus familias extensas, ideas tales como que “así son los muchachos y los
hombres, no hay remedio”. Esto se ve agravado por la “medicalización de la
violación”, es decir, las percepciones de las mujeres de que sus hermanos o
primos están enfermos, son unos maniáticos o sufren esquizofrenia. Esto
transforma un complejo problema social en un problema individual, y vuelve
invisibles las prácticas sexistas; las etiquetas diagnósticas reducen una práctica
social a una patología individual.32 Esta impotencia aprendida que sirve para
explicar el comportamiento incestuoso no es exclusiva de la sociedad mexicana;
se ha identificado también en las bibliografías del incesto padre-hija en Estados
Unidos.33
En resumen, si generizamos a las familias mexicanas en sus contextos
sociales, en las múltiples expresiones de desigualdad de género que han sido
tradicionalmente normalizadas, podríamos visibilizar formas de violencia sexual
que son poco reportadas y poco estudiadas. Al eliminar la naturaleza trivializada
de algunas formas de acoso sexual aparentemente menores y no ofensivas —
tradicionalmente ignoradas y que supuestamente no dañan y no afectan la vida
de niñas y mujeres—, podríamos nombrarlas y potencialmente prevenirlas con
más facilidad en el contexto de las familias extensas. El concepto de “acoso
sexual familiar” puede ayudarnos en el esfuerzo de etiquetar, nombrar e
interrumpir estas expresiones de invasión violenta de los cuerpos sexualizados
de las niñas y las mujeres. El acoso sexual familiar no se limita a la interacción
prima-primo e incluye formas adicionales de relaciones de parentesco, tales
como las experiencias de las mujeres con sus tíos, entre otros hombres
identificados por ellas como parte de la familia. En el capítulo siguiente analizo
los testimonios de mujeres expuestas a la violencia a manos de estos hombres.
1 Para más sobre la vergüenza véase la nota 52 del capítulo 1.
2 En México, los jóvenes varones son educados socialmente para usar la sexualidad como
5 Según el censo del 2000 “En México, la cuarta doctrina religiosa más importante es la de
los testigos de Jehová, ya que la declararon más de un millón de personas, lo que representa
que 1 de cada 100 personas de 5 y más años en el país, es miembro de esta iglesia” (INEGI,
2005, p. 21). En el censo del 2000 se encontró que 1 057 736 personas se identificaban con esta
religión (p. 20). Esta tendencia se ha mantenido bastante constante. Según el censo de 2010, 1
561 086 personas se identificaban con esta religión (INEGI, 2011, p. 3). Fuentes: La diversidad
religiosa en México: XII Censo General de Población y Vivienda 2000, México, Instituto
Nacional de Estadística y Geografía (INEGI, 2005) y Panorama de las religiones en México 2010,
México, Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI, 2011).
6 Los porros, un fenómeno social que tiene raíces en la primera mitad del siglo XX en
México, son pandillas organizadas que son contratados y que pueden servir estratégicamente a
las autoridades universitarias, el gobierno o un partido político, los cuales les pagan y protegen.
Los grupos tienen una presencia bien establecida en instituciones de educación superior, más
notablemente (pero no exclusivamente) en la Universidad Nacional Autónoma de México
(UNAM), en la Ciudad de México. Una imagen común de la violencia de los porros es
ejemplificada por intensos ataques e intimidación contra el activismo y organizaciones
estudiantiles. Para más sobre los porros y la violencia en México véanse Lomnitz, 1986,
Sánchez Gudiño, 2006 y Ordorika, 2008.
7 Rosana terminó su educación universitaria en la Ciudad de México y se familiarizó
razones por las cuales, al llegar a cierta edad, algunos de los hombres que entrevisté exploraron
su sexualidad con sus hermanas. Sin embargo, ninguno de ellos dijo haberlo hecho para evitar
una iniciación sexual forzada, por ejemplo, con una mujer adulta que ejerce la prostitución.
Esta reflexión se basa en mi investigación con hombres mexicanos que emigraron a Estados
Unidos como jóvenes adultos. Descubrí, por ejemplo, que algunos de ellos fueron forzados por
hombres adultos de su familia (tíos o hermanos) y (o) por sus pares a tener su primera
experiencia sexual durante la adolescencia con una mujer adulta que trabaja en la prostitución.
Con frecuencia los hombres evocaron estas experiencias como momentos emocionalmente
traumáticos y dolorosos. Véase Erotic Journeys, capítulo 3, para una discusión de las primeras
experiencias sexuales de estos hombres y la construcción social de la masculinidad, la hombría
y la iniciación sexual forzada en los jóvenes adolescentes.
9 MacKinnon, 2002, p. 43.
13 Véanse Siller Urteaga, 2012 y Saldaña-Tejeda, 2014. Una de las encuestas nacionales
más importantes sobre discriminación social, la ENADIS 2010 (Encuesta nacional sobre
discriminación en México) ha documentado las experiencias de hostigamiento sexual hacia
trabajadoras del hogar. Véase ENADIS 2010, Encuesta nacional sobre discriminación en México,
Resultados sobre trabajadoras domésticas, México, Consejo Nacional para Prevenir la
Discriminación (Conapred).
14 Oré-Aguilar, 1997-1998.
15 Saldaña-Tejeda, 2011.
17 Renata explicó que a] su tío paterno abusó sexualmente de ella cuando era niña; b] su
hermana mayor sufrió abuso sexual a manos del hermano menor de su padre; c] el mayor de
sus tíos paternos abusó sexualmente de sus cinco hijas y d] otro de sus tíos paternos abusó de
una de sus primas durante su infancia.
18 Véase González-López, 2005, nota 44, capítulo 1.
19 Véase Lavrin, 1992 y Jaffary, 2007 sobre incesto y sexualidad en la sociedad colonial
mexicana. La familia Pelayo de Santa Rosalía (Jalisco) ejemplifica este patrón de romance y
formación de familias; este famoso caso ha recibido una atención particular por parte de los
medios.
20 Sheffield, 1989, p. 483.
21 Sheffield explica que “Todas las mujeres son víctimas potenciales —a cualquier edad, en
24 Véase capítulo 2, nota 47. Véase también Sanday, 2007 y Quinn, 2002.
25 Sheffield, 1989, p. 488. Véase mi libro Erotic Journeys (2005, pp. 87-89) para
reflexiones y ejemplos complementarios de “A la prima se le arrima”.
26 En 2003 Isabel Vieyra llevó a cabo una encuesta con 320 mujeres que vivían en la
Ciudad de México y cuyas edades fluctuaban entre los diecisiete y los sesenta y cuatro años.
Vieyra descubrió que “aproximadamente 26% de estas 320 mujeres tuvieron su primera
relación sexual con un pariente; en primer lugar estaban los primos y luego los tíos” (Vieyra,
2012). Vieyra no tuvo información sobre la edad de los primos y los tíos. Comunicación a
través de correo electrónico con Isabel Vieyra, 11 de octubre de 2012. Véase también Vieyra
Ramírez, 2013.
27 Me di cuenta de este hecho de manera impactante en una conferencia a la que asistí en la
misma ciudad en 1998. Escribí al respecto en una publicación en la que discutía los hallazgos
de otro proyecto de investigación sobre mujeres migrantes mexicanas: “Durante una
presentación que hice en 1998 en una conferencia sobre sexualidad en la Ciudad de México, un
hombre mexicano me cuestionó acerca de mi definición de incesto. Según él, que se
identificaba a sí mismo como educador sexual y médico, los tíos y los primos no deberían ser
incluidos en la definición. Al argumentar apasionadamente que el sexo entre una mujer y su
primo varón no debería considerarse incestuoso mencionó el dicho “A la prima se le arrima” e
hizo énfasis en que no era atípico que los varones mexicanos experimentaran su iniciación
sexual con sus primas” (2007a, p. 237). Recuerdo que al menos una o dos de las profesionistas
que participaban en el taller estaban visiblemente furiosas por su comentario. Ellas lo
enfrentaron, refiriéndose al sexismo que implicaba tanto el refrán como su comentario. Fue una
intervención valiente que terminó resultando infructuosa. Esta experiencia me reveló algunas
de las formas aterradoras en las que la sociedad mexicana reproduce un sistema de creencias
que sigue perpetuando las desigualdades de género dentro de las familias.
28 Davis, 2002, p. 223.
31 Ibid.
Bárbara
Tal como escribí en la introducción a este capítulo, Bárbara tenía ocho años
cuando su madre la hacía limpiar, barrer, trapear y hacer la cama de su hermano
(el tío de Bárbara), un taxista de más de cuarenta años de edad. “A veces me
acuerdo que estaba llorando, llore y llore, ‘¡Dios mío, que me baje!’”, ella
describió cómo vivió el abuso. Bárbara vívidamente recordó que su tío se
acomodaba en su cama, la ponía junto a él, le quitaba la ropa interior, le
practicaba sexo oral y tocaba su cuerpo y sus genitales. “No le digas a tu mamá”,
él le advertía.
Actualmente en sus cuarenta años, Bárbara recordó que esa escena ocurrió al
menos en seis ocasiones y le provocó sentimientos de confusión, miedo y dolor
físico, pero no aceptó pasivamente el abuso. Trató de sentarse y de resistir.
También, ella dijo, “Pues yo le decía que por qué me hacía eso. ‘¡Cállate, no
digas nada!’ Pero yo le decía ‘me duele’. Pero él lo hacía”. Bárbara explicó que
sus genitales quedaron inflamados y adoloridos como consecuencia. Dejó de ir a
limpiar la habitación de su tío, pero su madre la regañaba. También sentía
inseguridad y terror cuando su tío y algunos de los hermanos de él la espiaban
mientras ella se bañaba. Recordó, entre lágrimas, otra experiencia con dichos
tíos maternos:
Crecí con miedo… porque nunca [entre sollozos] se lo dije yo a mi mamá. Siempre mis tíos
nos estaban fisgando [a ella y otras niñas en la familia]. Mi mamá se iba y como estaban ahí
sus hermanos, y no teníamos puertas, cortinas, así se agachaban. Ya cuando yo salí de
bañarme, le decía ¡Ah, chingado! Nada más me estaba [acosando]... Y yo le decía majaderías.
Y me agarraba al tú por tú con él. Él le decía a mi mamá, pero él no le decía lo que me hacía.
Bárbara pronto se dio cuenta de que todas estas experiencias eran parte de la
vida en la vecindad, una vivienda comunitaria de clase trabajadora en las que su
madre, padre, tías y otros parientes compartían un espacio común como vecinos.
Temerosa de la reacción de su tío, Bárbara nunca le contó a su madre. Sus
miedos se vieron confirmados cuando su madre no intervino en una ocasión en
la que el hermano mayor de Bárbara la golpeó. “No te creo, tú lo provocaste”,
fue la respuesta de su madre, y una poderosa razón para guardar silencio sobre lo
ocurrido con su tío. “Ella siempre prefirió a sus hermanos, siempre proveía hacia
ellos.” Los hermanos de su madre también se aprovecharon del padre de
Bárbara, lo cual provocó un conflicto marital; ella describió a su padre como un
hombre trabajador y preocupado por la familia. Bárbara se sintió aliviada
cuando, a inicios de la adolescencia, su madre, su padre y sus hermanos se
mudaron de la vecindad y ella ya no tuvo que limpiar la habitación de su tío o
estar en alerta continua al bañarse.
Actualmente Bárbara felizmente cría a sus hijos como esposa y ama de casa
de tiempo completo. Su esposo suele ser comprensivo y amable, y su
matrimonio es estable. Pero en los momentos de intimidad sexual aún la acechan
sentimientos de vergüenza, y experimenta flashbacks de los abusos. Ella no le ha
contado a su esposo al respecto. Tiene miedo de que la recrimine por no haber
sido “técnicamente” virgen al casarse; jamás le contó de la experiencia con su
tío. Sin embargo, cuando encontró a su esposo espiando a su hija de 15 años
mientras tomaba un baño, fue asertiva y lo confrontó. Él se mostró arrepentido y
le rogó que lo perdonara. Su hija no sabe esto, pero Bárbara le dice con
frecuencia que “se cuide” y que esté alerta, en particular cuando su padre está
cerca. Les ha preguntado a sus otros hijos si su padre alguna vez los ha “tocado”
o les ha hecho algo que no les gustara.
“El daño ya está hecho”, dijo Bárbara al recordar su difícil relación con su
madre y el silencio que tuvo que soportar cuando vivía en la vecindad. El tío que
abusó de ella se casó con una prima hermana. Poco antes de nuestra entrevista,
lo encontraron muerto; su cuerpo estaba en un avanzado estado de
descomposición. Bárbara nunca lo perdonó, pero le conmovió su trágica muerte.
En retrospectiva, ella cree que tal vez la vida terminó por hacerle justicia.
Eva
“Me acuerdo que estábamos en casa de mis abuelos y mi tío ponía sus genitales
contra los míos y me estimulaba”, dijo Eva, una mujer de Guadalajara cercana a
la edad de treinta años. Se considera heterosexual y nunca se ha casado; trabaja
en una fábrica, es inteligente, está llena de energía y asiste de noche a la
universidad.
Ella dijo que los encuentros sexuales con su tío materno ocurrieron en casa de
sus abuelos o en otras reuniones familiares. Tenía diez u once años por entonces;
su tío, catorce. Estas experiencias sucedieron con frecuencia durante un año y
medio aproximadamente. Eva recuerda haber sentido “cosas chidas” y placer
físico al entablar contacto genital con su tío. También sentía que estas
experiencias sexualizadas eran “normales” y parte de un “juego”. Eva no se
resistió activamente a su tío, pero dijo que se sentía “manipulada” por él; a veces
“lo hacía contra su voluntad”.
Mientras crecía, ella comenzó a menstruar y aprendió sobre salud
reproductiva, y se preocupó. “¿Cómo le iba a decir al mundo si salía embarazada
de un tío mío?”, ella comentó. En ese momento empezó a resistirse. Nunca
volvieron a llevar a cabo estas actividades sexuales y al parecer él nunca la
obligó. Eva experimentó una profunda sensación de alivio, en especial porque
ella ya había pasado antes por las manos de otro hombre, su tío abuelo.
Eva recuerda un episodio que le gustaría poder borrar de su vida, una pesadilla
que aún recuerda con lujo de detalles. Ocurrió a manos de su tío abuelo, el
hermano de su abuela materna. “Me quería tocar y yo no quería. Y metió sus
dedos”, dijo. “Me acuerdo que metió su dedo en mi vagina y yo quise como
empezar a gritar y a llorar, pero no, me tapó la boca con la mano.” Eva tenía
unos seis años de edad, y ella y su hermano menor estaban pasando la noche en
casa de su abuela. Su tío abuelo, que rondaba los treinta años, había ido de visita
y pasó la noche con ellos. Recuerda que su abuela le dijo a su tío que cuidara de
ambos esa noche, puesto que tenía que salir unas horas. En una de las partes más
conmovedoras de su largo recuento explica lo que ocurrió cuando ella y su
hermano menor estaban juntos en la cama y su tío abuelo entró a la habitación.
Sí, porque ya, quería que no me tocara nada… cuidando lo primordial, vaya. Y en eso otra vez
volvió a quererme bajar la pantaletita pero yo ya bajé una mano y me tapé. Y él quería
quitarme la mano y yo no quería, y en eso me metió un dedo a la boca, de la otra mano. Y otra
vez quería tocarme, volvió otra vez a quitarme la pantaletita y me volvió a tocar y ya nada más
me estaba tocando. Pero yo… me daba asco, y dolor. Yo comencé a llorar. Sin creer… ¡él no
me dejaba!
Eva luchó contra su tío abuelo y él terminó por darse por vencido, sobre todo
porque el hermanito de Eva no dejaba de moverse dormido, lo cual “lo sacó de
onda”, dijo. “Y ya nada más me acuerdo que entre sombras vi que se levantó y
se abrochó su pantalón y se fue. Y yo ya no pude dormir… y el caso es que… no
sé, se me hicieron horas las que pasaron. Y yo despierta, con tal de que él no
volviera. Y pues ya no volvió, ya amaneció.”
El incidente anterior sucedió solamente una vez, y su tío abuelo la amenazó
con contarle al padre de Eva si ella decía algo. Ella aún tiene flashbacks de esa
noche aterradora, y dijo que este doloroso evento es la razón por la cual ella
tiene miedo de estar sola en casa y que es la causa de su falta de confianza en sí
misma. También siente un odio profundo por su tío abuelo.
Durante una de las visitas del tío abuelo, años después, su cariñosa abuela le
dijo: “Eva, ven a saludar a tu tío… y dale un abrazo”. Ella recuerda haberse
sentido asqueada. “Nada más empecé a sentir mucho odio y mucho asco. Y
mucho recelo” dijo. “Y de hecho es la persona que más detesto en mi vida… que
le he deseado la muerte muchas veces, eh… muchas, muchas veces”. Ella aún
siente un profundo dolor cuando habla sobre lo sucedido. El tío abuelo de Eva ha
sido acusado de violar a más de una mujer en Guadalajara, pero de algún modo
ha logrado salirse con la suya y permanecer en libertad. Eva nunca le contó a
nadie de su familia sobre las experiencias que vivió a manos de su tío y su tío
abuelo veinte años atrás. Esto es, en parte, por lo que ocurrió cuando una prima
menor de edad le dijo a su madre y a su padre que habían abusado de ella. “Ella
sí lo habló, ella sí lo comentó a sus papás y de hecho se hizo un lío grandísimo”,
dijo Eva, y causó “daño psicológico” en el lado materno de su familia.
La primita de Eva reveló una situación de aparente abuso sexual a manos de
uno de sus primos. Eva dice que la madre de la niña le creyó, pero por vergüenza
le pidió a su hija que no compartiera ningún detalle con sus parientes. Esto
disuadió a Eva de revelar sus experiencias, dijo, un sentimiento exacerbado por
su propia vergüenza hacia “mi madre, mi familia y la sociedad” por haber tenido
sexo con un pariente consanguíneo, su tío.
La elevada estima de su tío en la familia fue otra razón por la cual Eva no le
contó a nadie sus experiencias. “Mi tío… es alguien que en mi familia nunca ven
y cuando lo ven les da gusto”, dijo. “La cuestión afectiva que le tienen a él, a mi
tío. Entonces, el afecto que le tienen. Y el hecho de que no me creyeran.” El tío
abuelo que abusó de ella también era popular, dijo. “La familia lo quería
mucho.”
Finalmente, Eva misma se encuentra en el centro de un doloroso secreto
familiar. Creció escuchando las conversaciones familiares y, al menos una vez,
escuchó por casualidad que una de sus tías le hacía a su madre una pregunta
extraña: “¿Quién es el padre de Eva? ¿Quién es?” La tía no se dio cuenta de que
Eva estaba cerca, escuchando. “Escuché, desafortunadamente, en una
conversación, que fui consecuencia de una violación”, dijo entre lágrimas. El
tema aún le provoca una gran curiosidad, pero su madre siempre ha evitado sus
intentos por hablar al respecto. Con una profunda tristeza, Eva ha descubierto
que su madre también guarda su propia historia personal de secretos y silencio.
Ileana
Entonces había reuniones [de la familia] y yo no quería ir. Y me lo tomaban siempre a mal. Y
cuando iba, las pocas veces que iba, entonces empezaba a intentar hostigarme. Una vez me
quiso besar a la fuerza. Y yo grité y fue una de mis tías, “¿Qué pasó?” Ay, nada, nada, ahí
gritando nada más por no más. “Ay, que no seas así”. Ella decía. Y ya mejor me iba.
Esta experiencia fue descrita por Ileana, esposa, madre y ama de casa, de
treinta y tantos años de edad, que nació y creció en Guadalajara. El hombre en la
vivencia narrada era su tío —un hermano de su madre— quien empezó a
acosarla cuando ella tenía doce años y él, unos diecinueve. Su narración
ejemplifica un patrón que en el capítulo anterior llamo “acoso sexual familiar” y
que existe a causa de la normalización, en las familias, de la invasión de los
cuerpos de las niñas desde temprana edad a manos de los hombres, ignorada por
mujeres en posiciones de autoridad, entre ellas las tías de estas niñas.
En distintas ocasiones su tío la empujó a su cama, la desvistió y la tocó. En
situaciones que se sentían menos amenazantes, la forcejeaba y trataba de besarla.
También comenzó a acosarla telefónicamente. Ileana describió la primera vez
que ocurrió esto:
“¡Ay!, fíjate que me pasó una historia: fíjate que estuve con una muchacha… Ay, no, que con
la pucha bien bonita y que la tenía, ay, y que se la abría y que… yo le metí la verga.” O sea,
cosas así. Y yo como oía, yo nunca había escuchado esas cosas. Yo tuve que investigar con una
amiga qué era eso. Ella fue quien me explicó y me daba asco. Entonces ya no me presté a eso,
le colgué y ya no más.
Natalia
Entonces, ya en la tarde, este... ya que no iba a llegar mi mamá, nos decía, este... me decía
“¿Sabes qué? Te dejas hacer groserías, o le digo a tu mamá”. Y prácticamente a mis hermanos,
cuando yo llegaba a… a la litera, mis hermanos ya estaban acostados. Entonces estaba mi
hermano el grande, mi hermana, y yo en la orilla.
Natalia cuenta que su tío desvestía a los tres menores de la cintura para abajo
y los “acostaba en línea, como ‘choricitos’”. Luego “sacaba su pene” y “abusaba
sexualmente” de ellos. Cuando el cuerpo de Natalia se desarrolló, su tío le quitó
toda la ropa. La experiencia nunca le brindó placer físico a Natalia. Por el
contrario, alimentó una rabia profunda y duradera. Esta rutina iba acompañada
por las amenazas de su tío de contarle todo a su madre. Sabía que eran muy
efectivas, porque los tres hermanos le tenían miedo a ella. “Siempre estaba
enojada mi mamá, siempre nos pegaba”, dijo Natalia. “Siempre se preocupaba
por nosotros, de que comiéramos, fuéramos a la escuela… pero nos pegaba
delante de los compañeros. Ella usaba una cuarta para pegarnos, y que si
metíamos las manos [para protegernos], nos iba peor.” Los maestros de Natalia
convocaron a su madre a una junta cuando notaron las cortadas y los moretones
en el cuerpo de Natalia y de sus hermanos, pero cuando los tres menores
llegaron a casa, los castigó aún más.
“Entonces, por un lado era mi mamá, y por otro lado era él, mi tío”, dijo
Natalia. Las dos niñas y el niño se sentían atrapados entre la espada y la pared.
Esta violenta rutina ocurrió casi todos los días durante cuatro o cinco años, al
punto de que Natalia ya lo veía como “normal”.
Este, de hecho, eh... en las primeras ocasiones, nos tapaba la cara con la almohada. Porque que
si no queríamos [o resistíamos]... teníamos miedo de sus amenazas, que le iba a decir a mamá y
ella nos iba a pegar. Entonces, la que nos iba a pegar aún más era mi mamá. Entonces, si
nosotros no aceptábamos, era aceptar eso, aceptar los golpes de mi mamá. Y la inocencia hacía
que aceptáramos eso.
Aunque parecía que nunca iba a terminar, un día las cosas cambiaron
inesperadamente. A su madre la despidieron de uno de sus trabajos, llegó
temprano a casa y encontró a su hermano —el tío materno de Natalia—
penetrando a la hermana de Natalia. “Pero al descubrirlo, no nada más la agarró
con él, sino también nos pegó a nosotros” dijo Natalia; era justo por eso que
Natalia y sus dos hermanos no le habían dicho nada a su mamá. Tampoco la
abuela era de apoyo. “Mi abuela sale al rescate de mi tío”, dijo. “Y le empieza a
decir a mi mamá: ‘Tú le haces algo a mi hijo y te mueres para mi’.” El tío era el
hijo favorito de los abuelos.
Aunque los tres menores solían estar solos, Natalia estaba convencida de que
su abuela, su abuelo y los parientes que compartían su modesto hogar sabían lo
que el tío les estaba haciendo. Aun así, nadie intervino. “Mi abuelo vendía tacos
de canasta. Muchas veces que él llegaba, nos encontraba acostados. Y él
también, nunca preguntaba qué pasaba”, dijo Natalia. “Entonces, prácticamente
todos sabían”, aseveró. La dura amenaza de la abuela evitó que la madre de
Natalia tomara acciones más severas. “Ella prefirió a su madre que a sus hijos”,
dijo.
Conforme los tres menores crecían, descifraron formas de enfrentar la
situación; incluso usaron su pobreza como una excusa inteligente para evitar a su
tío. El hermano mayor lavaba autos en la calle para mantenerse alejado de la
casa. Cuando Natalia tenía diez u once años, empezó a limpiar casas y a vender
tortas en la calle. Su hermana menor escapó por completo. Cuando ella tenía
unos 11 años comenzó a llevarse su ropa de la casa, a escondidas y poco a poco,
sin que nadie se diera cuenta. Finalmente, su hermana terminó por huir con un
adolescente de entre catorce y quince años, quien fuera el primer novio de
Natalia.
En retrospectiva, Natalia dijo que siempre, lo que más le dolió fue la reacción
de su familia hacia el abuso, en particular las palizas de su madre. Hace unos
años, cuando ya era una mujer casada y madre de dos niñas, Natalia finalmente
pudo confrontar a su madre durante una conversación. “¿Pero te has puesto a
pensar en el gran daño que nos hizo tu hermano?”, le preguntó. Natalia dijo que
durante este doloroso diálogo “le cayó el veinte a mamá” —finalmente su madre
había comprendido todo. Receptiva y arrepentida, su madre poco después buscó
ayuda profesional y con el tiempo le escribió una carta a Natalia en la que le
pedía perdón.
Hace poco Natalia también sintió una gran necesidad de tener una
conversación con su tío, largamente pospuesta. Lo confrontó valientemente
sobre lo que le hizo a ella, y a su hermana y hermano treinta años atrás.
Describiendo la ingenuidad del semblante de su tío, ella recordó su reacción: “Ni
yo lo sé, hija”. Ella insistió, “¡¿Oye tío, y por qué?!”. Su respuesta la dejó
estupefacta: “Lo que te hice era una forma de desquitarme de tu mamá, porque
me pegaba cuando éramos chicos”.9 El tío de Natalia ahora tiene casi cincuenta
años, es policía en la Ciudad de México y carga una pistola.
Con el paso del tiempo, Natalia ha desarrollado cierta perspectiva acerca de su
madre y su tío. “Ellos están muy mal”, dijo. “Ellos comparten el daño.” Ella ha
perdonado a ambos. Asegura no odiar a su madre, pero siente una profunda rabia
por lo que pasó. Con relación a su madre, ella comentó: “Ella se siente muy
culpable, ahora en la actualidad, de no poder haber hecho nada”. Y, sobre su tío,
comentó: “Vive solo, tiene dinero y todo, pero vive como perro, solo y
enfermo”. Natalia lo identifica como “una persona muy enferma”, y dice que en
algún momento se enteró acerca de la gran cantidad de revistas pornográficas
que había acumulado con los años.
Al hablar sobre su vida romántica y sexual, Natalia describió sus pocas y a
veces abusivas relaciones con los hombres. Ella tenía diez años cuando besó por
primera vez a una mujer que identificó como “la pareja de su tía”. Natalia ha
tenido fantasías lésbicas y ha considerado seriamente establecer una relación con
una mujer. Sin embargo, los estigmas sociales y el miedo de que sus hijas se
avergüencen de ella, le han impedido explorar esta posibilidad.
Natalia nunca ha hablado con nadie sobre la experiencia con su tío. Dijo que
ha sido difícil revivir este suceso y hablar al respecto con sus hermanos. Su
hermana tiene recuerdos de lo ocurrido, pero se resiste a hablarlo. Y comentó
que su hermano había “bloqueado” los eventos de abuso. Este mismo hermano
es el que la hizo sentir muy incómoda recientemente, al toquetear sus senos
como si estuviera “jugando”.
Natalia tiene un largo historial de hostigamiento sexual por parte de sus
supervisores en el trabajo, lo que incluye episodios de agresión sexual violenta a
manos del hijo de su jefe cuando se desempeñaba como trabajadora del hogar. Y
cada vez que ella ha confrontado a sus jefes —todos varones—, ha perdido su
trabajo. A finales de la adolescencia fue secuestrada y violada por un
desconocido armado y, hacia los treinta años, sobrevivió una brutal violación
tumultuaria. Hace poco acudió a un par de citas con una psiquiatra para resolver
su depresión crónica, sus fantasías suicidas y sus problemas de peso.
Actualmente toma antidepresivos. Su esposo se encuentra en un programa de
desintoxicación, tras una larga batalla con el alcoholismo.
Luz
Luz dijo que nuestra entrevista era la primera ocasión en la que ella compartía
con alguien al respecto.
Es que yo no sabía ni siquiera qué estaba pasando. A esa edad yo no tenía como conocimiento
de nada de eso. Pero estaba asustada y más por lo que me estaba diciendo. Yo llegué a, cuando
yo llegué a mi casa, estaba llorando y mi mamá me preguntó que qué tenía. Que, yo no dije
nada y ella fue a verlo a preguntarle por qué estaba llorando. Que qué me había hecho. Y dijo
“no, yo no hice nada”. Pero, me estuvo diciendo todo el día y toda la tarde y no, pero pues no,
nunca le dije.
¿Por qué permaneció Luz en silencio? En parte porque tenía miedo de que él
volviera a hacerle lo mismo, pero en parte —y esto lo dijo llorando— por la
forma en la que su familia la hubiera visto, dijo. Ella no sabía lo que hubiera
hecho su madre de haber conocido la verdad. “Tengo más miedo de que la gente
que conozco se entere. No soportaría que, qué dirían después. Sí, a que mi
familia lo sepa. A que la gente que conozco lo sepa. Siento que me van a ver
diferente, que me van a tratar diferente. Entonces, pues por mí que no lo sepan
nunca.”
Durante su infancia y su adolescencia, Luz no volvió a ver a su tío. Se había
ido de la ciudad; a veces, ya adulta, se lo ha encontrado cuando va a Guadalajara
de vacaciones. Ha evitado cualquier contacto con él y, al verlo, dice, “pues actúa
como si no hubiera pasado nada”.
Luz también recordó dos experiencias más con otro tío, un tío político que era
el esposo de la hermana de su madre. La primera vez él estaba en sus treinta
cuando Luz tenía siete u ocho años. Él la besó y la toqueteó, pero nunca la
desvistió. Llorando, contó que él siempre encontró el modo de hacerla sentir que
ella era la culpable. “Me dijo que así lo había hecho, me dijo que yo le excitaba.
Entonces, en una segunda ocasión, yo tenía firme la idea que yo tenía la culpa.
De que y de que… [sollozos] y de que… [silencio] Y por eso mejor no le he
dicho a nadie.”
Cuando le pregunté a Luz si recordaba exactamente cuáles habían sido sus
palabras, ella las parafraseó:
Que yo tenía la culpa de lo que me estaba haciendo porque yo le gustaba. Que si yo no fuera
como fuera entonces no me hubiera hecho nada. Y que no le dijera nada a nadie... Porque si
alguien se enteraba pues que se iba a hacer un escándalo en la familia. Y que si ahí iba a haber
muchos problemas en la familia y entonces yo iba a tener la culpa. Que si mi tía se divorciaba
de él, y que todo el mundo lo iba a señalar y que la familia se iba a acabar porque yo tenía... Y
yo no quería que… [silencio] por eso no dije nada tampoco.
Esto ocurrió dos veces en la casa del tío de Luz, durante visitas familiares. Al
crecer, la violencia sexual sólo cambió de expresión; cuando se acercaba a la
mayoría de edad, con frecuencia se encontraban por casualidad. “Él decía que
estaba esperando a que yo creciera”, dijo. “Se agarró de ahí y se le veía... que
quería hacer otras cosas... y... decía que ya no estaba tan niña, que ya entré como
en la adolescencia, en que el cuerpo cambia y todas esas cosas. Entonces él decía
que estaba como al pendiente de todos esos cambios.”
Unos meses antes de nuestra entrevista, Luz se encontró con su tío, quien le
preguntó si estaba saliendo con alguien. “Hablo con él, eh… pues porque tengo
que hablar con él, pero no me gusta quedarme sola con él”, dijo. “No me gusta
cómo me habla, no me gusta cómo me ve. Entonces, eh… procuro pues
evitarlo.” Él nunca ha empleado la violencia física, pero cada vez que se
encuentran repite estas conductas, sobre todo cuando no hay nadie más cerca.
Como ocurrió con su primer tío, cuando están con la familia y otras personas
“actúa como si no hubiera pasado nada”, dijo Luz. Hasta el día de hoy ni su
madre ni su tía —la esposa de este tío político— se han enterado sobre sus
experiencias con él.
Marina
“Cuando estamos con toda la familia, sí, quiere ser muy amable y según él muy
respetuoso”, dijo Marina. “Pero eso nadie se lo imagina.” La relación con su tío
de treinta y ocho años fue un calvario que apenas había terminado el año anterior
a nuestra entrevista.
El tío de Marina —el esposo de la hermana de su madre— empezó a
toquetearla cuando ella tenía siete años, como parte de “juegos”. Fue
aumentando estratégicamente el tono de su coerción sexual y cuando tenía ocho
años terminó por violarla. “Uyy, ja… yo creo que me penetró un montón, desde
que… desde que yo se qué es la penetración, muchísimas. Perdí la cuenta”, dijo.
Marina, que nació y creció en una familia de clase trabajadora de Guadalajara,
tiene veinte y tantos años y dos hermanas mayores y un hermano menor; el
varón es producto de la relación más reciente de su madre. La madre de Marina
se divorció del padre de sus hijas cuando ella era pequeña. Desde entonces ha
tenido que trabajar mucho para mantenerlos, explicó. A su madre le costaba
trabajo pagar la renta, por ejemplo. El tío y la tía de Marina no tenían dónde
vivir, así que se mudaron con ellos y pagaban la mitad de la renta. Su presencia
le brindó alivio económico a su madre.
Como miembro de la familia y del hogar, el tío de Marina era percibido como
alguien a quien podían confiarle el cuidado de la niña cuando su madre y tía
estaban trabajando. Además de arreglárselas con varios trabajos, él se las
ingeniaba para enterarse del horario familiar y ejercía violencia sexual contra
Marina cuando no había nadie en casa. Marina está convencida de que él no le
hizo nada a sus hermanas mayores “a lo mejor porque ellas se iban a la escuela
en las mañanas”. Irónicamente, mientras su mamá se ganaba duramente la vida
con su modesto empleo administrativo en un despacho de abogados, el esposo de
su hermana estaba violando a la menor de sus hijas.
Hoy Marina es una elocuente estudiante universitaria y recuerda claramente
las edades en las que ocurrieron esos acontecimientos violentos: a los siete y
ocho años su tío la toqueteaba con frecuencia, y a los ocho la violó. Luego
Marina tuvo un merecido descanso: durante dos años —desde que tenía nueve y
hasta los once—, Marina y sus hermanas asistieron a un internado laico, tras
calificar para recibir ayuda financiera. Estos dos años le dieron a Marina un
respiro de su tío y una emocionante oportunidad de aprendizaje que aún recuerda
con alegría. Desafortunadamente, al cumplir los once años, su madre decidió que
las niñas “ya estaban grandes” e hizo que regresaran a casa. Desde ese momento
hasta que cumplió dieciséis, su tío encontró formas más estratégicas y
oportunistas de violarla.
Marina tenía dieciséis cuando su madre, su tía y su tío se vieron envueltos en
una violenta discusión, lo cual resultó ser una bendición, puesto que la madre de
Marina y sus tres hijas fueron “corridas de la casa”. Sin embargo, cuando la
madre y la tía se reconciliaron, el tío comenzó a visitarlas, y selectivamente
acosaba y violaba a Marina. A la fecha, ella sigue evitándolo, dijo. “Pero pues
ahora, de hecho por eso me voy al coro y a otro lado”, dijo. “Siempre estoy en la
calle para no estar en la casa. Si sé que no va a haber nadie, mejor me voy.”
“Se vuelve más agresivo, más brutal”, dijo. Ella explicó que al principio no
era físicamente violento, pero empezó a serlo, sobre todo conforme ella crecía y
se volvía más fuerte y se resistía a él más enérgicamente. “Y una vez se me
ocurrió ponerme difícil y me chingó.” Moretones, cortadas, sangrado, un pie
torcido y una pierna que cojeaba fueron algunas de las consecuencias de la
creciente resistencia de Marina a su tío. Cuando su madre, curiosa y belicosa, le
preguntaba sobre sus moretones o heridas, Marina inventaba excusas, hasta que
se le acabaron. “Ya no sabía qué inventar”, dijo. Finalmente, terminó por dejar
de defenderse: “En ese momento yo tomo la decisión de ya… ya no me voy a
defender porque me va peor. Empecé a ya no hacer nada”.
Mientras tanto su tío la atormentaba para que guardara silencio. Marina
recuerda que le decía: “Tú le dices a tu mamá y le voy a decir que no es cierto,
vas a ver que no te va a creer. Nada más se van a burlar todos de ti.” Lo decía
con tanta frecuencia después de violarla, que terminó por creerle. Hasta el día de
hoy él la llama “niña”.
Marina se ha mantenido en silencio sobre el abuso, en parte por miedo de lo
que su madre podría hacerle a su tío si se enterara. “Cuando mi mamá ve la tele,
cuando sale un abuso o algo, se pone fúrica y que lo va a matar y que, ay… Ay,
yo creo que sí va y lo mata al pobre éste, me da miedo que lo mate.” Marina
nunca le ha dicho nada a nadie de la familia, también por vergüenza. Los
encuentros con el tío siempre fueron dolorosos, nunca placenteros.
Mientras crecía, Marina nunca presenció o escuchó hablar de historias de
violencia en su familia. Pero describió a su familia como “medio distraída” —no
se prestaba mucha atención a lo que realmente pasaba en casa. Por ejemplo, se
da cuenta de que su tío sabía cómo manipular a su madre y encontrar formas de
quedarse solo con Marina. Una vez su tío le pidió a Marina (frente a su madre)
que fuera a hacer unos mandados con él, y su madre insistió en que ella fuera.
“Yo no sé. A veces digo ¿cómo le hace? No sé cómo le hace”, dijo.
Cuando era adolescente Marina se veía atormentada por pesadillas y
trastornos alimenticios, y trató de suicidarse tres veces. “No me he muerto, aquí
estoy… entonces, en vista de que no pude hacer nada, pues dije, bueno, voy a
seguir”, dijo. “Pues una vez fui a dar hasta el hospital, es que de tanto estrés que
ya tenía. Primero me dio un ataque de asma, después se me empezó a entumir
todo el cuerpo. Una vez me dio parálisis facial.” Marina ha padecido asma desde
que era pequeña y se enferma con frecuencia. Asocia todos estos problemas con
la violencia de su tío contra ella.
Inspirada por su trabajadora mamá, a los trece años Marina empezó a trabajar
en una tienda de regalos cuando se dio cuenta de que su mamá no tenía dinero
para comprarle útiles escolares. Desde entonces no ha dejado de trabajar.
Actualmente tiene un empleo de tiempo completo y va a la universidad; su
madre se está recuperando en casa después de una operación complicada.
Paradójicamente la incapacidad de su madre para trabajar protege a Marina de su
tío, quien ha permanecido lejos de ellas. Marina sueña, de manera optimista, con
comprar una casa para su mamá algún día. “La vida es bien corta, hay que
aprovecharla”, dijo.
Lo que le permitió afrontar la situación y permanecer en silencio fue su
profundo amor por su madre, dijo.
Desde que mi papá nos dejó, a veces no teníamos ni qué comer y ella movía así mar y tierra
por darnos todo. Entonces, es como que por ella vivo. Porque ella esté bien, intento luchar,
intento salir adelante. Ella está bien contenta porque yo estoy estudiando. Yo pienso que ella es
lo que me ha brindado, me ha puesto la muestra que puedo salir adelante. O sea, por más cosas
que estén mal, puedo salir adelante.
Porque en el momento que yo intuyo que mi tía sabe lo que está pasando y no hace nada, desde
ese momento créeme que perdí la confianza en el ser humano y amé más a mi perro. [risas] Sí,
en su momento. O sea, yo no podía pensar, yo no podía creer que ella se daba cuenta de lo que
estaba, yo estoy segura que ella se daba cuenta de lo que estaba pasando y que no fue la
primera vez que se dio cuenta, y ella por retener a su marido, me dejó a mí vulnerable. Le
interesó más retener a su marido y dejarte a ti vulnerable y siendo yo sangre de su sangre.
¿Sabes qué? Dentro de todos los males que me pudiste haber causado, yo creo que, yo te
perdono a ti ¿sí? Porque realmente tú eras un adulto y tú sí sabías lo que hacías y yo no tuve
nunca conocimiento de causa de qué era lo que estaba pasando, pero te perdono porque no me
marcaste. Te perdono porque no hiciste mella en mi vida. Y te perdono porque soy mejor
persona que tú.
Sabina
“Sangré mucho. Él tiró como dos sábanas”, dijo Sabina al recordar cómo la
había violado su tío cuando ella tenía ocho años. “Y que no llegaba mi tía de
trabajar.” Ahora, cercana a los treinta, ella recuerda de manera vívida que el
esposo de su tía, un hombre de veintiún años en aquel entonces, la había
penetrado vaginalmente a la fuerza. Él estaba casado con la hermana de su
madre. “Pues fue cuando sacó el cuchillo (para amenazarme) porque como me
vio desangrando, pensó que yo iba a decir qué es lo que me había pasado. Pero
no, o sea, de repente él me puso el pene en la boca y me dio sueño. Me dijo que
eso [sangrado] era normal que porque ya me había llegado mi menstruación.
Pero yo esa vez… Ajá. Me dijo que era mi regla.”
Sabina nació y creció en Ciudad Juárez, y es la segunda en una familia de
siete hijas e hijos. Su madre ronda los cincuenta años y durante muchos años ha
trabajado de tiempo completo en una maquiladora, sintiéndose frustrada por no
poder ser mejor proveedora para su familia. Su madre tampoco podía depender
de su esposo, ni moral ni económicamente. “Mi papá siempre andaba tomado”,
dijo Sabina. Cuando su madre iba a trabajar, ella comentó, “nos dejaba solos en
mi casa”, y el mayor cuidaba a los menores. “Nos criamos solos”, dijo.
Cuando Sabina tenía ocho, su tío decidió contratarla como niñera. “Le dijo a
mi mamá ‘présteme a Sabina para que me ayude y yo le doy dinero a ella’…
para que cuidara a su hijo.” Él prometió darle dinero a la mamá de Sabina a
cambio de que su hija fuera niñera. Entusiasmada por el ingreso extra, la joven
madre mandó a su hija a vivir con la familia del tío durante las vacaciones
escolares. Para la pequeña estaba por comenzar una pesadilla. “Yo acababa de
salir de la escuela, llegué ahí y me dijo, ‘Vente para desabrocharte la falda’. Y le
dije yo que no, que me quería dormir. Al rato me acosté en el piso, al lado de la
puerta, era verano, para que me diera aire. Me quedé dormida”.
Sabina no recuerda por cuánto tiempo durmió. Hasta el día de hoy, sin
embargo, no ha podido olvidar lo que pasó después:
Y cuando me despierto, ya estaba él encima de mí. Y ya me había desnudado [sin estar ella
consciente] y cuando me desperté, pues yo me tapé con una sábana. Y él me empezó a decir
que le encantaba, que yo debía de ser de él, que él me iba a dar el cariño que mi papá nunca me
había dado. Y ya empezó a decir que le besara [el pene]… muchas veces. Duró casi toda la
noche. Toda la noche y pues yo sentía bien feo. Y miedo, pues no sabía ni qué hacer. Entonces
ya cuando terminó, me dijo él a mí que yo ya era de él. Que cuando él quisiera me iba a
agarrar. Entonces sacó un cuchillo. Y me lo puso aquí [señalando hacia su cuello] y me dijo
que cuando, que si yo decía algo, nos iba a matar… Y que ya nadie nos iba a dar dinero a
nosotros. Que él jamás nos iba dar dinero y que mi mamá se la iban a llevar a la cárcel. Me
asusté mucho. No, pues a mí me dio mucho miedo, y nunca dije.
Casi a diario y por un espacio de dos meses y medio, Sabina vivió versiones
más o menos intensas de la escena descrita anteriormente. Su tío la violaba
vaginal y oralmente, y la obligaba a tragar su semen. Ella recordó las palabras
favoritas de su tío mientras la violaba: “estás muy rica” y “cuando crezcas, vas a
ser una gran prostituta”. A la hemorragia que sufrió la primera vez que fue
violada le siguió un dolor vaginal crónico, que no hizo más que intensificar su
miedo y su silencio.
Cuando terminaron las vacaciones escolares Sabina regresó a su casa, pero su
tío insistía en que su madre la enviara a casa de él de nuevo los fines de semana.
“Entonces, yo le dije a mí mamá que no, que no me iba a ir con nadie. Mi mamá
me forzaba. Me decía mi mamá ‘véte con él, te tienes que ir porque necesitamos
dinero’. Me decía, ‘porque vas a entrar a la escuela y no tenemos de dónde’…
dinero, no tenía lápiz. Y ya, pues me iba.”
Sabina terminó por decirle a su mamá el porqué no quería ir a casa de su tío,
pero ella no le creyó. Entonces Sabina se volvió “muy rebelde”. Ella escapó de
su casa y vivió con una vecina a la que ella identificó como una “señora
prostituta”. Esta compasiva mujer llevó a Sabina al doctor debido al intenso
dolor vaginal que sufría, y la protegió a partir de ese momento. El doctor les dio
lo que Sabina identificó como un “certificado”: una prueba escrita de que había
sido violada. Con el documento en mano la vecina confrontó a la madre de
Sabina, y la niña no tuvo más opción que volver a escapar de casa. Huir se
convirtió, de hecho, en el estilo de vida de Sabina. Desde los nueve hasta cerca
de los diecisiete años, Sabina se mudó de casa en casa, y vivió con al menos diez
familias diferentes. “Ya estoy grande, ya estoy más maleada. O sea, yo no me
dejaba yo muy bien de nadie.” En estos hogares, ella se protegió a sí misma de
sufrir abuso sexual de, por lo menos, un hombre.
Con poco más de veinte años, Sabina trabajó en varias cantinas, y en el
comercio sexual por espacio de tres años, “aunque se sentía muy mal” al
respecto. Se “sintió obligada por la necesidad” para mantener a sus dos hijas.
Las niñas nacieron de una relación que Sabina mantuvo con un hombre que
ahora está en la cárcel, acusado de robo. Actualmente, ella trabaja en una
maquiladora.12
Sabina ha escuchado historias de que el hermano de su mamá “tocaba” a su
madre y a sus tres tías “las tocaba todas”. Sin embargo, cuando su abuela se
enteró, nunca intervino. “Yo digo que ya viene de ahí”, dijo. Su madre y sus tías
también experimentaron violencia física y verbal a manos de sus parejas
heterosexuales. Sobre las mujeres de su familia, Sabina comentó: “ellas son
débiles, nunca se han defendido de nadie. Nunca. Quien las maltrata, quien les
dice, y ellas así se quedan”. También se enteró de que su tío —el mismo hombre
que la violó constantemente cuando tenía ocho años— había abusado asimismo
de la hermana mayor de Sabina.
Sabina ya tenía veinticinco años cuando se encontró nuevamente con su tío,
quien volvió a acosarla. Esta vez, asertiva y empoderada, Sabina lo confrontó y
amenazó que si no se detenía, ella “se iba a meter con la vida de sus hijos”. Él
nunca volvió a buscarla. Sabina nunca perdió contacto con su madre, pero le ha
costado mucho trabajo relacionarse con ella a causa de todo el dolor sin resolver
que alberga. Cuando la hija de ocho años de Sabina le dijo que la pareja de su
madre le había “metido el dedo a ella” y la había amenazado para que guardara
silencio, Sabina le contó lo acontecido a su madre. Su madre no creyó que su
pareja —un hombre con reputación de ser “muy buena gente”— le hubiera
hecho algo así a su nieta. Además, Sabina se había enterado recientemente de
que el padre de su pareja actual se refiere a sus dos niñas como “prostitutas” y
las espía cuando están en el baño.
Conocí a Sabina en una organización a la cual acudió en busca de ayuda
profesional. Desea con todo el corazón proteger a sus hijas del mismo destino,
reparar la deteriorada relación que tiene con su madre y, con el tiempo,
“perdonarse a sí misma” por lo que pasó con su tío. Le gustaría superar las
dificultades que ha tenido en su vida romántica y sexual, incluyendo un patrón
de relaciones sexuales con hombres casados, y entender por qué piensa que no
merece ser feliz.
Paloma
“Se metía a mi cama, y me tocaba, o este, me quería besar”, dijo Paloma, una
madre de familia de un poco más de veinte años y en una relación de
cohabitación heterosexual en Monterrey. Nació y creció en una familia de clase
media alta, y fue educada para percibirla como “la familia perfecta”. Paloma
estaba en primero de primaria cuando su tío (un hermano menor de su padre)
empezó a acosarla. Con el tiempo, llegó a desnudarla y penetrarla vaginalmente
con los dedos. Paloma solía compartir su cama con un hermano pequeño. A
veces su tío la violaba mientras el infante dormía.
Aunque en un inicio Paloma pensó que lo que le hacía su tío era “normal”,
estas experiencias eran negativas y nunca placenteras. Ocurrieron con frecuencia
y duraron por espacio de cinco años. Como consecuencia, le provocaron dolor
vaginal, sangrado, flujo e infecciones que su madre ni tomó en serio ni investigó.
Por el contrario, le gritaba y la culpaba por lo que estaba sufriendo. Hasta el día
de hoy, Paloma alberga resentimientos hacia su madre a causa de lo anterior, y
por su ausencia física y emocional.
Paloma tuvo estas experiencias casi a diario, especialmente cuando su familia
vivió en la espaciosa casa de su abuela paterna. Su padre había intentado trabajar
en distintas partes de México, pero tuvo que declararse en quiebra, y esto afectó
muy duramente a su negocio. Ella tenía unos diez años cuando se mudaron de la
casa de su abuela, pero el abuso no se detuvo. El padre de Paloma contrató a su
tío, quien los visitaba en su casa y la buscaba con frecuencia. La diferencia de
edad entre ambos era de seis o siete años, cuando Paloma tenía seis años de
edad, su tío tenía doce o trece.
“Casi siempre, cerraba los ojos”, dijo Paloma. Él se subía sobre ella como “si
estuvieran teniendo relaciones sexuales”, con o sin ropa, y ella “no ponía
atención” a lo que él estaba haciendo. Como una forma de afrontar lo que le
pasaba ella “se iba” en su mente, dijo. En su imaginación, Paloma visitaba los
lugares bonitos a los que había ido de vacaciones con su madre y su padre.13
Este mecanismo de defensa se derrumbó el día que el tío formó parte de unas
vacaciones familiares.
Por entonces Paloma tenía ocho o nueve años, pero recuerda la experiencia
con lujo de detalle. El papá conducía el auto para ir de visita con su esposa e
hijos a casa de unos parientes fuera de la ciudad; Paloma, su único hermano y su
tío iban en el asiento trasero, con las piernas cubiertas con una cobija que su
madre les había dado para protegerlos del frío. Durante el camino, el tío
adolescente mantuvo su mano entre las piernas de Paloma y la toqueteaba.
Cuando llegaron a la casa de su tía, él le acomodó cuidadosamente la falda a
Paloma. Mientras se instalaban en casa de sus parientes, su tío empezó a jugar
rudo con el hermano de Paloma. Terminó por golpear al pequeño con más fuerza
de lo que ella podía tolerar sin acusarlo con su madre y su padre. Su tío la
amenazó: “Si tú dices algo, yo voy a decir donde tenía la mano metida cuando
íbamos en el carro”. En ese momento Paloma se dio cuenta de algo
estremecedor. “Y así fue cuando me di cuenta que eso estaba mal”, dijo. “Pero
yo pensaba que yo tenía la culpa, que yo estaba mal. No él.”
A partir de ese día, el tío de Paloma estableció un sistema que le permitía
tener acceso a su cuerpo y mantenerla efectivamente callada. Ella explicó “Sí, yo
me siento culpable porque cada que quiere, yo le digo no, o algo; y él dice,
este… ‘si no te dejas, o sea, yo te voy a acusar. Yo te voy a acusar que antes te
dejaste. Como antes te dejaste, o sea…”. También la amenazó con “tocar” a su
hermano si ella se resistía. Se sintió impotente el día que su hermano se quejó de
una irritación en la piel del pene (a la que su madre no le prestó atención)
mientras se preguntaba en silencio si su tío también había abusado de él. Tal
como las mujeres en este estudio que se convirtieron en “hijas conyugales”,
Paloma desempeñó el papel de hija parental y aprendió a ser receptiva y a estar
atenta a las necesidades de su hermano.
Paloma tenía unos once años cuando notó, con enorme alivio, que su tío dejó
repentinamente de perseguirla o agredirla sexualmente. Esto ocurrió justo
después de que iniciara una relación con una mujer unos años mayor que él, que
era trabajadora sexual y tenía una hija. La joven pareja estableció una relación
llena de rupturas y reconciliaciones que aún perdura. Después de la primera
separación, el tío de inmediato comenzó a acosar nuevamente a Paloma; ella
tenía dieciséis años por entonces y salía con un joven de clase trabajadora
procedente de otra ciudad y que vivía solo. Su familia pensaba que era un “don
nadie”, alguien que no era lo suficientemente bueno para ella. El tío de Paloma,
quien tenía entre veinte y veinticinco años de edad, se mostró celoso y
encolerizado y trató de convencer a su madre y su padre de que no le permitieran
verlo. Pero poco después el tío restableció la relación que tenía con su novia y de
inmediato dejó de agredir sexualmente a Paloma. Él siempre era amable y
respetuoso cuando Paloma y él se encontraban en reuniones familiares y en
eventos en los que participaban parientes o amistades.
Mientras Paloma crecía y se hacía mayor, y más grande y más fuerte, aprendió
a protegerse. Evitaba por completo a su tío y sólo permanecía con él si estaban
presentes amistades o parientes, o se iba de la casa cuando él llegaba. Una vez
escapó y se fue a vivir con una amiga cercana. Después pasó largos periodos en
la casa de su novio, a pesar de las objeciones de su padre.
Cuando ella finalmente rompió el silencio y le dijo a su padre que se había
ido, exhausta, a casa de su novio después de huir literalmente corriendo del tío
que la perseguía, el padre pensó que mentía y que estaba usando esta historia
como una excusa para tener relaciones sexuales con su novio. El padre enfrentó
a la pareja y los obligó a planear un matrimonio. Pero de pronto él cambió de
parecer y les dijo que vivieran juntos un año como una forma de poner a prueba
su relación.14 Desde entonces viven juntos, y Paloma decidió que es “inútil y
tonto” casarse después de tantos años.
Cuando le pregunté a Paloma si creía que había satisfecho las necesidades
sexuales de su tío dijo “yo pienso que sí”. Al crecer se enteró de las historias de
otras mujeres que habían desempeñado papeles parecidos en la familia. Cuando
Paloma y sus progenitores se mudaron a vivir con su abuela, una prima cuatro
años mayor que Paloma, que era criada por ésta, estaba por irse a vivir con su
padre, que hacía poco se había vuelto a casar. “Pues a mí me agarró como
remplazo”, dice Paloma. Mientras su prima aún vivía en la casa —durante un
periodo de aproximadamente seis meses— su tío nunca la buscó.
Ahora adultas, las dos mujeres han compartido sus confidencias y se han
apoyado emocionalmente al hablar sobre las similitudes de sus experiencias con
su tío, entre otras, que ambas fueron violadas en la misma habitación y más o
menos a la misma edad. La prima de Paloma fue muy exitosa en sus estudios
universitarios y decidió irse a Europa para seguir sus sueños profesionales y
alejarse de su doloroso pasado. Mientras narraba otras historias sobre su familia,
Paloma exclamó “¡Ahí se armó la revolución!” para describir la revuelta familiar
que se armó cuando su tío y una de sus primas, de edades próximas, entablaron
una relación romántica voluntaria, la cual estuvo rodeada de chismes y
escándalos familiares. Ella también recordó la historia de un primo (el hijo de un
hermano del padre de Paloma) que agredió sexualmente a su prima (la hija de
una hermana del padre de Paloma). La madre de la niña intervino, pero nunca le
contó sobre esto al padre de Paloma porque temía perder su ayuda económica; su
padre le brindaba a sus hermanas un generoso apoyo económico.
“¡Y yo me sentí feliz y brincaba de gusto!” Paloma describió así su reacción al
enterarse de que su tío —ahora cercano a los treinta años— estaba siendo
enjuiciado y a punto de ir a una prisión fuera de Monterrey, en uno de los
municipios del estado. El tío había establecido una relación relativamente estable
con su compañera de varios años, pero abusó de la niña que se convertiría en su
hijastra. Cuando la niña tenía doce o trece años, lo acusó de abuso sexual y
recibió el apoyo de su abuela materna.
Para ese entonces, Paloma finalmente tuvo el valor de compartir con su madre
y su padre su historia de lo que ella había vivido. No le creyeron y se negaron a
dejarla confrontar a su tío frente a ellos. Tampoco creyeron la historia narrada
por la hijastra de su tío. “Mi papá tiene dinero, mi mamá tiene influencias, no sé
que… mi mamá conoce gente de la presidencia, la política y cosas así”, dijo
Paloma. Su madre y su padre le pagaron mucho dinero a un abogado que
consiguió sacar a su tío de la cárcel, al tiempo que se aseguró de que las
autoridades destruyeran todos sus antecedentes penales. Su madre y su padre “lo
tenían que sacar”, dijo. Su abuela tuvo una intensa reacción emocional ante estos
acontecimientos y la familia sintió que tenía que guardar las apariencias.
Paradójicamente, si hubieran sido pobres, el tío probablemente hubiese
permanecido en prisión.
El día que liberaron a su tío, toda la familia se fue de vacaciones, contó
Paloma, “como si nada hubiera pasado”. Ella lo confrontó ese día frente a su
abuela, quien intervino y le rogó que tratara a su tío con respeto. “Y ahí anda
suelto, libre y haciendo no sé cuantas más”, dijo. Su tío y su pareja de muchos
años se han reunido para criar a su hijo recién nacido, pero dentro y fuera de la
familia están circulando nuevos rumores. “Porque pues ahora dicen que está
metido con su hijastra”, comentó.
Aunque nació en cuna de oro, Paloma es ahora madre y ama de casa de
tiempo completo y vive en una colonia de clase trabajadora. Terminó la
secundaria y estudió en una escuela técnica. Se encuentra en una posición
extraña: es la hija de un padre solidario y exitoso empresario, pero se casó con
un hombre que trabaja para éste y gana un salario modesto.
“Creo que me comí el dolor”, dijo. “Y por eso me hice así, fría y dura.” Una
maestra solidaria, una buena amiga, su prima y su amor por sus hijos la han
ayudado a enfrentar sus tendencias suicidas. Paloma describió su vida marital y
sus relaciones sexuales como satisfactorias y relativamente estables; ella aseveró
que ambos se aman profundamente. Sin embargo, él se ha quejado de que ella no
fuera virgen la primera vez que tuvieron relaciones sexuales, y en épocas de
tensiones y conflicto en su relación de pareja, él trae al presente su historial de
abuso sexual. A Paloma también le preocupan los hábitos de su esposo con la
bebida. Ella espera encontrar respuestas a sus preocupaciones maritales en la
organización donde la conocí, a la cual ella acudió a buscar ayudar profesional
por primera vez.
Regina
“Siempre nos decía que nos quería mucho”, recordó Regina, una abogada de
Guadalajara de aproximadamente veinticinco años que, junto a su prima menor,
sufrió abusos a manos de su tío. “Que éramos como sus hijas, decía, que estando
con él nunca nos iba a faltar nada, este… que éramos lo que más quería, cosas
así, pues. Demostrándonos siempre mucho afecto, mucho afecto.” Regina, de
nueve años por entonces y alumna de primaria, iba con frecuencia a casa de su
tío los fines de semana para jugar con su prima, quien tenía un par de años
menos que ella. Su tío tenía alrededor de cuarenta años por entonces y
recientemente se había casado con la tía de Regina (la hermana de su padre). El
tío se convirtió en el cuidador de ambas niñas mientras su atareada esposa estaba
fuera de casa ocupándose del negocio de la familia o haciendo mandados.
La madre de Regina murió cuando ella era muy pequeña. La crió su padre y
pasó mucho tiempo con la hermana de éste. Regina describió lo que su tío solía
hacer cuando las dos niñas estaban bajo su cuidado:
Estaba sentada en mi silla, o sea, por ejemplo, la computadora, y él llegaba y se sentaba atrás
de mí, me abrazaba, y me tocaba los pechos, y yo me quitaba, y yo, ¡ay, ya! O sea, así como
que ya, ya estaba cansada, pues porque ya era muy fuerte el acoso. O me empezaba a decir
“Ah, tuve sexo con fulanita, y tuve relaciones, y mi piel está bien rozada. ¿Mira, sí quieres ver
donde tengo la irritación?” Y cosas así.
Durante estos intercambios su tío también afirmaba “así me gustan a mí,
vírgenes”. Decía que estaba enamorado y obsesionado con ella, y no dejaba de
preguntarle por su virginidad. También prometió comprarle una casa y un auto, y
dijo que soñaba con tener un hijo con ella. Regina dijo que su tío “nunca la
violó”, pero experimentó distintas versiones del escenario anterior, mientras ella
se resistía y lo confrontaba cada vez más y más.
Por espacio de un año Regina encontró modos de manejar estas complejas
formas de violencia sexual, pero su prima terminó por ir a psicoterapia tras
sobrevivir a un intento de suicidio, así como antecedentes de depresión,
alcoholismo y una seria condición de bulimia. Su prima rompió el silencio en la
terapia y Regina por fin tuvo la oportunidad de contarle a su tía su propia
historia de lo acontecido. Con el corazón destrozado, su tía la apoyó y
comprendió.
Unos meses antes de nuestra entrevista el padre de Regina se enteró del abuso
a través de su tía y le expresó su apoyo. Pero por miedo a herir los sentimientos
de su padre, ella no le contó ningún detalle de lo ocurrido. Tenía miedo de que la
impulsividad de su padre lo llevara a matar a su tío.
La relación de Regina con su padre no era óptima y ella mantuvo su distancia.
Él solía llamarla “puta” cuando era adolescente y la hizo dudar de su futuro
profesional. Ahora que Regina es abogada, ella es crítica del sistema legal en
México y de las formas en las que se persigue la violencia sexual, y está
satisfecha con la decisión de su familia de no denunciar a su tío. Cuando la tía
corrió al tío de su casa, él se fue fuera del estado. Nunca volvieron a verlo y
Regina experimentó cierto grado de sanación y alivio.
Elba
“Yo sé que tengo muchos recuerdos bloqueados”, dijo Elba, una mujer de unos
treinta y cinco años originaria de la Ciudad de México. Lo que llamó “las
primeras imágenes” que ella recuerda mientras crecía y que sentía que algo no
andaba bien, incluyen a un hombre mayor de edad que usaba una bata blanca de
laboratorio que la desvestía cuando era una niña pequeña. “En el recuerdo, me
parece que venía mi mamá y eso fue lo que me salvó.” Hasta el día de hoy, ella
nunca supo quién era este hombre misterioso, dijo Elba con un suspiro. Pero
recuerda con mucha claridad a otro hombre que describe con una enorme
nitidez: “Yo me quedaba quieta, completamente quieta. O sea, no hacía ningún
movimiento. Y cuando la situación terminaba, pues yo me acomodaba mi ropa y
seguía con mi vida”. Se trata de una experiencia que vivió una y otra vez a
manos de un tío lejano del lado de su familia paterna, un hombre que estaba
casado con la nana de sus hermanos.
Elba, que creció en una familia de clase media, es una mujer refinada y
elocuente que estaba por terminar su último año de universidad. Fue criada en un
entorno cómodo, como la hija menor de una familia de cinco hijas e hijos. Su
padre, un hombre con formación universitaria y profesionalmente estable, era un
“esposo muy tierno” que mantenía a sus hijos y a su esposa, una mujer que era
ama de casa de tiempo completo. La familia no practicaba ninguna religión.
Elba no presenció ni agresiones ni violencia en su familia durante su infancia,
pero dice que la vida marital y familiar de sus progenitores seguía lo que ella
llamó “el esquema machista”: una configuración en la que “la mujer es la que
sirve y el hombre es el que decide”. Elba, desafiante, tendía a rebelarse contra
esta situación. “Mi papá es el tipo de hombre que llega y te dice ‘ay, quítame los
calcetines’. Yo decía, ‘pues quítatelos tú, ¿no?’ ”. Su relación era bastante tensa,
y siempre ha sido emocionalmente distante.
Su madre y su padre tenían una relación marital cordial y una muy buena
comunicación como pareja, dijo, y muy pocas veces usaban la violencia física
para disciplinar a sus hijas e hijos. La relación de Elba con su madre era lejana,
pero una hermana mayor se convirtió en su fuente principal de apoyo emocional.
Para Elba, todo iba bien mientras crecía, pero las cosas cambiaron antes de que
entrara a la primaria.
El tío de Elba acostumbraba a visitar a la familia esporádicamente, y con
frecuencia se quedaba unos meses con la familia de Elba en compañía de su
esposa. Él debía tener unos setenta años por entonces, y usaba barba. Abordaba a
Elba de manera activa cuando ella tenía tres o cuatro años de edad. “Yo recuerdo
que él usaba palabras tiernas ¿no? O sea, no usaba agresión, no usaba nunca
un… un uso de fuerza, no. No usaba. La primera vez sí, la primera vez sí, porque
usó la fuerza para bajarme los calzoncitos ¿no? Yo no quería, pero después de
ahí como que yo ya no le ponía… trabas… entonces ya no usaba ningún tipo de
fuerza.”
“Qué bonita eres, qué linda, preciosa”, eran algunas de las expresiones que él
usaba para seducirla. Luego describió brevemente una escena que experimentaba
con frecuencia cuando la visitaba y pasaba tiempo con su familia. “Él solía
estimular con su lengua mi zona genital, tocarla, me besaba en la boca. Besaba
mi cuerpo.” Al recordar estas experiencias Elba dijo “Yo no sé si sentía placer.
Si me lo preguntas ahorita, en retrospectiva, te diría que no. Pero soy incapaz de
situarme exactamente en esos momentos ¿no?”. Sin embargo, dijo, “Creo que el
hecho de haber tenido el abuso sexual desde la infancia, a muy temprana edad,
eso me erotizó. Entonces, pues es como un área muy, muy frágil en mí”. Elba
empezó a masturbarse con frecuencia, y a veces de forma compulsiva (y en
etapas particulares de su vida); esto la tomó por sorpresa, en lo que se refiere a
su relación con sus hermanos menores.
“Mira, hay una experiencia que me resulta muy dolorosa porque, porque fue
como… todavía la sigo viendo así como… [silencio], como abusiva de mi
parte”, dijo Elba. Una vez, cuando tenía diez años, le pidió a sus dos hermanos
menores que le hicieran lo que le hacía su tío, es decir estimular su zona genital
con sus bocas. Sus hermanos tenían tres o cuatro años, la misma edad que ella
cuando su tío abusó por primera vez. Uno de sus hermanos siguió sus
instrucciones y el otro se negó. No los obligó ni insistió, y sólo ocurrió una vez.
Elba no recuerda lo que sintió en ese momento. “Yo creo que probablemente
lo que pensé fue ¿Qué estoy haciendo?, ¿no? Mmmm… Este… ¿Qué tal si mi
mamá me ve? Pero nunca se volvió a dar eso ¿no? Y pues gracias a Dios que
nunca se volvió a dar.” Cuando tenía un poco más de veinte años Elba les
escribió una carta a sus hermanos pidiéndoles perdón. Nunca ha recibido una
respuesta, y jamás ha hablado con ellos al respecto.
Elba tenía unos diez años cuando su tío trató de penetrarla, pero al parecer
eyaculó en forma prematura, derramando semen sobre su región pélvica. A Elba
la aterrorizó el peligro de quedar embarazada. Desde entonces comenzó a
resistirse más y más, y él ya no insistió. Con el tiempo dejó de visitar la casa de
la familia de Elba, pero durante la adolescencia volvió a encontrárselo. En un
último intento de seducción él le dijo que “se iba muy triste porque yo ya no
había querido”. Ella exclamó: “¡Ay! Ésos son chantajes emocionales ¿no?”.
En sus recuerdos de infancia, Elba no tiene presente que su tío le dijera alguna
vez que guardara silencio, pero había un aire de secrecía. “Su actitud a mí me
hacía sentir que tenía que quedarse oculto”, dijo. “Por ejemplo, me daba dinero.
O sea, si estábamos en la cocina, si estaba mi mamá, me lo daba por debajo de la
mesa.” Más allá de un par de amigas cercanas, pocas personas conocen la
historia que Elba narró ante mi presencia. Hace poco, cuando le contó a su
hermana, ésta le advirtió a Elba “que tuviera cuidado porque ella había leído
artículos o visto películas acerca del síndrome de falsa memoria”. Elba también
le ha compartido a tres o cuatro sacerdotes católicos lo acontecido con el tío. El
primero “no le dio importancia”, dijo. Ella se dio cuenta de que ninguno de los
sacerdotes le dijeron que no era su culpa.
“La situación de las personas que somos abusadas sexualmente, es muy, muy
fuerte. Es muy fuerte ¿no? Entonces yo no me encuentro obligada moralmente,
ni creo que ninguna otra mujer se encuentre obligada moralmente a perdonar
¿no?”, dijo Elba. “O sea, hay que hacer un proceso de recuperación de la vida y
si el perdón llega, llegará, pero no se le puede pedir que perdone ¿no? Es como
muy agresivo.” Años atrás, Elba pasó cerca de un año en terapia con un hombre
que había tenido una formación religiosa católica. “El poder hablarlo, eso es una
liberación”, dijo, pero no se siente totalmente recuperada. “A mí no me parece
difícil de creer que no se supere, o sea, hay mucho dolor, hay mucho.” Sobre su
experiencia en terapia, comentó: “Él escuchaba y ¿a mí quién me saca de mis
dudas o de mis problemas?, ¿no? Entonces, fue una ayuda, pero no lo fue”.
Aunque Elba sabe que lo que ocurrió no fue su responsabilidad, a veces se siente
culpable por lo que pasó con su tío.
Más de dos terceras partes de las veintiún mujeres que reportaron a veintiocho
tíos los identificaron como hombres emparentados por el lado materno de sus
familias. En contraste, menos de una tercera parte dijo que estaban relacionados
por el lado paterno. Asimismo, las mujeres que reportaron incidentes con más de
un tío estaban emparentadas con ellos por el lado materno; véase el Apéndice D.
Utilizo el concepto de “feminización del incesto” para identificar éstos y otros
patrones relacionados de sobrerrepresentación del lado materno de las redes de
parentesco en estas configuraciones incestuosas tío-sobrina.
Tíos biológicos
Tíos políticos
Todas las agresiones sexuales a manos de tíos políticos y tíos lejanos (por
ejemplo, tíos que no tenían una relación consanguínea directa pero estaban
vinculados por lazos familiares) tenían características específicas: 1] Las mujeres
fueron acosadas sexualmente o violadas por un periodo prolongado; el abuso
duró meses o años y ocurría con frecuencia, incluso hasta fecha reciente, cercana
a nuestras entrevistas; 2] las experiencias a veces incluyeron expresiones
brutales e intensas de violencia física, resultando en sangrado y moretones,
daños a los órganos sexuales internos y externos, y cuerpos en profundo dolor.
Sin embargo, esto no significa que los tíos con lazos consanguíneos directos
no ejercieran violencia física o extrema o que no la ejercieran durante largos
periodos de tiempo. Con frecuencia, pero no exclusivamente, otros casos de
violencia continua durante largos periodos y (o) el uso de violencia física
extrema involucraron al hermano de la madre.
Los tíos que fueron identificados como cuidadores de una informante durante
su infancia exhibieron conductas de abuso sexual de más de un menor
simultáneamente —frecuentemente niñas— cuando se suponía que estaban a su
cuidado. Es decir, las informantes reportaron que el abuso no sólo les ocurrió a
ellas, sino que también fueron testigos de alguna forma de abuso sexual de
menores, colectivo del que eran blanco otras niñas emparentadas con ellas (por
ejemplo, primas) y que también se encontraban bajo el cuidado de estos
hombres. Estos cuidadores eran tíos políticos de ambos lados de la familia y en
un caso incluyeron a un medio hermano de la madre de una de las informantes.
Algunas mujeres que identificaron a tíos cercanos en edad a ellas (por ejemplo,
hombres que eran adolescentes cuando las informantes asistían a la primaria)
reportaron comportamientos sexuales violentos que se parecen a los que
relataron las mujeres sexualmente acosadas por sus primos. De manera similar al
acoso de los primos hacia sus primas, estas configuraciones entre tíos
adolescentes y sobrinas revelan patrones específicos. En primer lugar, una mujer
experimentó el abuso como parte del juego y a veces lo percibió como “normal”.
En segundo lugar, la niña no necesariamente puso resistencia y es posible que
experimentara placer físico, pero se sentía manipulada emocionalmente. Esto fue
especialmente notorio en encuentros en los que los límites entre lo “voluntario” e
“involuntario” pudieron haber sido borrosos. En tercer lugar, es posible que la
mujer se diera cuenta, en una etapa posterior de su vida, que había sido sustituta
sexual en la vida de un joven, y enterarse de que otras hermanas o primas
desempeñaron el mismo papel. En cuarto lugar, los recuerdos de infancia de una
mujer incluían imágenes de mujeres adultas de su familia en posiciones de
autoridad que ignoraron o no prestaron atención a lo que le estaba ocurriendo a
las niñas, o normalizaban las agresiones mientras las informantes descifraban
distintas formas de acoso sexual familiar y terrorismo sexual. Los hombres
involucrados estaban frecuentemente emparentados con las informantes por el
lado materno. Estas configuraciones incestuosas en algunos casos se prolongaron
por largos periodos, pero también fueron eventos ocasionales o aislados.
¿Cómo podemos explicar estos patrones? ¿Por qué ocurren estas formas de
violencia sexual? ¿Por qué estas configuraciones entre tíos y sobrinas son las
expresiones más comunes de violencia sexual incestuosa en este estudio? Tres
paradigmas ofrecen posibles respuestas: las genealogías familiares del incesto, la
feminización del incesto, y las políticas de desigualdad de género dentro de la
familia.
Los hermanos y los primos que crecen en familias incestuosas son socializados
para percibir distintas expresiones del acoso sexual familiar —la cosificación
sexual y la invasión de los cuerpos de las niñas y las jóvenes a manos de sus
parientes varones, tales como hermanos y primos— como una práctica común y
normal. Conforme estos niños varones y jóvenes crecen, es probable que sus
hermanas y primas (que, presumiblemente, son heterosexuales) se casen con
hombres y tengan descendientes, y así sus hermanos y primos jóvenes se
convierten, a su vez, en tíos. Para cuando llegan a ser adultos, estos varones ya
han estado expuestos a diferentes formas de normalización del acoso sexual de
hermanas y primas dentro de sus familias. Por lo tanto, las hijas de estas mujeres
ahora adultas automáticamente están expuestas al riesgo de ser cosificadas por el
solo hecho de ser mujeres.
Si un hermano o un primo devaluó a su hermana o prima dentro de la misma
posición horizontal en la relación de parentesco (es decir, un hermano a una
hermana o un primo a una prima) este riesgo es exacerbado cuando su propia
hija se ubica en una posición inferior en el eje vertical de las jerarquías dentro de
la familia. En otras palabras, como extensión de la hija de una hermana o una
prima que ya había sido devaluada y cosificada sexualmente en el pasado, una
sobrina puede ser similarmente cosificada y volverse un blanco fácil de acoso
sexual por parte de su tío y de otros hombres, convirtiéndose así en familias
extensas incestuosas.
Esta prescripción cultural del sexismo se ve agravada debido a que las
jerarquías dentro de las familias que colocan a menores de edad en posiciones de
dependencia y marginación a causa de diferencias generacionales o a
distinciones por edad, tamaño y estructura corporal. Y también es agravada por
las percepciones que las personas adultas tienen en cuanto a que las niñas y los
niños no son considerados del todo humanos o como propiedad de sus madres y
padres en las sociedades patriarcales, tal como lo reportaron las especialistas que
entrevisté, y como se ha documentado en la bibliografía sobre el incesto y las
autoetnografías del incesto en familias de origen mexicano.15
Para las mujeres mexicanas, este proceso vertical de cosificación sexual a
través de las generaciones tiene más complejidades debido a la forma en la que
las mujeres establecen vínculos emocionales con otras mujeres dentro de la
familia, tal como analizan Segura y Pierce. En su reveladora crítica de las
pioneras reflexiones feministas sobre las familias nucleares y la desigualdad de
género que hace Nancy Chodorow, Segura y Pierce explican y ejemplifican de
qué formas la presencia de múltiples mujeres en posiciones de autoridad en las
familias de origen mexicano puede dar origen a una amplia variedad de
configuraciones emocionales entre mujeres de diferentes generaciones, más allá
de la relación madre-hija de la familia nuclear. Es decir, la madre no es la única
ni la más relevante figura de autoridad o fuente de amor y apoyo emocional para
una hija. Por ejemplo, una niña puede establecer un vínculo emocional de igual
importancia con sus tías, primas mayores y abuelas. En este capítulo, y en los
dos anteriores, esto se ilustró en las narrativas de vida de las mujeres que le
confiaron sus experiencias de violencia a una tía, abuela, hermana mayor, o
prima mayor en vez de a su madre, o que recibieron más apoyo emocional y
moral por parte de estas mujeres que de sus propias madres. Así, una hija puede
no sólo percibirse como una extensión vertical de su madre; también se convierte
en una extensión de otras mujeres mayores, dentro de múltiples configuraciones
familiares a través de las generaciones y dentro de una amplia variedad de líneas
diagonales y entrecruzadas que van en direcciones multiformes.
En algunas regiones de México, como en partes de Guerrero y Chiapas, por
ejemplo, a las tías se les identifica como “mamá” y “mamita”, lo que revela la
complejidad con la que se emplean el lenguaje y los apelativos cariñosos cuando
se establecen y se reproducen estas conexiones generizadas en las familias
extensas.16
Por consiguiente, sugiero que estas complejas y múltiples conexiones entre
mujeres de distintas generaciones crean, del mismo modo, una compleja red de
relaciones de desigualdad de género en familias incestuosas. Por ejemplo, un tío
que de niño aprendió a devaluar a las mujeres en su familia inmediata (por
ejemplo, a una hermana o prima) y que de adulto posiblemente devalúa en forma
automática a las hijas de estas mujeres, puede similarmente devaluar a otras
niñas que también se han convertido en extensiones de éstas y de otras mujeres
que pertenecen a su grupo de parentesco. En otras palabras, un tío puede no sólo
devaluar a su sobrina a través del proceso lineal que expliqué anteriormente, sino
que él también puede devaluar a una red más extensa de niñas en su grupo de
parentesco: toda una generación más joven de mujeres pudiera ser cosificada en
virtud de este efecto multiplicador.
Utilizo el concepto de “genealogías familiares del incesto” para identificar el
proceso mediante el cual las familias extensas incestuosas organizan múltiples
formas de dominio sobre las niñas y las mujeres mexicanas a través de las
generaciones. Este proceso incrementa el riesgo de verse expuestas a un amplio
conjunto de expresiones de violencia sexual, tal como revelan los relatos de vida
de las mujeres que se analizan en el presente capítulo.
Como paradigma, las genealogías familiares del incesto están inspiradas y
fundamentadas en la investigación sociológica sobre las genealogías de las
familias, las revisiones feministas de la psicoterapia familiar y los estudios de
historias familiares multigeneracionales (multigenerational family histories)
mediante el uso de genogramas. La genealogía familiar puede convertirse en “un
vehículo para la imaginación sociológica que vincula la biografía personal con
contextos sociohistóricos a lo largo de las generaciones”.17 La genealogía
familiar revela las interconexiones que existen entre historias familiares,
recuerdos, narrativas y tradiciones heredadas, así como desigualdades e
injusticias sociales reproducidas dentro del grupo de parentesco y transmitidas
de generación en generación.18 Las psicoterapeutas de familia feministas que
realizan investigación sobre familias incestuosas en Estados Unidos subrayan la
importancia de entender la asimetría de poder que afecta a las hijas y las madres,
y la necesidad de equilibrar estos desbalances de poder en la vida familiar como
un objetivo del tratamiento.19
Desde esta perspectiva, las genealogías familiares del incesto son tanto
sistémicas como sistemáticas. Las genealogías familiares del incesto son
sistémicas porque afectan las vidas de niñas y mujeres a través y dentro de las
generaciones, al tiempo que se reproducen como parte de la vida familiar en las
familias inmediatas y extensas. Lo anterior está entretejido con la negligencia y
la permisividad transgeneracionales y con otros asuntos no resueltos a lo largo
de generaciones. Las genealogías familiares del incesto son sistemáticas porque
se establecen mediante patrones de repetición que ocurren en forma cíclica y que
resulta en los hábitos de misoginia de los tíos que agreden sexualmente a más de
una sobrina y a otras niñas de sus familias de manera impune. Los legados de
estas familias incestuosas son moldeados por la generación (es decir, una forma
de “incesto en serie” en el que una niña sustituye a otra cuando la última ya no
está disponible), por las circunstancias oportunistas de la vida cotidiana (por
ejemplo, la exposición de la niña al tío en interacciones familiares aparentemente
inofensivas), y por el contexto (por ejemplo, responsabilidades como cuidador
que facilitan y ocultan el abuso colectivo a más de una niña).
De este modo, estas genealogías familiares del incesto describen patrones de
parentesco y revelan el porqué: 1] un tío abusó sexualmente o violó no sólo a las
mujeres que entrevisté sino a otras niñas (y a veces a niños varones) en sus
respectivas familias inmediatas y extensas; 2] las mujeres con frecuencia eran el
blanco de la violencia sexual de más de un hombre de la familia; y 3] las mujeres
están expuestas a patrones multigeneracionales de violencia sexual en sus
familias de origen. Por lo cual, las genealogías familiares del incesto se ven
demostradas por la infinidad de historias desenmarañadas de violencia sexual
que estas mujeres me compartieron al hablar de las vidas de sus hermanas,
madres, primas y tías, entre otras mujeres que estuvieron expuestas a violencia
sexual a manos de otros hombres de sus familias inmediatas y extensas y de
generaciones anteriores y posteriores a las propias.
También sugiero que la violencia sexual que reporta una niña o una mujer
como parte de la configuración tío-sobrina es una señal de alarma, un predictor
de violencia sexual dentro de una familia. Si una sobrina está siendo acosada o
abusada sexualmente por su tío, es muy probable que otras niñas, mujeres y
niños varones hayan sido abusados por él, o por otros hombres que son
miembros de la familia inmediata o extensa.20 Tal como explico en el capítulo
siguiente, las niñas y las mujeres no son las únicas que están en riesgo en sus
familias; los hombres encajan en estas genealogías familiares del incesto de
formas características. Los hombres que entrevisté también recordaron sus
historias de vivencias personales de la niñez, cuando fueron abusados
sexualmente o violados por sus tíos. Al igual que las mujeres que entrevisté, los
tíos son los parientes que los hombres reportan con más frecuencia en este
estudio. En un patrón que se reportó con menos frecuencia pero que merece una
especial atención, la narración de Elba revela cómo y por qué una niña
preadolescente puede mostrar conductas que son potencialmente dañinas para
sus hermanos pequeños como consecuencia de lo que vivió a manos de su tío.
En síntesis, una amplia variedad de expresiones de violencia sexual contra una
niña, una adolescente o una mujer adulta en el contexto de la familia no es un
incidente aislado, sino sólo parte de una organización compleja y generalizada
de violencia sexual contra las mujeres (y a veces niños o jóvenes varones) en la
familia, un patrón generizado que se reproduce sistémica y sistemáticamente a
través de generaciones y en grupos de parentesco inmediatos y extensos,
entretejidos con legados familiares de negligencia y permisividad. Las figuras
4.1 y 4.2 ilustran estos complicados patrones familiares a través de las
generaciones. La figura 4.1 muestra los tres grupos con la mayor frecuencia
(tíos, padres biológicos y hermanos biológicos) y la figura 4.2, el genograma
familiar de Maclovia.
Y dije: No, está loco, ¿no? ¡Cómo cree que yo voy a llegar ya, este, a esto! ¿no? Al... coito, por
decir algo, ¿no? Pero le dije: “¡Sí! ¡Está bien! Sí, está bien, tío, órale” [risas]. Agarró y se fue,
se fue para atrás de la casa. Yo entré al, al comedor de, de la casa, y mi familia estaba
comiendo. O sea, mi abuelo, mi abuela, mis tíos... todos estaban ahí. Yo fui a la cocina, me
serví mi sopa, y me senté a comer. Y lo dejé esperando.
La violencia sexual que ejercieron los tíos contra las niñas fue causada, en parte,
por el sexismo internalizado de las mujeres en posiciones de autoridad en sus
familias. Este patrón es similar al ilustrado en las narrativas biográficas
incestuosas padre-hija, tal como se discutió en capítulos anteriores. Como
revelan estas narraciones sobre tíos y sobrinas, si bien algunas mujeres en
posición de autoridad en las familias inmediatas y extensas pueden ser
emocional y moralmente solidarias ante los reportes de violencia sexual de sus
hijas, otras exhiben comportamientos y actitudes opresivos para una generación
más joven de mujeres dentro de sus redes de parentesco. Esto se ve además
exacerbado por las experiencias de violencia sexual que dichas mujeres vivieron
en etapas más tempranas en su vida. Con base en lo que reportaron, cuando las
madres, tías y abuelas de algunas de estas mujeres se enteraron sobre los
incidentes de violencia sexual, ellas exhibieron una amplia variedad de
expresiones de sexismo internalizado que a veces se parecían a las actitudes que
mostraron las mismas figuras adultas frente al acoso de una niña o joven por
parte de un hermano o un primo, como se discutió en el capítulo anterior.
En esta configuración tío-sobrina estas formas de sexismo internalizado
incluyen: a la mujer adulta que es indiferente o se abstiene de intervenir; que no
le cree a la niña cuando le reporta un incidente de violencia sexual y por lo tanto
no detiene la violencia, especialmente cuando el tío goza de una buena imagen
en la familia; que castiga a la niña o la hace sentir responsable por el abuso; que
defiende o aboga por el tío que ejerció la violencia y en el proceso se convierte
en la “enemiga”; y, que es insensible o negligente con el bienestar de la niña, el
cual pasa a segundo plano frente al “buen nombre” de la familia.26
Las mujeres adultas que expresaron este sexismo internalizado, en ocasiones
tenían su propio historial de abuso sexual. Como discutimos en capítulos
previos, estos patrones también se manifiestan en las configuraciones padre-hija,
hermano-hermana y primo-prima. Dentro del laberinto de la desigualdad de
género en estas familias incestuosas algunas de las mujeres en posiciones de
autoridad habían experimentado violencia en sus propias vidas y a veces estaban
desempoderadas como figuras adultas en sus familias. A fin de cuentas, el error
de reconocimiento —misrecognition— de los guiones de género (gender scripts)
patriarcales que son opresivos para ellas y para las mujeres de todas edades en
sus familias ha facilitado la naturalización y la legitimación de su propio
desempoderamiento como mujeres adultas, un proceso cognitivo y de
socialización de género que pueden experimentar otras mujeres que viven en
sociedades patriarcales más allá de las fronteras de América Latina o las
comunidades hispanoparlantes de Estados Unidos.27 Las mujeres que entrevisté
parecían estar muy conscientes de este error de reconocimiento y durante
nuestras entrevistas se esforzaron mucho por entenderlo.28
Si una tía o una abuela fue violada y luego reproduce el sexismo internalizado,
¿es ella cómplice o responsable como adulta pero inocente como mujer? Esto
hace eco de la compleja pregunta que presenté en el capítulo 2, y también
requiere una respuesta sofisticada. En el proceso, de manera similar he decidido
que, más que tomar partido, mi objetivo como académica feminista es
precisamente exponer estas tensiones, contradicciones y paradojas en mi
esfuerzo por entender las historias de violencia sexual incestuosa narradas por
estas mujeres.
Por último, algunas mujeres me dijeron haberse sentido consternadas y
sorprendidas por las reacciones negativas de sus parientes mujeres adultas,
reacciones que en ocasiones fueron incluso más dolorosas o traumáticas que las
experiencias mismas de violencia sexual. Algunas mujeres reportaron que habían
decidido permanecer en silencio precisamente porque habían anticipado una
reacción negativa por parte de su madre. Con frecuencia, ellas tenían conciencia
de las políticas de desigualdad de género dentro de la familia en las que estaban
inmersas. Cuando alguien finalmente habló con ellas sobre el abuso, sus miedos
originales se vieron validados. El sexismo internalizado facilita, en parte, la
creación y la reproducción de las culturas de la violación en la familia. Estas
redes complejas de fuerzas generizadas y sexualizadas interactuaron para crear
estas y otras formas de violencia sexual en las familias, todas arraigadas en una
sofisticada organización social del silencio y los secretos como parte de la vida
familiar.
Finalmente, comparar el impacto psicológico de las mujeres que sufrieron
abuso a manos de un tío versus los efectos en las mujeres abusadas por un padre,
hermano o primo va más allá del alcance de este libro. Realizar una comparación
nítida puede ser difícil por varias razones: 1] algunas mujeres fueron el blanco
sexual de más de un hombre dentro de un amplio conjunto de configuraciones de
parentesco y 2] como se indicó con anterioridad, a veces la reacción de la familia
puede ser aún más traumática que la violación misma, por ejemplo. Sea cual
fuere, la vida de la mujer que es sexualmente abusada por un tío puede resultar
profundamente dañada por la experiencia.29
1 En un estudio a gran escala que recientemente llevaron a cabo Chávez Ayala et al. (2009)
sobre el abuso sexual durante la niñez y adolescencia en el estado de Morelos (n=1 730; 1 045
mujeres y 685 hombres; edades de 12 a 24 años) las mujeres identificaron la figura del “tío”
como un pariente que incurrió en el intento y la consumación de abuso sexual con más
frecuencia que los padres, los padrastros y los hermanos. De manera similar, la Secretaría de
Seguridad Pública de Sonora llevó a cabo una encuesta a gran escala con hombres y mujeres
que viven en 15 de sus municipios y que identificaron al tío como el pariente que con mayor
incidencia ejerce la violencia sexual, más que cualquier otro hombre de la familia inmediata y
extensa, incluyendo a padrastros, primos, abuelos, hermanos, hermanastros y padres
biológicos. Para consultar el Estudio sobre violación: Sonora 2008-2013, véase
<www.prominix.com>. Comentario a la versión en español: véase la sección “Las genealogías
familiares del incesto y la feminización del incesto” en la conclusión de este libro para más
información sobre este persistente patrón tío-sobrina en los resultados de la reveladora
Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) 2016.
2 Russell (1999) hace referencia a la escasez de investigación sobre esta expresión
paternos. Es decir, 7 de cada 10 mujeres que reportaron al menos a un tío indicaron que estos
hombres estaban emparentados con ellas por el lado materno de la familia. El Apéndice D
ofrece información detallada sobre estos casos tío-sobrina.
8 En un texto en edición presento un examen pormenorizado del “incesto transnacional”
10 Que las niñas o niños compren cerveza o cigarros para personas adultas de la familia
estudio con mujeres que trabajan en cantinas en Los Ángeles, California (véase Ayala, Carrier
y Magaña, 1996). “El primer encuentro sexual de Laura, a los 7 años de edad, ocurrió
involuntariamente con uno de sus primos adultos” (p. 109).
13 Especialistas en psicoterapia usan con frecuencia el concepto de “disociación” para
identificar este estado mental. La disociación ocurre cuando una persona es expuesta a un
trauma psicológico o a experiencias que provocan emociones intolerables, sentimientos
demasiado dolorosos para soportar en un estado mental “normal” o “asociado” (véanse
Herman, 1997, p. 12; 2000, p. 86).
14
Paloma no podía explicarse la repentina decisión de su padre de no obligar a la pareja a
casarse. Tal vez fue así porque el padre no estaba seguro de que el joven fuera el hombre
correcto para su hija. Además, Paloma no estaba embarazada y no tuvieron a su primer hijo
sino hasta después de años de vivir juntos. Esto sugiere un interesante patrón de paternidad y
de educación sexual de las hijas. El padre de Paloma pertenece a una nueva generación, en la
que el padre no obligaría a una hija a casarse, en particular si no está embarazada o si él duda
de que el matrimonio sea lo que más le convenga. Mi investigación con mujeres y hombres
mexicanos sugiere que esto era distinto para una generación previa de mujeres.
15 Véanse Russell, 1997, p. 147; Méndez-Negrete, 2006.
16 En una conversación personal y una correspondencia por correo electrónico con Ana
Jaimes, en mayo de 2013, aprendí que las familias que viven en algunas comunidades mestizas
e indígenas en Guerrero y Chiapas usan palabras cariñosas como 1] “mamá” para referirse a
todas las tías jóvenes, tanto maternas como paternas, 2] “mamita” para referirse a las mismas
tías cuando se vuelven mayores y 3] “mamacita” para identificar a las abuelas y tías abuelas.
En estas conversaciones cotidianas las expresiones se anteponen al nombre propio de la tía, por
ejemplo “mamita María”. Ana Jaimes trabaja como psicoterapeuta y profesora universitaria en
Monterrey y allí ha sido perito en casos judiciales de violencia sexual contra menores. Una
psicoanalista experimentada también comentó sobre las formas en las que personas adultas que
viven en algunas áreas urbanas del país usan expresiones de cariño tales como papito,
papacito, chiquita y mamacita para referirse a su pareja, y algunas madres y padres también
usan papi y papito y mami y mamita con sus hijos e hijas.
17 Hackstaff, 2010, p. 658.
Patricia Hill Collins (1998) y Karla Hackstaff (2010). Algunas clásicas revisiones feministas de
la terapia familiar incluyen contribuciones de Rachel T. Hare-Mustin, 1978; Virginia Goldner,
1985; Monica McGoldrick, Carol M. Anderson y Froma Walsh, 1991, y Carmen Knudson-
Martin, 1994. Véase Monica McGoldrick y Randy Gerson, 1985, sobre los genogramas y los
patrones familiares intergeneracionales, y Kee MacFarlane y Jill Korbin, 1983, para ejemplos
de estas dinámicas en un estudio de caso de incesto en el contexto de familias extensas. Véase
Lynette M. Renner y Kristen S. Slack, 2006, para reflexiones adicionales sobre la transmisión
intergeneracional de la violencia familiar. Véase Diana Russell (1997, p. 85) sobre tres
generaciones de abuso incestuoso en Sudáfrica.
19 Véase, por ejemplo, Mary Joe Barrett, Terry S. Trepper y Linda S. Fish, 1990. Para una
revisión feminista de los estudios familiares véanse Barrie Thorne y Marilyn Yalom, 1992, y
Greer Litton Fox y Velma McBride Murry, 2000.
20 Diana Russell encontró que “Las mujeres que habían sufrido abuso sexual a manos de un
tío tenían significativamente más probabilidad de ser víctimas de violación o intento de
violación en algún momento de su vida, más que las mujeres que nunca habían sufrido abusos
incestuosos (70% y 38%, respectivamente; significativo al nivel < 0.01)” (1999, pp. 340-341).
21 Véanse Saldaña-Tejeda, 2014, y Siller Urteaga, 2012.
22 Norandi, 2010.
25 Estas relaciones incluyeron, en el peor de los casos, 1] mujeres que habían sido violadas
por sus padres (Itzel y Miriam), 2] una mujer cuyo padre protegió a su hermano, sexualmente
abusivo, antes que creerle o actuar en defensa de su hija o de otras niñas de las que había
abusado en la familia extensa (Paloma), y 3] una mujer cuyo padre había sido emocionalmente
abusivo hacia ella (Regina). Y “en el mejor de los casos”, la relación padre-hija incluyó el caso
de una mujer que experimentó tensión y alejamiento de él y fue testigo de los rígidos guiones
de género que fomentaban la desigualdad de género en la relación matrimonial de sus
progenitores (Elba).
26 Algunos de estos hallazgos son similares a los que reportó Leslie Margolin durante su
investigación sobre el abuso sexual a manos de tíos gracias a un estudio basado en una
encuesta que se llevó a cabo en un condado del medio oeste estadunidense. Margolin encontró
que “la incapacidad de estos progenitores para atender a sus hijas e hijos puede explicarse, en
parte, por el hecho de que algunos parecían ser muy protectores de sus hermanos. Así, unos
cuantos se negaron a creer que sus hermanos fueran capaces de hacer aquello de lo que los
acusaban sus hijos e hijas” (1994, p. 221). Esto se vio reforzado por el hecho de que los
hombres gozaran de una buena reputación en sus familias.
27 Véanse Menjívar, 2011, p. 227; Bourdieu, 1996-1997, 2001.
28 Algunas mujeres estaban dispuestas a participar en una entrevista conmigo, por ejemplo,
con la esperanza de aprender formas de romper con los patrones o percepciones familiares
sobre la sexualidad que las afectaron de niñas y así proteger a sus propias hijas e hijos de un
destino similar. Al igual que otras mujeres mexicanas, ellas están expuestas a ciertas formas de
desigualdad de género que han sido reproducidas a lo largo de generaciones y en contextos
sociales más amplios, pero pueden experimentar transiciones intergeneracionales en lo que
respecta a las percepciones de la sexualidad y las relaciones de pareja. Véase Módena y
Mendoza, 2001, sobre una investigación que explora esto último con tres generaciones de
mujeres mexicanas.
29 Véase Russell para una discusión adicional sobre los patrones de violencia sexual, las
diferencias en cuanto a la edad entre las partes involucradas, y el trauma reportado, entre otros
resultados, en su análisis de las configuraciones tío-sobrina en el estudio que llevó a cabo en
California en 1978 (1999, pp. 323-342). Comparto la preocupación de Russell sobre la
investigación previa de Meiselman que “descarta el malestar y los efectos a largo plazo de este
tipo de incesto [tío-sobrina]” (p. 342).
5. LAS NARRATIVAS DE LOS HOMBRES
Un uso de las palabras como puto, joto y maricón es para disciplinar a los jóvenes
varones y que así se ajusten a los ideales culturales de la masculinidad mexicana.
Por ejemplo, un padre puede corregir a su hijo pequeño que llora diciéndole “¿Qué
no eres hombre? ¡Pareces maricón!”; o una sirvienta puede tratar de callar a un
niño de tres años diciéndole “¡Cállate, maricón!”. Durante mis años de viajes por
México he escuchado con frecuencia a niños pequeños que se fastidian entre sí con
las palabras joto y puto; y al caminar por comunidades de todas las clases sociales
no era inusual ver puto y joto garabateado en las paredes.
JOSEPH CARRIER, De los otros: Intimacy and
Homosexuality among Mexican Men (1995)
“El primo dice, ‘Ay, voy a calarme’ como se dice acá. ‘Voy a calarme a ver si
me gusta.’ Era la primera vez que el primo tenía relaciones con un hombre”, dijo
Zacarías, riéndose. Él es un joven brillante de poco más de veinte años que nació
y creció en la Ciudad de México y se autoidentifica como gay. Él estaba
reflexionando sobre las conversaciones grupales que ha tenido con sus cinco
amigos, también jóvenes gay de similar edad. Zacarías mantuvo estas
conversaciones con ellos debido a que estaba preocupado; no sabía si era “el
único raro” y sintió que necesitaba compartir con ellos sobre la experiencia que
había tenido con su primo años atrás.
Zacarías tenía doce años cuando su primo de la misma edad le dio un beso en
la boca y terminaron teniendo sexo, un acontecimiento que Zacarías identificó
como su “primera experiencia sexual”. Al hablar sobre sus propias experiencias
personales, los amigos de Zacarías no le dijeron quién había iniciado en realidad
el encuentro sexual (si había sido el amigo de Zacarías, el primo del amigo, o
cómo se habían negociado estos encuentros); los jóvenes le aseguraron que lo
que le ocurrió era “normal”. En el caso de ellos había sido un evento único bajo
la misma premisa: un joven varón que se asume a sí mismo como heterosexual
—pero todavía “no está 100 por ciento seguro”— aborda sexualmente al primo
que él cree “estar seguro” de que es gay. Zacarías explicó que para el joven que
aborda a un primo del cual se sospecha que es gay, el encuentro sexual se
convierte en “la prueba” para descubrir “qué tan machín soy”.
En México, con frecuencia he escuchado a la gente usar la palabra “machín”
como diminutivo de “macho”, y como sinónimo de valiente, fuerte o un “hombre
de verdad”, lo cual también puede tener una connotación sexual.2 “Que digo,
bueno, a mi primo no sé si fueron 4 años que le duró la prueba”, dijo Zacarías
riéndose. Ambos jóvenes tuvieron una larga relación romántica, voluntaria y en
secreto y que involucraba contacto sexual frecuente. Al reflexionar sobre estas
conversaciones con sus amigos, Zacarías utilizó la expresión “al primo me le
arrimo”, dándole un giro gay a la frase que tradicionalmente se asocia con
primos que abordan sexualmente a sus primas, tal como se ha discutido
anteriormente en este libro.
***
“Hasta después, te digo que después de que me pasaron esas cosas, yo veía
otros niños y yo quería hacerlo… quería hacerles lo mismo, y les quería decir
que me agarraran mi pene”, dijo Valentín, al explicar que “quería tratar de
abusar de niños” y obligó a niños menores y más pequeños que él a que le
tocaran los genitales. Valentín, un hombre soltero de un poco más de veinte años
de edad, que se identifica como heterosexual y que trabaja en una maquiladora
de Ciudad Juárez, no recuerda exactamente cuántas niñas y niños abordó, pero sí
tiene recuerdos de ellos, ya sea enojados o poniendo resistencia. Estos menores
estaban directamente emparentados, como primos o sobrinos, de los dos tíos
políticos que agredieron sexualmente a Valentín desde su niñez. Sus tíos y otros
hombres de la familia utilizaban bullying homofóbico para acosarlo y lo
llamaban “gay” y “maricón”, y con frecuencia lo culpaban por sus propias
acciones. Ambos tíos tenían casi veinte años y Valentín tenía siete años de edad
cuando ocurrió el primer incidente. Tal como le sucedió a Valentín, los menores
a los que él abordaba, también solían pasar tiempo con la familia extensa.
“Como un tipo de desquitarme, como que lo miro así. Siento que lo miro así”,
dijo Valentín al explicar que tenía nueve años y sentía “coraje” cuando se
comenzó a involucrar en estas prácticas. “Después”, él explicó, “a los diez años
me volvió otra vez eso, pero me volvió con mis primos, y de ahí… con mis
primas, empecé a manosearlas, a hacer todas esas cosas”. Valentín describió
estas vivencias como parte de jugar a las escondidas.
Este capítulo analiza los relatos de vida de los hombres que de manera
voluntaria aceptaron ser entrevistados para este estudio. Con frecuencia, ellos
reportaron complejos historiales de experiencias sexuales con otros hombres,
exponiendo, entre otras cosas, la alta incidencia de violencia sexual durante la
niñez de hombres que se autoidentifican como gay o bisexuales.3 Las historias
narradas por Zacarías y Valentín ejemplifican las formas sofisticadas y
matizadas, en las que los niños varones y los jóvenes experimentan dicha
violencia, y exponen los patrones cíclicos y multigeneracionales de violencia
sexual dentro de las familias inmediatas y extensas, así como las muchas formas
de coerción y abuso sexual contra niñas, niños y jóvenes. Este capítulo ofrece las
narraciones biográficas de hombres que destacan dos procesos familiares
interrelacionados: el continuum del consentimiento sexual y la coerción, y la
sexualidad con relación de parentesco (kinship sexuality).
Las narrativas personales de estos hombres sobre encuentros sexualizados
dentro de la familia exponen un continuum entre dos extremos, el consentimiento
y la coerción. Por un lado, algunos hombres recordaron encuentros sexualizados
voluntarios con parientes de edades cercanas (por ejemplo, primos) que
conllevaron seducción, juego y curiosidad mutuos. Otros reportaron experiencias
con parientes considerablemente mayores (por ejemplo, padres, tíos, hermanos
mayores, primos mayores) que ocurrieron contra su voluntad e implicaron
control, miedo y a veces violencia extrema. Sin embargo, este continuum no es
ni plano ni unidimensional. Entre ambos extremos puede existir una amplia zona
gris de expresiones matizadas de placer y peligro, seducción y miedo. Lo
anterior se volvió evidente a través de las dos dimensiones que emergieron de las
vivencias narradas por estos hombres, a saber, la interpersonal y la intrapersonal.
A nivel interpersonal, un hombre puede haber tenido ambos tipos de
experiencias en diferentes etapas de su vida, por ejemplo, haber sido violado o
abusado sexualmente de niño a manos de un hermano mayor o un tío, pero haber
participado de manera voluntaria en experiencias placenteras con un primo del
mismo sexo, próximo en edad, más tarde durante la adolescencia. Y al nivel
intrapersonal, a veces no siempre existen límites claros entre la coerción y el
deseo como parte de la misma vivencia. Según recordaron estos hombres, la
coerción a manos de un pariente varón de más edad no siempre implicó el uso de
la violencia física, sino una sutil seducción, y como niños o jóvenes adolescentes
no sintieron la necesidad de resistir y de hecho experimentaron sentimientos de
placer. Para un niño varón, este patrón se reprodujo mediante una rutina de
encuentros que fueron establecidos y repetidos mientras se encontraba inmerso
tanto en la curiosidad como en la confusión, y a través de diferentes grados, pero
siempre sutiles, de coerción y de consentimiento. En la gran mayoría de estos
casos, los hombres reportaron haber vivido dichas experiencias con parientes
varones.
Con sus raíces en los códigos de honor y de vergüenza establecidos en el
México colonial, las prescripciones generizadas de la sexualidad dentro de las
familias patriarcales puede concederles a los niños varones y a los jóvenes —
más que a las niñas y a las jóvenes— ciertas licencias para explorar tanto los
deseos carnales como su curiosidad sexual dentro de sus familias.4 Esto influye
en la forma en la que un niño varón pudiera percibir una amplia variedad de
situaciones sexualizadas con un pariente varón. Los encuentros sexualizados que
ocurren en el extremo que implica el nivel más alto de consentimiento (el cual
puede incluir algunas formas de seducción y juego mutuo entre los involucrados,
con frecuencia niños varones y jóvenes) para explorar la sexualidad y el
erotismo dentro de su grupo de parentesco expone lo que llamo “sexo con
relación de parentesco” (kinship sex). En este estudio los hombres reportaron,
con más frecuencia que las mujeres, experiencias de sexo con relación de
parentesco, lo cual involucraba encuentros con personas del mismo sexo, más
que encuentros heterosexuales. Este patrón fue particularmente evidente en el
caso de los hombres que descubrieron, mediante estas experiencias, su interés
sexual por otros varones y que más tarde en su vida se identificaron como gay.
De acuerdo a lo anterior, el continuum consentimiento-coerción fue
prácticamente inexistente para las mujeres del estudio; para ellas, el extremo de
la coerción estuvo sobrerrepresentado.5
Dos procesos interrelacionados adicionalmente moldean al continuum
consentimiento-coerción y a la sexualidad con relación de parentesco: el
acatamiento heteronormativo y el paradigma “al primo me le arrimo”. El
acatamiento heteronormativo se refiere a las creencias y prácticas de obediencia
que establecen la madre, el padre, hermanas y hermanos, y otros parientes con el
objetivo de vigilar y reproducir la heterosexualidad como la norma en las
familias y la sociedad en general. Es decir, uno o más de los familiares arriba
mencionados pueden sentirse con derecho a ejercer una intromisión emocional,
verbal y corporal contra niños varones y jóvenes que son percibidos como “poco
hombres” (es decir, afeminados) y que por lo tanto deben ser corregidos o
“arreglados”. El discurso homofóbico (es decir, ser llamado maricón, joto o
puto) se usa estratégicamente como parte de estas formas de violencia sexual que
ejercen padres, hermanos, tíos, primos u otros hombres contra niños de las
familias inmediatas y extensas. A pesar de que esto se ve magnificado en el caso
del niño con una expresión de género femenina (comúnmente conocido en
español como “afeminado”), el discurso homofóbico es utilizado decisivamente
para ejercer poder y control sobre cualquier niño o joven, sin importar su
expresión de género o su identidad sexual, tal como lo ilustra la narración de lo
vivido por Valentín.
Tal como revela el caso de Zacarías, “al primo me le arrimo” se refiere a las
formas en las que los jóvenes varones de los que se sospecha son gay, pueden
convertirse en blanco sexual de otros primos cercanos en edad. Estos jóvenes
que tal vez no están seguros de su orientación sexual les abordarían sexualmente
para “probar” su sexualidad y demostrarse a sí mismos que no son gay y asumir
con confianza la norma sexual de la heteromasculinidad. “Al primo me le
arrimo” es una noción compleja y fluida, y puede además incluir las experiencias
de hombres cuyos primeros encuentros sexuales o aventuras eróticas son con sus
primos. Estas experiencias no necesariamente son coercitivas o dolorosas. De
hecho, pueden ser voluntarias y placenteras, conforme los jóvenes crean sus
propias culturas sexuales que mantienen en secreto, y que a fin de cuentas
contribuyen de maneras positivas a su socialización sexual como hombres gay
dentro de la familia.
Finalmente, las experiencias de vida narradas por los hombres expanden el
continuum de violencia sexual que se discutió previamente en los capítulos sobre
hermanas y primas.6 Los hombres revelan sus propias experiencias de coerción
sexual, y también cierran el círculo para confirmar lo que reportaron las mujeres:
un hombre puede ser sujeto sexual, puede también ser un objeto sexual, y a
veces puede ser ambos. Además, las narraciones de los hombres exponen la
compleja naturaleza multigeneracional de las genealogías familiares del incesto
y de un continuum de violencia sexual en la familia. Todo lo anterior afecta de
manera selectiva tanto a niñas como a mujeres, y niños y jóvenes, marginando y
colocando en situaciones de riesgo a quienes viven la desigualdad de género y
sexual como parte de la vida familiar en la sociedad mexicana.
Este capítulo incluye narrativas articuladas por nueve hombres que vivieron
estas complejas experiencias como niños o jóvenes a lo largo del continuum
consentimiento-coerción en las relaciones de parentesco que incluyen padre-hijo,
hermanos, primos y tío-sobrino.7 Presento las narrativas de los hombres en tres
secciones: 1] hombres que recuerdan patrones distintos y contrastantes, desde
sexo con relación de parentesco hasta el sexo coercitivo, así como incidentes que
desdibujan los límites entre ambos; 2] hombres que sólo reportaron eventos que
ocurrieron contra su voluntad durante la niñez, situaciones que conllevaron
distintas formas de manipulación emocional, juego rudo y (o) fuerza física a
manos de primos y tíos preadolescentes y adolescentes; y 3] hombres que
describieron los eventos más violentos sexualmente, con la figura del padre en el
centro de las narraciones de sus recuerdos biográficos.
Tal como ocurrió con las narrativas presentadas en el capítulo anterior, los
relatos de los hombres son, a veces, más fluidos y complejos de lo que sugieren
los patrones que se describieron anteriormente. Por ejemplo, un hombre pudiera
haber sufrido abuso a manos tanto de su padre como de su tío. Elegí una
categoría para cada historia narrada cuando el hombre que la recordó ante mi
presencia la describió como la que más se había prolongado en su vida, aunque
no necesariamente fuese la que tuvo las consecuencias más negativas. La última
sección del capítulo ofrece un análisis de estos textos biográficos de vivencias
incestuosas.
Matías
Y este tío siempre me llamaba mucho la atención cuando me daba el beso en la boca… El
bigotote y el olor a esa loción y a cigarro… y siempre me encantó ese tío. Esa Navidad, salgo
al portón, lleno de regalos para su familia y estando en el portón, me agarra y me da un beso, y
fue totalmente, fue un descubrimiento así de ¡Wow!, me despegué del piso, me fui a otro nivel.
Ya dejé de ser yo y ahí así empezó.
Así recuerda Matías un momento que le cambió la vida y que ocurrió cuando
tenía ocho o nueve años de edad. Su tío era el esposo de la hermana del padre de
Matías, quien entonces tenía unos cuarenta y cinco años y era un profesionista
culto y con altos ingresos. Su tío era “muy, muy, muy inteligente para ganarse a
la familia”, incluso a la madre de Matías, que solía ser desconfiada y muy
protectora de sus hijos. “Él te capacitaba para que no te detectaran en la casa. Él
me capacitó mucho en eso. De que ‘tu mamá, que no vea esto, tu mamá que no
vea lo otro’. Pero ese día, después de ese beso, yo me quedé temblando.
Temblando, temblando, temblando. Totalmente. Pero antes de tener una relación
sexual yo con él, fue mucho él, la introducción de él de que ‘tu papá no vaya a
ver esto, y si tu papá te pregunta esto, tú dile que aquí esta cosa’”. Después de
ese beso, que Matías aún recuerda vivamente, se encontró a sí mismo siendo
seducido sexual y románticamente por su tío, en forma individual o como parte
de un triángulo que involucraba a otro primo, un niño cercano a él en edad.
Matías es actualmente un hombre con formación universitaria, con un poco
más de cuarenta años de edad que nació y creció en una familia urbana de clase
media alta. Él comentó que su tío podría haber escrito el Manual total del
pedófilo.
¡Uy!, muy, muy, muy, muy hábil. Extremadamente hábil. Tan hábil que nos entrenaba a cómo
ser sexuales: cómo ser complacientes sexualmente, qué es lo que teníamos que hacer para ser
más complacientes, cómo hacer sexo oral a pene y a ano, cómo acariciar, cómo jugar con las
tetillas. Todos los puntos del cuerpo, él me las empieza a mostrar, qué es lo más excitante,
cómo puedes llegar a crear una situación, hasta qué punto puedes manejar la situación de la
persona. O sea, toda la información, información en vivo, porque llegábamos a, me llevó hasta
a baños de vapor para que yo conociera cómo poder provocar la sexualidad en alguien. Pero sin
que nadie me tocara, porque nada más era de él. A él le excitaba mucho eso, que otros posibles
pedófilos estuvieran vueltos locos, para siempre terminar yo con él. Entonces era un juego muy
extraño. Que gracias a Dios se paró, porque si a ese niño, lo hubiera seguido entrenando él…
Él me enseñó cómo llegar a un cine y provocar una reacción sexual en un adulto, cómo
terminar una relación sexual. Me hizo muy complaciente. Él me enseñó todos los trucos
habidos y por haber para ser complaciente sexualmente.
Yo creo que eran más de diez hombres, eran muchos más. Por las pláticas que tenían con él
[tío], eran muchos más. Y muchos de estos hombres eran de nivel clase media alta, alta, pero
entre ellos metían traileros y metían cosas así, que eran los que les llevaban los niños, que eran
los que les hacían los conductos de los niños. Y cada uno de estos hombres tenía sus niños
específicos, y entre ellos estaba yo. Los niños guardados, protegidos que eran los compartidos
entre ellos.
Cuando Matías se dio cuenta de que su tío iba a dejar que sus amigos lo
“tomaran prestado” para que tuviera sexo con los hombres adultos de este grupo,
él se resistió. En retrospectiva, Matías se dio cuenta de que el juego de poder y
control entre él y su tío se había debilitado y finalmente roto. “Y yo no lo
permití, me dio pánico, me excitaba mucho pero me dio mucho miedo. O sea,
ahí no había llegado su control a tanto”, dijo Matías. Al parecer en estas redes de
hombres adultos no había pornografía infantil de por medio. “Afortunadamente
no había ni cámaras digitales, ni nada de eso”, dijo.8
Cuando Matías tenía dieciocho o diecinueve años finalmente le contó a su
mamá y su papá lo que había pasado con su tío. Su madre fue muy empática.
“Ella quiso saber todo, yo le dije todo”, dijo. Cuando su madre y su padre
supieron todo esto, su relación con ellos se volvió más cercana, más amorosa y
protectora. “Bueno, mi tío nunca más volvió a pisar la casa”, dijo. “Jamás en la
vida ha vuelto a pisar la casa de nosotros. Nunca.”
Matías se sintió profundamente amado y apoyado por sus progenitores, pero
lo conmocionó demasiado la respuesta de su familia extensa en relación a lo que
había reportado sobre su tío. “Los hijos, la esposa, los sobrinos abusados,
todos… hacen un escuadrón alrededor de él, todo mundo. Todo mundo supo,
todo mundo conoció la historia y me ven como el niño que fue a violar al pobre
tío. ¡Pobrecito del tío! O sea, ése es el coraje que traigo yo, pero muy
sorprendente.” Matías buscó activamente a los adultos, adolescentes y niños de
su familia extensa para advertirles sobre su tío. Recordó:
Cuando yo salía de la ciudad y luego preguntaba “¿En dónde está X primo?” —“Anda en el
rancho con el tío”. ¡Hijo de su madre! Se me revolvía la panza porque yo sabía lo que andaban
haciendo. Y agarré a los primos chiquitos y les decía, en especial a uno, agarré a uno. Le dije
“¿Qué está pasando? ¿Qué onda con el tío? ¿Qué onda con esto?” Lo traté de ayudar mucho, lo
traté de abrir mucho y lo único que me encontré fue el monstruito que fui yo. Un niño que me
quería seducir.
Matías lo rechazó; tenía unos veinte años por entonces, y su primo, de catorce,
era el “sobrino favorito” de su tío.
Frustrado y acongojado, Matías también buscó asesoría legal para saber si
podía denunciar a su tío, pero no encontró ningún apoyo profesional y se rindió.
Entretanto, dijo, “Y toda la familia toma partido. O sea, el abusado es él, porque
yo lo seguía acosando. El niño que buscó venganza es el demonio. El otro,
pobrecito, lo estoy acusando de algo, o sea, se invierten los papeles.” Desde
entonces, su numerosa familia extensa, que sabe todo lo que sucedió, ha tratado
a su tío “como si no hubiera pasado nada”. Matías afirmó, “Y son la clásica
familia, clase media alta, que todo lo resuelve con un sacerdote. O sea, todas
estas pláticas terminaban en pláticas de sacerdotes y de aceptación y de apoyo al
espíritu.” Desconfiado del catolicismo, se ha mantenido alejado de la Iglesia
durante casi toda su vida; ahora, como adulto, ha explorado activamente la
espiritualidad en otra congregación cristiana.
Matías trató de calcular —de los que él conocía— cuántos sobrinos, hijos y
nietos de su tío habían estado similarmente expuestos a lo que él había vivido.
“Yo he sacado cuenta que de los conocidos, fácil unos treinta”, dijo. También ha
escuchado al menos dos casos de primos mayores que han acosado sexualmente
o violado a primas. “Y de hecho, ya de adulto, yo tuve relaciones sexuales con el
hijo [del tío]. Fue así como me desquité”, dijo. Matías no se enorgulleció al
respecto. Los primos con los que tuvo relaciones sexuales eran más o menos de
su misma edad y no “los obligó”, pero ahora sabe que fue un “abusador
emocional”.
Por ejemplo, él aclaró, “Nunca me consideré violado porque nunca hubo ni a
fuerzas, ni amenazado, ni, en absoluto. Pero, sí me violaron como niño. En mi
mentalidad, en mi forma de ser, el desarrollo, en todo eso, fue una violación muy
invasiva, muy dolorosa, muy penetrarte, muy sacante y muy castrante.” Esto fue
lo que Matías le dijo a un psicoterapeuta al tratar de explicar que no había sido
“sexualmente violado” sino “emocionalmente violado” por su tío. “Gracias a
Dios que no soy pedófilo ni nunca me ha llamado la atención. Entonces sí rompí
con el esquema de el abusado abusa. ¡Gracias a Dios!”
“Sin ese beso, no hubiera pasado”, destacó Matías cuando estábamos
poniendo fin a nuestra entrevista. También quería asegurarse de que yo
entendiera que “La primera relación sexual que yo tuve con ese tío, él no me fue
a buscar. Yo lo fui a buscar, yo fui”. Cuando le pedí que ahondara al respecto,
me explicó que en aquel entonces ya había tenido un contacto sexualizado con
un hombre adolescente. “Quiero más”, se dijo a sí mismo por entonces. “No fue
curiosidad”, me aclaró. Antes de ese beso con su tío, que le cambió la vida, él ya
había experimentado sentimientos románticos hacia un hombre que identificó
como un amigo de la familia, un hombre que estaba a finales de la adolescencia
cuando Matías tenía siete u ocho años de edad. Él explicó que estaba
enamoradísimo de él y que tuvo intercambios sexuales que disfrutó y que nunca
sintió que fueran resultado de una manipulación o una imposición. Matías se
encontró con él décadas después y se hicieron buenos amigos. Este amigo, que
ahora está casado con una mujer y tiene hijos, se sintió profundamente culpable
cuando Matías le dijo que era gay. Matías también explicó que con el paso del
tiempo se enteró de que su tío era gay y que su esposa de muchos años era
lesbiana. Nunca lo dijeron abiertamente, comentó. “Pero decidieron seguir con el
juego y casarse.”
Desde la edad de dieciocho años, cuando Matías le dijo a su familia que era
gay, su madre, su padre, hermanas y hermanos lo han amado y apoyado
incondicionalmente. Matías ha sido activista por más de veinte años, y ha
trabajado en pro de los derechos de las comunidades LGBTI+ y en programas de
prevención de abuso de drogas. Actualmente vive y trabaja en Monterrey, donde
compartió conmigo su narración de lo vivido.
Uriel
Cuando Uriel era niño, su medio hermano lo violaba cada vez que alguna visita
se quedaba a pasar la noche con su familia. Su madre y su padre no tenían ni
idea de lo que estaba pasando.
Uriel, un joven ingenioso y simpático de unos veinticinco años de edad, creció
en una familia de clase alta del norte de México. Su familia tenía lazos afectivos
cercanos con parientes de la familia extensa. La casa de la familia, grande y
elegante, tenía espacio para casi veinte camas, y por una buena razón: “Es muy
grande la familia, pues en cuestión de hijos, es bien grande. Pues entonces ahora
imagínate, más las hermanas [tías], más los cuñados, más los hermanos [tíos],
más los ahijados, más los primos lejanos… Entonces éramos un buen”.
Así que cuando un pariente visitaba la ciudad y se quedaba a pasar la noche,
Uriel tenía que renunciar a su dormitorio e ir a dormir con el joven adolescente
al que identificó como su hermano, aunque su madre lo tuvo con un hombre que
no es el padre de Uriel. Dijo que “ni lo quería ni lo odiaba” y que sólo sentía un
“mínimo cariño” por él. “Dale tu recámara, dale tu cuarto y tú vete [a dormir]
con tu hermano”, le solían decir su madre y su padre. “Y entonces ahí era el
¡chíngale! El abuso”, exclamó.
Uriel recordó lo que su hermano le obligó a hacer cuando tenía entre cuatro y
seis años de edad: practicarle sexo oral, tragar su semen y masturbarlo. El
hermano adolescente también practicó sexo anal con Uriel, que incluyó
penetrarlo con una zanahoria. Uriel describió estas experiencias como dolorosas,
nunca placenteras. Su hermano tenía unos catorce años de edad cuando ocurrió
el primer incidente, y Uriel pronto desarrolló un miedo incontrolable hacia él. El
hermano incrementó sus amenazas, su control emocional, el chantaje y la fuerza
física que le dejaba sangrados, moretones y heridas, pero Uriel mentía cuando su
madre inquiría al respecto.
Un viaje familiar que emprendieron poco después le trajo un breve respiro a
Uriel. “Y recuerdo que en ese tiempo, mi papá estaba trabajando para el
gobierno y estaba en otra instancia en el gobierno, fuera del país”, dijo. “Y lo
fuimos a visitar mi mamá, mi hermana y yo, estuvimos no sé cuantos días, a mí
se me hizo mucho, que me tuvieron que meter a un colegio allí.” Uriel tenía
cinco años cuando regresó a México, y no quería irse a casa porque tenía miedo.
“Sentí miedo hasta los seis años porque todavía siguió el abuso”, comentó. “Y
yo tenía pánico estar con él, pánico de quedarme solo en la casa y pánico…
Cuando regresamos del extranjero tenía un pánico enorme.”
Uriel dijo que su hermano no sólo abusó de él cuando había invitados;
comenzó a hacerlo durante el día cuando no había nadie en casa. Uriel empezó a
buscar excusas para estar fuera de casa y evitar quedarse solo con él. Sufría de
eneuresis (incontinencia); este problema desapareció cuando su hermano se fue
de la casa, pero sus síntomas reaparecieron después, en particular cuando su
hermano visitaba a la familia.
El abuso finalmente terminó cuando su hermano se fue de casa para estudiar
fuera de la ciudad; la relación de “indiferencia mutua” solamente se volvió más
lejana y dolorosa. Años después su hermano sobrevivió a un accidente casi
mortal, y pasó mucho tiempo en estado de coma. Cuando volvió a casa estaba
discapacitado y necesitaba ayuda. Para Uriel los papeles finalmente se habían
invertido. “Soy muy amable, muy dócil pero en cuestión de revancha, soy
venenoso”, dijo. Para ese entonces, Uriel era ya un joven adolescente más
grande y más fuerte, y se enzarzaba con su hermano en violentas peleas de
puños. “Y a mí me valió y lo golpeé y pues como no podía defenderse por su
discapacidad, pues gané.”
Cuando tenía un poco más de veinte años, Uriel finalmente le confió a su
mejor amigo su historia de lo acontecido con su hermano; su amigo después le
dijo todo a la madre de Uriel. “Y fue la revolución”, dijo Uriel al narrar la
rebelión familiar que se organizó cuando su madre confrontó a su hermano
frente a él, tres años antes de nuestra entrevista. Ésa fue la primera y la última
vez que se discutió el tema en familia. Su madre asistió a psicoterapia individual
tiempo después. Su padre nunca se enteró del abuso.
“Entonces cuando mi papá me dijo a mí ‘no eres el primero ni el último’, le
dije, ¡Ay! ¿A poco hay más [hombres gay]?”, dijo Uriel con una gran carcajada
al compartir las conversaciones que tuvo con su madre, su padre, hermanas y
hermanos cuando salió del clóset,9 unos meses antes de cumplir los trece años.
Entre sus progenitores y Uriel comenzó a haber tensiones, rechazos, argumentos
interminables y falta de comunicación. Con el paso del tiempo su madre y su
padre lo aceptaron, y sus hermanos y hermanas adultos también le ofrecieron su
apoyo. Como expresión de amor y preocupación, cuando Uriel era adolescente,
uno de sus hermanos o hermanas lo acompañaba a sus primeras citas románticas
con personas del mismo sexo. Por otro lado, el hermano que violó a Uriel usaba
bullying homofóbico para acosarlo verbalmente.
Uriel recordó que desde muy pequeño había tenido sentimientos especiales
hacia los hombres, emociones de ternura que no sabía identificar. Él
experimentó estos sentimientos aun antes del primer incidente con su hermano.
Ser un niño con una expresión de género femenina había sido, sin duda, la razón
por la que su hermano lo violara. Uriel nunca lo confrontó al respecto, pero se
convirtió en un niño asertivo y con cero tolerancia cuando sus compañeros lo
sometían a alguna expresión de bullying homofóbico en la escuela. “Yo ya tenía
una preparación de libros en la biblioteca, y una vez preparé como un discurso y
fui y se lo dije a la directora.” Tenía diez años en aquel entonces. “Y le dije que
yo quería que me respetaran”, comentó.
Uriel, un líder popular y un activista en ciernes, nutrió su curiosidad
intelectual leyendo libros en la biblioteca; en ellos aprendió sobre temas que
identificó como “homosexualidad, lesbianismo, hermafroditas y bisexualidad”,
lo que le ayudó eventualmente a salir del clóset ante su familia.
Uriel tuvo su primera experiencia sexual voluntaria y aventura erótica con un
primo, la cual fue placentera. Él tenía unos doce años y su primo —hijo del
hermano de su padre—, quince. La primera vez ocurrió como un “juego” cuando
ambos estaban montando a caballo y tenían que atender un incidente con uno de
los caballos en el rancho de la familia. “Pues como fue con mutuo acuerdo y no
hubo sentimientos, no hubo modo de lastimar a nadie. Y a él le gustaba, a mí me
gustaba y no había compromiso.”
“¿Alguien de la familia se enteró al respecto?”, pregunté. “¡Sí, otro primo y lo
incluimos!”, respondió Uriel, riéndose a carcajadas. Los tres primos
establecieron un trío que pronto evolucionó: “Sí. Y luego el primer primo invitó
a un amigo y como me gustó el amigo, yo me quedé con el amigo y mi otro
primo se quedó con el primo”. Aparentemente, nadie en la familia sospechaba de
estos encuentros. El primo con el que tuvo sexo en el rancho mantenía una
relación con una novia, al tiempo que tenía relaciones sexuales frecuentes con
Uriel. “Inclusive, el primer primo se acaba de casar”, dijo. “Y como si nada,
súper nos llevamos.”
Uriel recordó los encuentros sexuales que activamente buscó con otro primo,
también paterno, cuando tenía dieciocho o diecinueve años de edad. Tal vez la
seducción mutua comenzó años antes, cuando ambos estaban acostados en la
cama viendo televisión y su primo puso su cabeza sobre el regazo de Uriel pero
terminó tomándolo de las nalgas.
Uriel dijo que no se había enamorado de ninguno de sus primos, pero sentía
un cariño muy selectivo por ellos, más que por los primos con los que no había
tenido contacto sexual. Tuvo varias experiencias sexuales con primos de edades
cercanas. “Tengo primos por parte de mi papá, he tenido sexo con ellos pero sé
que no son gay, que son simplemente hombres que les gusta tener sexo con
hombres, porque pues están casados.” No sabe de ningún primo que se haya
casado con una prima en su gran familia extensa. Sin embargo, ha escuchado
historias sobre su abuelo materno, ya fallecido, quien volvió a casarse como
hombre mayor con una sobrina, con el propósito exclusivo de que cuidara de él.
Uriel no sabe si su medio hermano violó a alguien más en su familia y, fuera
de su propia experiencia, no se ha enterado de otros casos de niñas, niños o de
mujeres que hayan sido abusados sexualmente por un pariente en su familia
inmediata o extensa. Dijo, sin embargo, que ha escuchado una historia, que rara
vez se discute en la familia, sobre el hermano que violó a Uriel: su abuela
paterna lo encontró borracho, desnudo y con dolor cerca de su casa tras ser
violado tumultuariamente cuando tenía once años de edad.
Sobre su familia extensa, Uriel dijo que uno de sus tíos —un sacerdote
católico muy apreciado— tuvo una vez un accidente automovilístico. Al revisar
el automóvil la policía encontró pornografía, juguetes sexuales, videos y fotos de
sexo explícito de menores de edad. “Entonces él compró el periódico, él compró
todo porque es un sacerdote muy respetado, compró todo y se quedó como
sacerdote, no le hicieron nada”, dijo Uriel. El sacerdote continuó trabajando en
su congregación y jamás fue denunciado.
La casa grande, el rancho de la familia, costosas escuelas privadas, fiestas de
cumpleaños elegantes, ropa y viajes, mención de políticos influyentes durante las
conversaciones familiares, sirvientes leales, comidas y postres gourmet con sólo
tronar los dedos… todo esto hizo que Uriel cobrara conciencia de los privilegios
sociales y económicos de su familia de clase alta entre los cuatro y los seis años
de edad, las mismas edades cuando él fuera abusado.
El padre de Uriel era un empresario y ranchero que también estaba
involucrado en la política. Su madre era una empresaria dinámica, con una rutina
diaria muy estresante que giraba en torno a las operaciones comerciales
familiares y a eventos de caridad. Uriel describió la relación con su padre como
magnífica; tenían una relación emocional comprensiva y amorosa, aunque su
padre no fuera externamente expresivo. También amaba profundamente a su
madre, pero la relación con ella no siempre fue cercana o fácil. Uriel recordó que
su padre abusaba emocionalmente de su madre, un patrón que desapareció el día
que ella recibió una cuantiosa herencia. Sus progenitores dependían de una tía y
de una nana para cuidar a Uriel cuando era niño. Dijo, sobre su nana de muchos
años, “Ella me quiere mucho, no quisiera que le agarrara coraje a mi hermano.
Yo no le platiqué muchas cosas”.
Uriel nunca ha ido a terapia, pero dijo que su renovada fe cristiana le ha
ayudado a sanar las heridas del pasado a la vez que se ha alejado de la fe católica
y musulmana, religiones a las que estuvo expuesto en su familia. Nieto de un ex
senador, Uriel se graduó de la universidad en la Ciudad de México y vivía en
Monterrey cuando tuvo lugar nuestra entrevista.
Pablo
Bueno, este tío se casó. Y, pero me metía en la cama de su esposa a tener relaciones con él. Y,
pues sí, yo pienso que yo tendría 24 años. Sí, entonces hasta le platicaba, por ejemplo, me
preguntaba cosas y yo le platicaba de que había conocido a un muchacho y que sí habíamos
tenido sexo. Y me decía [con voz animada] “¿Y te gusta y todo?” Bueno, ahorita estoy
entendiendo que a él le excitaba que yo le platicara y ya luego me lo hacía.
Así recuerda Pablo uno de sus últimos encuentros sexuales con uno de los
hermanos de su madre, que es siete u ocho años mayor que él.
Un hombre tímido de un poco más de cincuenta años de edad, Pablo es la
persona de mayor edad que entrevisté para este estudio. También fue el que
reportó los encuentros sexualizados dentro de la familia más prolongados a
través del tiempo, desde la primera infancia hasta la vida adulta, y a quien más
trabajo le costó determinar si dichas experiencias fueron coercitivas o no.
“Pues con mi tío no sé si era voluntario. Y no sé a qué edad habrá empezado”,
dijo Pablo, tratando de recordar cuál fue la primera vez que su tío lo abordó
sexualmente. Cree que tenía unos siete años de edad cuando eso sucedió, aunque
teme que pudiera haber sido antes, a los tres o cuatro años.
Sin embargo, Pablo recuerda con claridad lo que su tío solía hacerle al
comienzo: “Pues yo creo que de chico, no me penetraba. Yo creo que eso ya fue
más grande. De chico nada más me hacía que le hiciera sexo oral y que me
dejara tocar”, dijo. “Sucedía cuando no había nadie o en las noches, sí… y pues
por lo menos era una [vez] por semana.” Un hermano mayor y otro tío materno
expusieron a Pablo desde su niñez a experiencias sexualizadas similares, aunque
menos frecuentes.
Pablo nació en un pueblo pequeño cerca de la Ciudad de México y se mudó a
la gran ciudad con su madre y sus hermanos cuando era pequeño. Un día, a
principios de la década de 1960, el padre de Pablo salió de su casa y nunca
volvió. La madre de Pablo, de unos veinticinco años por entonces, buscó el
apoyo de su familia. Pronto toda la familia se mudó a casa de la abuela materna,
quien los acogió amorosa e incondicionalmente. “Pues ella fue muy buena
madre”, dijo Pablo. “Muy… pues se puso a trabajar para darnos estudio, que no
nos faltara nada, aunque por otro lado nos dejaba solos.” Diez parientes
consanguíneos terminaron viviendo en casa de su abuela, incluyendo a su
hermano y a los dos tíos que abusaron de él.
Pablo reportó que las frecuentes experiencias con su tío, originalmente
exclusivas entre ellos dos, pasaron a incluir a uno de sus primos maternos. “Pues
nos hacía que nos desnudáramos, que nos acariciáramos. Y que tuviéramos sexo
oral, yo con mi primo y mi primo conmigo. Y ya después participaba mi tío.” Su
primo es dos años menor que Pablo. “A lo mejor tendríamos… yo trece años, él
once. O él trece y yo quince.” Las relaciones sexuales entre primos y tío
ocurrieron muchas veces, a lo largo de un periodo de cuatro años. El primo de
Pablo le contó que su tío lo violaba cuando visitaba a su madre y su pareja, y que
se enfurecía con su padrastro por permitirle a su tío compartir la cama cuando se
quedaba a pasar la noche.
Pablo tenía diez o doce años cuando uno de sus hermanos, cuatro o cinco años
mayor, lo agredió sexualmente y lo violó. Pablo siempre mantuvo silencio con
su hermano en relación a esta experiencia, con excepción de una conversación.
Él explicó, “Bueno, hasta que me dijo mi hermano que por qué me dejaba que
mi otro tío me hiciera cosas. Nada más, pero yo no dije nada. Pero yo sí pensé
‘pues si tú me lo hiciste’. Yo sí pensé, recuerdo que sí pensé, bueno, no sé por
qué se espanta si él me lo hizo [también].” Estos eventos ocurrieron en diferentes
ocasiones, pero con menos frecuencia que con su tío, dijo Pablo. Los hermanos
solían dormir en la misma cama.
Pablo también recordó incidentes con un tío más joven, otro de los hermanos
de su madre, cuatro o cinco años mayor que él. Pablo asistía a la primaria en ese
entonces. “Inclusive mi otro tío, yo recuerdo que llegaba yo de la escuela y me
estaba cambiando de ropa, o sea, me quitaba el uniforme. Y él llegó cuando yo
estaba en calzones y como jugando me agarró y se… me acostó y me metió la
mano y me agarró y pues me daba risa, me daba risa. Hasta que hubo una
oportunidad de que nos acostamos juntos y me dijo ‘voltéate’ o me hizo que le
hiciera sexo oral, y ya luego ‘voltéate’ y ya.” El hermano de Pablo y sus dos tíos
se comportaban “como si no hubiera pasado nada” tras abordarlo sexualmente;
ellos exhibían el mismo comportamiento en otras interacciones de la vida
cotidiana.
En retrospectiva, Pablo dijo que había tenido “sensaciones de placer” con su
hermano y su tío más joven, lo cual volvió la experiencia “menos abusiva”. Él
experimentaba una excitación física parecida con su tío mayor también, pero él
parecía ser más manipulador y controlador, dijo. Era “más abusivo” que los otros
dos. Pablo comenzó a albergar sentimientos de desconfianza y lejanía emocional
hacia los tres hombres; sus experiencias individuales con cada uno de ellos se
perdieron en el silencio. Los tres parientes de Pablo terminaron por casarse con
mujeres y tuvieron hijos.
Cerca del fin de nuestra entrevista, Pablo admitió algo que lo hizo temblar y
llorar. “Pero hay otra situación que no he dicho”, dijo. “Yo abusé de un niño. Yo
abusé de un niño.” El niño era hijo de una amiga cercana de su madre, quien era
también madre soltera, y que encontraba apoyo emocional y cercanía en ella.
Ambas solían llevar a sus hijos a pasear y a jugar juntos al aire libre. “Como si
fuéramos, tal vez muy allegados, como parientes, tal vez”, dijo Pablo. “Y
recuerdo que la pasábamos bien. Entonces, pues no sé cómo le pude haber hecho
eso a este niño.” Para este momento de la entrevista Pablo había comenzado a
llorar. Recordó:
Yo creo que yo tenía trece o catorce, y él tenía siete u ocho, tal vez. Y este niño me buscaba
mucho. Y entonces, en una ocasión mi tío me dejó una revista [pornográfica], y yo le hablé y
se la enseñé. Y pues yo creo que así hacía mi tío, “a ver, enséñame, deja tocarte” y yo le hice
así a este niño. Y yo lo penetré. Yo lo penetré y eso me, sí, pues yo siempre… pero recuerdo
mucho a este niño, qué daño le pude haber causado.
Pablo explicó que “estaba acostumbrado a que pasaba eso” en aquel entonces,
y no pensó que fuera a pasar nada. Pero comenzó a preocuparse cuando el niño
le dijo —ese mismo día o el siguiente, no recordó bien— que estaba sangrando.
Pablo temía que la mamá del niño se quejara con la suya al respecto. “Pero no
pasó así”, dijo. “O sea, este niño, como yo, también se calló.”
Mientras recordaba sus experiencias con este niño Pablo exclamó “¡Ahh! El
tío de ese niño quiso abusar de mí. Igual, ya era mayor, bueno, no mucho, tal vez
cuatro o cinco años más grande que yo… yo tenía catorce o quince”. Pablo
explicó el porqué esto no fue consumado: “Cuando me iba a penetrar, yo
recuerdo que ya no me dejé porque me quedé pensando ¿no? Pues ¿cómo? Él les
va a decir a todos. Y entonces me subí el pantalón y me salí corriendo.”
Para ese entonces, Pablo ya había experimentado muchas situaciones similares
con sus dos tíos y su hermano. Él no tenía miedo de que otros se enteraran al
respecto o de las posibles consecuencias negativas. Sin embargo, dijo que
siempre se sintió “muy confundido” por estos intercambios.
“¿Qué era lo que te causaba la confusión?”, pregunté.
“Pues la situación de que somos del mismo sexo, a pesar de que yo sé que soy
gay.”
Seguí preguntando, “¿Más que el que fueran parientes?”.
“Pues sí”, dijo. “Yo después hasta llegué a pensar así, pues es que es normal.
Hasta, a lo mejor, me sentía afortunado de tener a un tío así.”
Pablo se rio cuando dijo que él no pensaba haberse sentido “afortunado” por
haber tenido experiencias sexualizadas con su hermano y sus tíos. Pero empezó a
percibir que sus actividades eran “pecaminosas” y a tener miedo de dos maneras.
“Tenía miedo al castigo de Dios”, dijo, “y temor a saber que le gustaban los
hombres, a aceptarse a sí mismo [como gay]”. Pablo fue criado como católico y
dejó la iglesia durante la adolescencia, sintiéndose conflictuado por muchos
temas, incluyendo sus enseñanzas sobre sexualidad, los dobles estándares de
moralidad y el abuso sexual por parte de sacerdotes. Algo que ocurrió cuando
tenía unos veinte años hizo que sintiera validada su decisión: un hombre que
activamente sedujo a Pablo en la calle resultó ser un sacerdote católico que
estuvo a cargo de una misa en honor a una celebración de una quinceañera a la
que asistió meses más tarde.
“Pero es que no me explico cómo me dejé hacer todo eso por él”, dijo,
llorando, al referirse a su tío mayor. “Porque, de hecho, pues no sé si de niño se
me notaba algo, que era afeminado o no sé. Porque pues es que no sé como se
dio, no sé”, comentó. “Pues yo pienso que me acostumbré. Me acostumbré y
entonces ya, entonces yo ya no veía si era abuso o no, hasta ya últimamente.
Pues porque como me enseñaba revistas [pornográficas], y yo pienso que sí me
decía que era bonito cuando era niño, entonces me acostumbré así.”
Pablo no pensaba que podría ser capaz de perdonar a su tío por lo que le hizo,
quien nunca empleó la violencia física o verbal para abordarlo sexualmente, y
Pablo se sentía “querido y aceptado por él”, pero nunca desarrolló sentimientos
de respeto o de afecto por su tío. “Porque ok, sí, yo soy gay, pero pues yo debí
de haber vivido mi infancia con inocencia ¿no?”, dijo. “Me robó la inocencia y
es difícil.”
Pablo dijo que él había comenzado “voluntariamente” a abordar sexualmente
a su tío mayor cuando tenía trece o quince años. En general, sin embargo, Pablo
dijo “Bueno, pues, yo pienso que pues siempre fue abusivo. Aunque yo ya
tuviera veinticuatro años, iba y se metía a mi cama ¿no? Yo pienso que siempre
fue abusivo”, especialmente cuando el tío lo agredía sexualmente mientras
dormía, tanto de niño como cuando tenía un poco más de veinte años de edad.10
Para la edad de veinticuatro años, Pablo tenía una relación romántica y sexual
estable con un joven varón cercano en edad. Un día Pablo se dio cuenta de que él
nunca había sentido ninguna atracción especial hacia su tío, y lo dejó. “Pues yo
pienso que él es gay”, aseveró. “Se casó por lo mismo que yo me iba a casar
cuando lo pensé. Porque si fuera bisexual pues disfrutaría las relaciones con su
esposa y en alguna ocasión me dijo que no”, dijo Pablo. Hasta el día de hoy,
comentó, “yo creo que él todavía quisiera si yo ahorita aceptara”.
“De hecho, en una ocasión vi que él [mismo tío mayor] estaba acostado y mi
hermana, es más chica que yo, yo creo que él tenía erección y hacía que mi
hermana le tocara. Y yo creo que se lo dije a mi mamá, creo que eso sí se lo dije
a mi mamá, pero pues no hizo nada. Y no sé si haya abusado de mi hermana”,
dijo Pablo. Pablo tenía catorce o quince años por entonces, y su hermana, unos
siete. Él también había escuchado historias acerca de otra hermana que había
sido violada por un vecino; ella tenía seis años y él, más de sesenta. Cuando
Pablo escuchó rumores al respecto, durante su adolescencia, le preguntó a su
madre muy preocupado “¡¿Qué pasó, mamá?!” Ella simplemente respondió “No,
nada, nada”.
El hecho de que nada se hiciera o dijera acerca de las experiencias de sus
hermanas fue una razón por la cual Pablo nunca habló con su madre o ninguna
otra persona adulta sobre su propio abuso. “Yo sabía que a él no le iba a hacer
nada, pero a mí sí”, dijo. De manera similar, Pablo se ha mantenido en silencio
con sus amigos gay quienes le han confiado sus propias experiencias de
violencia sexual a manos de parientes cuando eran niños. “Mi primo, él es gay
también, y le digo ‘tú vas a terapia porque quieres justificar que eres gay,
echándole la culpa a él, pero no, así nacemos’.” El primo de Pablo lo ha alentado
a buscar ayuda profesional, pero fuera de las pocas conversaciones que ha tenido
con él sobre lo que les hizo su tío, nuestra entrevista fue la primera vez que
Pablo compartió con alguien su historia de lo que él ha vivido.
“Siempre supe que me gustaban los hombres, bueno, a lo mejor desde el útero
materno”, dijo. Sin embargo, el miedo al rechazo no le ha permitido
abiertamente decir que es gay tanto a su familia como en el trabajo. “Creo que
mi familia sabe por intuición”, pero la regla en casa es “no preguntes, no digas”.
En el trabajo Pablo está expuesto a bromas y comentarios homofóbicos que
ignora, y tiene demasiado miedo como para poder responder. Él no ha tenido una
relación romántica ni una relación sexual en mucho tiempo, pero en lo más
profundo de su corazón espera encontrar al hombre correcto algún día.
Pablo terminó la preparatoria, y durante muchos años ha ocupado el mismo
puesto administrativo, modesto pero estable, en la Ciudad de México. Comparte
su casa con un pariente anciano. De todos los hombres que entrevisté, Pablo
manifestó las reacciones de dolor emocional y confusión más visibles; llorando
desconsoladamente cuando me compartió la historia sobre el niño que había
violado.
Saúl
“No, no siento que me forzó, siento que me engañó”, dijo Saúl. “Lo manejó
como que era un juego.” Saúl es un hombre con estudios universitarios de poco
más de cuarenta años y uno de los hijos menores de una familia numerosa de
clase media de Monterrey. Él describió lo que sucedió un día cuando tenía seis
años y su primo doce.
El abuso bueno, comenzó con el engaño de que íbamos a jugar ahí, en unas llantas, unas llantas
detrás de un tráiler, grande. Y luego entramos, entró él, entré yo y luego él me desabrochó el
pantalón, él se desabrochó el pantalón. Me empezó a acariciar, luego yo me senté en sus
piernas, me penetró. Y luego me dijo que si le daba un beso y yo no quise. Y básicamente en
eso consistió el abuso.
Aunque Saúl dijo haber sentido “placer físico” se aseguró de hacerme ver que
este evento había sido abusivo debido a la diferencia de edad. “Si yo hubiera
tenido doce y él doce, no hay problema ”, dijo. “Si yo tengo seis y él seis, no hay
problema. El hecho de que fueran sexos iguales, no hay problema. El abuso es
porque yo, todavía mi cerebro no estaba desarrollado para tener esas
emociones.” Su primo tenía doce años y ya estaba desarrollado, aclaró.
Ah, se siente una confusión como quiera porque sientes placer físico pero, al mismo tiempo, en
mi mente, yo sentía miedo, sentía que no estaba bien lo que estaba haciendo. Sobre todo
cuando él me dice que le diera un beso y yo le dije que no. Y entonces, yo deseaba darle el
beso, pero yo sentía que eso no era correcto. Algo en mí me decía que eso no era correcto.
Entonces, se siente una, yo lo que sentía era una confusión, confusión de, emocional. Porque
eran muchas cosas, era placer físico pero, al mismo tiempo, “esto no está bien”, “de repente
nos pueden cachar”. Eran sentimientos encontrados.
Saúl piensa que tal vez su primo le dijo que no le contara a nadie, “pero no
como una amenaza”, dijo. Poco después de esa primera experiencia su primo lo
invitó a hacerlo de nuevo. Un asertivo Saúl, de seis años de edad, respondió
“no”. ¿Sus razones? “Porque voy a terminar siendo gay”, dijo.
Esto es lo que Saúl aprendió a la edad de seis años:
Oía a los otros niños, por ejemplo, mi hermano que es como 4 años mayor que yo. Que una vez
me dijo, “no vayas a dejar que nadie te haga esto porque luego te haces homosexual, te haces
joto” y que no sé qué. Y entonces oía comentarios y entonces yo dije “pues si lo sigo, ya lo
hice, pero si lo sigo haciendo”, yo pensé “si no lo hago, puede que esto se detenga y no llegara
a ser homosexual, pero si lo sigo haciendo con mi primo, hago caso de su invitación, ya en un
futuro no lo voy a detener. Va a ser inevitable”.
“A mí me preocupaba mucho eso de ser gay”, Saúl dijo para explicar como se
sentía mientras crecía, no sólo por lo que había aprendido de su hermano mayor
y sus amigos sino a causa de algo más que su primo le había dicho cuando lo
penetró analmente. Lo describió con dificultad y tristeza.
Algo que, nada más lo he dicho una vez y batallo para decirlo una segunda vez, porque suena
muy feo, muy enfermo de la mente, por parte de él. Me dijo que cuando yo fuera grande iba a
ser mujer y que para conseguir eso tenía que poner mis genitales entre las piernas cada vez que
me fuera a la cama a dormir y que iba a llegar el día en que ya no iba a tener genitales
masculinos sino iba a tener genitales femeninos.
Antes de que él abusara de mí, yo todavía tenía seis años, fue en ese mismo año, mi prima,
hermana de él, tenía cinco años. Entonces afuera de mi casa había un carro destartalado,
entramos, nos bajamos la ropa, lo que traíamos puesto y hubo tocamiento, o sea, hubo
exploración. Lo que es normal, yo la toqué a ella, su parte y ella a mí. Y en eso, mi primo, el
que abusó de mí, se asomó por la ventana y me ve. Y nos ve y dice “ah, van a ver, le voy a
decir a mi mamá”. Entonces después pasa una semana, dos, tres, no recuerdo, y luego vino lo
del abuso.
Anselmo
“Yo fui hijo de una de mis tías y luego fui hijo de…, a raíz del problema que
hubo, fui hijo de mi otra tía”, dijo Anselmo, un joven que estaba por cumplir 20
años cuando lo entrevisté. Cuando era pequeño, él iba de aquí para allá, de casa
de un pariente a otro, y mientras vivía en casa de una tía mayor, el hijo
adolescente de ella abusó de Anselmo tres veces, dos de ellas de manera
violenta.
Anselmo nació y creció en la Ciudad de México, y me contó que estaba
emocionado por sus planes de ir a la universidad. Mientras crecía, su madre y su
padre trabajaban largas horas para mantener a sus hijos y dependían de los
adultos de su familia extensa para cuidarlos, incluyendo a la hermana mayor de
su padre. “Cuando su hijo, mi primo, abusó de mí, entonces fue cuando yo
empecé a decirles a mis papás, ‘es que ya no me quiero quedar con mi tía’. Pero
no les decía por qué”. Anselmo dijo que su padre no inquirió al respecto y
simplemente contestó “Entonces, pues bueno, te llevamos con mi hermana la
menor”.
La tía mayor de Anselmo era una mujer trabajadora con un empleo de tiempo
completo. Mientras estaba en el trabajo, ella confiaba en su hijo, un joven de
diecisiete o dieciocho años, para que cuidara a Anselmo, quien tenía entre seis y
ocho años por entonces.
Anselmo recordó lo que le sucedió a él la primera vez:
Esa vez, yo me acuerdo que a mi primo le tocaba hacer el aseo. Todos los días le tocaba
limpiar, trapear, entonces yo mientras, yo me acuerdo que todos los días, a la hora del aseo, me
iba a la recámara de mi tía, tenía Cablevisión y me ponía a ver televisión. Era un cuarto muy
chiquito, son departamentos muy pequeños, y yo me quedaba ahí. Pero yo me acuerdo que una
vez mi primo ya no sé si, no, porque después ya sí da coraje ¿no? Yo estaba acostado, frente a
la televisión y llegó mi primo y se acostó al lado de mí, con su playera blanca. Las playeras me
dan un trauma emocional. A lo mejor yo por eso uso tanto el negro. Llegó y se acostó al lado
de mí. Y se quitó la playera, cosa que yo me imaginé en ese momento normal. No, creo que no
esperaba menos de su familia. Entonces se quitó la playera y después se quitó el pantalón. Se
quedó en ropa interior. Yo seguí viendo la tele, y él seguía viendo la tele. Me abrazó, y me
empezó a acariciar. Cosa que, a lo mejor, yo hasta entonces, la primera vez yo no lo vi mal, la
segunda ya empezó a hablarme cosas. Me empezó a acariciar y me dijo “ya sé a qué vamos a
jugar”, y pues yo obviamente era un niño que… ¡Ujuuu!
Anselmo pensó que iba a divertirse con su primo. En cambio, ese día la vida
dio un vuelco inesperado:
Anselmo se puso de pie y empezó a correr desnudo por toda la casa gritando
“¡Me duele, me duele, me duele!” Entonces su primo se vistió y siguió
limpiando la casa.
Ese mismo mes ocurrieron dos versiones similares de la misma escena. La
segunda vez tuvo lugar cuando Anselmo y su primo estaban jugando rudo.
Anselmo terminó siendo violado otra vez, y esta ocasión corriendo desnudo por
toda la casa, gritando, aterrorizado, “¡Sangre! ¡Sangre! ¡Sangre!” Tras este
incidente, dijo Anselmo, “yo me acuerdo que igual mi primo siguió como si
nada, y ya como si nada hubiera pasado, se fue a la recámara de mi tía y se puso
a ver la televisión”. Anselmo se encerró en el baño hasta que llegó su tía y le
preguntó qué pasaba. “¡Ay tía!... Me puse a llorar con mi tía, pero no le dije
nada”, dijo.
Anselmo recordó que antes del último incidente su primo dijo algo como “
‘¿Te acuerdas de lo que pasó la otra vez?’ Me dice, ‘lo vamos a hacer una vez
más y ya nunca lo vamos a volver a hacer, te lo prometo. Esta vez y ya’”. Pero
Anselmo respondió firmemente que no. “Me trató de quitar la playera, pero
cuando me trato de quitar la playera, yo me… no me la pudo quitar porque yo
me estaba jaloneando”, dijo. “Yo recuerdo como un miedo, que me pegó muy
fuerte, yo me empecé a resistir hasta ese momento. Entonces fue cuando ya no le
di chance.” Su primo no volvió a acercarse a él.
Aunque su primo nunca le dijo a Anselmo que guardara silencio sobre estos
tres incidentes él jamás le dijo a nadie, y tampoco explicó porqué se negaba a
volver a casa de esa tía. “Yo siento que a lo mejor si él, mi papá, me hubiera
preguntado, ‘¿Pero por qué? ¿Por qué no quieres estar ahí?’ Yo, a lo mejor, le
hubiera dicho. A lo mejor le hubiera dicho”, dijo. “Pero nunca me preguntó, o no
recuerdo que me haya preguntado.”
Anselmo calló el abuso hasta hace poco, pero mientas crecía se volvió muy
asertivo en situaciones de posibles abusos. “Yo creo que toda mi fuerza para
defenderme y para no sufrirlo es el dolor”, dijo Anselmo. Por ejemplo, cuando
tenía once o doce años luchó contra un vecino que se acercó a él para “jugar al
doctor”. Tiempo después, agarró a golpes a un sacerdote católico que lo agredió
sexualmente a él y a un amigo en un retiro, algunos años antes de nuestra
entrevista. Nunca volvió a ir a la iglesia.
Aunque Anselmo no se sentía culpable o responsable por lo que sucedió con
su primo, sí sentía remordimiento por la manera en que reaccionó para
enfrentarlo. Consumió mariguana, cocaína y crack. También tuvo relaciones
sexuales promiscuas con hombres y mujeres que conocía en fiestas o bares y
centros nocturnos. Cuando le pregunté cómo se identificaba en términos de su
identidad sexual dijo “homosexual o no, todavía no sé”. Anselmo tuvo
relaciones románticas y sexuales monógamas y estables, con un hombre y con
una mujer. “Se sufre tanto que yo no podría causar tanto dolor”, Anselmo dijo
para explicar que jamás se le ha pasado por la cabeza la idea de “tocar” a un
niño. Sus propias experiencias lo han vuelto sobreprotector, ahora que cuida a un
hermano menor que va a la escuela primaria.
“Yo tenía todo para ser un niño feliz”, dijo Anselmo. Su madre y su padre
eran una pareja feliz, y eran solidarios y amorosos cuando estaban disponibles.
Les proporcionaron una vida cómoda a todos en su casa. Anselmo creció
sintiéndose similarmente querido por todas las tías paternas que cuidaron de él.
Aunque les guarda resentimiento a su madre y su padre por ser “demasiado
ambiciosos” —por trabajar demasiado y no pasar suficiente tiempo con él y con
sus hermanos mientras crecían— la relación de Anselmo con ambos es una de
las más genuinas en cuanto al amor, cuidado y comprensión que encontré en
todo el estudio.
Resulta interesante que Anselmo no le haya contado a sus progenitores sobre
el abuso a manos de su primo sino hasta hace poco tiempo, como parte de una
conversación sobre las razones por las cuales no le estaba yendo bien en la
escuela. Su padre le ofreció a Anselmo apoyo y amor incondicional, reaccionó
con dolor y rabia, confrontó a su primo y consideró tomar medidas legales. Su
madre reaccionó de manera similar. Aunque Anselmo no cree ser capaz de
perdonar a su primo por todo el daño que le causó, impidió que sus progenitores
lo denunciaran y tal vez lo enviaran a prisión.
Al tratar de entender los tres incidentes que vivió, Anselmo dijo que antes de
que ocurrieran esos hechos, la relación entre él y su primo había sido “muy
buena”. Su primo lo había mimado y consentido de niño. Anselmo perdió el
contacto con él después de la última vez que trató de violarlo, pero tras todos
estos años se lo encontró unos días antes de nuestra entrevista. Anselmo lo
confrontó frente a la familia y el encuentro terminó en golpes.
Al parecer, la violencia sexual no era una novedad en esta familia inmediata y
extensa, por lo demás tan cariñosa y solidaria. Anselmo descubrió, por ejemplo,
que el tío de su padre había agredido sexualmente a una de sus amadas tías
paternas cuando ella tenía unos veinte años. Anselmo estaba empezando a
explorar estos temas como parte de un grupo de apoyo al que se acababa de unir
en la Ciudad de México poco antes de nuestra conversación.
Valentín
“Me acuerdo que me bajó el short. Y me inclinó y, pero no sé por qué. Fue como
un shock dentro de mí que no… que no supe ni qué, fue algo muy rápido. Fue un
tipo de shock, no sé qué me pasó y pasó.” Valentín fue penetrado analmente
cuando tenía siete años, por un hombre de unos dieciocho años de edad que él
identificó como su “tío”, el hermano de la esposa del hermano de su madre.
“Después, al otro día, le dijo a mi tío [hermano de su madre] que yo le había
dicho que yo era gay, que me gustaba esto y lo otro. Con eso se quitó el
problema.”
Actualmente con un poco más de veinte años de edad, Valentín trabaja en una
maquiladora en Ciudad Juárez y va a la escuela nocturna. “Cuando él le dijo a mi
tío [hermano de su madre] que yo era gay, él también se burló y no me creyó”,
dijo. “A lo mejor por eso dije que no me iban a creer y sentí ese miedo,
seguramente.” Valentín no se sentía seguro o con la suficiente confianza para
hablar con alguien sobre ésta y las otras experiencias que tuvo en el contexto de
su familia extensa. Por ejemplo, al tío que violó a Valentín la primera vez pronto
se le unió un joven de diecisiete años de edad para abusar también de él
(emparentado con un pariente político de su madre). A ambos Valentín los
identificó como “parientes políticos”. “Bueno, yo lo miro como un tipo de abuso
porque [después] como que no hubo penetración pero la primera vez sí hubo.
Pero las otras, te digo, me obligaban así, a hacerles cosas. O me agarraban así
por atrás y empezaban así. Estaban erectos los batos, empezaban a arrimármelo
[su pene] y yo no me podía defender. Yo, a veces hacía fuerzas, y así me hacían
de cosas.”
Valentín solía pasar tiempo tanto en la casa de su tío materno como en la de su
abuela materna, y fue en estos lugares donde coincidía con sus tíos políticos.
Irónicamente, iba allí para escaparse de los duros castigos corporales de su
madre. Como forma de hacerle frente a sus castigos físicos, Valentín también
escapó de casa y recordó haber dormido, de niño, en las calles de su pequeño
pueblo, ubicado en la costa del Golfo de México donde nació y creció.
Posteriormente en la adolescencia migró a Ciudad Juárez.11
Los actos de violencia sexual que ejercieron dichos tíos contra él fueron
circunstanciales y ocurrían cuando el mayor de ellos pasaba la noche en la casa
del tío materno o durante otros eventos que pudieran haber parecido ser
encuentros familiares seguros y divertidos para el resto de la familia. Valentín
recordó otros casos de agresión sexual a manos de otros jóvenes mayores cuando
él estaba al inicio de la adolescencia. “Me hacían que les agarrara el pene. Eso
fue en un río, cuando nos andábamos bañando”, dijo. “Me decían que les
agarrara el pene a fuerzas, sino, como eran más grandes que yo, me trataban de
ahogar.”
Al recordar esa época, Valentín dijo “así me trataban, como maricón, sí, como
gay. Me trataban así en parte. No sé. Siempre me miraban así, no sé por qué. Me
miraban así. Me trataban gacho”. A medida que crecía y se hacía físicamente
más fuerte, la violencia en algún momento terminó.
Pero vivir en casa con su madre y su padrastro tampoco era sexualmente
seguro. Desde los siete a los diez años, su padrastro lo toqueteaba por las noches.
“A veces él si me trataba con cariño”, dijo. “Pero no me decía nada. No.
Simplemente como que aprovechaba que… se hacía como, él pensaba que yo
estaba dormido o algo así. Y no era así, porque yo estaba despierto y yo no decía
nada. No sé por qué no decía nada.” ¿Por qué no dijiste nada?, pregunté.
Respondió “La única persona que supo eso fue mi tío y se burló y ya no me dio
valor para seguir, para contarlo. Porque tenía miedo que mi mamá también me
dijera eso, que me dijera que yo era gay. Tenía ese miedo. Si de por sí mi mamá
me trataba un poco mal, y luego que yo dijera eso, sentí que menos me iba a
querer mi mamá.”
El bullying homofóbico surgió constantemente durante mi entrevista con
Valentín quien dijo que su tío y otros hombres de la familia lo acosaban con
frecuencia y lo llamaban “gay” y “maricón”. “Yo siento que si esas cosas no me
las hubieran dicho, a lo mejor eso no me estuviera afectando. Siento eso.”
Valentín sintió que el terrorismo homofóbico había dejado una huella muy
profunda en su corazón durante la niñez. Pero él no aceptó el dolor de manera
pasiva; incluso planeó matar a su tío cuando tenía ocho años: “A mi tío, por
burlarse de mí, por no creer en mí, lo quise matar. Allá en… donde yo soy, se
acostumbra mucho los machetes y lo iba a agarrar a machetazos”.
Recordó Valentín: “Yo desde los siete años, como de los ocho, sí, siete años
empecé a mirar películas pornográficas… un vecino que vivía cerca de la casa,
había que… él se ponía a ver películas de adultos, se ponía a mirarlas con toda
su familia, a pleno día. Dejaba la ventana abierta, entonces ahí nos juntábamos
todos los amigos”. También describió algo que recordó haber hecho dos veces
en aquel entonces: “Había unas niñas en la guardería, ahí donde rentaba mi
mamá [un espacio], y empezaba yo a querer hacer lo mismo que ellos hacían, lo
que miraba yo en las películas... Nos dábamos besos y, creo que ya estaba erecto
mi pene. Entonces así se sale [del pantalón] y se los quería meter por la falda”.
Estas experiencias a Valentín, no siempre le hicieron sentir que hacía lo
correcto, debido a la incomodidad asociada con la religión católica, pero también
lo excitaba “estar experimentando algo nuevo”. Por entonces estaba siendo
expuesto a adolescentes mayores de su barrio que se masturbaban enfrente de él.
“Pero lo hacían como que me querían enseñar, algo así”, dijo. Tenía dieciocho
años cuando tuvo su primer encuentro sexual con una vecina, una mujer mayor
que él que lo visitaba en su casa, coqueteaba con él y lo seducía con frecuencia.
Como parte de estos intercambios, él recordó un incidente: “Pues de esa manera,
yo siento que ella me obliga… cuando mucho, sería dos minutos… yo lo que
quería era venirme [eyacular] e irme a la casa”.
“Me he pegado mucho a Dios, iba mucho a la iglesia. Hacía así muchas cosas.
A lo mejor ahí fue donde aprendí a tratar de olvidar esas cosas, a tratar de
perdonar. Y mi infancia, pues… nunca tuve infancia, para mí nunca hubo
infancia”, dijo.
Hacia la mayoría de edad, Valentín trató de suicidarse una vez, y probó de
todo para mitigar el dolor emocional: alcohol, pastillas, tíner, cemento, cocaína,
pegamento y mariguana. En algún momento se mantuvo sobrio, pero cuando su
novia le confió sus propias experiencias de abuso sexual a manos de su hermano
se sintió devastado. Entonces Valentín le contó sobre su propio pasado como una
forma de ofrecerle apoyo, pero ella empezó a llamarlo “gay” en momentos de
tensión y conflicto en la relación de pareja. Las adicciones del pasado
regresaron. La idea de que pudiera ser homosexual le ha afectado
profundamente. Valentín decidió buscar ayuda profesional en la organización
donde nos conocimos en Ciudad Juárez.
Leonardo
A mí me mandaron a dormir con mi tío, que él se dormía solo. Entonces [mi mamá] me mandó
con él, ella estaba durmiendo y sentí cuando él me la pegó [su pene]. Bueno, me lo arre…,
Bueno, sí me la pegó ¿no?, podemos decir ¿no? Y me dijo, “¿te gusta?”, le dije “no”. Me dice
“¡ah!”. Y él siguió como si tuviera relaciones. Me dice “no vayas a decir nada”, le dije “no”. Y
él siguió y él siguió.
Así recuerda Leonardo la primera vez que su tío paterno abusó sexualmente
de él; tenía seis años y su tío, catorce. Los parientes de Leonardo estaban de
visita para una fiesta de quince años, y la casa estaba llena. A sus papás les
pareció que la mejor forma de acomodar a todos para dormir era que sus hijas e
hijo compartieran una cama con otro menor, del mismo sexo pero años mayor.
Leonardo tuvo que padecer otras dos experiencias similares con el mismo tío.
Cada vez que ocurría entraba en shock y nunca le parecieron placenteras. Tenía
miedo de que su tío lo castigara, así que después de la primera vez no se resistió.
Siempre se ha sentido culpable por no haber hablado con su madre después del
primer incidente.
Leonardo nació y creció en la Ciudad de México, es el hijo mayor de su
familia y el único varón. Ahora es un hombre soltero de un poco más de veinte
años, terminó la secundaria técnica y cursa la preparatoria abierta mientras trata
de arreglárselas sin un empleo remunerado. Los progenitores de Leonardo son
una pareja joven de clase trabajadora que se casó cuando eran adolescentes.
Poco después de estas experiencias el padre de Leonardo comenzó a notar
algo “extraño” en su hijo y lo interrogó persistentemente. Al paso del tiempo
Leonardo rompió el silencio y le contó lo que había ocurrido. El padre de
Leonardo “se puso furioso”, y salió enrabiado a confrontar a su hermano menor.
Mientras tanto, el niño de seis años se encontró con una reacción dolorosa por
parte de las hermanas de su padre: llamaron a Leonardo mentiroso y lo
golpearon. Sin embargo su madre lo apoyó y hasta el día de hoy sigue siendo la
fuente de amor más importante en su vida. Ella le creyó a su hijo y se enfrentó a
las tías paternas, que temían que su hermano mayor, furioso como estaba, matara
al más joven. Hasta el día de hoy ni Leonardo ni su madre saben si su padre
llegó a confrontar al tío. Pero para Leonardo la vida dio un giro inesperado. “Mi
papá me pegaba mucho”, dijo. “Igual él me decía que yo era maricón… ‘es que
eres un maricón, eres esto y el otro’. Y yo lloraba y él pues me pegaba. Yo me
acuerdo que hasta me sacaba arrastrando de la casa, sangrando. Él me golpeaba
y me decía ‘¡te me largas de mi casa, no te quiero ver!”
Su padre lo llamaba “afeminado” desde que era muy pequeño, y utilizaba el
castigo corporal para enseñarle a caminar y a mover su cuerpo “de forma más
masculina”. Su madre y sus hermanas no eran violentas físicamente, pero lo
forzaban a hacer lo mismo: la familia entera monitoreaba los movimientos
corporales de Leonardo. La manera en que caminaba y movía su cuerpo, y su
voz aguda, se convirtieron en el tema de largas conversaciones familiares. La
intención era ayudar a Leonardo a cambiar “por su propio bien”, prácticas que ha
tenido que tolerar muchas veces desde la infancia. “Yo ya odio estar vivo”, le
dijo una vez a su padre un angustiado Leonardo de catorce años durante una de
las golpizas más violentas. Le pidió a su padre que lo matara. Un par de años
después, cuando Leonardo empezó a trabajar y a contribuir significativamente al
ingreso familiar notó que su padre lo golpeaba con menos frecuencia.12
Recuerda que cuando tenía 17 años su madre le preguntó si era homosexual.
“Le dije que no. Dije ‘no, no’. Me dijo, ‘dime, de verdad, dime’. Yo le dije que
no. Entonces hasta ahí quedó. Se puede decir que fue la primera plática que tuve
con ella.”
Uno de los acontecimientos más dramáticos en la vida de Leonardo con su
familia ocurrió cuando lo llevaron a la sala de emergencias de una clínica del
Seguro Social un año antes de nuestra entrevista.13 Tenía una fiebre persistente,
y el personal médico no tenía explicación para ella. Leonardo dijo: “Entonces la
susodicha doctora dijo que probablemente yo tenía VIH”.14 Cuando lo dieron de
alta se lo contó a su madre, y ella a su vez se lo contó a su padre, sin anticipar las
consecuencias que esto tendría. “Entonces mi papá me pegó, me volteó tres,
cuatro patadas, ahí si no hice nada. Me metió tres, cuatro patadas, me dijo que yo
ya estaba podrido por dentro, en vida, que era un muerto andante, que me había
echado a perder mi vida, llorando. En fin, me dijo, ya después me dijo que se
avergonzaba de mí, no por lo que era, sino por lo que había sido.” Días más
tarde, cuando finalmente le hicieron la prueba del VIH y el resultado fue
negativo, toda la familia se sintió aliviada.
Leonardo identificó a su padre como un “machista”. Él era un hombre
alcohólico que trataba violentamente a su madre y a sus hermanas. Sin embargo,
la violencia que ejercía hacia las mujeres era menos intensa que la que debía
soportar Leonardo. Comentó que le hubiera gustado haber sido mujer para que
su padre no lo golpeara tan duro. Su padre dejó de beber y se volvió menos
violento desde que él empezó a participar en la iglesia de los Testigos de Jehová.
La madre y el padre de Leonardo eran católicos cuando se casaron.
Las experiencias de Leonardo con su familia se convirtieron en parte de un
laberinto de violencia sexual más amplio que él ha tratado de entender toda su
vida. Cuando todavía estaba en preescolar —años antes de que su tío abusara de
él— Leonardo ya se preguntaba por qué sus compañeros de clase y sus amigos
lo acosaban, incluso frente a su hermana, que lo defendía amorosamente y lo
animaba a defenderse.15 De niño le gustaba más convivir y jugar con niñas que
con niños y lloraba fácilmente. Durante su adolescencia le practicó sexo oral a
otros hombres, principalmente compañeros de salón y amigos cercanos en edad;
éstos fueron encuentros casuales que él sintió como voluntarios, pero que rara
vez disfrutó.
Hoy, con un poco más de veinte años de edad, a Leonardo lo acosan
sexualmente a diario en las ajetreadas calles de la Ciudad de México. Esto
implica, especialmente, manoseos en el transporte público, incluyendo el metro,
lugar que los hombres gay de clase trabajadora usan para ligar.16
Leonardo reflexionó: “ha habido unas ciertas personas [hombres] que sí, como
me hostigaban demasiado, como me acosaban sexualmente, yo dije, ‘es lo que
quieres ¡pues órale! Si me vas a dejar en paz dándote lo que quieres,
¡adelante!’”. Él se siente responsable por el acoso. “Lo tomo como algo que yo
inicio, que yo propicio”, dijo. “No me gusta mi cuerpo, para nada. No me gusta.”
Aproximadamente un tercio de sus encuentros sexuales con hombres han
ocurrido bajo este tipo de coerción, en diversos contextos sociales y
circunstancias. Leonardo incluye estas experiencias entre las parejas sexuales
que ha tenido hasta ahora: quince hombres y dos mujeres, todos de edades
cercanas a la suya. Leonardo identificó a estos varones en su mayoría como
“hombres masculinos”, es decir, con una apariencia varonil. Se ha encontrado
después con algunos de estos hombres y con frecuencia ha resultado que están
casados con mujeres y que tienen hijos. El sexo con las mujeres ocurrió cuando
tenía alrededor de veinte años; las jóvenes eran compañeras de trabajo.
“Yo no sabía que era afeminado”, dijo Leonardo sobre su niñez. Con el
tiempo descubrió que el tío que abusó sexualmente de él era gay y dijo que había
abusado de él debido a que “pensó que yo también igual y a la larga iba a ser
homosexual ¿no? que yo iba por el mismo camino”. Esta experiencia con su tío
llevó a Leonardo a considerarse “bisexual”. Sin embargo, últimamente se ha
sentido “indeciso” sobre cómo se identifica sexualmente. Cree que casarse con
una mujer y tener hijos sería lo ideal para una relación permanente.
Curiosamente su padre jamás le ha dicho o le ha sugerido que sea “maricón” a
causa del abuso.
Leonardo tiene un gran círculo de más de treinta amigos gay —jóvenes entre
la adolescencia y los veinticinco años aproximadamente— y sus conversaciones
con ellos lo han hecho sentir muy validado. “Del 100 por ciento que son gay”,
dijo, “el 99 por ciento” le han dicho que un tío, primo, padre o amigo ha abusado
sexualmente de ellos.
Ahora que es un joven adulto, Leonardo se ha encontrado con su tío en la casa
de sus abuelos. Su tío, un hombre exitoso, con educación universitaria, siempre
es respetuoso y amigable con Leonardo; nunca volvió a tocarlo o seducirlo desde
que tenía seis años. Hace poco un Leonardo asertivo, empoderado, confrontó a
su padre sobre el dolor que le provocó en el pasado, pero su padre siempre
reacciona con silencio. “O sea, él no es dado a demostrar el amor así a flor de
piel hacia hombres”, dijo Leonardo. “Porque nunca tuvo el cariño de un padre,
no lo sabe dar. Entonces a lo mejor me lo demuestra de otra manera, que yo no
lo entiendo, a lo mejor… a lo mejor de otras maneras me está pidiendo el
perdón.”
Cuando Leonardo tenía trece o catorce años se dio cuenta de que “tenía miedo
de abusar” de un niño, pero dijo que no sentía atracción sexual ni curiosidad
hacia ellos. Comentó que de hecho ha “alejado” a los niños que asisten a su
misma iglesia y que jugando se sientan en sus piernas o le dan abrazos. “A mi
edad creo que ya soy muy maduro para estar haciendo estupideces”, dijo. Es un
ferviente creyente de Jehová y no haría nada “que Dios no aprobara”.
Volverse consciente de su propio dolor de niño ha evitado en forma efectiva
que él mismo abuse de un menor, sin siquiera hablar incluso de las posibles
consecuencias legales y familiares,. Leonardo creció en un estado que él
identificó como un “coma emocional”, acompañado por depresión, fatiga,
aislamiento social, malas calificaciones, enfermedades frecuentes, desórdenes
alimenticios y varios intentos de suicidio.
Durante nuestra entrevista Leonardo mostró una expresión de género
femenina —movimientos corporales y tono de voz que tradicionalmente se
asocian con la feminidad— y habló sobre las maneras en las que las personas
con frecuencia lo perciben como “gay”, en muchas situaciones sociales. De
hecho, un año antes de nuestra entrevista lo expulsaron oficialmente de la
congregación de los Testigos de Jehová “por ser homosexual”. Aunque
abiertamente me habló de sus intercambios eróticos con personas del mismo
sexo, parecía costarle aceptar el deseo que siente por otros hombres. Dijo que
nunca se había enamorado de un hombre. A pesar del ideal que alberga de
casarse con una mujer, le gustaría tener algún día una relación romántica con un
varón. Hace poco buscó ayuda profesional por primera vez en la organización
donde nos conocimos.
Alberto
Al principio, empezaba a, pues él me agarraba la mano que le tocara yo su parte. Así empezó,
así estuvo por un tiempo. Yo creo que… pues ahora entiendo, él se masturbaba. Ya más
después, empezó a poner sus partes en mí, hasta que me penetró y lo hizo como muchas
veces… Al principio, cuando él quería que tocara sus partes, él me puso, muchas veces, su
parte en la boca. Y ya me decía, “hazle así”.
Yo no sé qué les hacía cuando él entraba al cuarto de ellas. O sea, yo… nomás mirábamos
[hermanas y hermanos] que entraba al cuarto de ellas. Nosotros, según nos hacíamos los
dormidos, así nos dormíamos, él se metía, mientras mi mamá también estaba dormida, él se
metía con mis hermanas.
Como niño, Alberto estaba aún tratando de entender sus propias experiencias
con su padrastro, y muy lejos de poder siquiera saber cómo salir en defensa de
sus hermanas. Al crecer, sin embargo, la tensión en la relación con su padrastro
estalló en forma de intensas peleas y enfrentamientos, sobre todo cuando Alberto
lo veía pelear con su madre. “Le puse la pistola en la cabeza”, recordó lo que
hizo durante una fuerte discusión que ocurrió poco antes de que cumpliera doce
años y durante la cual trató de defender a su madre. Él estaba por entrar a la
adolescencia y ya era fuerte físicamente y solía llevar el arma a la que tenía
acceso en la empresa de envíos en la que trabajaba.
Alberto y sus hermanas estaban expuestos a los duros castigos corporales que
madre y padrastro usaban para disciplinarlos. Ambos adultos trabajaban largas
horas, de tiempo completo, y se turnaban para cuidar a los menores. Cuando la
madre no estaba en casa, sin embargo, su padrastro era más represivo con todos
y los amenazaba para que no le dijeran nada a ella. Alberto y sus hermanas
solían hablar sobre la violencia física que todos experimentaron, y en algún
momento compartieron también acerca de sus experiencias de abuso sexual,
aclaró él, aunque “sin entrar en detalles”.
Sus hermanas trataron de hacerle frente a la situación sin decirle a su madre
nada sobre el abuso; ellas simplemente se fueron. “Porque ellas, en cuanto
tuvieron tiempo, se fueron de la casa”, dijo Alberto. Unos años antes de nuestra
entrevista, sus hermanas le contaron a su madre sobre el abuso y Alberto relató
durante la entrevista el porqué les había impactado tanto su reacción. “Mi mamá
dijo… que si no le habíamos dicho es porque nos había gustado. Dijo ‘¿Y qué
quieren? ¿Que lo corra? ¿Qué quieren? ¿Que me quede sola?’”
Alberto es miembro de una extensa familia conformada por dos matrimonios
distintos y llegó a la mayoría de edad convencido de que él y sus dos hermanas
mayores habían sido los únicos que compartían un historial común de abuso
sexual a manos de su padrastro. Los tres albergaban la esperanza que estar lejos
de ese hombre, volverse adultos, casarse y tener sus propias familias borraría el
dolor del pasado. Pocos años antes de nuestra entrevista, a Alberto y sus dos
hermanas los conmocionó, mas no los sorprendió, cuando su hermana menor —
una mujer actualmente con poco más de veinte años— les contara que él
también había abusado de ella. Los tres decidieron sacarla de su ciudad natal,
dijo. “Yo fui el que les dije a mis hermanas, vamos a ayudarla para que se venga
para el otro lado, a Estados Unidos, que se venga para acá, que se venga.
Estando ya acá con todos los niños, entonces empezamos a actuar contra este
señor.” Alberto y sus hermanas ayudaron a la adolescente a cruzar al vecino país
del norte para vivir con un pariente. No fue sino hasta entonces cuando ella les
contó abiertamente todo sobre su experiencia con su padrastro.
Otro incidente ocurrió con un sobrino de Alberto, al tiempo que éste
descubriera los intentos de su padrastro por abusar de él también. Con pistola en
mano, y frente a algunos de sus hermanos y medios hermanos, Alberto lo
confrontó sobre el abuso sexual que había cometido contra él, sus tres hermanas
y su sobrino. El hombre estaba aterrorizado, y parecía sentir remordimientos.
Alberto lo describió así: “Dijo, ‘no, que yo te juro por mi mamá’ —acababa de
fallecer su mamá—, ‘te juro por ella que está muerta que no vuelvo a hacerlo’”.
Alberto fue criado como católico y culpa a la iglesia hasta cierto punto por los
abusos sexuales. “Ahora entiendo por qué se dan tantos casos de sacerdotes que
han violado gente o a niños”, dijo. “La religión católica es muy rígida.” Su
padrastro había sido seminarista, jamás usó drogas, rara vez bebía alcohol y no
fue violento con su esposa a principios de su relación.
Hace poco se convirtió del catolicismo a otra religión cristiana; dijo que la
conversión religiosa lo había ayudado a sobrellevar el abuso. “Tengo temor de
Dios, porque yo sé que Dios es bueno, pero también es muy duro.” En la
organización donde lo conocí Alberto dijo que el temor a Dios es una de las
cosas que ha evitado que él abuse de algún menor, pero admitió, con un tono de
preocupación y tristeza, que una vez pensó en “tocar” a una de sus hijastras.
Finalmente le ganó la tentación y lo hizo, pero dijo que algo —“no sé qué fue”—
lo ayudó a darse cuenta de que “no estaba bien”. Sin embargo, “nunca he hecho
algo de lo que me vaya a avergonzar”, comentó.
Explicó que hace poco, de hecho, había tocado a su hijastra otra vez, esta vez
por encima de su ropa, cuando estaba sentada en sus piernas. En ese momento, él
experimentó una sensación placentera pero incómoda, y se detuvo. “Sabes qué,
mija, mejor vete para afuera.” Alberto comentó que le dijo eso a su hijastra, una
niña que iba a la primaria, como forma de manejar lo que parecía ser tanto una
preocupación como una tentación.
“Exactamente, ¿qué fue lo que lo detuvo a usted en ese momento?”, pregunté.
“Yo creo que lo que a mí me pasó. Yo creo que, a lo mejor estaba, a lo mejor
en ese momento sentí, que me lo estaban haciendo a mí en ese momento”.
“¿Alguna vez ha tenido experiencias similares con sus hijas biológicas?”
“No, nunca lo hice”, dijo.
Cuando le pedí que ahondara más en esto, dijo: “A nuestra sangre nunca le
haríamos eso. Yo pienso que no. Aunque ha habido padres que sí se lo han
hecho, pero yo he visto a… yo creo que yo no. Es más, a mis hijas antes yo ni
me les acercaba. Yo si algo lamento, es no haberles dicho, ‘Mi hija, te quiero
mucho’.” Arrepentido admitió que ha usado castigos físicos para disciplinar a las
niñas.
Alberto no sabe si su madre sufrió abuso sexual durante la niñez o si ella vivió
alguna vez violencia sexual. Pero tanto su esposa actual como una pareja
anterior le contaron que habían sufrido abuso sexual a manos de un padrastro y
un tío, respectivamente. Mientras terminábamos nuestra entrevista en la
organización en la que había comenzado a asistir a terapia familiar, dijo entre
lágrimas: “Quiero cerrar esto en mi vida y para el bien de todos mis niños”.
Helián
“Tienes que cambiar, tienes que cambiar, porque si no, te mato.” Éste se
convirtió en un eco ensordecedor de dolor y de angustia en el corazón del niño.
Son las palabras que su padre le repetía constantemente cuando usaba su pulgar
para penetrar el ano de Helián. Su padre tenía una uña larga y afilada lo que
agravaba el dolor. Esto ocurrió cuando tenía entre tres y ocho años. Helián, por
entonces, era un niño con una expresión de género femenina, y se sentía
confundido por lo que su padre trataba de decirle, y horrorizado por sus
amenazas de muerte. Pero, ¿cambiar qué?, se preguntaba Helián. ¿Y por qué
habría de matarlo su padre?
Helián nunca preguntó; vivía aterrorizado, y puesto que tenía miedo de ser
castigado, no le contó a su madre sobre el abuso. Su padre también le hizo una
seria advertencia cuando era un niño pequeño. Solía decir, sobre los hombres
gay: “Esas personas no tienen derecho a llorar. Y si lloras, hazlo a solas”.
Cuando Helián tenía ocho años su padre lo penetró analmente con el pene y lo
dejó sangrando en el suelo del baño. El niño recibió atención médica, pero el
trágico acontecimiento nunca se discutió en la familia; desde entonces sufre
serios problemas rectales. Su padre dejó de abusar de él, “porque yo creo que se
dio cuenta de que el que estaba mal era él”, dijo.
Conforme Helián crecía y se daba cuenta de que le atraían los hombres
entendió finalmente lo que su padre había querido decir todo ese tiempo y la
revelación lo conmocionó. Se hizo más evidente el día que se convirtió en
blanco de bullying homofóbico; cuando apenas entraba a la adolescencia fue
violado tumultuariamente, más de una vez, por el mismo grupo de jóvenes. A
finales de la adolescencia, esa dolorosa claridad se convirtió en terror cuando se
enteró del trágico destino de uno de sus primos: al descubrir que era gay, el
padre y los tíos de Helián se organizaron para asesinarlo. Llevaron al primo en
un bote, lo tiraron por la borda en una zona profunda del océano y se aseguraron
de que los tiburones se lo comieran. El crimen jamás tuvo consecuencias legales.
Al escuchar esto, entendió que el abuso de su padre era un torpe intento por
“protegerlo” de la misma suerte. De adolescente trató de suicidarse dos veces.
Helián también sintió impacto pero no asombro, cuando descubrió que su padre
había abusado sexualmente al menos de una de sus hermanas. Cuando una de las
niñas quedó embarazada de su padre, su embarazo se volvió un secreto de
familia. La madre de Helián estaba consciente de lo que le había ocurrido a él y
a sus hermanas, pero no hizo nada al respecto; la regla en casa era el silencio y el
miedo a todo lo que tuviera que ver con sexo. Con el paso del tiempo, sin
embargo, ella apoyó a sus hijas, y su esposo fue enviado a prisión, aunque más
adelante lo liberaron. Helián la recuerda como una “súper heroína”, una madre
trabajadora a la que amaba y admiraba, pero a quien también odiaba,
especialmente cuando usaba rigurosos castigos corporales para disciplinarlo. Su
madre murió cuando Helián estaba en la adolescencia.
“La primera persona, la persona con la que lo comparto es con mi maestra de
psicología”, me dijo Helián durante nuestra entrevista. “Ahí sí lloré, lloré como
no tienes idea, traía mucho coraje, traía mucho resentimiento. Y sobre todo,
decía yo ¿por qué fueron tan crueles?, ¿para qué me dieron la vida y me
humillaron de esta forma?”
Hace pocos años, finalmente Helián confrontó a su padre durante una
conversación telefónica. Ahora, su padre, un hombre mayor y alcohólico, se
sentía profundamente acongojado y le pidió perdón. “Yo lloré también y no
sabes cómo lloro”, dijo. “Si llegas a escribir mi historia, no pongas a mi padre
como una persona mala, porque no lo fue. Él me quiso siempre proteger… él
siempre me quiso”, dijo Helián. “Entonces no fue malo, simplemente que… no
tuvo palabras. No tuvo palabras para decirme por qué tenía que cambiar”, dijo.
“Mi padre y sus hermanos no estaban preparados. Entonces lo enseñaron a ser
machista.”
Realicé esta entrevista en Monterrey, en 2006, muchos años después de que
Helián dejara su casa en la costa del Golfo de México para emprender otra etapa
que sería diferente en muchos sentidos. Se sentía emocionalmente herido, pero
motivado para probar suerte en otra parte del país, con la esperanza de sanar y de
empezar una nueva vida: lo consiguió y a un nivel inesperado.
Cuando nos conocimos, “Helián” había quedado en el pasado: él ya se había
convertido legalmente en Heliana, una brillante, popular y querida maestra de
escuela, con un posgrado universitario, de poco más de cuarenta años de edad,
que toma hormonas autorrecetadas y se viste de forma modesta.17 También es
una líder comunitaria respetada en su colonia, compuesta por familias de clase
trabajadora. Además de esa única conversación que sostuvo, hace muchos años,
con su profesora de la universidad, nunca ha buscado ningún tipo de ayuda
profesional.
Como Heliana, se identifica a sí misma como una mujer heterosexual, una
devota creyente cristiana que reza todos los días para que nadie descubra que
nació hombre. Cuando la entrevisté llevaba muchos años viviendo en una
relación de cohabitación estable con un hombre trabajador y solidario, la única
persona que conoce su pasado. Pero, dijo, cada segundo de su vida es como
“caminar en la orilla del precipicio”, preocupada por que la gente descubra la
verdad sobre su vida. Estaba aterrorizada de perderlo todo: su identidad
socialmente respetable como mujer, su trabajo gratificante y bien remunerado, y
la casa que ahora es suya.
Heliana tiene una relación distante con su familia de origen; nunca ha tenido
ningún contacto en persona con los parientes que dejó atrás, cuando aún era
Helián. “Yo sigo siendo ese signo de interrogación… así estoy”, dijo Heliana.
Explicó, “Hasta la fecha creo que no sé qué es lo que quiero. Hasta la fecha sé
que no sé ni qué soy. Me siento como un maniquí, nada más, en un cuerpo ajeno
que no es mío. Así me siento”.
Conforme terminamos la que sin duda ha sido la entrevista más conmovedora
y emocionalmente agotadora de mi carrera profesional, Heliana me sonrió y me
preguntó informalmente si había visto la película Tootsie. Quería asegurarse de
que entendiera que ella no era ni transgénero ni transexual. Años atrás, Dustin
Hoffman le habría ofrecido una forma creativa y humana de sobrevivir a los
intrincados laberintos de la discriminación social en México. Como hombre gay
con expresión de género femenina, Helián nunca experimentó una diferencia
entre su sexo biológico y el género asignado al nacer, y su identidad de género.
Como Helián, se forzó a sí mismo a convertirse en Heliana. Se convirtió en
Heliana con el exclusivo propósito de sobrevivir en un México homofóbico.
Como ferviente defensora de los derechos de las mujeres, Heliana tiene miedo
de ser violada, pero se siente protegida como mujer. Se siente más segura como
mujer que como un hombre gay con expresión de género femenina. Pero no
asiste a eventos relacionados con la comunidad LGBTI+ por miedo a que la gente
crea que es lesbiana. Ella ha sobrevivido, y a su manera. El hombre gay de
expresión de género femenina de voz suave y delicada que alguna vez fue
humillado, escupido, golpeado y pisoteado cuando caminaba por la calle —el
hombre que alguna vez ella fue— ahora ya estaría muerto, aseveró Heliana.18
Al escuchar y más tarde analizar los relatos de vida de los hombres encontré que
hay cuatro temas específicos que unieron sus experiencias de vida, únicas pero
compartidas: 1] la relación con la persona que ejerció la violencia, 2] las
relaciones madre-hijo y padre-hijo, 3] la religión y 4] las reacciones a la
experiencia de abuso.
En primer lugar, la relación padre-hijo pudiera haberse visto dañada por la ira
y el dolor; sin embargo, es posible que el vínculo afectivo se convierta en una
compleja telaraña emocional que también incluye sentimientos de respeto y de
comprensión hacia un padre, especialmente cuando éste se convierte en una
persona mayor que pide perdón. En el caso de la relación entre hermanos y
primos, en contraste, el vínculo emocional pudiera haber sido cercano y amoroso
antes de los incidentes de violencia sexual; sin embargo, consistentemente la
relación se deterioró seriamente, y frecuentemente se vio caracterizada por
alejamiento, tensión y conflictos. Y en el contexto tío-sobrino es posible que
existiera amor y respeto hacia la figura de autoridad antes del primer incidente
de violencia sexual, particularmente cuando el tío es un adulto. Sin embargo,
para el tío y el sobrino relativamente cercanos en edad el lazo emocional pudiera
haber tenido un tono más casual de informalidad y distancia.
Independientemente del tipo de relación de parentesco, el vínculo entre ambas
partes desemboca en dolor emocional y alejamiento como consecuencia de las
experiencias de violencia sexual, en especial cuando las personas adultas y (o) el
sistema familiar culpan a la víctima.
En segundo lugar, para los hombres que participaron en todas estas
configuraciones, la relación con la figura materna no es uniforme: la relación
madre-hijo pudiera haber sido positiva, cercana y amorosa (antes y (o) después
de que ella descubriera lo que experimentó su hijo), pero estas relaciones
también pueden exponer una figura materna que se percibía como
desempoderada e impotente como progenitora, y (o) que castigaba y (o) era
negligente con su hijo y otros menores que también pudieran haber sufrido abuso
en la familia. Este patrón hace eco con los relatos de vida de las mujeres e
investigación sobre el incesto padre-hija, en donde la complicidad de la madre,
de existir, puede convertirse “en una medida de la falta de acceso de la figura
materna al poder”.19
En todas las configuraciones, la relación padre-hijo siguió patrones
igualmente contrastantes comparados con la relación madre-hijo. Algunos
hombres describieron la relación padre-hijo como amorosa y emocionalmente
cercana aunque no siempre expresiva, y que en ocasiones mejoró una vez que el
hijo le confió la experiencia de abuso a manos de un tío o de un primo mayor.
Otros hombres lamentaron la ausencia de una presencia paterna mientras crecían
y compartieron el dolor de tener un padrastro en quien tal vez confiaban al
principio, cuando eran pequeños, pero luego aprendieron a temerle y rechazarlo
tras el primer incidente de abuso sexual durante la niñez. Esto último se vio
agravado en el caso de un padrastro que violentaba sexualmente a más de un
menor en la familia. En los casos más extremos, la relación con un padre
biológico era tensa y distante al inicio y se deterioró considerablemente cuando
la figura paterna se volvió sexualmente violenta o abusiva. Como se describió
anteriormente, un hombre adulto puede eventualmente perdonar a un padre que
ya es mayor y está enfermo.
En tercer lugar, en la configuración padre-hijo todos los hombres eran
católicos en diferentes etapas de su vida, pero se convirtieron a una religión
cristiana diferente; reportaron que la religión los ayudó a enfrentar su situación y
(o) a desarrollar alguna forma de autocontrol, y evitó que ejercieran violencia
sexual contra otros, en particular contra niñas y niños. La investigación con
hombres mexicanos ha identificado un patrón similar: algunos hombres
mexicanos usan la religión católica o la conversión a una religión cristiana
diferente (por ejemplo, el protestantismo) como forma de enfrentar el
alcoholismo, los problemas maritales, la enfermedad crónica y la disfunción
sexual.20 En el caso de hombres con narrativas incestuosas que involucraban a
sus hermanos y sus primos sucede algo similar: todos los hombres fueron criados
en familias en las que la fe católica tenía una presencia importante. Estos
varones, sin embargo, se convirtieron o dejaron la iglesia por distintas razones,
incluyendo las contradicciones morales de las que fueron testigos o
personalmente vivieron, tal como las historias que exponen seducción o agresión
sexual por parte de sacerdotes. Los hombres que reportaron violencia sexual por
parte de un tío reflexionaron en forma similar sobre estos asuntos y uno de ellos
ejemplificó las formas en las que los adultos que ejercen violencia sexual contra
un menor y (o) que son cómplices de ella, pueden usar intervenciones religiosas
para silenciar a las personas involucradas y evitar que se resuelvan los incidentes
de violencia sexual en la familia.
Y en cuarto lugar, un hijo no acepta la violencia sexual por parte de la figura
paterna en forma pasiva o en permanente silencio; él puede usar la violencia
emocional o física para confrontar a su padre en distintas etapas de su vida, en
particular cuando el hijo descubre que otros menores se han convertido en su
blanco sexual también. De forma similar, en la configuración entre hermanos y
primos, un joven puede responder emocional y físicamente de modos muy
intensos, y sentir resentimiento y volverse agresivo en los casos más extremos.
Un joven varón puede tener una reacción parecida en el contexto tío-sobrino:
puede albergar el deseo de matar a su tío. La posibilidad más valiente y
admirable es que un joven se convierta en un defensor apasionado y enfático de
sí mismo y de otros primos que también son víctimas de su tío, aunque reciba
poco apoyo por parte de la familia extensa, de las víctimas y de un sistema legal
deficiente. Los hombres, en general, fueron más propensos a usar todas las
formas de violencia (física, emocional y verbal) para reaccionar y confrontar a
un padre, hermano, primo o tío, con más frecuencia comparado con las mujeres
que entrevisté. Los niños varones son socializados para depender de la agresión
como una dimensión clave que define la hombría en las sociedades patriarcales,
y como la respuesta predeterminada a una amplia variedad de estados
emocionales, una característica que para un joven varón puede convertirse en
una habilidad estratégica para enfrentar estas dolorosas situaciones de vida.21
Esto puede encontrar eco en el caso de los escándalos con relación al abuso
sexual de menores a manos de sacerdotes católicos, en los que los hombres han
sido más visibles y enfáticos que las mujeres que han experimentado estos actos
incalificables.22
Si bien los anteriores cuatro aspectos de las experiencias de estos varones son
relevantes, la heteronormatividad y la homofobia fueron dimensiones
adicionales, profunda y selectivamente entretejidas como parte de un círculo
vicioso que incluía la causa, el proceso y el efecto de sus experiencias de sexo
coercitivo. Ejemplo de ellos son Helián y Leonardo, que recordaron haber sido
niños con una expresión de género femenina, blanco de la figura paterna
biológica y que más tarde se dieran cuenta de que no eran heterosexuales.
Ambos hombres recordaron haber deseado ser niñas durante la infancia y así
haber tenido más protección dentro del ámbito familiar. Del mismo modo, tener
una expresión de género femenina durante la niñez convirtió a un niño varón en
blanco fácil de violencia sexual a manos de un hermano o un primo, como
ejemplifican las narraciones de vivencias de Uriel y Saúl, hombres que se
identifican como gay y que recordaron el uso de lenguaje homofóbico o
estigmatizante durante o después de estos dolorosos episodios. En el caso más
extremo, uno o más tíos que violentaron sexualmente y hostigaron en forma
individual o grupal a un niño varón pueden usar la homofobia como forma de
mantenerlos silenciados y hacerles sentir culpables de la violencia, como ocurrió
con Valentín, un joven heterosexual.
Como se discutió antes, utilizo el concepto de “sexo con relación de
parentesco” (o la sexualidad con relación de parentesco) para identificar distintas
formas de actividad sexual voluntaria dentro de la familia (o incesto voluntario)
y puede incluir intercambios entre personas del mismo o diferente sexo. En este
estudio los hombres reportaron con más frecuencia que las mujeres experiencias
de sexo con relación de parentesco, que incluyeron más encuentros entre
personas del mismo sexo que heterosexuales. Esto último incluye los pocos
reportes por parte de hombres que hablaron sobre una relación romántica
voluntaria con una prima o una aventura sexual con una tía, y que se
mantuvieron en secreto con el resto de la familia.23 El sexo con relación de
parentesco puede volverse dañino conforme se incrementa la diferencia de edad
y de tamaño y estructuras corporales, y conforme se reduce el nivel de
consentimiento entre las partes involucradas. El cuadro 5.1 ilustra este marco
conceptual.
A continuación analizo dos procesos interrelacionados para determinar cómo
y por qué el continuum consentimiento-coerción y la sexualidad con relación de
parentesco se organizan dentro de las familias mexicanas. La primera dinámica
se refiere al acatamiento heteronormativo; la segunda identifica el paradigma de
“al primo me le arrimo”. Y finalmente ofrezco algunas reflexiones sobre el
continuum de violencia sexual en la familia.
ACATAMIENTO HETERONORMATIVO
AL PRIMO ME LE ARRIMO
La expresión que cosifica a las primas en las familias, “a la prima se le arrima”,
pareciera tener su equivalente en el ámbito de los niños varones y los jóvenes en
el contexto de la familia: “al primo me le arrimo”, es decir, que es posible
acercarse físicamente a un primo con una intención sexualizada. La expresión
que se refiere a los primos es distinta a la de las primas, y resulta ser más
sofisticada en el caso de los niños varones si la analizamos desde el paradigma
“placer-peligro” que descubrí en otro estudio de investigación anterior sobre
inmigrantes de origen mexicano y sexualidad.31
Por el lado del placer encontramos lo que Núñez Noriega descubrió durante
más de dos décadas de investigación sobre hombres gay: la exploración sexual
entre primos es muy común durante la niñez, especialmente como forma de
aprender y participar en ciertas formas de socialización sexual.32 Los
informantes de Núñez Noriega identificaron esto último como juegos eróticos,
que pueden incluir a primos heterosexuales y no heterosexuales, un patrón que
puede variar a través de las generaciones.33 Estos intercambios sexualizados que
ocurren en las familias pueden permitir que hombres que se identifican a sí
mismos como homosexual o gay, como en el caso de Uriel, exploren la
sexualidad con personas del mismo sexo de forma segura, gratificante y
mutuamente consensuada con primos de edades cercanas durante la
adolescencia.34
Aunque dos o más primos pueden participar en dichos intercambios en forma
voluntaria, estas configuraciones pueden incluir a un primo que tiene una
relación de pareja primaria con una mujer, un patrón que no parece ser aislado.
Reportaron lo mismo hombres que se identifican a sí mismos como gay, como
Zacarías, Uriel y Elías, así como otros hombres en un estudio que realizaron
Carrillo y Fontdevila sobre hombres gay y bisexuales criados en México.35
Por el lado del peligro, “al primo me le arrimo” tiene una expresión
contrastante y que va de la mano con la homofobia y la desigualdad de género.
Los niños varones que no cumplen con las expectativas de género normativas —
de los que automáticamente se “sospecha” son gay— son hipersexualizados, sus
cuerpos se vuelven vulnerables y se perciben como disponibles para otros
hombres en sus familias, para que estos últimos puedan probar su identidad
sexual y su sentido de hombría. En otras palabras, los niños con una expresión
de género femenina pueden convertirse en “la prueba” para los primos que
quieren demostrarse a sí mismos que no son gay. Como en el caso de “a la prima
se le arrima”, que valida y normaliza la percepción de las primas como objetos
sexuales en las familias, “al primo me le arrimo” expone el otro lado de la
heteronormatividad y la vida familiar. La heterosexualidad obligatoria, para
reproducirse a sí misma, no sólo depende de la disponibilidad de un cuerpo de
una mujer sino que también del acceso de un joven al cuerpo de un niño varón o
un adolescente que es percibido como “poco hombre”. Las diferencias de edad y
los grados de coerción y de violencia hacen que este patrón sea marcadamente
diferente al de los juegos sexuales de niños varones cercanos en edad.
Haciendo eco de la investigación de C. J. Pascoe sobre el denominado fag
discourse en una escuela preparatoria de California, los niños varones con una
expresión de género femenina en México pueden convertirse en “abyectos”
dentro de sus familias, es decir, los repudiados y rechazados por otros hombres
que dependen de ellos para “poner a prueba” su propio sentido de
heteromasculinidad y virilidad.
Especialistas en estudios de género de los hombres y las masculinidades
explican que los hombres definen su sentido de hombría no con base en lo que
son, sino con base en lo que ellos no son: ellos están socialmente entrenados
para rechazar la feminidad y cualquier cosa asociada con ella.36 El discurso
homofóbico (por ejemplo, el uso de “maricón” y sus derivados, como “marica” y
“mariquita”, así como “joto” y “puto”) se utilizan ampliamente en las regiones
urbanas y otras en proceso de urbanización de México para disciplinar a los
niños varones en sus familias. Los niños varones y los jóvenes adolescentes usan
este lenguaje homofóbico como parte de culturas sexualizadas que ellos crean y
reproducen activamente dentro y fuera de sus familias. Estos grupos sociales
pueden incluir a primos mayores y a tíos adultos (así como a amigos y vecinos)
que lo usan estratégicamente para etiquetar a primos y sobrinos menores y así
justificar, normalizar y obtener acceso sexual a sus cuerpos.37 Los niños varones
y los jóvenes adolescentes también usan el discurso homofóbico en muchas
situaciones de poder y control entre pares, incluyendo contextos sociales que
pudieran no tener nada que ver con el deseo sexual entre varones.38
Por último, argumento que las culturas sexuales en la familia (family sexual
cultures) que sexualizan a un primo puede similarmente sexualizar a un niño
varón en la relación tío-sobrino, un patrón familiar que rara vez se estudia en la
bibliografía, con algunas excepciones.39 En el contexto de una relación que
implica autoridad y poder, los casos extremos de coerción sexual pueden
parecerse a las configuraciones tío-sobrina, incluyendo la vulnerabilidad que
surge debido a que el sobrino sólo tenga en forma indirecta la “misma sangre”
que el tío (en la lógica de Alberto). Es decir que las genealogías familiares del
incesto pueden ubicar a un sobrino en una posición inferior dentro la jerarquía de
la familia extensa, lo cual también lo hace sexualmente vulnerable,
especialmente si tiene una expresión de género femenina y, por lo tanto es visto
como “poco hombre”.
Una jerarquía de masculinidades dentro de las genealogías familiares del
incesto hace posible lo anterior: ubica a los niños varones en los márgenes
debido a la relación de parentesco, edad, y tamaño y estructura corporal. Así
pues, la homofobia es tanto la causa como el efecto de los procesos familiares
generizados que se discutieron en el capítulo anterior. Estos legados incestuosos
se basan en jerarquías de la masculinidad que marginan a los niños varones
respecto a los hombres adultos y adolescentes, y sitúan a los niños varones que
tienen una expresión de género femenina y a los no heteromasculinos en la parte
más baja de la estructura familiar, la cual comparten de manera selectiva con
niñas y mujeres.40 Una dinámica contrastante surge en los casos que involucran
a tío y sobrino cercanos en edad, tamaño y estructura corporal, una
configuración que también se vería conformada por el grado de consentimiento
por parte del sobrino y su deseo o interés real que pudiera tener en el sexo.
Los niños varones y los jóvenes no reaccionan pasivamente a la violencia
sexual dentro de la familia; un niño varón puede resistirse o defenderse. En el
caso de Matías y Pablo, sus tíos estaban casados con mujeres y tenían hijos, y
llevaron a cabo un ejercicio potenciado de poder y control: cada uno tuvo acceso
sexual a dos sobrinos a la vez, durante muchos años. Matías y Pablo hablaron
sobre sus historias de vida familiar, en las que más de un niño sufría abuso
sexual a manos del mismo tío. En el caso extremo y complejo de Matías, él
identificó como víctimas a unos 30 sobrinos, hijos y nietos. Su tío era adinerado,
con una educación privilegiada y carismático, un hombre poderoso en la familia
y la comunidad; también era miembro de una red de tráfico sexual de niños, más
allá del contexto familiar. Matías y Pablo se identificaron como hombres gay
que bien podrían haber disfrutado estos encuentros durante la niñez o
adolescencia, pero sufrieron un profundo dolor al descubrir el control emocional
y el poder que ejercieron sus tíos sobre ellos. “No fui violado sexualmente”,
subrayó Matías. “Mi tío me violó el corazón.”41
Tal como revelan las narrativas de estos hombres, puede no ser distinguido
claramente el grado en que estos niños y jóvenes identifican las experiencias
sexuales que compartieron conmigo como actos totalmente voluntarios o
involuntarios. Como señalé anteriormente, esto también está conformado, en
parte, por la conciencia del joven sobre su propia curiosidad y deseo sexual y la
diferencia de edad, tamaño y estructura corporal de los involucrados, así como
de muchas otras circunstancias. Esto pudiera enmarañarse en casos de parientes
que son “como primos”, tal como ocurre cuando los tíos y los sobrinos son
cercanos en edad y en tamaño y estructura corporal. En cualquier caso,
argumento que las culturas sexuales en la familia que sexualizan a niños varones
y jóvenes en el contexto de la familia extensa (como primos y sobrinos) pueden
ser responsables por el hecho de que dos terceras partes de los hombres que
entrevisté reportaran una amplia gama de experiencias sexualizadas (voluntarias,
involuntarias e intermedias) con primos y tíos, tanto heterosexuales como no
heterosexuales. Este patrón merece investigarse más ampliamente, dados los
reveladores resultados de estudios recientes sobre el abuso sexual de menores en
México.42
5 Este hallazgo es consistente con los resultados que obtuve en un estudio que llevé a cabo
7 Los relatos de vida de los otros seis hombres que entrevisté no se incluyen en este
capítulo, aunque los menciono brevemente y en forma selectiva. Zacarías y Elías, por ejemplo,
hablaron sobre las relaciones sexuales y románticas voluntarias que mantuvieron con sus
primos durante la adolescencia. Además de esas experiencias no reportaron ninguna otra
experiencia sexualizada relevante dentro de la familia. Del mismo modo, Adolfo habló sobre
sus primeras experiencias sexuales placenteras al acariciar los pies de su padre cuando tenía
entre tres o cuatro, o quizás cinco años, un hábito que desarrolló cuando su padre dormía hasta
tarde los domingos. El hábito de Adolfo reapareció cuando tenía nueve o diez años, y recordó
haberse sentido sexualmente excitado por la experiencia. (Esto hace eco con la narración de
Mario, un hombre chicano gay, en Almaguer, 2007.) Zacarías, Elías y Adolfo, todos hombres
que se autoidentifican como gay, no reportaron ninguna experiencia sexual coercitiva.
Analizaré sus relatos de vida, de carácter único pero similar, en otra publicación. Menciono
brevemente las vivencias narradas individualmente por Samuel e Isaías en el capítulo 1 y el 3,
respectivamente. Discutiré sus singulares narrativas personales, así como la de Santiago, en
algún otro texto.
8 La periodista Lydia Cacho ha documentado escandalosos casos de explotación sexual y
closet, y es una metáfora que las personas lesbianas, gay, bisexuales y transgénero han
utilizado para identificar el proceso de autorrevelación voluntaria a otras personas sobre su
orientación sexual o identidad de género. El trabajo académico del historiador George
Chauncey —autor del afamado libro Gay New York— es con frecuencia identificado como una
fuente relevante de información para un análisis del origen de dicha expresión.
10 La ambivalencia y los mensajes contradictorios que Pablo ofreció mientras narraba su
relato de vida no son de sorprender, en particular en lo que se refiere a su tío mayor. Aunque
tenía un poco más de cincuenta años cuando hablamos, Pablo experimentó mucho dolor
durante nuestra entrevista, pues era la primera vez que recordaba y compartía con alguien su
historia de lo vivido. Así que no lo confronté, y aquí presento la historia tal como me la contó.
Su narración también muestra las difusas fronteras entre coerción y consentimiento, así como
los desafíos de recordar estas experiencias con precisión, un patrón bien documentado en la
bibliografía (véase Herman, 2000, p. 228).
11 Durante mis entrevistas con especialistas que trabajaban en organizaciones no
gubernamentales al servicio de menores que viven y trabajan en las calles de la Ciudad de
México, muchas veces escuché historias de niñas y niños que usan las calles como espacio para
sobrevivir tras huir de casa, como forma de enfrentar la violencia en su familia. La
investigación de Erick Gómez Tagle sobre la explotación sexual de menores en México ha
identificado un patrón similar, que los puede exponer a actividades ilícitas, incluyendo tráfico
de drogas, prostitución y pornografía infantil (2005, p. 115).
12 Esto se parece al patrón que reportaron algunas inmigrantes mexicanas cuando tuvieron
acceso a un empleo remunerado en Estados Unidos. Por ejemplo, cuando una mujer tiene
trabajo remunerado y controla sus ingresos, esta situación puede reorganizar las relaciones de
poder en el matrimonio y la familia. Dos ejemplos incluyen a una esposa que adquiere cierta
influencia y altera los viejos patrones de violación marital y a una hija que se siente lo
suficientemente empoderada como para confrontar a una madre en lo que se refiere a su
libertad sexual (véase González-López, 2005, pp. 188, 193).
13 El Seguro Social, que también se identifica con el acrónimo IMSS, es una institución
gubernamental que ofrece servicios médicos y de salud, un plan de pensiones y otros servicios
de seguridad social.
14 Un estudio a gran escala que se llevó a cabo en 285 hospitales y 88 clínicas familiares
del sistema de salud pública de México encuestó a 373 personas que laboran en estas
instituciones (personal que incluía, pero no se limitaba, a especialistas en medicina, enfermería
y de estudios de laboratorio) que reportaron que en 23% de estos casos la homosexualidad era
la causa del VIH/sida en México (Infante et al., 2006).
15 Según una encuesta que se llevó a cabo con una muestra nacional de 1 273 informantes
gay, lesbianas, bisexuales y otras personas con no conformidad de género y sexual, tres de cada
cuatro jóvenes varones gay en México han estado expuestos a bullying homofóbico. Véase
Primera encuesta nacional sobre bullying homofóbico, que se realizó en 2011 por la Youth
Coalition for Sexual and Reproductive Rights y la Coalición de Jóvenes por la Educación y la
Salud Sexual (COJESS). El estudio puede consultarse en <www.enehache.com o
www.youthcoalition.org>
16 List (2005) y Carrillo y Fontdevila (2011) también han documentado las culturas
sexuales que los jóvenes gay de clase trabajadora han establecido en el Metro de la Ciudad de
México.
17 Véase Prieur sobre los hombres biológicos de clase trabajadora y las formas de alto
riesgo e inseguras que emplean para hacer la transición de hombres a mujeres (1998a, p. 153).
18 Véase Prieur, 1998a, pp. 85, 87, 183, 215, 233.
22 Keenan, 2012.
23 Estos casos incluyen el de Santiago, de Guadalajara, que tuvo una relación romántica y
sexual con una prima hermana casada. Él y su prima tuvieron relaciones sexuales regulares por
cerca de un año. También de Guadalajara, Isaías tuvo un encuentro sexual ocasional con su tía,
la esposa del tío que lo agredió sexualmente cuando era niño.
24 En su pionera investigación sobre hombres gay en Guadalajara y en otros puntos de la
zona occidental de México, el antropólogo Joseph Carrier (1995) reflexiona sobre la niñez de
los hombres gay afeminados: “A causa de su afeminamiento temprano eran blancos sexuales
para algunos de sus parientes mayores, amigos de la familia y vecinos. También existe
evidencia de que los padres y los hijos afeminados se distancian a edades muy tempranas y que
el niño afeminado establece una alianza protectora con una hermana mayor (que con gran
frecuencia parece ser la hija mayor de la familia)” (59). Véase también Prieur, 1998a, pp. 92,
105, 116-126; List, 2005, p. 176; Núñez Noriega, 1999, p. 145, sobre hombres gay, acoso
sexual y otras formas de violencia sexual en la familia. El Informe de crímenes de odio por
homofobia, México 1995-2008, preparado por Brito y Bastida (2009) se refiere a un estudio
sobre salud y opresión en las vidas de personas lesbianas, gay y bisexuales que llevó a cabo la
Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco: 21% de ellas identificó a los hermanos
como las personas que los agredieron (por ejemplo, mediante burlas y humillaciones).
25 Hennen, 2008, p. 51.
26 Las expresiones homofóbicas “mano caída” o “se le cae la mano” suelen usarse en
México al hacer referencia a los hombres gay. Éstas revelan, entre otras cosas, de qué formas la
supuesta homosexualidad de un hombre puede convertirse en una experiencia que se encarna,
la de “una mano caída” en este caso, lo que sugiere que es posible corregirlo. Véase también
Laguarda, para otros ejemplos de lenguaje homofóbico utilizado para identificar a los hombres
gay como parte de la vida cotidiana en México (2007, p. 131).
27 Núñez Noriega, pionero mexicano de la investigación antropológica con hombres gay en
contra niños varones que no cumplen con las expectativas de género normativas en las familias
mexicanas pudiera ser menor para las generaciones más jóvenes de hombres gay gracias a los
programas gubernamentales que buscan prevenir la discriminación y fomentan una mayor
aceptación de la diversidad sexual en el país en años recientes.
29 “La ENADIS 2010 revela que cuatro de cada diez mexicanas y mexicanos no estarían
dispuestos a permitir que en su casa vivieran personas homosexuales” (ENADIS, 2010, p. 33). En
otras palabras, una persona homosexual no sería bienvenida en los hogares de cuatro de cada
diez personas. La Encuesta nacional sobre discriminación en México, enadis 2010, Resultados
sobre diversidad sexual es una encuesta a gran escala que se llevó a cabo en 2010 con 52 095
informantes de todos los estados del país, y que ha expuesto una evaluación reveladora de las
diferentes formas de discriminación y prejuicio, incluyendo pero sin limitarse a la diversidad
sexual. El Conapred realizó la enadis 2010, Resultados sobre diversidad sexual. La encuesta
está disponible en línea en <www.conapred.org.mx>. También, Brito y Bastida (2009) citan un
segundo estudio realizado por Segob/IFE: “66% de los mexicanos no compartiría techo con una
persona homosexual” (p. 9).
30 Véase Kane, 2006.
31 Véase González-López (2005, pp. 50-52). El placer y el peligro no son meras categorías
identificado la misma dinámica como una “iniciación sexual homosocial”. Estos intercambios
sexualizados ocurren entre adolescentes jóvenes de edades cercanas, incluyendo a jóvenes que
están emparentados consanguíneamente, así como a vecinos y amigos (2011, p. 1247).
33 En su estudio demográfico de 250 hombres con experiencias homoeróticas que viven en
la Ciudad de México, Gallego Montes (2007) encontró que para los que reportaron tener su
primera experiencia sexual con un pariente varón, las tasas más altas de configuraciones
incestuosos ocurrieron entre hombres que nacieron en el periodo 1981-1989 (19.6%), en
comparación con cohortes previas, por ejemplo, hombres nacidos en el periodo 1950-1970
(13.9%) y 1971-1980 (10.8%). Gallego Montes observa que “la iniciación sexual con un
pariente o familiar (primos especialmente, aunque también aparecen tíos, abuelos) parece
permanecer constante entre generaciones, aunque gana seis puntos porcentuales en la
generación más joven con respecto a la más adulta” (p. 146). Haciendo eco a los patrones
anteriores, Tomás Almaguer de manera similar también encontró en un estudio cualitativo que
incluyó a cincuenta hombres que se sentían cómodos identificándose a sí mismos como gay u
homosexuales, “tíos, primos, hermanos y hasta abuelos habían desempeñado un papel sexual o
habían tenido contacto sexual con los hombres entrevistados para este proyecto global” (2007,
p. 148). El estudio de Almaguer incluyó hombres, todos étnicamente mexicanos, nacidos tanto
en México como en Estados Unidos, que vivían en el área de la bahía de San Francisco,
California cuando se llevaron a cabo las entrevistas de historia de vida.
34 Gallego Montes descubrió que los hombres gay pudieran percibir las experiencias
ambos hombres que se autoidentifican como gay (y cuyos relatos de vida no están incluidos en
este libro) también reportaron intercambios sexuales exclusivamente voluntarios con primos
antes y durante la adolescencia. Ambos hombres establecieron relaciones románticas con sus
primos como parte de estas experiencias sexuales, que disfrutaron y mantuvieron por largos
periodos de tiempo y en secreto dentro de sus familias. Zacarías confrontó a su primo y rompió
con él cuando se enteró de la relación que mantenía con una joven. En ambos casos la relación
terminó y el primo se casó con una mujer poco después.
36 Kimmel, 1994.
hombres gay y bisexuales que estudiaron, algunos de los cuales tuvieron sus primeras
experiencias sexuales con parientes adultos (en su mayoría primos y tíos) durante la niñez o
inicios de la adolescencia, a veces por la fuerza o sin consentimiento (2011, p. 1244). Otros
estudios han encontrado asimismo, en las vidas de hombres latinos que viven en Estados
Unidos, una alta prevalencia de abuso sexual de menores a manos de tíos y primos.
Sonya Grant Arreola (2010) explica, en su exhaustiva revisión de la bibliografía sobre
abuso sexual de menores (child sexual abuse), los hombres que tienen sexo con hombres (HSH)
y comunidades latinas en Estados Unidos:
Por ejemplo, en una encuesta probabilística de 2 881 hombres adultos que tienen sexo con
hombres y que viven en San Francisco, Nueva York, Los Ángeles y Chicago, una proporción
significativamente más alta de HSH latinos reportaron abuso sexual antes de los 13 años de edad
(22%) que los HSH no latinos (11%). Otros estudios también han encontrado que, comparado
con los no latinos, el abuso sexual de menores entre latinos es generalmente más severo: los
niños varones latinos tienen más probabilidades de haber sufrido abuso sexual a manos de un
miembro de la familia extensa, tal como un primo o un tío, haber experimentado más manoseos
en la zona genital, y haber estado expuesto a más comportamientos sexualmente abusivos y
sufrido más abuso anal. Aún no está claro cómo el machismo pudiera contribuir al mayor
riesgo de abuso sexual de menores entre latinos (pp. 53-54).
Resulta interesante que Helián y Leonardo se refirieran al “machismo” como idea para darle
sentido al comportamiento sexualmente violento por parte de la figura paterna. Aunque ambos
hombres, así como otros mexicanos, pudieran usar el “machismo” como un paradigma para
explicar las experiencias de la vida cotidiana y las expresiones relacionales de la masculinidad
hegemónica y privilegio heteropatriarcal dentro de sus familias y comunidades, tal como se
indicó en el capítulo 1, el “machismo” ha sido criticado como idea y como paradigma para un
análisis crítico de las vidas de los hombres y de la desigualdad de género.
38 Un estudio que se realizó en México indicó que de cada diez niños varones y
adolescentes que han estado expuestos a insultos verbales homofóbicos sólo uno es realmente
homosexual (véase Brito y Bastida, 2009, p. 9).
39 El sociólogo Tomás Almaguer (2007) discute los primeros momentos de conciencia del
deseo y el descubrimiento sexual durante la niñez dentro del contexto tío-sobrino en las vidas
de hombres gay de origen mexicano (véase la historia de Mario, pp. 140-143). La relación tío-
sobrino recibió recientemente atención en dos corpus de conocimiento influyentes y relevantes:
la bibliografía sobre abuso sexual de menores y los estudios de familia. Hay dos figuras
académicas que destacan en esta área, Leslie Margolin y Robert Milardo. Margolin (1994)
señaló la relevancia del tío en la familia como un pariente que tiene más probabilidades de
abusar sexualmente de una sobrina que de un sobrino; Milardo (2005) llevó a cabo una
ambiciosa investigación en la que analiza las vidas de tíos y sobrinos que viven en Nueva
Zelanda y el estado de Maine, y expuso la ausencia de conflictos graves o abusos en estas
relaciones. En contraste, se sabe poco sobre la relación tío-sobrino en la bibliografía de las
ciencias sociales en México.
40 Según Connell y Messerschmidt, “la jerarquía de las masculinidades es un patrón de
siete u ocho años de edad a manos de su tío materno (un adolescente de dieciocho años por
entonces). Y Samuel reportó un largo historial de experiencias sexuales durante su niñez y
adolescencia, tanto con parientes mujeres como hombres, que variaban en grado (desde
experiencias voluntarias hasta otras coercitivas y por la fuerza) y en edad, incluyendo abuso
sexual por parte de un hermano mayor de unos dieciocho o veinte años de edad cuando Samuel
tenía cinco o seis años. Samuel relató que él mismo abusó, durante la adolescencia, de sus dos
sobrinos, de siete y nueve años de edad.
45 Véase Almaguer, 2007.
Las creencias y prácticas en cuanto a las relaciones de género que son terreno
fértil para la violación dentro de la familia tienen características específicas. En
primer lugar, las familias de las mujeres y los hombres que entrevisté percibían a
las niñas y los niños como seres desexualizados. Se cree que los niños varones y
sus hermanos mayores adolescentes (o un adulto varón) que son parientes
biológicos pueden compartir una cama sin ninguna señal de alarma o de peligro
sexual. Un pariente mayor (hombre, o cualquiera que “se vuelve parte” o es
“como de” la familia) se vuelve igualmente desexualizado, lo cual en forma
automática lo autoriza moralmente para cuidar a una niña o un niño. Pero cuando
ocurre actividad sexual y se vuelve visible, la niña o el niño —sin importar su
edad— es quien tiene la culpa. Es decir, las niñas y los niños son seres humanos
desexualizados, inocentes y aún no están completamente desarrollados, pero
cuando la actividad sexual sale a la luz (incluso si es abusiva) se convierten de
pronto en transgresores sexuales.6 Si las niñas y los niños no reportan estos actos
durante la niñez, y no hablan de ellos sino hasta que son mayores, es porque “les
gustó” y, por lo tanto, tienen la culpa por dichos actos y por haber guardado
silencio sobre ellos.7
En segundo lugar, estas creencias y prácticas existen en el contexto de
procesos más amplios y complejos que son responsables de la cosificación
sexual y la violencia sexual contra niñas y mujeres de todas las edades en
México. Es decir, como una supuesta transgresora sexual, una niña que es
violada automáticamente se convierte en una mujer adulta y, por lo tanto, se le
aplican las mismas normas patriarcales que definen la sexualidad de las mujeres.
La niña está expuesta a esta sexualización abusiva desde dos direcciones: la de
las figuras de autoridad en su familia (típicamente una madre, pero también un
padre) y la del hombre que ejerció violencia sexual contra ella. Desde el lado de
su madre, la niña es juzgada y castigada como si ya fuera una mujer adulta. La
menor debe de cargar con la culpa de ser provocativa —la mujer sexualmente
seductora que “provoca a los varones”. Asombrosamente éste es el caso incluso
si el pariente (con frecuencia hombre) que la abordó sexualmente a ella es
considerablemente mayor: un adolescente o un adulto. Y desde el lado del
hombre que violó a la niña: ella está expuesta a los mismos mecanismos
heterosexuales de poder y de control que los hombres adultos usan con las
mujeres adultas, por ejemplo “tú me excitas, te encuentro muy atractiva”, “tú me
provocaste” o “tú no estarías aquí si no te gustara”. En resumen, los hombres
sexualizan a las niñas mediante el lenguaje del abuso emocional y como parte de
la violencia sexual, haciendo que la violencia sea aún más efectiva dentro de una
relación jerárquica de edades y tamaños corporales radicalmente diferentes. La
violencia sexual se reinventa a sí misma para permanecer sin límites y no tiene
por qué ser físicamente violenta. Para la niña, ser culpada de su propia
victimización se convierte en parte del abuso, lo que también multiplica
potencialmente el impacto negativo de dicha experiencia.
En una sociedad donde las mujeres son responsables de sus propios
comportamientos sexuales, así como el de los de otros (es decir, el de los
hombres), las mujeres que son violadas o expuestas a otras expresiones de
violencia sexual son percibidas como responsables de su propia victimización.8
Este paradigma de culpar a la víctima —frecuentemente citado en la amplia
bibliografía que han producido académicas de países de habla inglesa que
estudian la violencia sexual en la vida de las mujeres— se consolida en México a
través de un largo legado de socialización sexual basada en una moral sexual que
gira en torno a la tentación y la culpa, y en la idea de que el sexo es sucio y
pecaminoso. Aunque las mujeres mexicanas que crecen en la fe católica no
necesariamente siguen en forma automática sus mandatos, los textos bíblicos
siguen representando un poderoso esquema cultural que determina las ideas
sobre la moral sexual en un país fuertemente influido por los valores morales
cristianos.9 Comenzando con Eva en la Biblia, a las mujeres se les hace
responsables por las conductas sexuales de los hombres, incluso si son
abusivas.10 Estos sistemas de creencias modelan de manera selectiva la vida de
personas que pertenecen a otras denominaciones cristianas no católicas. Las
terapeutas y otros especialistas en el área de la salud mental que entrevisté
compartieron vivencias incestuosas que ejemplifican este patrón, como en el
caso de una mujer adulta que le dijo a un psicólogo que entrevisté en Monterrey
que “la violación era el castigo de Dios” por usar un vestido que, ella estaba
convencida, había provocado a su padre para que la agrediera sexualmente
cuando sólo tenía ocho años de edad. La culpabilización de las víctimas se
complica aún mas dentro de las familias, tal como señaló la psicoanalista de
Monterrey que trabajaba con una familia en la que el padre fue a prisión por
violar a una de sus hijas cuando tenía nueve o diez años; el resto de la familia
culpó a la niña por “mandar” a su padre a prisión y por ya no contar con la
presencia del padre. Ese mismo hombre es el que después le pidiera a su esposa
que llevara a la niña para que “estuviera con él” durante sus visitas conyugales
en la cárcel.
La confesión como ritual religioso pudiese exacerbar los sentimientos de
responsabilidad y autoculpa de las niñas y mujeres que han sido violadas en un
país predominantemente católico, a menos de que tengan la suerte de encontrar
sacerdotes progresistas como el que entrevisté en una de las ciudades en las que
llevé a cabo mi trabajo de campo.11 Este sacerdote católico, que se identifica con
la teología de la liberación y con agendas sociales progresistas de izquierda, y
que por muchos años ha trabajado en colonias populares, dijo estar impactado
por las historias de acoso sexual, coerción y otras formas de violencia
sexualizada (raramente de “violación completa”) que las mujeres han
compartido con él en el confesionario a lo largo de los años. Él me compartió las
reacciones de las mujeres durante la confesión: ellas asumen la culpa y la
responsabilidad por estos actos (que con frecuencia vivieron durante la niñez a
manos de un pariente varón), y pedían perdón al confesarse. Este sacerdote, que
de manera genuina expresó un intenso interés y preocupación por temáticas que
afectan las vidas de las mujeres y la desigualdad de género, me compartió lo que
él mismo ha expresado a dichas mujeres durante la confesión: el agresor sexual
(con frecuencia identificado como el padrastro, el tío u ocasionalmente un
hermano mayor) es quien en realidad necesitaba confesarse, y en quien debía
recaer la culpa. Un abogado de Guadalajara identificó un patrón contrastante
durante su trabajo con mujeres católicas que reportaron en el confesionario haber
tenido un padre incestuoso: se encontraron con un sacerdote que las regañó por
“juzgar” a su padre. En este último caso, las mujeres decidieron no contarle nada
a su familia posteriormente. Y un psicólogo profeminista que trabaja en
Monterrey con grupos de hombres adultos comentó que algunos sacerdotes lo
han amonestado por promover los derechos de las mujeres y la igualdad de
género en su trabajo profesional con hombres. Así, la masculinidad de los
sacerdotes parece ser tan compleja y tan diversa como la de los hombres
laicos.12
En suma, como otras mujeres latinoamericanas expuestas a distintas formas de
violencia, las mujeres mexicanas aprenden efectivamente a culparse a sí mismas
por sus sufrimientos sexualizados, precisamente, como afirma Menjívar, “porque
los esquemas cognitivos mediante los que ellas entienden el mundo que las rodea
están moldeados por el mismo orden social que produce la desigualdad y el
sufrimiento en sus vidas”.13 A fin de cuentas, la violencia sexual incestuosa
contra niñas y mujeres no es resultado de la desigualdad de género sino un factor
activo en la creación de ésta última.
Las culturas de la violación en la familia pueden manifestarse de distintas
formas, incluyendo pero sin limitarse a las siguientes:
1] Las culturas familiares ejemplificadas en “el hogar como la tierra de nadie”,
donde la autoridad y la supervisión parental o adulta son frágiles o
inexistentes.
2] Las culturas familiares de obediencia, reforzadas aún más por la iglesia
católica y por otras religiones, tal como se ilustra con la expresión
“obedecerás a tu padre y a tu madre”, las cuales se le imponen a niñas y niños
que ceden al sexo coercitivo para cumplir con la ética de obediencia a una
figura de autoridad, a pesar de sus sentimientos de confusión, traición y dolor
emocional. Ser buena o bueno se confunde con ser obediente, y ser
respetuosa o respetuoso, con la necesidad de ceder a la voluntad de aquellos
en posiciones de poder. Estas culturas van de la mano con las culturas de
confianza dentro de la familia que inhiben el pensamiento crítico y cualquier
cuestionamiento hacia sus figuras de autoridad.
3] El síndrome del castillo de la pureza, inspirado por una película mexicana
clásica del mismo nombre, se refiere a las figuras materna y paterna que
conciben al mundo exterior como peligroso y al hogar como seguro: un
castillo de pureza.14 Éste fue el caso de Renata y Miriam, ambas de familias
socioeconómicamente privilegiadas. Estas familias pudiesen crear,
paradójicamente, condiciones de negación colectiva del abuso como un
proceso social que ocurre dentro de la vida familiar (por ejemplo, no hablar
al respecto significa que no existe o que no está sucediendo). Esto puede dar
como resultado familias cerradas o autocontenidas que controlan y enajenan
estratégicamente a sus miembros de las interacciones familiares con el
exterior, y en las que en ocasiones hay una figura paterna que lleva una doble
vida. En el caso de Miriam y sus dos hermanas, su padre controlador las
violó a todas. Él era un hombre amado, generoso, religioso y poderoso, con
conexiones sociales y dinero y de quien se sospechaba, en su colonia de
Monterrey, que tenía nexos con el narcotráfico. Una abogada familiarizada
con casos legales de familias adineradas describió familias incestuosas en las
que el padre logró salir bien librado de serios delitos sexuales al contratar a
abogados poderosos que estratégicamente maniobraron sus redes
profesionales, embebidas en un sistema legal patriarcal y corrupto, lo que
también hace eco con las historias narradas por Paloma.
Entonces ya cuando mi mamá, me acuerdo que me abrazó y pues nos soltamos [a llorar], pues
yo se lo dije llorando ¿verdad? Como que sentía así que mi mamá me protegió..., me quitó,
haga de cuenta que me quitó todo. “Y yo te protejo”, dijo. Porque a raíz de eso, ya cuando yo
le dije a mi mamá, le salió aquel coraje, aquel coraje porque inmediatamente fue, y como allá
se usan así las delegaciones chiquitas, ella fue a la comisaría, que así le llaman, fue y trajo,
agarró la patrulla y que lo subieran. Entonces, en el momento en que él se salió, así la casa
como que me sentí, y ya no, todo tranquilo, o sea, y lo recuerdo, eso sí lo recuerdo, y sí, así me
siento, me siento desahogada. Como que me quitó una carga que yo traía cargando, pesada,
pesada. Entonces ya a raíz de eso, y me dijo mi mamá, ya que le dije, me dijo: “No te
preocupes hija, yo te voy a proteger”.
Nydia no recuerda ningún detalle sobre el proceso legal que siguió al arresto
de su padrastro. Su madre y él se separaron y él permaneció en prisión. “Nunca
más volví a saber nada más de él”, dijo. Años más tarde supo que había muerto
por un problema de salud. Cuando le pregunté “¿Qué hiciste con el dolor?” ella
respondió “¿El dolor? Pues olvidarlo. Olvidarlo... Cuando yo le dije a mi mamá,
me sentí libre”. Sin embargo, un hermano menor alberga resentimientos hacia
Nydia por el hecho de que su padrastro fuera enviado a prisión. Recientemente
ella y su hermano han tratado de resolver y sanar este conflicto.
Ahora que está cercana a los cuarenta años de edad, Nydia está casada con un
hombre y tiene una hija y un hijo. Su relación conyugal de más de catorce años
es estable, con conflictos y tensiones mínimas que básicamente tienen que ver
con temas económicos y la educación de ambos menores. Además de la
experiencia con su padrastro, ella no reportó otras formas de violencia sexual en
su vida. Se describió a sí misma como “fría”, con bajo deseo sexual, que ella
asocia con la violación a manos de su padrastro. Sin embargo, dice que
sexualmente es feliz porque su esposo jamás la ha “obligado”. “Soy feliz”,
aclaró, “porque me siento libre en ese aspecto. Y sé lo que es la libertad y sé lo
que era una traumante vida”.
Como el caso de Itzel y Nydia, otras informantes reportaron respuestas de
resiliencia emocional como resultado de que una figura de autoridad en la
familia les creyera, la persona adulta que intervino a su favor. Ellas asociaron su
reacción emocional con el apoyo que recibieron de una fuente de amor, un
persona cuidadora adulta que les creyó y que las ayudó cuando reportaron sus
experiencias. También de Ciudad Juárez, Alba explicó que cuando su padrastro
le dio un beso profundo en la boca él le dijo que era “normal”. Con frecuencia la
desvestía, la toqueteaba y la penetraba vaginalmente con los dedos. La
experiencia no se sentía correcta, y Alba no esperó para decírselo a su madre,
pero ella no le creyó. En aquel entonces Alba era una niña curiosa e inteligente,
se lo contó al padre de su padrastro, un hombre que ella identificó como su
“abuelo”. Él sí le creyó, no aprobó lo que su propio hijo estaba haciendo y lo
denunció legalmente. Su madre en algún momento apoyó la primera parte del
proceso legal, pero su padrastro se defendió argumentando que “nunca la
penetró”. Él pagó una multa y fue liberado. Su caso pudiera haber ameritado
nuevos cargos, pero la madre de Alba no siguió el proceso legal. La pareja
terminó por divorciarse. Aunque su madre no le creyó al principio y eso la
lastimó emocionalmente, la intervención de su abuelo hizo una diferencia
notable en la vida de Alba. Su abuelo murió poco después de estos
acontecimientos; lo que ocurrió lo afectó mucho moralmente, dijo Alba. Ahora
que son mujeres adultas, ella y su madre están más cercanas emocionalmente,
tratando de sanar las heridas del pasado.
Hombres como Matías y Anselmo describieron de manera similar los
beneficios emocionales que tuvo en su vida personal el hecho de que un adulto
de la familia inmediata les creyera y que intervino a su favor. En estos dos casos,
el que la figura paterna diera por cierto lo revelado y que tomara medidas ante el
abuso también representó una diferencia emocional significativa cuando
compartieron lo que les había ocurrido con ambos, madre y padre. Para otros,
que les creyera un docente, una hermana o hermano mayor o un pariente de más
edad, o personas adultas que les inspiraban autoridad moral y confianza, puede
tener un efecto similar.
De Itzel, Nydia, Alba, Matías y Anselmo aprendí sobre una delicada
dimensión de estas historias mexicanas de humanidad: el dolor y la injusticia
social no siempre provienen de la experiencia de violencia sexual en sí, sino del
contexto familiar y de las ideologías sociales y culturales que conforman la vida
familiar. Una madre o una persona adulta de confianza que cree y toma medidas
cuando la niña o el niño revela experiencias de abuso sexual se convierte en una
fuente de amor, confianza y justicia familiar. Este proceso, a su vez, ayuda al
menor a ser emocionalmente más fuerte y resiliente ante el daño potencial del
impacto emocional. Las consecuencias emocionales son menos traumáticas
incluso si la experiencia involucró violencia física intensa, heridas y sangrado.
En contraste, para una niña o un niño al que no le cree una autoridad familiar,
sino que por el contrario se le culpa por “provocar sexualmente” a un hermano o
a un tío (incluso si el evento no incluyó fuerza física), las consecuencias pueden
ser profundamente traumáticas, como en el caso de Rosana y su hermano.
En resumen, las familias pueden hacer mucho más que sanarse a sí mismas: de
hecho pueden prevenir los posibles traumas. Las familias que promueven la
igualdad de género y defienden los derechos de las niñas, niños, y demás
menores de edad pueden facilitar el proceso de sanación y la resiliencia en estos
menores, mientras que lo opuesto puede tener consecuencias emocionales
desastrosas para estas niñas y niños. Esta prometedora posibilidad corrobora la
idea antes mencionada de “democratización familiar”, que tiene el potencial de
transformar a las familias en fuente de placer y gozo (es decir, amor y
protección) en vez de peligro y dolor (es decir, opresión y discriminación de
género, y violencia sexual).34
“Que te crean es una forma de que te hagan justicia, y el que se haga justicia a
su vez es potencialmente sanador” es una de las fascinantes lecciones de
resiliencia humana que Itzel y Nydia me enseñaron como socióloga y feminista.
Las madres de ambas vivieron una maternidad arraigada en el amor y la
compasión en acción, ejerciendo con ello un feminismo experiencial.35
Escribir las últimas páginas de este libro es como concluir una larga y reveladora
entrevista: tengo un sentimiento especial de satisfacción, así como la
preocupación de que pudiera estar omitiendo algo relevante o de que pude haber
hecho más. En este espíritu, sugiero aquí algunos temas específicos que pudiesen
considerarse para investigaciones futuras en esta área de indagación intelectual.
Mi esperanza es que estas reflexiones inspiren y estimulen nuestra curiosidad e
interés intelectual en los estudios de la familia, la desigualdad de género, la
sexualidad y la violencia sexual, entre otros temas relacionados. Algunos de
ellos incluyen temas y preocupaciones que tienen que ver con comunidades
latinas en Estados Unidos, países hispanohablantes, así como otras sociedades
con historias y culturas patriarcales profundamente arraigadas.
Secretos y silencio
Incesto queer
“Él fue el primero que me atrajo, que me gustaba verlo, que me gustaba estar
con él, y que era hombre. O sea, eso fue uno de los puntos clave que me dijeron,
que me ayudaron a aceptarme como gay”, dijo Elías. Este joven varón que nació
y creció en un pueblo pequeño de Jalisco y completó sus estudios universitarios
en Guadalajara, reportó una relación romántica y sexual de tres años con su
primo hermano. De manera similar, Zacarías, reflexionó sobre la relación
romántica de cuatro años, que con frecuencia incluía relaciones sexuales,
también con un primo hermano cuando ambos eran adolescentes. Zacarías es un
joven de la Ciudad de México, y al igual que Elías, se identificó a sí mismo
como gay. “No creo que hubiera aprendido con otra persona lo que aprendí con
él. Y, la verdad sí fue algo que me marcó bastante la vida, que sí hay un antes y
un después de esa relación”, dijo Zacarías. Para ambos hombres, sus respectivas
relaciones de pareja con sus primos se convirtieron en secreto dentro de sus
familias. A diferencia de Elías y Zacarías, las mujeres que hablaron sobre sus
deseos eróticos, su curiosidad sexual o sus intereses románticos hacia personas
del mismo sexo no experimentaron el mismo tipo de relación romántica y sexual
a largo plazo con una prima o cualquier otra mujer de su familia. ¿Es acaso éste
un patrón en las historias de vida de las mujeres que albergan sentimientos de
amor romántico hacia otras mujeres, hombres que experimentan lo mismo hacia
otros hombres, y tal vez quienes aman tanto a mujeres como a hombres en
México? Más allá de la socialización familiar en cuanto al género y la
sexualidad que se discutió en el capítulo 5 (por ejemplo, la permisividad sexual
de los niños en contraste con las niñas), ¿qué dinámicas adicionales son
responsables de estos patrones? ¿Qué podemos aprender sobre sexualidad,
relaciones de género, intimidad y relaciones de pareja de los futuros estudios de
investigación sobre las relaciones incestuosas queer en México?
“Luego vienen las candidatas a Miss Colita con los galanazos del jurado”
anunció Don Francisco con una voz alegre y animada. El sonido festivo de la
música y la gente que aplaudía y ovacionaba servían como telón de fondo para
las fotografías de cinco mujeres en bikini y con poses seductoras o coquetas que
se proyectaban en la pantalla de la televisión. Miss Colita se convirtió en un
concurso popular en Sábado Gigante, un programa de entretenimiento en vivo
que millones de latinas y latinos que viven en Estados Unidos seguían por
televisión todos los sábados por más de 25 años a través de Univisión, una gran
cadena televisiva en español con sede en ese país. Sin embargo, el 2 de agosto de
2014 el anuncio de Miss Colita ocurrió durante el intermedio de una entrevista,
corta pero conmovedora, que Don Francisco le hizo a Rosie Rivera, la hermana
de la fallecida cantante Jenni Rivera. Unos minutos después del anuncio de Miss
Colita, Don Francisco le preguntó directamente a Rosie sobre las experiencias de
abuso sexual que ella y su sobrina (la hija de Jenni) habían sufrido a manos del
primer esposo de Jenni. Rosie le respondió con franqueza.37 La entrevista, que
vieron millones de latinas y latinos en Estados Unidos mientras escribía las
últimas páginas de este libro, me hizo pensar sobre temas y preocupaciones
relevantes acerca de la cultura de masas, las comunidades latinas en Estados
Unidos y la sexualidad: ¿cómo perciben e interpretan las latinas y los latinos de
Estados Unidos la yuxtaposición de estas imágenes y discursos sobre las mujeres
y la sexualidad y violencia sexual en las familias? ¿En qué medida, cómo y por
qué aparece esta yuxtaposición en una cultura de masas que se ha vuelto parte de
las complejas estructuras que fomentan la violencia sexual contra niñas y
mujeres en las familias latinas de Estados Unidos? ¿Hasta qué punto y cómo los
discursos de la cultura de masas en las comunidades latinas de Estados Unidos
crean situaciones de riesgo y vulnerabilidad para las niñas, niños y las mujeres a
vivir experiencias similares a las que se describen en este libro?
Mientras concluía este último capítulo, Univisión también proyectaba en
horario estelar La Malquerida, una telenovela que gira en torno al deseo
prohibido entre un padrastro y su hijastra. Es el remake de una película del
mismo nombre producida en 1949, durante la época de oro del cine mexicano, a
su vez basada en una obra de teatro escrita por el dramaturgo español y premio
nobel de literatura Jacinto Benavente en 1913.38 Ahora bien, ¿cómo es que estas
producciones culturales populares, intemporales y sin fronteras, han romantizado
esta clase de sexo y romance incestuosos en las familias? ¿Estas imágenes de la
cultura de masas, facilitan la violencia sexual en las familias latinas
contemporáneas de Estados Unidos? ¿O tal vez permiten que se hable respecto a
este tipo de violencia? Si es así, ¿cómo y por qué? ¿Qué otras representaciones
de la cultura de masas requieren que se les preste atención para hacer un análisis
crítico de todos los temas anteriores en las familias latinas de Estados Unidos?
“Y me veo en el espejo, y yo así como que me vi, y mis senos, y mis pompis y
mis piernas, y como que dije, esta panza no es normal, como que no es de este
cuerpo”, reflexionó Rosana en retrospectiva sobre el día en que tuvo una
epifanía. Rosana, que se identifica a sí misma como bulímica, solía preguntarse
por qué sentía tantas náuseas cuando una expareja acostumbraba a acariciarle
suavemente el vientre y ella lo empujaba. Un día, finalmente, todo tuvo sentido:
su hermano solía tocarle el vientre como parte de la rutina de abuso sexual a la
que la sometió durante su niñez. De manera similar, Elisa señaló su pecho plano
y su cuerpo pequeño durante nuestra entrevista y afirmó: “Mis senos se quedaron
del tamaño que tenían cuando mi abuelo los tocó”. Durante la adolescencia, ella
recordó haberse dicho a sí misma en silencio cuando conversaba con amigas
acerca de los cambios que todas estaban experimentando en sus cuerpos: “Yo
quiero ser feliz, yo quiero ser feliz. Yo pensaba dentro de mi”. Ella reflexionó:
“Porque yo como que quería tener senos pero a la vez no quería que me brotaran.
Entonces así fue siempre”. Rosana y Elisa vivieron un sufrimiento sexualizado
como una experiencia encarnada: sus cuerpos físicos literalmente se vieron
transformados por el trauma sexualizado.41 Así que de Rosana y Elisa aprendí: el
cuerpo pudiera recordarte lo que tu corazón se esfuerza tanto en olvidar. ¿Qué
otras lecciones sobre el cuerpo, el género, la sexualidad y la desigualdad social
podemos aprender de las historias de violencia sexual de las mujeres mexicanas?
¿Qué sabemos sobre los cuerpos de las mujeres mexicanas y de otras mujeres
latinas que han sufrido abuso sexual o violación? ¿Cómo podemos usar el nuevo
conocimiento que va surgiendo para facilitar la sanación en la vida de estas
mujeres mexicanas y otras latinas?
“Nunca fui bonita” dijo Alfonsina al explicar que ella era quien tenía los ojos y
el color de piel más oscuros de su familia. Ella describió a su madre, padre,
hermana y hermano como “blancas y blancos con ojos claros”. “Acuérdate que
te quiero mucho, negrita”, Alfonsina parafraseó las palabras de su hermana con
un tono en su voz que evocaba ternura, mientras explicaba que ella sospechaba
todo. En ese momento, su hermana la tomó en sus brazos al encontrarla desecha
en llanto en la recámara, aquella primera vez cuando fue vaginalmente penetrada
por su hermano. “Negra” y “negrita” son a la fecha, los apodos de Alfonsina en
su familia. Ambos términos poseen un matiz cariñoso, pero diminutivo y
potencialmente lesivo, así como connotaciones racistas que eran profundamente
lastimosas para ella, especialmente durante su niñez.
Haciendo eco con la historia de Alfonsina, se encontraban Inés y Rosana. Inés
asoció el color oscuro de su piel con ser fea; Rosana explicó que otro medio
hermano, quien acostumbraba a espiar a su hermana mayor mientras se bañaba,
solía decirle “negra” a su hermana. Adicionalmente, en México, la palabra prieta
también se usa para denigrar a las niñas de piel morena como Alfonsina, Inés y
la hermana de Rosana.
“A lo mejor soy racista” Ofelia aseveró al explicar que ella ha asociado el
color oscuro de piel con la experiencia de abuso y el hecho de que a ella “no le
gusta la gente morena”. Ofelia tiene la piel blanca, el cabello rubio, y los ojos
verdes; una mujer con sus características fenotípicas es frecuentemente
identificada como “güera” en México. A Ofelia la violó el leal asistente de sus
abuelos —un hombre con piel oscura— una experiencia que ella identificó como
aún más dolorosa que los incidentes repetitivos de agresión sexual que vivió por
parte de sus tres hermanos y un tío materno.
Sugiero así que las niñas con piel morena como Alfonsina, Inés, o la hermana
de Rosana ocupan una posición de riesgo dentro de las políticas de
pigmentocracia de las familias incestuosas. Ser la hija que tiene la piel oscura en
la familia identifica y marca socialmente a la niña como la negra o la prieta de
la familia, lo cual pudiera devaluarla aún más y colocarla en situación de
marginación dentro de su familia, convirtiéndola potencialmente en un ser
violable. Al mismo tiempo, poseer el fenotipo que se asocia con ideales sociales
de belleza pudiera cosificar a las niñas con piel clara o blanca como Ofelia, y
convertirlas entonces en blanco de la curiosidad sexual o deseo por parte de los
hombres en familias incestuosas. En los laberintos racializados de las políticas
sexuales en la familia, una niña con la piel oscura y otra con el fenotipo opuesto
pudieran de manera paradójica tener el mismo destino a través de un contrastante
proceso, como se ilustra en las expresiones: “Te puedo violar porque eres negra
y fea”, o “Te puedo violar porque eres güera y bonita”.
Espero que estas modestas reflexiones se conviertan en una invitación que
estimule el inquirir más a futuro en relación al incesto, la violencia sexual, la
vida familiar, la pigmentocracia, el privilegio relacionado con el color de piel, y
el racismo en las familias, especialmente en una nación donde existen temas y
preocupaciones sociales que han afectado por muchísimo tiempo el bienestar de
habitantes indígenas y afrodescendientes, y que dolorosamente han permanecido
aún sin resolver.
“Lo único que tengo que hacer es borrar ‘mexicana’ e insertar ‘del Medio
Oriente’ y prácticamente sería lo mismo”, comentó una alumna de posgrado con
raíces familiares en Líbano y Palestina tras leer un par de publicaciones de mi
autoría sobre virginidad, relaciones de género y la socialización sexual de las
niñas y las mujeres en las familias mexicanas. Con frecuencia me han llamado la
atención también los gestos afirmativos y los rostros expresivos en mis
estudiantes universitarios, mujeres y hombres de distintas regiones y
nacionalidades que han afirmado que nuestras discusiones en clase sobre incesto
y violencia sexual les recuerdan a los de sus culturas de origen en Asia, Medio
Oriente o Centro y Sudamérica. En más de una ocasión, me han preguntado de
inmediato: “Entonces, ¿es el incesto un problema universal?” Las reacciones de
mis alumnas y alumnos y mi propia investigación me han hecho formularme
similares preguntas, que deben explorarse con más profundidad: ¿en qué medida
los hallazgos de mi investigación (es decir, el paradigma de genealogías
familiares del incesto, la feminización del incesto, entre otros) son válidos para
otros países de América Latina, Medio Oriente o Asia? ¿En qué medida estos
paradigmas pueden generalizarse más allá de México, por ejemplo a América
Latina, China o el Medio Oriente? ¿Qué hay acerca del incesto en los distintos y
contrastantes países europeos? ¿Qué sucede en Oceanía y África, y sus
complejos mosaicos culturales y políticos?42 ¿Y qué pasa en la sociedad
dominante así como las comunidades culturalmente diversas de Estados Unidos?
¿Qué hay de particular o de específico en cuanto al incesto en términos de
cultura, región y sociedad? ¿Y qué dimensión del incesto es universal?
Una psicoanalista con más de tres décadas de experiencia, y una figura destacada
en los programas de prevención de la violencia familiar en Monterrey, me hizo
esta pregunta retórica: ¿Cuánto vale un niño en México? Nunca la volví a ver,
pero su pregunta ha resonado en mi mente desde entonces. Durante mis
experiencias de investigación, gracias a las cuales tuve el privilegio de reunir
historias sobre las extraordinarias personas que conocí en cuatro contrastantes
ciudades mexicanas, sus palabras se convirtieron en eco en mi corazón.
En una señal de alto o en un semáforo en rojo, o mientras caminaba por las
atestadas calles de estos centros urbanos, no podía evadir la desgarradora
presencia de una infinidad de menores que viven y (o) trabajan en las calles.
“¿Cuánto vale una niña en México?”, pensé, por darle un giro de género a su
pregunta. Los activistas que trabajan con estos menores me enseñaron una
lección: no es raro descubrir que estas niñas y niños creen que las calles volátiles
y peligrosas de la ciudad son espacios más seguros que las condiciones
familiares de las que escaparon, condiciones de abuso sexual, acoso y otras
formas de violencia.
De todo corazón espero que este libro sea útil para múltiples públicos. Es mi
esperanza también que este libro sirva especialmente a activistas y demás
profesionales que trabajan de forma tan valiente en Ciudad Juárez, y a todas las
notables personas de Guadalajara, Ciudad de México y Monterrey que trabajan
con igual intensidad y que tienen tanto por enseñarnos sobre sexo, poder y
patrones de violencia en las familias mexicanas.
Este libro es el compromiso individual que hice con cada una de las mujeres y
hombres que me abrieron su corazón y su alma para que yo pudiera compartir
sus experiencias con otras personas, con la esperanza de hacer la diferencia en
las vidas de quienes buscan respuestas a un complejo problema social que tiene
que hablarse en voz alta y no mantenerse en ese agonizante silencio: como uno
de sus dolorosos secretos de familia.
1 En años recientes me ha conmocionado una y otra vez escuchar de manera atenta los
monólogos de parientes y amistades que han compartido conmigo historias de horror tras
perder a alguien que fue asesinado, secuestrado o que simplemente desapareció de pronto.
Algunos de mis estudiantes de licenciatura y posgrado de la Universidad de Texas en Austin
también han perdido parientes y seres queridos, sobre todo quienes tenían vínculos familiares
en los estados del norte de México.
2 “Servir” en el Diccionario de la Lengua Española en línea, consultado el 28 de mayo de
2014.
3 Ibid.
4 Kelly, 1987.
5 Gavey, 2005.
6 Véase Blanca Vázquez Mezquita (1995, pp. 12-13) para más reflexiones sobre menores
que han sufrido abuso sexual, que son percibidos como transgresores sexuales. Véase
O’Connell Davidson, 2007, para una reflexión sobre la sexualidad de las niñas y niños como
inocentes.
7 Véase Kaye, 2005.
8 Una importante encuesta nacional que analizó la discriminación contra las mujeres en
México halló que “la quinta parte de la población, femenina o masculina (que dijeron estar de
acuerdo, muy de acuerdo o depende), tiene una percepción que carga cierta ‘responsabilidad’en
las mujeres que son violadas, lo cual representa una muestra de discriminación por género en
tanto que justifica o deslinda de la responsabilidad a los hombres al violar a una mujer si ella se
aparta de las conductas socialmente aceptadas” (ENADIS, 2010, p. 133). La encuesta se realizó
en 2010 con una muestra total de 13 751 hogares de todos los estados del país, y ofreció
información sobre 52 095 personas. Véase ENADIS, 2010.
9 Véase González-López, 2007c.
Russell citadas en este libro. Para un análisis sociológico de las ideas de culpar a la víctima y
de las mujeres como seductoras véase Scully, 1990, pp. 41-45, 102.
11 Los sacerdotes pueden ostentar más poder en un pueblo pequeño que en una ciudad
grande. Sugiero esto en base a la idea de los “patriarcados regionales”, la cual analiza de qué
formas las economías y las culturas locales y regionales pueden determinar la desigualdad de
género. Por ejemplo, una mujer puede estar expuesta a una variedad más amplia de discursos
sobre sexualidad y moralidad en un contexto urbano más amplio. Véase Russell, 1999, p. 121.
Véase también Elden, 2005 para reflexiones sobre lo confesional y la sexualidad en las
influyentes obras de Michel Foucault.
12 Entrevisté a cuatro sacerdotes católicos, tres de los cuales se identificaban a sí mismo
con ideologías de izquierda, que trabajan principalmente con familias pobres y que con
frecuencia toman distancia de la política del Vaticano. Un segundo sacerdote, por ejemplo, que
trabaja con niñas y niños que viven y laboran en las calles, dijo que suele “tomar en cuenta el
contexto social” antes de brindar orientación moral a alguien. Les recomienda activamente el
uso del condón y las píldoras anticonceptivas a las jóvenes adolescentes con las que trabaja. Un
tercer sacerdote, formado en la tradición jesuita, predica valores parecidos a los que promueven
el primer y segundo sacerdote, fomentando la igualdad de género y los derechos de las mujeres
durante la homilía de la misa; es crítico de algunos de los textos bíblicos que se leen fuera de
sus contextos históricos y sociales. Él ha sido confrontado por sus feligreses después de la
misa, con frecuencia hombres (y también mujeres) que no creen en la igualdad de derechos
para las mujeres. Al igual que el primer sacerdote, lo han conmovido los sentimientos de
culpabilidad y autorreproche de las mujeres que han compartido sus historias de violencia
incestuosa en conversaciones mantenidas en diferentes contextos (por ejemplo, dentro y fuera
del confesionario); identificó entre veinte y treinta casos de incesto en los siete años que lleva
trabajando en su comunidad actual. Y un miembro del Opus Dei, un cuarto sacerdote que
trabaja con familias de clase alta, de aspecto amable y gentil, y claramente mucho más
conservador para abordar las temáticas que exploramos. Me explicó que no podía compartir
conmigo los temas generales que ha escuchado en el confesionario, ni siquiera con propósitos
de investigación. Me dio un sermón no solicitado sobre la homosexualidad y me habló sobre su
firme creencia en la terapia de conversión. Cuando le pregunté sobre el escándalo de abusos
sexuales por parte de sacerdotes me dijo que él no confiaba en la prensa y los medios. Véase
Keenan, 2012, sobre la masculinidad de los sacerdotes, el abuso sexual de niñas y niños y la
iglesia católica.
13 Menjívar, 2011, p. 87.
que dirigió Arturo Ripstein. La película se basa en una historia real; ocurre en la Ciudad de
México y retrata la relación incestuosa entre una hermana y un hermano. Cuando hice
referencia a la película una psicoanalista de Monterrey asintió y usó el concepto de “familias
aglutinadas” para describir aquellas familias que pueden representar riesgo de incesto. Ella dio
ejemplos de familias mexicanas adineradas que no pueden tolerar la separación; ambos madre
y padre le cierran la puerta a los desconocidos y controlan las decisiones románticas y de pareja
de sus hijas e hijos. Algunas de estas familias compran grandes terrenos en los que construyen
casas para que todas sus hijas e hijos que están casados puedan vivir en la misma extensión de
propiedad.
15 Véase Kinsey et al., 1953 y Russell, 1999 [1986].
19 Muy pocos casos identificaron a una mujer como la que inició un intercambio
sexualizado con un menor, contra la voluntad del niño o la niña. En este libro discuto el caso
de Elba (capítulo 4). Otros informantes que reportaron historias que involucraban a una niña
preadolescente o adolescente como la que abordó sexualmente a un menor (ya sea a un niño o a
una niña de menor edad) incluyeron a Samuel y a Soraya, de Guadalajara, y a Camila, de
Ciudad Juárez. Estudiaré estos complejos casos en una publicación futura. Terapeutas a los que
entrevisté hablaron sobre la importancia de realizar también investigación sobre mujeres que
coercionan sexualmente, acosan o violan a menores en la familia, un patrón que dijeron
“parece ser menos frecuente” pero aún así existe y merece especial atención. Las experiencias
de hombres mexicanos como los que entrevisté en Los Ángeles que recordaron haber sido
obligados por un pariente varón mayor a tener sexo por primera vez con una mujer adulta,
trabajadora sexual, también merecen atención (véase González-López, 2005, capítulo 3). Un
sacerdote, un profesor de derecho y un terapeuta (todos involucrados con el activismo para la
prevención y la educación sobre la violencia) que identificaron lo anterior como una forma de
violencia sexual contra jóvenes adolescentes me compartieron historias narradas por hombres
que de manera similar les han confiado sus experiencias de iniciación sexual forzadas durante
la adolescencia, y afirmaron que “eran más comunes de lo que imaginamos”. Dichos
encuentros son frecuentemente organizados y facilitados por un pariente varón de más edad.
20 Un reporte de INEGI de 2012 indica que los hogares familiares en México tienen dos
características: siete de cada diez siguen la configuración de la familia nuclear y 77.7% de los
hogares familiares tienen a un hombre como jefe de familia. Véase INEGI, “Estadísticas a
propósito del día de la familia mexicana”, Instituto Nacional de Estadística y Geografía, 4 de
marzo de 2012, disponible en <www.inegi.org.mx>. Otro estudio sugirió que 63% de mujeres
están a cargo del trabajo del hogar y 54% son cuidadoras de sus hijas e hijos (citado en
Schmukler y Alonso, 2009, p. 29).
21 Herman, 2000, p. 55.
23 Esto hace eco con las voces de los hombres mexicanos que entrevisté en un proyecto de
27 Ser una niña que no cumple las normatividades sociales de género no significa
automáticamente que más adelante le atraigan sexual o románticamente otras mujeres, y ser
una niña que se apega a dichas normatividades no implica tampoco que en el futuro le atraigan
sexual o románticamente los hombres. Entrevisté mujeres que recordaron realizar de niñas
actividades de género no normativas (como jugar deportes rudos o trepar árboles) que de
adultas mantienen relaciones exclusivamente heterosexuales.
Además, parece que la niña que participa en actividades físicas tradicionalmente percibidas
como rudas y por lo tanto masculinas (que se identifica comúnmente como “tomboy” en inglés,
el cual no es despectivo, y un equivalente cercano pero ofensivo es “machetona”, una etiqueta
que yo recibí durante mi niñez en Monterrey), no se convierte en un motivo de preocupación
para su madre o su padre sino hasta que ella alcanza la adolescencia. Es decir, cuando la niña
se sexualiza se espera de ella que se comporte con propiedad, como una señorita, una forma de
feminidad exacerbada o emphasized femininity (véase Connell, 1987).
Este patrón requiere análisis ulteriores para las niñas y las jóvenes mexicanas. Sin embargo,
el patrón de no cumplimiento con las normatividades sociales de género en las niñas recuerda
la investigación sobre género y crianza realizada en Estados Unidos (véase Kane, 2006, pp.
157-158).
28 Los relatos de vida de Dalia y de Sagrario no están incluidos en este libro.
29 Véase Careaga, 2012, para más información sobre lesbofobia y violencia sexual contra
mujeres lesbianas en México, y Bartle, 2000, para una perspectiva crítica que compara
crímenes de odio, tanto contra mujeres lesbianas como hombres gay.
30 Véase Carrillo, 2003, para un análisis de las telenovelas y las representaciones culturales
35 En este estudio las madres de familia que no se solidarizaron con sus hijas e hijos y (o)
no intervinieron a su favor parecen haber tenido una o más de las siguientes características: a]
ellas dependen económicamente de su esposo o pareja y tienen miedo de comprometer ese
apoyo para ellas y sus hijas e hijos, paradójicamente a expensas del bienestar del menor o
menores que están siendo abusados; b] ellas se sienten emocionalmente incompetentes,
inermes o temerosas de confrontar a su esposo o pareja; c] ellas mismas tienen heridas
emocionales, con su propio historial de abuso sin resolver y sin recursos internos para
protegerse a sí mismas, y mucho menos para proteger o abogar por una niña o niño; d] ellas se
sienten desempoderadas y (o) devaluadas en lo emocional, económico, moral y (o) sexual; e]
ellas han internalizado percepciones sexistas respecto a sí mismas (y a las niñas y las mujeres
en general), incluyendo la normalización de distintas formas de violencia en la vida de las
mujeres. Comentario a la versión en español: véase el prolífico y relevante trabajo de
investigación del sociólogo David Finkelhor y colaboradores en temáticas relacionadas con las
anteriores reflexiones, por ejemplo, factores de riesgos y otras dinámicas responsables del
abuso sexual en la niñez en otros países. Su obra ha sido publicada ampliamente en revistas
académicas o journals de habla inglesa. Dos de ellas incluyen, por ejemplo: Journal of
Interpersonal Violence y Child Abuse & Neglect.
36 Véanse Pulsipher y Pulsipher, 2006, y Vega-Briones, 2011.
37
Rosie y Don Francisco mantuvieron una conversación acerca de las edades de los
eventos relacionados con el incesto, las razones por las que ella guardó silencio sobre el abuso
durante tantos años, el proceso legal y el encarcelamiento de su cuñado, el profundo impacto
que tuvo en su vida mientras crecía, su experiencia en una relación abusiva, sus intentos de
suicidio y cómo vio su vida transformada al tiempo que ayudaba a otras personas en
situaciones similares mediante los talleres que ella facilita en Los Ángeles. El programa
Sábado Gigante tuvo su último capítulo en septiembre de 2015.
38 Durante más de cien años el incesto y las relaciones incestuosas han inspirado a
otras mujeres que viven en Guatemala pueden somatizar su sufrimiento por su condición de
mujeres como consecuencia de múltiples formas de violencia.
42 Los hallazgos de la investigación de Diana Russell sobre el incesto en Sudáfrica (1997)
recuerdan lo que descubrí en México, incluyendo pero sin limitarse a los patrones de abuso
incestuoso a lo largo de generaciones (p. 85), las percepciones de la hija mayor como la
“pequeña madre” (p. 142) y el derecho supremacista de género de la figura paterna sobre sus
hijas (p. 147).
APÉNDICES
APÉNDICE A
PARTICIPANTES EN EL ESTUDIO
CÓDIGOS DE RELIGIÓN
CÓDIGOS DE EDUCACIÓN
CONSIDERACIONES METODOLÓGICAS
1 Nota a la versión en español: sociology of storytelling podría traducirse como “sociología
de la narrativa”.
2 Nota a la versión en español: El concepto de “memoria” y “trabajo de memoria” se ha
Códigos
Un comentario legal
1 Los 32 códigos penales corresponden a las 31 entidades federativas y la Ciudad de
México. El 8 de julio de 2013 encontré y consulté casi todos estos códigos penales a través del
sitio de internet del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional
Autónoma de México: <info4.juridicas. unam.mx/adprojus/leg/>.
Localicé los códigos penales de Campeche, la Ciudad de México y Querétaro a través de
otras búsquedas de internet. Los casos de Puebla y Tlaxcala han recibido mucha atención de
los medios debido a que el incesto no está tipificado como delito.
APÉNDICE D
Casos tío-sobrina
(*) Tío lejano.
21 mujeres reportaron a un total de 28 hombres que ellas identificaron como tíos.
BIBLIOGRAFÍA
cantinas 189
capital femenino 71, 105
Casa Amiga 44
celibato 90, 106
Centro de Apoyo a la Mujer (CAM) 42
Centro de Apoyo a Mujeres Violadas (CAMVAC) 42
Centro de Orientación y Prevención de la Agresión Sexual, A. C. 43
Ciudad Juárez 23, 25, 26, 34, 44, 45, 64, 79, 83, 102, 103, 106, 117, 120, 125,
134, 150, 156, 159, 187, 219, 245, 247, 253, 254, 275, 276, 287, 293, 294,
295, 298, 299, 300, 302, 312, 328
códigos penales 38, 45, 294, 295, 326, 327
Colectivo de lucha contra la violencia hacia las mujeres (COVAC) 42
colonias populares 282
cómplices por omisión 99
Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED) 48
continuum de consentimiento y coerción social 264
continuum de violencia sexual 142, 144, 153, 222, 223, 263, 272
Convención de Belém do Pará 44
Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra
la Mujer 44
crímenes de odio 54, 56, 217, 264, 292, 332
culpa 24, 39, 49, 57, 71, 81, 110, 118, 123, 125, 132, 135, 139, 152, 172, 180,
181, 187, 191, 199, 237, 239, 241, 255, 280, 281, 282, 283, 301
culpar a la víctima 31, 281
cultura de la denuncia 45
cultura de la pobreza 30, 31, 53
cultura popular 26
culturas familiares 33, 52, 284
cuñado 134, 135, 274, 293, 295, 306
Delgadina, La 58
Delitos contra las mujeres (reporte) 44, 45, 337
democratización familiar 289, 301
derecho de pernada 50, 60, 83, 84, 277, 331
discapacidad 230
disociación 191
diversidad sexual 48, 265, 276
dividendo patriarcal 109, 144
dobles estándares 27, 33, 39, 144, 236
dote 41, 105
genealogías familiares del incesto 52, 56, 97, 145, 160, 162, 163, 203, 205, 206,
207, 208, 210, 212, 213, 223, 270, 272, 278, 285, 289, 311
genogramas 205, 206
Grupo 8 de Marzo 44
Guadalajara 15, 24, 25, 34, 43, 44, 47, 59, 75, 79, 83, 84, 85, 90, 103, 108, 120,
122, 126, 141, 142, 147, 159, 167, 168, 169, 180, 181, 182, 195, 263, 283,
287, 305, 312, 327, 328
Guatemala 49, 98, 279, 297, 309
güeras 309
guerra contra las drogas 275
guiones sexuales 273, 278
“machetona” 291
machín 218, 219
machismo 30, 31, 49, 269
madrastras 28, 99
madre-hijo 259, 260
Malquerida, La 307
“mano caída” 264
manoseo 178
maquiladora 187, 189, 219, 245, 324
masculinidad 31, 53, 54, 109, 140, 141, 217, 266, 269, 270, 278, 283, 307, 308
medicalización de la violación 71, 158
metodología 34, 323
“Mi esposo me usó” 83
misoginia 19, 47, 50, 51, 102, 104, 155, 163, 206, 278, 286
moralidad 27, 33, 59, 144, 225, 236, 282
mujeres indígenas 40, 46, 84
queer 305
racismo 310
Real Academia Española 47
reconstrucción de himen 105
relación conyugal 81, 122, 137, 176, 299
relación padre-hijo 259, 260
religión 34, 61, 82, 90, 95, 117, 118, 198, 247, 255, 259, 261, 320
resiliencia 21, 54, 57, 107, 170, 176, 210, 297, 298, 300, 301
S
telenovelas 293
teología de la liberación 282
terapia de conversión 265, 283
terrorismo sexual 110, 153, 154, 155, 157, 170, 203, 279, 290
Testigos de Jehová 106, 250, 252, 293
tíos adolescentes 202
tíos lejanos 201
tío-sobrina 76, 160, 161, 162, 163, 164, 165, 200, 201, 207, 212, 214, 216, 270,
285, 328
tíos políticos 164, 175, 195, 201, 202, 212, 219, 245
trabajadora del hogar 92, 97, 101, 115, 119, 145, 146, 174, 210, 278
trabajo de memoria 322
tráfico sexual 29, 46, 47, 102, 271
transgénero 23, 230, 259, 291, 320
trauma secreto, El 28
Tu futuro en libertad 47
U
Univisión 306
vergüenza 50, 64, 69, 78, 81, 82, 108, 110, 115, 116, 133, 139, 149, 166, 168,
183, 221, 273, 277, 290
VIH/sida 335
violación agravada 45
violencia física 62, 68, 70, 113, 122, 124, 127, 181, 189, 198, 202, 221, 236,
254, 286, 301
violencia sexual 5, 6, 12, 24, 25, 26, 27, 28, 29, 30, 32, 33, 35, 36, 38, 39, 40, 42,
43, 44, 45, 46, 47, 49, 51, 52, 53, 54, 55, 56, 60, 61, 62, 63, 65, 66, 67, 71,
72, 74, 78, 79, 86, 88, 89, 95, 96, 97, 98, 99, 100, 103, 104, 106, 107, 108,
109, 110, 111, 112, 113, 115, 120, 123, 124, 126, 127, 133, 134, 135, 137,
138, 139, 142, 143, 144, 145, 146, 147, 151, 153, 157, 158, 159, 160, 161,
163, 164, 178, 181, 182, 196, 197, 200, 201, 203, 205, 206, 207, 208, 210,
212, 213, 214, 215, 216, 220, 222, 223, 237, 244, 246, 250, 256, 259, 260,
261, 262, 263, 264, 265, 266, 271, 272, 273, 276, 278, 280, 281, 283, 287,
290, 292, 294, 296, 297, 300, 301, 302, 303, 305, 306, 307, 308, 309, 310,
311, 324, 325
virginidad 41, 50, 71, 93, 105, 106, 156, 175, 179, 196, 311
Zócalo 48
Cultura gastronómica en la Mesoamérica
prehispánica
Peralta de Legarreta, Alberto
9786070309885
190 Páginas