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ÍNDICE

AGRADECIMIENTOS ESPECIALES Y ALGUNAS REFLEXIONES DE LA VERSIÓN EN ESPAÑOL

CON PROFUNDA GRATITUD

PRÓLOGO

1. EN FAMILIA:
SEXO, INCESTO Y VIOLENCIA EN LAS FAMILIAS MEXICANAS

El incesto en México; El estudio del incesto en México: escribiendo acerca de las familias
mexicanas; Más allá de culpar a la cultura; Metodología; Las cambiantes definiciones de
incesto; Violencia sexual, defensa y apoyo, y otras intervenciones: pasado y presente;
Hacia una sociología feminista de las familias incestuosas en México: el género y la
sexualidad del incesto; Organización del libro

2. HIJAS CONYUGALES Y SIRVIENTES MARITALES

Las funciones sexuales de las hijas en las familias incestuosas; Hijas conyugales; Para
comprender el incesto padre-hija; El proceso de llegar a ser hija conyugal; Sirvientes
maritales: entre la complicidad y el desempoderamiento; Para entender la servitud marital

3. A LA PRIMA SE LE ARRIMA:
HERMANAS Y PRIMAS

Narrativas de hermanas y hermanos; Para entender el incesto hermano-hermana; A la


prima se le arrima: las mujeres y sus primos; Para entender el incesto prima-primo; El
terrorismo sexual y la vida familiar; Acoso sexual familiar

4. SOBRINAS Y SUS TÍOS

Tíos maternos: los hermanos biológicos de la madre; Los tíos políticos maternos; Tíos
paternos: los hermanos biológicos de los padres; Los tíos políticos paternos; El tío paterno
lejano; Para entender el incesto tío-sobrina; La feminización del incesto; Las políticas de
desigualdad de género dentro de la familia

5. LAS NARRATIVAS DE LOS HOMBRES


Sexo con relación de parentesco y más allá; Mentiras, juego rudo y dolor; En el nombre
del padre; Para entender las narrativas de incesto de los hombres; Acatamiento
heteronormativo; Al primo me le arrimo; El continuum de violencia sexual en la familia

6. HACIA UNA SOCIOLOGÍA FEMINISTA DEL INCESTO EN MÉXICO

Las culturas sexuales en las familias incestuosas; La ley, la familia heterorreproductiva y


la política social; “Porque mi madre me creyó”: resiliencia y justicia familiar;
Orientaciones para el futuro; La masculinidad de los hombres en las familias incestuosas

APÉNDICES

APÉNDICE A
APÉNDICE B
APÉNDICE C
APÉNDICE D

BIBLIOGRAFÍA

ÍNDICE TEMÁTICO
sociología
y
política
SECRETOS DE FAMILIA
Incesto y violencia sexual en México

por

GLORIA GONZÁLEZ-LÓPEZ
siglo xxi editores, méxico
CERRO DEL AGUA 248, ROMERO DE TERREROS, 04310 MÉXICO, DF
www.sigloxxieditores.com.mx
siglo xxi editores, argentina
GUATEMALA 4824, C1425BUP, BUENOS AIRES, ARGENTINA
www.sigloxxieditores.com.ar
anthropos editorial
LEPANT 241-243, 08013 BARCELONA, ESPAÑA
www.anthropos-editorial.com
HV6570.9M4
G65
2019 González-López, Gloria
Secretos de familia: incesto y violencia sexual en México, por Gloria González-
López — Ciudad de México: Siglo XXI Editores, 2019.
348 p. – Sociología y política
e-ISBN: 978-607-03-0979-3
1. Incesto – México. 2. Delitos sexuales – México. 3. Familias – México 4. Sexo –
Aspectos sociales. I. t. II. ser

ilustración de portada: liliana wilson

[título original en inglés


family secrets: stories of incest and sexual violence in mexico
copyright 2015 por new york university press]

primera edición en español, 2019

DR© por el texto: gloria gonzález-lópez


DR© 2019 siglo xxi editores, s.a. de c.v.

e-isbn 978-607-03-0979-3
derechos reservados conforme a la ley
Dedico este libro a las sesenta personas que con profunda
vulnerabilidad y generosidad me compartieron sus vidas.
Y a quienes llevan una historia similar en el corazón.

En su memoria:
Carmen Castañeda
Esther Chávez Cano
Elisa Facio
María Elena Jarquín Sánchez
José Manuel López Schultz
e Itziar Lozano.
A mi madre y a mi padre,
con mi más profundo amor y gratitud.
AGRADECIMIENTOS ESPECIALES Y
ALGUNAS REFLEXIONES DE LA VERSIÓN EN
ESPAÑOL

Quisiera expresar mi más profunda gratitud a las personas que con su


generosidad y ardua labor hicieron posible la traducción y publicación de este
libro en mi lengua materna y país de origen; son representantes importantes de
dos instituciones que han sido de gran relevancia en este esfuerzo colectivo.
Agradezco de manera especial a José María Castro Mussot y a María Oscos, por
parte de Siglo XXI Editores, y a Ilene Kalish y Margie Guerra, representantes de
New York University Press, por todas sus finas atenciones y solidaridad, así
como por la confianza depositada durante el proceso que tuvo la publicación de
este libro.
De manera especial aprecio profundamente el trabajo de traducción realizado
por Maia Fernández Miret. Mil gracias, Maia, por tu arduo trabajo, cuidado,
precisión y especial sensibilidad. De Siglo XXI Editores, le agradezco a Ana
Ceballos igualmente toda su labor y dedicación y, en especial, su paciencia en
las múltiples tareas de revisión y preparación de la versión final del libro;
asimismo, a Alejandro Reza. Mi más profunda gratitud es también para Alberto
Antonio Amon Jadue, mi editor chileno, que con puntuales y asertivas
intervenciones me ayudó durante largas horas en el proceso de redacción y estilo
de la traducción original al español.
Mi sincera gratitud es también para todas las personas que me ofrecieron su
apoyo durante el proceso de traducción y revisión de categorías conceptuales,
tanto teóricas como metodológicas. Mil gracias de todo corazón a Javier Auyero,
Ximena Canelo-Pino, Gloria Careaga Pérez, Patricia Castañeda Salgado, Lydia
Cordero Cabrera, Daniel Fridman, Vivian Deidre Rodríguez Rocha, Patricia
Torres Mejía y Ofelia Woo Morales. Gracias a Sebastián Colón Otero por la
prolongada conversación sobre sexualidad y género, sentida y pensada en
español. Gracias a Sofian Merabet por escucharme y solidarizarte de manera
generosa durante momentos críticos de traducción de conceptos metodológicos.
A Mariana Gabarrot, con especial gratitud, por su solidaridad y apoyo. Eli:
muchas gracias.
A Marcela Lagarde y de los Ríos, como siempre, el sentimiento me rebasa y
me quedo sin palabras para expresar mi más profunda gratitud por su presencia y
sororidad intelectual y personal. Gracias por ser mi sorora mayor, mi maestra del
feminismo vivido, pensado y escrito en español y desde el corazón.
Finalmente, le doy gracias a la vida por el sueño hecho realidad de publicar
este libro en el idioma en el que me enseñaron a hablar, escribir y amar. La
satisfacción más profunda de haber trabajado en la publicación de este libro en
español fue la recuperación de las voces originales de las sesenta personas que
compartieron sus relatos de vida conmigo en este estudio, así como las de treinta
y cinco especialistas que me compartieron sus saberes y conocimientos, desde
diferentes disciplinas, en el estudio de la violencia sexual. Todas las entrevistas
fueron realizadas, grabadas y transcritas originalmente en español; para la
escritura del libro original en inglés se tradujeron partes de dichos textos a esta
segunda lengua. Así que fue una inmensa alegría a nivel personal y profesional
el poder recuperar el lenguaje original en el que las y los interlocutores
compartieron sus narraciones biográficas conmigo. En el idioma en el que se
aprende a amar se inscriben los significados emocionales de las experiencias
vividas y, sin duda, el libro en español captura las sutilezas emocionales,
lingüísticas y culturales en la lengua materna de mis informantes, lo que da una
textura especial de la que el libro original, en inglés, acaso carece. Para
contrarrestar esto último en la versión original, incorporé en español expresiones
de relevancia emocional, lingüística y cultural —la misma intervención que
utilicé en un proyecto anterior con migrantes de origen mexicano que radican en
Los Ángeles, California.
Por otro lado, el reto más grande para publicar este libro fue la traducción de
conceptos y teorías del inglés al español. He hecho el mayor esfuerzo por
traducir de la manera más precisa posible los términos que se manejan en el
campo de la violencia sexual contra niñas y mujeres en los estudios feministas
pertenecientes a las ciencias sociales.
Como migrante mexicana que ha vivido por más de treinta años en Estados
Unidos, tanto mi formación como socióloga y feminista, como mi superviviencia
y labor intelectual en el mundo académico en este país, ha sido en inglés. En
otras palabras, como mujer mexicana, vivo y siento mi vida personal y
emocional en español; como feminista y académica, vivo y pienso en inglés. Así
que este libro posee la riqueza lingüística y cultural de las voces en español de
mis informantes, entrelazadas con mi esfuerzo personal por seguir descubriendo
y nutriendo mi propia voz intelectual en el mismo idioma. La versión original de
este libro, publicado por New York University Press en 2015, tiene sin duda mi
voz académica, la cual posee mayor precisión y definición a nivel analítico. A
pesar de que los conceptos que acuño e incorporo fueron originalmente pensados
y escritos en inglés, hice todo lo posible por alcanzar la misma calidad
intelectual en este libro en español; el apoyo de quienes colaboraron en varias
etapas del proceso de publicación lo hicieron posible —mil gracias de nuevo.
“Nepantla” se traduce como “en medio” más de una vez en el Gran
Diccionario Náhuatl en línea de la Universidad Nacional Autónoma de México y
es un concepto fundamental en el quehacer intelectual de la teórica chicana
Gloria E. Anzaldúa. Nepantla anuncia, además, el intenso reclamo de Anzaldúa
por recuperar lo propio, las raíces culturales e históricas mexicanas y vitales en
su teorización de la nepantla epistemológica. Así bien, al igual que otras y otros
migrantes mexicanos que vivimos en Estados Unidos, resulta que también
pienso en español y a veces siento en inglés —estoy inmersa en ese nepantla
anzalduano. Desde esa nepantla —esa tierra entre medio de límites desdibujados,
confusos y con frecuencia angustiantes, pero de transformación humana
indescriptible— nació y evolucionó el libro que usted tiene en sus manos.
Mis últimas palabras de agradecimiento son para quien tenga interés en este
libro con fines de sanación individual o grupal, o de promoción de la igualdad de
género y la justicia social desde el feminismo. Gracias por darle lectura y, de
corazón, espero que les sea de utilidad y beneficio en sus esfuerzos personales y
colectivos.
El feminismo crítico desvanece la soledad humana de las niñas y las mujeres.
Aquí estamos.
Y somos muchas.

GLORIA GONZÁLEZ-LÓPEZ
Austin, Texas, verano de 2018
CON PROFUNDA GRATITUD

En primer lugar, deseo expresar mi más profunda gratitud a los sesenta hombres
y mujeres que me abrieron su alma y corazón para compartir los conmovedores
relatos de vida que dieron luz a este proyecto de investigación. He hecho todo lo
posible por escribir sus historias en este libro y otras publicaciones con la misma
vulnerabilidad, honestidad y respeto con los que me fueron compartidas por
ustedes.
Expreso mi más profunda gratitud a todas las siguientes personas, incluyendo
a las y los profesionales que me ofrecieron su apoyo en cada ciudad; algunas de
ellas ya me habían honrado con su amistad en el pasado, otras se convirtieron en
amigas y amigos personales durante esta travesía de investigación. Algunas de
estas personas se nos adelantaron en el camino de la vida y ya no se encuentran
entre nosotras; las llevo en el corazón.
Ciudad Juárez. Esther Chávez Cano, trascendiste a través de tu valiosa obra.
Irma Guadalupe Casas Franco, Claudia Heredia, Eva Moreno, Fernando Ornelas,
Efraín Rodríguez y Juan Vargas: muchísimas gracias. Señora Socorro Gutiérrez
de Lozoya, gracias a usted y a su familia por su hospitalidad y todas sus finas
atenciones durante mi estancia en Ciudad Juárez. Adela Lozoya Gutiérrez y
Carmen Vásquez Sierra, gracias por su amorosa y solidaria amistad.
Guadalajara. Alejandra de Gante Casas y José Manuel López Schultz se
convirtieron en mi fortaleza y la luz que me guio en la ciudad. Alejandra
querida, gracias por tu bondad y generosidad, y por tu hermoso corazón y tu
amistad. Carmen Castañeda y Águeda Jiménez Pelayo, así como Belinda
Aceves, Gandhi Magaña, Nelly Ordaz, Patricia Peña y Marysol Soto, mil
gracias.
Ciudad de México. Laura Martínez Rodríguez, gracias por siempre, mujer de
ardua lucha. Miriam Valdez Valerio, gracias por tu presencia siempre
disponible, especialmente durante las incontables consultas profesionales
después de realizar mi trabajo de campo. Gracias por su presencia y solidaridad a
Joaquín Aguilar, Sofía Almazán, José Barba Martín, Gloria Careaga Pérez,
Patricia Duarte, Gerardo González Ascencio, Patria Jiménez, Alejandro Núñez,
Alicia Elena Pérez Duarte y Noroña, Luciana Ramos Lira y Patricia Ravelo
Blancas. Itziar Lozano: mi gratitud por su apoyo e inspiración durante aquella
especial conversación que nunca olvidaré.
Monterrey. Exsenadora y exdiputada federal María Elena Chapa Hernández,
Marina Duque y Martha Flores Cavazos, mi gratitud por convertirse en esa
presencia vital e incondicional. Elizabeth Aguilar Parra, Karina Castro, Ramona
Gámez, Clara Beatriz León Hernández, Rafael Limones, Mariaurora Mota,
Antonio Nevárez, Silvia Puente, Maribel Sáenz, y Miguel Villegas Lozano:
muchísimas gracias. A Hortensia Rodríguez Castañeda y a la familia Wong
Rodríguez agradezco su amistad y apoyo. Gabriela Lozano de Pérez en Laredo,
Texas: gracias por tu solidaridad y apoyo durante mis viajes a México. Mi
especial gratitud es para mi hermana Olivia Guadalupe González López por su
generosidad, bondad y hospitalidad durante mis diferentes viajes a Monterrey.
En estas cuatro ciudades, gracias a todas y todos ustedes que organizaron,
patrocinaron o asistieron a los talleres y seminarios donde presenté los resultados
preliminares o temas relacionados antes, durante y después de mi trabajo de
campo. Gracias por ayudarme a expandir mi redes profesionales y por ayudarme
de tanta maneras, tanto a nivel profesional como personal. Gracias a todas las
personas que en su momento me presentaron a cada una de las sesenta
extraordinarias mujeres y hombres que participaron en el estudio y a mucha
gente amable y generosa que conocí de manera informal o muy brevemente en
cada ciudad, personas cuyos nombres no están incluidos aquí pero cuya
presencia contribuyó para que pudiera completar el trabajo de campo, así como
etapas posteriores de este proyecto de investigación. Muchísimas gracias.
Mi más profunda gratitud es para el cuerpo académico y de supervisión clínica
que tuve el honor de conocer en la Universidad del Sur de California (USC), en
Los Ángeles, a inicios de la década de 1990: Constance Ahrons, Irving Borstein,
Carlfred Broderick, Marcia Lasswell y Alexander Taylor. No habría sido capaz
de trabajar en este proyecto de investigación sin la preparación y capacitación
clínica y profesional que me ofrecieron ustedes en aquel entonces en mi
formación como psicoterapeuta de pareja y familia; su sabiduría y experiencia se
convirtieron en la mejor compañía que pude haber tenido durante la realización
de mi trabajo de campo.
Expreso mi gratitud también a todas las personas que ofrecieron su apoyo
como asistentes de investigación. Ana Durini Romero en la Ciudad de México:
gracias de corazón por trabajar tantas horas de ardua labor conmigo. En la
Universidad de Texas en Austin, gracias Paloma Díaz-Lobos por tu apoyo
profesional y por facilitar la presencia de estudiantes responsables y
trabajadores: Gloria Delgadillo, Allison Hollander y Willa Staats. Gracias Juan
Ramón Portillo Soto y Brandon Andrew Robinson por su invaluable ayuda y
apoyo.
Gracias por la luz de su amistad durante el proceso de escritura de este libro a
Sonya Grant Arreola, Marysol Asencio, Juan José Battle, Ari Chagoya, Elvira
M. Cisneros, Beth Dart, Rafael Díaz, Patricia Emerson, Marcela Lagarde y de
los Ríos, Ani Tenzin Lhamo, Lisa Moore, Lorena Porras, Sharmila Rudrappa,
Pepper Schwartz y Christine Williams. Gracias William Rodarmor por editar
partes de este libro y por ser un buen amigo. Para Liliana Wilson mi más
profunda gratitud por tu invaluable amistad y compromiso. Sylvia Flesner,
Robyn E. McCarty, Dale Rishel, y Tony Ward: gracias por su sanadora
presencia.
Este proyecto de investigación fue realizado gracias al apoyo del Woodrow
Wilson Career Enhancement Fellowship for Junior Faculty (2005-2006) y al
soporte económico y profesional que me ofreció la Universidad de Texas en
Austin a través del “Dean’s Fellowship” (Otoño de 2006), el Center for Mexican
American Studies (CMAS), el Departmento de Sociología y el Teresa Lozano
Long Institute of Latin American Studies (LLILAS). Gracias Peter Ward y al “C.B.
Smith Sr. Centennial Chair in US-Mexico Relations” por los fondos
proporcionados. Center for Women’s and Gender Studies (CWGS) y Voices
Against Violence (VAV): mi gratitud por el respaldo profesional y su solidaridad e
inspiración feminista.
Denise Segura, mi gratitud por sus perspicaces y valiosas recomendaciones en
aquel entonces, cuando preparé el primer borrador de este libro. Tomás
Almaguer: gracias por tu generoso y bondadoso espíritu y por tu apoyo
incondicional, precisamente cuando más lo necesitaba.
Pierrette Hondagneu-Sotelo, gracias de corazón por tu invaluable apoyo y
solidaridad profesional de más de veinte años y por creer una vez más en mi
trabajo; gracias a ti y a Víctor Ríos por considerar este libro como parte de la
New York University Press, Latina/o Sociology series. Cecilia Menjívar: gracias
por tu gentil y bondadoso corazón, y por ofrecerme esa motivación profesional
que no conoce límites. Jodi O’Brien: gracias por tu apoyo generoso y
bondadoso, tanto a nivel personal como profesional. Mi especial gratitud
también es para Caelyn Cobb y Alexia Traganas por su gentileza, paciencia y
ardua labor. Ilene Kalish, editora ejecutiva de New York University Press,
gracias por tu compromiso, ardua labor y apoyo, y por la manera tan genuina de
interesarte y darle importancia a este libro; te convertiste en la respuesta a mi
plegaria en silencio.
Venerable Kirti Tsenshab Rinpoche y Lama Thubten Zopa Rinpoche, los
maestros de mi corazón, les ofrezco este libro y todo el trabajo y esfuerzo que le
dieron vida. Que estas narraciones biográficas contribuyan a un mejor
entendimiento, sanación y eliminación de todas las formas de sufrimiento y
dolor humano, y sus causas. May this book be endlessly beneficial to others.

GLORIA GONZÁLEZ-LÓPEZ
Austin, Texas, otoño de 2014
PRÓLOGO

Nuestra autora, Gloria González-López, ha conseguido avanzar Hacia una teoría


sociológica feminista sobre el incesto, con lo que se inscribe en la vía clásica de
Gayle Rubin y las demás, con su Hacia una antropología feminista. Ha realizado
una investigación indispensable para visibilizar la problemática relativa al
incesto en México, donde aún es tabú entre sus víctimas, sus familias y
comunidades. Los agresores se benefician del secreto que lleva, implícitamente,
este tabú sobre sus actos, que en realidad no son desconocidos. Se benefician
también de la misoginia que siempre culpabiliza a las víctimas, así como de su
supremacía de género indiscutible. En los campos académico y penal se requiere
una revisión profunda de conceptos y categorías para nombrar, prevenir,
sancionar el incesto y caminar hacia su erradicación.
Este libro es un aporte por su calidad teórica, etnográfica y testimonial, basada
en el método biográfico comparativo. En el ámbito de las migraciones, nuestra
autora construyó, de manera dialógica, sesenta historias de vida marcadas por el
incesto, que siempre es una violencia de género y edad, que acompaña a la
desaparición de muchísimas niñas y mujeres y conduce a múltiples casos de
feminicidio. Esto sucede por la paradoja de la falsa creencia en la confianza
irrestricta sobre todo de niñas y adolescentes, a quienes se les inculca una
absoluta protección sexual, familiar y comunitaria, que contrasta con la realidad
política patriarcal de amplia permisividad de conductas sexuales violentas contra
niñas y adolescentes, aunadas al encubrimiento de los hechos, el silencio y la
secrecía obligatoria en torno a los actos de violencia cometidos por hombres
parientes, allegados y autoridades, basada en el miedo y sometimiento de las
mujeres y en la complicidad de género entre los hombres.
El tabú del incesto genera una gran impunidad que deja un dolor continuado
por la falta de justicia y la revictimización de las mujeres y las niñas.
El horror del incesto se incuba en la desigualdad estructural de género, junto
con creencias morales de respeto y subordinación a los “padres”, así como en la
ausencia de una formación escolar científica con perspectiva de género sobre la
sexualidad, por lo que las niñas viven y sufren desde la ignorancia esta terrible
experiencia. A ello se suma la falta de actuación de autoridades institucionales
de la escuela, del sistema de salud, del sistema de justicia, es decir, del Estado en
su conjunto, que debería proteger y garantizar sus derechos humanos. Sucede
también que mujeres y niñas pobres, en situación de marginación, viven en
comunidades donde hay una real ausencia del Estado, lo que permite la
predominancia de las formas más autoritarias de la opresión patriarcal de las
mujeres y las niñas, tales como la apropiación y el daño de los parientes a través
de la sexualidad incestuosa.
El incesto no es extraordinario. Es parte de los sistemas de parentesco
vigentes en México. Es un hecho transclasista y transétnico. Los principios, las
normas, las prácticas y los mecanismos contradictorios dejan a las niñas y
adolescentes en la indefensión y a sus agresores, en la impunidad. Aun en los
casos en que las mujeres y las niñas víctimas denuncian, su palabra vale menos
que la de sus agresores y se disminuye el problema, al que ni siquiera se
considera falta o delito, o no se les cree. Cuando acuden a otras mujeres en busca
de protección —madres, hermanas, maestras— ellas no tienen cómo protegerlas
por temores varios, por su situación de subordinación y por ser también víctimas
de violencia. Si las víctimas acuden a instancias institucionales ajenas y de las
que desconfían, es probable que sean víctimas de discriminación y violencia
institucional.
Con una gran empatía hacia las mujeres con quienes hizo la investigación y
apoyándose en sus conocimientos empíricos y teóricos sobre el incesto y sus
terribles secuelas, Gloria González-López hace énfasis en la necesidad de crear
una política integral democrática para que las niñas tengan conocimientos sobre
sus derechos humanos, su salud sexual y reproductiva, sobre la justicia. Sostiene
que no bastan esos conocimientos sino que es preciso transformar la conciencia
sobre las relaciones personales y sociales e introducir en ellas el amor y otras
prácticas y formas de respeto en la convivencia.
También propone fortalecer a las activistas que trabajan para atender a
víctimas de incesto. A mí me encantaría que veamos la urgencia de la aplicación
de una política de Estado en prevención de todos los tipos y las modalidades de
violencia de género, tal como lo establece la Ley General de Acceso de las
Mujeres a Una Vida Libre de Violencia, vigente en México desde 2007. Sin
embargo, la prevención en México está ausente. Urge lograr el empoderamiento
de las mujeres y las niñas desde una perspectiva de género feminista y la puesta
en marcha de programas institucionales integrales para garantizar el respeto, la
garantía y la vigencia de sus derechos humanos.
El trabajo de Gloria González-López es imprescindible para comprender los
mecanismos sociales, culturales, individuales y colectivos que propician el
incesto y el tabú que lo acompaña, pero también la resiliencia y las vías para
lograr la intocabilidad, el respeto y la protección de la integridad, la dignidad, la
libertad y la seguridad de las mujeres y las niñas, como base indispensable para
lograr su acceso a la justicia y a la construcción de la igualdad entre mujeres y
hombres, como un nuevo contrato social.
¡Por la vida y la libertad de las mujeres y las niñas!

MARCELA LAGARDE Y DE LOS RÍOS


1. EN FAMILIA:
SEXO, INCESTO Y VIOLENCIA EN LAS FAMILIAS
MEXICANAS

“Mis senos se quedaron del tamaño que tenían cuando mi abuelo los tocó”,
revela Elisa al explicar las razones por las cuales su cuerpo pequeño parece el de
una adolescente delgada y sin busto. Entre lágrimas describió la textura de lija de
las manos de su abuelo materno sobre su piel tierna; a sus ochentaitantos años de
edad el anciano toqueteó sus senos desde que ella tenía siete años y hasta los
once. Por entonces, la conducta de su padre también confundía a Elisa: cuando él
terminaba su jornada nocturna como taxista en Ciudad Juárez, Elisa y su mamá
escuchaban con paciencia, durante el almuerzo, sus historias sobre los horrores y
peligros que enfrentaba en el trabajo y lo bendecido que se sentía de volver a
casa tras una larga noche en las aterradoras calles de la ciudad. Al final del
almuerzo tomaba a Elisa de la mano para que lo acompañara a tomar una siesta.
Sin embargo, algo nunca estuvo bien con esas siestas.
“Tienes que cambiar, tienes que cambiar, porque si no, te mato.” Helián aún
recuerda las palabras que su padre repetía insistentemente cuando usaba el
pulgar para penetrarlo por el ano durante su infancia, desde los tres hasta los
ocho años de edad. Por entonces Helián era un niño con rasgos femeninos que
padecía mucho dolor y confusión porque no entendía lo que su padre trataba de
decirle con estas horrendas acciones y amenazas de muerte. “¿Pero qué tengo
que cambiar?”, se preguntaba. ¿Por qué iba a matarlo su papá? Helián nunca le
preguntó; tenía miedo. A los ocho años su padre lo penetró analmente con el
pene y lo dejó sangrando en el piso del baño. Recibió atención médica, pero su
familia nunca discutió este trágico acontecimiento. Cuando entrevisté a Helián
vivía en Monterrey como Heliana, el nombre que adoptó legalmente; era una
maestra de escuela de cuarentaitantos años, graduada de la universidad, brillante,
muy querida y popular; se autorrecetaba hormonas y vestía de forma modesta.
“¿Nunca viste Tootsie?”, me preguntó Heliana con voz animada y me explicó
que no era transgénero ni transexual, y que el personaje de Dustin Hoffman le
ofreció hace años una forma creativa y humana de sobrevivir en un México
homofóbico, donde ser un hombre gay con una expresión de género femenina,
de voz suave y amable, equivalía a una sentencia de muerte.
“¡Por qué chingados mis papás me cuidaron tanto, si en su misma casa y sus
mismos hijos abusaron de mí, y ni siquiera se dieron cuenta de lo que pasó!”,
exclamó Renata entre lágrimas de rabia. Sollozando describió los recuerdos
gráficos, fragmentados pero vívidos y claros, que comenzó a experimentar, con
espanto y confusión, cuando ella y su esposo asistieron a un retiro espiritual un
año antes de que nos encontráramos para la entrevista en la Ciudad de México.
Conforme recordaba le fue quedando cada vez más claro que su hermano mayor
la forzó a tener sexo con él cuando ella tenía 4 o 6 años y él 17 o 19. Había
crecido en una familia de clase media alta a la que le inquietaban los peligros del
mundo exterior; Renata y todos sus hermanos terminaron la universidad y
siempre disfrutaron una vida mimada, cómoda y llena de privilegios, escuelas
privadas y al menos un viaje de vacaciones a Europa. La mamá y el papá de
Renata, que ya fallecieron, nunca sabrán lo que experimentó con sus hermanos.
Aunque le ha contado a sus hermanas, no sabe si alguna vez los confrontará.
“¿A poco no se está poniendo bonita tu hijastra? ¿Por qué no le echas un ojo?”
Aunque a Samuel lo confundían las preguntas que le hacía esa mujer, a quien
había conocido en un chat en el que experimentaba con el sexo virtual durante
sus horas libres en un cibercafé en Guadalajara, la conversación también
despertó su curiosidad. Eventualmente cedió a la tentación de entablar actividad
sexual con su hijastra de 11 o 12 años de edad. Cuidó que su esposa no se
enterara de lo que hacía, tocó a la niña mientras dormía y luego se desvistió
frente a ella y la besó profundamente en la boca. Con el tiempo lo venció la
culpa y le confesó a su esposa sobre el sexo virtual y lo que le había hecho a su
hijastra; ella se sintió devastada, pero agradeció que fuera honesto y juntos
buscaron ayuda profesional.

***

Acabas de comenzar a leer un libro con el que será difícil llegar al final. No hace
falta decir que este proyecto fue una tarea que presentó muchos desafíos
emocionales, pero creo que tras haber escuchado cada una de estas narraciones
de recuerdos biográficos habría sido aún más doloroso no haber escrito este
libro.
Este libro se ocupa de los relatos de vida (life stories) de sesenta mujeres y
hombres mexicanos que, como Elisa, Renata, Helián y Samuel, me hicieron el
honor de ofrecerme su confianza y de compartirme sus experiencias de vida más
íntimas —y con frecuencia nunca antes contadas— sobre relaciones incestuosas
y violencia sexual en la familia. Conocí y entrevisté a profundidad a estas
mujeres y hombres en Ciudad Juárez, Guadalajara, Ciudad de México y
Monterrey entre 2005 y 2006, y establecí contacto con ellos gracias al generoso
apoyo de activistas, grupos de mujeres, organizadoras comunitarias y otros
profesionistas. También incluí las esclarecedoras y provocadoras lecciones que
aprendí al entrevistar a 35 de estos especialistas.1 Algunos son activistas cuyos
nombres aparecen actualmente en publicaciones sobre los derechos humanos, la
formulación de políticas y las leyes destinadas a proteger a mujeres, niñas y
niños en México.2

EL INCESTO EN MÉXICO

—Pierrette, necesito tu ayuda para encontrar


mi próximo proyecto de investigación.
—¿Qué comunidad es cercana a tu corazón?
—Ciudad Juárez.
—¿Y qué urge en Ciudad Juárez?
—La verdad, no sé.
—Gloria, ve y pregunta.

¿Por qué escribir un libro de narrativas de vida sobre incesto y violencia sexual
en las familias mexicanas? En mi carácter de feminista mexicana que se
identifica a sí misma como una socióloga pública que estudia temas y problemas
vinculados con la sexualidad que afectan el bienestar y las condiciones vitales de
las familias mexicanas me di cuenta, en 2005, de que me tocaba elegir el tema
para mi siguiente proyecto de investigación. Por entonces me interesaba
involucrarme en algún proyecto que se ocupara de las necesidades urgentes de
una comunidad que había llevado cerca del corazón durante unos cuatro años:
Ciudad Juárez. Desde 2001 he visitado esta ciudad fronteriza como voluntaria a
larga distancia para dirigir talleres sobre violencia contra las mujeres y
desigualdad de género para organizaciones de la sociedad civil de la ciudad.
Tengo formación profesional y experiencia como terapeuta de pareja y de
familia para mujeres migrantes latinoamericanas que radican en Estados Unidos,
entre ellas mujeres centroamericanas que fueron violadas durante conflictos
bélicos en sus países de origen. Las experiencias de estas mujeres me motivaron
a organizar los talleres y en 2005 le pedí a las activistas locales que me dijeran
cómo podía ayudarles en mi carácter de investigadora. Durante estas
conversaciones siempre hacía la misma pregunta: “¿Qué tipo de investigación
necesitan las y los profesionales que trabajan con familias que han
experimentado violencia sexual?” Descubrí que otras investigadoras ya estaban
muy involucradas en investigar la desaparición y la violencia perversa contra
cientos de mujeres en la ciudad, pero había temas que requerían una atención
inmediata y que habían permanecido invisibles e ignorados. Gracias a estas
conversaciones informales me enteré de que las niñas y las mujeres que buscan
ayuda en las organizaciones civiles casi nunca reportan que la persona que está
ejerciendo violencia contra ellas es un desconocido. Por el contrario, suele ser
alguien dentro de sus familias —no fuera de ellas— quien las ha agredido o
acosado sexualmente. Y, sin embargo, los relatos de vida de las personas que
padecen estas experiencias no habían sido estudiados y publicados. Descubrí que
el incesto y otros actos sexuales dentro de las familias son los secretos mejor
guardados de las mujeres y sus parientes. Para las terapeutas y demás
especialistas que habían leído poco, o nada, sobre el incesto en México o sobre
temas relacionados se trataba de un enigma, un territorio sin explorar. Lo poco
que sabían provenía de lo que habían aprendido recientemente en textos escritos
y publicados en Estados Unidos, por ejemplo, el importante trabajo del
sociólogo David Finkelhor. Durante la investigación preliminar que realicé caí
en cuenta que mis amigas activistas de Ciudad Juárez estaban en lo correcto: las
ciencias sociales, con su silencio, habían sido cómplices. Hasta el día de hoy las
pocas publicaciones que existen sobre el tema del incesto en la sociedad
mexicana incluyen narrativas personales o autobiográficas, análisis estadísticos
descriptivos, temas legales y judiciales y estudios de la cultura popular
provenientes del área de las humanidades. Sin embargo, aún no existe
investigación empírica sobre el incesto, la sexualidad, la violencia y la vida
familiar en la sociedad mexicana.3
Este libro es un estudio sociológico feminista que documenta y discute los
relatos de vida de mujeres y hombres mexicanos que han experimentado actos,
interacciones y relaciones sexualizadas dentro de sus familias y en el contexto de
sus contrastantes culturas y economías patriarcales urbanas. En el libro exploro
por qué y cómo es que el sexo puede usarse de distintas formas, contra la
voluntad de menores y mujeres, y como una compleja forma de poder, control y
convivencia cotidiana en el contexto familiar. Las mujeres y los hombres que
están representados en estas narrativas crecieron en familias en las que el
silencio y la confusión acerca de la sexualidad eran una norma incuestionable.
En este libro dejo que las historias personales hablen por sí mismas y evito
conceptos como “sobreviviente” y “perpetrador”, que algunas de las personas en
este estudio los perciben como demasiado patológicos, ajenos u ofensivos y que
ni siquiera nos ayudan a comprender lo complejas que son sus vidas; uso la
palabra “víctima” en forma selectiva. Las narraciones también exponen cómo se
viven las emociones intensas del sexo voluntario dentro de la cultura de secretos
de la familia, infidelidades y mentiras, así como los misterios del amor y el
romance.
¿Por qué la violencia sexual en las familias mexicanas es un tema tan poco
investigado y analizado? Mis entrevistas me permitieron entender algunas de las
razones de este silencio. Por lo general, este silencio que rodea la actividad
sexual en las familias mexicanas crea una atmósfera de ambivalencia y
ambigüedad en la cual los secretos sexuales se exacerban. Estas ambigüedades
culturales se ven reforzadas por los dobles estándares de moralidad que afectan a
las mujeres tanto en la familia como en la sociedad y por una ética familiar que
fomenta la idea de que las mujeres deben de estar al servicio de sus parientes
varones, lo cual coloca a las niñas y a las jóvenes en condiciones de riesgo. En
una sociedad patriarcal en la que las mujeres son entrenadas para estar
sexualmente disponibles para los hombres, una niña o una joven que, por
ejemplo, es forzada por su tío a tener sexo, puede percibirlo como algo “normal”
y jamás hablar al respecto. Si estos encuentros se vuelven repetitivos o
seductores y la mujer se da cuenta de que su propia madre aprecia a su tío
porque es una fuente generosa de apoyo económico para la familia, su vida
puede convertirse en un laberinto emocional. Algunos de los hombres que
entrevisté que practicaron sexo con otros hombres del mismo grupo de edad (por
ejemplo, dos primos adolescentes varones) me dijeron que era difícil saber si sus
encuentros sexuales mutuamente consensuales siempre eran totalmente
voluntarios o involuntarios. También explicaron que los perturbaba más la idea
de tener sexo con otro hombre que el hecho de que este hombre fuera miembro
de su familia. Los relatos de vida que recogí me llevaron a cuestionar las
definiciones mismas de incesto y a develar el conocimiento de la profunda y
compleja interrelación entre familia, cultura y Estado que constituye el contexto
de estas experiencias sexuales. También confirmé que México es, sin duda, una
sociedad profundamente sexista y homofóbica.

EL ESTUDIO DEL INCESTO EN MÉXICO:


ESCRIBIENDO ACERCA DE LAS FAMILIAS MEXICANAS

El incesto y la violencia sexual dentro de las familias son prevalentes en la


historia de muchas culturas y sociedades, no exclusivos de la mexicana. Se han
identificado actividades incestuosas en textos muy influyentes para las
sociedades occidentales y occidentalizadas, entre otros la Biblia, y han sido
estudiadas por todas las disciplinas académicas que se ocupan del
comportamiento humano. Intelectuales varones de Europa y Estados Unidos,
como Émile Durkheim, Sigmund Freud, Claude Lévi-Strauss, Talcott Parsons y
Edvard Westermarck han teorizado sobre el incesto desde sus distintos periodos
históricos, ópticas disciplinarias y perspectivas culturales; la antropología nos ha
proporcionado revelaciones y análisis revolucionarios sobre estos
comportamientos en distintas culturas, así mismo, la psiquiatría, la psicología y
la sociología también han estudiado dichos patrones.
En Estados Unidos se publicaron algunos libros pioneros sobre el incesto, que
incluyen Kiss Daddy Goodnight (Dale a papi un beso de buenas noches) (1978),
de la escritora y activista feminista Louise Armstrong, Father-Daughter Incest
(Incesto padre-hija) (1981) de la psiquiatra de Harvard Judith Herman y The
Secret Trauma (El trauma secreto) (1986) de la socióloga Diana Russell, que
también realizó investigaciones sobre el incesto en Sudáfrica.4 En un ambicioso
y completo estudio de 20 países, el sociólogo David Finkelhor (1994) identificó
el abuso sexual de niñas y niños como un “problema internacional” (que incluye
a Estados Unidos y otros países desarrollados) y subrayó la prevalencia de
incidentes que involucran a parientes consanguíneos y a figuras paternas, tales
como padrastros, madrastras y madres y padres adoptivos, en una gran
diversidad de culturas y de países.5
A pesar de que me concentro en México es importante hacer énfasis en que el
incesto no es un problema exclusivo de este país. El incesto y la violencia sexual
dentro de las familias, así como el abuso sexual en general, son fenómenos que
aparecen en muchas sociedades del mundo.
En este libro uso la definición —aún en desarrollo— que he sugerido antes y
que de hecho surgió a partir del presente estudio: “El incesto se refiere a un
contacto sexualizado (involuntario o voluntario, y todas las zonas intermedias y
ambiguas) en el contexto de la familia; esto puede ocurrir entre individuos de la
misma línea consanguínea o dentro del contexto de relaciones familiares
cercanas emocionalmente, e involucran relaciones verticales (por ejemplo,
parientes en posiciones de autoridad y menores y mujeres más jóvenes) u
horizontales (por ejemplo, parientes próximos en edad)”.6 De manera similar,
aún estoy trabajando en las trampas conceptuales que discuto en este libro, y
considero que el incesto involuntario ocurre mediante un amplio conjunto de
expresiones de violencia sexual.7 El incesto es, de hecho, muy diverso y
complejo, y puede involucrar distintos grados y tipos de coerción bastante
sofisticados. En el capítulo 5 introduzco el concepto de “sexo con relación de
parentesco” (kinship sex) cuando analizo el complejo, multidimensional y no
lineal continuum que va de la coerción al consentimiento. Todos estos conceptos
—incesto, violencia sexual y sexo con relación de parentesco— están
interrelacionados y se estudian dentro del contexto de las dinámicas de poder y
control y las relaciones de desigualdad de género que moldean la vida familiar.
El propósito de este libro es ofrecer un acercamiento al incesto y la violencia
sexual allí donde existen en las familias mexicanas y al mismo tiempo ampliar el
lente analítico desde la sociología feminista para ofrecer un análisis más
estructural de estos fenómenos. En otras palabras, este libro no se ocupa de las
familias mexicanas en sí, ni es acerca de la vida familiar en las culturas
mexicanas. Este libro solamente trata de las familias mexicanas en las que las
actividades incestuosas y la violencia sexual se han convertido en intrincados
laberintos que sus miembros deben descifrar. Aunque en México las fronteras
entre las familias no incestuosas y las incestuosas a veces se vuelven muy
delgadas y borrosas, este libro ofrece una perspectiva crítica sobre las formas en
las que las creencias y las prácticas patriarcales que se consideran inofensivas y
“normales” en las familias convencionales, no incestuosas, pueden dar un giro
perverso y crear sutiles y complejas condiciones y circunstancias sociales que
exponen a las niñas, los niños y las mujeres a las expresiones de violencia sexual
que analizo en este libro. En otras palabras, estos casos específicos de México
ofrecen una oportunidad para explorar el incesto y la violencia sexual como un
fenómeno sociológico, y no a través de un lente excesivamente psicologizado.
Puesto que este libro ofrece un análisis contextual, hay algunas características
de la sociedad mexicana que resulta muy importante conocer para poder explicar
el incesto y la violencia sexual en el nivel de las instituciones sociales. En mi
papel de crítica social, el libro The Children of Sánchez [Los hijos de Sánchez]
viene a mi mente como uno de los textos influyentes que ha fomentado
estereotipos sobre las familias mexicanas.
The Children of Sánchez (1961) es un libro repudiado por algunos y celebrado
por otros, que fue publicado originalmente en inglés por el antropólogo
estadunidense Oscar Lewis, a modo de “autobiografía” de una familia que vivía
en Tepito, un barrio de estrato socioeconómico bajo ubicado cerca del centro de
la Ciudad de México. Años después se produjo una película basada en el libro y
estelarizada por Anthony Quinn y otras estrellas de cine. Yo leí el libro por
primera vez en su versión en español—Los hijos de Sánchez—en Monterrey,
cuando estaba en la universidad. Durante la investigación tuve algunos
flashbacks etnográficos de este libro, en particular cuando mis informantes me
describían con detalle las viviendas y vecindades atestadas que recordaban. Al
final de mis entrevistas tomé conciencia de lo sofisticadas que eran las
experiencias de vida que mujeres y hombres me habían compartido con tanta
honestidad. Pensé sobre las preocupaciones y limitaciones de relevancia
metodológica y conceptual. Por ejemplo, los así llamados conceptos de “cultura
de la pobreza” y “machismo” son limitados para ilustrar, por razones específicas,
la complejidad y la riqueza de las narraciones biográficas que escuché.
En primer lugar, Lewis sugiere el que sería su controvertido paradigma: la
cultura de la pobreza. Desde esta perspectiva la gente que crece en medio de una
pobreza persistente desarrolla actitudes y comportamientos específicos, todo un
sistema de valores que se reproduce y se conserva a lo largo de generaciones. Es
decir, los pobres que están atrapados en círculos viciosos de pobreza desarrollan
una cultura propia: “la pobreza es inherente a la cultura de los pobres”.8 Desde
un punto de vista que también se ha utilizado para patologizar a las familias
afroamericanas pobres, la gente que vive en pobreza generalizada termina siendo
culpada por su propia marginalidad socioeconómica, y su sociedad y cultura se
perciben como fijas y estáticas, por lo tanto, cualquier forma de intervención o
cambio social es prácticamente imposible.9
En segundo lugar, Lewis se basó en el machismo como el paradigma que
explicaba el patriarcado, las vidas de los hombres y la masculinidad; este
concepto fue útil para denunciar y para comprender la desigualdad de género en
el México de fines de la década de 1950 y principios de la de 1960. Resulta
interesante notar que la idea del machismo sigue siendo popular; la gente la usa
en sus conversaciones cotidianas para entender la desigualdad de género y los
círculos académicos lo emplean para discutir temas relacionados con el
patriarcado en la sociedad mexicana (yo hice lo mismo muy al inicio de mi
carrera). Sin embargo, han pasado 50 años desde la publicación de este
importante libro y han surgido nuevas perspectivas para estudiar la desigualdad
de género y el tema de la hombría. De acuerdo con intelectuales en estudios
críticos de género, el machismo como una idea y un paradigma está pasado de
moda, y es limitado y problemático, en particular a la luz de los avances que se
han realizado durante las últimas décadas en los estudios de género y en la
investigación sobre los hombres y la masculinidad en poblaciones de origen
mexicano.10
Por las razones expuestas, escribí este libro muy consciente del problema de
generalización excesiva y de los peligros de perpetuar algunas percepciones
culturales engañosas. La socióloga Josie Méndez-Negrete ha sido acusada de
“reproducir una cultura de la pobreza” y el paradigma de “culpar a la víctima” en
su revelador libro Las hijas de Juan: Daughters Betrayed (Las hijas de Juan:
hijas traicionadas), una conmovedora autoetnografía del incesto en el contexto
de la migración mexicana y la vida familiar en California. Su trabajo allanó el
camino para hacerle justicia a las inquietudes culturales que me expresaron
muchos de las y los especialistas que entrevisté y para que estuviera atenta de no
perpetuar imágenes dañinas sobre las mujeres y los hombres mexicanos y sus
familias; el testimonio de Josie tiene un profundo eco en los relatos de vida que
escuché. Escribí este libro con el corazón abierto y receptivo, acogiendo todas
estas responsabilidades intelectuales.

MÁS ALLÁ DE CULPAR A LA CULTURA

“Nomás no me vengas con la misma historia de Los hijos de Sánchez.” Estas


palabras iban acompañadas por las severas advertencias, los dedos acusadores y
mirada incrédula que recibí de algunas de las especialistas que entrevisté.11 Sus
reacciones se hicieron evidentes cuando les pregunté si creían que había algo
particular en la sociedad mexicana que provocara que las niñas, los niños y las
mujeres fueran más vulnerables a la violencia sexual dentro de la familia. Les
aseguré que me parecía importante cuestionar las imágenes arquetípicas,
estereotipadas y patológicas de menores, las mujeres, los hombres y las familias
mexicanas que se retratan en las publicaciones sobre la “cultura mexicana”, y
recalqué mi interés por ofrecer una comprensión sociológica de un fenómeno
complejo.
Fue entonces cuando especialistas en derecho, activistas y otros profesionales
me contaron cómo la pobreza y las familias pobres, de clase trabajadora, han
sido distorsionadas y satanizadas en algunos textos sobre la vida familiar en
México que suelen hacer referencia al libro que Oscar Lewis publicó hace
décadas. El testimonio de Consuelo en dicho libro sirve como ejemplo del tipo
de imagen familiar que inquietaba a las profesionistas que escuché:

Acabando de cenar todo mundo se iba a acostar. Marta en la cama grande con sus niñas;
Mariquita, Conchita y yo en mi pequeña cama; Alanes, Domingo y Roberto pasando frío en el
suelo; y ahora también la sirvienta con sus niños en el suelo. Noche tras noche éste era el triste
cuadro que tenía ante mis ojos. Yo quería mejorar las cosas, pero para entonces ya tenía miedo
hasta de hablar. [Lewis, 1961: 417.]

Estos especialistas me compartieron narraciones de incesto y violencia sexual


en familias mexicanas de clase alta, destacando la gravedad de este problema
social en otros países y otras culturas. Algunos reflexionaron también sobre la
forma en que publicaciones amarillistas como la revista Alarma!,12 ávidas de
historias con destinos fatales, han explotado y expuesto algunos casos
escandalosos de violencia sexual en familias pobres. Las familias pobres, a
diferencia de sus contrapartes de clase media y alta, no tienen ni el dinero ni el
poder necesario para encubrir sus tragedias y desgracias familiares. Mis
entrevistados también me contaron que puesto que las familias pobres son las
que buscan la ayuda de organizaciones no gubernamentales (ONG) e instituciones
públicas, sus casos por lo general suelen ser más visibles y pasan a engrosar las
estadísticas y con frecuencia son percibidas como “las únicas” que experimentan
estas experiencias de vida tan complejas y dolorosas. En resumen, me
advirtieron que no fuera clasista y que no contribuyera aún más a oprimir a las
familias pobres.
A fin de cuentas, esta advertencia reflejó lo que Matthew Gutmann
reflexionaba, hace dos décadas, sobre el impacto de la obra de Lewis: “En su
esfuerzo por entender a los varones mexicanos, en particular a los pobres,
muchos escritores han usado datos específicos de los estudios etnográficos de
Oscar Lewis para promover algunas generalizaciones sensacionalistas que van
mucho más allá de cualquier cosa que Lewis haya escrito” (1994: 9).13
Las voces de las especialistas que me advertían sobre Oscar Lewis también
confirman las narrativas de vida de este libro: el incesto y la violencia sexual
suceden en todos los estratos socioeconómicos, en contextos familiares y con
fuerzas sociales específicas que desencadenan los actos de abuso sexual o
violación de niñas y niños. Mi objetivo es ofrecer una perspectiva sociológica
feminista para examinar un problema social complejo y que tome en cuenta: 1]
la evolución histórica de las leyes sobre el incesto, el sexo y la violencia sexual
en la familia, así como los derechos humanos de niñas, niños, adolescentes y
mujeres en la sociedad mexicana, con una revisión minuciosa de sus orígenes
coloniales e indígenas; 2] las percepciones culturales dominantes sobre la
sexualidad; los dobles estándares de moralidad y de culturas familiares que
fomentan la desigualdad de género; las prácticas y los valores religiosos
patriarcales; las culturas, las economías y las ideologías regionales; y las
creencias y prácticas culturales imperantes, y 3] las percepciones sociales,
políticas y culturales sobre niñas y niños a quienes no se les considera con la
valoración y el respeto que merece un ser humano, y además como extensión y
propiedad de sus progenitores.
METODOLOGÍA

Realicé un total de sesenta entrevistas en profundidad grabadas para registrar los


relatos de vida de cuarenta y cinco mujeres y quince hombres; uno de los 15
informantes asignados como hombre al nacer, en su vida personal se identifica y
vive como mujer por razones de supervivencia y seguridad (véase la historia
personal de Helián). Nacieron entre mediados de la década de 1950 y la de 1980,
y fueron criados en una amplia variedad de contextos socioeconómicos. Las
mujeres y los hombres que entrevisté tenían distintos colores y tonos de piel, así
como una rica expresión y combinación de rasgos fenotípicos, entre ellos color
de pelo y ojos, textura del pelo, altura, tamaño y estructura corporal. Sólo dos
(Otilia y Esmeralda) se identificaban abiertamente como indígenas. Ninguno de
ellos tenía discapacidades, con excepción de un informante que hizo una
solicitud especial para que no revelara la información en ninguna parte del
estudio. El Apéndice A revela sus características demográficas, que incluyen
edad, estado civil, religión, educación y experiencias de vida sexual, románticas
y de relación de pareja.
Conocí a mis informantes entre 2005 y 2006 durante mi trabajo de campo en
las cuatro ciudades que se convirtieron en mis sitios de investigación (Ciudad
Juárez, Guadalajara, Ciudad de México y Monterrey). Los conocí con la ayuda y
la colaboración de muchas de las expertas con las que me relacioné en distintos
contextos comunitarios y académicos. Tal como sucedió en mi proyecto anterior,
con inmigrantes de origen mexicano que vivían en Los Ángeles, comprobé que
mis informantes se seleccionaron a sí mismos. Es decir, la gente que accedió a
ser entrevistada se sentía muy motivada para contar sus historias personales;
muchas de ellas y ellos narraron sus experiencias de vida de manera muy
generosa, lo cual revela su comodidad con la metodología de relatos de vida que
se ha utilizado con éxito por las ciencias sociales en México.14 Los relatos de
vida son prácticas orales muy ricas de narración de historias y anécdotas
tradicionales de las familias mexicanas, que se reproducen de generación en
generación y que tienen raíces en las sociedades prehispánicas.15
Reuní las narrativas de vida que se presentan en este libro mediante
entrevistas individuales a profundidad que realicé en espacios seguros y privados
que con frecuencia nos proporcionaron las organizaciones con las que entablé
una relación profesional. Mi formación clínica como terapeuta de pareja y de
familia me dotaron de las habilidades necesarias para llevar a cabo estas
conversaciones, para cuidarme a mí misma y también para apoyar a las personas
que con tanta generosidad me confiaban sus difíciles experiencias vividas. Por lo
tanto, fue un golpe darme cuenta de que la psicoterapia y la investigación
representan procesos epistemológicos completamente distintos. Por ejemplo,
sumergirme en las heridas de la persona entrevistada con el propósito de llevar a
cabo una investigación pronto me reveló un estado de conciencia que nunca
había experimentado como psicoterapeuta unos años antes, cuando dirigí en
Estados Unidos el trabajo clínico con mujeres inmigrantes de origen
latinoamericano que habían vivido algún tipo de violencia sexual. Discuto este
tema en dos publicaciones, “Epistemologies of the Wound” (“Epistemologías de
la herida”) (2006) y “Ethnographic Lessons” (“Lecciones etnográficas”)
(2010a).
Escuchar estas entrevistas, siempre conmovedoras y con frecuencia
emocionalmente abrumadoras, modificó de manera dramática la forma en la que
decidí analizarlas —un trabajo intenso y laborioso— lo que eventualmente me
condujo a escribir este libro. Opté por un enfoque narrativo de estos relatos de
vida por razones específicas. En primer lugar, me impactaron las asertivas
reflexiones metodológicas de la experimentada investigadora sobre temas
referentes a la violación, Rebecca Campbell (2002). Ella afirma: “Yo cuestiono
la precisión emocional de la investigación académica sobre la violación. Hoy me
parece demasiado limpia, demasiado higiénica y demasiado alejada de las
experiencias personales y emocionales de las sobrevivientes de violación. ¿Cuál
es la ‘violación’ que se retrata en el discurso académico? En la medida en la que
el discurso académico entiende la violación como un problema individual de
sobrevivientes individuales, carentes de emotividad, es posible que resulte
incapaz de representar el problema de la violación en la vida de las mujeres y en
nuestra sociedad” (p. 97).
Contar y escribir las experiencias de vida tal como me fueron narradas, con
detalles explícitos y dolorosos de sus vivencias, expone sus relatos de vida tal
cual son, sin desinfectar. Esto concuerda con la importancia de estudiar esa
complicada madeja que es el comportamiento humano en una amplia variedad
de contextos sociales, tal como lo expresó tan elocuentemente la socióloga Jodi
O’Brien (2009).
En segundo lugar, al escuchar cada una de estas historias de vivencias
personales tomé conciencia de la dimensión política de este proyecto: me
convertí en testigo de un relato de vida de violencia sexual al realizar cada
entrevista. Esto era particularmente relevante en los casos de las personas que
por primera vez rompían el silencio y hablaban al respecto. Esto también
transformó la forma en la que entendí estas narraciones y cómo las estudié, las
analicé y presenté los “datos”, algo que discuto con mayor profundidad en la
publicación, “Ethnographic Lessons” (2010a).
En tercer lugar, y esto es lo más importante, narro historias sobre el incesto y
la violencia sexual porque las personas que las compartieron conmigo lo
hicieron con mucha esperanza y con una motivación sincera: revivieron su dolor
con el objetivo de compartir la historia de su vida para que pudiera ser contada y
ayudar así a otras personas en circunstancias similares. Las motivaba en
particular saber que sus historias de vivencias personales podrían serles útiles a
una gran variedad de especialistas con un interés especial en producir un cambio
social. En resumen, contar su historia es un compromiso ético y político que
establecí con estos sesenta mujeres y hombres.
Escribir las narrativas de vida se convirtió en una travesía intelectual muy
ambiciosa y absorbente. Leí al menos dos veces las transcripciones de cada
entrevista, hice una larga lista de categorías de análisis —más de treinta—, para
no perderme nada al organizar estas historias de lo vivido y redacté cada una sin
perder ni distorsionar ningún detalle. El tiempo que consumió este proyecto
también fue resultado de mis inquietudes por los problemas éticos y los aspectos
personales de la gente que tan generosamente compartió sus vidas conmigo.
Unas historias son más largas que otras y algunas más explícitas y detalladas. A
solicitud de mis informantes omití aspectos concretos de sus vivencias narradas,
como en el caso de Otilia, que publiqué como un estudio de caso.16 Asimismo,
tuve mucho cuidado de representar e incluir todos los detalles tal como fueron
compartidos conmigo. Finalmente, en este libro no se incluyen íntegramente
todas las narraciones biográficas de las sesenta personas a las que entrevisté;
algunas han sido (o serán) publicadas en otros espacios académicos debido a las
especificidades o las características únicas de sus casos. Todos los relatos de
vida por lo general tienen como hilo conductor los mismos patrones familiares
que discuto en este libro.
Este estudio fue realizado siguiendo los mismos procedimientos y
lineamientos éticos a nivel profesional e institucional que guiaron mi
investigación previa con poblaciones mexicanas. Llevé a cabo mi trabajo
etnográfico tras recibir autorización del Comité de Revisión Institucional (IRB, en
inglés) de la Universidad de Texas en Austin, en 2005. Ninguno de mis
informantes participaron en mis estudios de investigación anteriores, los cuales
se basaron en el trabajo de campo que realicé en la década de los noventa en Los
Ángeles, California.
En el Apéndice B discuto algunas dimensiones metodológicas y éticas
adicionales de este estudio, que he examinado ampliamente en otras
publicaciones. Trabajar en estas publicaciones me ayudó a entender lo que
Rebecca Campbell identifica como “investigación con compromiso emocional”
—emotionally engaged research—, una travesía etnográfica que exigió
demasiado trabajo emocional e intelectual en una amplia variedad de
dimensiones metodológicas y que debí hacer antes de sumergirme en estas
narraciones, emocionalmente abrumadoras y a la vez de abundancia intelectual,
para ser capaz de organizarlas, analizarlas y escribir este libro. Finalmente, con
el objetivo de proteger la privacidad de mis informantes, uso seudónimos para
identificar a las personas que compartieron conmigo sus relatos de vida.

LAS CAMBIANTES DEFINICIONES DE INCESTO

“¿Quieres la definición legal de incesto? ¿O quieres la definición clínica?” Éstas


eran las preguntas que las y los especialistas formulaban con mucha frecuencia
cuando inquiría sobre lo que el concepto “incesto” significaba para ellos. Pronto
descubrí que durante mucho tiempo han existido tensiones y contradicciones
alrededor del incesto como concepto, tanto históricamente como en el ámbito
legal y de la salud mental.
México, que se independizó como país en 1821, creó sus leyes cuando aún se
encontraba bajo una gran influencia de la iglesia católica. Un profesor de
derecho, con una amplia experiencia en derechos humanos, me explicó, por
ejemplo, que estas leyes, que seguían tradiciones religiosas y culturales
judeocristianas, debieron castigar legalmente un tabú: el incesto. Otros
especialistas en el campo legal me enseñaron que la Leyes de Reforma (de
mediados del siglo XIX) fueron fundamentales para la reestructuración total del
sistema legal mexicano y crearon la separación entre la iglesia y el Estado. El
sistema legal, que experimentó cambios importantes en 1870, 1884 y 1917 en lo
tocante al derecho familiar, sin embargo, ha sido históricamente patriarcal.17 Las
leyes que más adelante fueron representadas en los códigos penales estatales

han identificado el incesto, tradicional y sucintamente, como las relaciones coitales entre
personas con lazos consanguíneos tales como “ascendientes”, “descendientes” o hermanos.
Legalmente, se asume que el incesto es la actividad sexual voluntaria entre iguales con lazos
consanguíneos. En general la ley mexicana castiga el incesto como actividad sexual dentro de
la familia, pero pasa por alto los asuntos de poder, control o abuso en las familias. La violencia
sexual dentro de las familias es castigada, pero como un factor agravante para otros delitos. Por
ejemplo, la violación y la prostitución de menores (entre otros) pueden recibir un castigo más
severo si ocurren de “ascendiente” a “descendiente”. Así, el incesto per se (con toda su
complejidad) se pierde en estas clasificaciones legales, sólo se castiga en forma indirecta y
permanece invisible.18
A la fecha, muchos códigos penales estatales definen legalmente el incesto
como un “delito contra la familia”. Hasta julio de 2013 más de la mitad de los 32
códigos penales se apegaban a esta descripción legal y cinco estados asociaban
el incesto con la violación de la libertad sexual de la persona, la seguridad sexual
o el desarrollo psicosexual “normal” (es decir “saludable”). Para el momento en
el que realicé mi investigación, Tlaxcala y Puebla no tenían leyes contra el
incesto; “Tal vez es un descuido”, comentó una abogada de la Ciudad de
México. El Apéndice C muestra estos patrones contrastantes a lo largo del país.
Es necesario realizar investigaciones adicionales para aprender más acerca de
cómo estos cambios entran en vigor y sobre las modificaciones que están en
proceso y que anticiparon algunos especialistas en derecho que entrevisté.
Todavía hasta 1980, el hombre que robaba una vaca recibía un castigo legal más
severo que un hombre que violaba a una mujer. En algunos estados donde se
castiga lo que una abogada identificó como abigeato (robo de ganado), con una
pena más severa que una violación, todavía siguen vigentes. “¡Hay tanto por
hacer!” se convirtió en una expresión que escuché repetidamente en 2005 y
2006. Algunos especialistas comentaron que veían con optimismo el futuro en
un país que recientemente hizo la transición hacia una sociedad urbana, que está
exponiendo a nuevas generaciones a la alta tecnología y la información y que se
está poniendo al día (al menos a nivel de discurso) con tratados internacionales
sobre temas que inciden en el bienestar de las mujeres y menores de edad.
Gracias a mis entrevistas descubrí que el incesto es más prevalente, y más
sofisticado, de lo que dejan entrever las anticuadas definiciones que sugiere el
Estado patriarcal mexicano. Mis informantes no siempre usaron la palabra
incesto o incestuoso para identificar sus experiencias con el sexo como forma de
violencia en sus familias, que incluyen una amplia variedad de acciones y de
expresiones matizadas que van desde las experiencias perversas y coercitivas
que sufrieron Elisa, Helián y Renata durante la niñez hasta el sexo voluntario y
placentero que un joven disfrutó con un primo varón casi de su misma edad.
También aprendí que la familia significa mucho más que la imagen tradicional
de “papá, mamá e hijos”. La familia incluye a miembros de la familia extensa,
hombres que se convirtieron en padrastros en diferentes etapas de la vida de
niñas y niños, parientes políticos y parientes consanguíneos de los parientes
políticos, y personas emocional o moralmente cercanas a ellos, por ejemplo,
amigos de la familia, hombres y mujeres, que son “como de la familia”.
Paradójicamente, aceptar a otros como miembros de la familia (por ejemplo, al
nuevo novio o esposo de una tía) pudiera, de modo automático, conceder a
personas que la mamá o el papá casi no conocen, la autoridad moral para cuidar
a menores de edad, sin saber si esa persona es emocional o moralmente
competente para estar a cargo de ellos. En mis conversaciones con dos
exseminaristas que fueron abusados sexualmente por el controvertido sacerdote
Marcial Maciel, aprendí también que un joven puede percibir al sacerdote como
una figura paterna y, por ende, sufrir sus abusos significa estar expuesto a lo que
uno de ellos identificó como “incesto espiritual”, lo que quiere decir que el
sacerdote también es el padre que abusa sexualmente de un “hijo espiritual” y al
mismo tiempo traiciona a la madre iglesia.19
El catolicismo es fundamental para entender el incesto y la violencia sexual en
las familias mexicanas en lo que se refiere a temas como: la organización social
del silencio, los secretos, la complicidad y lo confesional; los dobles estándares
de la moral sexual, la culpa y las interpretaciones que les dan los informantes a
sus experiencias de abuso; las creencias morales y las prácticas influidas por el
catolicismo que afectan a las mujeres y a quienes no se ajustan a las normas
tradicionales en cuanto al género y lo sexual; los líderes católicos y de otras
denominaciones cristianas que abusan de niñas y niños dentro y fuera de sus
familias; y las perspectivas contrastantes sobre la violencia sexualizada en las
familias que me compartieron los sacerdotes católicos que entrevisté. Todo lo
anterior ocurre en una época de escándalo moral ante el abuso sexual de los
sacerdotes y de transiciones relevantes en la cúpula católica. Más allá de la fe
católica, todos los temas anteriores se aplican, selectivamente, a los otros
informantes educados en otras religiones cristianas en México.
Mi intención es contribuir a las conversaciones y los diálogos sobre temas
fundamentales de los derechos humanos y el bienestar de niñas, niños y mujeres
en México, los estudios de género y de sexualidad, los estudios de la familia con
poblaciones mexicanas y la prevención y la eliminación de todas las formas de
violencia. En particular, las narrativas de vida y la investigación que presenta
este libro proporcionan una base con fundamentos culturales para entender la
interrelación entre familia, cultura y Estado, que perpetúa no sólo la violencia
sexual dentro de las familias sino también las condiciones estructurales que
fomentan esta violencia y esta vulnerabilidad. Mi investigación apunta
decididamente hacia las especificidades culturales de estas acciones (que
incluyen las prácticas culturales que implican el abuso sexual por parte de
sacerdotes como forma de incesto) y también ofrecer un marco de referencia
para nuevos estudios sobre el incesto en distintas culturas.

VIOLENCIA SEXUAL, DEFENSA Y APOYO, Y OTRAS INTERVENCIONES:


PASADO Y PRESENTE
La mujeres como blanco de la violencia que ejercen los hombres en lo que hoy
se conoce como el territorio mexicano, se remonta a la época prehispánica
mesoamericana.20 Más tarde las mujeres indígenas se convirtieron en blancos de
violación —o consideradas violables— como parte de la conquista: la violencia
sexual se usó estratégicamente para los proyectos políticos de invasión y
colonización, y a veces involucró ciertas formas de coerción reproductiva.21 La
sociedad colonial mexicana fue testigo de otros secretos sexualizados,
incluyendo aquellos que implicaban la violación por parte de un pariente, tal
como descubrió y documentó la historiadora Carmen Castañeda mediante sus
esclarecedores análisis de 21 guías confesionales, o confesionarios.22 Los
sacerdotes usaban estos textos religiosos para controlar las vidas sexuales de la
población indígena de formas muy reveladoras: en estos documentos el incesto
(o el “pecado” entre personas que tenían relaciones consanguíneas) se
identificaba, con frecuencia, como una prohibición sexual, mientras que el
concepto “(Violación), forzar a una mujer, corromper a una mujer por la fuerza”
aparecía con menos frecuencia.23 La pérdida de la virginidad y el daño al honor
de la familia eran mucho más preocupantes que la violación de una mujer. “La
pérdida de la virginidad representaba tanto un delito como una ofensa civil para
la mujer, pero especialmente para la familia.”24 A los violadores se les exigía
una dote y (o) los obligaban a casarse con la mujer.25 El castigo era, a fin de
cuentas, un medio para reforzar una norma sexual clara: las relaciones sexuales
deben ocurrir dentro del matrimonio.26 En otra publicación escribo, “la violación
de una mujer por parte de un pariente cercano mostraba lo ineficientes que eran
estas medidas legales y estas normas sociales, en particular cuando las víctimas
eran niñas y jóvenes adolescentes. En estos casos a los jueces les preocupaba
sobre todo proteger a las familias involucradas en los juicios, que relegaban a las
mujeres de todas las edades a una posición marginal en el proceso legal” (2013a,
p. 405).
Los detallados estudios históricos que existen sobre la justicia eclesiástica y el
aparato legal del México colonial e independiente reflejan la ambigüedad de
estas leyes del incesto y también dejan preguntas sin responder.27 Las mujeres,
las niñas y los niños no eran considerados seres humanos completamente
sensibles, autónomos y dotados de derechos, y en el siglo XIX los “juristas
todavía advertían que los esposos y las esposas no podían ser iguales porque ello
conllevaba el riesgo de ‘la continua rebelión de los sujetos contra la autoridad
establecida’ y socavaba la estabilidad del Estado mexicano”.28 Un jurista
feminista del siglo XIX poco conocido, Genaro García, es una excepción notable
a esta regla patriarcal.29 Los cambios políticos y sociales más trascendentales
ocurrirían en los dos siglos posteriores, y particularmente en las décadas más
recientes.
Si bien las leyes sobre el incesto han estado en una especie de limbo legal
desde que México obtuvo su independencia en 1821, hacia finales del siglo XX
hubo grupos de izquierda y de mujeres, así como simpatizantes de sus causas,
que promovieron con éxito leyes para proteger a niñas, niños y mujeres de
distintas formas de violencia sexual, y al mismo tiempo abordando temas de
poder y de control. El derecho de las mujeres al voto quedó establecido en 1953
y las mujeres y los hombres se volvieron iguales ante la ley, según el Artículo 4,
aprobado en 1974, en anticipación del día internacional de la mujer, que se
celebraría en México al año siguiente.30 Especialistas en derecho y en estos
temas así como activistas de derechos humanos que entrevisté recordaban de
manera consistente estos hechos: en 1979 un grupo de profesionistas fundó
CAMVAC (Centro de Apoyo a Mujeres Violadas) en la Ciudad de México.
CAMVAC ofrecía atención psicológica, legal y médica a las mujeres que habían
sido violadas, y fue probablemente la primera organización de su tipo en el país.
De acuerdo con las y los especialistas que escuché, quienes con gran valentía
crearon dicha revolucionaria institución, enfrentaron situaciones de peligro y
debieron vivir vidas clandestinas. Más tarde, entre principios y mediados de la
década de 1980, se fundaron además COVAC (Colectivo de lucha contra la
violencia hacia las mujeres) en la Ciudad de México y CAM (Centro de Apoyo a
la Mujer) en el estado de Colima.31 “Esto es lo que existía antes de empezar a
trabajar más cercanamente con el Estado”, dice la filósofa Eli Bartra al
reflexionar sobre esas épocas de transición (1992, p. 28). Según González
Ascencio (2007), un profesor de derecho de la Ciudad de México, a partir de
finales de la década de 1980 comenzaron a ocurrir cambios importantes a nivel
estatal:

Por lo que hace a la práctica jurídica, aparecieron agencias especializadas en materia de delitos
sexuales, desde 1989; fiscalías en esa materia; centros de orientación y terapia; unidades de
atención a la violencia intrafamiliar y comisiones de equidad y género en las distintas
secretarías de Estado y en el poder legislativo; también existen comisiones de la mujer a nivel
estatal y, a nivel nacional, un Instituto de las Mujeres. Fue así como culminó, en apariencia, un
largo camino de transformaciones sociales y culturales tendientes a elevar el estatus de la mujer
y a reconocer, en los hechos, su igualdad jurídica frente al varón (p. 78).

Antes de que terminara el milenio los esfuerzos colectivos permitieron la


creación de otras organizaciones no gubernamentales consagradas a temas de
violencia sexual, tales como el Centro de Orientación y Prevención de la
Agresión Sexual, A. C., en Guadalajara, y ADIVAC en la Ciudad de México.32
Para entonces la población mexicana ya había estado expuesta a una campaña
masiva de prevención del abuso sexual llamada “Cuídate a ti mismo” que
produjo Televisa, una influyente compañía televisora con una amplia cobertura
nacional. A mediados o finales de la década de 1980 Televisa comenzó a
transmitir comerciales que popularizaron el eslogan “Ojo, mucho ojo” para
enseñarles a niñas y niños a “estar atentos” ante cualquier riesgo de abuso
sexual.33 Esta campaña tuvo cierto impacto sobre la población, tal y como lo
reportaron algunas de las personas que conocí y entrevisté.34 Para entonces, la
popularización de la psicología (que se estableció y se reconoció oficialmente
como profesión en la década de 1970) y el papel del feminismo, así como la
larga historia de los movimientos de mujeres, habían cobrado fuerza. A
mediados de la década de 1990 se fundaron albergues para proteger a las
mujeres.35
A veces en diálogo con la Ciudad de México y a veces por cuenta propia,
Guadalajara y Monterrey terminaron por seguir sus propios caminos particulares
en sus esfuerzos por proporcionarles servicios profesionales a menores de edad y
a las mujeres que habían estado expuestas a distintas formas de violencia sexual,
y desde distintas rutas especializadas, incluyendo la práctica privada, las
instituciones públicas y grupos de psicoterapeutas y de docentes que se
ocupaban de estos asuntos formal e informalmente en diferentes espacios
universitarios públicos y privados, en escuelas que impartían enfermería y salud
pública, derecho y criminología, trabajo social, psicología y psiquiatría, entre
otros.36
Finalmente, Ciudad Juárez expuso a México —y luego al mundo— a algunas
de las expresiones más extremas y brutales de la violencia sexual contra las
mujeres, que comenzó a documentar, a principios de la década de 1990, el Grupo
8 de Marzo. Esta organización es el antepasado institucional de Casa Amiga, que
abrió sus puertas al público en 1999. Casa Amiga se convirtió en la primera
organización del lado mexicano de la frontera México-Estados Unidos en ofrecer
una amplia variedad de servicios profesionales a las mujeres que buscaban una
vida sin violencia.37
Para la primera década del siglo XXI el Estado había puesto en vigor leyes que
buscaban ayudar a las mujeres a lograr la equidad de género y una vida libre de
violencia, lo que reflejaba (al menos en el papel) un compromiso hacia los
tratados y los acuerdos internacionales en defensa de los derechos de las
mujeres.38 En un reporte especial de 2007 titulado Delitos contra las mujeres,
Olamendi explica que “La consideración del incesto como delito tiene diversos
argumentos, algunos de ellos van desde la preocupación de que las relaciones
incestuosas puedan procrear hijos con problemas genéticos, hasta las que tienen
que ver con un rechazo social hacia esa conducta” (p. 48). El mismo reporte
explica que “el abuso sexual no se encuentra establecido como tal en ninguno de
los códigos penales” (p. 44) y ofrece una clasificación informativa y un análisis
de todos los delitos que se identifican en la categoría de violencia sexual estado
por estado, hasta esa fecha de publicación. En este reporte puede verse que las
leyes de incesto aún tienen resabios de la sociedad colonial.39 Especialistas que
trabajan directamente con personas de todos géneros y edades que han vivido
distintos tipos de violencia sexualizada con frecuencia citaban la investigación
sobre la violación en México: “El riesgo de la violación es mayor ante un
familiar, la pareja o amigo de la familia”, y aclararon que cualquier estadística de
violencia sexual en las familias no es más que “una estimación” de un problema
social que puede ser difícil determinar con precisión; el incesto es más
prevalente de lo que podemos imaginar.40
Cuando llevé a cabo mi trabajo de campo, en 2005 y 2006, ya se encontraban
bien establecidas redes sociales de profesionistas comprometidos y preocupados
por los temas relacionados con la violencia en las cuatro ciudades. Con
frecuencia les escuché hablar de “la cultura de la denuncia”, que se hizo evidente
como parte de la campaña que se promovía en esa época: “el que golpea a una,
nos golpea a todas”. El comercial de televisión, patrocinado por el Instituto
Nacional de las Mujeres, mostraba a mujeres famosas que exhibían rostros
ensangrentados y moreteados e invitaban a las víctimas potenciales a reportar
incidentes similares. Expertas y expertos que emplearon el concepto de la cultura
de la denuncia describieron de qué formas la televisión, la radio y los anuncios
de interés público alentaron a la ciudadanía (especialmente a las mujeres) a
denunciar el abuso físico y sexual. Dijeron que era parte de una campaña contra
la violencia de género y sexual, a nivel nacional y muy pública, que se ha vuelto
visible en México sólo en años recientes.41 Dos instituciones públicas, el INEGI y
el Inmujeres, realizaron y publicaron en 2003 la Primera Encuesta Nacional
sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH), que fue un hito y
que constituyó, a decir de las expertas que entrevisté, una referencia muy
importante.42 En 2005 la Suprema Corte falló que la violación marital es un
delito.
En medio de esta oleada de cambios progresistas, en San Salvador Atenco, no
lejos de la Ciudad de México, ocurrió en mayo de 2006 un episodio de intensa
brutalidad y tortura policial que incluyó violencia sexual contra las mujeres. Y la
violencia sexual contra las niñas y las mujeres indígenas (incluyendo la violencia
y los conflictos relacionados con los militares y el tráfico sexual) no es nada
nuevo y expone las contradicciones, las paradojas y el largo camino que aún
debemos recorrer para corregir estas injusticias.43
México no sólo es un mosaico cultural, sino también un collage patriarcal
impredecible y siempre cambiante. Este inestable mosaico también confirma el
paradigma de los “patriarcados regionales” que propuse para estudiar los
contrastantes patrones de la hegemonía y la desigualdad de género en la sociedad
mexicana.44

• Un concepto impulsado por la antropóloga mexicana Marcela Lagarde y de los


Ríos, el de feminicidio, es hoy parte del lenguaje coloquial y de la cultura
predominante y, en 2014, la Real Academia Española lo aceptó en la nueva
edición de su diccionario oficial.45
• En un momento en el que los cárteles han ido involucrándose en una amplia
gama de actividades criminales, un municipio que forma parte del área
metropolitana de Monterrey, Apodaca, ha sido testigo de la desaparición de
más de 100 mujeres pobres. Es apenas una fracción de las mujeres que están
en riesgo de la explotación sexual y del tráfico de personas dentro y fuera del
territorio mexicano.46
• El bullying es un concepto que la población mexicana usa actualmente cuando
hablan sobre violencia entre pares y sobre las trágicas noticias de niñas y niños
en edad escolar que mueren como consecuencia de este problema; también el
presidente Peña Nieto (2012-2018) y representantes de la cámara de diputados
y la de senadores han usado este concepto al expresar su preocupación sobre
dicho problema social.
• En Guadalajara conocí, gracias a un abogado que estaba trabajando en su caso,
a una adolescente cuyo padre la había embarazado y que se encontraba en una
etapa bastante avanzada. Estuvo de acuerdo en que nos reuniéramos para una
conversación casual, informal, pero más tarde se negó. En los medios de
comunicación las chicas como ella aún se consideran casos escandalosos, y
con frecuencia provocan reacciones que tienen que ver con los debates en
cuanto al aborto y otros temas. Mayra Pérez Cruz, por ejemplo, murió en
Tabasco, en mayo de 2014, a la edad de 12 años; tenía 14 semanas de
embarazo como consecuencia de una violación por parte de su padrastro, que
fue arrestado.47
• En 2008 el gobierno de la Ciudad de México publicó Tu futuro en libertad, un
libro gratuito para jóvenes (disponible en papel y en formato electrónico). Es
la publicación más completa y accesible de su tipo, y ofrece discusiones
profesionalmente informadas, abiertas y honestas sobre temas de sexualidad y
salud reproductiva; noviazgo, amor y relaciones de pareja; misoginia,
relaciones violentas y violencia sexual; autoestima y autocuidado; diversidad
sexual y de género; salud sexual, enfermedades de transmisión sexual, uso de
anticonceptivos y embarazo; uso de drogas, y derechos humanos y ciudadanía,
entre otros.
• La misma semana que murió Mayra, lejos de allí, en Monterrey, una activista
progresista mostraba un cartel que decía “Las ricas abortan. Las pobres
mueren. ¡Basta de hipocresía!” Esta demostración ocurría en el marco de un
tenso enfrentamiento entre grupos de mujeres que defendían posturas opuestas
sobre el aborto, y era el contexto que rodeaba al congreso local de Nuevo León
que estaba aprobando, durante la primera de dos rondas de discusión, una ley
que reconoce la vida desde el momento de la concepción.
• Los derechos de las mujeres a una vida sin violencia se han convertido en una
inquietud central para el Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres), una
organización que el gobierno federal creó en 2001. Inmujeres ha inspirado la
fundación de instituciones similares, patrocinadas por el Estado, en todos los
estados del país.48 En todas las ciudades en las que llevé a cabo mi trabajo de
campo conocí a hombres con educación universitaria que estaban muy
comprometidos y que trabajaban en una amplia variedad de programas de
prevención de violencia, así como en grupos de apoyo diseñados
exclusivamente para hombres que buscan ayuda.
• Entrevisté a hombres y mujeres que o bien presenciaron o experimentaron en
persona el trueque de niñas por costales de maíz, frijoles u otros bienes, pues
en algunas partes del país las familias intercambiaban jóvenes para
proporcionarle confort sexual y compañía a los hombres adultos que vivían
solos. Estos hombres y mujeres fueron testigos directos o lo experimentaron en
sus propias familias y en diferentes comunidades rurales y urbanas. Una de
mis informantes y su hermana fueron objeto de trata sexual a manos de sus
propios madre y padre, un patrón sobre el que han alertado quienes estudian el
tráfico de mujeres en México.49
• En 2002 la Ciudad de México aprobó una ley para penalizar la discriminación
y en 2003 se creó el Consejo Nacional para prevenir la Discriminación
(Conapred). Conapred, un organismo público, fue fundado a raíz de que el
Congreso aprobó una ley para prevenir y erradicar todas las formas de
discriminación.50 La Ciudad de México y su icónico Zócalo continúan
ofreciendo espacios para las manifestaciones y las protestas que reivindican
una variedad de temas que tienen que ver con la justicia social.

La yuxtaposición de todas estas imágenes refleja los sentimientos encontrados


de las y los especialistas que conocí en estas cuatro ciudades. Muchos estaban
enormemente involucrados en el activismo progresista y hablaban con
optimismo sobre los progresos que ha hecho el país, aunque con frecuencia
expresaban su escepticismo y el largo camino que falta recorrer en lo que
respecta a las leyes sobre los derechos humanos de niñas, niños y mujeres en
México y también en América Latina. Por ejemplo, los paralelismos y
similitudes que unen las vidas de las mujeres de dos países vecinos —México y
Guatemala— se ejemplifican en los textos biográficos que comparto en este
libro, y en la inspiradora investigación que la socióloga Cecilia Menjívar (2011)
llevó a cabo con mujeres ladinas. Menjívar ofrece un paradigma que va más allá
de la “culpa de la cultura” o el llamado “machismo” y expone las fuerzas
complejas que entretejen la desigualdad, la vida cotidiana, la violencia
económica y el sufrimiento de las mujeres.51 Mi esperanza es que este libro
también contribuya a estas importantes conversaciones actuales.

HACIA UNA SOCIOLOGÍA FEMINISTA DE LAS FAMILIAS INCESTUOSAS EN MÉXICO: EL


GÉNERO Y LA SEXUALIDAD DEL INCESTO

Las mujeres y los hombres que entrevisté me enseñaron lecciones importantes


sobre las construcciones sociales y culturales del género y la sexualidad que
facilitan diversos intercambios sexualizados dentro de la familia, desde la
violación hasta el sexo voluntario y las áreas grises que existen en medio. En
primer lugar, las mujeres que reportaron una relación incestuosa hija-padre
ilustran lo que identifico como hijas conyugales. Las mujeres que reportaron una
amplia variedad de intercambios sexualizados con sus padres biológicos pueden
desempeñar una función sexual en su familia y convertirse en las parejas
sexuales de estos hombres, en diferentes etapas de sus vidas y dentro de
contrastantes contextos familiares, de clase y raza. Una hija se convierte en una
hija conyugal como una forma de darle servicios sexuales a su padre por 1] la
forma en la que las niñas están socializadas para servirles a los hombres en sus
familias (por ejemplo, hermanos y padres), un proceso que identifico como
servitud de género, y 2] las prescripciones patriarcales que identifican el arreglo
marital como algo que se establece para satisfacer las necesidades sexuales de
los hombres casados. Una hija se convierte en un sustituto sexual de su madre
(con frecuencia ausente, desempoderada, o impotente como madre y (o) como
esposa), que pudiera sentir celos de su hija. Y una hija conyugal también puede
servirle abiertamente a ambos —al padre, así como a la madre cómplice— por el
bien de su relación marital y convertirse en lo que identifico como sirviente
marital.
Las hijas conyugales y las sirvientes maritales existen a causa de: la
sexualización de las hijas parentales, los códigos sociales de honor y vergüenza,
la percepción que el padre tiene de la familia como una hacienda simbólica (por
ejemplo, el derecho de pernada), la reasignación de los parentescos (por ejemplo
una hija como esposa, una esposa como hija), normas incestuosas idealizadas
sobre los estilos de vida heterosexual del amor romántico y del sexo en la cultura
predominante, patriarcados visibles y soterrados, sexismo internalizado en la
familia y la sociedad en general, ideas patriarcales sobre el paterfamilias y la
esclavitud sexual y ritos culturales de la misoginia. Estos patrones fueron
identificados principalmente para los padres biológicos, aunque los padrastros
también pueden participar en dichas configuraciones.52
En segundo lugar, las hermanas y las primas de todas las orientaciones
sexuales y contextos urbanos contrastantes pueden convertirse en objetos de
curiosidad, iniciación, experimentación o frustración sexual y otras aventuras
sexuales perversas de sus hermanos biológicos y primos varones. Sus
experiencias de vida narradas sirven como ejemplo de lo que identifico como
sustitutas sexuales familiares, es decir, hermanas o primas que satisfacen
temporalmente las necesidades sexuales de sus hermanos y primos bajo formas
de violencia sexual complejas y llenas de matices.
La subrogación sexual familiar —family sex surrogacy— va de la mano de la
servitud de género. Bajo contextos y circunstancias familiares específicas la
servitud de género hace creer a los hermanos y a los primos que también tienen
derecho al sexo como servicio dentro de la familia. El hecho de que un hombre
experimente un sentido de privilegio al tiempo que cosifica sexualmente a las
niñas y a las mujeres de la familia (algo que las mujeres y los hombres en sus
familias aprenden a percibir como “normal”) no requiere que el varón emplee la
fuerza para ejercer esta clase de privilegio. No resulta sorprendente, entonces,
que muchas de estas mujeres describieran a sus hermanos, por ejemplo, como
carentes de acciones violentas, y en ocasiones, afectuosos, amorosos y
seductores como parte de la coerción sexual.
La cosificación sexual de las niñas dentro de la relación prima-primo expone
la validación cultural del privilegio patriarcal que los parientes varones creen
poseer para tener libre acceso a dichos cuerpos sexualizados dentro de sus
familias extensas. Esto es ejemplificado por dichos populares mexicanos tales
como “a la prima se le arrima” y “entre primos y primores nacen los amores”.
Aunque estas relaciones pueden incluir protagonistas de edades próximas revela
de qué formas las hermanas y las primas están expuestas a distintas expresiones
y niveles de violencia sexual en los confines de espacios que perciben como
familiares y seguros pero peligrosos, incluyendo, entre otros, sus casas, las casas
de sus parientes y los espacios y contextos sociales en los que ocurren las
relaciones familiares y las interacciones e intercambios de parentesco. Esto se
convierte en lo que identifico como acoso sexual familiar, un concepto con el
potencial de visibilizar dichas prácticas. Estos actos cotidianos de misoginia en
las familias suelen ocurrir a la vista de mujeres adultas en posición de autoridad
que ignoran estas formas de cosificación sexual y las consideran una forma de
impotencia ante el género —gender helplessness—. Dichas mujeres adultas
confirman dos de los equivalentes culturales del “Boys will be boys” del habla
inglesa: “los muchachos nomás estaban jugando” o “así son los muchachos, no
les hagas caso”. Esto termina por convertirse en un corolario social que facilita
lo que Gavey (2005) identifica como el “andamiaje cultural de la violación”.
Gavey explica que “los discursos del sexo y el género que producen formas de
sexo heterosexual que establecen las precondiciones de la violación son la
(a)sexualidad pasiva, permisiva de las mujeres y la búsqueda directa, urgente de
‘desahogo’ sexual de los varones” (p. 3). Es decir, Gavey problematiza “todo el
ámbito de las cosas que damos por sentadas sobre el sexo” que se vuelven claves
en la conformación de culturas de la violación. De forma parecida, descubrí que
un andamiaje cultural de la violación se crea dentro de estas familias: las
creencias y prácticas normativas referentes al desarrollo de los varones, el juego
y la sexualidad de menores de edad (desexualizados e inocentes) se intersectan
para crear lo que se percibe como “normal” y por lo tanto inofensivo. Estas
dinámicas de género y sexuales que se dan por sentadas, de hecho, crean las
condiciones para el acoso sexual de niñas y mujeres jóvenes dentro de las
familias. Se trata únicamente de un microcosmos de un sistema ideológico más
amplio que ha organizado socialmente diferentes niveles y grados de violencia
sexual contra las niñas y las mujeres en una amplia variedad de contextos de
relaciones y de otras circunstancias de la vida cotidiana.
En tercer lugar, uno de los hallazgos más relevantes del estudio involucra la
relación patriarcal incestuosa entre tíos y sobrinas. Las historias de tíos que
ejercen coerción sexual contra sus sobrinas son la expresión de violencia que
más frecuentemente se reportaron en este estudio (más que los padres o los
padrastros, por ejemplo). Como grupo, las mujeres reportaron, de mayor a menor
frecuencia, a tíos, padres, hermanos, padrastros, primos y abuelos.
¿Por qué en este estudio se reporta con tanta frecuencia a los tíos? Incluyo tres
conceptos claves para explicar este patrón: las genealogías familiares del
incesto, la feminización del incesto y la internalización del sexismo en la familia.
Todas están interrelacionadas y explican el por qué un tío que abusó
sexualmente de su sobrina no se convierte en un caso aislado, sino que es parte
de una compleja constelación de patrones multigeneracionales sistémicos y
sistemáticos que promueven ideologías y prácticas de desigualdad de género que
se convierten en terreno fértil para la reproducción de las culturas de la
violación en la familia. Si bien, según la definición más ortodoxa de violación
(es decir penetración vaginal con el pene), ésta no siempre ocurre en dichas
familias. Las culturas de la violación en la familia se refieren a las ideologías y
las prácticas que propician la violación, es decir culturas familiares que
favorecen una amplia gama de crecientes expresiones y grados de
comportamientos y de actitudes sexualmente invasivas en las que pueden
participar (individual o colectivamente) miembros de la familia inmediata y
extensa, con respecto a las niñas, los niños, las y los adolescentes y las mujeres
(véase también la nota 7).
La sobrerrepresentación de tíos maternos (contra tíos paternos) en estos
reportes que involucran a tíos y sobrinas ejemplifica la feminización del incesto,
que existe justamente porque las mujeres han sido devaluadas como figuras de
autoridad y, por lo tanto, un tío no sólo se siente con derecho a realizar estas
transgresiones sexuales, sino que también se siente seguro al llevarlas a cabo.
Las mujeres adultas de estas familias, que con frecuencia vivieron experiencias
similares de violencia sexual, han sido socializadas para internalizar las mismas
creencias sexistas que las oprimieron como mujeres durante toda su vida y que
sin embargo ahora usan para castigar y estigmatizar aún más a una nueva
generación de mujeres jóvenes, a las que hacen responsables también de estos
actos incalificables.
En cuarto lugar, las historias narradas por los hombres desafían los
estereotipos que asocian el abuso sexual de menores con una cultura de la
pobreza: la marginación, el hacinamiento y la idea de que “el abuso sexual es un
problema exclusivo de los pobres”. Como grupo, los hombres reportaron, de
mayor a menor frecuencia, a tíos, hermanos, primos varones, padrastros y
padres. Los hombres no reportaron ningún caso en el que estuviera involucrado
un abuelo. En añadidura, el lado materno y el paterno son casi idénticos en lo
que respecta a los tíos y a los primos, apenas un poco más alto hacia el lado
materno (un contraste importante con las mujeres).
Incorporo el concepto de “sexo con relación de parentesco” (kinship sex) para
estudiar las narrativas de vida de los hombres como parte de un continuo entre
dos extremos, el consentimiento y la coacción, que cruza todos los estratos
socioeconómicos. Estas narraciones personales revelan intercambios
sexualizados entre niños varones durante la infancia o la adolescencia, que los
hombres pueden recordar como seductores, voluntarios y traviesos. En contraste,
las vivencias reportadas sobre sexo por la fuerza, en particular con un primo
mayor o un tío, expone la dimensión más peligrosa del continuo. El continuo no
es plano ni unidimensional sino complejo, con muchas capas y matices. Algunos
hombres experimentaron todas estas posibilidades de intercambios sexualizados
con uno o más parientes.
Las prácticas homofóbicas dentro de la familia, y otros asuntos relacionados
con la masculinidad en las vidas de niños con rasgos femeninos y otros jóvenes
varones que no se ajustan a las normativas de género predominantes, conforman
la vulnerabilidad sexual en estas familias, incluyendo el giro gay a la expresión
que cosifica a los primos varones: “al primo me le arrimo”. Los hombres que se
identificaron como gay reportaron con más frecuencia la homofobia como un
precursor para la violencia sexual en la familia que las mujeres que se identifican
como lesbianas. Ofrezco algunas reflexiones sobre este patrón, que arroja luz,
entre otras cosas, sobre la necesidad de estudiar de qué formas la desigualdad de
género y las prescripciones sobre la masculinidad, la feminidad, la sexualidad,
los secretos y el silencio pueden moldear en formas características la
vulnerabilidad a los crímenes de odio dentro de las familias y la sociedad en
general.
Y, en quinto lugar, en estas familias incestuosas todos los procesos de género
y sexualizados que mencionamos antes están establecidos y se reproducen como
parte de la vida cotidiana. Es decir, el incesto no es un evento aislado que ocurre
en un vacío social; el incesto está socialmente contextualizado. El incesto y otros
actos sexuales en la familia no son eventos aislados, sino que se reportan como
parte de la vida cotidiana y de las interacciones familiares diarias. Por ejemplo,
el incesto ocurre cuando los protagonistas descifran astutamente la geografía de
los hogares y la composición de los horarios y los espacios en los que pueden
atentar contra un menor de edad sin riesgo para el agresor. Los menores, a su
vez, usan estrategias propias para anticipar el acto y ganarle la mano a sus
agresores. Además, el incesto se vuelve posible a causa de las presiones de la
vida cotidiana de madres y padres que trabajan arduamente pero están ausentes y
que deben negociar el cuidado de sus hijas e hijos en formas que les exponen al
abuso. Descubrí que los factores socioeconómicos pueden fomentar las
condiciones de riesgo sexual en las vidas de niñas y niños y que la violencia
sexual puede reinventarse como parte de la migración Estados Unidos-México
en el caso de las familias transnacionales.
Todos los anteriores son constructos sociales muy poderosos e intrincados,
pero es posible enfrentarlos y combatirlos, tal como lo demuestran las mujeres y
los hombres que me enseñaron cómo la resiliencia humana y el cambio social
son posibles, incluso frente al dolor más indescriptible.

ORGANIZACIÓN DEL LIBRO

Debido a que este libro ofrece una primera base para la teorización y la
investigación futuras sobre la violencia sexual en las familias mexicanas, me
concentro en las narraciones etnográficas que se obtuvieron mediante entrevistas
a profundidad. Este libro es muy distinto de otros estudios publicados y de otras
narraciones de incesto en primera persona, puesto que no me concentro en la
psicología del trauma. Por el contrario, invito a lectoras y lectores a cambiar de
enfoque y comenzar por observar a través de una perspectiva crítica de la
sociología feminista los procesos de la convivencia familiar y las fuerzas
sociales, culturales y económicas que exponen a las niñas, los niños y las
mujeres a la violencia sexualizada.
Las narrativas biográficas que aparecen en este libro son deliberadamente
explícitas. El objetivo no es escandalizar sino involucrar al lector en los
contextos cotidianos de estas mujeres y hombres, y en las consecuencias de
éstos, que transformaron sus vidas. Mi esperanza es que al brindar una
representación honesta de los testimonios de estas mujeres y hombres sea capaz
tanto de hacerles justicia a esa apertura de corazón que dichos entrevistados me
ofrecieron en cuanto a sus experiencias así como invitar a los futuros lectores a
llevar a cabo una investigación urgente sobre el incesto en los contextos
culturales de las ciencias sociales, los estudios de género y sexualidad, los
estudios de la familia en México y de violencia sexual. Véase el apéndice B para
algunas reflexiones adicionales sobre estos temas metodológicos.
Si bien describo con gran detalle las experiencias de violencia que sufrieron
estas mujeres y hombres —experiencias que afectaron sus vidas emocionales y
la calidad de sus relaciones románticas y sexuales, y que con frecuencia dejaron
en sus corazones una amplia variedad de huellas— el libro no se concentra en
estudiar el trauma emocional per se. Sin embargo, incorporo, de forma selectiva
y breve, una descripción de las consecuencias emocionales de la violencia
sexualizada tanto en las mujeres como en los hombres (por ejemplo, baja
autoestima, depresión, intentos de suicidio, relaciones conflictivas, entre otros)
en los cuatro capítulos dedicados a la narración y análisis de las historias de
vivencias personales. Los reportes de los efectos de la violencia sexual en el
bienestar emocional, sexual, de pareja y de familia tanto de mujeres como de
hombres son asuntos de gran importancia que merecen, en el futuro, un estudio
detallado, que rebasaría los propósitos de este libro.
Los capítulos 2 y hasta el 5 representan el storytelling del libro —mi narración
de los relatos de vida que escuché. En cada capítulo expongo narrativas de vida
con una riqueza descriptiva y explícita, de mujeres y hombres en cuanto a
relaciones, experiencias y otras dimensiones específicas de la vida familiar.
Puesto que deseo que las experiencias de los entrevistados hablen por sí mismas
tanto como sea posible, me concentro en las narraciones como eje principal, e
incluyo una sección analítica al final de cada capítulo. Cada una de estas
secciones analíticas están diseñadas para analizar las narrativas de violencia
sexual en la familia desde una perspectiva sociológica feminista. Estas secciones
incluyen las contribuciones teóricas que se hacen a lo largo del libro, entre ellas,
pero sin limitarse, la incorporación y discusión de conceptos como el de hija
conyugal, sirviente marital, servitud de género, sustituta sexual familiar, acoso
sexual familiar, genealogías familiares del incesto, feminización del incesto,
sexo con relación de parentesco, entre otros.
El capítulo 2 explora la gran variedad y matices de las funciones sexuales que
las niñas y las mujeres —en particular las hijas— desempeñan en las familias
patriarcales mexicanas, sobre todo dentro de la relación padre-hija, y dentro y a
lo largo de contextos sociales, culturales y económicos complejos y
contrastantes. El capítulo 3 analiza las narrativas de vivencias personales que
exponen las formas sofisticadas en las que las hermanas y las primas que
estuvieron expuestas a riesgos sexuales por parte de sus hermanos y sus primos,
respectivamente, y las complejas razones sociales, culturales y económicas que
las explican. El capítulo 4 analiza las historias articuladas por mujeres que están
expuestas a violencia sexual en manos de sus tíos. Los capítulos 2, 3 y 4 ilustran
narrativas de vida de hijas, hermanas, primas y sobrinas que no son víctimas
pasivas sino que luchan usando los medios que les permite su contexto y que
descifran sus propias formas de hacer frente a la situación. Estas historias de lo
vivido también revelan los complejos modos en los que los hombres que
ejercieron violencia contra estas niñas y mujeres reprodujeron, en ocasiones, la
misma violencia a la que ellos estuvieron sometidos en sus propias familias
cuando eran pequeños.
El capítulo 5 incluye narrativas de hombres provenientes de distintos niveles
económicos y estructuras familiares que fueron abusados sexualmente durante la
infancia por un padre, hermano, primo mayor o un tío, mucho más que por parte
de una mujer mayor en la familia. Estas experiencias de vida narradas exponen
las travesías personales y familiares que experimentaron los niños cuando
rompieron su silencio en un intento por descifrar su propia confusión emocional.
Estas historias también revelan las complejas dinámicas de una ética de respeto
por la familia, preocupación por el bienestar de las madres y el resto de la
familia y una gran variedad de presiones familiares y económicas, así como el
miedo a la homosexualidad, la homofobia y a los crímenes de odio en la familia.
El capítulo 6 repasa y resume las contribuciones de este trabajo con base en
los textos de memoria biográfica sobre el incesto que aquí se discuten, así como
los análisis feministas, identifica su importancia teórica e implicaciones para la
sociología pública, y ofrece recomendaciones para futuras investigaciones.
Finalmente, al repasar los hallazgos y contribuciones de este estudio en el
último capítulo, subrayo la importancia de desafiar las imágenes arquetípicas,
estereotipadas y patológicas de niñas, niños, mujeres y hombres mexicanos y sus
familias, y al mismo tiempo ofrezco una mirada sociológica para comprender un
fenómeno complejo. Descubrí, por ejemplo, que una madre u otra persona adulta
de confianza que le cree a la niña o el niño y toma medidas cuando revela sus
experiencias de abuso se convierte en una fuente de amor y de confianza, que a
su vez les ayuda a ser emocionalmente más fuertes y resilientes al impacto
emocional que sufrieron. Pero, como la vida misma, la resiliencia trasciende la
infancia. De Itzel, Nydia y otros informantes (mujeres y hombres) aprendí que
cuando las niñas o los niños que comparten sus experiencias dolorosas con otras
fuentes de amor pueden, en efecto, sanar hasta cierto grado cuando confían en
las figuras de autoridad familiar, docentes, parejas, amistades, hermanas, tías,
primas y otros miembros de la familia que sufrieron el abuso de los mismos
parientes, y les creen. Esta confianza y este amor, y sus vínculos con la justicia
familiar, de hecho, pueden convertirse en una fuente de protección contra el
trauma que pudiesen sufrir. Como ejemplifican algunas de las narrativas, esto
resonó profundamente en las mujeres que me explicaron que una experiencia de
abuso sexual, o incluso la violación más horrible, no habían sido tan dolorosas
como la reacción de la familia, que puede haberle sumado al hecho un castigo
emocional y físico adicional que a su vez acrecentó la sensación de culpa y
afectó profundamente su bienestar emocional y personal.


1 Algunos de estos especialistas incluyen, por ejemplo, profesionistas en derecho, medicina,

sacerdocio, psicología, psiquiatría, psicoterapia, trabajo social y profesionales que hacen


activismo en pro de los derechos humanos y participan en programas de prevención de la
violencia sexual, con grados universitarios o capacitación profesional en una amplia gama de
disciplinas.
2 En este libro se han incorporado algunos de los conceptos tal y como fueron acuñados en

inglés a fin de mantener la precisión conceptual feminista del original. Todos los textos que se
citan y que fueron publicados originalmente en inglés, fueron traducidos por la autora.
3 Véanse, por ejemplo, Guridi Sánchez, 1961; Falconi Alegría, 1961; Vidrio, 1991; Floris

Margadant, 2001; Méndez-Negrete, 2006; Gudiño, 2011.


4 Russell, 1997.

5 El estudio Finkelhor (1994) incluyó estos veinte países: Alemania, Australia, Austria,

Bélgica, Canadá, Costa Rica, Dinamarca, España, Estados Unidos, Finlandia, Francia, Gran
Bretaña, Grecia, Irlanda, Noruega, Países Bajos, República Dominicana, Sudáfrica, Suecia y
Suiza.
6 González-López, 2013a, p. 403.

7 En otra publicación (2012) ofrezco una definición en desarrollo de violencia sexual:

Desde una perspectiva feminista sociológica, la violencia sexual se puede definir desde la
subjectividad y posicionalidad de quienes la viven, es decir, se puede entender como las
actitudes y comportamientos (verbales y no verbales) que ejercen una o más personas hacia
otros seres humanos y que pueden invadir, lastimar y (o) dañar su sentido de integridad,
seguridad y (o) bienestar erótico-sexual. La violencia sexual posee dos características
fundamentales: 1] tiene lugar en una amplia variedad de contextos sociales y circunstancias
bajo dinámicas de poder y control (evidente o disimulado), y 2] puede adquirir incontables
expresiones, desde las más sutiles, matizadas, delicadas, refinadas o sofisticadas, hasta las más
grotescas y perversas, incluyendo (aunque sin limitarse a ellas) el acoso sexual, la violación, la
mutilación genital, y diferentes formas de explotación sexual de menores de edad y mujeres
(por ejemplo, ciberpornografía de niñas y niños), y el tráfico sexual de seres humanos.
8
Dietrich, 2008.
9 Véase, por ejemplo, el Reporte Moynihan de 1965.

10 Para otras reflexiones sobre estos temas véanse González-López y Gutmann, 2005,
González-López y Vidal Ortiz, 2008, y Ramírez y Flores, 2012.
11 Me he dado cuenta, en retrospectiva, de que es posible que recibiera estas advertencias

en parte porque era percibida como una investigadora estadunidense. Aunque nací, crecí,
terminé mi educación universitaria y viví y trabajé en México hasta que tuve unos 26 años, en
cierto sentido era una especie de Oscar Lewis: una investigadora de Estados Unidos que
“visitaba” México para hacer investigación sobre un tema delicado. En otro trabajo discuto
algunos de estos temas e implicaciones metodológicas adicionales (véase González-López,
2007b).
12 Un popular
periódico amarillista, Alarma!, muestra imágenes explícitas de crímenes
violentos. Durante unos 50 años, y hasta hace poco, se vendió con frecuencia en puestos de
periódicos, con una amplia distribución nacional.
13 Resulta interesante que Lewis identificara sentimientos, actitudes y situaciones sutiles y

sofisticadas referentes al amor y al sexo entre hermanos y hermanas; sin embargo, no es un


tema central en sus análisis (aunque algunos de sus críticos han ofrecido análisis interesantes
de estos temas relacionados con el incesto; véase por ejemplo Riviere, 1967).
14 Mummert, 2012.

15 Reese Jones, 2011.

16 González-López, 2013a.

17 Arrom, 1985.

18 González-López, 2013a, p. 405.

19 Para más sobre este tema véase María Paloma Escalante Gonzalbo, s.f., “El abuso sexual

y el uso simbólico del concepto religioso del ‘padre’ ”, en La Luz del Mundo: un análisis
multidisciplinario de la controversia que ha impactado a nuestro país, consultado el 3 de junio
de 2014 en <www.revistaacademica.com/tomouno.asp>
20 Joyce, 2000, p. 165.

21 A. Castañeda, 1993. Algunos sacerdotes examinaban “los genitales de las parejas casadas

si no tenían hijos en forma regular” (Miranda, 2010, p. 97).


22
C. Castañeda, 1989.
23
C. Castañeda, 1989, pp. 68-71.
24 González-López, 2013a, p. 405.

25 C. Castañeda, 1984; 1989, p. 143; Giraud, 1988, pp. 334-335, 339; Lavrin, 1992.

26 Penyak, 1993, p. 236.

27 Floris Margadant, 2001.

28 Arrom, 1985, p. 310. Véase Moro, 1996, sobre menores de edad en la genealogía jurídica

en México.
29 García, 1891.

30 González Ascencio, 2007.

31 Saucedo González, 1999, p. 79; Ruiz Carbonell, 2002, p. 64.

32 En 1988 Asesoría y Servicio Legal S. A. de C. V. abrió sus puertas para proporcionar

servicios legales en el área de la prevención de la violencia sexual, y fue el primer despacho de


su tipo en Guadalajara. En 1996 esta organización se transformó en el Centro de Orientación y
Prevención de la Agresión Sexual A. C. y amplió sus servicios legales para incluir atención
psicológica y educación para la prevención, así como en el área de la violencia sexual.
En 1990 se estableció en la Ciudad de México la Asociación para el Desarrollo Integral de
Personas Violadas, A. C., ADIVAC. Hasta el día de hoy ofrece servicios médicos, legales y
psicológicos a la gente que ha estado expuesta a diferentes formas de violencia sexual. ADIVAC
tiene su sede en la Ciudad de México y ofrece sus servicios en otros puntos del país, como
León, Guanajuato y la ciudad de Puebla.
33 Algunos afirman que el primer comercial televisivo de “Ojo, mucho ojo” se transmitió a

mediados de la década de 1980, y otras fuentes que comenzó a exhibirse en 1987 (véase, por
ejemplo, Martínez Rojas, 2001, p. 19).
34 Alejandra de Gante Casas, abogada y cofundadora del Centro de Orientación y

Prevención de la Agresión Sexual, A. C. en Guadalajara reportó que las niñas y los niños que
participaron en un proyecto de autocuidado y prevención que se llevó a cabo a finales de la
década de 1990 se refirieron voluntariamente al eslogan “Ojo, mucho ojo” en los ejercicios que
hicieron, sin que ninguno de los especialistas que dirigían el estudio hicieran referencia alguna.
En este proyecto participaron 20 000 niñas y niños de entre tercero y sexto de primaria que
vivían en diferentes puntos de Jalisco.
Personalmente recuerdo haber visto algunos de estos comerciales de televisión, y
mostraban al potencial agresor como un extraño y no un miembro de la familia o pariente.
Algunos de los informantes que entrevisté y que también conocían esta campaña compartieron
la misma reflexión; también aportaron reflexiones adicionales sobre estos comerciales. La
forma en la que esta campaña moldeó las ideas del abuso sexual durante la infancia en una
población requiere un análisis adicional que rebasa los objetivos de este libro.
35 Guillé Tamayo, 2007.

36 Especialistas muy experimentados que trabajaban con mujeres y sus familias a principios

de las décadas de 1960 y 1970 recuerdan, por ejemplo, el Instituto Nacional de Protección a la
Infancia, un organismo público que se estableció a nivel nacional en 1961 y en el que familias
(con frecuencia pobres) buscaban obtener servicios sociales. Esta institución dio lugar al DIF
(Desarrollo Integral de la Familia) actual.
37 Una prolífica actividad académica y el activismo intelectual que busca dar respuestas a la

brutal violencia contra las mujeres en la ciudad fronteriza ha dado como resultado muchas
investigaciones interdisciplinarias en ambos países, véase, por ejemplo, Fregoso y Bejarano,
2010.
38 Incluyen la “Ley General para la Igualdad entre Mujeres y Hombres” y la “Ley General

de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia”, que entraron en vigor al publicarse
en el Diario Oficial de la Federación el 2 de agosto de 2006 y el 1 de febrero de 2007,
respectivamente. Algunos consideran que estas leyes son un esfuerzo del Estado por cumplir
con los compromisos que se establecieron en la Convención sobre la Eliminación de Todas las
Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW por sus siglas en inglés, una declaración de
derechos de las mujeres que adoptó la Asamblea General de la ONU en 1979) y la Convención
Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer, conocida
como la “Convención de Belém do Pará” (la ciudad en la que se adoptó en 1994) (véase
Olamendi Torres, 2007).
39 En el reporte Delitos contra las mujeres los siguientes se incluyen en la categoría de

violencia sexual: violación, violación agravada, violación por objeto distinto, abuso sexual,
incesto, estupro, hostigamiento sexual y aprovechamiento sexual (similar al acoso sexual quid
pro quo en Estados Unidos). El cuadro de sanciones por estado identifica el estupro como la
“cópula con una mujer mayor de 12 años y menor de 18, con consentimiento, por medio de
seducción o engaño” (p. 51). Olamendi explica: “En algunas legislaciones los elementos
subjetivos como la castidad o la honestidad continúan vigentes para valorar a la víctima; el
matrimonio del victimario con la víctima se sigue considerando como una forma de reparar el
daño y, por supuesto, excluye de responsabilidad penal al agresor” (p. 50).
40 Véase De la Garza-Aguilar y Díaz-Michel, 1997. En una conversación en Ciudad Juárez,

en 2005, Esther Chávez Cano comentó que las estadísticas de incesto suelen confundirse y
perderse dentro de las categorías de “violencia doméstica” generales y “violencia sexual”.
Muchas veces una persona identifica “violencia doméstica” o la violación como la razón por la
que busca terapia, por ejemplo, y luego, durante el tratamiento, sale a la luz una historia de
incesto. Esto, sin embargo, nunca se documenta en los registros estadísticos.
41 También aprendí, gracias a estos especialistas, que si bien dichos esfuerzos han

aumentado la conciencia social sobre el tema es difícil evaluar qué tan efectivas son estas
campañas. Es decir, resulta difícil saber si han reducido la incidencia de violencia contra niñas
y mujeres o sencillamente las han ayudado a hablar sobre cosas que han permanecido ocultas
durante mucho tiempo.
42 La ENDIREH (Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares) fue

la primera encuesta nacional sobre relaciones familiares en los hogares mexicanos (con un
énfasis en violencia) y la realizó y publicó el INEGI en colaboración con el Instituto Nacional de
las Mujeres en 2003. El INEGI (Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática) es el
organismo gubernamental que realiza la investigación demográfica más importante del país. El
Inmujeres (Instituto Nacional de las Mujeres) también es una organización gubernamental.
Puede entrarse a la ENDIREH a través el portal del INEGI: <www.inegi.org.mx>
43 Véase Elizabeth Velasco, 2013.

44 “Al proponer el término patriarcados regionales busco explicar de qué forma las

mujeres y los hombres están expuestos a expresiones diversas, fluidas y maleables pero
regionalmente uniformes y localmente determinadas, de hegemonía y de sus moralidades
sexuales correspondientes. Si bien cada uno de estos patriarcados está moldeado por las
condiciones socioeconómicas de una región local, adoptan infinidad de formas y fomentan
diversos niveles de desigualdad de género” (González-López, 2005, p. 6).
45
La Real Academia Española (RAE), con sede en Madrid, es la institución oficial que más
influye en el uso del idioma español. Su portal oficial es: <www.rae.es>
46 Para más información sobre el tráfico sexual de mujeres en México véase la

investigación del sociólogo Sheldon X. Zhang y el antropólogo Arun Kumar Acharya.


47 CIMAC, 2014, “Muere niña víctima de violación sexual”, CIMAC: Comunicación e

Información de la Mujer, 28 de mayo de 2014, disponible en


<www.cimacnoticias.com.mx/node/66614>.
48 Para más información visite <www.inmujeres.gob.mx>.

49 Véase Acharya, 2009, pp. 152-153.

50 El Conapred ha realizado investigaciones de gran escala sobre distintas formas de


discriminación, incluidas las de raza y orientación sexual.
51 Algunos paralelismos relevantes entre Secretos de familia y Eterna violencia de Cecilia

Menjívar incluyen, por ejemplo: a] que las mujeres viven la violencia, incluyendo la violencia
sexual, como un proceso amplio y complejo de factores interrelacionados que incluyen, pero
no se limitan, a la desigualdad de género y socioeconómica; b] las mujeres perciben la
violencia como parte de la rutina cotidiana, lo que favorece la aceptación cognitiva de la
violencia como algo “normal”; c] las mujeres encarnan en sus propios cuerpos la construcción
social de la desigualdad de género, es decir, la enfermedad y distintos males están
interconectados con la humillación y el sufrimiento y d] las mujeres participan en la
reproducción de las jerarquías que promueven la desigualdad de género, haciendo eco a la
teorización sobre la idea de “misrecognition” —error de reconocimiento— propuesta por
Bourdieu y la introyección y participación de las mujeres en las estructuras y los guiones de
género (gender scripts) que las oprimen.
52 El término “vergüenza” puede tener diversos significados, profundamente

contextualizados en el género y lo social. Por ejemplo, para algunas mujeres la vergüenza tiene
una importante connotación sexual y de pérdida de virginidad. En ese caso la vergüenza puede
estar asociada con una sensación de falta de valor o de fracaso. Para los hombres puede tener
también un significado diferente. Para más sobre este tema véanse Riviere, 1967, pp. 576-577
y González-López, 2005, pp. 51, 55-56, 58, 114.
2. HIJAS CONYUGALES Y SIRVIENTES MARITALES

—Delgadina, hija mía / yo te quiero para dama


—No lo quiera Dios del cielo / ni la virgen soberana,
que es ofensa para Dios / y perdición de mi alma.
—Júntense los once criados / y enciérrenme a Delgadina,
remachen bien los candados / que no se oiga voz ladina…
—Mamacita de mi vida, / un favor te pediré: que me des un vaso
de agua,/ que ya me muero de sed.
—Papacito de mi vida, / un favor te estoy pidiendo: que me des un vaso
de agua / que de sed me estoy muriendo.
—Júntense los once criados, / llévenle agua a Delgadina,
en plato sobredorado / vaso de cristal de China.
Cuando le llevaron l’agua / Delgadina la hallan muerta;
tenía los ojos cerrados, / tenía su boquita abierta.
La cama de Delgadina / de angeles está rodeada;
la cama del rey su padre / de demonios apretada.
Delgadina está en el cielo / dándole cuenta al Creador
y su padre en el infierno / con el demonio mayor.

Estrofas de “La Delgadina”, una balada que ha existido en diferentes versiones a través de
muchos países de habla hispana. Sus orígenes son frecuentemente identificados desde la época
de la sociedad colonial del siglo XVIII en México.1

LAS FUNCIONES SEXUALES DE LAS HIJAS


EN LAS FAMILIAS INCESTUOSAS

“Nada más yo quiero saber una cosa. Tú no tienes marido ya, no tienes
relaciones con nadie y ya te operaste. Y no te puedes embarazar. ¿Qué pasa si tú
y yo tenemos relaciones?” Temblando de rabia Úrsula parafraseó las palabras de
su padre al recordar esa conversación en la cocina durante la cena de Noche
Buena; ella tenía 31 años y recientemente les había contado a su madre y su
padre sobre su separación. Agitada y estupefacta confrontó a su padre por esta
ofensiva propuesta, le reprochó sus abusos pasados y le sugirió que buscara a
una amante. Úrsula tenía unos 35 años cuando la entrevisté en Guadalajara a
unos meses de haberse reconciliado con su esposo, el mismo hombre con el que
se escapó a los 18 años como una forma de sobrellevar los encuentros sexuales
forzados que experimentó con su padre durante diez años.
“Ya tenía 23 cuando me entero que mi papá no me veía a mí como a su hija,
sino como su amante. Y pues no, mi cabeza no daba razón de ello. Decía, ¡eso
no puede suceder, no puede ocurrirme a mí!” Perla, de unos 35 años, nacida y
criada en la Ciudad de México, casada y con dos hijos, experimentó encuentros
sexuales con su padre desde los 12 a los 23 años de edad. Cuando asistía a la
universidad, en la UNAM, se enteró de forma inesperada —mediante una consulta
con un asesor vocacional— que estos encuentros sexuales de muchos años no
eran “normales” y, como resultado, comenzó a exhibir tendencias suicidas.
Las vivencias narradas de Úrsula y Perla ejemplifican algunas de las formas
en las que las mujeres criadas en familias incestuosas pueden convertirse en hijas
conyugales, es decir, en las parejas sexuales de sus padres. En este capítulo
estudio de qué formas la moralidad del patriarcado que le asignan obligaciones
sexuales específicas a una mujer casada se infiltran en estas familias y ponen en
riesgo a las hijas de convertirse en sustitutas sexuales de la madre, en particular
en contextos donde existen discordias y conflictos maritales. Por ejemplo, una
hija que se convierte en hija parental (es decir, la niña que se hace cargo de sus
hermanos cuando la madre no está disponible) puede convertirse también en la
hija sexualizada que se hace cargo asimismo de las necesidades e impulsos
sexuales insatisfechos del padre.2 La hija conyugal que se vuelve “como una
madre” para sus hermanos también puede convertirse “como una esposa” para su
padre. En estas configuraciones incestuosas se espera que la hija esté
sexualmente disponible para su padre como parte de una compleja expresión de
violencia sexualizada, que puede ir desde formas de afecto sutiles y matizadas
hasta el uso de fuerza física y brutalidad extremas. Esta forma de violencia
sexual puede ocurrir en diferentes etapas de la vida de mujeres con
composiciones familiares, de clase y raciales contrastantes, y como parte de
dinámicas familiares complejas, rodeadas por silencios, secretos, mentiras y la
vida cotidiana.
Como concepto, la hija conyugal va de la mano de otra dinámica revelada por
los relatos de vida de las mujeres: la servitud de género. La servitud de género se
refiere a una ética familiar que fomenta en las niñas y mujeres los valores de
servitud (como limpiar, cocinar, hacer tareas para los hermanos, los padres y
otros hombres de la familia y demás actividades que tienen que ver con el
cuidado de la casa) que pueden provocar que se desdibujen las fronteras entre los
servicios y las funciones no sexualizadas y las sexualizadas de las niñas y las
mujeres en sus familias. La servitud de género tiene su origen en una ética del
cuidado y servicio, que puede fomentar desventajas para las niñas y las mujeres
que viven en contextos de desigualdad de género en sociedades patriarcales, tal
como se discute en el feminismo mainstream y en la investigación de ciencias
sociales con familias mexicanas.3 Esta ética adquiere un tinte perverso en las
familias incestuosas, en las que las hijas pueden convertirse en extensiones
sexuales de sus madres y por lo tanto estar expuestas a condiciones de servitud
sexual. Además de las hijas parentales sexualizadas y la servitud de género,
identifico algunas dinámicas adicionales que contribuyen a la construcción
cultural de las hijas conyugales que incluyen: la familia como hacienda y el
derecho de pernada; las reasignaciones patriarcales de parentesco (es decir, las
hijas como esposas, las esposas como hijas); modelos normativos del amor y el
sexo heterosexual; y patriarcados performativos y ocultos.
Este capítulo también discute las vidas, muy poco estudiadas, de las hijas que
se convierten en lo que identifico como “sirvientes maritales”. El término se
refiere a una hija que desempeña una función sexual o que presta un servicio
sexual tanto a su padre como a su madre. Como forma de incesto, la sirviente
marital puede desempeñar funciones sexuales específicas para su madre y su
padre como pareja. En estas dinámicas un padre puede seducir a su hija para
realizar actos sexuales forzados con la participación de una esposa y madre
desempoderada pero también cómplice que experimenta una presión cultural o
económica para asegurarse de que se encuentren satisfechas las necesidades
sexuales de su esposo. Es interesante que todas estas mujeres tuvieran en común
la presencia de un padre religioso y carismático que participaba en una religión
organizada o en algún otro tipo de práctica ritual, todas las cuales desempeñaron
un papel en los actos de violencia sexual. Además de algunas de las dinámicas
que explican la condición de ser hija conyugal, las sirvientes maritales existen a
causa de la presencia de procesos adicionales, tales como un sexismo
internalizado, el paterfamilias y la servitud sexual de las hijas y rituales
sexualizados del patriarcado.
Éstas son las narrativas de vida de las mujeres involucradas en este tipo de
expresiones incestuosas con sus padres. Las presento en dos secciones: hijas
conyugales y sirvientes maritales. La última sección ofrece un marco conceptual
para analizar las narraciones de sus vivencias personales.

HIJAS CONYUGALES
Ágata

“Primero con mi papá era puro tocamiento, puros tocamientos, después ya


empezó a penetrarme… pero siempre buscó la manera de que mi mamá estuviera
dormida, o la manera de que no hubiera luz.” Ágata describe así las experiencias
que comenzó a tener cuando tenía ocho o nueve años de edad y su padre estaba
por cumplir 40. Esta rutina se detuvo cuando ella tenía 15 o 16 años y una prima
la invitó a vivir en Monterrey para explorar oportunidades laborales. Con una
profunda sensación de alivio y gratitud, Ágata se mudó con sus parientes a la
ciudad y trató de superar los recuerdos del pequeño rancho en el que creció y de
la violencia sexual que ocurrió durante todo ese tiempo. Desafortunadamente su
sensación de seguridad no duró más de un año: su papá fue a Monterrey y la
obligó a volver al rancho.
“Es un hombre responsable, así lo recuerdo, por eso es que yo no puedo
entender por qué [lo hizo]” , afirmó Ágata al recordar una vida de pobreza que
obligó a su padre, un hombre muy trabajador, a explorar las mejores formas de
ser un buen proveedor para su familia, situación que lo hizo migrar con
frecuencia de rancho en rancho con su esposa e hijos. En ese paisaje rural, duro e
inmisericorde, Ágata debía caminar seis kilómetros hasta la escuela primaria,
pero la abandonó después del cuarto grado y se convirtió en una hija parental.
Ella dijo “Mi mamá tenía su bebé y yo tenía que cuidar el otro, lo tenía que
cambiar, lo tenía que bañar, lo tenía que llevar al baño, lo tenía, o sea, que
hacerles de comer, o sea. Porque… porque éramos muchos, y yo era la mayor, y
mi mamá, si ella se enfermaba, yo tomaba responsabilidades”. Abrumada por sus
propios problemas, entre ellos una vida de pareja que se deterioraba y que
incluía violencia física y emocional, la madre de Ágata nunca sospechó que las
responsabilidades de su hija incluían satisfacer los impulsos sexuales de su
padre.
“No le vayas a decir a tu mamá, porque si le dices la voy a matar.” Ágata
recordó estas terroríficas palabras, susurradas al oído por su padre, que
anticipaban su frecuente rutina de violencia sexual. Decidió guardar silencio
porque quería a su madre y a sus hermanos y le preocupaba lo que pudiera
pasarles. “Hubo ocasiones que me amenazó con la pistola”, explicó. Añadió que
a veces la confundía que se comportara en forma tan distinta en otras
circunstancias familiares y sociales. Dijo “Mi papá es muy buena gente, tiene
muchas amistades, muy buenas amistades, pero él tiene… como que tiene una
doble personalidad. De que soy correcto ante la sociedad, ante los amigos”. Pero
en su casa era severo y castigaba y disciplinaba a sus siete hijos e hijas. Ágata y
sus hermanos, que intentaban comprender el comportamiento contradictorio de
su padre, desarrollaron con el tiempo una relación distante y temerosa. Trataban
de evitar el dolor y, en búsqueda de una mejor vida, abandonaron el rancho uno
por uno, a diferentes edades, para explorar alguna ciudad grande del norte de
México o cruzar a Estados Unidos. Ágata trató de hacer lo mismo, pero a los 17
años se encontró de regreso en el rancho, donde su padre controlador no le
permitía salir con amigos o salir con algún pretendiente.
“Cuando mi tía, una hermana de mi papá me dijo: ‘mija, ¿no te quieres venir
para Monterrey?’ ¡No, no me dijo dos veces!”, exclamó Ágata. Recordó una
escena de la que pronto se enteró su familia inmediata y extensa. A pesar de sus
miedos y de las amenazas de su padre, pudo tener en secreto una relación
romántica con un amable joven del rancho. Sin embargo, cuando el joven novio,
en un gesto de respeto, fue a hablar con su madre y su padre acerca de los planes
formales de casarse con ella algún día, su padre se enfureció y respondió,
terminantemente, “¡No!”. Ágata rompió con su novio y se fue inmediatamente a
la ciudad. Se alejó de su familia. Conforme se hizo más adulta, sólo regresó
esporádicamente a visitar a su madre.
A los 20 años de edad comenzó una relación con un joven trabajador que
conoció en Monterrey, y se casaron. Él tenía un trabajo estable y prometedor.
Aunque al principio de la relación su vida sexual era dolorosa y confusa —en
particular cuando tenía relaciones sexuales y le venían a la cabeza flashbacks del
abuso—, decidió no contarle a su esposo, un hombre paciente y cariñoso, lo que
le había hecho su padre. “Conocerlo fue un golpe de suerte”, dijo, al explicar que
su relación de pareja de casi 25 años le ha dado a ella y a sus hijos una vida
estable y con seguridad económica; casi todos sus hijos eran adultos, e incluso
uno de ellos iba a la universidad. Ahora adulta, Ágata por fin se siente segura y
comparte un estilo de vida modesto, económicamente estable y respetuoso; una
pacífica vida de casada, en general. Sin embargo, hace poco volvió a
atormentarla un fantasma del pasado. Conforme la salud de su madre empeoraba
cada vez más, preocupada comenzó a visitar el rancho con mayor frecuencia, a
veces sola y a veces con sus hijos. Cuando su hija le dijo “mi abuelito me andaba
haciendo tocamientos” Ágata lloró desconsoladamente y le pidió a su hija que no
se lo contara a su padre. También le prometió no llevarla más a visitar el rancho.
Pero en otra visita para comprobar la salud de su madre descubrió que una de sus
dos hermanas menores y la hija de una de ellas (la sobrina de Ágata) también
habían estado expuestas a la violencia sexual a manos de su padre. Ágata ya no
se sintió impotente y confrontó a su padre. Cuando estos secretos salieron a la
luz, la madre de Ágata se sintió confundida y deprimida; ella vive ahora con uno
de sus hijos adultos, mientras que el padre, enfermo, vive solo en un rancho
ubicado cerca de un pueblo pequeño en Nuevo León. Ágata, que tiene alrededor
de 45 años, está tratando de determinar cuál es la mejor forma de tener una
conversación honesta con su esposo sin poner en riesgo su estabilidad marital.
Entrevisté a Ágata, en Monterrey, unos meses después de que su madre se
enterara de los secretos de la familia. Había buscado ayuda profesional en una
organización que da servicios a familias y fue una terapeuta quien me la
presentó.

Elisa

“A él le gustaba mucho que yo me acostara con él. Le gustaba mucho abrazarme.


Pero lo que yo no entiendo es por qué me metía la lengua en el oído. Entonces,
él me abrazaba pero en mis partes él me ponía su mano y me presionaba. A mí
me dolía y yo no sabía, yo pensaba que eran cariños de papá, pero me
molestaba.” Así describió Elisa las “siestas” que tuvo con su padre durante sus
años de primaria. Llegaba de la escuela al mismo tiempo que su padre, un
taxista, regresaba exhausto de su jornada nocturna en Ciudad Juárez. Elisa, su
madre y su padre disfrutaban juntos el almuerzo, un ritual diario que incluía las
alarmantes historias que relataba su padre sobre los peligros que entrañaba su
trabajo y sobre lo bendecido que se sentía de volver a casa tras una larga noche
en las calles de la ciudad. Tras estas historias de horror del almuerzo, el padre de
Elisa la llevaba de la mano a la cama para que tomaran una “siesta”. Elisa, que
se volvió más y más consciente de la tensión y la distancia que había entre su
madre y su padre, se dio cuenta de que se había convertido en la sustituta marital
de su madre y que estas “siestas” le proporcionaban a su padre una fuente de
confort emocional y sexual.
Cuando le pregunté a Elisa si su madre o alguien en su familia sabía lo que
había pasado con su padre, me respondió que no le dijo a nadie, en parte porque
“justificaba el comportamiento de su padre”. Elisa no se resistía a las siestas con
su padre porque se sentía conmovida por lo peligroso de su trabajo y el sinfín de
terribles historias que escuchaba, que incluían la tragedia de su propio vecino —
también taxista— que había sido secuestrado y asesinado, y otro taxista que su
padre conocía y que también había sido víctima de una violencia cruel. Elisa dijo
que no sabía “cómo defenderse de él”, y aunque le daba vergüenza, también le
preocupaba su padre y, por lo tanto, se guardó la experiencia para sí. Sus razones
para guardar silencio parecieron aún más justificadas cuando se enteró de que un
vecino había violado a una de sus hermanas. La niña le contó a la madre, pero
ella no le creyó. La relación de Elisa con su madre es emocionalmente lejana
hasta el día de hoy.
El padre de Elisa murió cuando ella tenía 12 años. Aunque no recuerda
claramente la relación de pareja entre su madre y su padre, explicó que cuando
no estaba trabajando como taxista, su padre solía pelear con su madre. Elisa es la
quinta de seis hijos y la más joven de las hijas. Sus hermanos tenían entre 25 y
treinta y tantos años de edad. Ahora ella tiene cerca de treinta años y no se ha
casado, pero cuando la conocí tenía una relación de pareja, criaba a sus dos hijos
varones y vivía de lo que le daba un trabajo administrativo, modesto pero
estable, en Ciudad Juárez.

Miriam

“Él llore y llore”, recordó Miriam, una mujer con educación universitaria, al
describir la reacción de su padre cuando llamó a larga distancia a casa de su
familia durante su luna de miel. Le sorprendió, porque nunca antes lo había visto
llorar. “Como que le arrebataron algo que tenía a su disposición, creo yo… como
algo que quería nomás para él”, dijo al compartir las atroces e infames
experiencias de violencia sexual que comenzaron cuando ella tenía 11 o 12 años
y que sólo se atenuaron de manera considerable cuando su novio le dio un anillo
de compromiso, a los 24 años de edad. Durante unos 13 años, dijo Miriam, “él
intentó todo”; hizo que lo masturbara, la besó en la boca, le tocó los senos y los
genitales, la violentó sexualmente cuando dormía, fue a su cuarto y la agredió
mientras se cambiaba de ropa y la acechaba siempre que estaba desprevenida, en
particular cuando no había nadie cerca, por ejemplo, en el auto o cuando estaba
en la regadera durante las costosas vacaciones familiares fuera del país.
Describió estas experiencias como muy frecuentes y siempre “repulsivas”.
Conforme creció y se volvió más fuerte, Miriam comenzó a resistir con más
frecuencia las agresiones de su padre, pero la violencia de él se volvió más
selectiva: o bien más agresiva físicamente o bien más amable y estratégica. Por
ejemplo, le decía que “era su hija favorita…”, él decía: “yo la quiero mucho a mi
hija. Es mi consentida. Es muy bonita”. Pero también la obligaba a que se
sentara en sus piernas como condición para dejarla salir con sus amigos;
controlaba cómo se vestía y la obligó a renunciar en un empleo que le gustaba y
a trabajar durante 15 años en su propio negocio, grande y rentable. Hay una
escena en la que describe cómo un día “horrible y humillante” la agredió
violentamente cuando tenía 22 o 23 años mientras se vestía para la boda de su
primo. Más tarde, ese mismo día, su familia la obligó a bailar con su padre en la
fiesta.
¿Guardó Miriam silencio sobre todo esto? No siempre. Justo después de los
primeros incidentes, a los 11 o 12 años de edad, le dijo a su madre que su padre
“la tocaba”. La madre le creyó y le dio una advertencia al padre, que sin
embargo no se detuvo y acusó a Miriam de ser una rajona, una mujer que se
echa para atrás, y amenazó que la filmaría desnuda la próxima vez. Las
experiencias de violencia sexual no se detuvieron. Ella comentó, “me amenazaba
que no fuera a decir nada… que no fuera a decir nada porque nadie me iba a
creer. Y este… ‘Ni se te ocurra decirle a tu mamá.’ A mí me amenazaba.
Siempre tuve la amenaza de que no dijera nada porque me iba a ir mal”. Miriam
también guardó silencio para tratar de proteger a su madre. Su madre y su padre
tenían una relación marital muy volátil, compuesta por discusiones y peleas
interminables, y Miriam tenía miedo de que él matara a su madre. El padre de
Miriam cargaba pistola, tiene una colección de armas en su casa y se cuentan
rumores de que está involucrado en el narcotráfico.
Cuando le pregunté a Miriam sobre la relación con su madre respondió que la
quería y que sentía una profunda empatía por ella, en particular debido a la
relación violenta y volátil que tenía con su padre. Sin embargo, sentía
resentimiento hacia su madre por el miedo que le tenía a su esposo, un miedo
que, dijo, le había “inculcado” a ella y a sus dos hermanas menores. Por ejemplo,
Miriam describió una escena cotidiana a la hora de la comida: “Porque si llegaba
[a casa] volábamos todas, o sea, nadie quería estar ahí. Nunca comimos [en el
comedor], nos llevábamos el plato al cuarto”.
Miriam se casó a los 25 años y construyó una relación estable y satisfactoria
con un hombre que la apoya y que conoce sus experiencias con su padre; ambos
continúan buscando formas de que Miriam pueda explorar y con el tiempo pueda
sanar los aspectos de su intimidad emocional y sexual que le recuerdan a su
padre. Ahora que es madre, Miriam dice que ha comenzado a confrontar cada
vez más a su padre y a darle serias advertencias, sobre todo cuando ve a sus dos
hijos jugar y pasar tiempo con él. Justo cuando pensaba que ya había resuelto sus
experiencias de violencia sexual y que todo había quedado en el pasado, en su
familia ocurrió algo inesperado.
La hermana de Miriam, la segunda de las tres hijas, ahora casada y de casi
treinta años de edad, rompió su propio silencio para anunciar que su padre
también la había hecho objeto de violencia sexual cuando crecía. Luego la
hermana más joven, soltera y unos años menor, también decidió romper su
propio silencio y describió sus horrorosas experiencias con él. A Miriam la
conmocionó enterarse de las experiencias de sus hermanas, pero también se
sintió validada y terminó por contarles a ellas y a su madre sobre los muchos
años en los que ella misma experimentó violencia sexual a manos de su padre.
Cuando compararon notas se dieron cuenta de que la violencia sexual había
comenzado cuando tenían alrededor de diez años e incluía detalles similares
sobre la explotación y la manipulación sexual estratégica y oportunista a las que
las había sometido su padre.
“Piensan que son mentiras de nosotras”, afirmó Miriam, con tono indignado,
al describir la reacción de sus tíos y abuelos paternos, demás parientes y vecinos.
Quienes escuchan la historia de las tres hijas que fueron blanco de la violencia
sexual de su padre se sienten inclinados a dudar de ellas. “¡Nadie sabe la doble
cara que tiene!”, exclamó Miriam. Describió a su padre como alguien
impecablemente bien vestido, un empresario exitoso que maneja una camioneta
nueva, un hombre devoto que pasa muchas horas en la iglesia católica y que
ofrece, por vía de un sacerdote con quien tiene una relación estrecha, donaciones
generosas para organizar retiros espirituales; un hijo y hermano altruista que
ofrece apoyo económico a su propia familia, y un vecino siempre dispuesto a
prestarle ayuda a quien lo necesite en su colonia.
La madre de Miriam, quien sufre depresión, experimentó una reacción
emocional muy intensa cuando escuchó los testimonios de sus tres hijas.
Eventualmente decidió divorciarse de su esposo y emprender un extenuante
proceso legal que para el momento de mi entrevista con Miriam aún no se había
resuelto. Conocí a Miriam cuando tenía unos 35 años de edad; una terapeuta de
Monterrey —cuya ayuda habían buscado recientemente ella, su madre y sus
hermanas— nos presentó.

Noelia

“Yo lo veo desnudo, completamente desnudo encima de mí, haciendo


movimientos [como penetración]”. Así fue como Noelia comenzó a describir sus
recuerdos de sí misma como una niña de cinco o seis años y de su padre, un
hombre joven de treinta y tantos años de edad. Noelia, una mujer casada con
educación universitaria cuando la conocí, se acercó a mí en Monterrey y se
ofreció a compartir sus experiencias de vida, una colección conmovedora de
pesadillas recientes y recuerdos borrosos, pero también de imágenes vívidas y
claras de violencia sexual durante su infancia. En algunos recuerdos Noelia es
una niña pequeña que con frecuencia montaba a caballo con su padre, quien la
sentaba enfrente de él y se estimulaba a sí mismo, y la tocaba de maneras que la
incomodaban. Estas experiencias comenzaron en sus primeros años de primaria
y duraron mucho tiempo, aunque no recuerda cuándo terminaron. Ahora cerca
de los treinta años recuerda con dolor estos acontecimientos. Estos episodios
como “hija consentida”, la hija especial que su padre defendía y protegía al
tiempo que castigaba a sus hermanos por cosas que no habían hecho, siguen
siendo para ella una fuente de confusión.
Noelia describió a su padre como un hombre con el que era “difícil hablar”,
pero también muy trabajador y el sustento económico principal de la familia
inmediata y la extensa. Crió a su familia en una colonia modesta de la ciudad,
donde tenía un negocio pequeño pero exitoso. Era generoso económicamente
con su esposa, sus hijos y sus propios progenitores, y les brindó ayuda
económica a sus más de diez hermanos y a sus parientes políticos. Sin embargo,
también usó su poder económico para controlar e intimidar a quienes dependían
de su apoyo. Como dueño de un rancho, siempre llevaba pistola y la usaba para
castigar a todos sus hijos y para amenazar a su esposa, con quien tenía una
relación matrimonial muy conflictiva y emocionalmente distante.
En una atmósfera de tensiones y conflictos familiares, Noelia se convirtió en
la mediadora de la familia que facilitaba la comunicación entre su padre “y
cualquiera que quisiera hablar con él”, incluso hermanos, parientes, amigos y su
madre. Además, como la segunda de seis hijos y la mayor de las hijas, Noelia
también “protegía, cuidaba, bañaba, cambiaba de ropa y les daba de comer” a
sus hermanos y cocinó, limpió y planchó mientras crecía. A su madre, que con
frecuencia estaba enferma, no le gustaban las tareas del hogar y le resultaba
difícil cuidar a su familia. Cuando el padre de Noelia notó que era una alumna
brillante y muy buena para las matemáticas, la puso a cargo del dinero de la
familia, a principios de su adolescencia. Ella ayudó a su padre con la
contabilidad de su negocio y se convirtió en una amiga generosa que siempre
tenía dinero para compartir con sus amigos de la escuela. Noelia también usó el
dinero para comprarse muchas cosas, una de sus formas de hacer frente al abuso.
En su papel de hija parental y “la pequeña esposa” de su padre, Noelia poseía
mucho poder en la familia. Sin embargo, conforme fue creciendo su padre
empleó cada vez menos el trato preferente y cada vez más las amenazas y la
violencia física para ejercer control sobre sus movimientos; no la dejaba salir
con amigos o a una cita romántica. “Eres una puta” era algo que su padre gritaba
con frecuencia para disciplinarla cuando le pegaba en la calle, en una colonia en
la que “los vecinos no hacían ni decían nada”. Se sentía cada vez más “fea y
poco atractiva” y devaluada moralmente. Para hacer frente a su situación se
escapó dos veces de casa, pero en ambas ocasiones regresó. Aceptaba,
enormemente confundida, los costosos regalos de su padre: le dio un caballo
cuando cumplió 11 años, una nueva motocicleta cuando tenía 15 y una
camioneta nueva cuando cumplió 18. Pero la violencia también se intensificó.
Un día, cuando tenía poco más de 20 años y regresaba de una fiesta, poco
después de medianoche, encontró a su padre, furioso, que la esperaba afuera de
su casa. Le dio una golpiza que la dejó sangrando, llena de moretones, y la corrió
de su casa.
Noelia dejó la casa de su familia y, con la ayuda de una amistad, que le contó
sobre un lugar en el que podría ganar bastante dinero, llegó a una ciudad
fronteriza del noreste de México y obtuvo trabajo como teibolera, la versión
mexicana de una desnudista o stripper. Noelia cambió su identidad, comenzó a
usar peluca y se convirtió en trabajadora sexual. Esto la hacía “sentir terrible”,
pero al mismo tiempo reflexionaba: “No tenía nada que perder ya. Nada. O sea,
nada. Había sido expuesta [llanto] a todo el mundo como eso, como una puta…
y me había golpeado sin una justificación, o sea, por nada me golpeó”. Trabajó
en un club elegante, donde le sorprendió descubrir que muchas de sus
compañeras eran mujeres trabajadoras, con educación universitaria, de clase
media, solteras y casadas, que mantenían así a sus familias. Trabajaba en el turno
de las 9 de la noche a las 5 de la mañana y fue testigo de la alta rotación de
mujeres que se sucedieron en el trabajo del club. Noelia sobrevivió cerca de un
año con este trabajo y se sentía afortunada de ganar unos 500 dólares por noche
los fines de semana. Dijo que gracias a este trabajo superó “muchos mitos” que
tenía sobre el trabajo sexual.
Cuando le pregunté a Noelia sobre cómo su trabajo de teibolera había afectado
su vida sexual, me explicó que le había dado “Libertad, libertad de sentir.
Libertad de mostrarme. [Antes] yo era incapaz de mostrar mi cuerpo a mi
pareja”. Más tarde añadió “Me empoderó demasiado. Yo me sentía… el lugar es
como si que tú estás arriba y los hombres están abajo, viéndote, ¿no? Entonces,
eso hace que tú estés más alta, en un lugar más alto. Entonces, a mí me
empoderó tremendo”. La imagen que tenía de sí misma, como una mujer “fea,
poco atractiva” quedó en el pasado, pues descubrió que podía atraer sexualmente
a cualquier hombre y que las miradas lujuriosas que los hombres le dirigían
todas las noches la hacían “sentir deseada”. Pero no todo era placer. La
aterrorizaban las historias de sus compañeras, que le contaban sobre clientes que
llevaban armas, hombres que con frecuencia estaban involucrados en el
narcotráfico y que abusaban de las trabajadoras sexuales y luego las dejaban
desnudas en la autopista. “Eso era lo más peligroso del trabajo”, explicó. En
añadidura, como parte del trabajo, tenía que beber “una cantidad estúpida de
alcohol”, y aún más para poder tener sexo con los clientes, y sentía que había
sido violada al menos por uno de ellos. Mientras todo esto pasaba, ella sentía
vergüenza de ser una mujer bien educada con formación universitaria “que
trabajaba allí”. Con frecuencia se decía a sí misma, “¡Es imposible, yo no puedo
hacer esto!”4 Con el tiempo Noelia volvió a Monterrey en forma permanente.
Allí conoció a un hombre amable y cariñoso, con educación universitaria, con
quien se casó. Actualmente tienen una relación marital feliz y satisfactoria. Él no
sabe lo que experimentó ella con su padre, ni sobre su vida en la ciudad
fronteriza.
¿Cómo era la relación de Noelia con su madre? “Mi mamá me veía como
mujer y no como hija”, aclaró Noelia. Me explicó que su madre la culpaba
continuamente por sus problemas maritales y “estaba celosa” de ella. Alguna vez
le rasuró la cabeza y la vistió con pantalones de niño y con botas, al parecer en
un intento por volverla menos atractiva para su padre. “Yo creo que mi mamá
pensaba que... que entonces, si era fea, entonces, bueno, podía ser hombre y era
menos malo para ella”, dijo Noelia. Conforme su padre se volvió cada vez más
violento, Noelia enfrentó a su madre y le pidió que la protegiera de su violencia
física, pero ella reaccionó de formas inesperadas. “Decía que era una puta”,
recordó Noelia, y explicó que su madre usaba maquillaje para cubrirle los
moretones de la cara de modo que su padre no los notara. Cuando creció, sin
embargo, Noelia aprovechó su posición como la persona a cargo de las finanzas
familiares para encontrar la forma de invertir los papeles: “Me sentía con mucho
poder. Cuando mi mamá me trataba muy mal, yo la castigaba con eso, le daba
menos dinero del que ella debería tener para gastar.”
Actualmente Noelia tiene una relación más y más distante con su madre y su
padre. Nunca le contó a su madre sobre la agresión sexual por parte de su padre,
y tampoco lo ha confrontado a él al respecto. Por el contrario, cuando dejó a su
familia lo hizo pensando que “ellos iban a estar mejor como pareja”, un hecho
del que empezó a darse cuenta a los 12 años, cuando comenzó a huir de casa.

Perla

“Me llevaba a la cama, me acostaba. Me levantaba de los brazos hacia arriba y


él, bueno me quitaba la ropa, me desabotonaba… y él tocaba mis senos con su
boca o con sus manos. Y me tocaba la vagina, de hecho.” Perla describió así la
rutina frecuente en la que participaba con su padre desde los 12 hasta los 23 años
de edad. Cuando ella tenía 12 años él rondaba los 35. Ahora que ella llegó a esa
misma edad recuerda con claridad algunos de estos encuentros y a veces
experimenta sensaciones de placer genital, pero ciertas imágenes del pasado son
ambiguas o borrosas. Por ejemplo, no sabe si llegó a tener relaciones sexuales
con penetración vaginal con su padre ni con qué frecuencia ocurrían estas
experiencias, pero contaba que sucedían sin su consentimiento, en la oscuridad,
frecuentemente después de la hora de dormir y que su padre tenía aliento
alcohólico.5 En medio de todas estas incertidumbres está la certeza de que estas
experiencias forzadas nunca fueron violentas físicamente y que su padre nunca
le indicó que las mantuviera en secreto. Así que, al crecer, Perla asumió que el
sexo entre padre e hija era “normal”.
Cuando alcanzó la mayoría de edad Perla también aprendió, de su madre y de
la iglesia católica, sobre la importancia de permanecer virgen hasta casarse, por
lo cual, evitó tener sexo con quien sería su marido y el día de su boda se vistió,
orgullosamente, de blanco. Por primera vez a los 27 años tuvo relaciones
sexuales con penetración vaginal con el hombre que se casó, que es su esposo
actual y el único compañero sexual que ha tenido. Aunque le angustió no haber
sangrado durante su primer contacto sexual, sintió que le había ofrecido su
virginidad como “regalo” a su marido en el día de su boda.6
¿Cómo reconcilia Perla estos valores con las interacciones sexuales
involuntarias que sostuvo con su padre? Cuando ella habló sobre un novio que
había tratado de seducirla sexualmente cuando tenía 21 años explicó sus razones
para resistir en términos de su contexto familiar: “Es que no era de la familia. O
sea, eso es lo que yo me he dado cuenta, que finalmente la familia podía hacer
contigo lo que quisiera, pero los de afuera no. Jamás. Por eso te decía yo del
novio, o sea, puede hacértelo tu papá pero tu novio no”. El mensaje que ella
aprendió de su familia fue claro: “La virginidad se pierde con un desconocido”.
Perla explicó que las experiencias involuntarias con su padre no tuvieron un
efecto en su estado virginal. Describió con detalle cómo salvaguardó
celosamente su cuerpo y limitó sus intercambios románticos con sus novios a
“abrazarse y besarse” hasta el día en que se casara. Añadió, “Incluso tuve otro
novio a punto de terminar la carrera, que me decía ‘Vamos a hacer el amor’. Y le
dije, ‘No espérate, serénate. Yo hasta el altar y después haz conmigo todo lo que
quieras’”.
Perla también aprendió de su familia a guardar silencio sobre la sexualidad,
así que nunca discutió con su madre ni con nadie más las experiencias de sexo
forzado con su padre. A los 23 años de edad, sin embargo, un consejero
universitario a quien identificó como “psicólogo” no sólo le dijo que estos
encuentros no eran “normales” sino que afirmó que, “estaba enamorada de su
papá”. Profundamente herida y confundida, tras su segunda sesión con el
terapeuta, bebió veneno para ratas. Afortunadamente el veneno no tuvo efectos
graves en su salud, pero no regresó con el terapeuta y nunca más buscó ayuda
profesional. Trece años después entró a un grupo de apoyo en la organización
donde ella y yo nos conocimos en 2006. Cuando la entrevisté sólo había ido a
unas cuantas sesiones y aún no compartía su experiencia con el grupo. Dice que
hoy tiene esperanza y confía en sanar algún día.
¿Cómo cambió la relación con su padre tras la conversación con el consejero
universitario? Decidió evitarlo y protegerse, pues la violencia sexual del pasado
había cobrado formas nuevas. Desde el día en que se casó hasta el 2005, su
padre comenzó a acecharla y acosarla sexualmente por teléfono, a mandarle
flores y regalos, a quejarse de su madre, a hablarle sobre sus “obligaciones
sexuales” como esposa, al tiempo que buscaba averiguar cosas sobre sus
encuentros sexuales con su esposo y a decirle, de más de una manera, que “las
mujeres no valen”. Él también llamó por teléfono al esposo de Perla para
alentarle a que la golpeara si no cumplía con sus “obligaciones como esposa”.
Sin embargo, el esposo de Perla se convirtió en su aliado, pues “algo” le había
contado sobre el abuso sexual. Se sintió frustrada y con deseos suicidas por
segunda vez en la vida, pero la tentación no duró mucho y finalmente se decidió
a hablar. Cuando su madre se encontraba en su lecho de muerte a causa de un
cáncer cervical, y con sus dos hermanas como testigos, Perla rompió el silencio
y les contó las experiencias de abuso que padeció durante tantos años. Esta
conversación tuvo lugar unos meses antes de nuestra entrevista. Su padre no la
desmintió, sus hermanas permanecieron calladas y recuerda que su madre dijo:
“Me lo hubieras dicho cuando estaba yo sana, ahorita que estoy enferma ¿para
qué? Ya no puedo hacer yo nada”.
Poco después se revelaron otros secretos de familia. Perla a través de su
hermana mayor se enteró de por qué había abandonado el hogar familiar, sin
razón aparente, con su hija de tres años tiempo atrás. Recordó las palabras de su
hermana: “‘¿Sabes qué? Yo me salí de la casa porque mi papá me dio un anillo
de matrimonio y me llevó flores y me decía que me quedara…’ y que ella iba a
ocupar el lugar de mi mamá”. Por muchos años la madre de Perla había sido ama
de casa de tiempo completo, pero tenía una enfermedad crónica y, aunque su
matrimonio era emocionalmente abusivo, tenía miedo de dejar a su esposo,
quien proveía a la familia con comodidades de clase media gracias a su trabajo
administrativo. Perla asociaba el deterioro en la relación marital con el hecho de
que durmieran en camas separadas y la salud de su madre fuera tan precaria, a
consecuencia, al parecer, de errores médicos y de complicaciones de salud tras
su último embarazo. Entretanto Perla y su hermana se convirtieron secretamente
en hijas conyugales. Perla sospecha que su sobrina —la hija menor de su
hermana— es hija de su padre, pero nadie en la familia habla de eso. La hermana
mayor de Perla es hija única de una relación previa de su madre. Perla es la
segunda hija de su madre; tiene cuatro hermanos menores.

Úrsula

“Me encantan tus pechos, me gustan, te me haces muy bonita.” Úrsula


parafraseó con asco las palabras que dijo su padre al notar, cuando ella cumplió
13 años, que su cuerpo estaba madurando. Por entonces él tenía unos 35 años y
comenzó a obligarla a besarlo en la boca “como si fuera mi novio” y a tocarle los
pechos como condición para dejarla salir con sus amistades. Desde entonces y
durante los cinco años siguientes, usó el sexo forzado como una forma de
autoridad y control parental. Úrsula asoció estas experiencias dolorosas con el
hecho de que se estaba volviendo más voluptuosa y atractiva que su madre. Ella
explicó, “Me desarrollé mucho del busto, cosa que mi mamá no tiene y fue lo
que más le llamó la atención a él”.
Ahora, alrededor de los 35 años de edad, Úrsula no cree que “su padre
estuviera enamorado de ella”; y sin embargo explicó que durante su adolescencia
él sentía una fuerte atracción sexual hacia ella. Notó que conforme se convertía
en señorita el abuso sexual que había experimentado en el pasado simplemente
adoptaba una forma nueva. Úrsula tenía unos ocho años de edad cuando ocurrió
el primer incidente que la hizo sentir incómoda y confundida. “Vente, acuéstate
aquí conmigo”; así sutilmente su padre la invitaba a acostarse entre él y su madre
en la cama. Cubría a todos con una cobija y veían la televisión. Entre los 8 y los
13 años de edad esta escena de aparente diversión y entretenimiento se convirtió
en un ritual familiar que le ofreció a su padre la oportunidad de guiar la mano de
Úrsula para masturbarlo bajo la cobija, frente a una esposa que parecía no darse
cuenta de lo que sucedía. Esta actividad continuó, más de dos veces a la semana,
por cinco años.
En su adolescencia trató de resistirlo y de detener el abuso evitándolo y no
hablando con él. Sin embargo, esto no siempre surtía efecto. Su papá la
empujaba al baño para discutir con ella y toquetearla. Al principio ella se resistía
y esperaba que la privacidad del baño le ofreciera un espacio para confrontarlo y
detener el abuso. Por el contrario, durante los siguientes cinco años, el baño se
volvió otro espacio de violencia sexual y de amenazas; su padre le decía de
manera repetitiva: “No le digas nada a nadie porque nadie te lo va a creer. Van a
creer más en mí. En ti nadie va a creer”. El padre nunca fue irrespetuoso o dijo
algo inadecuado en otras situaciones familiares, pero trató de sembrar en otros
miembros de la familia la idea de que ella era mentirosa. Úrsula tenía una
relación emocionalmente distante con su madre, quien le rogaba que se esforzara
más por fomentar la armonía familiar: “¡Háblale a tu papá! ¿Cómo es posible
que se enojen ustedes?”
“Cuando estás viendo unas cosas que no deben de ser. O sea, eres consciente.
Y sabes que ese tipo de cosas no deben estar pasando en tu casa. Eso fue lo que
sentí yo. Oye, ¡espérate!” exclamó Úrsula al explicar el estado de plena
conciencia que experimentó durante la adolescencia mientras exploraba cómo
huir de su casa para escapar del abuso que había ocurrido durante 10 años. A los
18 años de edad decidió contarle a su novio, de 22, lo que había ocurrido con su
padre. Él la apoyó y juntos planearon cómo escapar. Después de que abandonó
su hogar, evitó cualquier contacto con su padre y se distanció aún más de su
madre. Úrsula y su confidente y pareja de casi 20 años, aún están juntos y crían a
sus tres hijos, aunque han experimentado algunas tensiones maritales y una
separación de unos años.
Úrsula se mantuvo en silencio en parte porque creció sintiéndose confundida
por el comportamiento de su padre y en parte porque no tenía a nadie confiable
con quién hablar. También sentía que era su obligación proteger a su frágil
madre, que tenía una salud precaria: sufría convulsiones y había tenido un ataque
cardiaco. Úrsula decidió nunca contarle sobre el abuso de tantos años y
sencillamente se mantuvo alejada de su padre, en particular después de tener a
sus dos hijas. No quería que estuvieran expuestas a él; en su mente era una señal
de peligro. Todo este tiempo, sin embargo, debió pagar por su silencio con las
constantes acusaciones de su madre, que le reclamaba no poder ver a sus nietas,
y la culpaba ella.
Durante más de 10 años Úrsula se sintió segura de que su padre no la
violentaría sexualmente, pero cuando tenía 31 años de edad y visitó a su madre
para Navidad, su padre le sugirió que se convirtiera en su pareja sexual. Úrsula,
que ya no estaba indefensa, lo confrontó en forma agresiva y le dijo que se
consiguiera una amante. Él respondió: “No, pero es que yo quiero contigo… es
que a tu mamá la tengo convencida de que tengo, desde que empecé con mi
diabetes, a que ya no puedo tener sexo … Es que tu mamá nada más quiere en
una sola posición, la que le enseñó tu abuela”. Hasta el día de hoy los
progenitores de Úrsula comparten la misma habitación en la linda y espaciosa
casa de Guadalajara que su padre mantiene gracias a su pequeña empresa.
Describió la relación de su madre y su padre como armoniosa, libre de cualquier
forma de conflicto o violencia. Estuvo de acuerdo con la imagen sexual de su
madre a ojos de su padre; la describió como una “mujer chapada a la antigua”
que practicaba un “sexo monótono”. También identificó a su madre como una
mujer “sin carácter”, una borrega que siempre seguía las órdenes de su esposo,
quien nunca le “faltó al respeto” de ninguna manera. Y, sin embargo, explicó, su
madre se vestía bien, usaba maquillaje y se divertía en las fiestas y las
celebraciones. Cuando le pregunté si las distintas formas de sexo forzado que
experimentó con su padre habían ayudado a mantener la armonía marital de sus
progenitores, me respondió que “a lo mejor sí”.
Cuando nuestra entrevista estaba por terminar le pedí a Úrsula que pensara por
qué le había ocurrido todo esto. Afirmó “porque fui la única hija”. Úrsula dijo
que a ambos, madre y padre, “les importaban más sus hijos varones”. Ella es la
segunda en una familia de cuatro hijos; sus tres hermanos son ya hombres
adultos. Dijo que esperaba hablar pronto con sus hermanos, porque le preocupan
sus sobrinas al pensar en sus visitas a casa de sus progenitores.

PARA COMPRENDER EL INCESTO PADRE-HIJA

Como se muestra en estos ejemplos, Ágata, Elisa, Miriam, Noelia, Perla y


Úrsula desempeñaron una función sexual clave como sustitutas sexuales y
emocionales de sus madres biológicas. Si bien cada una de estas narrativas de
vivencias personales es única, todas apuntan a patrones comunes y a dinámicas
familiares similares. Algunos de ellos son los siguientes.

Incesto en serie

Un padre puede tener una o más hijas conyugales. Las hijas de manera
alternativa se convierten en hijas conyugales, sobre todo cuando su cuerpo
comienza a desarrollarse y se vuelven mayores y sexualizadas, o escapan o
migran, en cuyo caso otras hermanas o niñas menores se convierten en nuevas
sustitutas para la hija que ya no está presente y sexualmente disponible para su
padre. Judith Herman encontró patrones parecidos de incesto en serie padre-
hija.7 El incesto en serie también ocurre en las relaciones hermano-hermana,
primo-prima y tío-sobrina, tal y como se discute más adelante en este libro.

Relación marital
La calidad de la relación marital entre padre y madre puede variar. Si bien en
estos casos las relaciones maritales suelen involucrar a parejas que no tienen una
vida marital sexualmente satisfactoria, son dispares en términos de la estabilidad
y el conflicto a nivel emocional y en el entorno familiar, y también incluyen
parejas con niveles bajos o moderados de desavenencia, así como parejas
sumamente disfuncionales en las que la esposa está expuesta a situaciones de
violencia emocional y (o) física, incluyendo casos en los que el esposo puede
llegar a usar un arma de fuego.8

Relación madre-hija

La relación madre-hija puede tener múltiples configuraciones emocionales.


Algunas hijas pueden identificar un intenso conflicto y falta de confianza;
negligencia y (o) celos y rivalidad; distancia emocional y sentimientos
encontrados hacia una madre impotente que se encuentra atrapada en una
relación abusiva, mientras que otras hijas pudieran sentir profundo amor y
compasión por una madre que no debe ser culpada. Así, la figura materna con
frecuencia se considera emocionalmente desempoderada y distante.
Habitualmente las hijas consideran a sus madres frágiles físicamente, quienes
suelen tener un historial clínico de condiciones y riesgos relacionados con la
salud, incluyendo enfermedades con un simbolismo sexual, tal como el cáncer
cervical.

Imágenes sociales del padre

Los padres pueden gozar de imágenes positivas frente a sus familias y


comunidades. En ciertas circunstancias, los hombres pudieran disfrutar de
privilegios sociales al presentarse como figuras moralmente idealizadas, quienes
son carismáticos, responsables y económicamente generosos con sus familias
inmediatas y extensas, y con sus comunidades. En las familias de clase media y
media alta los padres que gozan de poder económico pueden usarlo como un
instrumento de coerción sexual y de control sobre sus hijas. Estas sofisticadas y
complejas expresiones de la hombría (es decir, del padre como buen proveedor,
no violento en otros contextos familiares y un hijo, esposo y vecino generoso)
pueden exacerbar la confusión y el silencio de estas mujeres, mientras que los
padres en forma estratégica usan la imagen social, y en última instancia se
protegen a sí mismos, al tiempo que persisten en llevar a cabo actos de violencia
sexualizada.

Duración del incesto

Un padre puede tener acceso al cuerpo sexualizado de su hija por diversos


periodos de tiempo. En casos extremos las hijas están expuestas a la coerción
sexual durante largos periodos, los cuales son sistemáticamente sostenidos en
algunos casos por espacio de más de 10 años, y que adopta expresiones muy
insidiosas, en particular una vez que las hijas se casan. Los actos de coerción
sexual que llevan a cabo los padres incluyen una amplia gama de
comportamientos, desde la ausencia de fuerza física hasta el empleo de formas
extremas de poder y control emocional y físico. Todo lo anterior acontece
mientras están casados con una mujer adulta que las hijas perciben como
emocionalmente ausente, ingenua y sin tener la más mínima idea de lo que
acontece.

Orden de nacimiento

El orden de nacimiento de una hija en la familia no la protege del riesgo de


convertirse en hija conyugal. Las hijas conyugales pueden ser la hija mayor, la
menor, la única hija o todas sin importar su orden de nacimiento. Ser hija
conyugal no la protege tampoco de ser blanco de violencia sexual a manos de
otros hombres de su familia. Como discuto detalladamente en otros capítulos,
algunas de estas hijas conyugales también fueron blanco de violencia sexual por
parte de abuelos, tíos y primos, entre otros.

Silencio

Las mujeres callan sobre la violencia sexual a causa de una compleja red de
factores interrelacionados, con frecuencia vinculados con el miedo. Aunque una
joven sea lo suficientemente valiente como para contarle a su madre, en última
instancia ella puede guardar silencio a causa de las amenazas y otras formas de
control, tales como la fuerza emocional y física que se vuelve parte de la
violencia sexualizada. El silencio también puede estar relacionado con 1]
albergar un sentimiento de amor y de preocupación por la reacción de la madre,
en particular si está enferma o es frágil; 2] temer que la figura materna
desconfiada no crea lo que le cuenta, acompañado de una sensación de
impotencia y vergüenza, 3] preocuparse por el padre y justificar su
comportamiento y 4] desarrollar y convencerse de la percepción de que el sexo
entre padre e hija es “normal”, sobre todo si el padre no empleó amenazas para
garantizar el silencio de la hija.

Más allá del trauma

Las mujeres no se convierten, automáticamente, en víctimas pasivas que aceptan


experiencias sexuales coercitivas. Si bien una hija puede callar a causa de la
confusión, aún puede explorar formas de enfrentar la experiencia y (o) justificar
el comportamiento de su padre. En todos los casos los mecanismos para
sobrellevar estas situaciones son sofisticados y complejos. Algunas respuestas
son cortar la relación familiar, huir de casa y migrar a otra ciudad del país. Una
hija valiente puede, a la larga, confrontar a su padre y al mismo tiempo mantener
el secreto, en parte por amor a su madre; mientras que otra pudiera confrontar a
su padre una vez que una hermana u otra pariente mujer decide romper su propio
silencio, o hacerlo frente a una madre moribunda, como la última oportunidad
para buscar justicia en el contexto de la familia, sólo para descubrir que una
hermana mayor vivió también una experiencia similar en silencio.
Las experiencias personales de Ágata, Elisa, Miriam, Noelia, Perla y Úrsula
no son casos aislados. Las narraciones que revelan las configuraciones
incestuosas de las hijas conyugales en sus familias y comunidades de origen se
repitieron en muchas de mis entrevistas tanto con mujeres como con hombres
que compartieron sus testimonios personales, así como con los profesionistas
que entrevisté. “El rancho, ese lugar donde mi madre nació… ahí el incesto es
muy común”, dijo Rosana, por ejemplo, al explicar que cuando murió la
hermana de su madre, su esposo pronto “tomó” a su hija como remplazo de su
esposa. Además de la historia narrada en su propia familia, mientras Rosana
crecía escuchó muchas otras historias sobre ese rancho en la zona central de
México, en donde “cuando se murió la esposa, el papá toma a la hija como
mujer”. Una especialista de Ciudad Juárez recordó los casos de dos mujeres que
migraron de áreas rurales del centro de México hacia una ciudad fronteriza y que
crecieron pensando que el sexo entre padres e hijas “era ‘normal’ y pasaba en
todo el mundo”. Otra especialista de Monterrey recordó dos casos impactantes.
El primero era la historia de una mujer que presentó cargos contra su esposo por
violar sistemáticamente a una de sus hijas. Mientras el hombre estaba en prisión
con frecuencia le pedía a su familia y a su esposa que llevaran a la hija que había
violado “a que estuviera con él” durante las visitas conyugales. El segundo caso
involucraba a una madre que estaba criando a cuatro hijas: una hija estaba a
cargo de la compra de víveres, la segunda a cargo de cocinar y organizar la
cocina, la tercera era la responsable de limpiar la casa y el trabajo de la última
era tener relaciones sexuales con su padre. Finalmente está el caso de una mujer
de clase media que, confundida, buscó la asesoría de otra especialista
regiomontana: el mismo día que su madre murió, su padre le dijo que ella iba a
“remplazarla”. Las especialistas que trabajan en programas de prevención de la
violencia sexual en Ciudad Juárez, Monterrey, Guadalajara y Ciudad de México
recordaron con frecuencia otros casos estremecedores de hijas que “sustituían” a
sus madres en forma que reflejan dinámicas muy similares a las descritas en este
capítulo; todo bajo diversos contextos y circunstancias sociales complejas y en
todos los estratos socioeconómicos.

EL PROCESO DE LLEGAR A SER HIJA CONYUGAL

¿Cuáles son las fuerzas sociales responsables del patrón de incesto de las hijas
conyugales? Las siguientes reflexiones con un fundamento feminista ofrecen
posibles respuestas.

La sexualización de la hija parental

Las hijas conyugales, como expresión del incesto en la sociedad mexicana, son
la forma sexualizada de la “hija parental”. A diferencia de la hija parental (que
tradicionalmente se encarga del cuidado de hermanas y hermanos menores
cuando la madre no está disponible), la hija conyugal se encarga de las
necesidades sexuales insatisfechas del padre cuando su madre no está
sexualmente disponible para él. Así pues, esta dinámica va de la mano con las
construcciones patriarcales del matrimonio que se discuten exhaustivamente en
la bibliografía y los estudios de investigación feminista con las familias
mexicanas. Es decir, los hombres que están entrenados socialmente para creer
que tener acceso sexual a sus esposas es “normal” supongan automáticamente
que el sexo es una obligación que forma parte del contrato marital. Sin embargo,
cuando esto no es posible hay hombres que pueden sentirse con derecho a tener
acceso al cuerpo sexualizado de una (o más de una) de sus hijas. Así, las hijas
conyugales existen, en parte, como consecuencia de la percepción —con raíces
patriarcales— del marido a tener privilegios sexuales dentro de las relaciones
maritales. Las hijas conyugales que son hijas parentales no sólo se convierten en
la segunda madre de sus hermanas o hermanos (o “la pequeña madre”), sino que
también se convierten en la segunda esposa de sus padres (“la pequeña
esposa”).9 El concepto de la pequeña madre va de la mano con la “inversión de
roles”, que discuto más adelante, en la sección de reasignación de parentesco. Si
bien no todas las hijas conyugales son también hijas parentales (y no todas las
hijas parentales se convierten en hijas conyugales), las hijas parentales como
Ágata y Noelia se convierten en hijas conyugales que desempeñan funciones
tanto maternales como conyugales.
Las niñas que son sexualizadas por la figura paterna están expuestas a alguna
forma de “sexualización traumática” que no ocurre necesariamente en todos los
casos pero puede afectar el desarrollo saludable de la vida sexual de las
mujeres.10 Las entrevistadas hablaron, por ejemplo, de las consecuencias
negativas de estas experiencias en sus actitudes y creencias sobre la sexualidad,
en particular, y sobre su salud sexual y bienestar en general. Estos son temas
relevantes y requieren un examen más profundo que va más allá del alcance de
este libro.

Servitud de género

La ética familiar que fomenta en las niñas y en las mujeres el valor de estar al
servicio de los hombres de la familia (hermanos, padres, tíos, abuelos, primos,
entre otros) puede contribuir a desdibujar las fronteras entre las
responsabilidades familiares que tradicionalmente se les asignan a las mujeres
(es decir, cuidar a hermanas, hermanos y desempeñar un amplio conjunto de
actividades y tareas o quehaceres del hogar) y las funciones sexualizadas que
tradicionalmente se le asignan a las mujeres en las sociedades patriarcales (es
decir, servir como una válvula de escape para la curiosidad y los impulsos
sexuales de los varones). La servitud de género se convirtió en parte de las vidas
de estas mujeres cuando, como hijas, no sólo desempeñaron una función sexual
o emocional dentro de la relación conyugal de su madre y su padre sino que
también fueron socialmente entrenadas para servir a la familia, como parte de
sus obligaciones. La ética familiar que promueve valores como la gentileza y la
bondad al servir a otros dentro de la familia puede traducirse en expresiones
legítimas de amor, afecto y preocupación, en beneficio de todos los familiares
involucrados. Sin embargo, en contextos de desigualdad, poder y control
extremos, en las familias patriarcales, las creencias y las prácticas que son
producto de legítimas buenas intenciones pueden tomar giros con consecuencias
perversas. Para algunas hijas conyugales, que son hijas parentales en familias de
clase media y clase media alta (como ocurre en el caso de Noelia), estas
dinámicas pueden crear inesperados privilegios y relativo poder para una hija
dentro de la familia.
Los derechos que el padre percibe merecer son centrales para la construcción
de la servitud de género. Herman (2000) sugirió lo siguiente: “El padre
incestuoso asume, de forma implícita, que su prerrogativa es que le atiendan en
casa, y que si su esposa falla en su deber de satisfacerlo, tiene derecho a usar a
su hija como sustituta. Es esta actitud de merecimiento —al amor, servicio y
sexo— la que caracteriza, en última instancia, al padre incestuoso y a sus
apologistas” (p. 49).
Esta ética del derecho a ser servidos de los varones en las familias
patriarcales, que coloca a las niñas y mujeres en contraposición a los niños y
hombres mayores (es decir, las niñas y las esposas sirven a los hombres, y los
hermanos y los padres como merecedores de recibir los servicios que ellas les
proveen), se refleja en los estudios académicos realizados en México sobre las
labores del hogar, la domesticidad y la desigualdad de género, y en encuestas de
gran escala.11 Las éticas de obediencia y servicio que se imponen a las niñas y
las mujeres ha sido documentada a lo largo de la historia como parte de la vida
familiar y la educación formal, y ha estado fuertemente influida por los valores
católicos.12 Estas éticas se consolidaron gracias a los códigos de honor y
vergüenza que establecieron rígidos roles de género para los hombres y las
mujeres de las familias coloniales y que implicaban que “los hombres eran
honorables si actuaban con hombría y ejercían autoridad sobre su familia”.13
Pero los privilegios sociales que favorecen a los hombres sobre las mujeres, así
como las éticas de la obediencia y la domesticidad que se impusieron sobre ellas,
son anteriores a la invasión española, tal como está documentado por
especialistas en disciplinas como la historia y estudios de la familia.14 Así, las
prácticas y las ideologías que promueven la idea de que las mujeres les sirven a
los hombres dentro de una estructura de desigualdad de género insertada en los
hogares tienen raíces históricas en ambas sociedades: la península Ibérica y el
México precolombino.
La idea de que las mujeres deben de estar al servicio y que son “de uso” para
sus esposos se ve reflejada en la expresión a la que se refirió una médica y
activista feminista que entrevisté: “Mi esposo me usó”. Esta doctora —con
amplia experiencia en el campo de la ginecología— me compartió historias de
mujeres casadas que buscaban su ayuda durante las décadas de 1960 y 1970 y
que empleaban esta expresión durante sus consultas. Esta expresión sigue siendo
utilizada por mujeres de generaciones pasadas para referirse a las relaciones
sexuales con su esposo y que también escuché de boca de mujeres de diversos
contextos y zonas geográficas del país.

La familia como hacienda:


el derecho de pernada

“En México, algunos padres manejan a sus familias como si fueran haciendas”,
dijo un abogado con una larga historia como activista de los derechos humanos
en Guadalajara. Afirmó que en Jalisco es frecuente encontrar “pueblos y ranchos
incestuosos” y que las relaciones incestuosas padre-hija pueden tener su origen
en lo que identificó como el derecho de pernada. Otros especialistas de Ciudad
Juárez, Monterrey y la Ciudad de México identifican esta dinámica como la
responsable de las relaciones incestuosas padre-hija, incluyendo eventos
circunstanciales, únicos, menos frecuentes y aislados de violencia sexualizada
ejercida por el padre contra una hija en áreas del país tanto rurales como
urbanas. El derecho de pernada se refiere a los “derechos a la primera noche” del
terrateniente que “tiene relaciones con la futura esposa antes que su marido”.15
Esta práctica es un “vestigio” de la conquista y colonización de México, según la
intelectual feminista mexicana Sylvia Marcos (1992). Marcos explica “Los
españoles consideraban, como parte del botín, el ‘derecho’ a usar sexualmente a
todas las mujeres indígenas del territorio. En base a este ‘derecho’ los
terratenientes reclamaban el privilegio de violar a todas las mujeres vírgenes en
su extensión territorial”.16 Así, la familia como hacienda y parte del territorio del
“señor” —el noble dueño de la hacienda— es un paradigma que legitima la idea
de la esposa y los hijos como formas de propiedad y, en el caso de una hija, le
concede al padre el derecho de la primera noche, o de ser el primer hombre que
la use sexualmente.17
La familia que reproduce el modelo de la hacienda no es únicamente una que
está dominada por el padre, sino que también tiene una estricta división del
trabajo: la madre es la cuidadora de las hijas e hijos y el padre está
completamente exento de esta responsabilidad.18 Así, si bien ambos madre y
padre tienen poder sobre hijas e hijos, el padre tiene poder tanto sobre la madre
como sobre ellos. Y, como dueño de la hacienda, él es propietario también de
toda su familia. Las especialistas que entrevisté con frecuencia pusieron énfasis
en la idea de hijas e hijos como objetos y posesiones del padre; esto encuentra
eco en lo que reflexiona Armstrong sobre un padre incestuoso y “la percepción
de sus hijos como posesiones, como objetos. Percibe que sus hijos están ahí para
satisfacer sus necesidades—en vez de lo contrario”.19 El abogado de Guadalajara
que habló sobre la familia como hacienda explicó:

Para él, el padre, obviamente siente que la hija ha sido una inversión. En ella han gastado en
educación, en ella han gastado en cuidados, en ella han gastado en ropa. Entonces, ¿como es
posible que un patán que viene de fuera vaya a disfrutar de su hija primero que él? Entonces,
toma ese derecho de, siendo él el paterfamilia, pues de tener ese derecho, de ser el que use por
primera vez a su hija. Y así es, en ese sentido, ¿si? Porque es realmente para ellos, que es usada
la hija.

Cuando le pedí que desarrollara la idea dijo: “Son como propiedad, sí. El
hacendado tenía como propiedad a todos sus campesinos. El padre de familia
tiene como propiedad a sus hijas, a su familia”.
Algunas madres pudieran internalizar este sistema de creencias, tal como
indica Marcos en su trabajo clínico con madres mexicanas cuyos esposos han
violado a una de sus hijas y afirman que “son sus hijas y tiene derecho”. Marcos
asevera, “como si se hablara de un derecho de ‘propiedad’ sobre el cuerpo de las
hijas”.20 Haciendo eco a la misma lógica, una terapeuta de Monterrey me
compartió el caso de un padre, de unos cuarenta años de edad, que comenzó a
tener relaciones sexuales con sus hijas después que su esposa se enfermó,
diciendo que tenía “derecho a tener sexo con ellas”. Otras psicoterapeutas
recuerdan haber escuchado historias similares.
Así, puesto que las familias que viven en localidades rurales y
semiindustrializadas tienen más posibilidades que las familias urbanas de haber
estado expuestas a un estilo de vida como el del sistema de hacienda y sus
grandes extensiones territoriales, el modelo de paternidad que considera la
“familia como hacienda” se convierte en una expresión del “patriarcado rural”,
una de las formas de patriarcado que existen en el México contemporáneo.21
En lo que respecta al incesto, ¿cuál es el aspecto preciso que tiene esta
expresión del patriarcado? El abogado de Guadalajara me explicó que ha
escuchado decir a más de un padre acusado legalmente de abusar sexualmente de
su hija: “Si me costó tanto, ¿por qué voy a dejar que otro la use primero?” ¿Esto
quiere decir que el “modelo de la familia como hacienda” trasciende las áreas
rurales y semiindustrializadas? ¿Un padre incestuoso y pudiente que vive en una
zona urbana grande (y que presumiblemente gastó mucho dinero en criar y
educar a una hija), tendría una mayor motivación para usarla sexualmente que un
padre de clase trabajadora? Éstas son preguntas que se deberán tratar de
responder en futuras investigaciones. A continuación, exploro las reveladoras
raíces etimológicas de las palabras familia y paterfamilias.

Reasignaciones de parentesco patriarcales:


las hijas como esposas, las esposas como hijas

“¿Por qué la sociedad ha insistido con tanta terquedad en tratarnos a nosotras, las
mujeres, como si fuéramos menores de edad crónicas?” Es la pregunta retórica
que planteó una psicoanalista de Monterrey que ha participado, durante muchos
años, en programas de prevención de la violencia. Ella y otros especialistas han
notado un patrón recurrente entre madres que han buscado apoyo profesional
para hacer frente a relaciones incestuosas padre-hija: mientras que una hija
pudiera sustituir a su madre en sus responsabilidades sexuales, las madres, a su
vez, son infantilizadas, se vuelven niñas crónicas. En la configuración de las
hijas conyugales, ambas mujeres, madre e hija sufren una reasignación en sus
funciones de parentesco: la madre se convierte en la hija y la hija se convierte en
la esposa. Como mujeres, tanto la hija conyugal como la madre son objetos y,
mientras que la primera está sexualizada, la última está desexualizada. Así, la
madre se vuelve un objeto y un menor más en la familia, lejos de ser un sujeto y
una persona adulta que representa autoridad. En estas reasignaciones de
parentesco la madre de una hija conyugal es infantilizada de varias maneras: se
vuelve financiera y emocionalmente dependiente; se hace frágil y requiere
protección si está enferma; puede pedir el amor y protección de hijas e hijos,
silenciosa o abiertamente, en particular si se siente atrapada e impotente en una
relación matrimonial emocionalmente abusiva; y en ocasiones también puede
sentirse celosa al competir con la hija conyugal por la atención y el amor del
padre. En resumen, una madre infantilizada es desempoderada y devaluada como
figura de autoridad, y por lo tanto deja de estar emocional y moralmente
disponible para la hija, quien es el blanco de la violencia sexual. Desde su
posición desempoderada, es posible que la madre se haga cómplice, en particular
si está consciente de la violencia y no interviene. Lo anterior es una dinámica
compleja que adopta otras formas y expresiones.22

El amor heterosexual como estilo de vida incestuoso

“A las mujeres en esta sociedad se les alienta a cometer incesto como forma de
vida. En vez de casarnos con nuestros padres nos casamos con hombres que son
como nuestros padres o, en pocas palabras, con hombres que son mayores que
nosotras, tienen más dinero que nosotras, más poder que nosotras, son más altos
que nosotras, son más fuertes que nosotras… nuestros padres”, aseveró la
psicóloga feminista Phyllis Chesler.23 Más de una década después, el sociólogo
David Finkelhor reflexionó sobre la dimensión de la “atracción sociosexual” que
facilita el abuso sexual de menores en la familia. Desde esta perspectiva, explica:
“a los hombres se les enseña a sentirse atraídos por personas de menor estatura,
más jóvenes y relativamente indefensas. Para la mayor parte de los hombres que
adoptan esta perspectiva cultural esto significa entablar relaciones con mujeres
que son más bajas, más jóvenes y económicamente dependientes, pero también
puede conducir a que desarrollen una atracción hacia sus propias hijas, quienes
igualmente satisfacen esos tres criterios.”24
En síntesis, Chesler y Finkelhor exponen de qué formas los ideales del amor y
el romance heterosexual han promovido la idea de que las mujeres “se casen con
un buen partido” (es decir, que se casen con un hombre en una posición social y
económica más alta, fenómeno también conocido como “hipergamia” (o
marrying up, como se conoce en inglés) pueden terminar por convertirse en más
que un símbolo que refleja el incesto entre la hija y el padre. En el “mejor de los
casos”, la hipergamia ha normalizado un estilo de vida romántico y sexual que es
incestuoso únicamente en forma simbólica; en el peor, la hipergamia ha
fomentado ideologías y prácticas que de hecho ponen a las niñas en peligro de
ser sexualizadas por sus padres.
Estas reflexiones hacen eco con el esclarecedor análisis de la experimentada
psicoanalista con muchos años de experiencia clínica con casos de incesto en el
área de Monterrey que entrevisté, algunos de los cuales involucran a familias de
clase alta y media alta. Ella explica la relación cercana entre “casarse con un
buen partido” y el incesto en la sociedad mexicana.

[Tenemos] una estructura social que promueven los hombres, de un estilo... sabes, la
personalidad, un estilo característico de personalidad: de corte narcisista, el hombre admirado y
admirable... que busca relaciones en donde esta… esta admiración se cumpla. Y complementan
muy bien a estos hombres, las mujeres infantiles. Ahí yo sí tengo cierta certeza de que en
sociedades, al menos como nuestra sociedad que todavía es muy conservadora, la educación y
la crianza de las niñas está muy orientada a producir [mujeres] con personalidad infantil.

Esta psicoanalista de Monterrey abundó sobre las formas en las que la clase y
el privilegio configuran esta idea. Explicó que las mujeres “son admiradas” por
medio de sus esposos en estas familias extensas de clase media alta y alta, así
como en sus redes sociales. “Pareciera que originalmente el vínculo se da en
relación de la necesidad de él de ser admirado, y en la necesidad de ella de ser
admirada a través de su pareja. Ella no vale, pero con él, sí vale. Y en... esto
funciona mientras haya este juego de admiración, y ella admirándolo a él”,
enfatizó. Desde esta perspectiva, explicó, cuando nacen sus descendientes la
pareja no es capaz de tener lo que ella llamó una “relación como más
humanizada”, es decir una relación basada en un amor y un cariño verdaderos
entre la pareja y sus hijas e hijos. Por el contrario, la pareja percibe a hijas e
hijos como sus “extensiones, que pueden ser usadas” para satisfacer sus propias
necesidades. “Y eso permite que las relaciones incestuosas se consuman”, hizo
hincapié al explicar que éste ha sido el patrón que siguen muchas de las familias
incestuosas con las cuales ella ha realizado trabajo clínico.

El performance de la hegemonía:
el privilegio y los patriarcados ocultos

“Ellas vienen y presentamos la denuncia pero luego se van y desaparecen”,


explicó una abogada que ha trabajado con mujeres de familias de clase alta y
media alta de Monterrey que sufren o han presenciado violencia sexual. “Casi a
escondidas ellas buscan ayuda”, dijo al describir cómo mujeres adultas de estas
familias que han terminado con su silencio se disfrazan con lentes de sol,
pañoletas y nombres falsos, y estacionan sus automóviles lejos de la oficina de la
abogada a causa de un “miedo paralizante”. Otra terapeuta que trabaja en
Monterrey con familias adineradas recordó casos de mujeres jóvenes y valientes
que al presentar denuncias contra su padre deben enfrentar a su madre o a otros
parientes adultos, quienes en vez de darles apoyo, las castigan y las obligan a
“solucionar” el caso dentro de la familia. En la dolorosa dramaturgia del incesto
prevenir el escándalo moral en la familia y proteger la imagen pública del
apellido y sus altos estándares de vida (que incluyen, entre otras cosas, viajes a
Europa y escuelas privadas exclusivas para hijas e hijos) deja al descubierto los
símbolos sociales visibles del privilegio, así como los conceptos sociológicos
clásicos de Erving Goffman (1959) del estigma social, la secrecía, la
compartimentación del self (concepto de sí mismo), back stage (región posterior)
y front stage (región anterior) en los que se representa la hegemonía patriarcal.
Los contextos, las situaciones y las experiencias cotidianas en la familia en las
que el esposo trabajador, respetuoso y buen proveedor representa sus privilegios
mediante generosas expresiones de hombría que benefician a los miembros,
siempre agradecidos, de su familia inmediata y extensa, se convierte en parte del
front stage. Un padre que se presenta socialmente con un self benévolo
(carismático y (o) religioso a veces) compartimenta parte de este último al
tiempo que agrede o viola estratégicamente a su hija en el back stage. Todo lo
anterior se articula mediante el secreto y el miedo tanto a las consecuencias
familiares como al estigma social. Las familias de Miriam y Noelia ilustran estas
dinámicas. En el caso de Miriam, en el que las tres hijas rompen el silencio y
deben enfrentar la estigmatización social y el rechazo de la familia, la hegemonía
vuelve a representarse en el back stage mientras un sistema legal fallido,
corrupto e ineficiente es fácilmente sobornado con dinero y poder.

***

Hasta aquí he presentado y analizado las narrativas de vida de mujeres que


identifico como “hijas conyugales”, mujeres que sufrieron formas complejas de
violencia sexualizada a manos de sus padres biológicos —especialmente
conforme ellas alcanzaban la mayoría de edad y se volvían adultas— al tiempo
que compartían con sus padres, madres y el resto de la familia experiencias de la
vida cotidiana. En el estudio otras mujeres también vivieron formas diferentes de
violencia sexual con sus padres biológicos, pero estos eventos fueron
acontecimientos aislados que ocurrieron en el contexto de relaciones física y
emocionalmente distantes respecto a dicha figura paterna. En cualquier caso, en
todas estas narrativas de vida, las experiencias de coerción sexual ocurrieron, sin
el aparente conocimiento de las madres de ellas.
A continuación, comparto y examino las vivencias reportadas por mujeres que
estuvieron expuestas a coerción sexual por parte de la figura paterna con el
conocimiento de sus madres, quienes no sólo estaban enteradas de estas
experiencias de violencia sexual, sino que también las facilitaban. Uso el
concepto de “sirvientes maritales” para identificar estas configuraciones
incestuosas que involucran a hijas que desempeñan una función sexual al
servicio de su madre y su padre, al mismo tiempo que éstos enfrentan tensiones
sexuales y problemas en su relación de pareja.

SIRVIENTES MARITALES:
ENTRE LA COMPLICIDAD Y EL DESEMPODERAMIENTO

En este estudio tres mujeres (Otilia, Maricruz y Adelina) fungieron como


sirvientes maritales. Las tres eran hijas de hombres carismáticos, queridos y
admirados en sus comunidades gracias a sus responsabilidades religiosas o
espirituales en su papel de sacerdotes católicos, ministros protestantes y otras
formas de participación en prácticas ritualizadas, tales como la brujería.25
Incluyo las narrativas de vida de Adelina y Maricruz y hago referencia al caso de
Otilia, la hija de un sacerdote católico y de su amante, una mujer indígena.26
Las vidas sexuales de los hombres mexicanos que son líderes de religiones
protestantes, y de aquellos que dirigen prácticas rituales como la brujería —y
que abusan sexualmente de sus hijas— merecen atención especial, así como un
análisis más minucioso del papel de la religión y de lo “sobrenatural” en dichas
prácticas. Ese análisis rebasa el objetivo de este libro. Sin embargo, en la última
sección de este capítulo ofrezco una breve reflexión general sobre estos temas.
Espero que los relatos de vida de Adelina y Maricruz, y mi análisis de las
narrativas de sus vivencias personales inspire y sirva para documentar futuras
investigaciones sobre estos relevantes asuntos.

Adelina

“Entre ellas comentaban, entre mi mamá y mi tía, comentaban que a lo que él se


dedicaba era a violar a las señoritas, muchachas que no habían tenido relaciones
nunca”, afirmó Adelina al recordar las conversaciones que escuchaba en silencio
cuando tenía 10 u 11 años de edad. Adelina no entendía lo que querían decir su
madre y su tía, pero pronto descubrió que a quien se referían estas mujeres
adultas era su padrastro, un hombre de entre 25 y 30 años de edad a quien
identificó como un curandero brujo que ofrecía curaciones en una zona marginal
ubicada en algún lugar de la costa del Golfo de México. La madre de Adelina,
que tenía unos 35 años de edad, había superado hacía poco un divorcio difícil y
comenzado una relación de pareja con este hombre al tiempo que intentaba
reconstruir su vida.
Tras un matrimonio muy volátil y un divorcio conflictivo, la madre de
Adelina y sus cuatro hijas vivían en extrema pobreza en una casa hecha de
lámina y cartón. “Mi madre estaba sola, y no tenía ninguna educación”, dijo ella.
Su madre estaba decidida a trabajar duro y a encontrar la forma de superar estas
difíciles condiciones de vida cuando una tragedia le ocurrió a la familia. Adelina
tenía 8 o 9 años cuando un incendio accidental consumió la casa de lámina y
cartón y mató a su hermana menor. Como consecuencia, su madre entró en un
estado emocional que Adelina describió como “bien desquiciada”, y a causa de
la desesperación y sus imperiosas necesidades económicas entabló una relación
con un hombre que tal vez no habría escogido en otras circunstancias. “Y
entonces así empezó”, dijo Adelina.
Adelina, sus dos hermanas y su madre se mudaron a vivir con el curandero, al
que comenzó a identificar como su “padrastro”. Pronto se familiarizaron con un
entorno en el que había agujas clavadas en cojines, botellas con soluciones y
pociones para las curaciones, un machete afilado, hierbas, ruidos extraños que
anunciaban su estado de trance y protecciones ubicadas en distintas partes de la
casa. El curandero trabajaba desde la casa; allí le ofrecía sus servicios a sus
muchos clientes, por lo general mujeres de las mismas zonas marginadas de la
ciudad. Al parecer también tenía relaciones sexuales con algunas de sus clientes.
Aunque no era agresivo física o verbalmente con las tres niñas, Adelina se dio
cuenta de que él y su madre tenían una relación volátil en la que ocurrían
chantajes emocionales y manipulación. “Y mi mamá empezó a complacerlo… él
escarbaba un hueco así en la tierra, ponía un machete con el filo para arriba, y él
decía que si mi mamá no lo obedecía, él se mataba”, dijo. Mediante tácticas
como éstas, aquél hombre logró que la madre de Adelina hiciera su voluntad.
“Él decía que necesitaba doncellas [es decir, vírgenes]”, dijo Adelina, y
recordó la primera noche que su madre le indicó que entrara en la casa y siguiera
las instrucciones de su padrastro. “Que eso era parte de su pago, por todo lo
divino que él sabía”, dijo. La madre de Adelina se quedó en la puerta para
asegurarse de que nadie entrara mientras el hombre la violaba. Ella tenía diez u
once años y fue violada dos veces o más y bajo las mismas circunstancias.
También la tocaba en la noche, diciéndole que era atractiva para “los espíritus
con los que él trabajaba”.
Tras la violación, la madre de Adelina comenzó a preocuparse de que su hija
se embarazara, e hizo todo lo que pudo por evitarlo. Frotaba con fuerza el vientre
de Adelina con aceite y hierbas, provocándole un dolor intenso, y la obligó a
cargar cosas pesadas con la creencia que de ese modo tendría un aborto
espontáneo en caso de estar embarazada. Adelina comentó: “mi mamá… qué
ignorante. Porque una mujer no se puede embarazar si no regla. Y yo era una
niña, yo no reglaba”.
Las hermanas de Adelina (unos años mayores que ella) fueron sujetas a las
mismas prácticas. Su padrastro las violó bajo circunstancias similares y su madre
les aplicó los mismos procedimientos para evitar un embarazo. La hermana
mayor de Adelina sí se embarazó cuando tenía 13 o 14 años y su madre le dio
una bebida de hierbas que le provocó una intensa hemorragia y un aborto de alto
riesgo. Adelina también escuchó historias sobre los viajes de su padrastro —
cuando aún mantenía una relación con su madre— y “por donde había mujer
sola con hijas, ahí se quedaba”. Adelina descubrió con el tiempo que el padre de
su padrastro —también un curandero— lo había iniciado años antes en la
práctica de violar a mujeres vírgenes. Hasta donde sabe, estos casos nunca se
conocieron públicamente.
La madre de Adelina tuvo un hijo con su padrastro, pero la pareja terminó por
separarse y ella volvió a encontrarse sola con sus hijos; conforme crecieron las
hijas pudieron empezar a trabajar y a ganar dinero para ayudar a la familia.
Adelina se convirtió en trabajadora del hogar al tiempo que asistía a la primaria
y también vendía fruta, pollo, iguanas, pato y pozole en las transitadas calles de
su ciudad costera para ayudar a su madre. Le alegraba poder ayudarla, sabía que
tenía una vida muy difícil, pero conforme maduró también comenzó a
experimentar sentimientos encontrados hacia ella. Adelina perdió contacto con
su padrastro. Lo vio una vez cuando tenía 18 o 19 años y se lo encontró
inesperadamente en la ciudad. No cruzaron palabra, pero ella expresó su dolor y
su rabia en un silencioso intercambio de miradas.
“A causa de él [padrastro], no tuve un noviazgo, un hombre con quien
casarme”, dijo. Luego explicó cómo los mensajes que recibió de su madre y de
su tía moldearon su opinión de sí misma tras ser violada. “Que la virginidad ya
la había perdido. Que un hombre ya no me iba a querer, que ya no era virgen.
Que ya cualquier persona que se fijara en mí, ya no iba, ya no tenía valor. Yo me
desvalorizaba, porque eso era lo que mi mamá, mis tías, me decían”.
Nunca tuvo citas románticas durante su adolescencia. Sentía un enorme
resentimiento sin resolver hacia su madre y huyó de casa a los 14 años. Se fue
del estado y estableció una relación con un hombre que tenía unos 30 años.
Eventualmente, sin embargo, escapó nuevamente y regresó con su madre. El
hombre había comenzado a decir que “estaba como muy grande de allá, me dijo
[es decir, ‘con una vagina muy floja’]”, y ella se dio cuenta de que él estaba
casado y tenía planes de explotarla sexualmente. Su madre le presentó al hijo de
una de sus amigas, diez años mayor que Adelina, y que demostró un interés
especial en ella.
Adelina empezó a salir con el hijo de la amiga de su madre y se casó
legalmente con él, quien desconoce sus experiencias con su padrastro. Aunque
no recuerda haber tenido flashbacks y describe su vida sexual con su marido
como satisfactoria, dice que también ha sentido un dolor “moral”. Ha estado
viviendo con la nostalgia del “sueño robado” de una joven adolescente que se
sintió profundamente devaluada por perder su virginidad a la fuerza y que por lo
tanto no merecía enamorarse, tener sexo voluntario por primera vez y sentirse
respetada por un hombre. Su resentimiento hacia su madre la atormenta de una
forma que no sabe hasta el día de hoy cómo resolver. Entre los 20 y 25 años de
edad decidió enfrentar a su madre, lo cual terminó en un intercambio emocional
muy intenso, un gran dolor y un deterioro en su relación.
Conocí a Adelina en Monterrey en 2006 por medio de una terapeuta con quien
sólo había tenido unas pocas sesiones antes de nuestra entrevista. El esposo de
Adelina se mudó a Monterrey por su trabajo y ella lo alcanzó poco después. Ya
no lo ama y no sabe qué va a pasar con su relación marital; sin embargo, “lo
aprecia como ser humano” y como el padre de sus tres hijos. Mientras tanto,
Adelina ha encontrado alegría en sus hijos, sus estudios y en algunos empleos
remunerados ocasionales. Se siente orgullosa de haber terminado la secundaria y
está entusiasmada con sus planes de seguir con sus estudios. Adelina también ha
tratado de cultivar una nueva relación con sus dos hermanas, una de las cuales
vive cerca de ella, en Monterrey, mientras que la otra migró al otro extremo del
país. Cada una está tratando de sanar a su manera, sobre todo ahora que están
pasando por el proceso de duelo tras la muerte de su madre, quien tiempo atrás
había sido diagnosticada de cáncer uterino.

Maricruz

Así las dos hijas de Lot quedaron embarazadas por parte de su padre.
La mayor tuvo un hijo, al que llamó Moab,
que fue el padre de los actuales moabitas.
Génesis 19:36-3827

“Me dejó la Biblia y me, yo no me acuerdo qué libro era, pero me dijo ‘lee esto’.
Y yo lo leí y en serio, en ese capítulo decía que, no me acuerdo si Jacob se metió
con su hija, que porque no quería pecar con otras mujeres y para no pecar, se
metió con su hija. Y este… y yo nomás cerré la Biblia y me acosté.” Maricruz
recuerda la confusión que sintió la primera vez que su padre le dijo —en
presencia de su madrastra— que leyera un pasaje bíblico en el que ilustraban las
relaciones sexuales entre un padre y su hija. Tres o cuatro días más tarde el padre
de Maricruz comenzó a tocarla cuando dormía, una rutina que se hizo frecuente
y que dio paso a la penetración vaginal forzada. Usó otros pasajes bíblicos en
preparación para violar a Maricruz nuevamente, por ejemplo, que “Dios creó a
Adán y a Eva porque el hombre necesitaba una mujer”. La violó en diferentes
ocasiones con cuchillo en mano, amenazándola para que guardara silencio.
Maricruz tenía 12 años la primera vez que fue violada. Su padre tenía
aproximadamente unos 55 años de edad.
“O sea, me violó y yo seguí viviendo ahí porque después de eso, él, mi papá
no me dejaba salir. No me dejaba salir y siempre que me veía platicando con mis
tías o con las de la misma religión, siempre se acercaba para ver qué estaba yo
diciendo porque me había dicho que si yo comentaba algo me iba a matar”,
refirió Maricruz. El padre de Maricruz era un predicador que representaba la
Iglesia Adventista del Séptimo Día en un pueblo localizado en la zona central de
la nación mexicana. Era un representante carismático de la comunidad, venerado
y respetado por miembros de la congregación, familiares, amistades y vecinos.
Viajaba dentro del país y al extranjero como parte de sus responsabilidades
religiosas. A veces Maricruz viajaba con él y con frecuencia la agredía
sexualmente en los cuartos de hotel que compartían. “Él usaba la Biblia para
aconsejar a la gente”, dijo, al explicar que su padre le ofrecía orientación moral a
las parejas y familias que lo buscaban para encontrar soluciones a sus problemas
personales y familiares.
“Como era de esa religión, era bien estricto, no podíamos hacer nada malo
porque nos pegaba”, explicó Maricruz, y describió cómo su padre la disciplinaba
a ella y a sus hermanos. Abandonó la escuela en quinto grado porque él le dejaba
moretones y a ella le daba miedo ir a la escuela. “Moretones y sangre, heridas
pero nadie hacía nada. El pueblo era grande pero antes no se preocupaban de los
niños. Yo le tenía miedo a papá. Nadie intervino para proteger del abuso físico”.
Maricruz recordó cuán vulnerables se sentían las hijas e hijos de la familia bajo
el mando de un padre que los castigaba y también los obligaba a trabajar hasta el
agotamiento.
Su padre tenía al menos diez hijas e hijos (casi todos varones) de edades
dispares y concebidos con diferentes mujeres; quien fuera la madre biológica de
Maricruz tuvo dos hijos con él. Tras terminar su relación la joven madre dejó a
Maricruz al cuidado de su abuelo materno y regaló a su otro hermano. Pero un
día el padre de Maricruz se presentó en la casa del abuelo materno para reclamar
su derecho sobre ella y se la llevó. Él y su nueva esposa (quien presenció las
lecturas sobre el incesto a la hora de dormir) criaron a Maricruz y a algunos de
sus otros hijos.
“Mi madrastra sabía todo porque, porque [sollozando] mi madrastra me decía
que me dejara… y dejara que él hiciera todo lo que quisiera.” Recordó la
conversación que tuvo con su madrastra sobre su miedo a quedar embarazada y
en la que le dijo que ya no podía soportar la violencia sexual de su padre.
Maricruz tenía miedo de que su padre la matara, pero se arriesgó a revelárselo,
“Mamá, es que mi papá me agarra mi cuerpo y a mí no me gusta. Y me decía
‘pues te tienes que dejar, chamaca tonta’ [llanto]… porque me agarra toda”.
Maricruz describió luego un episodio propiciado por su madrastra. “Traté de
esquivar a mi padre, pero mi madrastra me forzó a que durmiera cerca de él.
“¡Ahí quédate! Pero no quería dormir ahí, cerca de él. [La segunda vez] ella me
acostó en medio de la cama y él me viola otra vez. Y ella estaba viendo lo que
pasaba.” Siguió tratando de hacerle entender a su madrastra el dolor que sentía al
ser repetidamente violada. Pero luego las cosas le resultaron más claras:
“Mi mamá me dijo que me dejara, me dijo ‘porque yo estoy enferma’ y le
dije, ‘¡pero no, porque soy su hija, él no me debe de hacer nada porque soy su
hija! ‘No importa’. Ellos no tenían sexo, pero me decía que me dejara porque ‘yo
no puedo, tú tienes que satisfacer a tu papá’. Me lo dijo muchas veces... Cuando
me lo hacía mi papá, yo quería que me escuchara ella, pero no lo hacía, pero me
animaba a hacerlo, a dejarme, muchas veces... Ella estaba enferma, le dolía la
cabeza, todos los días, pero nomás estaba acostada viendo la tele.”
Maricruz siempre sospechó que sus hermanos mayores lo sabían todo; pero
pensó que tal vez tenían miedo y no quisieron intervenir. Tras un intento de
suicidio fallido huyó de su casa mientras su madrastra estaba fuera y su padre de
viaje. Fue a casa de su tía a pedir ayuda.
“Creo que tu hermana tenía razón”, Maricruz parafraseó las palabras de su tía
después de que le contó sobre la violencia sexual que había sufrido a manos de
su padre y su madrastra. Unos cinco años antes, la hermana mayor de Maricruz
—la única otra hija de su padre—, había huido también de su casa; ella tenía
entre 20 y 25 años de edad en ese momento. En aquel entonces, Maricruz tenía
ocho o nueve años y no sabía por qué su hermana se había ido repentinamente.
Su hermana fue a casa de su tía y le dijo que su padre la había violado, pero ella
no le creyó. Por el contrario, la echó de su casa y la mandó de regreso con su
padre. La tía de Maricruz le dijo que le había pedido a su hermana “que se
arrodillara y orara porque era una mentira que ella había inventado”. Poco
después la hermana de Maricruz se escapó y nunca volvió. Hasta el día de hoy
nadie sabe dónde está.
Tras enterarse de la historia de su hermana, Maricruz se quedó con su tía y se
sintió protegida de su padre. Luego descubrió en la televisión que los hombres
que violan pueden ser procesados legalmente y habló con su tía sobre la
posibilidad. Su tía le confesó la situación a un hermano que tenía influencia legal
en el pueblo. Aunque el tío no creyó lo que contaba Maricruz estuvo dispuesto a
llevarla a un ginecólogo para que le hiciera un examen y obtuviera pruebas para
poder proceder legalmente. Maricruz esperó a su tío con esperanza y entusiasmo,
pero él nunca llegó a recogerla para el examen y nunca más volvió a visitarla. Su
tía se desanimó y a Maricruz le dio cada vez más miedo que su padre la
asesinara, así que decidió volver a escaparse.
“Pues a la fecha no sé como le hice para arriesgarme tanto”, reflexionó
Maricruz al recordar su viaje a un lugar lejos de su casa y con sus muy pocos
ahorros en la mano. A los 13 años dejó el pueblo sintiéndose impotente y
desamparada, y tomó un autobús con dirección a Monterrey. Al llegar a la gran
ciudad se enteró de que existía la Alameda, la plaza central de la ciudad y un
lugar clave donde mujeres inmigrantes de distintas partes del país se reúnen para
buscar trabajo remunerado como trabajadoras del hogar. Con la ayuda de
mujeres de las que luego se haría amiga encontró un lugar seguro para pasar la
primera noche y después encontró trabajo.
Maricruz perdió el contacto con su padre y su madrastra. Nunca regresó, pero
ha escuchado historias impactantes, aunque no sorprendentes. Una de las tías de
Maricruz le contó al resto de la familia que también había sufrido acoso sexual a
manos del padre de Maricruz muchos años atrás y una mujer que se
desempeñaba como trabajadora del hogar para la familia de su padre también fue
violada por él y quedó embarazada. Cuando la gente del pueblo se enteró del
caso de Maricruz algunos dejaron la iglesia del padre. Yo la conocí a ella en
Monterrey, en una organización de servicios para la familia a la que acudió en
2006 en busca de terapia. Tenía entre 20 y 25 años de edad y nunca se había
casado, pero estaba en una relación estable mientras educaba a dos menores, hija
e hijo. Describió a su pareja como “un hombre respetable”, pero no lo deja
cuidar a su hija de cuatro años; la pequeña acompaña a Maricruz a donde quiera
que vaya en Monterrey. Maricruz espera ser capaz de confiar en él y de sanar por
completo algún día.

PARA ENTENDER LA SERVITUD MARITAL


Como ejemplifican los casos de Adelina y Maricruz, las hijas que se convierten
en sirvientes maritales están expuestas a sufrir experiencias sexualizadas
coercitivas a manos de un padre con el conocimiento y la participación de una
madre biológica o una figura materna (como una madrastra) que pueden avalar,
aprobar, fomentar y (o) incluso facilitar activamente esos encuentros desde
posiciones que revelan distintos niveles de desempoderamiento y de tensiones en
las relaciones de pareja para estas mujeres heterosexuales. Aunque las hijas que
se convierten en sirvientes maritales pueden tener algunas similitudes con las
hijas conyugales, sus experiencias tienen algunos patrones únicos y diferentes.
Tal como revelaron mis entrevistas, en primer lugar, las figuras parentales
involucraron a mujeres y hombres adultos que no siempre eran el padre o la
madre biológicos. En segundo lugar, el abuso ritualizado puede incluir a un
padre que usa textos o discursos asociados con religiones organizadas con
fundamentos patriarcales (por ejemplo, la Biblia) u otras prácticas y símbolos
ritualísticos como una forma de establecer y justificar la violencia sexual contra
las hijas, y (o) como parte del contexto y las circunstancias en las que él ejerce la
violencia sexual. En tercer lugar, y como ocurre con la configuración incestuosa
de la hija conyugal, un padre puede tener más de una hija a su servicio en
calidad de sirviente marital. Estos patrones de servitud marital en serie son la
causa y el resultado de lo que identifico como las “genealogías familiares del
incesto”, que ilustran las complejas formas en las que la violencia sexual en las
familias incestuosas no se limitan a uno o dos casos aislados, sino a otros que se
reproducen sistemática y frecuentemente dentro de las familias inmediatas y
extensas y a través de las generaciones (examino estas perplejas dinámicas con
mayor profundidad en el capítulo 4). Y, en cuarto lugar, las mujeres que son
sirvientes maritales no toleraron la violencia sexual de forma pasiva. Por el
contrario, resistieron activamente y exploraron formas de enfrentar lo que
ocurría; con frecuencia escaparon de su casa o migraron con o sin apoyo
familiar, incluso a edades tempranas.
Como se muestra, en todos los casos las mismas dinámicas que explican las
experiencias de las hijas conyugales dan cuenta, hasta cierto punto, de la
construcción cultural de las sirvientes maritales. Hay tres procesos adicionales
que ayudan a explicar estas dinámicas: el sexismo internalizado, el paterfamilias
(del latín, pater familias) y los rituales sexualizados del patriarcado.

El sexismo internalizado, la desigualdad


de género y la familia
“¿Cómo convocar a la solidaridad con nuestro género si no somos solidarias
entre nosotras?” Ésta fue la pregunta que formuló Marcela Lagarde y de los
Ríos, una respetada antropóloga feminista mexicana, durante una conferencia en
Madrid en 2006.28 El llamado entusiasta de Lagarde a la sororidad (equivalente
al “feminist sisterhood” en inglés) durante su presentación me recuerda los
relatos de vida y otras historias personales en torno a la sexualidad de las
mujeres inmigrantes, nacidas y criadas en México, que entrevisté a finales de la
década de 1990. Estas mujeres me enseñaron sobre las formas insidiosas en las
que las mujeres aprenden a estigmatizar y a oprimir a otras mujeres (como
conocidas y amigas) mediante lo que identifico como “sexismo internalizado”.
Esto implica lo que se conoce con el concepto de “misrecognition” —error de
reconocimiento—, un proceso social con dimensiones cognitivas y que ocurre
cuando las mujeres incorporan dentro de sí, y reproducen las estructuras sociales
que les oprimen a ellas como mujeres, que Cecilia Menjívar encontró en su
estudio de las mujeres en Guatemala y sobre el cual el sociólogo francés Pierre
Bourdieu teorizó ampliamente (1996-1997, 2001).29 En la medida en que las
mujeres participan en la reproducción social de creencias y prácticas que las
oprimen como mujeres, ¿cómo ocurre esto dentro de la familia? ¿Cómo se
manifiesta esto a través de las generaciones de madres e hijas?
Las madres y las madrastras de las jóvenes que participan en la configuración
incestuosa que identifico como servitud marital son madres que facilitaron en
forma activa y deliberada la violencia sexual que se cometió contra sus hijas
cuando eran niñas y, a veces, al convertirse en adultas. Tal como reflexiono en
una publicación anterior:

Desde una perspectiva feminista crítica, sin embargo, emergen muchas tensiones y
contradicciones conforme nos hacemos conscientes de las delgadas líneas entre responsabilidad
y complicidad con relación al desempoderamiento y la fragilidad de las mujeres que viven en
comunidades marginadas con sociedades patriarcales. Si, por otro lado, acercamos y alejamos
alternativa y cuidadosamente el lente crítico de este caleidoscopio veremos los intrincados y
complejos patrones de abuso constante.
Cuando acercamos el lente vemos una ilustración más compleja del patrón que una
feminista profesora en derecho de la Ciudad de México identificó al compartirme las historias
de las mujeres con las que ha trabajado: “las madres se vuelven cómplices por omisión cuando
se cubren los ojos en presencia de estos actos de agresión”.30

Este concepto legal, la complicidad por omisión, que ha sido examinado por
especialistas en derecho que estudian la obligación de las madres de defender a
sus hijas e hijos en Estados Unidos, muy probablemente haría a las madres de
Adelina y de Maricruz legalmente responsables y culpables de los actos de
violencia sexual que facilitaron activamente.31
Pero si ampliamos el lente veremos cómo la imagen se vuelve más compleja
al exponer las formas en las que el patriarcado se reproduce a sí mismo en cierta
medida a través de los paradigmas sexistas de la maternidad.32 De esta manera
mientras nos alejamos para observar de forma metódica y crítica nos
preguntamos sobre el grado al que cada una de estas madres que participó
activamente en la victimización sexual de sus hijas lo hizo precisamente porque
1] ellas han internalizado (de la sociedad en general) formas de reproducir
creencias y prácticas sexistas dentro de la familia al ejercer control sexual sobre
mujeres en posiciones de desventaja (en este caso una niña pequeña dentro de su
familia), mas lo hacen desde sus propias marginaciones sociales, económicas y
culturales, y sus cuerpos indígenas recolonizados (como ocurre en el caso de la
madre de Otilia), y 2] como mujeres marginadas, ellas han aprendido formas
autoopresivas de afrontar su propio desempoderamiento como mujeres adultas
atrapadas en sus propios predicamentos, en estas relaciones heterosexuales que
reportaron como volátiles y catastróficas. En resumen, al encontrarse oprimidas
colectivamente como mujeres, estas madres oprimen a su vez a las mujeres más
jóvenes bajo su autoridad. Una pregunta que me he estado haciendo a mí misma
tras escuchar sus narraciones de lo vivido es: “Si como madres, son responsables
de estos actos de violencia sexual, ¿hasta qué punto ellas son inocentes como
mujeres?”33 Todo lo anterior representa asuntos provocadores y controvertidos,
y lejos de tomar partido —o de exponer formas de “culpar” a las madres o
“justificarlas” por las acciones que cambiaron para siempre las vidas y los
corazones de las mujeres que entrevisté— mi propósito como académica
feminista es, primordialmente, develar las impactantes complejidades, tensiones
y contradicciones que son responsables de la organización de estas expresiones
de violencia sexual.

Paterfamilias: las hijas como esclavas sexuales

Las conmovedoras narraciones de vivencias de Adelina y Maricruz describen


fielmente la raíz etimológica latina de la palabra familia. El historiador Ramón
Gutiérrez ofrece esta reveladora reflexión:

Actualmente, cuando hablamos de familia la equiparamos con nuestros parientes


consanguíneos inmediatos. Aquello que ocurre en la familia es íntimo, sucede entre los muros
privados del hogar, lejos de los extraños. Pero si miramos con cuidado la genealogía histórica
de la palabra familia, o su significado antiguo, veremos que no tenía relación ni con el
parentesco ni con el espacio privado de la casa. Por el contrario, lo que constituía una familia
era la relación de autoridad que una persona ejercía sobre otra y, más específicamente, la
familia se imaginaba como la relación de autoridad del amo sobre los esclavos.34

Gutiérrez continúa explicando que el origen etimológico de la palabra familia


es la palabra latina familia y cita al historiador David Herlihy: “Los gramáticos
romanos creían que la palabra había entrado al latín como un préstamo del
lenguaje oscano. En oscano, famel significaba ‘esclavo’; la palabra latina para
esclavo era famulus”. Gutiérrez cita a continuación a Ulpiano, un jurista romano
del siglo II A.C.: “Estamos acostumbrados a llamar familia al conjunto de
esclavos […] llamamos familia a las personas que por naturaleza de la ley son
puestas bajo la autoridad de una sola persona”.35 Así, la familia era
originalmente una relación con una estructura de poder clara que situaba a una
persona sobre otras, “más notablemente esclavos, pero con el paso del tiempo,
también sobre esposa, hijos y siervos”.36 Los análisis críticos de la familia como
una idea y una institución social con una estructura opresiva han estado en el
núcleo de los estudios de intelectuales de finales del siglo XIX como el sociólogo
y teórico político Friedrich Engels, y Genaro García, un jurista mexicano
feminista que publicó sobre la desigualdad de género y la vida familiar en el
mismo periodo.
Y la palabra latina pater identificaba al padre, quien, mediante el concepto de
paterfamilias se convertiría con el tiempo en cabeza legal de la familia, tal como
explicaron especialistas en derecho que entrevisté. En el México contemporáneo
la palabra “fámula” aún se usa pero con una connotación despectiva para
referirse a la mujer que se desempeña como trabajadora del hogar, y “padre de
familia” se usa coloquialmente para identificar al hombre (y a veces a una
mujer) responsable de la crianza de sus hijas e hijos.37 Como niña que crecí en el
México de la década de 1960 y 1970 fui testigo del uso del término padre de
familia para referirse tanto al padre como a la madre. Sin embargo, en el México
actual, un lenguaje más incluyente y no sexista usa el término “madre de
familia”.
Como sirvientes maritales Adelina y Maricruz fueron esclavas sexuales en los
intercambios incestuosos que vivieron. Se convirtieron en mercancías sexuales
conforme sus respectivos madres y padres exploraban formas de afrontar sus
frustraciones sexuales, sus condiciones adversas de salud y los conflictos no
resueltos que afectaban sus relaciones de pareja. Los cuerpos sexualizados de
estas hijas no sólo se convirtieron en un objeto, sino en algo secundario en el
contexto de un encuentro sexualizado concebido para ayudar a la madre a
satisfacer los impulsos y la curiosidad sexual de una pareja o a una madrastra a
cumplir sus obligaciones sexuales como esposa. Todas estas hijas se volvieron
invisibles y fueron cosificadas en el contexto de las familias mexicanas rurales y
urbanas de finales del siglo XX que vivían en los márgenes de la sociedad y en
las cuales una madre hace uso del cuerpo sexualizado de su hija para resolver sus
propias expectativas y frustraciones románticas, sexuales y de pareja. El
síndrome de invisibilidad y deshumanización que convirtió a Adelina y a
Maricruz —y a las hermanas de ambas— en objetos sexuales también arroja luz
sobre las raíces coloniales de las percepciones contemporáneas de niñas y niños
y personas indígenas como seres inferiores, ignorantes e invisibles: menos que
humanos.38
La forma más extrema de complicidad marital y de esclavitud sexual es el
caso de Viridiana, la única persona que entrevisté que reportó haber sido objeto
de tráfico sexual cuando era niña, a manos de su madre y su padre. Viridiana
recordó el día en el que ella y una de sus hermanas mayores se vieron en El
Paso, Texas, encerradas en un lugar extraño que compartían con otras niñas,
niños y mujeres jóvenes que hablaban un idioma desconocido que no sonaba
como inglés. Pronto Viridiana y su hermana se dieron cuenta de que sus
progenitores las habían vendido a una pareja, al parecer de Estados Unidos.
Ambas niñas descubrieron cómo escapar juntas y vivir por su cuenta, y
sobrevivieron en condiciones de desamparo y sin hogar. Pero pronto cada una
tomo su camino; Viridiana pasó el resto de su vida viajando entre el suroeste de
Estados Unidos y Ciudad Juárez, y su hermana se fue a vivir lejos, a la Ciudad
de México.

Los rituales sexualizados del patriarcado:


la ritualización de la misoginia

“El abuso ritualizado” (o “abuso ritual”) es una forma de abuso de menores que
ocurre como parte de “la invocación de símbolos o actividades religiosas,
mágicas o sobrenaturales” según Finkelhor y colaboradores.39 Con base en su
amplia experiencia legal en casos de abuso ritual, Lanning reflexiona sobre el
contexto social que hace que estas actividades ritualizadas resulten aún más
peligrosas para niñas y niños: “Existe un alto potencial de abuso para cualquier
menor que sea criado en un grupo aislado de la sociedad dominante, en
particular si el grupo tiene un líder carismático cuyas órdenes son obedecidas
ciegamente por sus miembros”.40
Las historias narradas por Adelina y Maricruz (y, según reportaron, por sus
hermanas) —todas expuestas durante la niñez a figuras paternas patriarcales que
dependen de estos sistemas de creencias religiosos o mágicos y que vivían en
contextos sociales aislados— son casos típicos en la bibliografía clínica que
examina el abuso sexual ritualizado de menores. Los rituales de violencia sexual
que Adelina y Maricruz describieron como parte de sus recuerdos de estas
figuras paternas, y sus indescriptibles actos, son, sin embargo, más que un
comportamiento patológico.
Desde una perspectiva feminista estos comportamientos ritualísticos están
lejos de ser casos aislados y existen como parte de una cultura patriarcal más
generalizada que ha ritualizado la violencia sexual contra las mujeres en México
y otros países, en contextos tanto religiosos como no religiosos.41 En los
contextos religiosos, por ejemplo, los pone de manifiesto la investigación que
realizaron Erdely y Argüelles, y Marcos, sobre casos reportados de abuso sexual
ritualizado de menores por parte de Samuel Joaquín, el líder carismático
religioso de la controvertida denominación cristiana llamada La Luz del Mundo.
Erdely y Argüelles identifican estos patrones de violencia sexual contra
menores en La Luz del Mundo como “la institucionalización del abuso sexual”,
facilitada por la “supuesta naturaleza divina” del líder religioso.42 El abuso
sexual de menores implica una amplia variedad de prácticas sexuales (entre ellas
la esclavitud sexual) y la iniciación sexual suele ocurrir en torno a las fechas en
las que se celebran las fiestas religiosas o en los días precisos en los que esto
ocurre.43 Como en las historias que contaron Adelina y Maricruz, en La Luz del
Mundo las mujeres adultas se vuelven cómplices y facilitadoras de estas
actividades. Esta denominación no católica tiene su sede internacional en
Guadalajara y tiene cientos de seguidores en México, Estados Unidos y otros
países.44
Si bien mujeres como Adelina y Maricruz han estado expuestas al mismo
modus operandi o proceso social, ya sea de naturaleza extrema o letal o
físicamente menos dañina,45 estos rituales son “representaciones simbólicas de
relaciones sociales”, según Durkheim.46 En este caso dichas relaciones ocurren
en contextos maritales y familiares que requieren la cosificación sexual de las
niñas para satisfacer las necesidades sexuales y emocionales insatisfechas de
personas adultas que practican sistemas de creencias espirituales y rituales que
ponen en riesgo a niñas y niños.
Los rituales de la misoginia existen como parte de la vida cotidiana en
contextos sociales urbanos que tradicionalmente se consideran seguros y no sólo
en el ámbito de lo divino o lo sobrenatural. La figura paterna en las vidas de
Adelina y de Maricruz es parte del mismo grupo que los estudiantes
universitarios de Estados Unidos que violan mujeres jóvenes como parte de
rituales que ocurren dentro de ciertas hermandades universitarias (fraternities) y
los hombres que crean culturas ritualizadas de lo que se conoce en inglés como
girl watching para cosificarlas en forma colectiva y acosar sexualmente a
mujeres en espacios laborales, prácticas que tienen algún tipo de equivalencia
cultural en el contexto mexicano.47
Ya sea en la universidad o en el trabajo algunos hombres participan en una
amplia gama de comportamientos sexualmente invasivos y violentos para
establecer expresiones de intimidad con otros hombres, lo cual requiere formas
sutiles o extremas de cosificación de la mujer como parte del proceso. Así,
sugiero que los padres como en el caso de Adelina o Maricruz —que violentaron
sexualmente a más de una hija o hijastra en sus respectivas familias— violan a
las niñas como forma de participar en algún tipo de “ritual de interacción” con
sus respectivos cómplices maritales.48 Y, al hacerlo, estas parejas heterosexuales
establecen algún tipo de “solidaridad social y significado simbólico”, una
manifestación de intimidad que involucra a una mujer adulta que no está
sexualmente disponible o que se encuentra por completo bajo el control
emocional del hombre, o ambas cosas.49
Además de exponer la naturaleza patológica y aberrante de las relaciones
heterosexuales adultas que dependen de la cosificación sexual y la explotación
de una hija, estas narraciones biográficas revelan sus dolorosas consecuencias en
la vida sexual y emocional de las mujeres que son violadas durante la infancia y
que por lo tanto también pierden su virginidad como un capital femenino, es
decir la virginidad como forma de dote social. Como ejemplifica la narrativa de
vida de Adelina, en las regiones en las que la desigualdad de género es muy
severa, algunas mujeres dependen de la virginidad como capital femenino. Es
decir, las mujeres consideran un himen intacto y virginal como una forma de
capital social que pueden intercambiar para asegurar su estabilidad económica y
para mejorar sus condiciones de vida. La virginidad como capital femenino de
hecho es indispensable para la supervivencia de las mujeres en contextos de
escasas oportunidades educativas o de empleo remunerado y de patriarcados
rurales regionales que promueven formas extremas de desigualdad de género.
Esto puede llegar a tal grado que algunas mujeres mexicanas optan por una
reconstrucción de himen, una forma de cirugía plástica que “repara” o
reconstruye el himen de modo que una mujer pueda recuperar su virginidad
como capital femenino.50
A fin de cuentas, un padre que es un líder religioso y lee pasajes bíblicos
como preámbulo para violar a su hija, o un padrastro que realiza rituales
misóginos motivados por una fascinación perniciosa con los hímenes intactos,
las vaginas estrechas y la piel joven y fresca de las niñas y las jóvenes, expone el
valor simbólico de la virginidad, así como algunas de las expresiones
ritualizadas más extremas del patriarcado dentro de familias incestuosas y la
sociedad en general.51 No fue una sorpresa descubrir que se habían seleccionado
deliberadamente niñas vírgenes para los rituales de abuso sexual que tienen lugar
en La Luz del Mundo y que la virginidad se considerara un regalo para el
“Siervo de Dios” en el relato de Amparo, una de las niñas que fueron violadas en
forma violenta por el líder de este grupo religioso.52 La vivencia personal de
Perla, al principio de este capítulo, revela la percepción de la virginidad como un
“regalo”, un patrón que también encontré en mi investigación previa sobre la
sexualidad de las inmigrantes mexicanas.53
Finalmente, la narración biográfica de Maricruz y los escandalosos casos de
violencia sexual contra niñas y niños en La Luz del Mundo evocan los
escándalos nacionales e internacionales de sacerdotes pedófilos en la iglesia
católica.54 Es claro que los valores culturales que promueve la iglesia católica
como institución patriarcal (en particular en lo referente a la vida sexual y
familiar de los sacerdotes) se ha extendido a otros hombres mexicanos que
tienen posiciones de autoridad y de poder en instituciones religiosas no
católicas.55 Aunque el padre de Maricruz no estaba obligado a practicar la
castidad en la iglesia adventista, se beneficiaba de estos dobles discursos de
moral sexual que con frecuencia elevan a los hombres como él a altas posiciones
ficticias en sus familias y comunidades.56 Una terapeuta de Ciudad Juárez estaba
familiarizada con casos de líderes religiosos de lo que ella identificó como la
“iglesia pentecostal”, hombres que por razones religiosas practicaban el celibato
marital en común acuerdo con su esposa pero que abordaban sexualmente a una
hija. Además, en su estudio del abuso sexual de menores en La Luz del Mundo
Erdely y Argüelles encontraron también que el “supuesto abuso sexual
ceremonial de niñas pequeñas y de algunos niños con frecuencia parece
conllevar la bendición de la madre y el padre de la víctima”.57 El hermano de
Magdalena (una niña de la que abusó sexualmente Samuel Joaquín) declaró que
su madre consideraba que el abuso sexual de su hija a manos del líder era “un
privilegio religioso”.58
Y por último, aunque el padrastro de Adelina no pertenecía a un grupo
religioso organizado cristiano, como se indicó, la narración de sus vivencias
personales tiene algunas similitudes con las del sacerdote católico y el
predicador adventista. Un análisis exhaustivo de la violación de mujeres
vírgenes por parte de hombres que practican la brujería y que son considerados
parte de la familia rebasa los propósitos de este libro, puesto que esos rituales
requieren un estudio más minucioso, en particular en la medida en la que los
brujos o hechiceros involucrados en las expresiones ritualizadas de violencia
contra las mujeres se identifican cada vez con mayor frecuencia en la
bibliografía y son más visibles en los medios.59

***

En síntesis, las narrativas personales de mujeres que han estado involucradas en


configuraciones incestuosas (ya sea como hijas conyugales o como sirvientes
maritales) y mi análisis feminista con una especificidad cultural, exhibe las
complejidades de estas dinámicas. Cuando nos volvemos críticos sociales de las
relaciones de género dentro de la familia, la violencia sexual contra una hija se
convierte en un intrincado laberinto, en particular cuando observamos las fuerzas
y los procesos tanto micro como macro que articulan el poder, la autoridad y el
control en las sociedades patriarcales. De hecho, no todas las madres de las
entrevistadas estaban desempoderadas o fueron cómplices; algunas de manera
activa llevaron a cabo formas inspiradoras de resiliencia y de justicia familiar. El
capítulo 6 ofrece estas narrativas de la vida en familia en diálogo con reflexiones
sobre la prevención, la intervención, la justicia social y la igualdad de género
dentro de las familias.
En el próximo capítulo analizo las narrativas de vivencias reportadas por
mujeres que de niñas estuvieron expuestas a otras manifestaciones de violencia
sexual en sus relaciones con hombres que querían y que les importaban dentro
de sus familias: sus hermanos y primos.


1 Para la versión en español de este libro, el texto fue tomado de Vicente T. Mendoza

(1952), “El romance tradicional de Delgadina en México”, Revista de la Universidad de


México, 69, pp. 8 y 17. La versión en inglés de Delgadina se incluye en el estudio del doctor
Américo Paredes (2001, pp. 14-16) sobre el folclor en la frontera de la parte baja del Río
Bravo, que comparte importantes raíces históricas y expresiones culturales con los estados
mexicanos de Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas. Para versiones de Delgadina en inglés y en
español véase “Pan-Hispanic Ballad Project” en
<http://depts.washington.edu/hisprom/ballads/index.php>
2 Con base en su investigación y su trabajo clínico con familias afroamericanas, Nancy

Boyd-Franklin (2006) usa el concepto de “hijo parental” para explicar las experiencias de
madres solteras trabajadoras que buscan resolver la supervivencia y la vida cotidiana y que le
asignan al hijo mayor de la familia responsabilidades parentales. La hija o hijo parentales
pueden “sobrecargarse” cuando la madre sufre alguna enfermedad física, alguna condición
psiquiátrica y (o) adicción a las drogas y al alcohol.
3 Véanse Carol Gilligan, 1982 y Margarita Dalton, 2010. Mediante prácticas “generizadas”

y actos rutinarios se establecen formas de servitud remuneradas y no remuneradas a lo largo


del tiempo lo cual crea culturas muy estratificadas. Véase Ray y Qayum, 2009, sobre las
culturas de la servitud y el trabajo del hogar remunerado en India. Véase también nota 11.
4 La experiencia de Noelia en el sexo comercial ilustra las tensiones y contradicciones en

las vidas de las mujeres que se encuentran en el núcleo de los debates y diálogos de las
feministas que han explorado tanto las dimensiones peligrosas como placenteras del sexo
comercial y la pornografía. Véanse, por ejemplo, Lynne Segal y Mary McIntosh, 1993, y
Wendy Chapkis, 1996.
5 Las informantes reportaron que los hombres que las violentaron usaban drogas y (o)

alcohol, un factor que puede fomentar incidentes de toda clase de violencia y que merece ser
estudiado con mayor profundidad para el caso del incesto en México. Sin embargo, concuerdo
con la preocupación de la socióloga Diana Scully sobre la idea generalizada de que los
hombres que muestran comportamientos sexuales violentos están “enfermos” (es decir son
alcohólicos, drogadictos o tienen una enfermedad mental). Esto ha fomentado la
“medicalización de la violación”, que culpa al individuo por su comportamiento sexual
violento en vez de analizar la violación y otras formas de violencia sexual como problemas
sociales complejos (Scully, 1990, pp. 74, 120). Véase también el capítulo 3.
6 La percepción de Perla sobre la virginidad hace eco con las narrativas de otras mujeres

mexicanas con relación a la virginidad como una forma de capital social (o capital femenino),
los valores familiares que asocian la obediencia y el respeto a la familia con la virginidad, y
esta última como un “regalo” para el esposo. Todo lo anterior lo analicé en el libro Erotic
Journeys (2005). El libro Erotic Journeys fue traducido y publicado al español bajo el título de
Travesías eróticas: la vida sexual de mujeres y hombres migrantes de México, México, Miguel
Ángel Porrúa, 2009.
7 Herman, 2000, p. 94.

8 Véase Herman (2000) sobre el incesto y los conflictos maritales (p. 43) las mujeres que

son amas de casa de tiempo completo (p. 72) y la conciencia que tiene una hija con relación a
los problemas maritales de su madre y su padre (pp. 80, 81).
9 La idea de la “hija conyugal” se inspira en la bibliografía sobre el incesto padre-hija que

ha identificado niñas en dicha configuración incestuosa que fungen como la “pequeña madre”
(little mother); véanse Herman, 2000, pp. 45, 79-80 y Russell, 1997, p. 42.
10 “La sexualización traumática se refiere a un proceso mediante el cual la sexualidad de
una niña o niño (incluyendo tanto los sentimientos como las actitudes sexuales) es moldeada en
una forma inapropiada en términos de desarrollo y disfuncional en términos interpersonales
como resultado del abuso sexual” (Finkelhor y Browne, 1985, p. 531). La sexualización
traumática es una de las cuatro “dinámicas traumatogénicas” que Finkelhor y Browne usan en
su modelo para estudiar el trauma, incluyendo el abuso sexual. Las otras tres dinámicas
traumatogénicas son la traición (cuando la niña o niño es lastimado por alguien de quien
depende), la indefensión (cuando el espacio corporal de la niña o niño es invadido contra su
voluntad, y sufre una sensación de desempoderamiento) y la estigmatización (cuando una niña
o niño interioriza sentimientos de “maldad, vergüenza y culpa” con base en los mensajes
negativos que recibe del agresor, la familia y (o) la comunidad). Las mujeres en este estudio
respondieron, selectivamente, a todos los anteriores.
11
Véanse por ejemplo las reflexiones de Margarita Dalton sobre la responsabilidad de las
mujeres de hacer el trabajo del hogar y el cuidado de menores y de las ideologías patriarcales
en México como parte de la ética del servicio al referirse a las teorías de Carol Gilligan sobre la
ética del cuidado (ethics of care) (2010, p. 33). Una encuesta de opinión en México reportó:
cuando la madre tiene un empleo remunerado fuera de casa, las labores del hogar son en más
del doble de los casos una responsabilidad para las hijas en comparación a los hijos (ENADIS,
2010, p. 76).
12 En su análisis sobre la religión y la vida familiar en el México colonial, la historiadora

Pilar Gonzalbo Aizpuru (2003) reflexiona sobre las ordenanzas que el obispo don Vasco de
Quiroga estableció en los hospitales-pueblo de Santa Fe y que estipulaban que “‘las mujeres
sirvan a sus maridos’ como expresión de una ley natural refrendada por el derecho canónico y
civil”. Gonzalbo Aizpuru añade, “sus palabras glosaban el escueto texto dogmático tridentino,
expuesto en castellano en el catecismo del jesuita Jerónimo Ripalda, de uso común desde
finales del siglo XVI, que exigía a las mujeres tratar a sus maridos ‘con amor y reverencia’” (p.
31). Véase Arredondo (2003) para más sobre la educación formal e informal, la vida familiar,
las vidas de las niñas y las mujeres y la desigualdad de género en el México colonial.
13 Gutiérrez, 1991, p. 209. Véanse también Seed, 1985 y Lavrin, 1992.

14 Véanse Tuñón-Pablos, 1991, pp. 51, 120-122, Kellogg, 2005, p. 91 y Eistenou, 2008, p.

109.
15 Marcos, 1992, p. 165.

16 Ibid.

17 En Marcos (1992) pueden hallarse comentarios y citas sobre la pernada en Chiapas

(México) y Perú. Investigaciones antropológicas más recientes han documentado el derecho de


un terrateniente de violar a una mujer antes de su noche de bodas en los territorios zapatistas en
México (Véase Mora, 2008, p. 97). Hay quien ha identificado los orígenes históricos del
derecho de pernada en prácticas feudales medievales, que moldearon las ideas legales y
culturales de la violación de mujeres en diferentes reinos de España antes de las expediciones
de Cristóbal Colón a lo que hoy se conoce como América Latina (véase Barros, 1993).
18 Herman, 2000, p. 54. Para saber más sobre la división sexual del trabajo en la familia y

el incesto padre-hija véanse las reflexiones de Herman sobre las importantes contribuciones
psicoanalíticas feministas de Nancy Chodorow, Helen Block Lewis y Juliet Mitchell (pp. 55-
56).
19 Armstrong, 1978, pp. 234-235.

20 Marcos, s. f., p. 207.

21 Los patriarcados rurales y los patriarcados urbanos son ejemplos de los “patriarcados

regionales”. Véase nota 44, capítulo 1.


22 Sobre la reasignación en sus funciones de parentesco entre la madre y la hija véanse

Herman, 2000, p. 45 y Russell, 1999, p. 323.


23 Chesler, 1974, p. 76.

24 Citado en Barrett et al., 1990, p. 160.

25 Especialistas en historia, antropología, arqueología, periodismo y otras disciplinas


relacionadas han documentado y examinado detalladamente la brujería, la hechicería y una
amplia variedad de prácticas asociadas con lo sobrenatural que han existido a lo largo de la
historia —desde la época precolombina hasta la actualidad— y en contextos rurales y urbanos
de lo que hoy es el territorio mexicano. Véanse, por ejemplo, Behar, 1987; Lucero y Gibbs,
2007 y Romero, 2011.
26 Aunque el celibato clerical es obligatorio para los sacerdotes de la Iglesia católica
romana, hombres como el padre de Otilia pueden entablar relaciones románticas y sexuales con
mujeres, procrear hijos y establecer alguna forma alternativa de vida familiar al tiempo que
conservan su estatus como sacerdotes de la Iglesia. Hace muchos años Soraya, de Guadalajara,
sostuvo una relación similar con un sacerdote católico y tuvo hijos con él.
Analicé el relato de vida de Otilia como estudio de caso en un artículo titulado “Incest
revisited” (2013a). Este artículo estudia la narración de las experiencias de vida de Otilia, y
sitúa y analiza su caso desde una perspectiva feminista que: entiende el género, la raza, la clase
y la vida familiar como procesos interrelacionados; sitúa el incesto, la sexualidad y la moral
sexual católica en el contexto histórico de México; y se ocupa del escándalo de los abusos
sexuales a manos de sacerdotes católicos, uno que rara vez ha sido reportado y examinado y
que se refiere a los sacerdotes incestuosos que abusan sexualmente de una hija biológica.
27 Dios habla hoy: La Biblia, versión popular, 2a. ed., Canadá, Sociedades Bíblicas Unidas,

1983.
28 “Pacto entre mujeres sororidad”, Madrid, Coordinadora Española para el Lobby Europeo

de Mujeres, 10 de octubre de 2006.


29 González-López, 2005, pp. 178-186.

30 González López, 2013a, p. 416.

31 Véase Kashyap, 2004. Las complejidades legales que implican los casos que discuto aquí

y en otros capítulos del libro están fuera de mi área de especialidad y del alcance de este libro.
Espero, sin embargo, que los casos que he presentado contribuyan a que se fomenten
conversaciones y debates sobre la construcción de políticas y leyes mexicanas que sean
sensibles a los derechos de las mujeres, algo que discuto en el último capítulo de este libro.
32 Para reflexiones y citas adicionales sobre la maternidad y el patriarcado en las familias

mexicanas véase González-López, 2005, pp. 117-122.


33 González-López, 2013a, p. 416.

34 Gutiérrez, 1999, p. 255.

35 Ibid.

36 Ibid.

37 Véase también David Herlihy, 1991.

38 Véase Penyak, 1993 y Giraud, 1988.

39
Finkelhor, et al., 1988, p. 8.
40
Lanning, 1992, p. 18.
41
Véase Jane Caputi, 1987, para una reflexión sobre los delitos sexuales, los rituales y la
violencia contra las mujeres. Véase también Catharine MacKinnon, 1996, p. 28.
42 Erdely y Argüelles, s. f., p. 12.

43 Ibid, p. 11.

44 En el momento de la publicación de Erdely y Argüelles (que consulté en línea en 2014)

no se habían presentado cargos legales formales contra La Luz del Mundo. Como explican, no
hay de qué sorprenderse, dadas las alianzas históricas entre su denominación religiosa y
algunos grupos políticos muy influyentes (p. 12). En la televisión también se han presentado
testimonios de abuso sexual a manos de Samuel Joaquín. Véase también Marcos, s. f.
45 Véase por ejemplo en las expresiones brutales de violencia sexual ritualizada contra

mujeres mexicanas, que alcanzan expresiones extremas en Ciudad Juárez. Para más sobre la
violencia sexual contra mujeres en Ciudad Juárez véanse Monárrez Fragoso, 2003 y Fregoso y
Bejarano, 2010.
46 Citado por Caputi, 1987, p. 6.

47
Sanday, 2007 y Quinn, 2002.
Comentario a la versión en español: “girl watching” (que significa literalmente
“observación de chicas”) es una práctica social patriarcal en la que los hombres “evalúan
sexualmente a las mujeres, con frecuencia en la compañía de otros varones. Puede darse a
través del mensaje verbal o gestual asociado con el ‘echarle un ojo’ o ‘echarle un vistazo’ (a
una o más mujeres), el hacer alarde de sus proezas sexuales como hombre, o los comentarios
explícitos sobre los cuerpos de las mujeres, o actos sexuales imaginados” (Quinn, 2002: 387).
Como forma de acoso sexual, se puede dar en una amplia variedad de contextos sociales,
incluyendo pero sin limitarse a espacios laborales y otros lugares públicos (por ejemplo, como
una expresión del acoso sexual y hostigamiento callejero).
De adolescente y joven adulta, al trabajar en puestos administrativos en Monterrey,
Matamoros y Saltillo, fui testigo y estuve expuesta a una amplia variedad de expresiones de
violencia sexual. De hecho, renuncié a un trabajo en Monterrey por miedo a ser violada tras
recibir mensajes y amenazas anónimos sexualmente explícitos.
48 Goffman, 1967; Collins, 2004.

49 Collins, 2004, p. 230.

50 Para más sobre la virginidad como capital femenino y la reconstrucción de himen en

México véase González-López, 2005.


51 En su investigación con trabajadoras sexuales víctimas de tráfico y explotación sexual en

la Ciudad de México, Acharya (2008) ha documentado la preferencia de los proxenetas por


mujeres solteras y su falta de interés en aquellas divorciadas y casadas. Acharya encontró que
“la mayor parte de las mujeres víctimas de tráfico eran, pues, solteras. Como dijo un proxeneta:
‘No quiero comprar una mujer casada, ni siquiera divorciada, porque para mí es como un trapo
usado, que no tiene el mismo olor que uno nuevo’” (pp. 84-85).
52 Véase Erdely y Argüelles, s. f., pp. 9-10.

53
Véase González-López, 2005, p. 43.
54
Me ocupo de este tema con más detalle en 2013a.
55
En mis entrevistas se reportó con frecuencia violencia sexual perpetrada dentro de las
familias de líderes religiosos no católicos. Mariana, por ejemplo (cuya narrativa de vida discuto
en el capítulo 3) abandonó la congregación de Testigos de Jehová cuando su hijo mayor le
contó sobre la violencia sexual que experimentó desde los 8 hasta los 15 años de edad a manos
de su tío, un anciano (un jerarca de alto rango conocido en inglés como “elder”) de la
congregación en su natal Ciudad Juárez. El anciano era el hermano del esposo de Mariana. Las
especialistas con frecuencia me confiaron, por ejemplo, que estaban trabajando en casos de
familias en las que hombres elocuentes, respetables y bien vestidos que representaban a los
Testigos de Jehová (u otras congregaciones no católicas) habían sido acusados de abusar
sexualmente de una niña o niño dentro de sus familias.
56 Finalmente, para Otilia y Maricruz resultó impensable incluso considerar la posibilidad

de reportarle a sus respectivas iglesias lo que su madre y su padre (con el conocimiento y la


participación de sus madres) les habían hecho.
57 Erdely y Argüelles, s. f., p. 9.

58 Ibid.

59 Por ejemplo, véase el caso del brujo implicado en un “ritual narcosatánico” y el asesinato

de una mujer en Domínguez Ruvalcaba y Ravelo Blancas, 2003, p. 126.


3. A LA PRIMA SE LE ARRIMA: HERMANAS Y PRIMAS

Muchas violaciones no hacen más que extender los intercambios heterosexuales


tradicionales, en los cuales la persecución masculina y la reticencia femenina son
habituales y están formalizados. Aunque la violación es una exageración brutal del
poder de género, contiene las reglas y los rituales del encuentro, la seducción y la
conquista heterosexuales.
LUCY GILBERT Y PAULA WEBSTER,
Bound by Love: The Sweet Trap of Daughterhood (1982).

“Voy a cogerte, la palabra que fuera. De volada se iban sobre de mí. No podía
salir mi mamá, porque de volada. O sea, era uno y de volada entraba el otro y
así”, dijo Maclovia, una mujer de unos treinta años que nació y creció en un
pueblo pequeño de la región central de México. Ahora es esposa y madre, y vive
en la ciudad de Monterrey. Maclovia tenía seis años de edad cuando sus
hermanos mayores, de diecisiete y dieciséis años en ese entonces, comenzaron a
turnarse para atacarla y violarla. El hermano más joven dejó de violentar
sexualmente a Maclovia cuando ella tenía aproximadamente once años, una vez
que comenzó a salir con mujeres jóvenes; sin embargo, la violencia sexual por
parte del hermano mayor continuó. Entrevisté a Maclovia en Monterrey, donde
ha vivido desde que tiene quince años de edad tras huir del rancho para escapar
de su hermano mayor.
“Entonces yo me tenía que estar cuidando el trasero o el delantero”, dijo
Esmeralda mientras describía cómo, cuando tenía entre diez y doce años, un
primo adolescente mayor que ella le tocó las nalgas durante un encuentro
familiar de festividad, en la casa de su abuela paterna. “Sentí tanta vergüenza”,
dijo Esmeralda al recordar las risas de los otros primos, que fueron testigos de lo
ocurrido.1 Su tía paterna también estaba a la vista, pero no pareció percatarse de
lo que sucedía y tampoco intervino. Estos episodios continuaron por espacio de
cuatro años, cada vez que la familia se reunía en casa de la abuela, un lugar que
Esmeralda asociaba con sentimientos de amor y ternura, pero también de peligro
y miedo. Ella nació y creció en una ciudad cercana a Guadalajara, tenía entre
treinta y treinta y cinco años cuando la entrevisté, ya había completado sus
estudios universitarios y estaba soltera. Comentó que los toqueteos terminaron
cuando su primo empezó a tener novias.
Como se discutió en el capítulo anterior, las configuraciones incestuosas
padre-hija revelan dinámicas complejas que pueden transformar a niñas y
mujeres en objetos sexuales de los hombres de sus familias y, por lo tanto, las
exponen a varias formas de violencia sexual. Este capítulo analiza cómo y por
qué para niñas, como lo fueron Maclovia y Esmeralda, esta premisa patriarcal
puede adquirir nuevas expresiones frente a sus hermanos y primos. Por ejemplo,
el concepto de “servitud de género” que transformó a una niña en la hija
conyugal de su padre de manera similar puede convertirla en objeto de
innumerables formas de curiosidad, iniciación, experimentación, frustración y
otras aventuras perversas sexuales de los hermanos biológicos y (o) los primos.
Aunque estas relaciones de parentesco son horizontales (es decir entre hermanos
o primos), las interacciones de Maclovia y Esmeralda y las otras mujeres que se
discuten en este capítulo son desiguales debido a su edad, género, tamaño
corporal y diferencias en fuerza física.
En este capítulo se identifican y analizan las complejas fuerzas sociales y
culturales que son responsables de las configuraciones incestuosas hermana-
hermano y prima-primo. Los relatos de vida de mujeres sometidas a violencia
sexual a manos de sus hermanos biológicos exhiben dos patrones reveladores. El
primero es que en una sociedad patriarcal en la que los hombres están educados
para creer que su hombría puede verse menoscabada a causa de un desempeño
sexual fallido, los hermanos pueden transformar a sus hermanas en lo que llamo
“sustitutas sexuales familiares”, es decir, mujeres de la familia que se convierten
en las sustitutas sexuales, temporales y seguras, de las futuras parejas sexuales
del pariente varón. Como tales, las hermanas son usadas para satisfacer las
necesidades sexuales de los hermanos antes de que ellos empiecen a salir con
mujeres.2 El segundo es que cuando una hermana se convierte en sustituta sexual
familiar, el joven se inicia en la masculinidad heterosexual mediante rituales,
actos y comportamientos sexualizados que revelan de qué formas la violencia
sexual dentro de las familias llega a convertirse en la expresión más grotesca de
como se construye y se vivencia la heterosexualidad y las heteromasculinidades
en las sociedades patriarcales.
En mi análisis incorporo conceptos como el del “continuum de la violencia
sexual” y el “dividendo patriarcal”, acuñados por las sociólogas Liz Kelly (1987)
y R. W. Connell (2005) respectivamente. El continuum de la violencia sexual
demuestra cómo y por qué el placer y el peligro pueden volverse parte de la
misma experiencia de violencia sexual, lo que sugiere que la violación y las
construcciones patriarcales de la heterosexualidad están profundamente
interconectadas. En su carácter de joven heteropatriarca en formación, un
hermano que acosa o viola a su hermana menor puede experimentar una cosecha
temprana de dividendos patriarcales; es decir, un joven se vuelve consciente de
su potencial de detentar el poder, de tener control y de su “derecho de mando”
sobre las mujeres de su familia y de la sociedad.3 Estas dinámicas ocurren
mientras que los sentimientos de amor de la niña hacia su hermano se enmarañan
en una compleja red emocional de confusión, culpa, vergüenza, traición y
pérdida de confianza. Si bien las mujeres no son necesariamente pasivas o
inermes en estas experiencias, algunas descubrieron que otras mujeres en sus
familias vivieron experiencias parecidas con los mismos u otros parientes
varones. Ellas también se enteraron sobre otras historias personales de violencia
emocional, sexual o física en su familia inmediata y extensa. Esto ocurre sin
distinciones de clase y en contextos religiosos contrastantes e influyentes.
Si bien estas dinámicas pueden extenderse hacia las configuraciones
incestuosas prima-primo, hay dos fuerzas adicionales que parecen ser
responsables de las experiencias de las mujeres que entrevisté. La primera, el
“terrorismo sexual”, explica el porqué un primo adolescente puede usar el miedo
como un exitoso mecanismo de control que gira en torno al terror y al ridículo
mientras acosa a una prima más joven en interacciones y situaciones de la vida
familiar y durante las cuales los parientes adultos que son testigos de estos
eventos los ignoran, los normalizan y los trivializan. El terrorismo sexual, un
concepto acuñado por Carole Sheffield (1989), explica el porqué distintas
expresiones de violencia sexual se convierten en la oportunidad sexual de un
primo joven para explorar su curiosidad sexual, al tiempo que ejerce poder y
control sobre mujeres de su familia extensa, y como parte de la vida cotidiana.
La segunda, la aceptación y la normalización de distintos comportamientos
sexualmente invasivos de niños hacia niñas en el marco de sus familias extensas
no sólo ha trivializado estas formas de violencia sexual, sino que las ha
convertido en prácticas no percibidas como cuestionables, y que permanecen
invisibles y sin ser nombradas. Así, sugiero que hacer visibles estas experiencias
y llamarlas “acoso sexual familiar” ofrece la posibilidad de identificar, etiquetar,
intervenir e interrumpir complejas formas de invasión y de daño a los cuerpos de
las mujeres que ocurren a edades tempranas. Éstas son formas de violencia
matizada que tradicionalmente han sido consideradas inofensivas en las familias
mexicanas. La normalización de mensajes culturales como “Así son los
hombres, todos son iguales” y refranes o dichos populares como “A la prima se
le arrima” son dos expresiones muy conocidas que se emplean para justificar y
trivializar múltiples formas de violencia sexual dentro de las familias extensas
donde prevalecen las prácticas incestuosas.
A continuación, se presentan las narrativas de vivencias personales de mujeres
que reportaron una amplia variedad de formas de violencia sexual a manos de
sus hermanos biológicos y de sus primos. La primera sección analiza a los
hermanos y la segunda, a los primos.

NARRATIVAS DE HERMANAS Y HERMANOS

Alfonsina

“¿Tú me quieres?” [él preguntaba]. Y yo decía ¡Sí! ¡Pues era mi hermano! “Pues
entonces no es malo, si tú me quieres no es malo”, él decía. Pero también me
decía: “Pero no les digas a mis papás”. Alfonsina recordó lo confundida que se
sintió cuando su hermano mayor le mostró revistas pornográficas y más tarde
comenzó a desnudarla y a tocarla. La primera vez que esto ocurrió, ella tenía
ocho o nueve años y él, dieciséis o diecisiete. Ella es la más pequeña de tres
hermanos. Estos episodios se hicieron cada vez más frecuentes y, con el paso del
tiempo, su hermano llegó a penetrar vaginalmente a Alfonsina cuando ella tenía
trece años. Se describió a sí misma como una niña reservada.
La confusión y el miedo que sentía cuando su hermano la violaba se veían
exacerbados por sus actitudes y su conducta. “Él siempre me decía que me
quería mucho. Cuando él abusaba de mí, siempre, después de eso, era un
regalo”, dijo. Nunca usó la fuerza física como parte de la coerción sexual y, en
sus intentos por “protegerla” de quedar embarazada, siempre eyaculaba fuera de
ella. Cuando la tocaba, él insistía, “‘es que no es malo que te esté tocando’… él
me decía que ahora sí, como yo ya era mujer, si yo me tocaba, ¡eso sí era
pecado!”. Él conocía los horarios del resto de la familia y era estratégicamente
hábil para saber cuáles eran los mejores momentos para agredirla sexualmente.
Conforme Alfonsina crecía, él comenzó a usar películas pornográficas y a
hacer comentarios sobre su cuerpo; le decía “es que te ves bien buena”, al
tiempo que la manipulaba: “¡No, pero déjame verte! Si no quieres que te haga
nada, nada más déjame verte sin ropa”. Alfonsina se dio cuenta de que cuando
cumplió dieciséis años y comenzó a salir con hombres jóvenes, su hermano la
coercionaba y la agredía con menos frecuencia. Entretanto él ya se había casado
y tenía un hijo. Sin embargo, un día la encontró teniendo sexo con su novio en su
casa, en un momento en el que ni su madre ni su padre se encontraban. “Eres una
puta”, le dijo. Ella lo confrontó:
“No sé por qué te enojas si es otra persona y tú lo hiciste conmigo” [pausa, sollozos]. Él se
quedó callado y ya no me supo decir nada, pero esa vez él todavía me dijo: “Si no quieres que
le diga a mis papás, tienes que hacerlo conmigo” [pausa, sollozos]. Yo acepté con tal de que no
le dijera a mis papás [pausa, sollozos]. Pero fue la última vez. Ya de ahí ya le dije que no, que
si quería decirle a mis papás, que les dijera... Tenía él ya a su hijo, y él seguía insistiendo
mucho conmigo, y yo ya no, ya... le dije que ya no, porque yo me acuerdo que yo lloraba cada
que él me quería tocar, o que yo estaba sola en la casa y llegaba él, a mí me daba mucho miedo.
Y yo llorando yo le decía que yo, que yo ya no quería, que ya me dejara. Pero él nunca, nunca
me hizo caso [pausa, sollozos]. Fue... fue la... fue la última vez que él me... me hizo algo. Pero
yo ya tenía veinte años.

Alfonsina se casó cuando tenía unos veinticinco años, y seguía tratando de


entender por qué su hermano se ponía celoso y amenazaba a su novio si no la
trataba bien. Después de que ella se convirtiera en madre notó que la violencia
sexual disminuyó notablemente, pero no por completo. Aunque se volvió “más
suave” cuando ella empezó a cuidar a su sobrino, y los hijos de Alfonsina se
encariñaron mucho con su tío, él siguió acosándola. Esto la conmocionaba, en
particular porque para entonces él ya era padre por segunda vez, tuvo una hija.
El miedo le impidió volver a confrontarlo directamente. Hace poco Alfonsina le
dijo a su esposo que “de niña habían abusado sexualmente de ella” y él le
respondió con resentimiento por no haberlo sabido antes. Ella no le dijo que
había sido a manos de su hermano.
Al reflexionar sobre la experiencia, Alfonsina dijo que jamás había
“provocado” a su hermano, pero siempre se sintió responsable por “dejarlo que
lo hiciera”, en particular cuando se dio cuenta de que “no estaba bien”. Se sentía
culpable por haber experimentado con él un orgasmo y placer sexual al menos
una vez cuando tenía catorce o quince años, y por haber permanecido en silencio
y no haber sido capaz de prevenirlo, sobre todo cuando decidió contárselo a su
hermana mayor y descubrió que su hermano también la había agredido
sexualmente, pero su hermana se había defendido agresivamente y él no volvió a
intentarlo. Si bien creció sintiéndose querida por su madre y su padre —ambos
muy trabajadores—, era la consentida de su papá y en su hogar no había, o había
muy poca violencia física, con el tiempo se enteró de muchos casos de violencia
sexual en su familia extensa, tanto en lado materno como paterno.
“Sí, porque si la primera vez que mi hermano abusó, o me empezó a tocar, mi
mamá hubiera estado,... tal vez ya no hubiera seguido”, dijo. Alfonsina describió
a su madre como “egoísta”, “ocupada estudiando” u ocupándose de su negocio
y, por lo tanto, ausente cuando ella era pequeña, pero también como una mujer
afectuosa que la apoyó más adelante, durante su desarrollo profesional.
Su madre, que había crecido en una familia de clase trabajadora de la Ciudad
de México, cosía la ropa de sus hijos y se las ingeniaba para arreglárselas con los
modestos ingresos que generaba el empleo de su esposo. “La pobreza hay que
llevarla con dignidad”, Alfonsina repitió el mantra familiar de su madre al
explicar que le inculcaron a ella y sus hermanos valores de clase media. Por
ejemplo, ambos madre y padre ahorraban dinero para llevar a sus hijos a un buen
restaurante una vez al mes. “De hecho, sí, siempre fue eso. Que pensaban que
nosotros teníamos mucho dinero. Y nunca fue así”, comentó.
En retrospectiva, para Alfonsina su hermano fue el culpable principal de lo
que le ocurrió a ella y a su hermana. Alfonsina lo describió como una “persona
muy… muy desenvuelta, muy segura” pero “enfermo” que “tal vez no había
tenido contacto sexual” o al que “le faltaba amor” y que, por lo tanto, agredió a
sus hermanas. Alfonsina describió a su hermana como “más fuerte” que ella y,
así, capaz de resistir la violencia ejercida por su hermano. Si en su familia se
hubiera podido hablar abiertamente sobre sexualidad como “algo natural” tal vez
también se habría evitado que ocurrieran dichas agresiones, ella comentó.
Ahora que tiene unos treinta años, y que está casada y tiene hijos, aseveró,
“Yo ahorita tengo la responsabilidad de ser feliz. Y… también algo que me toca
es cuidar a mis hijos para que ellos puedan ser felices”. Con el apoyo
comprensivo de su hermana buscó ayuda profesional en la organización donde la
conocí en 2006 en la Ciudad de México. Había asistido a algunas sesiones de un
grupo de apoyo y esperaba compartir sus experiencias con los demás y poder
sanar algún día.

Maclovia

“La primera vez que fui abusada tenía 6 años, ¿qué podía hablar, qué podía
decir?”, dijo Maclovia al explicar que su madre y su padre la castigaban
severamente a ella y a sus hermanas o permanecían en un silencio absoluto
cuando hacían cualquier comentario que tuviera que ver con sexo, algo que
aprendió a percibir como “sucio” mientras crecía. Como se explica en la
introducción de este capítulo, Maclovia nació y creció en un área rural remota
localizada en la región central de México y se convirtió en blanco de la
curiosidad y los impulsos sexuales de sus dos hermanos mayores desde temprana
edad. Maclovia tenía seis años cuando sus hermanos, de diecisiete y dieciséis
años por entonces, la agredieron sexualmente por primera vez. En palabras de
ella: “Recuerdo que en mi casa, nomás se iba mi mamá, llegaban todos, mis
hermanos, bueno uno de ellos iba de volada sobre de mí, de volada. En el
momentito en que salía mi mamá, mi hermano se acercaba y decía ‘Vamos a
hacer, Vamos a hacer groserías’, era la palabra que decían ellos. O voy a
cogerte”.
Era la segunda de las hijas en una familia de once hijas e hijos, fue criada en
un rancho pequeño sin agua ni electricidad. “Es una vida muy cruel, ahí no hay
infancia”, reflexionó Maclovia en retrospectiva, y explicó que las cosas no han
cambiado mucho en su rancho al día de hoy. A los menores los obligan a
empezar a trabajar desde muy pequeños, mientras la educación formal de las
niñas es desalentada. “Recuerdo que pasé a cuarto, y yo estaba bien emocionada
y me dijeron ‘Ya no vas a ir a la escuela para que le ayudes a tu mamá’, y ya no
fui”, expresó.
Maclovia tampoco tenía un sentido de la privacidad en su modesto hogar.
“Pues a la vez, mi papá y mi mamá, siempre había descuidos de ellos. Como
sólo era un solo cuartito, pues ahí se veía”, dijo al recordar sentirse confundida y
huir cada vez que veía a su madre y su padre tener relaciones sexuales. Maclovia
también había observado que tres de sus hermanos veían revistas que sólo
entendió al crecer, y no le cabía duda de que algunos de sus hermanos y
hermanas también habían sido testigos de los encuentros sexuales de sus
progenitores. Luego añadió “Pues sí. Y ahí es en donde se va despertando el
morbo, el morbo de los jóvenes y los jóvenes mayores comienzan a comprar sus
revistas pornográficas y allá es a donde van, se despiertan y en vez de buscar en
la calle, van y buscan en la familia, donde no deben”.
“Morbo”, por lo que sé, gracias a mi experiencia personal al crecer en México,
se refiere a la fascinación, el interés o la curiosidad por lo prohibido y que suele
asociarse con el sexo. Esto hizo eco en los recuerdos de Maclovia cuando
explicó que su hermano mayor la desvestía a ella y a sí mismo cuando Maclovia
tenía seis años, le daba instrucción de agacharse y mover su cuerpo de cierta
forma, le decía que nunca le dijera nada a su mamá o papá y le “ofrecía” dinero.
Maclovia recuerda que esto ocurrió repetidamente entre los seis y los catorce
años con el mayor de sus hermanos, quien nunca fue físicamente agresivo con
ella. Maclovia tuvo experiencias similares con su hermano de dieciséis años
cuando ella tenía seis. Ambos la violentaban en forma individual y también
juntos, turnándose. Sin embargo, el hermano más joven dejó de agredirla cuando
ella cumplió once años, aproximadamente. Maclovia explica el porqué ocurrió:
“El otro buscó novias y ya pues se fue de ahí él”.
Aunque Maclovia no recuerda detalles particulares sobre estas experiencias,
dice que “sus hermanos tuvieron sexo con ella”. Para ella estos encuentros nunca
fueron física o sexualmente placenteros; sin embargo, ocultaron un aspecto
vulnerable de su vida emocional de niña: “La verdad no sentía nada con mis
hermanos, yo no sentía nada… Yo sentía, bueno, yo creo que era la falta de
cariño que en el rancho no dan. De que siente uno que lo quieren más. Al
tocarme, abrazarme, sentía pues que me están dando cariño”. Recordó estas
experiencias con vergüenza y rabia contra sus hermanos y también contra ella
misma por no haber sido capaz de hacer nada al respecto mientras crecía.
“Es que en un rancho, siempre la responsable, la culpable, siempre es la
mujer. El hombre nunca es responsable de nada. Como quien dice, pues en todo
eso yo fui la responsable”, dijo Maclovia al explicar que su madre se enteró
sobre lo que le había sucedido a ella con sus hermanos, pero lo usó en su contra
y la amenazó con decirle a su padre. Sin embargo, la madre de Maclovia nunca
amenazó a ninguno de sus hermanos.
En medio de este rompecabezas familiar, Maclovia también se esforzó por
encontrar formas de afrontar las continuas agresiones de su hermano mayor.
Tenía 15 años cuando decidió que la mejor opción era huir a Monterrey. Dejó el
rancho, encontró un trabajo como trabajadora del hogar con residencia en casa
de una “familia respetable” con la que siempre se sintió segura, incluso en la
gran ciudad, y decidió no volver jamás. Mientras tanto, su madre y su padre
murieron a causa de problemas de salud.
Después de que Maclovia dejó su pueblo descubrió que una de sus hermanas
más jóvenes estaba ansiosa por emigrar. Siguió los pasos de Maclovia: dejó el
rancho para irse a Monterrey y eventualmente consiguió también un empleo
como trabajadora del hogar. A Maclovia le entristeció, pero no le sorprendió por
completo enterarse de que su hermana tenía experiencias idénticas de violencia
sexual —que ocurrieron más o menos a las mismas edades— con sus dos
hermanos. “Ésta es la cadena, justamente es una cadena”, afirmó enérgicamente
Maclovia al narrar las conmovedoras noticias que ella y su hermana fueron
descubriendo gradualmente acerca de su familia, todas las cuales han ocurrido en
el rancho:
• El hermano mayor que violentó sexualmente a Maclovia ahora está casado y
tiene dos hijas. Un vecino violó a una de las niñas y fue acusado legalmente,
pero el proceso se interrumpió una vez que pagó una fuerte suma de dinero a
un sistema legal corrupto. Su padre la sacó de la escuela para protegerla de los
“extraños” y mantenerla “a salvo” en casa. Uno de los hermanos más jóvenes
de Maclovia, de unos 30 años, ahora vive con ellos. En casa él agrede
sexualmente a sus sobrinas (a la niña que fue violada y a su hermana) y les
ofrece dinero. El hermano mayor de Maclovia —el padre de las niñas— no
parece estar enterado de esto.
• Cuando murió el padre de Maclovia, dos de sus hermanas menores le contaron
que él las había violado años atrás. Ellas ahora tienen veintitantos años.
• El abuelo paterno de Maclovia y su hija (la hermana del padre de Maclovia)
tenían relaciones sexuales y ella tuvo una hija con él. Maclovia no tenía más
detalles sobre este caso, al parecer era una configuración incestuosa de hija
conyugal.
• El tío de Maclovia (el hermano de su padre) vive en pareja con su sobrina.

Maclovia descubrió todo lo anterior mientras vivía en Monterrey, y se sintió


incapaz de intervenir, sobre todo en el caso de sus dos sobrinas. “La verdad me
da vergüenza hablar con mi hermano porque pues…, él fue el que, pues tuvo
relaciones conmigo”, comentó. También señaló que no tenía dinero para un viaje
que era caro y extenuante. Su rancho está a doce horas de Monterrey en autobús,
lo cual requiere dos horas adicionales a pie desde la estación de autobuses en el
pueblo hasta el rancho.
Ella se casó con el único hombre con el que salió tras su llegada a Monterrey.
A pesar de una vida marital y sexual difícil siguen juntos por sus hijos. Debido a
que tiene miedo de sentirse rechazada, nunca le ha dicho a su esposo acerca de lo
que pasó con sus hermanos. Recientemente ha tenido fantasías e interés sexual
hacia otras mujeres y estos sentimientos le han provocado angustia y confusión.
Una psicóloga me presentó a Maclovia en un centro de servicios para la familia
en Monterrey al que había acudido en busca de ayuda. Maclovia tenía entre
treinta y treinta y cinco años de edad cuando compartió su narración biográfica
conmigo.4

Mariana

“Cuando nosotros éramos católicos, éramos una familia tan feliz, todos”, dijo
Mariana, recordando su infancia con nostalgia. Nació en Ciudad Juárez y aún
sigue viviendo ahí en su cuarta década de vida. “A raíz de que mi mamá se hizo
‘hermana’, híjole, todo cambió, todo”, prosiguió Mariana; explicó que su madre
se vinculó con una de las agrupaciones religiosas más grandes del país: los
testigos de Jehová.5 Mariana tenía diez años de edad cuando su familia
experimentó una conversión religiosa, lo cual supuso que ella y sus hermanos
también debían unirse a la nueva religión. Esta transición familiar más tarde
coincidió con un cambio inesperado en la relación de Mariana con su hermano
mayor, por entonces un adolescente de dieciséis años de edad.
“Y allí eso empezó, el abuso conmigo, cuando se hizo testigo de Jehová”,
Mariana explicó que, poco después de la conversión, su hermano se metía en su
cama todas las noches y aunque nunca la desvistió al parecer trató de “tocarla
toda”. Este comportamiento continuó por unos seis años, lo cual hizo que
Mariana usara una cobija gruesa, incluso durante la temporada de calor. Con
frecuencia temía dormir porque debía defenderse de las agresiones sexuales.
“Por estar pendiente de que, porque si él me oía moverme, no pasaba nada. ¿Sí
me entiende? Si él veía que estaba despierta… Entonces, yo procuraba no
dormirme”, dijo Mariana al explicar que su hermano se quedaba en su cama y la
tocaba, pero en cuanto ella despertaba se iba de inmediato. Su madre y una tía
cercana se dieron cuenta de que Mariana empezó a tomar largas siestas durante
el día y que sus calificaciones bajaron. Su madre permanentemente la llamaba
burra y la castigaba porque le iba mal en la escuela. Sin embargo, nadie se
preguntó por qué le estaba pasando esto. También creció comparándose con sus
primas y siempre se sintió “gorda y fea”.
“¿Por qué crees que empezó a abusar de ti después de convertirse en Testigo
de Jehová?”, le pregunté a Mariana. Ella respondió: “Porque yo pienso que él
tenía su vida así como, pues tenía su vida sexual desde muy chavalo. Pero ahí no
permiten eso. Ahí… antes tenía sus amigas y todo. Porque, o sea, es lo que
platican en la casa, cómo era él. ¡No, es que cambió! Él era bien rebelde ”.
Antes de su conversión religiosa, el hermano de Mariana tenía pelo largo,
tocaba su guitarra eléctrica, le encantaba la banda Deep Purple y fumaba.
Comentó, “Porque él vivía su vida loca, él andaba con muchachas, tenía novias y
todo. Y estaba chavalo. Él tenía novias y ya así locas como él, pero tenía
novias”. El hermano de Mariana fue a prisión al menos una vez por algo que la
familia no tenía claro, pero que supuestamente ocurrió en el contexto de una
orgía, dijo ella. Antes de su conversión, este mismo hermano, con pelo largo,
guitarra eléctrica y que tenía una vida sexual activa, también era un hermano
respetuoso y responsable que cuidaba a Mariana y a sus dos hermanos menores
en la ausencia de su madre.
“No, pues yo no sé si la religión, pero es que está muy reprimido uno ahí”,
reflexionó Mariana, al tratar de encontrarle sentido a su experiencia con su
hermano. En un momento anterior de la entrevista había aseverado de manera
intensa:

Todo lo que me ha pasado ha sido desde que conocimos ahí. Yo digo que a mi hermano lo
hizo, porque mi hermano antes de ser testigo, éramos católicos. Mi hermano podía salir, mi
hermano podía tener novia, mi hermano podía andar en bailes. Cuando a mi hermano le
atoraron eso que… la masturbación ahí es mala. Entonces, yo no lo justifico, no, pero yo le
digo a mi mamá “en una parte, todo lo que nos ha pasado es porque usted empezó a ir”. Yo no
le echo la culpa a Dios, no. Le echo la culpa a lo que somos, somos hipócritas ante él. ¿Sabe
cómo veo la religión de ahí? Como que cuando usted va a entrar, usted tiene una careta y antes
de entrar se pone una máscara para entrar, cuando se sale la deja colgada y es diferente afuera.
Yo veo a la religión así. Yo duré muchos años siendo Testiga de Jehová.

Mariana, por ejemplo, recordó el testimonio que dio su hermano en el salón, el


recinto en el que los miembros de la congregación se reunían y lo escucharon,
ahora con el pelo corto y moralmente transformado tras renunciar a su vieja vida
de promiscuidad y entregarse a la nueva religión. Paradójicamente ese mismo
joven que se arrepentía de haber tenido una vida sexual activa, lo cual incluía
sexo en grupo, ahora violentaba sexualmente a su hermana menor por las
noches.
“Mi hermano nunca me dijo, ‘no le digas a nadie’”, recordó Mariana mientras
explicaba que lo quería mucho y, aunque le tenía resentimiento, nunca desarrolló
sentimientos de odio hacia él. Conforme ella crecía, él comenzó a comprarle
ropa. A sus estrategias para afrontar la situación durante las noches sumó su
determinada decisión de pasar sus vacaciones escolares de verano con su tía en
El Paso, de esta manera, a veces se sentía segura, comentó. Pero cuando estaba
en casa y, a pesar de la aparente cordialidad de sus relaciones durante el día, él la
agredía consistentemente en la noche. A los 12 o 13 años de edad Mariana le
contó a su madre con todo detalle lo que sucedía. Ella le dijo a Mariana que
hablaría al respecto con su hermano, pero nunca lo hizo.
“¿Por qué crees que tu mamá nunca habló con él al respecto?”, le pregunté.
Mariana respondió: “Mi mamá siempre lo quiso mucho a él, más. Y luego como
a él, todos lo querían. En el salón, era muy buen hijo. Mis tías, ¡uy! mis tías
porque era muy buen hijo, le ayudaba a mi mamá. Todos lo querían”. La madre
de Mariana, una trabajadora del hogar que vivía en casa de la familia donde
trabajaba, criaba a sus cuatro hijos como madre soltera, y estaba muy agradecida
con su hijo, un joven trabajador y responsable que aportaba el único ingreso
adicional y estable de la familia. Mariana creía que además de proteger la buena
imagen de su hijo, su madre tenía miedo de perder el apoyo económico que él
representaba para ella y sus hijos.
“Yo dije, yo me tengo que ir de esta casa, yo no puedo seguir aquí, mi mamá
no hace nada.” Mariana recordó sus meditadas decisiones de ese entonces y
explicó que a los dieciséis años aceptó de inmediato la propuesta de matrimonio
de su novio y arregló su boda en un mes. El hermano de Mariana nunca volvió a
violentarla sexualmente. Unos años más tarde, sin embargo, no tuvo palabras
para explicar lo que acababa de ocurrirle a su hermano. Mariana había tenido un
sueño perturbador en el que su hermano moría en un accidente. En un intento
por protegerlo, le contó sobre su sueño, pero eso no pudo evitar la tragedia. Poco
tiempo después, cuando él tenía unos veinticinco años, murió en un accidente de
trabajo. Ella aún se siente responsable de su fallecimiento.
El esposo de Mariana, también miembro de la congregación de testigos de
Jehová, en algún momento se enteró del porqué estaba tan entusiasmada de
casarse con él cuando eran jóvenes, y ha sido solidario con ella. Sin embargo,
tras más de veinticinco años de matrimonio, ambos siguen resolviendo tensiones
muy extenuantes emocionalmente en su relación y su vida sexual, la cual se ha
visto muy afectada por la experiencia de Mariana con su hermano.
Hace algunos años Mariana dejó la congregación de testigos de Jehová,
después de que su hijo mayor le confiara que entre los ocho y los quince años de
edad había sufrido violencia sexual a manos de un anciano, un representante de
alta jerarquía conocido en inglés como elder. Esta figura de autoridad en la
congregación de los testigos de Jehová resultó ser el hermano del esposo de
Mariana. En una conversación familiar informal ella se enteró recientemente de
que muchos años atrás tanto la madre de Mariana y su tía materna habían sufrido
abusos sexuales a manos del hermano mayor de ambas, algo que su tía percibía
como “normal”.
Conocí a Mariana en una organización que ofrece servicios a mujeres que han
vivido violencia en Ciudad Juárez, en la que buscó ayuda profesional para
entender las razones de todo lo sucedido en su familia.

Rocío

“Hay dos tipos de abusadores, los suaves y los violentos. Y los suaves pues te
están manipulando y te están dorando la píldora para echarse a la víctima. Y los
violentos, a madrazos”, afirmó Rocío, de la ciudad de Guadalajara, al explicar
que su hermano era del tipo suave. Lo describió como un hombre atento y
cariñoso que le obsequiaba regalos; también era amable, afectuoso y tierno en
sus interacciones cotidianas con ella. Lo caracterizó asimismo como un “hombre
esquizofrénico” que llegaba a ser violento con los animales, pero que no tenía
problemas para trabajar. “Nunca lo vi ni tomado, ni borracho, ni drogado. Ni
fuera de sus cabales”, dijo. Sin embargo, “se masturbaba en exceso” y con
frecuencia su padre iba a sacarlo de los burdeles a pesar de su resistencia a irse,
y se sentía avergonzado por tener un hijo que gastaba tanto dinero en
trabajadoras sexuales. Su hermano tenía una relación de pareja con una de ellas
con planes de casarse, pero él terminó la relación cuando su padre lo amenazó
con desheredarlo.
Rocío, que nació en una familia de clase alta que migró desde un pueblo a la
ciudad de Guadalajara, se describió a sí misma como la nieta de un rico
hacendado y la hija de un empresario trabajador y exitoso. Desde primaria
asistió a escuelas católicas privadas y fue a la universidad; es la hija menor de
una familia de más de seis hijos y tenía diez años de edad cuando su hermano
mayor estaba a inicios de los treinta. En su memoria, ésa es la edad en que ella
recuerda la sensación, claramente desagradable, del cuerpo cálido de su hermano
junto a ella, tocándola mientras dormía, en especial antes de despertar. Ahora, en
su cuarta década de vida, recuerda que la experiencia ocurrió en distintas
ocasiones entre los diez y los catorce años, pero no recuerda cuánto duró o si
ocurrió algo más. Cree que esta experiencia “la abrió en su sexualidad”, en
particular en vista de que sentía la necesidad de explorar y tocar su propio
cuerpo. Rocío era una niña asertiva que creció sin miedo de “abrir la boca” y
tiene la certeza de que su hermano jamás le pidió que guardara silencio. Sin
embargo, creció sintiéndose “sucia y confundida” y nunca le dijo nada a nadie.
Cuando alcanzó la mayoría de edad sintió más deseos de hablar.
“Entonces empezamos a atar cabos, a ver qué era lo que pasaba”, dijo Rocío,
al explicar que tenía entre veinte y veintidós años cuando habló sobre el tema
con su hermana mayor, cercana a ella en edad. Cuando su hermana le confirmó
que también había tenido experiencias similares con su hermano, ambas
decidieron hablar con su madre, pero ella no les creyó. Tiempo después a Rocío
la alteró, pero no le sorprendió, enterarse que otras tres hermanas habían
permanecido igualmente calladas sobre sus experiencias individuales y
coercitivas con su hermano. Él también las había tocado mientras dormían y las
había espiado mientras se bañaban. Con el tiempo, cada una le contó a su madre
sobre estas experiencias. Tal vez la madre le dio crédito a sus cinco hijas, hasta
cierto punto, pero no pareció creer en cuanto al grado del “daño”. ¿Por qué?
“Porque mi hermana sí sangró cuando tuvo su primera relación. Y mi otra
hermana también, y mi otra hermana. O sea, todas sangraron. Y bueno, ¡mi otra
hermana también! ¡Ay Diosito!”, dijo Rocío, riéndose, al explicar que ella y el
resto de las hijas de la familia eran “técnicamente vírgenes” cuando se casaron,
algo que su madre sabía. Rocío también dijo que sabía que su madre se
encontraba en una disyuntiva. Explicó, “Mi mamá nunca creyó, o se hacía tonta,
yo creo. Sinceramente yo creo que mi mamá siempre supo pero tenía mucho
miedo de que mi papá matara a mi hermano. Era muy violento mi papá”. Rocío
recuerda episodios en los que su padre “con algo la golpegaba hasta que se
cansaba”; así describió los castigos físicos a los que la sometía. Aunque los
progenitores de Rocío “peleaban pero calladitos” recuerda haber escuchado a su
padre decirle a su madre “eres una analfabeta, inepta, tonta y demás” . “Se
lastimaban psicológicamente”, dijo.
El hermano mayor de Rocío murió al principio de los sesenta años, unos años
antes de nuestra entrevista, a causa de una serie de problemas de salud. Su padre
también había muerto años atrás. Ahora que Rocío y sus hermanas finalmente
han comenzado a tratar de entender sus experiencias con su hermano, otro
hermano de la familia les ha recordado que deben guardar silencio. “Lo que pasó
ya pasó y él está muerto.” Así parafraseó Rocío la reacción de este hermano
cuando el tema se menciona en las conversaciones familiares.
Aunque Rocío cree que las experiencias con su hermano no la afectaron
sexualmente, le preocupa hasta qué grado puedan haber perjudicado su relación
conyugal. Hace poco se separó de su esposo porque estaba preocupada de que
estuviera “abusando sexualmente” de su hija de cinco años. Conocí a Rocío en
Guadalajara a través de un profesionista que estaba al tanto de su historia
personal.

Valeria

Valeria, originaria de la Ciudad de México, es la menor de cuatro hijos y la


única mujer de una familia de clase media. Ahora, a los veinticinco años de
edad, recuerda que tenía cuatro o cinco cuando su hermano de once (el segundo
de los hijos) la atacó repentinamente. Ella recordó:

Ese día se fue mi hermano, el mayor, nos dejaron solos en la casa ese día, de repente mi
hermano se puso muy agresivo conmigo, empezó a jalonear, me empezó a agarrar el cabello,
me empezó a pegar y me empezó a decir, a amenazar con que si yo decía algo de lo que iba a
pasar, pues no sé, no me acuerdo bien de cuál era la amenaza ¿no? Y me estuvo pegando,
pegando y pegando. Nunca hubo penetración, simplemente fue el roce y el toque de su, el
estarme tocando, y poniendo su pene, pues en medio de mis piernas ¿no? Bueno, finalmente
terminó, llegó mi hermano el mayor otra vez. A mí mi hermano me encerró en el baño y le dijo
a mi hermano [mayor] que me había castigado por no sé qué cosa. Y me pasé como 2 horas en
el baño encerrada. Después pasó, salí yo del baño y bueno ya después llegó mi mamá, llegó mi
papá, me acusaron de que yo había hecho no sé qué cosa. Pues yo con el miedo de decir algo
porque me iba a pegar y [se quiebra su voz] y todo eso lo… Después pasó mucho tiempo, y ya
empezó otra vez con lo mismo.

Desde los cuatro o los cinco y hasta los ocho años de edad Valeria
experimentó distintas versiones de esta escena a manos de su hermano. Cuando
tenía ocho años su madre y su padre se separaron y ella se mudó a vivir con su
abuela, mientras que su hermano se quedó con su padre y la violencia se detuvo.
Sin embargo, narró: “mi hermano iba a veces verme, pues siempre andaba con
nosotros ¿no? pero era con toda la intención de ir a hacer lo mismo. Yo siempre
ponía de pretexto, “me voy a casa de mi tía”, o me quedaba todo el tiempo con
mi abuelita, estaba pegada a mi abuela. Su abuela, siempre atenta y cariñosa,
murió cuando Valeria tenía diez años de edad y no tuvo otra opción que volver a
vivir con su padre y sus tres hermanos. La violencia física y sexual se reanudó.
Las agresiones sexuales por parte de su hermano se detuvieron cuando ella
cumplió trece. Ella explicó “Porque ya no lo permití, o sea, ya llegó un momento
en que, bueno me armé de valor y si él me golpeaba, yo me ponía también a
pegarle, ¿no?”. Me aclaró que antes del primer incidente de violencia la
conducta de su hermano había sido siempre cercana y cariñosa; es por ello que el
primer episodio de violencia sexual fue particularmente drástico e inesperado.
Después de dicho incidente, su relación con él nunca volvió a ser agradable y
siempre incluyó agresiones físicas y emocionales.
Valeria jamás le ha contado sus experiencias a su madre o a su padre, ni a
nadie en la familia. Imitó la áspera voz de su hermano: “¡Tú dices algo y te va a
pasar lo peor, te voy a hacer, puta!... lo que sea pues” mientras repetía la
amenaza que “se le quedó grabada” en la memoria desde pequeña. Cuando su
madre o su padre le preguntaban por qué tenía moretones o cortadas, inventaba
historias de que se había caído. Mientras ambos crecían, su padre les preguntaba
con frecuencia “¿Cuál es el problema que ustedes dos tienen?”, pero Valeria
nunca dijo nada por temor. A veces se sentía tentada a romper su silencio, pero
el miedo intenso siempre se lo impidió.
Con el tiempo Valeria pudo alejarse de su hermano, pues él se fue de casa
alrededor de los veinte años de edad, aunque la dejó estupefacta el día que él
regresó a visitar a la familia y se mostró solidario, amoroso y generoso; le
preguntó si necesitaba un auto o cualquier cosa, y que él podía comprárselo.
“Como compensando su culpa”, dijo Valeria mientras explicaba que ella rechazó
todas sus ofertas mientras era testigo de su éxito profesional como vendedor.
Su padre había ejercido violencia emocional y física hacia su madre, y Valeria
describe su relación hacia ellos como distante y sin confianza. Tras el divorcio, y
conforme Valeria creció, su padre, un hombre con educación universitaria, se fue
volviendo más cariñoso y más solidario con ella, al tiempo que la relación con su
madre se volvió “muy desgastante”, en particular porque sufría depresión y le
costaba trabajo conservar un empleo remunerado. Valeria obtuvo su primer
trabajo a los 14 años de edad y comenzó a cuidar de su madre y a cubrir sus
necesidades económicas. En el momento de la entrevista aún vivían juntas.
“Mis papás nunca estaban en la casa, jamás”, afirmó Valeria al explicar que la
difícil relación entre su madre y su padre, y su divorcio —seguido por
“abandono y descuido”— fueron los responsables de lo que su hermano le hizo.
“A lo mejor mi hermano se refugió en algo, no sé, no sé”, comentó ella. En
añadidura, aunque sus progenitores le enseñaron abiertamente sobre temas
sexuales y de salud reproductiva, irónicamente, no le enseñaron “cómo
defenderse” de sus hermanos y de otros hombres.
Valeria ha tenido sueños en los que confronta a su hermano. Con el tiempo,
dijo, le gustaría sanar y perdonarlo, algún día. Su vida sexual ha sido
satisfactoria, aunque últimamente ha estado deteriorándose. Dijo que le gustaría
buscar ayuda profesional para explorar tanto su vida sexual como la violencia
sexual que experimentó con su hermano. Hasta el momento solamente quien ha
sido su novio por seis años sabe lo que le pasó, y la ha apoyado.

***

Las vivencias narradas por Alfonsina, Maclovia, Mariana, Rocío y Valeria son
características por la duración de los encuentros abusivos, que se transformaron
en parte de una etapa de la vida y dejaron como consecuencia una profunda
huella. Estas mujeres recuerdan experiencias tales como “él abusó de mí de la
edad X a la Y” como parte de la vida cotidiana y la convivencia familiar.
En otros casos, las mujeres describieron experiencias de violencia sexual que
fueron menos frecuentes. Aunque no menos dolorosas, éstas no necesariamente
formaron parte de una etapa de la vida y en ocasiones incluyeron violencia
sexual a manos de más de un hermano. Algunas mujeres no recordaban con
precisión su edad cuando ocurrieron estos eventos, que a veces se dieron en
circunstancias o situaciones específicas. Lo que estos sucesos tuvieron en común
fue la ausencia de violencia física. Si bien sus recuentos son de duración más
breve y menos violentos resultan, sin embargo, informativos y reveladores.

Inés

“No sé por qué me evoca como mucho, no sé, como mucho dolor”, dijo Inés al
describir un episodio que ocurrió cuando tenía cinco o seis años de edad. Ahora,
en su tercera década de vida, recuerda haber tenido la ropa interior en las rodillas
y estar acostada en la cama frente a su hermano de nueve años, también con la
ropa interior abajo. “Y en eso veo a mi hermano, uno de mis hermanos mayores
entrar”, dijo, explicando que algo iba a suceder pero fue interrumpido por su
hermano mayor, que entró y los amenazó: “‘¿Qué están haciendo? Le voy a
decir a mi mamá qué andan haciendo…’, como cosas malas, o algo así. Y ya. Yo
recuerdo y ya, de haber vivido de ahí para adelante con mucho miedo, de que le
fuera a decir a mi mamá”. Aunque la experiencia que describe sólo ocurrió una
vez, creció sintiéndose “muy, muy, muy dañada y [con] mucho temor”, en
particular de su madre.
Inés, que nació y creció en Ciudad Juárez, fue criada en una familia de siete
hijos; tenía cuatro hermanos varones mayores, y la mayor y la menor eran
mujeres. Al compararse con su hermana “que está toda bonita”, Inés se describió
como una niña “prieta, gorda y fea”. Unos años después del “incidente” con su
hermano la hermana menor de Inés le confesó que cuando ella tenía cuatro o
cinco años y su hermano, unos doce, ella tuvo una experiencia similar. Su
hermana le dijo “Que él le quería estar tocando, su, qué es, su vagina, sus
genitales. Sí, porque la estaba tocando y dijo ‘estamos jugando, y me quiere estar
tocando y yo ya no quiero”. Inés se volvió la protectora de su hermana. “Somos
muy unidas”, dijo Inés al explicar que ella y su hermana se apoyaron emocional
y moralmente mientras crecían. Nunca le contaron a su mamá o a su papá sobre
sus experiencias personales con su hermano. ¿Por qué? Explicó que

Yo creo que miedo también, miedo a decirle. No porque fuera a reaccionar violentamente, pero
no sé, como miedo de que no te van a creer. Miedo de que, miedo… yo me sentía culpable,
como que yo lo había provocado. Como si yo hubiera participado en eso y me van a decir,
como mi hermano entró y vio, me iban a decir “No, es que los dos”. No sé, como una culpa. Sí.

Inés describió a su madre como “una persona que tiene un problema de


personalidad muy fuerte” que la castigaba severamente mientras crecía,
especialmente en referencia a temas relacionados a la sexualidad. Ella dio un
ejemplo: “Mi mamá dijo que una niña se había metido un palo en su vagina… Y
luego dijo, ‘y si hacen eso, se la lleva la policía, se lo llevan a uno a la cárcel por
hacer eso’. Y yo ¡ahhhhhh!, casi me quería morir, decía ¡qué horror! No sé por
qué mi mamá me diría esas cosas”.
Al compararla con su padre, Inés comentó sobre su madre: “Ella nos pegaba.
Mi papá era un santo, un pan de Dios. Nuestra adoración. Pero mi mamá fue
muy violenta, ella se enojaba”. También señaló “mi mamá, de hecho, tenía
muchos celos conmigo, de mi papá. Sí. Mi mamá peleaba mucho conmigo
porque decía que mi papá me quería mucho, que todo lo que yo dijera, mi papá
me hacía caso. Bueno, no sé, muy extraño”. Inés dijo que su padre era atento y le
prestaba atención a sus dos hijas menores —ambas eran sus consentidas—, cosa
que causaba resentimiento a su madre y a sus hermanos. Inés identificó a su
padre como un “proveedor excelente” y a su madre como “ausente por periodos
largos en el día para platicar con las vecinas”. Esto último, dijo, despertó en ella
sentimientos de “abandono y desorientación”, y cree que “la falta de cuidado,
atención y comunicación” de su madre hacia sus hijas es la razón por la que sus
hermanos la agredieron sexualmente a ella y a su hermana.
Inés no conocía otros casos de violencia sexual en su familia, pero recordó dos
sucesos. El primero fue cuando uno de sus hermanos se casó y se vino en
compañía de su esposa a vivir con su familia; poco después Inés se enteró de que
otro hermano había “tocado por detrás a su cuñada”. “Pero como en mi familia
escondían”, dijo, “supuestamente mi mamá trató que nosotros no nos
enteráramos de eso”. Y la segunda ocurrió cuando su hermana mayor era
adolescente: un hombre desconocido entró a su casa una noche y la agredió
sexualmente. Su madre nunca habló directamente con ella sobre esto; en cambio
le pidió a alguien más cercana a ella (una amiga o una pariente, Inés no recuerda
a quién) que le dijera a su hermana “póngase un espejito abajo para ver si no le
hicieron algo”. Inés nunca supo por qué su madre golpeaba a su hermana mayor
de manera tan intensa y la trataba aún más duramente que a ella y a su hermana
menor.
Conocí a Inés en la organización en la que buscó ayuda profesional para
enfrentar un difícil divorcio después de que su esposo le había confesado que
tenía relaciones extramaritales. Aunque al parecer “a ella no le había pasado
nada” y no tiene otros recuerdos, Inés indicó que se sentía profundamente herida
por la experiencia con su hermano. Salvo a su pareja actual, un hombre
comprensivo, y a mí, no le ha contado a nadie sobre su experiencia.

Juliana

“Vayamos a jugar… este… no te va a pasar nada… eh, es un juego muy bonito”,


Juliana, de Guadalajara, recordó al imitar la voz de su hermano mayor. Ahora de
unos treinta años de edad, y en ese entonces tenía nueve cuando su hermano, de
once o doce, usó palabras seductoras para convencerla de practicar sexo oral.
Ella se sintió confundida y manipulada por un hermano que le decía
continuamente “es que yo te quiero mucho” y al mismo tiempo la amenazaba
para que guardara silencio. Eventualmente, durante uno de estos episodios, la
penetró vaginalmente. “No le vayas a decir a mi mamá. A ti te van a regañar, no
a mí.” O “No le vayas a decir a mi mamá, porque si no, ella se va a sentir muy
mal, se va a sentir muy triste”. Juliana recordó los mensajes que él le daba y
también aprendió a ver un patrón característico en su comportamiento. Él nunca
fue físicamente violento siempre y cuando ella no se resistiera a sus
aproximaciones sexuales, pero la golpeaba siempre que se defendía y lo
rechazaba. “Nomás me quedaba pensando, ‘que ya termine, que ya termine, que
ya termine, que termine este dolor’”. Éste se convirtió en el diálogo interno de
Juliana mientras aprendió a rendirse y así evitar la violencia física. Durante los
reiterados episodios sufría un dolor físico intenso y tras ellos no podía caminar o
sentarse, pero tenía miedo de contarle a su madre.
Más o menos al mismo tiempo el hermano menor de Juliana comenzó a imitar
la conducta del mayor. Tenía uno o dos años menos que ella cuando el hermano
mayor de Juliana lo “indujo” a comportarse de modo similar. Muy pronto
también comenzó a agredir sexualmente a Juliana y a amenazarla. Sin embargo,
el más joven también intervenía para proteger a Juliana cuando el mayor
empleaba la violencia física. “Yo siento que él también fue una víctima. Fue una
víctima de algo hacia lo que lo estaban obligando”, dijo Juliana; estaba
convencida de que su hermano mayor había obligado al menor a comportarse de
esa manera. Aunque ella no podía explicar qué exactamente había interrumpido
los episodios de violencia sexual de sus hermanos, notó que no duraron más de
un año. Juliana era la segunda en una familia de dos varones y dos mujeres; su
hermana era la más joven.
Mientras crecía, Juliana no le contó a nadie sobre el abuso. Su miedo a ser
estigmatizada y rechazada reforzaba su silencio, en particular cuando aprendió,
en la escuela católica, lo “sucio que era esto porque yo ya no era virgen” y que
“el sexo con cualquier persona era un pecado, un pecado que se cometió, y que
si yo cometo va a causar un dolor, un dolor familiar”. Sin embargo, no pudo
mantener el secreto por mucho tiempo. Cuando Juliana se resistió a las
intenciones de su madre de inscribirla en una secundaria técnica, a ésta le dio
curiosidad que no quisiera asistir a una escuela en la que tradicionalmente están
sobrerrepresentados los alumnos varones. Juliana finalmente le reveló su secreto
a su madre y su padre frente a sus dos hermanos. Sus hermanos la culparon a ella
y su padre también la acusó. Con lágrimas en los ojos recordó las palabras de su
padre: “Aquí la única culpable eres tú porque tú los provocaste”. Al principio, su
madre estaba estupefacta, pero luego fue amorosa y solidaria con Juliana, y la
instó a buscar ayuda profesional.
Juliana está actualmente divorciada, tiene formación universitaria, y es madre
de familia. Ella no conocía otros casos de violencia sexual en su familia, pero
fue testigo de violencia física en su familia de origen y en ambos lados de su
familia extensa. “Todo teníamos, el mejor juguete, la mejor muñeca” aseveró
para explicar que su madre y su padre, de clase media alta, compensaban su
ausencia emocional mediante regalos y juguetes costosos. Durante el mismo
periodo en el que fue blanco de la violencia sexual de sus hermanos el tío
materno de Juliana usó una muñeca para manipularla y obligarla a masturbarlo y
darle abrazos. Le dijo que “era un juego” y que no dijera nada; él estaba en su
adolescencia tardía. Ese abuso ocurrió con frecuencia, duró cerca de un año y se
detuvo el día que él enfermó y murió. Ella nunca le contó a nadie sobre su tío.

Ofelia

Ofelia, que hoy tiene unos cuarenta y cinco años, está casada y con hijos; creció
con sus abuelos, una pareja de emprendedores propietarios de un negocio de
clase media alta de la Ciudad de México. Era la más pequeña de las hijas en su
familia de origen, conformada por siete hijos. Aunque no frecuentaba a sus
progenitores y hermanos, el contacto esporádico con los últimos incluía, en
ocasiones, coerción sexual. Tres de sus cuatro hermanos la manipulaban
activamente para realizar diversas actividades sexuales, a diferente edad y en
distintas circunstancias:
• Tenía ocho años de edad cuando el mayor de sus hermanos, de doce o trece
años por entonces, la indujo a acariciarse mutuamente lo que terminó en una
penetración vaginal. Ofelia recuerda haberle dicho a su hermano “¿Sabes qué?
Es que así me lo hacía tal persona”, explicando que le había confiado sobre las
muchas veces en que, a lo largo de cerca de un año, el asistente del negocio de
su abuelo la había violado cuando tenía siete u ocho años. A su hermano le
sorprendió escucharlo. En retrospectiva, a Ofelia le conmocionó que esta
noticia no lo detuviera. Durante un mes, en las vacaciones escolares, su
hermano la buscó activamente y la hizo partícipe de estas actividades que, ella
pensaba, eran “como un juego”. En una ocasión ella sangró y a partir de ese
momento su hermano no volvió a buscarla, ella cree que fue por miedo.
• Cuando tenía diez años otro hermano, apenas un año mayor que ella, se acercó
y la toqueteo. Ella también lo “tocó”. Estas experiencias ocurrieron en
distintas ocasiones y, como en el caso de su hermano más grande, pensó que
era “como un juego”.
• “¡¿Otra vez?!” se dijo Ofelia en silencio y con profunda tristeza, cuando el
más pequeño de sus hermanos extendió los brazos para abrazarla y frotó
suavemente su pene contra su cuerpo. Ella y su hermano compartían la única
cama disponible mientras la familia veía el modo de hospedar a los parientes
que estaban de visita para una boda. Ofelia se levantó de inmediato y
abandonó la escena. Ella tenía dieciocho años y él, quince.

“Ni me jalaron, ni hubo violencia de ningún tipo, ni me golpearon, ni nada…


Pero, ¿por qué? ¿Por qué sucedió tantas veces? ¿Por qué lo permití? ¿Por qué me
dejé? Y esto te lo digo, porque me estoy dando cuenta... no lo sabía, o sea, es lo
que yo pienso. En este momento me está, este, saliendo... hace un ratito. Porque
quizás en todas las relaciones yo buscaba el afecto, así... ¡A lo mejor! O sea, eso
es lo que yo pienso en este momento, no lo sé ”, dijo Ofelia, furiosa y
confundida mientras explicaba que su tío (uno de los primos hermanos de su
madre) también la obligó a realizar actividades sexuales. Por lo general, dijo,
ninguno de ellos le pidió que guardara silencio. La experiencia con el asistente
de su abuelo fue la que más le afectó. Era un amigo de confianza de la familia
que cuidaba de Ofelia cuando su abuelo estaba de viaje. Pensó que la ausencia
de sus abuelos, que estaban ocupados trabajando muy duro, y que tal vez eran
“demasiado viejos” para cuidarla, fueron la razón de que tuviera todas estas
experiencias.
La mejor amiga de Ofelia —una mujer que también fue violada— es la única
persona que conoce todas las experiencias de vida narradas. Algunas de sus
hermanas y tías saben lo que pasó con el amigo de su abuelo.

Renata

Como se explica en las primeras páginas de este libro, Renata fue la mujer que
inconsolablemente lloraba de rabia durante nuestra entrevista. Le dolía
terriblemente describir los recuerdos, dispersos pero claros y gráficos, que
comenzó a experimentar con estupor y confusión cuando ella y su esposo
asistieron a un retiro espiritual un año antes de que nos conociéramos en la
Ciudad de México. No le cabía duda de que su hermano mayor la había obligado
a tener sexo con él cuando ella tenía entre cuatro y seis años y él, entre diecisiete
y diecinueve. Ahora que está en sus treinta y tantos también tiene recuerdos de
que otro hermano, cuando ella tenía seis años y él trece o catorce años de edad,
la tocó de un modo que la incomodó. Según sus recuerdos, éstos fueron los
únicos dos episodios, uno con cada hermano. Tal vez hubo experiencias
adicionales con los mismos hermanos, pero no los recuerda; espera que no haya
sido el caso. Recuerda claramente al menos una ocasión en la que experimentó
una respuesta física de placer. Aunque tenía una relación más cercana y
significativa con el más joven de los dos hermanos ambos usaban con ella un
lenguaje cariñoso: con frecuencia la llamaban “chiquita”. Cuando entraron a la
adolescencia, ambos como estudiantes participaron como porros, un concepto
utilizado en México para referirse con frecuencia a hombres que se involucran
en actividades de violencia organizada, y que más tarde abandonaron.6
Renata era la más joven de los siete hijos de una familia de clase media alta
preocupada por los peligros del mundo exterior. Ella y todos sus hermanos
terminaron la universidad y gozaban de un estilo de vida urbano cómodo y
próspero; fueron a escuelas privadas y al menos a unas vacaciones familiares en
Europa. Su madre y su padre, que ya murieron, se habrían sentido
conmocionados y desolados de haberse enterado sobre las experiencias de
Renata con sus hermanos. Ella le ha dicho a sus hermanas, pero no sabe si
alguna vez los confrontará a ellos. De hecho, descubrió que un tío paterno abusó
sexualmente de una de sus hermanas; se trata de un secreto de familia muy bien
guardado que le revelaron hace poco. Renata también dijo que cuando tenía
entre cuatro y seis años, el hermano de su padre, un hombre de cuarenta y tantos
años que sufría de esquizofrenia, la toqueteó. Y a la edad de ocho o nueve, un
primo varón mayor que ella la agredió sexualmente en la piscina.
¿Cómo explicó Renata lo que le ocurrió con sus hermanos? “Y en la
cotidianeidad, pues resulta que te rebasa la realidad”, dijo mientras explicaba
que la prioridad de sus progenitores era “que tuviéramos dónde vivir, qué comer
y qué vestir… entonces no se daban tiempo para estar, para dialogar, para
platicar”. Estaban “muy metidos”, dijo, “en su papel de proveedores”. Además,
como niña se sentía particularmente vulnerable. “Y en mi casa yo nunca me sentí
vista”, dijo, argumentaba que “los hijos varones eran vistos”, y que en su vida
familiar no existía confianza o una comunicación genuina. En un momento
anterior de la entrevista explicó: “Mi mamá sí traía esa mentalidad, de que
‘atiende a tus hermanos y sírvele a tus hermanos’. Y conmigo eso fue tan fuerte.
Pero, ella lo traía muy arraigado, esas cosas”, dijo Renata. Y afirmó, llorando,
“aunque suena muy cabrón, pero probablemente así es” que en los hogares
eduquen a las hijas para “volverse objetos y no verlas. Yo creo que sí. Y eso es
algo que en nuestro país se da mucho, mucho”.
Brillante, elocuente y con educación universitaria, Renata tenía unos treinta y
cinco años de edad cuando nos conocimos en la Ciudad de México, en 2006.
Ella estaba felizmente casada con un hombre con formación universitaria y
profesionalmente exitoso que ha sido cálido y comprensivo en su proceso de
sanación de las heridas producidas por los eventos que vivió.
Rosana

“Él era un amante cariñoso”, dijo Rosana, de la Ciudad de México, al referirse al


mayor de sus hermanos. Ahora, de unos cuarenta y cinco años de edad, ella tenía
ocho y él dieciocho cuando tuvo una experiencia que hoy recuerda vívidamente.
“Recuerdo que me metió en un cuarto, había una cama, me bajaba los calzones,
me subía el vestido y me tocaba la panza ¿no? Este… me tocaba con su mano mi
vagina, o sea, la vulva, y con su boca. Hacía que abriera yo las piernas y me
tocaba. Él se sentaba en una silla, este con pantalón puesto… este y me frotaba
contra él ¿no? O sea, lo que eran mis pompis.”
Rosana también explicó la razón por la que ella piensa que su hermano era un
“amante cariñoso”. Dijo, “Él saca su miembro y yo me, casi me infarto, y él lo
guarda, y dice ‘bueno, si no te gusta así, pues entonces ya acabo’”. Esto ocurrió
al menos dos veces, pero nunca fue físicamente violento. También él le
obsequiaba regalos.
Rosana, la más pequeña de una familia de seis hijas e hijos, nació y creció en
la Ciudad de México, oyendo a su madre decir que [su madre] “vivía en
pecado”. Su madre había huido de un rancho ubicado en la región central de
México para establecer una relación permanente con un hombre casado con
hijos, y quien fuera el padre de Rosana. Identificó a su padre como “ausente”,
“poco afectuoso” y “muy incapaz”, y a su madre como “una vieja cabrona,
haciéndolo menos —¡igual que yo!”. En sus relaciones se comportó de forma
similar a su madre, dijo. “Él era el bueno y yo la cabrona”, afirmó al describir
cómo “humillaba” emocionalmente a quien fue su pareja durante doce años y
con quien había terminado recientemente.
El padre de Rosana vivía con ellos; él había tenido empleos de tiempo
completo con modestos ingresos, y su madre también trabajaba mucho, como
comerciante. En su ausencia, los hermanos adolescentes cuidaban a los más
pequeños. La hermana más grande sustituía a la madre.
Aunque Rosana no recuerda haber estado expuesta a ninguna amenaza, su
hermano “la encerraba” en el cuarto en el que abusaba sexualmente de ella.
Recuerda sentir un miedo intenso, pero también una sensación de placer físico
como parte de la experiencia coercitiva. Poco después ella empezó a
masturbarse, una experiencia que terminó por asociar con sentimientos de miedo
y culpa. Rosana recordó las furiosas palabras de su madre la primera vez que la
encontró masturbándose: “Es que tú tienes la culpa, por eso te andan haciendo lo
que te andan haciendo, eres una cabrona, pendeja, hija de la chingada”. Su
madre también la golpeó duramente y le jaló el pelo en un episodio que
antecedió a la persistente vigilancia de su madre para asegurarse de que no
“provocara” a ninguno de sus hermanos.
“Eso me dolió más que el abuso”, dijo Rosana al explicar que la intervención
punitiva de su madre evitó quizás que su hermano “abusara de ella” en el futuro,
pero le dejó una profunda impresión. “Y la verdad es”, dijo, “siempre hubo una
dominación masculina en mi casa ¿no? Nosotras éramos de segunda clase.
Siempre se nos hizo sentir así, hasta la actualidad. Y mis cuatro hermanos
varones, este… hicieran las chingaderas que hicieran, pues siempre fueron
aceptados ¿no?”.
Cuando falleció la primera esposa del padre de Rosana, su madre adoptó a
hijas e hijos de su relación anterior. “Y yo, pues veía cosas así, raras”, dijo, y
describió algunas de las cosas que presenció cuando se mudaron con ellos sus
medios hermanos:
• El medio hermano mayor de Rosana y su hermana mayor establecieron una
relación, pero era difícil determinar si era sexualmente coercitiva y abusiva o
voluntaria y romántica. Rosana también sospecha que él “abusó sexualmente”
de su propia hermana biológica.
• Otro medio hermano espiaba a la hermana mayor de Rosana cuando estaba en
la regadera. Solía llamar a su hermana “negra”.
• “Me duele más su abuso que el mío”, dijo Rosana mientras explicaba que le
hubiera gustado intervenir cuando tenía diez años y vio que dos de sus
hermanos adolescentes “abusaban sexualmente”, uno a la vez, de su sobrina de
cuatro o cinco años. Se trataba de la hija de la hermana más grande de Rosana;
la niña fue criada por la madre y el padre de Rosana. Uno de ellos también
abusó del hijo varón más pequeño de la familia.

“Sí me dolió mucho lo que me pasó con mi hermano, pero… me dolió más
todo lo permitido, todo lo que esta señora permitió”, dijo Rosana al argumentar
que su madre estaba perfectamente consciente de lo que ocurría en casa. “Y a lo
mejor ha sufrido igual que yo”, aclaró. Al referirse a su madre, Rosana dijo: “A
veces la odio, la desprecio, a veces siento un amor increíble por ella, ¿no?”.
“Yo ya perdoné a mi hermano, no sé, hasta hace unos diez años. Él no… él no
era responsable. Él fue un producto de una familia bien rara ¿no? Él nació, él,
este creció viendo cosas. ¿Qué más le quedaba por hacer?”, afirmó Rosana.
Explicó que a sus diez u once años su hermano tenía que trabajar mucho en las
bulliciosas calles de la Ciudad de México para contribuir con la familia;
terminaba tarde en la noche, y le hacían compañía trabajadoras sexuales de todas
edades. “Y no sé yo qué él haya vivido. Algo, porque si no, no se hubiera
generado el abusar de mí”, dijo. Y añadió “Mira, yo creo que mi hermano me
andaba a mí molestando, porque a él le dijeron que el sexo era malo y porque él
quería comprobar si era malo, ¿no? ¿Y cómo puede ser que lo que te hace sentir
rico sea malo? O tienen que enseñarte que con ella… ¿no? porque ella es tu
misma familia. Y porque ahí estaba la prohibición, que decía Freud”.7
Rosana se identificó a sí misma como bulímica, y dijo “la comida para mí ha
sido un consuelo” tras lo que pasó con su hermano, una forma de castigarse a sí
misma por el placer que experimentó con él. Ha asistido a sesiones de grupos de
apoyo para personas que usan la comida para enfrentar el dolor emocional. A
causa de la vergüenza, sin embargo, no ha podido hablar de sus experiencias con
su hermano en estas reuniones. Terminó la carrera de psicología y con el tiempo
estableció un próspero centro de aprendizaje donde promueve apasionadamente
los derechos humanos de niñas y niños. Siente que así ha sido capaz de
reconciliarse, de algún modo, con su niña interna, tan profundamente herida.
Nunca ha ido a terapia.
Otras mujeres que reportaron experiencias de violencia sexual a manos de sus
hermanos las identificaron como eventos aislados. Para algunas de estas mujeres,
dichas experiencias no representaron los reportes de violencia sexual más
relevantes durante nuestras entrevistas y, sin embargo, estas narrativas
comparten ciertas similitudes con otras que se discuten en esta sección.

Natalia

Natalia, una mujer casada de la Ciudad de México, explicó que hace poco su
hermano mayor toqueteó sus pechos “como si fuera un juego”. Ahora tiene unos
35 años, pero siempre ha tenido miedo de confrontarlo porque es “de mente
cerrada, arrogante e irritable”. Natalia, su hermano mayor y una hermana menor
comparten un pasado en común: su tío los desnudaba a todos al mismo tiempo y
abusaba sexualmente de ellos durante su niñez. El tío debía cuidarlos cuando su
madre estaba ausente, trabajando durante largas horas para poder mantenerlos.
Natalia también era blanco de violencia sexual por parte de otros hombres de su
familia, incluidos su padre, el padrastro de su mamá y su suegro. Natalia luego
descubrió que su madre y su hija también estaban expuestas a violencia sexual
en su familia. “La mayoría de los hombres son muy machistas, son muy dados a,
a que su palabra es la ley. Y tal vez por eso se da mucho”, dijo Natalia al aclarar
que la falta de atención de su madre y su padre, la falta de información y la
“mala suerte” también fueron responsables de lo que le ocurrió con su hermano.
En el capítulo siguiente exploro con más detalle la historia narrada por Natalia
en relación a su tío.

Luisa

Ella tenía ocho años cuando su hermano de dieciocho la obligó a masturbarlo


varias veces. Ahora, de unos cuarenta y cinco años de edad, ella es madre de tres
hijos y tiene una relación de convivencia con un hombre en Ciudad Juárez. Luisa
recordó la falta de privacidad y la vulnerabilidad que sintió al crecer en una
familia en la que quince miembros de su familia inmediata y extensa vivían en
casa de sus progenitores. Estos últimos procrearon once hijas e hijos; cinco eran
niñas y las más pequeñas, y Luisa era la de en medio. La madre y el padre de
Luisa recibían generosamente en su casa a sus hijas e hijos casados cuando
tenían problemas económicos, de modo que las parejas y los hijos respectivos se
mudaban automáticamente con ellos. Luisa comentó que su madre y su padre
tenían la privacidad de su propia recámara y disfrutaban una relación de aparente
respeto mutuo.
Además de lo que ocurrió con su hermano, Luisa experimentó distintas formas
de violencia sexual con su cuñado y su sobrino. Ambos abusaron de la hija de
Luisa y de dos de sus sobrinas. Su cuñado se exhibía ante las niñas y los niños de
la familia, los acosaba y violó a uno de los varones pequeños, el sobrino de
Luisa. Cuando ella reportó todo lo anterior a su madre y su padre, no le creyeron.
Se sintió ignorada. Sobre las agresiones sexuales por parte de su cuñado, su
madre le dijo “tú quieres hacer el matrimonio de tu hermana a un lado, quieres
deshacerlo”. “Le dije ‘¡No, a la jodida! ¡Cómo voy a estar aguantando todo
eso!”, exclamó Luisa al explicar que la violencia sexual terminó cuando ella se
mudó, unos años antes de nuestra entrevista.
¿Cómo explicó Luisa todo lo que ocurrió, en particular la experiencia con su
hermano? Dijo “Pues porque estábamos ahí todos, envueltos y todo. Y miraban
cosas que no debe. Yo le echo la culpa a eso”. También culpa a sus progenitores,
en particular a su padre, por no enseñarle a los hombres a respetar a las mujeres
de la familia. También usó las palabras “maniático” y “mañoso” para referirse a
los hombres de su familia que la violentaron sexualmente, hombres “que no
están a gusto si no tocan a una mujer”. Al considerar el porqué de la agresión
sexual de su cuñado, dijo “Mi hermana no le daba nada, sexualmente. Se le
negaba y él andaba buscando algo, algo para desquitarse, pero se iba conmigo.
Pues nunca me pasó nada ¿por qué? Porque yo sola me defendía”.
PARA ENTENDER EL INCESTO HERMANO-HERMANA

Como muestran estas narrativas personales, las mujeres que entrevisté


experimentaron formas complejas de violencia sexual a manos de sus hermanos
biológicos. Como hermanas e hijas tuvieron relaciones únicas y distintas con sus
respectivos hermanos, madres y padres. Sin embargo, sus narrativas de vida
comparten patrones comunes, algunos de ellos incluyen los siguientes:

Relación hermana-hermano

La calidad emocional de las relaciones hermana-hermano puede variar. Antes de


que ocurrieran sus experiencias de violencia sexual algunas mujeres describieron
relaciones amorosas, cercanas y emocionalmente significativas con sus
hermanos; otras ya habían vivido alejamientos, conflictos y tensiones en estos
vínculos familiares; y otras más se encontraban en algún punto intermedio de
estas posibilidades. Algunas mujeres reportaron sentimientos de amor y de
preocupación por un hermano, incluso después de que la violencia sexual tuviera
lugar. No obstante, la ocurrencia de la violencia sexual con frecuencia deterioró
la calidad de sus relaciones familiares.

Relación entre hijas y madres

La relación hija-madre también incluía configuraciones y expresiones


emocionales contrastantes, las cuales incluían los sentimientos y actitudes de las
mujeres hacia sus madres, así como reportes de las reacciones de sus madres
hacia ellas, en particular una vez que se enteraron del abuso. La relación hija-
madre reflejaba un amplio espectro emocional, que iba desde la hija que sentía
amor, preocupación, respeto y cercanía hacia la figura materna, hasta la que
sentía miedo, tensión y distancia hacia su madre. Las mujeres experimentaron
varias posibilidades emocionales entre ambos extremos, incluyendo (pero sin
limitarse a) ambivalencia o sentimientos encontrados de amor y rabia hacia una
madre ausente o desempoderada. Estos sentimientos se alternaron y (o)
combinaron en diferentes etapas de sus vidas personales, en particular según cuál
fuera la reacción de la madre al conocer la experiencia de abuso. Las mujeres no
siempre le contaban a sus madres acerca de las experiencias con sus hermanos y
sólo una minoría de las madres parecían haber conocido esas historias. Las
respuestas de quienes sí se enteraron de lo ocurrido oscilaron entre culpar a la
hija por “provocar” al hermano y castigarla, o en algún momento apoyar a una
hija. Sin embargo, entre estos dos puntos hubo madres que reaccionaron en
formas inesperadas, lo que con frecuencia provocaba sentimientos de abandono
y desprotección en una hija. Algunas de las mujeres que mantuvieron el secreto
sabían bien del potencial predicamento para una madre, quien se sentiría
emocionalmente dividida y conflictuada con tan sólo enterarse de que un hijo
había abusado sexualmente de una hija.

Relación entre hijas y padres

La relación hija-padre también tenía posibilidades complejas y contrastantes;


estas reacciones reflejan los sentimientos de las hijas hacia sus padres, así como
lo que reportaron sobre las reacciones de sus padres hacia ellas como hijas, en
particular una vez que se enteraron del abuso. Tal y como ocurrió con el abanico
de relaciones entre hijas y madres, las relaciones entre hijas y padres reflejaron
un continuum que iba desde la hija que tiene sentimientos de amor,
preocupación, respeto, cercanía y a veces idealización de la figura paterna, hasta
la hija que creció sintiendo miedo y distancia emocional hacia un padre al que
percibían como emocional y (o) físicamente ausente o débil. En ocasiones las
mujeres no le contaron su experiencia a su padre por miedo a que esto acarreara
consecuencias negativas, por ejemplo, que el padre matara al hermano. En los
pocos casos en los que los padres se enteraron de que uno de sus hijos abusaba
de su hija, la hicieron responsable por el abuso, no le creyeron o la ignoraron.
Las mujeres que fueron criadas por madres solteras (o por sus abuelos) parecen
sentir nostalgia por una figura paterna que estaba física y emocionalmente
ausente.

Las percepciones de las mujeres hacia sus progenitores

Las mujeres desarrollan percepciones particulares de su madre y su padre


cuando los identifican como pareja y como progenitores, en especial al tratar de
entender sus experiencias con sus hermanos. Como pareja, madre y padre son
percibidos como los responsables del abuso sexual, sobre todo cuando
estuvieron física o emocionalmente ausentes, no disponibles o sin conocimiento
alguno de lo ocurrido, por diversas razones, incluyendo, entre otras, el divorcio,
problemas conyugales, el trabajo y la supervivencia, y una vida cotidiana
atareada. Madres y padres que permanecieron en silencio o herméticos con
relación a temas sexuales y (o) que asociaban el sexo con el castigo y como algo
“sucio” también se consideran responsables de la experiencia de abuso sexual.
Las mujeres que fueron criadas por parejas que vivían una relación conyugal
tradicional (es decir el padre es el trabajador de tiempo completo y el proveedor,
y la madre, el ama de casa de tiempo completo) pueden percibir al padre como
ideal, por trabajar duro y mantener a la familia, mientras que culpan a la madre
por no “hacer su trabajo”, es decir, brindarles atención y cuidado, y por lo tanto
descuidar a hijas e hijos y no comunicarse bien con ellos, en particular con sus
hijas. De todas formas, una hija puede ser crítica de su padre por no haberle
enseñado a sus hijos a respetar a las mujeres. En todos los casos las mujeres
entendían la violencia emocional, física o sexual como parte de un complejo
historial de violencia sexual dentro de sus familias inmediatas y extensas.

Cómo las mujeres interpretan sus experiencias

Las mujeres interpretan y dan sentido a sus experiencias de violencia sexual


conforme tratan de explicar el comportamiento de un hermano. Algunos
elementos de estas explicaciones incluyen, primero, que un hermano que abusa
sexualmente de una hermana lo hace en respuesta a fuerzas sociales externas que
incluyen, pero no se limitan a: a] que los varones al crecer son estimulados por
pornografía o actividad sexual en un hogar que carece de privacidad; b] los
varones son víctimas del sistema, es decir, son criados en un hogar disfuncional
y expuestos en forma precoz al sexo comercial, y viven en la pobreza; c] los
jóvenes están expuestos a discursos religiosos cristianos sexualmente represivos
que promueven una doble moral, y d] los varones usan la violencia contra la
hermana como un escape para sobrellevar experiencias de vida difíciles, tales
como el divorcio de los progenitores. Y, en segundo lugar, perciben al hermano
como un “hombre sin remedio” que, en el mejor de los casos, tiene curiosidad
sexual, pero la explora en el lugar equivocado; en el peor, es un hombre
“maniático” o “mañoso” que “necesita tocar mujeres”, o un “hombre enfermo”
con necesidades sexuales y emocionales insatisfechas.
Expresiones y patrones de la violencia sexual

La violencia sexual se manifiesta en expresiones y patrones múltiples pero


consistentes. En primer lugar, la violencia sexual contra una hermana puede
durar muchos años (a veces más de diez) o ser un “incidente” o experiencia que
ocurrió una sola vez. Sin importar la duración, la experiencia deja una profunda
huella en la vida de la niña, especialmente en relación a como son vivenciadas
una etapa determinada de la vida (por ejemplo, la infancia o la adolescencia), la
sexualidad y las relaciones de pareja. En segundo lugar, el sexo coercitivo no
siempre está acompañado por fuerza física, y un hermano puede usar
expresiones de afecto y una exquisita manipulación psicológica como parte de la
experiencia que se presenta como “diversión” o “un juego” y que a veces incluye
regalos o dinero. En tercer lugar, en una forma de incesto en serie, el hermano
que ejerció sexo coercitivo contra una hermana puede intentar lo mismo con
otra; además más de un hermano puede violentar sexualmente a una misma
hermana, una actividad que en ocasiones se orquestra colectivamente entre
hermanos. En la mitad de los casos también hubo otros hombres de la familia
que ejercieron violencia contra estas mujeres, entre otros padres, primos, tíos,
abuelos, parientes políticos y amigos de la familia. En cuarto lugar, las niñas no
siempre reciben amenazas o se les dice que guarden silencio sobre la
experiencia, lo que causa infinidad de sentimientos encontrados cuyo núcleo es
la confusión y el miedo. En quinto lugar, en la mayor parte de los casos, las
mujeres recuerdan sus experiencias como dolorosas o repugnantes y, para la
minoría que identificaron sentimientos de placer físico, también se asocian con
culpa y vergüenza. En sexto lugar, aunque la mitad de las mujeres eran la menor
de las hijas, o el miembro más joven de la familia, las mujeres también tienen
otros órdenes de nacimiento en sus familias, tales como la segunda hija, la hija
mayor, la hija de en medio o uno de los miembros más jóvenes, en particular en
familias grandes. Finalmente, en más de la mitad de los casos se refleja la
imagen de una niña no mayor de diez años de edad y a un hermano adolescente
cuando ocurre el primer incidente. Si bien en la mayor parte de los casos los
hermanos son considerablemente mayores que sus hermanas, las niñas no
siempre fueron pasivas sino que se defendieron, resistieron y exploraron formas
de enfrentar lo que ocurría, sobre todo al crecer y hacerse físicamente más
grandes y fuertes.
¿Cómo explicamos las experiencias de estas mujeres con sus hermanos?
Algunas de las dinámicas responsables parecen tener sus orígenes en los mismos
procesos que dan lugar a las hijas conyugales y a las sirvientes maritales. La
servitud de género, por ejemplo, puede explicar las expectativas de un hermano
de que una hermana “le sirva” más allá de una amplia gama de actividades y
responsabilidades del hogar que tradicionalmente se le asignan a las niñas y a las
mujeres en las familias, y cruzar la delgada y difusa línea para que además su
hermana satisfaga sus necesidades e impulsos sexuales. Más allá de esta
interpretación general, en la siguiente sección ofrezco algunas reflexiones con un
fundamento feminista.

Subrogación sexual familiar

“Aquí en México es una cuestión, mucho… esta parte de que el hombre debe
saber todas las cosas en cuanto al sexo y que no puede hacer el ridículo con
alguien… pues mejor aprender con una hermana.” Afirmó esto una
psicoterapeuta, con un tono sarcástico, crítico y severo a esta idea, la cual
muchas personas consideran válida. Ella trabaja en la Ciudad de México y tiene
más de diez años de experiencia profesional con mujeres y sus familias en la
prevención y el tratamiento de la violencia sexual. En su práctica profesional ha
aprendido, por ejemplo, que las mujeres recuerdan que su complejo historial de
violación u otro tipo de agresiones sexuales a manos de sus hermanos comenzó a
edades específicas, con mucha frecuencia cuando ellas iban a la escuela primaria
y sus hermanos eran adolescentes e iban a la secundaria. “¿Por qué pasa eso?”, le
pregunté. Ella explicó: “Algo está pasando con la cuestión de la educación
sexual que no se atreven a iniciar su vida sexual con alguien fuera de casa, sino
con alguna hermana y generalmente toman a la hermana más pequeña”. Ella no
ahondó en las razones, presumiblemente complejas, por las cuales los hombres
adolescentes a los que se refiere no quieren arriesgarse a explorar su vida sexual
fuera de sus familias. Sus agudas reflexiones, sin embargo, resuenan en los
testimonios de las mujeres que entrevisté y sugieren la siguiente interpretación
de tales configuraciones incestuosas: la amplia gama de expresiones de violencia
sexualizada por parte de un hermano mayor hacia una hermana más joven (desde
experiencias aisladas, hasta coerción sexual y violaciones sistemáticas) revelan
las funciones específicas que la niña puede desempeñar para el joven.8 Es decir,
cuando en estas familias incestuosas un hermano sexualiza y cosifica
sexualmente a una hermana, ella se convierte en un objeto sexual que también
fue educado para desempeñar una servitud de género (es decir, servir a otros en
la familia), y se convierte, a fin de cuentas, en lo que identifico como una
“sustituta sexual familiar”. Como sustituta sexual familiar, una hermana es el
objeto sexual que desempeña funciones sexuales específicas para un hermano,
especialmente mientras crece en una familia patriarcal que con frecuencia guarda
silencio, no tiene conocimiento, y (o) castiga todo lo relacionado con sexo y que
se constituye en el vehículo fundamental para la reproducción de ideologías y
prácticas complejas que oprimen a las mujeres en la sociedad en general.
“Una hermana es como una muñeca inflable”, aseveró una psicoterapeuta
durante la etapa de discusión en un taller que dicté en Monterrey, en 2013. Como
parte de su amplia experiencia con casos de abuso sexual de niñas, niños y
mujeres, recordó el caso de un joven varón con quien trabajó como terapeuta y
que de manera honesta le confió: “tenía ganas y no sabía con quién”. El joven
había abordado sexualmente a su hermana menor.
En términos simbólicos, cuando la sociedad mexicana le da a las niñas
muñecas de plástico para que jueguen, para entrenarlas socialmente y para que
participen en su performance de género en edad temprana como mamá y papá en
un matrimonio heterosexual, en estas familias incestuosas, estas mismas niñas se
convierten en las muñecas sexuales de sus hermanos con las que estos jóvenes
varones juegan, aprenden y practican sus primeras lecciones de vida sobre
heterosexualidad, masculinidad hegemónica y el patriarcado. Una hermana que
se transforma en una sustituta sexual familiar se convierte en la sustituta sexual
temporal, en la muñeca sexual de un hermano en proceso de maduración,
sexualmente curioso, que puede “usarla” para descubrir y aprender sobre los
laberintos de la manipulación emocional, los afectos, la seducción, los secretos y
las aventuras en las relaciones con mujeres; para explorar formas estratégicas de
usar material pornográfico; y para participar en prácticas delicadas y matizadas,
así como brutales y grotescas de control emocional, sexual y físico hacia las
mujeres. Una hermana pequeña que se convierte en una sustituta sexual familiar
le ofrece a un hermano mayor la oportunidad de explorar su vida sexual en un
contexto relativamente seguro por los privilegios derivados de su género, edad,
tamaño corporal y fuerza física. En estos procesos de violencia sexualizada los
varones se convierten en jóvenes heteropatriarcas en formación. En palabras de
la intelectual feminista radical Catharine MacKinnon: “La sexualidad masculina
aparentemente es activada a través de la violencia contra las mujeres y se
expresa a sí misma en la violencia contra las mujeres a un grado significativo”.9
Isaías es uno de los hombres que entrevisté y su narración sobre las
experiencias vividas arroja luz sobre estas dinámicas. Ahora en sus veinte años
de edad, es el único varón en este estudio que reportó haber mantenido
intercambios sexuales con una hermana biológica durante un periodo de tiempo
prolongado e ininterrumpido. Era el hijo mayor de una numerosa familia de
clase trabajadora de Guadalajara. Explicó que tenía unos diez años y su hermana
siete cuando comenzaron los intercambios sexualizados entre ambos, “como
jugando” y más tarde se convirtieron en “una experiencia” para ambos. Hermana
y hermano empezaron a tocarse uno al otro, desnudos de noche o cuando sus
progenitores no estaban en casa durante el día; estos intercambios ocurrieron en
forma rutinaria y duraron por espacio de ocho años. Sin embargo, cuando él
tenía quince o dieciséis años, comenzó a darse cuenta de algo: “Bueno, porque
yo ya estaba acá empezando a tener relaciones con la chava, de tal parte de con
mi hermana, nada más digamos con mi hermana, una carneada como nosotros le
llamamos, estarle tocando su cuerpo nada más. Nada más hasta ahí, pues con las
otras tenía un poco más que besos, penetración vaginal, todo. Mejor dije, es mi
hermana y mejor ya hasta aquí”.
Cuando le pedí a Isaías que profundizara en esta idea, continuó: “Bueno,
como te acabo de decir, es porque empecé a agarrar de carnes de otro ganado. Y
eso fue lo que me empezó, empecé yo a ver mejor pararle ahí en la casa y
empezar por otro lado.” Cuando le pedí que desarrollara la idea de la “carne de
otro ganado” dijo, riéndose, “Bueno, digamos, es parte de la familia y hay que
respetar también a la familia”.
Le pregunté a Isaías si ponerle fin a sus encuentros sexuales fue decisión suya
o de ambos. Respondió: “Digamos, mía, porque a ella ni siquiera le he dicho que
yo haya tomado esa decisión, sino le dije, porque yo como empecé a trabajar y
todo eso (viajar fuera de Guadalajara), le dije, ‘Mejor hay que dejarle ahorita
porque no...’ Y pues ya desde ahorita no he visto que ella diga nada, yo no he
dicho nada. Estamos tranquilos los dos”.
Isaías comenzó a tener aventuras con otras mujeres, a viajar fuera de
Guadalajara por trabajo y a permanecer fuera de la ciudad por cuatro o cinco
meses. Los encuentros con su hermana se hicieron cada vez menos frecuentes,
hasta que terminaron por completo cuando él tenía dieciocho años, dos años
antes de nuestra entrevista. ¿Cómo ve Isaías todo esto en retrospectiva? “Bueno,
no digo que me arrepiento pero sí me duele un poco”, dijo.

Heteropatriarcas en formación:
un continuum de violencia sexual

“Pienso que el abuso sexual se da porque los hombres pueden hacer con su
sexualidad lo que desean, sin límites”, afirmó una experimentada abogada y
consultora jurídica de Monterrey que desde hace más de tres décadas se
especializa en abuso sexual de menores y en derecho familiar. Si la sexualidad
de los hombres en el patriarcado no tiene límites sexuales, me pregunté ¿qué
sugiere la investigación empírica sobre el sexo consensual, la heterosexualidad y
la violación, más allá del feminismo radical y de otros influyentes textos
canónicos? La socióloga, investigadora y activista británica Liz Kelly ofrece una
posible respuesta a través de lo que identifica como el “continuum de la
violencia sexual”, un concepto que se desprende de su investigación con mujeres
que habían tenido experiencias de violencia sexual.10 El continuum sugiere que
la violencia sexual existe en la vida de la mayor parte de las mujeres en formas y
expresiones complejas, y que todas las mujeres se encuentran con alguna forma
de violencia sexual en algún momento de su vida. De hecho, todas ellas
reportaron, selectivamente, haber estado expuestas a una gran diversidad de
formas de violencia sexualizada, ejercida por hombres de contrastantes edades y
dentro de un amplio rango de relaciones humanas y contextos sociales que van
más allá de la familia, y que incluían conocidos, amigos y parejas sentimentales,
compañeros de salón, maestros de escuela y universidad, personal de
mantenimiento de la escuela, sacerdotes y sacristanes, compañeros y
supervisores en el trabajo (incluyendo algunos funcionarios públicos de alto
nivel y un gobernador), médicos y psicólogos, vecinos y desconocidos, acoso en
la calle, toqueteos en el transporte público y en otros espacios sociales (como
plazas y tiendas) y violación tumultuaria, entre otros.11 Es por esto que separar a
algunas mujeres del resto de ellas, e identificarlas como “víctimas” resulta
problemático.
Así, el trasfondo o continuum que atraviesa la experiencia subjetiva única de
una mujer y las experiencias de violencia sexual compartidas en común por
todas las mujeres, parece sugerir que el sexo heterosexual consensual y la
violación pueden tener más en común de lo que una estaría dispuesta a aceptar.
Esto se ilustra a través de las vivencias narradas en torno a las configuraciones
incestuosas hermana-hermano que algunas mujeres, por ejemplo, evocan como
físicamente placenteras pero también peligrosas. Por ejemplo, Rosana tenía ocho
años de edad cuando su hermano, de dieciocho, se comportó con ella como un
“amante cariñoso” que nunca fue verbal o físicamente violento, que no continuó
con sus aparentes intenciones de penetrarla vaginalmente cuando se asustó y que
la tocaba de formas que se sentían físicamente estimulantes para ella, todo esto
al tiempo que se encontraba encerrada en un cuarto bajo llave y experimentaba
un miedo intenso. Poco después, cuando su madre la encontró masturbándose,
Rosana fue severamente castigada por estimularse y por “provocar” a su
hermano.
En resumen, la desigualdad de género que fomentan los silencios sexuales, los
dobles estándares de moralidad, el sexismo internalizado y error de
reconocimiento —misrecognition— de una madre, así como otras ideologías y
prácticas sexistas que regulan la vida familiar, potencian la infinidad de
posibilidades que tiene un hermano para explorar su sexualidad con su hermana
mientras ésta decodifica un continuum de violencia sexual. Al tomar a una
hermana y violarla, algunos jóvenes varones pueden tanto iniciarse con
seguridad en la heterosexualidad como confirmar su hombría heterosexual
dentro del microcosmos patriarcal de sus familias incestuosas. Como una
performance de heterosexualidad en su expresión más extrema, el acto de la
violación puede convertirse en un hábito repetitivo para un joven que puede
satisfacer un impulso o fantasía sexual al tiempo que también refrenda su
identidad heterosexual y se beneficia de su temprana cosecha del privilegio
patriarcal. Así aprende que hay una amplia variedad de expresiones de violencia
sexualizada y heteromasculinidad que van de la mano como algo que es posible,
permisible y gratificante. Salirse con la suya y además sentirse seguro al
practicar estos comportamientos se convierte en parte de la socialización
emocional del niño varón dentro de la familia. Violar a una hermana puede
brindarle a un hermano parte de la formación social inicial que lleva a los
hombres a recibir una ganancia social, que como grupo social, ellos reciben por
parte de las mujeres, lo que R. W. Connell identificó como el “dividendo
patriarcal”, es decir, “las ventajas que los hombres en general obtienen de la
subordinación generalizada sobre las mujeres”.12
La marginación socioeonómica y el privilegio moldean selectivamente todos
los procesos de género antes mencionados en formas tanto explícitas como
sutiles. Primero, la cosificación sexual de las mujeres a las que se contrata para
realizar labores del hogar se ha documentado en México.13 Estas trabajadoras
del hogar —con frecuencia mujeres pobres y (o) indígenas— son el blanco de la
coerción y hostigamiento sexual de sus patrones varones, una tradición que
existe también en toda América Latina.14 Es decir, una familia que contrata a
una trabajadora del hogar no sólo compra y explota la mano de obra de una
mujer pobre sino que también pudiera obtener ciertas formas de “protección
estructural” para una hija: la trabajadora del hogar soportará la posible coerción
sexual de la que podrían ser blanco las mujeres jóvenes de la familia. En las
familias incestuosas esto se ve agravado por el hecho de que ella pueda ser
percibida como “parte de la familia”.15 En resumen, las trabajadoras del hogar
que están expuestas a distintas formas de violencia sexual (desde el
hostigamiento sutil hasta la violación) por parte de los varones de las familias
que las contratan, cargan sobre sus hombros un aspecto peligroso de la servitud
de género que se espera de las hijas. En casos extremos, sin embargo, tanto las
trabajadoras del hogar como las hijas, pueden volverse blanco de un padre
sexualmente violento, tal como se ilustra en el caso de Maricruz en el capítulo
anterior. Una trabajadora del hogar puede experimentar lo anterior cuando se le
contrata en cualquier estrato socioeconómico. Las familias de clase trabajadora
pueden contratar mujeres pobres como trabajadoras del hogar o como nanas, y
allí corren el mismo riesgo de estar expuestas a hombres que las cosifiquen y las
agredan sexualmente, como en la historia de Manuel, uno de los hijos de
Sánchez.16
En algunas familias de clase alta, media alta y media, sin embargo, comprar la
dimensión sexualizada de la servitud de género a través de una trabajadora del
hogar no significa que las niñas y las jóvenes estén automáticamente exentas de
estos peligros. Algunas familias de clase media alta tienen “genealogías
familiares del incesto” bien establecidas, un concepto que incorporo y discuto en
el capítulo siguiente y que en ocasiones eclipsa el privilegio de clase. Renata,
por ejemplo, que nació y creció en una familia de clase media alta en la Ciudad
de México y que fue abusada sexualmente por sus dos hermanos, narró de qué
forma se desató la ola de violencia sexual que afectó a su hermana y a algunas de
sus primas, todas educadas en el mismo estrato socioeconómico de privilegio.17
Para las niñas y las mujeres que viven en la pobreza y la marginación —tanto
urbana como rural— la servitud de género dentro de las familias puede ser aún
más intensa, en parte porque la trabajadora del hogar no está presente como
“protección estructural”. Aunque la pobreza pudiera tener consecuencias en
extremo severas para las mujeres que viven en contextos urbanos marginados, su
expresión más brutal puede encontrarse en áreas rurales y económicamente
deprimidas, donde el efecto combinado de la falta de acceso a la educación y a
empleos remunerados puede tener consecuencias devastadoras para las niñas y
las mujeres. Así, el riesgo de las mujeres ante las formas intensas de cosificación
sexual puede verse magnificado en estos contextos socioeconómicos rurales,
especialmente allí donde el aislamiento geográfico provoca falta de
comunicaciones y transportes, y no existe una estructura jurídica o, si la hay, está
mal equipada en comparación con el sistema legal del país, de por sí deficiente y
corrupto. El efecto combinado y multidimensional de fuerzas socioeconómicas y
culturas regionales específicas que comprometen selectivamente las condiciones
de vida y el bienestar de las niñas y las mujeres da origen a “patriarcados
rurales”, una de las variedades de los patriarcados regionales que existen en la
sociedad mexicana contemporánea.18 Con un complejo historial conformado por
múltiples casos de violencia sexual contra niñas en su familia inmediata y
extensa, el caso de Maclovia es el que mejor ejemplifica este proceso para
mujeres que viven en una población rural de la región central de México. “Está
muy alejado, como dicen, de la civilización”, dijo al describir su rancho. Y
agregó: “Es un lugar que pues en cualquier monte pueden pescar a la muchacha
y violarla y nadie se entera. Es un rancho muy grande que viven como unas siete
familias diferentes. Y ahí en todas las familias, le aseguro que todas las
muchachas han salido violadas. No hay muchacha que no haiga salido violada,
por los mismos padres, por los mismos hermanos”.
Otras informantes y especialistas que entrevisté estaban también
familiarizadas con casos parecidos y compartieron historias que tuvieron lugar
en ranchos y pueblos, incluyendo lo que una de las profesionistas identificó
como “endogamia” al hablar sobre el matrimonio dentro de la familia extensa y
entre parientes más lejanos, lo que puede conllevar un cortejo consensual y una
relación romántica. Estas configuraciones románticas existieron en el México
colonial y también han sido identificadas en la sociedad contemporánea.19

A LA PRIMA SE LE ARRIMA: LAS MUJERES Y SUS PRIMOS

Elba

“Vinimos a visitar a mis tíos, y hubo un primo que también abusó de mí”,
recordó Elba, quien, como se discute en el capítulo siguiente, tuvo un largo
historial de violencia sexual a manos de su tío. Elba, que ahora tiene unos 35
años de edad, explicó así lo sucedido en casa de su primo.

De hecho, íbamos de paso, de viaje aquí en México. Y nos quedamos a dormir una noche en la
casa de ellos. Yo recuerdo que a mí me gustó un juguete que él tenía y se lo pedí. Me dijo,
“bueno, te lo presto pero con una condición”. [silencio] Cuando él me lo dijo, la condición era
que le chupara el pene… Inicialmente le dije que no, pero él me insistió “Nada más un poquito
y luego te lo voy a prestar, vas a poder jugar con él”. Acepté. Y bueno, ya cuando él se retiró
pues ya me prestó el juguete y yo me fui.

Este incidente tuvo lugar una sola vez, cuando Elba tenía unos siete años de
edad y su primo dieciséis o diecisiete. Ella nunca le contó a nadie al respecto.
Sin embargo, en una conversación casual una prima próxima en edad le comentó
algo sobre el mismo primo. Ella exclamó: “¡Ay, ese primo es un cochino!” Elba
se sintió legitimada al enterarse de que él había obligado a su prima a realizar los
mismos “actos y acciones”. Ambas intercambiaron sus respectivas experiencias
con su primo, y Elba recordó la expresión que usaban para referirse a él: “es un
primo muy puerco”. Era el hijo del tío de Elba, el hermano de su madre.

Esmeralda

Tal como se ilustró en la introducción a este capítulo, Esmeralda es una mujer


con formación universitaria que fue sexualmente agredida por sus primos, con
frecuencia y a lo largo de muchos años, cuando todos convivían como parte de la
familia extensa en la casa de su abuela paterna. Esmeralda, nacida y criada en
Guadalajara, desempeñó el papel de hija parental mientras su madre y su padre
trabajaban muy duro para mantener a una numerosa familia. “Nunca había
tiempo para eso [el amor]”, dijo, y explicó que desarrolló una relación emocional
distante con su madre y su padre, que siempre estaban ocupados, trabajando. En
su ausencia, la abuela paterna se volvió la fuente de amor más importante para
Esmeralda. El hogar de la abuela se convirtió en un símbolo de amor y de
comodidad, pero también de peligro y de confusión. La casa de la abuela era el
lugar predilecto para hacer reuniones con la familia extensa —especialmente con
las primas y los primos—, y no siempre se sintió segura. Esmeralda pronto se
dio cuenta de que tenía que estar en permanente vigilancia para protegerse de sus
primos, en particular de uno de ellos. Esto comenzó a pasar cuando ella tenía
unos diez años de edad y sus primos adolescentes eran al menos tres o cuatro
años mayor que ella. Esmeralda recordó con claridad muchos de los episodios
que ocurrieron en casa de su abuela a lo largo de unos cuatro años,
aproximadamente. Además del primo que la acosaba activamente, dos o tres
primos más también estuvieron involucrados en estos acontecimientos.
“Me quedé así, paralizada”; ésa fue la reacción de Esmeralda cuando su primo
entró a uno de los cuartos de la casa y le tocó sus tiernos senos. Con frecuencia
él y otros primos la espiaban mientras se bañaba. También la violentó
sexualmente de otras formas y en presencia de primos que lo festejaban, se reían
y se burlaban de ella. “Pues yo me sentía como que, como culpable ¿no? Decía
bueno, ¿por qué a mí?, ¿por qué viene y toca? ¿Por qué a las demás no y a mí me
toca? O sea, ¡¿por qué yo?!” dijo Esmeralda al recordar un incidente durante el
cual él se montó sobre ella y frotó el área de sus genitales contra el cuerpo de
ella en presencia de su madre. “¡Mamá, mira!”, gritó, rogándole que le ayudara,
pero estaba ocupada cosiendo y al parecer “como que no le daba importancia mi
mamá”, Esmeralda dijo. Y añadió: “Descuido, negligencia. Mi mamá, dice mi
papá que es muy ingenua, dice “tú eres muy ingenua”. La tía paterna que estaba
a la vista cuando Esmeralda vivió algunas de estas experiencias con sus primos
tuvo una reacción similar.
Esmeralda nunca habló con nadie con respecto a estas experiencias. ¿Por qué?
“Muy tonta era mi manera de pensar”, dijo al explicar que le hubiese gustado
que su tía paterna hubiera estado al tanto e interviniese. Al mismo tiempo, sin
embargo, Esmeralda trató de asegurarse de que su tía, otras tías de ambos lados
de la familia, su abuela y su madre y su padre no se enteraran de estos eventos.
Describió a sus tías paternas de mentalidad “cerrada”. No recibió ni de su madre
ni de su padre ninguna información sobre salud reproductiva o higiene. Su
madre la regañaba cuando leía sus libros sobre reproducción sexual y se sentía
“culpable y sucia” en lo referente a temas sexuales mientras crecía.
“Estaba más preocupada por cubrir, porque seguramente pensaba que si se
daban cuenta, pues a mí también me iba a ir mal ¿no? O sea, muy mal, pensaba
muy mal [risa] en ese tiempo, erróneamente.” Más tarde añadió, “Pues para que
no me fueran a llamar la atención de decir yo soy la culpable, la sucia, la
cochina”. Aunque se sentía querida y protegida por su abuela, Esmeralda nunca
le dijo nada porque no quería “hacerla sentir mal”. Y por vergüenza tampoco le
dijo a su mamá o su papá. En su silencio se sintió validada cuando se enteró de
que su prima (hija de la hermana del padre de Esmeralda) había tenido
experiencias similares cuando tenía trece años, o quizá mayor, de dieciséis años
de edad. El hermano mayor del primo que violentó a Esmeralda similarmente
agredió a su prima mayor. Su tía los descubrió cuando él estaba encima de ella.
Al parecer el incidente no tuvo consecuencias negativas para él.
“Sí, porque no había más ¿no? Y era muy poquita la gente que vivía aquí. Era
una, pues muy poquita, un pueblo, un rancho muy pequeño ¿no? Muy poca
gente”, dijo Esmeralda al comentar que el matrimonio entre hombres y mujeres
que comparten lazos consanguíneos no es inusual en algunos pueblos de Jalisco,
cercanos a su propia ciudad. Al reflexionar sobre estos temas, Esmeralda habló
sobre algunas historias que había escuchado en su familia inmediata y extensa.
“Digo que no es tanto abuso, yo más bien lo ubico como incesto”, dijo al
explicar que uno de sus primos tuvo un hijo con la hija de su propio hermano.
Recordó la historia de una mujer y un hombre que son primos segundos y que
están actualmente casados. Y finalmente, ha escuchado rumores de que su padre
tiene relaciones sexuales con la esposa del primo de Esmeralda.
“Yo pienso que lo perdoné”, admitió Esmeralda al hablar sobre las formas en
las que ha tratado de entender las experiencias que vivió en casa de su abuela.
“Pienso que ellos eran más pobres que nosotros y yo creo que veían a mis tíos
teniendo relaciones sexuales. No tenían puerta. Una recámara nada más y en el
comedor dormían, o sea, todo se comunicaba. Y yo creo que veían o veía a mis
tíos ¿no? Y pues yo pienso que no sé, le agradaba mi cuerpo ¿no? Simple y
sencillamente quería saber qué se sentía tocar [a una mujer]”, ahondó en esto, y
dijo que tal vez la pornografía y la falta de información en la vida de los
hombres adolescentes eran las razones por las que todo esto le ocurriera a ella.
Con el tiempo, el primo de Esmeralda dejó de agredirla sexualmente. ¿Cómo
ocurrió esto? Ella explicó: “Pues ya tuvo amigas ¿no? Novias, tal vez. En la
secundaria donde él, porque él hizo la secundaria en otro lugar. Yo creo que tuvo
novia ahí, o tuvo relaciones sexuales con alguien”. Esmeralda se sintió más en
paz, pero estas experiencias dejaron una huella en su vida. “Que sí me afectó
mucho lo que hizo. Porque no le platiqué, que yo no me veía en el espejo cuando
estaba en la secundaria, porque me creía una mujer horrible, la más horrible de
todas las mujeres, Y pues ¿cómo iba a permitir que un hombre se acercara a
mi?” dijo al explicar que su vida sexual había sido “promiscua” porque había
tenido sexo con hombres sin que existiera un vínculo amoroso, afectuoso.
Aunque no lo asocia con las experiencias con sus primos, tanto Esmeralda como
su madre tuvieron quistes uterinos que requirieron cirugía. Nunca ha
experimentado un orgasmo y fue muy enfática al afirmar “me sigo, muchas
veces, sinitiendo utilizada por los hombres”.
Esmeralda tenía unos 25 años cuando su tío materno tocó sus genitales en el
asiento trasero del automóvil mientras toda la familia viajaba. Ella ha estado
expuesta a frecuente acoso sexual en la calle, en el trabajo, en el autobús y en el
confesionario, por parte de un sacerdote quien fuera acusado oficialmente por
muchas mujeres por abusar sexualmente de niñas y mujeres en la iglesia católica
a la que iba a actividades religiosas.
Al igual que Esmeralda, otras mujeres en este estudio recordaron incidentes
con sus primos. Sin embargo, a diferencia de ella, estas mujeres mencionaron
que tales experiencias ocurrieron sólo una o dos veces y en circunstancias y
contextos familiares específicos.

Nancy

“Pues también me pasaba la mano, acariciándome mi cuerpo, todo. Pero ¿por


qué? ¿Por qué a mi? Siempre yo no me explicaba y siempre he dicho ¡¿por qué
yo?!”, exclamó Nancy, de Ciudad Juárez, al describir las experiencias que tuvo a
los doce o trece años de edad a manos de un primo más joven que ella, de unos
diez años. Un segundo primo que identificó como un “soldado” también la
toqueteó dos veces. Tras la segunda vez ella habló al respecto con su abuela,
pero reportarlo no resultó ser una intervención efectiva ni conllevó alguna
consecuencia para los varones. Ella tenía unos nueve años y él, un poco más de
veinte. Poco antes de nuestra entrevista un primo adolescente, de unos trece o
catorce años de edad, la violentó sexualmente mientras dormía. Ahora, a sus casi
treinta años, recordó:

Incluso estaba yo dormida y me pasó sus manos por los pechos... me pasó por los pechos y ya
me moví yo y ya le siguió otra vez, y me apretó el pezón. Y ya le quite la mano y le fui… digo
¡Ay señor, ayúdame ¿qué hago?! Incluso al siguiente día le dije a mi tía “¿sabes qué? tía, tu
hijo así y así. Y me tocó los pechos”. Me dice “Ay, es que soñaría con una novia o te quería
abrazar”.

Nancy en algún momento confrontó a su primo, quien pareció estar


arrepentido y le pidió que lo perdonara. Estos tres hombres eran hijos de
diferentes tías maternas. También recordó una experiencia de violencia sexual a
manos de su padrastro; ella tenía 7 u 8 años y él, treinta; ocurrió una sola vez.

Perla

Como se analizó anteriormente, Perla se convirtió en la hija conyugal de su


padre. Ella también describió la experiencia que vivió con su primo cuando
ambos eran adolescentes; ella tenía quince años y él, dieciocho. Él era hijo de la
prima de su madre. Perla explicó: “Entonces sí recuerdo que él se acostó, más
bien me acosté en la cama y él tocó mis senos y mi vagina… Sí, porque
estábamos jugando. O sea, siento que estábamos jugando porque es a lo que
íbamos con los primos. Y entonces, bueno, no sé, igual me llevó al cuarto a
llevar un juguete o algo nuevo que tuviera y ahí sucedió”. Cuando le pregunté a
Perla si la experiencia fue voluntaria ella afirmó que: “Pues yo sentía que era
normal, que era lo que ocurría entre primos”. “¿Por qué?”, pregunté. Ella agregó
“Porque pues mi papá lo hacía, entonces igual y porque mi papá lo hacía, pues
finalmente cualquier primo, o sexo opuesto podía hacerlo ¿no?”
Esto sólo ocurrió una vez y nunca estuvo desnuda, comentó Perla al describir
esta experiencia como algo que no era necesariamente “un problema”. “El
problema”, dijo, “sería si fuera de fuera de la familia”. Al reflexionar acerca de
en qué medida esto ocurrió contra su voluntad, dijo: “Pues yo digo que fue
voluntario porque de hecho te digo, yo sabía que así se hacía y que no había de
otra, o sea, que tú podías hacer conmigo lo que quisieras”. Cuando ocurrió esta
experiencia con su primo, ¿cómo lo vivió? Ella respondió: “Pues, indiferente,
más que nada. Yo pensaba que eso era, pues era lo normal. Que toda la familia,
todos los primos iban y hacían con las primas lo que querían. … [Ahora] siento
que no debería de haber ocurrido. Y de hecho, no. O sea. Siento que no debería
de haber ocurrido”. En retrospectiva, Perla identificó este suceso como una
“falta de respeto” y “abuso” por parte de su primo.

Renata

Como se indicó en la sección anterior, Renata recordó los incidentes que vivió
con sus dos hermanos. Además, reportó una experiencia con su primo cuando
ella tenía ocho o nueve años de edad. El evento ocurrió mientras ambos jugaban
durante una visita familiar. Ella relató:

Y después con mis primos, en una alberca que a mí me dio mucha pena porque él me decía “si
tú me dejas que te toque...” No sé que negocios. Ya, el chiste es que me dijo “déjame que te
toque o tócame a mí”. Pero yo ya no quise, dije no. Me dijo “pues si no, entonces le voy a decir
a tu mamá que…” Pues dile. Pues sí, le dijo y me regañó mi mamá y me regañó mi hermana, y
el sentimiento así de culpa, de suciedad. Y bueno son los recuerdos que tengo así de mi
infancia.

A Renata le impactaron aún más las circunstancias familiares que rodearon


este acontecimiento:

Y lo dijo en la mesa, mientras todos estábamos comiendo. Pues yo hice cara de que no había
pasado y su mamá decía, “No fulanito, ya cállate”. [Él insistió] ¡No, es que sí fue cierto! Y ya.
Y después en casa de otra tía me dijo mi hermana “¿eso fue cierto?” Y estaba ahí mi mamá.
“¿Eso fue cierto?” Y yo nada más así [guardando silencio]. Yo creo que me he de haber puesto
de mil colores. Dijo mi mamá, “eso está muy mal, no se debe de hacer”. Y bueno… [suspiro].

PARA ENTENDER EL INCESTO PRIMA-PRIMO

Como se ha mostrado, las narrativas de las mujeres sobre las experiencias con
sus primos revelan dinámicas similares a los testimonios de lo ocurrido entre
hermanas y hermanos. No obstante, las vivencias reportadas que involucran a
primas y primos demuestran patrones característicos.

Relaciones prima-primo

Cuando se comparan con las narraciones de vivencias incestuosas entre


hermanas y hermanos, las relaciones prima-primo reflejaron un tono más casual
y menos cercanía emocional. Aunque a veces los efectos de la agresión sexual
perduran años (como en el caso de Esmeralda) estos eventos también pueden ser
hechos circunstanciales y aislados que sólo ocurren una o dos veces, pero aún así
son impactantes y de naturaleza coercitiva. A diferencia del daño emocional que
las mujeres suelen reportar cuando la violencia sexual fue perpetrada por un
hermano, las experiencias de violencia sexual a mano de un primo tienden a
afectar menos el vínculo emocional entre las partes involucradas. Sin embargo,
el impacto de la experiencia no es menos dramático y puede dejar una profunda
huella en la calidad de las experiencias sexuales y de pareja de las mujeres, en
particular conforme se acercan a la edad adulta.

¿Era sólo un juego?

Las mujeres reportaron una amplia variedad de experiencias sexualizadas que


ocurrieron en el contexto del juego y que se construyeron como juegos en su
momento. Lo primero se refiere a los contextos sociales de la vida cotidiana en
los que una niña y un primo, con frecuencia mayor, juegan o realizan
intercambios personales. Lo segundo se refiere a un primo mayor que en forma
activa y deliberada crea condiciones para manipular a una prima más joven (por
lo general a una niña) y para abusar sexualmente de ella o para hacerle creer que
lo que están haciendo es jugar, y (o) usar juguetes como parte de la estrategia de
abuso. Estos intercambios pueden ocurrir de forma individual o en el contexto de
interacciones colectivas con más de un primo que atestigua lo que ocurre y
apoya y se alía con el primo que violenta activamente a la niña, a semejanza de
lo que ocurre en las violaciones tumultuarias.
¿Cómo explicamos estos testimonios prima-primo? ¿Por qué ocurrieron estos
eventos? Puede sostenerse que las dos dinámicas responsables de la
configuración hermano-hermana que discutimos en la sección anterior facilitan
asimismo la violencia sexual entre primos y primas, con sus subsecuentes
narrativas de lo vivido. Sin duda una prima puede convertirse en una sustituta
sexual para un primo, y es posible que un continuum de violencia sexual y los
dividendos patriarcales coincidan en las vidas de los varones jóvenes que
descubren sus privilegios sexuales dentro de sus familias extensas. Hay dos
dinámicas adicionales que parecen explicar los testimonios de estas mujeres a
manos de sus primos: el terrorismo sexual y la vida familiar, y el acoso sexual
familiar. el terrorismo sexual y la vida familiar

EL TERRORISMO SEXUAL Y LA VIDA FAMILIAR

“El terrorismo sexual es el sistema mediante el cual los hombres y los niños
varones atemorizan, y al atemorizar, dominan y controlan a las mujeres y a las
niñas. El terrorismo sexual se manifiesta mediante la violencia tanto real como
implícita”, escribe Carole Sheffield.20 Como idea, el terrorismo sexual sugiere
que las mujeres, sin importar su edad o estatus social, están expuestas a una
amplia gama de expresiones de violencia sexualizada que forma parte de la vida
cotidiana.21 Así, las mujeres que entrevisté vivieron experiencias de agresión o
abuso sexual a manos de sus primos porque algunas formas de terrorismo sexual
son permitidas dentro de las familias extensas. Las figuras de autoridad, las
niñas y las jóvenes mismas, disfrazan y trivializan el terrorismo sexual familiar.
En otras palabras, el terrorismo sexual está normalizado en estas familias
mexicanas. Las mujeres reportaron que de niñas experimentaban malestar y
dolor, pero se sentían confundidas e indefensas mientras “se acostumbraban” a
las agresiones o abusos sexuales. En el peor de los casos, las mujeres se sentían
responsables por lo acontecido.
En la familia, las figuras de autoridad que tradicionalmente son responsables
por el cuidado de menores de edad (por ejemplo, las madres de familia y las tías)
parecen ignorar estas agresiones sexuales o percibirlas e interpretarlas como
genuinos juegos entre niñas y niños, sujetos que suelen ser desexualizados y (o)
invisibles: seres menos que humanos o asexuales. En estas configuraciones ni
siquiera se espera que las mujeres adultas sean percibidas como “figuras de
autoridad” en sus familias. Como ocurría con las figuras maternas en el capítulo
anterior, estas tías y abuelas se involucran en un proceso de misrecognition
cognitivo —error de reconocimiento— que favorece la normalización de las
conductas de estos niños varones. Así, los comportamientos sexualmente
invasivos permanecen ignorados y sin cuestionamiento, y contribuyen a
reproducir un círculo vicioso: las estructuras familiares opresivas continúan
afectando a las niñas y mantienen desempoderadas a las mujeres adultas. Los
miembros de la familia que atestiguan estos acontecimientos pueden incluir a
mujeres adultas del lado materno y paterno de la familia.
El terrorismo sexual, como parte de las interacciones y situaciones de la vida
familiar cotidiana, en particular en las familias extensas de las mujeres que
comparten sus relatos de vida, ilustra el argumento de Sheffield: “Estas
experiencias comunes [de intimidación sexual] que incluyen una gama de
invasiones verbales, visuales y físicas, constituyen el fundamento del terrorismo
sexual: sirven para recordarles a las mujeres y a las niñas que están en riesgo y
son vulnerables a la agresión de los hombres sólo por el hecho de ser mujeres”.22
Como ocurrió en el caso de Esmeralda, los cuerpos de las mujeres son un blanco
para la invasión, al tiempo que otros primos observan, se ríen y alientan con
entusiasmo, lo que puede exacerbar la violencia, puesto que, como explica
Elizabeth Kissling, “el ridículo se convierte así en una herramienta para el
silenciamiento, y tanto el ridículo como el silencio soportan el sistema de
terrorismo sexual”.23
Este proceso expone una dimensión adicional de los rituales de la misoginia
que se discutieron en el capítulo anterior. Los niños varones mexicanos que se
involucran en estas prácticas pueden agruparse en la misma categoría que los
jóvenes varones que pertenecen a ciertas hermandades universitarias
(fraternities) en Estados Unidos y los hombres adultos que practican ciertas
formas de acoso sexual en el trabajo, como por ejemplo el llamado girl watching
(analizado en el capítulo anterior): la cosificación sexual y el acoso de mujeres
se convierte en el principio fundacional de la diversión, el entretenimiento y la
intimidad entre hombres.24 Este paradigma no sólo normaliza, por ejemplo, lo
que los primos de Esmeralda le hicieron; sino que también elimina cualquier
responsabilidad que puedan tener, tal como se ilustra en la expresión “los
muchachos nomás estaban jugando”.
El refrán popular mexicano “A la prima se le arrima” valida la cosificación
sexual de las primas que sacian las miradas y las curiosidades sexualizadas de
sus primos criados en familias patriarcales que ignoran, permiten y (o)
normalizan estas invasiones. La agresión y el abuso sexual se convierten en
oportunidades sexuales seguras y también en una forma de ejercer y practicar el
privilegio, poder y control entre un joven y una joven dentro de la familia
extensa y como parte de la vida cotidiana: “una fusión de dominancia y
sexualidad”.25
En añadidura, un joven varón puede depender de la cosificación sexual de una
prima mientras él desarrolla su autopercepción de la heteromasculinidad en el
contexto de la amistad y la camaradería con otros hombres de edades cercanas.
Un informante varón de Ciudad Juárez, Valentín, dijo: “Como que entre primos
es como un tipo de tradición, algo así”. Luego explicó que en algunas
conversaciones en su grupo de amigos varones ha escuchado, en diferentes
ocasiones, a algunos de ellos afirmar con cierto orgullo “Yo le quité la
virginidad a mi prima”, al compartir historias sobre sus conquistas y aventuras
sexuales. Este patrón concuerda con los intercambios sexualizados entre primas
y primos que la antropóloga Isabel Vieyra descubrió en su investigación sobre la
primera experiencia sexual de coito vaginal tal como la reportaron trescientas
veinte mujeres que vivían en la Ciudad de México.26 Ahora entiendo, en
retrospectiva, la razón por la que algunas personas que se autodefinen como
“educadores sexuales” pueden percibir estas prácticas como “normales”— una
entre muchas de las dinámicas de género y sexuales que se dan por sentadas en
México.27

ACOSO SEXUAL FAMILIAR

“El primer paso para reconocer un acto como dañino es la construcción precisa
de ese acto”, afirma Deirdre Davis en su análisis crítico del acoso callejero en las
vidas de mujeres afroamericanas. Davis afirma: “Una vez que se construye el
concepto de acoso callejero y se entiende que es un daño que desempeña un
papel en el terrorismo sexual que domina las vidas de las mujeres al ‘generizar’
la calle con el objetivo de perpetuar la subordinación de ellas, el acoso callejero
se vuelve visible como un daño. Para poder ocuparnos, deconstruir y erradicar el
daño, primero debemos darle un nombre al daño”.28 Inspirada por Deirdre Davis
incorporo el concepto de “acoso sexual familiar” para identificar y darle nombre
a las expresiones múltiples, matizadas, trivializadas y normalizadas de acoso
sexual que afectan las vidas de niñas y mujeres dentro de las familias mexicanas,
y a las que se les resta importancia y se les considera como algo usual y
“normal”, y que por lo tanto, rara vez se cuestionan, se desafían o se
interrumpen.
Aunque el acoso callejero se ha asociado con la calle como un espacio
“público” y la familia, como institución, ha sido tradicionalmente percibida
como un espacio “privado” (y por ende, cualquier forma de acoso dentro de la
familia sería una forma de “acoso privado”) me gustaría matizar un poco la
dicotomía de lo público y lo privado.29 Una razón es que las experiencias de vida
familiar de las mujeres que entrevisté, en ocasiones ocurrieron como parte de
interacciones familiares que tenían lugar en contextos públicos, lo que desafía
estas distinciones estáticas entre lo público y lo privado. Además, el acoso
callejero y el acoso sexual familiar parecen tener algunos paralelismos. En
primer lugar, como el acoso callejero, el acoso sexual familiar tiene múltiples
funciones, una de las cuales es “producir un entorno de terrorismo sexual”.30 En
segundo lugar, también como el acoso callejero, el acoso sexual familiar no es
una consecuencia de una cultura sexualmente terrorista sino una fuerza
profundamente engranada en la producción de esa cultura.31 En tercer lugar, el
hecho de que la violencia sexual dentro de las familias con frecuencia haya sido
estudiada en sus expresiones más extremas (tales como la violación, incluyendo
un uso excesivo de la fuerza que produce moretones y sangrado), y las
expresiones más sutiles, matizadas y disfrazadas del acoso dentro de las familias
han permanecido invisibles en la bibliografía y han sido normalizadas por la
gente que lo experimenta — y por lo tanto, ni se estudian ni se reportan. Los
mantras culturales que escuché una y otra vez mientras crecía en México, “Así
son los hombres, todos son iguales” y “Así son los muchachos, no les hagas
caso” tienen en inglés un equivalente cultural cercano: “Boys will be boys”.
Estas expresiones han fomentado cierta forma de “impotencia” para trascender
las normativas de género (gender helplessness) y que también es cultural y que
ha trivializado formas de invasión de los cuerpos de las niñas y las mujeres en
sus familias extensas, ideas tales como que “así son los muchachos y los
hombres, no hay remedio”. Esto se ve agravado por la “medicalización de la
violación”, es decir, las percepciones de las mujeres de que sus hermanos o
primos están enfermos, son unos maniáticos o sufren esquizofrenia. Esto
transforma un complejo problema social en un problema individual, y vuelve
invisibles las prácticas sexistas; las etiquetas diagnósticas reducen una práctica
social a una patología individual.32 Esta impotencia aprendida que sirve para
explicar el comportamiento incestuoso no es exclusiva de la sociedad mexicana;
se ha identificado también en las bibliografías del incesto padre-hija en Estados
Unidos.33
En resumen, si generizamos a las familias mexicanas en sus contextos
sociales, en las múltiples expresiones de desigualdad de género que han sido
tradicionalmente normalizadas, podríamos visibilizar formas de violencia sexual
que son poco reportadas y poco estudiadas. Al eliminar la naturaleza trivializada
de algunas formas de acoso sexual aparentemente menores y no ofensivas —
tradicionalmente ignoradas y que supuestamente no dañan y no afectan la vida
de niñas y mujeres—, podríamos nombrarlas y potencialmente prevenirlas con
más facilidad en el contexto de las familias extensas. El concepto de “acoso
sexual familiar” puede ayudarnos en el esfuerzo de etiquetar, nombrar e
interrumpir estas expresiones de invasión violenta de los cuerpos sexualizados
de las niñas y las mujeres. El acoso sexual familiar no se limita a la interacción
prima-primo e incluye formas adicionales de relaciones de parentesco, tales
como las experiencias de las mujeres con sus tíos, entre otros hombres
identificados por ellas como parte de la familia. En el capítulo siguiente analizo
los testimonios de mujeres expuestas a la violencia a manos de estos hombres.


1 Para más sobre la vergüenza véase la nota 52 del capítulo 1.

2 En México, los jóvenes varones son educados socialmente para usar la sexualidad como

una forma de construir y probar su sentido de hombría, en particular durante la adolescencia y


como parte de sus experiencias de camaradería con otros hombres. Para una discusión sobre
estos temas véase mi libro Erotic Journeys (2005, pp. 62-97).
3 Véase Connell, 2005, p. 82.

4 El capítulo 4 incluye el genograma familiar de Maclovia.

5 Según el censo del 2000 “En México, la cuarta doctrina religiosa más importante es la de

los testigos de Jehová, ya que la declararon más de un millón de personas, lo que representa
que 1 de cada 100 personas de 5 y más años en el país, es miembro de esta iglesia” (INEGI,
2005, p. 21). En el censo del 2000 se encontró que 1 057 736 personas se identificaban con esta
religión (p. 20). Esta tendencia se ha mantenido bastante constante. Según el censo de 2010, 1
561 086 personas se identificaban con esta religión (INEGI, 2011, p. 3). Fuentes: La diversidad
religiosa en México: XII Censo General de Población y Vivienda 2000, México, Instituto
Nacional de Estadística y Geografía (INEGI, 2005) y Panorama de las religiones en México 2010,
México, Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI, 2011).
6 Los porros, un fenómeno social que tiene raíces en la primera mitad del siglo XX en

México, son pandillas organizadas que son contratados y que pueden servir estratégicamente a
las autoridades universitarias, el gobierno o un partido político, los cuales les pagan y protegen.
Los grupos tienen una presencia bien establecida en instituciones de educación superior, más
notablemente (pero no exclusivamente) en la Universidad Nacional Autónoma de México
(UNAM), en la Ciudad de México. Una imagen común de la violencia de los porros es
ejemplificada por intensos ataques e intimidación contra el activismo y organizaciones
estudiantiles. Para más sobre los porros y la violencia en México véanse Lomnitz, 1986,
Sánchez Gudiño, 2006 y Ordorika, 2008.
7 Rosana terminó su educación universitaria en la Ciudad de México y se familiarizó

profundamente con la teoría psicoanalítica como parte de su formación académica. Inteligente


y alerta, compartió esta reflexión durante la entrevista, mientras se esforzaba por entender las
razones por las cuales su hermano la abordó sexualmente a ella cuando sólo tenía 8 años de
edad.
8 Esta importante reflexión tiene más de una arista y el capítulo 5 de este libro examina las

razones por las cuales, al llegar a cierta edad, algunos de los hombres que entrevisté exploraron
su sexualidad con sus hermanas. Sin embargo, ninguno de ellos dijo haberlo hecho para evitar
una iniciación sexual forzada, por ejemplo, con una mujer adulta que ejerce la prostitución.
Esta reflexión se basa en mi investigación con hombres mexicanos que emigraron a Estados
Unidos como jóvenes adultos. Descubrí, por ejemplo, que algunos de ellos fueron forzados por
hombres adultos de su familia (tíos o hermanos) y (o) por sus pares a tener su primera
experiencia sexual durante la adolescencia con una mujer adulta que trabaja en la prostitución.
Con frecuencia los hombres evocaron estas experiencias como momentos emocionalmente
traumáticos y dolorosos. Véase Erotic Journeys, capítulo 3, para una discusión de las primeras
experiencias sexuales de estos hombres y la construcción social de la masculinidad, la hombría
y la iniciación sexual forzada en los jóvenes adolescentes.
9 MacKinnon, 2002, p. 43.

10 Para Kelly, este continuum no es un paradigma trazado linealmente claro o


unidimensional sino “una característica común básica que subyace a muchos eventos diferentes
y como una serie continua de elementos o eventos que dan lugar unos a otros. El factor común
tras todos ellos es que los hombres usan una diversidad de métodos de abuso, coerción y fuerza
a fin de controlar a las mujeres” (1987, p. 58). Kelly también explica que “las experiencias de
las mujeres con el sexo heterosexual no son ni consensuales ni violaciones, sino que existen en
un continuum que va de la elección personal a la presión, a la coerción, y a la fuerza […] El
concepto de un continuum sugiere que el placer y el peligro no son posiciones opuestas que se
excluyan mutuamente sino extremos deseables e indeseables, respectivamente, de un
continuum de experiencias” (pp. 54-55).
11 Estos relevantes temas en contextos no familiares merecen un análisis cuidadoso que va

más allá de los objetivos de este libro.


12 Véase Connell, 2005, p. 79.

13 Véanse Siller Urteaga, 2012 y Saldaña-Tejeda, 2014. Una de las encuestas nacionales

más importantes sobre discriminación social, la ENADIS 2010 (Encuesta nacional sobre
discriminación en México) ha documentado las experiencias de hostigamiento sexual hacia
trabajadoras del hogar. Véase ENADIS 2010, Encuesta nacional sobre discriminación en México,
Resultados sobre trabajadoras domésticas, México, Consejo Nacional para Prevenir la
Discriminación (Conapred).
14 Oré-Aguilar, 1997-1998.

15 Saldaña-Tejeda, 2011.

16 Lewis, 1961, p. 26.

17 Renata explicó que a] su tío paterno abusó sexualmente de ella cuando era niña; b] su

hermana mayor sufrió abuso sexual a manos del hermano menor de su padre; c] el mayor de
sus tíos paternos abusó sexualmente de sus cinco hijas y d] otro de sus tíos paternos abusó de
una de sus primas durante su infancia.
18 Véase González-López, 2005, nota 44, capítulo 1.

19 Véase Lavrin, 1992 y Jaffary, 2007 sobre incesto y sexualidad en la sociedad colonial

mexicana. La familia Pelayo de Santa Rosalía (Jalisco) ejemplifica este patrón de romance y
formación de familias; este famoso caso ha recibido una atención particular por parte de los
medios.
20 Sheffield, 1989, p. 483.

21 Sheffield explica que “Todas las mujeres son víctimas potenciales —a cualquier edad, en

cualquier momento, y en cualquier lugar— y mediante una variedad de medios —violación,


abuso físico, agresión incestuosa, acoso sexual, prostitución, pornografía—” y “Muchas formas
de intimidación sexual son percibidas como comunes, es decir, incidentes ordinarios, y
acontecimientos cotidianos. Con frecuencia las mujeres mismas y los agentes del control social
las desestiman, y son las menos estudiadas” (p. 483).
22 Ibid. pp. 483-484.

23 Kissling, 1991, p. 456.

24 Véase capítulo 2, nota 47. Véase también Sanday, 2007 y Quinn, 2002.

25 Sheffield, 1989, p. 488. Véase mi libro Erotic Journeys (2005, pp. 87-89) para
reflexiones y ejemplos complementarios de “A la prima se le arrima”.
26 En 2003 Isabel Vieyra llevó a cabo una encuesta con 320 mujeres que vivían en la

Ciudad de México y cuyas edades fluctuaban entre los diecisiete y los sesenta y cuatro años.
Vieyra descubrió que “aproximadamente 26% de estas 320 mujeres tuvieron su primera
relación sexual con un pariente; en primer lugar estaban los primos y luego los tíos” (Vieyra,
2012). Vieyra no tuvo información sobre la edad de los primos y los tíos. Comunicación a
través de correo electrónico con Isabel Vieyra, 11 de octubre de 2012. Véase también Vieyra
Ramírez, 2013.
27 Me di cuenta de este hecho de manera impactante en una conferencia a la que asistí en la

misma ciudad en 1998. Escribí al respecto en una publicación en la que discutía los hallazgos
de otro proyecto de investigación sobre mujeres migrantes mexicanas: “Durante una
presentación que hice en 1998 en una conferencia sobre sexualidad en la Ciudad de México, un
hombre mexicano me cuestionó acerca de mi definición de incesto. Según él, que se
identificaba a sí mismo como educador sexual y médico, los tíos y los primos no deberían ser
incluidos en la definición. Al argumentar apasionadamente que el sexo entre una mujer y su
primo varón no debería considerarse incestuoso mencionó el dicho “A la prima se le arrima” e
hizo énfasis en que no era atípico que los varones mexicanos experimentaran su iniciación
sexual con sus primas” (2007a, p. 237). Recuerdo que al menos una o dos de las profesionistas
que participaban en el taller estaban visiblemente furiosas por su comentario. Ellas lo
enfrentaron, refiriéndose al sexismo que implicaba tanto el refrán como su comentario. Fue una
intervención valiente que terminó resultando infructuosa. Esta experiencia me reveló algunas
de las formas aterradoras en las que la sociedad mexicana reproduce un sistema de creencias
que sigue perpetuando las desigualdades de género dentro de las familias.
28 Davis, 2002, p. 223.

29 Véanse Kissling, 1991 y Davis, 2002.


30 Kissling, 1991, p. 456.

31 Ibid.

32 Véase Scully, 1990, p. 35. Véase capítulo 2, nota 5 de este libro.

33 Véase Herman, 2000, p. 89.


4. SOBRINAS Y TÍOS

Leer estas entrevistas, una y otra vez, me transporta a mi niñez en México.


Recuerdo haber visto esas calcomanías, estampas o tarjetas de papel en las
ventanas de mis vecinos, y creo que en mi casa también teníamos una calcomanía
que decía, con orgullo religioso: “Este hogar es católico, no aceptamos propaganda
protestante ni de otras sectas”. Releer estas historias sobre sobrinas y tíos me
provocó náuseas más de una ocasión. También me hizo pensar en una calcomanía
invisible pegada en las puertas de los hogares de las mujeres que viven en familias
incestuosas, quienes me enseñaron tanto sobre la vida familiar y los patrones
repetitivos de la violencia sexual a través de las generaciones de mujeres de todas
las edades. Es como si sus casas tuvieran una calcomanía invisible: “Este hogar es
misógino: aquí se viola a las mujeres”.
De uno de mis memos escritos el día de la Virgen de
Guadalupe, Austin, Texas, 2012.

“Y él cerraba la puerta… así fue la primera vez”, dijo Bárbara, de 40 años,


originaria de Guadalajara. Recuerda con claridad que tenía ocho la primera vez
que se encontró en el dormitorio del hermano de su madre. Él le quitó la ropa
interior, le practicó sexo oral y le tocó el cuerpo y los genitales al tiempo que la
amenazaba para que “se callara y no dijera nada”. Estos episodios comenzaron
cuando, por órdenes de su madre, debió limpiar, barrer y trapear la habitación de
su tío, y hacer su cama. El tío de Bárbara tenía más de 40 años y trabajaba como
taxista.
El miedo a la reacción de su madre era una poderosa razón para guardar
silencio sobre lo que le hacía su tío cada vez que iba a limpiar su cuarto, dijo.
“Estaba segura que ella diría ‘No te creo. Tú lo provocaste’. Así.” Según
Bárbara, su madre “siempre prefirió a sus hermanos”. El mayor miedo de
Bárbara era que su madre no la defendiera. Por lo mismo, nunca le contó nada ni
a ella ni a su padre.
La historia narrada por Itzel es similar. “Pero de esas veces que sientes una
mirada ofensiva, lasciva. Entonces se me queda viendo y luego se acerca y me
abraza, pero al momento que me abraza me agarra una pompi. Y le dije, ¡ay
canijo! Pero ya estaba yo tititit… tiritando.” Itzel tenía unos 25 años cuando la
entrevisté en su nativa Ciudad Juárez. Los episodios con su tío ocurrieron dos
veces mientras estaba de visita con su abuela. En ese entonces, ella tenía
dieciséis años, y su tío, estaba en sus treintas. La segunda vez lo confrontó
asertivamente. Nunca volvió a pasar, y ella nunca le dijo a su familia.
Las experiencias de Bárbara e Itzel ilustran las formas complejas en las que
las mujeres pueden convertirse en blanco de una variedad de formas de violencia
sexual en el contexto de una relación tío-sobrina. Los relatos de vida de las
mujeres que reportaron incidentes de violencia sexual perpetrados por hombres
que identificaron como sus tíos revelan patrones similares a los identificados en
los contextos padre-hija, hermano-hermana y primo-prima.
Sin embargo, en esta distintiva configuración tío-sobrina emergieron
adicionales y complejas dimensiones de la organización social de la desigualdad
de género, así como la sofisticada sexualización de varias formas de riesgos.
Conforme leí, organicé y analicé las narrativas de violencia sexual de las
mujeres en este estudio, el hallazgo más revelador fue descubrir cuan prevalente
era esta configuración familiar. La violencia incestuosa tío-sobrina fue la que
más comúnmente reportaron las mujeres, y ocurrió con más frecuencia en
comparación con los demás patrones familiares (es decir, padre-hija, hermano-
hermana o primo-prima). Esto hace eco de la investigación sobre violencia
sexual en México.1
También aprendí que un “tío” puede incluir las siguientes relaciones
familiares: el hermano biológico o el medio hermano de una madre o padre, el
primo hermano de una madre o padre, el esposo de la hermana de una madre o
padre (que se identifica como “tío político”), hombres emparentados con ellos
dentro de las redes de la familia extensa, como tíos abuelos, e incluso otros
hombres a los que pudieran llamar “tío lejano”.
Más allá de las diferencias culturales en las relaciones de parentesco, las
mujeres mexicanas no están solas en esta configuración incestuosa tan común de
tío-sobrina, y sin embargo ha recibido escasa atención en la bibliografía sobre el
incesto, que tradicionalmente se concentra en la familia nuclear.2 Por ejemplo,
en el extenso y ambicioso proyecto de investigación sobre la sexualidad que
llevaron a cabo Alfred Kinsey y su equipo con casi 8 000 mujeres en Estados
Unidos encontraron que para 609 de las “mujeres blancas no presidiarias” que
reportaron haber sido abordadas sexualmente por parte de un hombre adulto
durante sus años preadolescentes los tíos fueron identificados con más
frecuencia en comparación con los padres, hermanos, abuelos y otros parientes.3
Asimismo, la socióloga Diana Russell, en su pionera investigación sobre el
incesto que llevó a cabo con 930 mujeres de diferentes orígenes raciales y
étnicos en San Francisco, California, encontró algo similar: los tíos son los
“perpetradores más comunes de incesto”, que es “ligeramente más común que el
cometido por padres”.4 “Es verdad que para la mayoría de la gente, el tabú del
incesto entre padre e hija probablemente es considerado más fuerte que el de un
tío y una sobrina”, escribe Russell. “Es por ello que una explicación completa y
satisfactoria del incesto padre-hija debe tomar en cuenta que los padres, más que
los tíos, deben vencer mayores inhibiciones sociales y, presumiblemente
inhibiciones internas, para consumar los deseos incestuosos.”5
Por consiguiente, la relación consanguínea indirecta y los vínculos
emocionales más distantes que se establecen con un tío —que casi todas las
mujeres en mi estudio reportaron tener previo al abuso— pudieron haber
contribuido a convertirlas en blanco de la violencia sexual. Al analizar las
narrativas de las mujeres también aprendí algo paradójico: a pesar de la lejanía
emocional entre ambas partes, los tíos aún pudieran tener privilegios sobre las
sobrinas.
Bárbara, por ejemplo, a sus ocho años era más baja que la escoba que apenas
podía sostener, pero aun así su madre esperaba que limpiara la habitación de un
hombre de cuarenta y tantos años. Y su tío abusó de ella precisamente cuando
ella estaba ocupada en lo que llamé antes “servitud de género”. Si bien en una
familia patriarcal la hija “únicamente le pertenece al padre”, un tío puede
disfrutar de los mismos privilegios de género que el padre, y los hermanos
mayores, como se ilustró con anterioridad, pueden tener sobre las niñas y las
mujeres dentro de sus familias inmediatas.6 Estos derechos supremacistas de
género son complejos y surgen a partir de una intrincada red de procesos
familiares que crean circunstancias que facilitan el acceso sexual a las niñas y a
las mujeres dentro de las familias extensas como parte de la convivencia familiar
cotidiana, una dinámica que explico más adelante.
En este capítulo analizo el patrón de incesto tío-sobrina al observar las
dinámicas familiares a través de tres conceptos interrelacionados:
1] Las genealogías familiares del incesto.
2] La feminización del incesto.
3] Las políticas de desigualdad de género dentro de la familia: el sexismo
internalizado

El concepto de “genealogías familiares del incesto” está basado en el análisis


que Denise Segura y Jennifer Pierce hicieron de las contribuciones feministas,
clásicas y pioneras, de Nancy Chodorow sobre la desigualdad de género dentro
de las familias nucleares, en el estudio de la genealogía familiar en sociología así
como las revisiones feministas de la bibliografía sobre terapia familiar.
Las sociólogas Denise Segura y Jennifer Pierce (1993) explican que, si bien la
relación madre-hija en las familias de origen mexicano tiene una gran relevancia
emocional, para una niña no es el único vínculo emocionalmente significativo
con otras mujeres de la familia en posiciones de autoridad. Por ejemplo, una niña
puede albergar sentimientos potentes y profundos hacia sus tías, abuelas,
hermanas mayores y primas mayores. La niña, así, se convierte en una extensión
de su madre, pero en virtud de estos vínculos múltiples y complejos también
puede convertirse en una extensión de otras mujeres en su familia extensa.
Un niño varón que aprende a devaluar a las mujeres con las que está
emparentado, tanto en sus redes inmediatas como extensas (por ejemplo, a una
hermana o una prima) puede convertirse, al crecer, en un tío que
automáticamente devalúa a las hijas de estas mujeres. Mediante un efecto
multiplicador es posible que devalúe, del mismo modo, a otras niñas que se han
vuelto extensiones de éstas y a otras mujeres que forman parte de su grupo de
parentesco. Así, este riesgo de vulnerabilidad amplificado a la violencia sexual
se explica en parte porque las sobrinas son extensiones de todas las mujeres
adultas de su familia. Este efecto complejo y excesivo provoca patrones
sistémicos y sistemáticos de violencia sexual contra niñas y mujeres dentro de
estas redes familiares inmediatas y extensas. Esto favorece los hábitos de
misoginia, oportunistas y depredadores de los tíos, que se reproducen
perversamente en las vidas de mujeres de todas las edades y en redes de
parentesco a través de las generaciones y como parte de la vida familiar
cotidiana y su interrelación con la comunidad.
Finalmente, el abuso sexual de niñas se identificó, en algunos momentos,
como parte de culturas urbanas locales. Esto incluye la vida cotidiana en
colonias donde circulaban rumores de que hombres adultos abusaban
sexualmente de niñas pero que raramente fueron confrontados o investigados a
nivel colectivo. Algunos de estos tíos abusaban, en ocasiones, de otras niñas,
como las hijas de amigos o vecinos que tenían una relación con las familias y las
comunidades de estas informantes.
Las genealogías familiares del incesto van de la mano con el establecimiento
de lo que llamo la “feminización del incesto”. Como concepto, la feminización
del incesto se refiere a un patrón específico en estas narrativas de incesto tío-
sobrina: la sobrerrepresentación del lado materno de la familia. Es decir, se
reportó que los tíos que estaban relacionados con las mujeres por el lado materno
eran más frecuentemente los protagonistas de actos de agresión sexual,
violación, abuso y acoso de una sobrina.
Las genealogías familiares del incesto y la feminización del incesto existen, en
parte, a causa de las formas en las que las mujeres en posiciones de autoridad
han internalizado ideologías sexistas que terminan por incorporar como parte de
la vida familiar. Es posible que ellas entiendan sus propias experiencias de
violencia sexual a manos de un pariente varón cuando eran más jóvenes como
“comunes” o “normales”. Las percepciones que ellas aprendieron sobre la
cosificación sexual de las niñas y las mujeres dentro de las familias son una
dimensión clave de las “culturas de la violación en la familia”, un concepto que
se discutió previamente. Esto incluye creencias y prácticas que las familias
reproducen en lo que respecta a la sexualidad dentro de la familia. Estas
creencias ponen en riesgo a las niñas y a las jóvenes de ser sexualizadas por
hombres de su grupo de parentesco. Los hombres pueden pasar, entonces, de
formas sutiles y matizadas de acoso sexual a expresiones más grotescas y
violentas de coerción sexual. Estos procesos familiares se vuelven más
complicados, en particular cuando los tíos son amados y respetados por sus
familias, y cuando los hombres usan la seducción, el afecto y la manipulación,
más que la fuerza física, como parte de la violencia sexual.
A fin de cuentas, las mujeres adultas que reprodujeron prácticas que afectaron
a las niñas en sus familias pudieron haber vivido ellas mismas violencia sexual.
Es irónico que los mismos procesos familiares que las oprimieron por su
condición de mujeres hace décadas también mantengan a una generación más
joven de mujeres presas del miedo y del silencio, o las hagan ser acusadas de
mentir cuando finalmente corren el riesgo de revelar un doloroso secreto. Las
mujeres que entrevisté, sin embargo, no necesariamente eran pasivas, pues
descubrieron activamente formas creativas de entender y afrontar sus
experiencias de vida en extremo dolorosas. Ellas recordaron cómo se volvieron
resilientes conforme exploraron una infinidad de formas ingeniosas de resistir y
seguir luchando en diferentes etapas de su vida.
En este estudio 21 de las 45 mujeres reportaron una amplia variedad de
experiencias de violencia sexualizada a manos de 28 hombres que identificaron
como tíos, hombres que pertenecían, en una abrumadora mayoría de los casos, al
lado materno de la familia.7 En este capítulo presento las narrativas de
experiencias vividas de 12 mujeres y las clasifico en cinco grupos: tíos maternos,
tíos políticos maternos, tíos paternos, tíos políticos paternos y un tío paterno
lejano.
Es importante mencionar que las narraciones de violencia sexual de las
mujeres a manos de sus tíos son más fluidas y complejas que las categorías antes
mencionadas. Por ejemplo, una mujer puede haber sufrido abusos por parte del
hermano de su madre y también por algún otro tío. Sin embargo, escogí una
categoría para cada relato cuando la mujer que lo cuenta lo identificó como el
que se prolongó por un periodo mayor de tiempo en su vida, aunque no
necesariamente como el que tuvo las consecuencias más negativas.
A continuación presento 12 narrativas personales sobre mujeres que
soportaron sus experiencias durante largos periodos, en ocasiones identificados
como los lapsos que transcurrieron entre ciertas edades. Las otras mujeres
reportaron experiencias más intermitentes. A veces fue la experiencia
“secundaria” de violencia sexual en sus vidas, o eventos aislados que
identificaron claramente como “incidentes” oportunistas o circunstanciales que
ocurrieron una o dos veces con el hermano de una madre o padre o el primo de
una madre, y a veces con más de un tío. Algunas de estas mujeres también
estuvieron expuestas a violencia sexual a manos de otros hombres de sus
familias, más allá de la configuración tío-sobrina. La naturaleza intermitente,
secundaria o incidental de estas experiencias no menoscaba la relevancia de sus
testimonios o el impacto que estas experiencias tuvieron en sus vidas; algunas
mujeres resistieron o lucharon contra ellas en formas creativas. Dada la
naturaleza única de estas experiencias, las publicaré en otro momento. Con base
en los seudónimos que le di a cada una de ellas, presento las 12 narraciones de
vivencias incestuosas en forma alfabética en cada sección. Mi análisis incluye
todas las 21 narrativas de vida de las mujeres.

TÍOS MATERNOS: LOS HERMANOS BIOLÓGICOS DE LA MADRE

Bárbara

Tal como escribí en la introducción a este capítulo, Bárbara tenía ocho años
cuando su madre la hacía limpiar, barrer, trapear y hacer la cama de su hermano
(el tío de Bárbara), un taxista de más de cuarenta años de edad. “A veces me
acuerdo que estaba llorando, llore y llore, ‘¡Dios mío, que me baje!’”, ella
describió cómo vivió el abuso. Bárbara vívidamente recordó que su tío se
acomodaba en su cama, la ponía junto a él, le quitaba la ropa interior, le
practicaba sexo oral y tocaba su cuerpo y sus genitales. “No le digas a tu mamá”,
él le advertía.
Actualmente en sus cuarenta años, Bárbara recordó que esa escena ocurrió al
menos en seis ocasiones y le provocó sentimientos de confusión, miedo y dolor
físico, pero no aceptó pasivamente el abuso. Trató de sentarse y de resistir.
También, ella dijo, “Pues yo le decía que por qué me hacía eso. ‘¡Cállate, no
digas nada!’ Pero yo le decía ‘me duele’. Pero él lo hacía”. Bárbara explicó que
sus genitales quedaron inflamados y adoloridos como consecuencia. Dejó de ir a
limpiar la habitación de su tío, pero su madre la regañaba. También sentía
inseguridad y terror cuando su tío y algunos de los hermanos de él la espiaban
mientras ella se bañaba. Recordó, entre lágrimas, otra experiencia con dichos
tíos maternos:

Crecí con miedo… porque nunca [entre sollozos] se lo dije yo a mi mamá. Siempre mis tíos
nos estaban fisgando [a ella y otras niñas en la familia]. Mi mamá se iba y como estaban ahí
sus hermanos, y no teníamos puertas, cortinas, así se agachaban. Ya cuando yo salí de
bañarme, le decía ¡Ah, chingado! Nada más me estaba [acosando]... Y yo le decía majaderías.
Y me agarraba al tú por tú con él. Él le decía a mi mamá, pero él no le decía lo que me hacía.

Bárbara pronto se dio cuenta de que todas estas experiencias eran parte de la
vida en la vecindad, una vivienda comunitaria de clase trabajadora en las que su
madre, padre, tías y otros parientes compartían un espacio común como vecinos.
Temerosa de la reacción de su tío, Bárbara nunca le contó a su madre. Sus
miedos se vieron confirmados cuando su madre no intervino en una ocasión en
la que el hermano mayor de Bárbara la golpeó. “No te creo, tú lo provocaste”,
fue la respuesta de su madre, y una poderosa razón para guardar silencio sobre lo
ocurrido con su tío. “Ella siempre prefirió a sus hermanos, siempre proveía hacia
ellos.” Los hermanos de su madre también se aprovecharon del padre de
Bárbara, lo cual provocó un conflicto marital; ella describió a su padre como un
hombre trabajador y preocupado por la familia. Bárbara se sintió aliviada
cuando, a inicios de la adolescencia, su madre, su padre y sus hermanos se
mudaron de la vecindad y ella ya no tuvo que limpiar la habitación de su tío o
estar en alerta continua al bañarse.
Actualmente Bárbara felizmente cría a sus hijos como esposa y ama de casa
de tiempo completo. Su esposo suele ser comprensivo y amable, y su
matrimonio es estable. Pero en los momentos de intimidad sexual aún la acechan
sentimientos de vergüenza, y experimenta flashbacks de los abusos. Ella no le ha
contado a su esposo al respecto. Tiene miedo de que la recrimine por no haber
sido “técnicamente” virgen al casarse; jamás le contó de la experiencia con su
tío. Sin embargo, cuando encontró a su esposo espiando a su hija de 15 años
mientras tomaba un baño, fue asertiva y lo confrontó. Él se mostró arrepentido y
le rogó que lo perdonara. Su hija no sabe esto, pero Bárbara le dice con
frecuencia que “se cuide” y que esté alerta, en particular cuando su padre está
cerca. Les ha preguntado a sus otros hijos si su padre alguna vez los ha “tocado”
o les ha hecho algo que no les gustara.
“El daño ya está hecho”, dijo Bárbara al recordar su difícil relación con su
madre y el silencio que tuvo que soportar cuando vivía en la vecindad. El tío que
abusó de ella se casó con una prima hermana. Poco antes de nuestra entrevista,
lo encontraron muerto; su cuerpo estaba en un avanzado estado de
descomposición. Bárbara nunca lo perdonó, pero le conmovió su trágica muerte.
En retrospectiva, ella cree que tal vez la vida terminó por hacerle justicia.

Eva

“Me acuerdo que estábamos en casa de mis abuelos y mi tío ponía sus genitales
contra los míos y me estimulaba”, dijo Eva, una mujer de Guadalajara cercana a
la edad de treinta años. Se considera heterosexual y nunca se ha casado; trabaja
en una fábrica, es inteligente, está llena de energía y asiste de noche a la
universidad.
Ella dijo que los encuentros sexuales con su tío materno ocurrieron en casa de
sus abuelos o en otras reuniones familiares. Tenía diez u once años por entonces;
su tío, catorce. Estas experiencias sucedieron con frecuencia durante un año y
medio aproximadamente. Eva recuerda haber sentido “cosas chidas” y placer
físico al entablar contacto genital con su tío. También sentía que estas
experiencias sexualizadas eran “normales” y parte de un “juego”. Eva no se
resistió activamente a su tío, pero dijo que se sentía “manipulada” por él; a veces
“lo hacía contra su voluntad”.
Mientras crecía, ella comenzó a menstruar y aprendió sobre salud
reproductiva, y se preocupó. “¿Cómo le iba a decir al mundo si salía embarazada
de un tío mío?”, ella comentó. En ese momento empezó a resistirse. Nunca
volvieron a llevar a cabo estas actividades sexuales y al parecer él nunca la
obligó. Eva experimentó una profunda sensación de alivio, en especial porque
ella ya había pasado antes por las manos de otro hombre, su tío abuelo.
Eva recuerda un episodio que le gustaría poder borrar de su vida, una pesadilla
que aún recuerda con lujo de detalles. Ocurrió a manos de su tío abuelo, el
hermano de su abuela materna. “Me quería tocar y yo no quería. Y metió sus
dedos”, dijo. “Me acuerdo que metió su dedo en mi vagina y yo quise como
empezar a gritar y a llorar, pero no, me tapó la boca con la mano.” Eva tenía
unos seis años de edad, y ella y su hermano menor estaban pasando la noche en
casa de su abuela. Su tío abuelo, que rondaba los treinta años, había ido de visita
y pasó la noche con ellos. Recuerda que su abuela le dijo a su tío que cuidara de
ambos esa noche, puesto que tenía que salir unas horas. En una de las partes más
conmovedoras de su largo recuento explica lo que ocurrió cuando ella y su
hermano menor estaban juntos en la cama y su tío abuelo entró a la habitación.

Sí, porque ya, quería que no me tocara nada… cuidando lo primordial, vaya. Y en eso otra vez
volvió a quererme bajar la pantaletita pero yo ya bajé una mano y me tapé. Y él quería
quitarme la mano y yo no quería, y en eso me metió un dedo a la boca, de la otra mano. Y otra
vez quería tocarme, volvió otra vez a quitarme la pantaletita y me volvió a tocar y ya nada más
me estaba tocando. Pero yo… me daba asco, y dolor. Yo comencé a llorar. Sin creer… ¡él no
me dejaba!

Eva luchó contra su tío abuelo y él terminó por darse por vencido, sobre todo
porque el hermanito de Eva no dejaba de moverse dormido, lo cual “lo sacó de
onda”, dijo. “Y ya nada más me acuerdo que entre sombras vi que se levantó y
se abrochó su pantalón y se fue. Y yo ya no pude dormir… y el caso es que… no
sé, se me hicieron horas las que pasaron. Y yo despierta, con tal de que él no
volviera. Y pues ya no volvió, ya amaneció.”
El incidente anterior sucedió solamente una vez, y su tío abuelo la amenazó
con contarle al padre de Eva si ella decía algo. Ella aún tiene flashbacks de esa
noche aterradora, y dijo que este doloroso evento es la razón por la cual ella
tiene miedo de estar sola en casa y que es la causa de su falta de confianza en sí
misma. También siente un odio profundo por su tío abuelo.
Durante una de las visitas del tío abuelo, años después, su cariñosa abuela le
dijo: “Eva, ven a saludar a tu tío… y dale un abrazo”. Ella recuerda haberse
sentido asqueada. “Nada más empecé a sentir mucho odio y mucho asco. Y
mucho recelo” dijo. “Y de hecho es la persona que más detesto en mi vida… que
le he deseado la muerte muchas veces, eh… muchas, muchas veces”. Ella aún
siente un profundo dolor cuando habla sobre lo sucedido. El tío abuelo de Eva ha
sido acusado de violar a más de una mujer en Guadalajara, pero de algún modo
ha logrado salirse con la suya y permanecer en libertad. Eva nunca le contó a
nadie de su familia sobre las experiencias que vivió a manos de su tío y su tío
abuelo veinte años atrás. Esto es, en parte, por lo que ocurrió cuando una prima
menor de edad le dijo a su madre y a su padre que habían abusado de ella. “Ella
sí lo habló, ella sí lo comentó a sus papás y de hecho se hizo un lío grandísimo”,
dijo Eva, y causó “daño psicológico” en el lado materno de su familia.
La primita de Eva reveló una situación de aparente abuso sexual a manos de
uno de sus primos. Eva dice que la madre de la niña le creyó, pero por vergüenza
le pidió a su hija que no compartiera ningún detalle con sus parientes. Esto
disuadió a Eva de revelar sus experiencias, dijo, un sentimiento exacerbado por
su propia vergüenza hacia “mi madre, mi familia y la sociedad” por haber tenido
sexo con un pariente consanguíneo, su tío.
La elevada estima de su tío en la familia fue otra razón por la cual Eva no le
contó a nadie sus experiencias. “Mi tío… es alguien que en mi familia nunca ven
y cuando lo ven les da gusto”, dijo. “La cuestión afectiva que le tienen a él, a mi
tío. Entonces, el afecto que le tienen. Y el hecho de que no me creyeran.” El tío
abuelo que abusó de ella también era popular, dijo. “La familia lo quería
mucho.”
Finalmente, Eva misma se encuentra en el centro de un doloroso secreto
familiar. Creció escuchando las conversaciones familiares y, al menos una vez,
escuchó por casualidad que una de sus tías le hacía a su madre una pregunta
extraña: “¿Quién es el padre de Eva? ¿Quién es?” La tía no se dio cuenta de que
Eva estaba cerca, escuchando. “Escuché, desafortunadamente, en una
conversación, que fui consecuencia de una violación”, dijo entre lágrimas. El
tema aún le provoca una gran curiosidad, pero su madre siempre ha evitado sus
intentos por hablar al respecto. Con una profunda tristeza, Eva ha descubierto
que su madre también guarda su propia historia personal de secretos y silencio.

Ileana

Entonces había reuniones [de la familia] y yo no quería ir. Y me lo tomaban siempre a mal. Y
cuando iba, las pocas veces que iba, entonces empezaba a intentar hostigarme. Una vez me
quiso besar a la fuerza. Y yo grité y fue una de mis tías, “¿Qué pasó?” Ay, nada, nada, ahí
gritando nada más por no más. “Ay, que no seas así”. Ella decía. Y ya mejor me iba.

Esta experiencia fue descrita por Ileana, esposa, madre y ama de casa, de
treinta y tantos años de edad, que nació y creció en Guadalajara. El hombre en la
vivencia narrada era su tío —un hermano de su madre— quien empezó a
acosarla cuando ella tenía doce años y él, unos diecinueve. Su narración
ejemplifica un patrón que en el capítulo anterior llamo “acoso sexual familiar” y
que existe a causa de la normalización, en las familias, de la invasión de los
cuerpos de las niñas desde temprana edad a manos de los hombres, ignorada por
mujeres en posiciones de autoridad, entre ellas las tías de estas niñas.
En distintas ocasiones su tío la empujó a su cama, la desvistió y la tocó. En
situaciones que se sentían menos amenazantes, la forcejeaba y trataba de besarla.
También comenzó a acosarla telefónicamente. Ileana describió la primera vez
que ocurrió esto:
“¡Ay!, fíjate que me pasó una historia: fíjate que estuve con una muchacha… Ay, no, que con
la pucha bien bonita y que la tenía, ay, y que se la abría y que… yo le metí la verga.” O sea,
cosas así. Y yo como oía, yo nunca había escuchado esas cosas. Yo tuve que investigar con una
amiga qué era eso. Ella fue quien me explicó y me daba asco. Entonces ya no me presté a eso,
le colgué y ya no más.

Cuando Ileana comenzó a entender y a resistirse a estas experiencias también


sintió miedo y confusión, especialmente después de que su tío con éxito logró
callarla. Ella recuerda claramente lo que él le dijo “ ‘Si tú dices algo, yo vengo
por ti a la secundaria y vales madre’, así me decía. ‘Sí, y vales madre porque va
a llegar un momento en que vas a desaparecer y ni cuenta se van a dar en dónde
estabas’. Entonces a mí me daba terror. Como yo me iba sola a la secundaria”.
El tío también la amenazó con matar a su madre si decía algo. Ileana vivió
este terrorismo sexual durante unos tres años. Cuando tenía quince, le dio gran
alegría enterarse de que su tío partiría de México para migrar a Estados Unidos.
Sintió profundo alivio de que su dolorosa encrucijada llegara a su fin, no podía
creer su suerte.
Para su asombro, el acoso sexual no terminó después de que su tío migró al
norte; simplemente adoptó otra forma. Justo después de que el tío se fue, las
obscenas llamadas locales que solía hacerle no hicieron más que convertirse en
llamadas internacionales desde el otro lado de la frontera. Su tío usó las
conversaciones familiares con su hermana y su madre (la madre y la abuela de
Ileana) para seguir acosándola a la distancia. Mediante este patrón, que duró más
de quince años, estableció con éxito una forma de “terrorismo sexual” por
telefóno y a larga distancia. Ella se sentía amenazada, desgarrada y lastimada por
estas conversaciones telefónicas (que a veces duraban más de dos horas) y que
con frecuencia ocurrían en presencia de su madre y su abuela (y a veces del
esposo de Ileana), que estaban encantados de recibir noticias de él sin sospechar
jamás el secreto de Ileana.
En una ocasión su tío tuvo un trágico accidente y llamó a Ileana para pedirle
perdón, pero ella sintió, sin embargo, que la conversación no era genuina, y
colgó. Con el paso del tiempo, Ileana confrontó a su tío por teléfono, rompió su
silencio y le contó a su madre y a su abuela lo que le había hecho todos esos
años, antes y después de migrar, pero no le creyeron y la llevaron con un
psiquiatra. Éste le recetó medicamentos que, lejos de ayudarla, la perjudicaron
aún más. En un acto tanto de resiliencia como de resistencia, dejó de ver al
médico. Su tío no ha regresado a México y ella no ha hablado con él desde que
rompió su silencio.
La narración de lo vivido por Ileana ilustra una compleja expresión del incesto
a través y más allá de las fronteras y que identifico con el nombre de “incesto
transnacional”.8 Además de su experiencia con su tío migrante, Ileana debió
enfrentar el acoso de otros hombres adultos de su familia: otro tío materno (unos
cinco años mayor que ella), un primo (el sobrino de su padre) y un hombre al
que llama “primo político” (el esposo de su prima, hija de la hermana de su
padre). Estos eventos aislados ocurrieron durante los dos años previos a nuestra
entrevista, como parte de celebraciones religiosas familiares (como el bautizo de
una niña o niño), fiestas y otras reuniones familiares. Pero Ileana dijo que la
experiencia con su tío migrante fue la que más la afectó. Durante la adolescencia
bebía alcohol compulsivamente y trató de suicidarse tres veces. Ahora, adulta,
aún tiene flashbacks ocasionales.
Ileana se casó con su primer novio, y con el tiempo le contó sobre sus
dolorosas experiencias. Él no siempre ha sido comprensivo; en momentos de
conflicto y tensión sexual ha sacado a relucir el tema en su contra. “¿Para qué te
haces si cuando ellos te agarraban te gustaba?”, él le ha preguntado cuando ella
se niega a tener relaciones sexuales. Ileana nunca ha ido a psicoterapia, pero una
relación cercana con un maestro y mentor de la preparatoria, su amor por sus
hijos, y su pasión por la lectura sobre el comportamiento humano, le han
ayudado a ser resiliente.

Natalia

“Porque luego mi tío nos chantajeaba… y nosotros pues muy inocentes lo


hacíamos”, dijo Natalia, de treinta y cinco años de edad, sobre la dolorosa
experiencia que tuvieron ella y sus dos hermanos cuando ella tenía unos seis
años de edad. En aquel entonces, su madre tenía poco más de veinte años y
trabajaba de tiempo completo. La mamá de Natalia, dejaba a su hijo, a Natalia y
a una hija menor bajo la supervisión de su medio hermano, un hombre de unos
dieciocho o veinte años que trabajaba tiempo parcial como mecánico y cuidaba a
los tres menores mientras su madre hacía malabares con varios trabajos parciales
para ganarse la vida. A Natalia la dejó estupefacta al enterarse, recientemente, de
que su madre también realizó trabajo sexual.
Originaria de la Ciudad de México, Natalia creció en varias vecindades de la
gran urbe, es la segunda en orden de nacimiento, la hija mayor y la hija parental
en una familia de cuatro hijas e hijos. Mientras su madre trabajaba, ella la
sustituía, por ejemplo, alimentando a su hermano menor y lavando sus pañales.
“Siempre, prácticamente… mis hermanos me han dicho, ‘es que tú eres mi
segunda mamá’.” La madre y el padre de Natalia tenían una relación inestable y,
con el tiempo, su padre abandonó a la familia. A él también lo habían “tirado a la
calle, completamente como a un perrito”, dijo Natalia. Su padre, un huérfano que
nunca conoció a sus progenitores, había tenido una vida muy difícil y Natalia no
lo culpa por no “saber como quererlos”. Pero siente que, al abandonar a la
familia, su padre “dejó carne para los lobos”. Al irse, permitió que su tío abusara
de todos los menores: dos niñas y un niño.

Entonces, ya en la tarde, este... ya que no iba a llegar mi mamá, nos decía, este... me decía
“¿Sabes qué? Te dejas hacer groserías, o le digo a tu mamá”. Y prácticamente a mis hermanos,
cuando yo llegaba a… a la litera, mis hermanos ya estaban acostados. Entonces estaba mi
hermano el grande, mi hermana, y yo en la orilla.

Natalia cuenta que su tío desvestía a los tres menores de la cintura para abajo
y los “acostaba en línea, como ‘choricitos’”. Luego “sacaba su pene” y “abusaba
sexualmente” de ellos. Cuando el cuerpo de Natalia se desarrolló, su tío le quitó
toda la ropa. La experiencia nunca le brindó placer físico a Natalia. Por el
contrario, alimentó una rabia profunda y duradera. Esta rutina iba acompañada
por las amenazas de su tío de contarle todo a su madre. Sabía que eran muy
efectivas, porque los tres hermanos le tenían miedo a ella. “Siempre estaba
enojada mi mamá, siempre nos pegaba”, dijo Natalia. “Siempre se preocupaba
por nosotros, de que comiéramos, fuéramos a la escuela… pero nos pegaba
delante de los compañeros. Ella usaba una cuarta para pegarnos, y que si
metíamos las manos [para protegernos], nos iba peor.” Los maestros de Natalia
convocaron a su madre a una junta cuando notaron las cortadas y los moretones
en el cuerpo de Natalia y de sus hermanos, pero cuando los tres menores
llegaron a casa, los castigó aún más.
“Entonces, por un lado era mi mamá, y por otro lado era él, mi tío”, dijo
Natalia. Las dos niñas y el niño se sentían atrapados entre la espada y la pared.
Esta violenta rutina ocurrió casi todos los días durante cuatro o cinco años, al
punto de que Natalia ya lo veía como “normal”.

Este, de hecho, eh... en las primeras ocasiones, nos tapaba la cara con la almohada. Porque que
si no queríamos [o resistíamos]... teníamos miedo de sus amenazas, que le iba a decir a mamá y
ella nos iba a pegar. Entonces, la que nos iba a pegar aún más era mi mamá. Entonces, si
nosotros no aceptábamos, era aceptar eso, aceptar los golpes de mi mamá. Y la inocencia hacía
que aceptáramos eso.

Aunque parecía que nunca iba a terminar, un día las cosas cambiaron
inesperadamente. A su madre la despidieron de uno de sus trabajos, llegó
temprano a casa y encontró a su hermano —el tío materno de Natalia—
penetrando a la hermana de Natalia. “Pero al descubrirlo, no nada más la agarró
con él, sino también nos pegó a nosotros” dijo Natalia; era justo por eso que
Natalia y sus dos hermanos no le habían dicho nada a su mamá. Tampoco la
abuela era de apoyo. “Mi abuela sale al rescate de mi tío”, dijo. “Y le empieza a
decir a mi mamá: ‘Tú le haces algo a mi hijo y te mueres para mi’.” El tío era el
hijo favorito de los abuelos.
Aunque los tres menores solían estar solos, Natalia estaba convencida de que
su abuela, su abuelo y los parientes que compartían su modesto hogar sabían lo
que el tío les estaba haciendo. Aun así, nadie intervino. “Mi abuelo vendía tacos
de canasta. Muchas veces que él llegaba, nos encontraba acostados. Y él
también, nunca preguntaba qué pasaba”, dijo Natalia. “Entonces, prácticamente
todos sabían”, aseveró. La dura amenaza de la abuela evitó que la madre de
Natalia tomara acciones más severas. “Ella prefirió a su madre que a sus hijos”,
dijo.
Conforme los tres menores crecían, descifraron formas de enfrentar la
situación; incluso usaron su pobreza como una excusa inteligente para evitar a su
tío. El hermano mayor lavaba autos en la calle para mantenerse alejado de la
casa. Cuando Natalia tenía diez u once años, empezó a limpiar casas y a vender
tortas en la calle. Su hermana menor escapó por completo. Cuando ella tenía
unos 11 años comenzó a llevarse su ropa de la casa, a escondidas y poco a poco,
sin que nadie se diera cuenta. Finalmente, su hermana terminó por huir con un
adolescente de entre catorce y quince años, quien fuera el primer novio de
Natalia.
En retrospectiva, Natalia dijo que siempre, lo que más le dolió fue la reacción
de su familia hacia el abuso, en particular las palizas de su madre. Hace unos
años, cuando ya era una mujer casada y madre de dos niñas, Natalia finalmente
pudo confrontar a su madre durante una conversación. “¿Pero te has puesto a
pensar en el gran daño que nos hizo tu hermano?”, le preguntó. Natalia dijo que
durante este doloroso diálogo “le cayó el veinte a mamá” —finalmente su madre
había comprendido todo. Receptiva y arrepentida, su madre poco después buscó
ayuda profesional y con el tiempo le escribió una carta a Natalia en la que le
pedía perdón.
Hace poco Natalia también sintió una gran necesidad de tener una
conversación con su tío, largamente pospuesta. Lo confrontó valientemente
sobre lo que le hizo a ella, y a su hermana y hermano treinta años atrás.
Describiendo la ingenuidad del semblante de su tío, ella recordó su reacción: “Ni
yo lo sé, hija”. Ella insistió, “¡¿Oye tío, y por qué?!”. Su respuesta la dejó
estupefacta: “Lo que te hice era una forma de desquitarme de tu mamá, porque
me pegaba cuando éramos chicos”.9 El tío de Natalia ahora tiene casi cincuenta
años, es policía en la Ciudad de México y carga una pistola.
Con el paso del tiempo, Natalia ha desarrollado cierta perspectiva acerca de su
madre y su tío. “Ellos están muy mal”, dijo. “Ellos comparten el daño.” Ella ha
perdonado a ambos. Asegura no odiar a su madre, pero siente una profunda rabia
por lo que pasó. Con relación a su madre, ella comentó: “Ella se siente muy
culpable, ahora en la actualidad, de no poder haber hecho nada”. Y, sobre su tío,
comentó: “Vive solo, tiene dinero y todo, pero vive como perro, solo y
enfermo”. Natalia lo identifica como “una persona muy enferma”, y dice que en
algún momento se enteró acerca de la gran cantidad de revistas pornográficas
que había acumulado con los años.
Al hablar sobre su vida romántica y sexual, Natalia describió sus pocas y a
veces abusivas relaciones con los hombres. Ella tenía diez años cuando besó por
primera vez a una mujer que identificó como “la pareja de su tía”. Natalia ha
tenido fantasías lésbicas y ha considerado seriamente establecer una relación con
una mujer. Sin embargo, los estigmas sociales y el miedo de que sus hijas se
avergüencen de ella, le han impedido explorar esta posibilidad.
Natalia nunca ha hablado con nadie sobre la experiencia con su tío. Dijo que
ha sido difícil revivir este suceso y hablar al respecto con sus hermanos. Su
hermana tiene recuerdos de lo ocurrido, pero se resiste a hablarlo. Y comentó
que su hermano había “bloqueado” los eventos de abuso. Este mismo hermano
es el que la hizo sentir muy incómoda recientemente, al toquetear sus senos
como si estuviera “jugando”.
Natalia tiene un largo historial de hostigamiento sexual por parte de sus
supervisores en el trabajo, lo que incluye episodios de agresión sexual violenta a
manos del hijo de su jefe cuando se desempeñaba como trabajadora del hogar. Y
cada vez que ella ha confrontado a sus jefes —todos varones—, ha perdido su
trabajo. A finales de la adolescencia fue secuestrada y violada por un
desconocido armado y, hacia los treinta años, sobrevivió una brutal violación
tumultuaria. Hace poco acudió a un par de citas con una psiquiatra para resolver
su depresión crónica, sus fantasías suicidas y sus problemas de peso.
Actualmente toma antidepresivos. Su esposo se encuentra en un programa de
desintoxicación, tras una larga batalla con el alcoholismo.

LOS TÍOS POLÍTICOS MATERNOS


Evangelina

“Fueron varios años porque ya tenía… ya alrededor de quince años cuando


todavía él… hace el último intento”, dijo Evangelina, madre y ama de casa de
tiempo completo, de casi treinta años de edad, quien cohabita con un hombre en
Monterrey. Nació y creció en una vibrante colonia de clase trabajadora; dijo que
estaba en la primaria cuando su tío la toqueteó por encima de su ropa, una
situación que más tarde dio lugar a un contacto físico directo y a penetración
vaginal con sus dedos. La primera vez que esto sucedió ella tenía entre siete y
ocho años de edad y él, entre veinticinco y treinta. Él tío es el esposo de la
hermana menor de la madre de Evangelina. Estas experiencias ocurrieron una y
otra vez, en particular cuando no había nadie cerca. “Pues supuestamente que
porque me quería mucho”, dijo mientras explicaba que nunca usó amenazas o
palabras ofensivas con ella; en otras circunstancias era respetuoso y no era
violento, y le hablaba como si nada hubiera pasado. Sin importar el contexto,
nunca se sintió cómoda en presencia de él.
“De hecho, abusó de mí, el esposo de mi tía, y es cuando pierdo mi
virginidad”, dijo Evangelina. Su tío la penetró vaginalmente con los dedos y
provocó que sangrara. Ella tenía ocho años aproximadamente y recuerda con una
claridad casi fotográfica un acontecimiento rodeado por azares y coincidencias.
El día anterior a que su tío la violara su padre la había mandado a que le
comprara cerveza al depósito de su colonia.10 Su madre llegó al depósito justo
cuando Evangelina estaba comprando la cerveza y vio que el dueño del depósito
hablaba con su hija de una forma que no le pareció correcta. Había rumores de
que este hombre, de unos setenta años por entonces, había abusado de niñas de la
colonia. Su madre no lo pensó dos veces: a los pocos días llevó a Evangelina con
una médica para que la revisara. La médica le confirmó que la habían penetrado
vaginalmente. La madre de Evangelina culpó al dueño del depósito y le preguntó
una y otra vez a su hija acerca de lo que él le había hecho. Atemorizada y
confundida, Evangelina negó que le hubiera hecho algo, pero no dio más detalles
y permaneció en silencio. “Siento que tenía miedo de que no me fueran a creer, o
que… o que fueran a pensar que yo era la que lo buscaba”, dijo. No tenía el
valor para decirle a su madre acerca de lo que su tío le había hecho. Su madre no
insistió. Los abusos del tío prosiguieron.
Aunque el hombre del depósito no le había hecho nada a Evangelina ese día,
la había toqueteado en dos o tres ocasiones anteriores. Como forma de enfrentar
la situación, decidió decirle a su madre que ya no iría más a comprar cerveza
para su padre alcohólico. Recuerda haberle dicho a su madre: “Ésos no son
mandados que yo deba hacer. Yo sí puedo ir a conseguir un kilo de tortillas, pero
el vicio de mi papá, no”. “¿De dónde sacaría una niña de ocho o nueve años
tanta claridad y valor?”, se pregunta ella. Resulta ser: de su maestro de tercer año
de primaria. Evangelina explicó: “Mi maestro nos dedicaba mucho tiempo, de
que siempre nos decía cosas así, siempre nos inculcaba también eso de que nadie
nos debe de tocar, nadie nos… él sí nos hablaba mucho de todo esto de…
siempre nos hablaba mucho de moral”. Conforme crecía y avanzaba con éxito en
la escuela, su maestro —un hombre que inspiraba respeto y admiración— se
convirtió en su fuente más importante de apoyo emocional, autoestima y
resiliencia. Ella tenía unos doce años cuando le dijo a su madre que dejara a su
padre, cuyo abuso del alcohol empeoraba aquella abusiva relación conyugal, que
incluía un intento de asesinato por parte de él hacia su madre.
Al recordar las experiencias con el hombre del depósito, Evangelina dijo que
el velador de un almacén cercano a su casa también había abusado sexualmente
de ella. En su camino a hacer mandados para su familia y en varias ocasiones
más, el velador la detuvo, la toqueteó y le hizo sexo oral. Ella tenía unos ocho
años y él, y él estaba en sus sesenta. El velador tenía un hermano que vivía cerca
y que se volvió una figura protectora para ella; era un hombre al que ella le
importaba y que llamaba “abuelo”. Nunca le dijo a él lo que su hermano le había
hecho, pero él la protegía. Por ejemplo, intervenía si veía que un niño mayor
quería pelear con ella. Agregó que las experiencias con los dos hombres —el
velador y el dueño del depósito— le provocaron repulsión y nunca fueron
físicamente placenteras.
Es muy probable que Evangelina no fuera la única niña de la colonia que
sufriera abusos sexuales por parte del dueño del depósito o del velador. Sin
embargo, y a pesar de que circulaban fuertes rumores sobre otros casos de abuso,
ninguno de los vecinos dijo nada, en particular respecto al hombre del depósito.
Ella cree que esto ocurrió, en parte, por sus contactos con la policía local: “Me
imagino que la gente tenía cierto miedo de que… como que tenía cierta
influencia, vaya, ante las autoridades”, dijo. Los policías solían ir en sus
patrullas a beber alcohol a ese lugar.
Evangelina pronto aprendió cómo evitar al dueño del depósito y al velador,
pero no fue tan fácil encontrar formas de evitar a su tío. Comenzó a pasar tiempo
con una amiga y también tuvo su primer novio. Cuando su madre descubrió que
estaba teniendo sexo con él, se lo dijo al padre de Evangelina, quien la golpeó
como forma de disciplinarla. Tenía catorce años por entonces y estaba casi al
límite de su tolerancia. Su tío, explicó, “me dijo que nadie me iba a creer”. Eso
estaba por cambiar.
Cuando Evangelina cumplió quince años comenzó a resistir activamente las
agresiones sexuales de su tío y le dijo que le contaría a su madre sobre ellos.
También lo amenazó con usar la fuerza física para resistirse e incluso matarlo si
no se detenía, dijo, “y si voy a dar a la cárcel, no me importa”. Además de la
influencia positiva que ejerció sobre ella su maestro, ¿dónde aprendió a resistir
con tanta confianza en sí misma? “Yo siempre le insistía que dejara a mi papá”,
dijo. Le dolía profundamente presenciar sus constantes peleas. Este sentimiento
se intensificó cuando tenía quince o dieciséis años de edad aproximadamente y
por casualidad escuchó cómo tenían sexo su madre y su padre. Su madre lloraba
desconsolada y parecía sufrir tanto dolor que Evangelina se sintió confundida,
insegura de que el sexo fuera consensual. También se dijo a sí misma: “Yo le
estoy diciendo a mi mamá que deje a mi papá, ¿y yo también lo estoy
permitiendo, que abusen de mí? ¡Y es cuando yo… digo que ya!” Evangelina
logró con éxito ponerle un alto a la conducta de su tío.
Más o menos a la misma edad empezó a descifrar cómo podía dejar de ser la
hija parental en su familia. Su padre estaba discapacitado, tras un trágico
accidente, y su madre siempre estaba fuera de casa, por lo general trabajando
pero a veces jugando a las cartas con sus amigas. “Yo hago todo”, dijo
Evangelina. “Desde que me levantaba, el quehacer de la casa, yo les lavaba y les
planchaba para que mi hermanito se fuera a la escuela. Mi hermanito el más
chiquito era un bebé, o sea, yo le cambiaba pañales, yo todo. O sea, yo sentía
como que tenía una responsabilidad.” En cierta forma ya era, para su padre, la
mujer de la casa. Recordó con sarcasmo haber desafiado a su madre cuando tenía
dieciséis años: “Nada más falta ahí que vaya y me acueste con él, o sea”.
Cuando Evangelina terminó la secundaria estaba muy motivada para ir a la
universidad a estudiar medicina, pero no pudo cumplir sus sueños por falta de
apoyo tanto económico como familiar. Sus progenitores terminaron por
divorciarse. Al recordar lo asertiva que se iba volviendo durante la adolescencia,
compartió otra historia que la hizo reírse y sonrojarse. “Era el chavo más guapo
de todo el barrio”, dijo Evangelina, con el rostro radiante, al referirse a otro tío,
el hermano menor de su madre. El tío guapo inspiraba fantasías románticas en
muchas chicas adolescentes de la colonia.
“Pues es el que todas quieren y nada más yo lo voy a tener”, dijo Evangelina
al recordar los besos, abrazos y caricias que intercambió con él. Ella tenía unos
diez años y él, cerca de dieciocho la primera vez que ocurrieron estos encuentros
sexualizados. Tres años más tarde ocurrieron de nuevo. Él siempre tomaba la
iniciativa y ella dijo que participaba en estas experiencias de forma voluntaria.
Los intercambios no llegaron a una penetración vaginal. Cuando Evangelina
creció, él la abordó nuevamente y, al rechazarlo, no insistió. “Yo pienso que él lo
vio así, como de que a la prima se le arrima, ¿no? Y, o sea, sí. O sea, un arrimón
y ya. Y a lo mejor ése era su pensar, de ese entonces”, dijo.11
Pero ese “arrimón” no parecía correcto y hacia los diecisiete años Evangelina
ya se decía “Sí, sí que lo utilicé para… para cobrarme de que así como las
mujeres somos usadas para un gusto de ellos”. También dijo que creció sintiendo
que su madre y su padre habían sido negligentes con ella y creyendo que su
hermana mayor era la hija favorita. Así que las experiencias con su tío guapo la
hicieron sentirse como la preferida, que se “estaba saliendo con la suya” en algo,
aunque no sentía nada especial, física o sexualmente, con él. Las experiencias
nunca fueron verbal o físicamente violentas, y jamás se enamoró de él. A pesar
de que ahora percibe que dichas experiencias fueron sexualmente abusivas por
parte de su tío, a causa de la diferencia de edades, siente que ella lo “usó”
emocionalmente. Hasta cierto punto se arrepiente de estas experiencias con él y
cree que ocurrieron a causa de sus otras experiencias con los hombres que
abusaron sexualmente de ella cuando era niña.
Las experiencias de Evangelina con el tío atractivo siguieron siendo su
secreto, pero sospechaba que otras mujeres en la familia tenían sus propias
aventuras secretas con él. “Siempre he pensado que con él también tuvo
relaciones mi hermana”, dijo. Evangelina y su hermana sintieron celos el día que
el tío se vio obligado a casarse con una mujer que no era “la novia de planta” —
la novia oficial—, con quien había tenido una aventura sexual y que aseguraba
haber perdido su virginidad con él. Circulaban rumores sobre las experiencias
sexuales anteriores de esta mujer con uno de sus propios tíos. El tío guapo y su
esposa terminaron por divorciarse.
La vida romántica y sexual de Evangelina se transformó en una caja de
Pandora. Se enamoró de un hombre y tuvo un hijo con él, sólo para descubrir
después, con enorme sorpresa, que era el hijo del velador que había abusado de
ella cuando estaba en la primaria. Su relación es, tal vez, la mejor que ha tenido,
y ahora es un ama de casa de tiempo completo que se ocupa en educar a sus
hijos. Últimamente permite que sus hijos vayan a comprar tortilla o leche, pero
nunca los deja hacer mandados que puedan exponerlos a abuso sexual. Espera
que les vaya bien en la escuela y aprovechen las tres enciclopedias que les
compró a plazos.
El maestro de tercero de primaria de Evangelina se ha convertido en el
protagonista de muchas de las anécdotas y lecciones de valores morales que le
enseña a sus hijos. Emulando su ejemplo les habla abiertamente sobre abuso
sexual, reproducción y educación sexual. “Él fue así como el papá que no tenía
en mi casa”, dijo, llorando. Sueña con encontrarlo algún día.
“Ya no tengo miedo”, dijo Evangelina, reflexionando sobre su vida. Nunca ha
ido a terapia, y nadie sabe nada sobre los tres hombres que abusaron de ella. No
está segura de poder perdonar alguna vez a los hombres que le dejaron estas
profundas cicatrices psicológicas, pero ha presenciado, silenciosamente, las
formas en las que la vida le ha hecho justicia. Su tía abandono a su esposo —el
tío político de Evangelina—, quien ha tenido una vida muy difícil. El hombre del
depósito y el velador fueron abandonados por sus familias, las cuales tuvieron un
comportamiento negligente mientras ambos sufrían enfermedades terminales que
en su momento acabaron con sus vidas.

Luz

Pues me desnudó y él también. Él quería que yo lo tocara y viceversa. Y yo le preguntaba que


por qué. Y él me decía que yo tenía la culpa de eso, que no, pues que le dijera a nadie porque
nadie me iba a creer. Y que, o que me iba a ir muy mal si yo hablaba con alguien. Y pues así
crecí, creyendo eso, que yo había tenido la culpa.

Luz, una mujer con formación universitaria de Guadalajara de un poco más de


veinte años de edad, dijo que este episodio ocurrió una vez con el primo de su
madre, en casa de él. Ella tenía cuatro o cinco años de edad y él estaba en sus
veinte. Luz lo visitaba con frecuencia para dibujar, sobre todo los fines de
semana. Su tío era dueño de un taller de carpintería que estaba lleno de cosas con
las que le gustaba jugar. Estaba ubicado, convenientemente, justo frente a la casa
de sus abuelos. Luz conserva recuerdos casi fotográficos de la dañina
experiencia que vivió en ese lugar.

Él me estuvo tocando y mientras se estaba masturbando. Y quería que yo lo tocara también. Él


me agarraba de las manos y hacía que yo lo tocara. Me preguntaba que si me gustaba y él me
decía “Me tienes que decir que sí. Yo sé que sí te gusta porque si no te gustara no estarías aquí.
No hubieras venido. Tú tienes culpa de esto porque…” pues porque yo lo había provocado.

Luz dijo que nuestra entrevista era la primera ocasión en la que ella compartía
con alguien al respecto.

Es que yo no sabía ni siquiera qué estaba pasando. A esa edad yo no tenía como conocimiento
de nada de eso. Pero estaba asustada y más por lo que me estaba diciendo. Yo llegué a, cuando
yo llegué a mi casa, estaba llorando y mi mamá me preguntó que qué tenía. Que, yo no dije
nada y ella fue a verlo a preguntarle por qué estaba llorando. Que qué me había hecho. Y dijo
“no, yo no hice nada”. Pero, me estuvo diciendo todo el día y toda la tarde y no, pero pues no,
nunca le dije.
¿Por qué permaneció Luz en silencio? En parte porque tenía miedo de que él
volviera a hacerle lo mismo, pero en parte —y esto lo dijo llorando— por la
forma en la que su familia la hubiera visto, dijo. Ella no sabía lo que hubiera
hecho su madre de haber conocido la verdad. “Tengo más miedo de que la gente
que conozco se entere. No soportaría que, qué dirían después. Sí, a que mi
familia lo sepa. A que la gente que conozco lo sepa. Siento que me van a ver
diferente, que me van a tratar diferente. Entonces, pues por mí que no lo sepan
nunca.”
Durante su infancia y su adolescencia, Luz no volvió a ver a su tío. Se había
ido de la ciudad; a veces, ya adulta, se lo ha encontrado cuando va a Guadalajara
de vacaciones. Ha evitado cualquier contacto con él y, al verlo, dice, “pues actúa
como si no hubiera pasado nada”.
Luz también recordó dos experiencias más con otro tío, un tío político que era
el esposo de la hermana de su madre. La primera vez él estaba en sus treinta
cuando Luz tenía siete u ocho años. Él la besó y la toqueteó, pero nunca la
desvistió. Llorando, contó que él siempre encontró el modo de hacerla sentir que
ella era la culpable. “Me dijo que así lo había hecho, me dijo que yo le excitaba.
Entonces, en una segunda ocasión, yo tenía firme la idea que yo tenía la culpa.
De que y de que… [sollozos] y de que… [silencio] Y por eso mejor no le he
dicho a nadie.”
Cuando le pregunté a Luz si recordaba exactamente cuáles habían sido sus
palabras, ella las parafraseó:

Que yo tenía la culpa de lo que me estaba haciendo porque yo le gustaba. Que si yo no fuera
como fuera entonces no me hubiera hecho nada. Y que no le dijera nada a nadie... Porque si
alguien se enteraba pues que se iba a hacer un escándalo en la familia. Y que si ahí iba a haber
muchos problemas en la familia y entonces yo iba a tener la culpa. Que si mi tía se divorciaba
de él, y que todo el mundo lo iba a señalar y que la familia se iba a acabar porque yo tenía... Y
yo no quería que… [silencio] por eso no dije nada tampoco.

Esto ocurrió dos veces en la casa del tío de Luz, durante visitas familiares. Al
crecer, la violencia sexual sólo cambió de expresión; cuando se acercaba a la
mayoría de edad, con frecuencia se encontraban por casualidad. “Él decía que
estaba esperando a que yo creciera”, dijo. “Se agarró de ahí y se le veía... que
quería hacer otras cosas... y... decía que ya no estaba tan niña, que ya entré como
en la adolescencia, en que el cuerpo cambia y todas esas cosas. Entonces él decía
que estaba como al pendiente de todos esos cambios.”
Unos meses antes de nuestra entrevista, Luz se encontró con su tío, quien le
preguntó si estaba saliendo con alguien. “Hablo con él, eh… pues porque tengo
que hablar con él, pero no me gusta quedarme sola con él”, dijo. “No me gusta
cómo me habla, no me gusta cómo me ve. Entonces, eh… procuro pues
evitarlo.” Él nunca ha empleado la violencia física, pero cada vez que se
encuentran repite estas conductas, sobre todo cuando no hay nadie más cerca.
Como ocurrió con su primer tío, cuando están con la familia y otras personas
“actúa como si no hubiera pasado nada”, dijo Luz. Hasta el día de hoy ni su
madre ni su tía —la esposa de este tío político— se han enterado sobre sus
experiencias con él.

Marina

“Cuando estamos con toda la familia, sí, quiere ser muy amable y según él muy
respetuoso”, dijo Marina. “Pero eso nadie se lo imagina.” La relación con su tío
de treinta y ocho años fue un calvario que apenas había terminado el año anterior
a nuestra entrevista.
El tío de Marina —el esposo de la hermana de su madre— empezó a
toquetearla cuando ella tenía siete años, como parte de “juegos”. Fue
aumentando estratégicamente el tono de su coerción sexual y cuando tenía ocho
años terminó por violarla. “Uyy, ja… yo creo que me penetró un montón, desde
que… desde que yo se qué es la penetración, muchísimas. Perdí la cuenta”, dijo.
Marina, que nació y creció en una familia de clase trabajadora de Guadalajara,
tiene veinte y tantos años y dos hermanas mayores y un hermano menor; el
varón es producto de la relación más reciente de su madre. La madre de Marina
se divorció del padre de sus hijas cuando ella era pequeña. Desde entonces ha
tenido que trabajar mucho para mantenerlos, explicó. A su madre le costaba
trabajo pagar la renta, por ejemplo. El tío y la tía de Marina no tenían dónde
vivir, así que se mudaron con ellos y pagaban la mitad de la renta. Su presencia
le brindó alivio económico a su madre.
Como miembro de la familia y del hogar, el tío de Marina era percibido como
alguien a quien podían confiarle el cuidado de la niña cuando su madre y tía
estaban trabajando. Además de arreglárselas con varios trabajos, él se las
ingeniaba para enterarse del horario familiar y ejercía violencia sexual contra
Marina cuando no había nadie en casa. Marina está convencida de que él no le
hizo nada a sus hermanas mayores “a lo mejor porque ellas se iban a la escuela
en las mañanas”. Irónicamente, mientras su mamá se ganaba duramente la vida
con su modesto empleo administrativo en un despacho de abogados, el esposo de
su hermana estaba violando a la menor de sus hijas.
Hoy Marina es una elocuente estudiante universitaria y recuerda claramente
las edades en las que ocurrieron esos acontecimientos violentos: a los siete y
ocho años su tío la toqueteaba con frecuencia, y a los ocho la violó. Luego
Marina tuvo un merecido descanso: durante dos años —desde que tenía nueve y
hasta los once—, Marina y sus hermanas asistieron a un internado laico, tras
calificar para recibir ayuda financiera. Estos dos años le dieron a Marina un
respiro de su tío y una emocionante oportunidad de aprendizaje que aún recuerda
con alegría. Desafortunadamente, al cumplir los once años, su madre decidió que
las niñas “ya estaban grandes” e hizo que regresaran a casa. Desde ese momento
hasta que cumplió dieciséis, su tío encontró formas más estratégicas y
oportunistas de violarla.
Marina tenía dieciséis cuando su madre, su tía y su tío se vieron envueltos en
una violenta discusión, lo cual resultó ser una bendición, puesto que la madre de
Marina y sus tres hijas fueron “corridas de la casa”. Sin embargo, cuando la
madre y la tía se reconciliaron, el tío comenzó a visitarlas, y selectivamente
acosaba y violaba a Marina. A la fecha, ella sigue evitándolo, dijo. “Pero pues
ahora, de hecho por eso me voy al coro y a otro lado”, dijo. “Siempre estoy en la
calle para no estar en la casa. Si sé que no va a haber nadie, mejor me voy.”
“Se vuelve más agresivo, más brutal”, dijo. Ella explicó que al principio no
era físicamente violento, pero empezó a serlo, sobre todo conforme ella crecía y
se volvía más fuerte y se resistía a él más enérgicamente. “Y una vez se me
ocurrió ponerme difícil y me chingó.” Moretones, cortadas, sangrado, un pie
torcido y una pierna que cojeaba fueron algunas de las consecuencias de la
creciente resistencia de Marina a su tío. Cuando su madre, curiosa y belicosa, le
preguntaba sobre sus moretones o heridas, Marina inventaba excusas, hasta que
se le acabaron. “Ya no sabía qué inventar”, dijo. Finalmente, terminó por dejar
de defenderse: “En ese momento yo tomo la decisión de ya… ya no me voy a
defender porque me va peor. Empecé a ya no hacer nada”.
Mientras tanto su tío la atormentaba para que guardara silencio. Marina
recuerda que le decía: “Tú le dices a tu mamá y le voy a decir que no es cierto,
vas a ver que no te va a creer. Nada más se van a burlar todos de ti.” Lo decía
con tanta frecuencia después de violarla, que terminó por creerle. Hasta el día de
hoy él la llama “niña”.
Marina se ha mantenido en silencio sobre el abuso, en parte por miedo de lo
que su madre podría hacerle a su tío si se enterara. “Cuando mi mamá ve la tele,
cuando sale un abuso o algo, se pone fúrica y que lo va a matar y que, ay… Ay,
yo creo que sí va y lo mata al pobre éste, me da miedo que lo mate.” Marina
nunca le ha dicho nada a nadie de la familia, también por vergüenza. Los
encuentros con el tío siempre fueron dolorosos, nunca placenteros.
Mientras crecía, Marina nunca presenció o escuchó hablar de historias de
violencia en su familia. Pero describió a su familia como “medio distraída” —no
se prestaba mucha atención a lo que realmente pasaba en casa. Por ejemplo, se
da cuenta de que su tío sabía cómo manipular a su madre y encontrar formas de
quedarse solo con Marina. Una vez su tío le pidió a Marina (frente a su madre)
que fuera a hacer unos mandados con él, y su madre insistió en que ella fuera.
“Yo no sé. A veces digo ¿cómo le hace? No sé cómo le hace”, dijo.
Cuando era adolescente Marina se veía atormentada por pesadillas y
trastornos alimenticios, y trató de suicidarse tres veces. “No me he muerto, aquí
estoy… entonces, en vista de que no pude hacer nada, pues dije, bueno, voy a
seguir”, dijo. “Pues una vez fui a dar hasta el hospital, es que de tanto estrés que
ya tenía. Primero me dio un ataque de asma, después se me empezó a entumir
todo el cuerpo. Una vez me dio parálisis facial.” Marina ha padecido asma desde
que era pequeña y se enferma con frecuencia. Asocia todos estos problemas con
la violencia de su tío contra ella.
Inspirada por su trabajadora mamá, a los trece años Marina empezó a trabajar
en una tienda de regalos cuando se dio cuenta de que su mamá no tenía dinero
para comprarle útiles escolares. Desde entonces no ha dejado de trabajar.
Actualmente tiene un empleo de tiempo completo y va a la universidad; su
madre se está recuperando en casa después de una operación complicada.
Paradójicamente la incapacidad de su madre para trabajar protege a Marina de su
tío, quien ha permanecido lejos de ellas. Marina sueña, de manera optimista, con
comprar una casa para su mamá algún día. “La vida es bien corta, hay que
aprovecharla”, dijo.
Lo que le permitió afrontar la situación y permanecer en silencio fue su
profundo amor por su madre, dijo.

Desde que mi papá nos dejó, a veces no teníamos ni qué comer y ella movía así mar y tierra
por darnos todo. Entonces, es como que por ella vivo. Porque ella esté bien, intento luchar,
intento salir adelante. Ella está bien contenta porque yo estoy estudiando. Yo pienso que ella es
lo que me ha brindado, me ha puesto la muestra que puedo salir adelante. O sea, por más cosas
que estén mal, puedo salir adelante.

Actualmente las únicas personas que conocen las experiencias de vida


narradas por Marina son una amiga cercana, una profesora de la universidad y su
ginecóloga. Por recomendaciones de la doctora hace poco acudió a un psicólogo.
A ella le parece que es un hombre paciente y relajado, dijo, pero no le va a
contar nada sobre su tío hasta que no sienta que puede confiar en él por
completo.
Odalys

“Y éramos varios ¿sí? Y por ejemplo, generalmente a mí me sentaba a un lado


de él y muchas veces, me tocaba, me agarraba la mano y se estaba masturbando
en el cine. ¿Sí? Muchas veces”, dijo Odalys, una mujer con estudios
universitarios de clase media, de cerca de cincuenta años, que nació y creció en
Monterrey. Ella y su familia, incluidos sus abuelos maternos, estaban muy
involucrados con una iglesia evangélica. Cuando ella tenía diez u once años, fue
objeto de una amplia variedad de experiencias sexuales a manos de su tío
político, un hombre cercano a los cuarenta años y esposo de la hermana de su
madre.
“O sea, si se iban todos a X lugar… X, Y o Z, él era el que nos cuidaba la
mayor parte del tiempo”, dijo Odalys. Debido a que sus parientes y otras
personas consideraban que él era “buena persona”, con frecuencia lo dejaban
para que cuidara de Odalys, sus primas y otras niñas de la colonia, todas ellas de
edades cercanas. Les contaba historias o las llevaba al cine en grupo. Odalys lo
identificó como “una persona muy astuta”. “Y cuando estábamos en… o sea,
tenía una pericia para tocarte, sin que se viera que te estaba tocando. O sea, te
acercabas tú a ver algo que estaban exhibiendo o algo y con el codo te rozaba los
senos, o bajando la mano te agarraba las piernas.”
Casi sin que Odalys se diera cuenta, su tío la había seducido para mantener
encuentros personales en los que la desnudaba, tocaba su cuerpo, se masturbaban
mutuamente y trataba de penetrarla vaginalmente —todo ello sin usar la menor
fuerza física. “Si estamos hablando si hubo violencia, no”, dijo. “Hubo
manipulación, tal vez seducción, curiosidad, una serie de cosas.” Se encontró
experimentando una estimulante sensación de placer durante estos encuentros.
“Era una persona muy, muy hábil”, dijo. Él también era muy atrevido, al punto
que él se arriesgaba a seducirla cuando un pariente adulto dormía en la
habitación de al lado. “Era de esas gentes que se excitan sabiendo que tal vez lo
pueden pescar.” Como parte de estos encuentros sexuales, también le mostraba
revistas pornográficas, o las dejaba en partes estratégicas de la casa, donde ella
pudiera verlas.
Aunque Odalys experimentaba con él sensaciones físicas estimulantes, dijo
que se sentía “manipulada totalmente” en todas las experiencias que tuvo con él.
Ella pudiera haber tenido curiosidad, pero sentía que “él aprovechó el
momento”, dijo. “Simple y llanamente, se dio el momento, lo vio y lo tomó.”
Odalys se describió a sí misma como rebelde y asertiva desde muy pequeña,
pero nunca le contó a nadie sobre estos encuentros. “Lo que él verbalizaba era
que lo que estaba pasando era un juego entre él y yo. Que no podía yo hablar con
nadie más”, dijo, “y te decía que si por accidente se llegaba a enterar alguien, iba
a matar a tú mamá y tú papá”. Y cuando ella se resistía, él empleaba estas
amenazas. En otras ocasiones le decía “tú eres especial, tú eres mi niña querida”,
que no trataba igual a todas sus sobrinas, y que ella “era la mejor”.
Odalys dijo que sentía que algo no estaba “correcto”, y que tenía miedo de “ir
al infierno” a causa de estas experiencias “pecaminosas”, aunque le gustaban las
sensaciones de su cuerpo. “No hay opción”, dijo. “Bueno, me voy a ir al
infierno, pero si no lo hago, van a matar a mis papás”. En retrospectiva, ella
hubiera deseado hablar con una persona adulta para proteger a otras menores de
experiencias similares. Además de la compleja red de sentimientos y de los
temores que despertaban en ella las amenazas de su tío, tenía miedo de que no le
creyeran.

Porque en el momento que yo intuyo que mi tía sabe lo que está pasando y no hace nada, desde
ese momento créeme que perdí la confianza en el ser humano y amé más a mi perro. [risas] Sí,
en su momento. O sea, yo no podía pensar, yo no podía creer que ella se daba cuenta de lo que
estaba, yo estoy segura que ella se daba cuenta de lo que estaba pasando y que no fue la
primera vez que se dio cuenta, y ella por retener a su marido, me dejó a mí vulnerable. Le
interesó más retener a su marido y dejarte a ti vulnerable y siendo yo sangre de su sangre.

“Estoy haciendo memoria, yo sentía que de repente, la forma en que mi tía me


veía o como me trataba, era como si yo fuera una rival de ella”, dijo. “Entonces
ahora caigo en que sí se daba cuenta de lo que hacía su marido. ¿Sí? Y que, tal
vez, no era la única persona a la que se lo había hecho.” De hecho, Odalys está
convencida de que no era la única niña que sufría estas experiencias y que su tía
las ignoraba. “Mi tía se hacía güey”, dijo para explicar que su tía sabía lo que
sucedía, pero se hacía la tonta. Odalys no entendía el porqué su tía podía vivir
con un hombre que abusaba de niñas.
Una cosa que convenció a Odalys de que su tío estaba abusando de otras niñas
era la mirada que reconocía en sus ojos. “Yo siento que la misma mirada con la
que después veíamos a esa persona, se la vi yo a más de una gente. ¿Sí? O sea, la
misma mirada de coraje, de haberte sentido abusado y no poderlo decir, porque
no lo podías decir, se la vi a más de una gente, la misma mirada, la misma
mirada que yo tenía hacia él.” Más tarde dijo que tres de sus primas evitaban
abiertamente quedarse a solas con él, o claramente lo rechazaban de manera
silenciosa.
Entre los diez y los doce años de edad, Odalys tuvo una amplia variedad de
experiencias con su tío. Para cuando estaba por cumplir quince, él seguía
buscándola. Pero para entonces ella había aprendido la palabra “hostigamiento”.
Lo confrontó y amenazó con contarle a su madre y su padre; ya tenía también
más información sobre reproducción y temía quedar embarazada. El acoso por
fin terminó por completo cuando el tío y su esposa se fueron de Monterrey.
“¡Uffff!”, exclamó con alivio. “Y te digo, para mí, el que se cambiaran de ciudad
fue así como soltar el aire de la válvula de escape de la olla de presión”, dijo.
“Como que descansé.” Su tío murió cuando aún vivía fuera de la ciudad, cuando
Odalys tenía unos veinticinco años. Aparte de su tía, ella cree que nadie en la
familia está enterada de las experiencias que vivió con su tío.
Aunque Odalys creció sintiéndose sucia y culpable por las experiencias con su
tío, le ha resultado de ayuda leer libros sobre sexualidad humana y psicología.
Mientras estaba en la casa de una de sus mejores amigas, ambas los encontraron
y Odalys los leyó con una profunda curiosidad. Con el tiempo fue capaz de
superar estos sentimientos y de entender que lo que le había sucedido no fue su
culpa. Hasta la fecha, ella nunca ha ido a psicoterapia. En retrospectiva, Odalys
hubiera deseado haberle dicho a su tío:

¿Sabes qué? Dentro de todos los males que me pudiste haber causado, yo creo que, yo te
perdono a ti ¿sí? Porque realmente tú eras un adulto y tú sí sabías lo que hacías y yo no tuve
nunca conocimiento de causa de qué era lo que estaba pasando, pero te perdono porque no me
marcaste. Te perdono porque no hiciste mella en mi vida. Y te perdono porque soy mejor
persona que tú.

Sabina

“Sangré mucho. Él tiró como dos sábanas”, dijo Sabina al recordar cómo la
había violado su tío cuando ella tenía ocho años. “Y que no llegaba mi tía de
trabajar.” Ahora, cercana a los treinta, ella recuerda de manera vívida que el
esposo de su tía, un hombre de veintiún años en aquel entonces, la había
penetrado vaginalmente a la fuerza. Él estaba casado con la hermana de su
madre. “Pues fue cuando sacó el cuchillo (para amenazarme) porque como me
vio desangrando, pensó que yo iba a decir qué es lo que me había pasado. Pero
no, o sea, de repente él me puso el pene en la boca y me dio sueño. Me dijo que
eso [sangrado] era normal que porque ya me había llegado mi menstruación.
Pero yo esa vez… Ajá. Me dijo que era mi regla.”
Sabina nació y creció en Ciudad Juárez, y es la segunda en una familia de
siete hijas e hijos. Su madre ronda los cincuenta años y durante muchos años ha
trabajado de tiempo completo en una maquiladora, sintiéndose frustrada por no
poder ser mejor proveedora para su familia. Su madre tampoco podía depender
de su esposo, ni moral ni económicamente. “Mi papá siempre andaba tomado”,
dijo Sabina. Cuando su madre iba a trabajar, ella comentó, “nos dejaba solos en
mi casa”, y el mayor cuidaba a los menores. “Nos criamos solos”, dijo.
Cuando Sabina tenía ocho, su tío decidió contratarla como niñera. “Le dijo a
mi mamá ‘présteme a Sabina para que me ayude y yo le doy dinero a ella’…
para que cuidara a su hijo.” Él prometió darle dinero a la mamá de Sabina a
cambio de que su hija fuera niñera. Entusiasmada por el ingreso extra, la joven
madre mandó a su hija a vivir con la familia del tío durante las vacaciones
escolares. Para la pequeña estaba por comenzar una pesadilla. “Yo acababa de
salir de la escuela, llegué ahí y me dijo, ‘Vente para desabrocharte la falda’. Y le
dije yo que no, que me quería dormir. Al rato me acosté en el piso, al lado de la
puerta, era verano, para que me diera aire. Me quedé dormida”.
Sabina no recuerda por cuánto tiempo durmió. Hasta el día de hoy, sin
embargo, no ha podido olvidar lo que pasó después:

Y cuando me despierto, ya estaba él encima de mí. Y ya me había desnudado [sin estar ella
consciente] y cuando me desperté, pues yo me tapé con una sábana. Y él me empezó a decir
que le encantaba, que yo debía de ser de él, que él me iba a dar el cariño que mi papá nunca me
había dado. Y ya empezó a decir que le besara [el pene]… muchas veces. Duró casi toda la
noche. Toda la noche y pues yo sentía bien feo. Y miedo, pues no sabía ni qué hacer. Entonces
ya cuando terminó, me dijo él a mí que yo ya era de él. Que cuando él quisiera me iba a
agarrar. Entonces sacó un cuchillo. Y me lo puso aquí [señalando hacia su cuello] y me dijo
que cuando, que si yo decía algo, nos iba a matar… Y que ya nadie nos iba a dar dinero a
nosotros. Que él jamás nos iba dar dinero y que mi mamá se la iban a llevar a la cárcel. Me
asusté mucho. No, pues a mí me dio mucho miedo, y nunca dije.

Casi a diario y por un espacio de dos meses y medio, Sabina vivió versiones
más o menos intensas de la escena descrita anteriormente. Su tío la violaba
vaginal y oralmente, y la obligaba a tragar su semen. Ella recordó las palabras
favoritas de su tío mientras la violaba: “estás muy rica” y “cuando crezcas, vas a
ser una gran prostituta”. A la hemorragia que sufrió la primera vez que fue
violada le siguió un dolor vaginal crónico, que no hizo más que intensificar su
miedo y su silencio.
Cuando terminaron las vacaciones escolares Sabina regresó a su casa, pero su
tío insistía en que su madre la enviara a casa de él de nuevo los fines de semana.
“Entonces, yo le dije a mí mamá que no, que no me iba a ir con nadie. Mi mamá
me forzaba. Me decía mi mamá ‘véte con él, te tienes que ir porque necesitamos
dinero’. Me decía, ‘porque vas a entrar a la escuela y no tenemos de dónde’…
dinero, no tenía lápiz. Y ya, pues me iba.”
Sabina terminó por decirle a su mamá el porqué no quería ir a casa de su tío,
pero ella no le creyó. Entonces Sabina se volvió “muy rebelde”. Ella escapó de
su casa y vivió con una vecina a la que ella identificó como una “señora
prostituta”. Esta compasiva mujer llevó a Sabina al doctor debido al intenso
dolor vaginal que sufría, y la protegió a partir de ese momento. El doctor les dio
lo que Sabina identificó como un “certificado”: una prueba escrita de que había
sido violada. Con el documento en mano la vecina confrontó a la madre de
Sabina, y la niña no tuvo más opción que volver a escapar de casa. Huir se
convirtió, de hecho, en el estilo de vida de Sabina. Desde los nueve hasta cerca
de los diecisiete años, Sabina se mudó de casa en casa, y vivió con al menos diez
familias diferentes. “Ya estoy grande, ya estoy más maleada. O sea, yo no me
dejaba yo muy bien de nadie.” En estos hogares, ella se protegió a sí misma de
sufrir abuso sexual de, por lo menos, un hombre.
Con poco más de veinte años, Sabina trabajó en varias cantinas, y en el
comercio sexual por espacio de tres años, “aunque se sentía muy mal” al
respecto. Se “sintió obligada por la necesidad” para mantener a sus dos hijas.
Las niñas nacieron de una relación que Sabina mantuvo con un hombre que
ahora está en la cárcel, acusado de robo. Actualmente, ella trabaja en una
maquiladora.12
Sabina ha escuchado historias de que el hermano de su mamá “tocaba” a su
madre y a sus tres tías “las tocaba todas”. Sin embargo, cuando su abuela se
enteró, nunca intervino. “Yo digo que ya viene de ahí”, dijo. Su madre y sus tías
también experimentaron violencia física y verbal a manos de sus parejas
heterosexuales. Sobre las mujeres de su familia, Sabina comentó: “ellas son
débiles, nunca se han defendido de nadie. Nunca. Quien las maltrata, quien les
dice, y ellas así se quedan”. También se enteró de que su tío —el mismo hombre
que la violó constantemente cuando tenía ocho años— había abusado asimismo
de la hermana mayor de Sabina.
Sabina ya tenía veinticinco años cuando se encontró nuevamente con su tío,
quien volvió a acosarla. Esta vez, asertiva y empoderada, Sabina lo confrontó y
amenazó que si no se detenía, ella “se iba a meter con la vida de sus hijos”. Él
nunca volvió a buscarla. Sabina nunca perdió contacto con su madre, pero le ha
costado mucho trabajo relacionarse con ella a causa de todo el dolor sin resolver
que alberga. Cuando la hija de ocho años de Sabina le dijo que la pareja de su
madre le había “metido el dedo a ella” y la había amenazado para que guardara
silencio, Sabina le contó lo acontecido a su madre. Su madre no creyó que su
pareja —un hombre con reputación de ser “muy buena gente”— le hubiera
hecho algo así a su nieta. Además, Sabina se había enterado recientemente de
que el padre de su pareja actual se refiere a sus dos niñas como “prostitutas” y
las espía cuando están en el baño.
Conocí a Sabina en una organización a la cual acudió en busca de ayuda
profesional. Desea con todo el corazón proteger a sus hijas del mismo destino,
reparar la deteriorada relación que tiene con su madre y, con el tiempo,
“perdonarse a sí misma” por lo que pasó con su tío. Le gustaría superar las
dificultades que ha tenido en su vida romántica y sexual, incluyendo un patrón
de relaciones sexuales con hombres casados, y entender por qué piensa que no
merece ser feliz.

TÍOS PATERNOS: LOS HERMANOS BIOLÓGICOS DE LOS PADRES

Paloma

“Se metía a mi cama, y me tocaba, o este, me quería besar”, dijo Paloma, una
madre de familia de un poco más de veinte años y en una relación de
cohabitación heterosexual en Monterrey. Nació y creció en una familia de clase
media alta, y fue educada para percibirla como “la familia perfecta”. Paloma
estaba en primero de primaria cuando su tío (un hermano menor de su padre)
empezó a acosarla. Con el tiempo, llegó a desnudarla y penetrarla vaginalmente
con los dedos. Paloma solía compartir su cama con un hermano pequeño. A
veces su tío la violaba mientras el infante dormía.
Aunque en un inicio Paloma pensó que lo que le hacía su tío era “normal”,
estas experiencias eran negativas y nunca placenteras. Ocurrieron con frecuencia
y duraron por espacio de cinco años. Como consecuencia, le provocaron dolor
vaginal, sangrado, flujo e infecciones que su madre ni tomó en serio ni investigó.
Por el contrario, le gritaba y la culpaba por lo que estaba sufriendo. Hasta el día
de hoy, Paloma alberga resentimientos hacia su madre a causa de lo anterior, y
por su ausencia física y emocional.
Paloma tuvo estas experiencias casi a diario, especialmente cuando su familia
vivió en la espaciosa casa de su abuela paterna. Su padre había intentado trabajar
en distintas partes de México, pero tuvo que declararse en quiebra, y esto afectó
muy duramente a su negocio. Ella tenía unos diez años cuando se mudaron de la
casa de su abuela, pero el abuso no se detuvo. El padre de Paloma contrató a su
tío, quien los visitaba en su casa y la buscaba con frecuencia. La diferencia de
edad entre ambos era de seis o siete años, cuando Paloma tenía seis años de
edad, su tío tenía doce o trece.
“Casi siempre, cerraba los ojos”, dijo Paloma. Él se subía sobre ella como “si
estuvieran teniendo relaciones sexuales”, con o sin ropa, y ella “no ponía
atención” a lo que él estaba haciendo. Como una forma de afrontar lo que le
pasaba ella “se iba” en su mente, dijo. En su imaginación, Paloma visitaba los
lugares bonitos a los que había ido de vacaciones con su madre y su padre.13
Este mecanismo de defensa se derrumbó el día que el tío formó parte de unas
vacaciones familiares.
Por entonces Paloma tenía ocho o nueve años, pero recuerda la experiencia
con lujo de detalle. El papá conducía el auto para ir de visita con su esposa e
hijos a casa de unos parientes fuera de la ciudad; Paloma, su único hermano y su
tío iban en el asiento trasero, con las piernas cubiertas con una cobija que su
madre les había dado para protegerlos del frío. Durante el camino, el tío
adolescente mantuvo su mano entre las piernas de Paloma y la toqueteaba.
Cuando llegaron a la casa de su tía, él le acomodó cuidadosamente la falda a
Paloma. Mientras se instalaban en casa de sus parientes, su tío empezó a jugar
rudo con el hermano de Paloma. Terminó por golpear al pequeño con más fuerza
de lo que ella podía tolerar sin acusarlo con su madre y su padre. Su tío la
amenazó: “Si tú dices algo, yo voy a decir donde tenía la mano metida cuando
íbamos en el carro”. En ese momento Paloma se dio cuenta de algo
estremecedor. “Y así fue cuando me di cuenta que eso estaba mal”, dijo. “Pero
yo pensaba que yo tenía la culpa, que yo estaba mal. No él.”
A partir de ese día, el tío de Paloma estableció un sistema que le permitía
tener acceso a su cuerpo y mantenerla efectivamente callada. Ella explicó “Sí, yo
me siento culpable porque cada que quiere, yo le digo no, o algo; y él dice,
este… ‘si no te dejas, o sea, yo te voy a acusar. Yo te voy a acusar que antes te
dejaste. Como antes te dejaste, o sea…”. También la amenazó con “tocar” a su
hermano si ella se resistía. Se sintió impotente el día que su hermano se quejó de
una irritación en la piel del pene (a la que su madre no le prestó atención)
mientras se preguntaba en silencio si su tío también había abusado de él. Tal
como las mujeres en este estudio que se convirtieron en “hijas conyugales”,
Paloma desempeñó el papel de hija parental y aprendió a ser receptiva y a estar
atenta a las necesidades de su hermano.
Paloma tenía unos once años cuando notó, con enorme alivio, que su tío dejó
repentinamente de perseguirla o agredirla sexualmente. Esto ocurrió justo
después de que iniciara una relación con una mujer unos años mayor que él, que
era trabajadora sexual y tenía una hija. La joven pareja estableció una relación
llena de rupturas y reconciliaciones que aún perdura. Después de la primera
separación, el tío de inmediato comenzó a acosar nuevamente a Paloma; ella
tenía dieciséis años por entonces y salía con un joven de clase trabajadora
procedente de otra ciudad y que vivía solo. Su familia pensaba que era un “don
nadie”, alguien que no era lo suficientemente bueno para ella. El tío de Paloma,
quien tenía entre veinte y veinticinco años de edad, se mostró celoso y
encolerizado y trató de convencer a su madre y su padre de que no le permitieran
verlo. Pero poco después el tío restableció la relación que tenía con su novia y de
inmediato dejó de agredir sexualmente a Paloma. Él siempre era amable y
respetuoso cuando Paloma y él se encontraban en reuniones familiares y en
eventos en los que participaban parientes o amistades.
Mientras Paloma crecía y se hacía mayor, y más grande y más fuerte, aprendió
a protegerse. Evitaba por completo a su tío y sólo permanecía con él si estaban
presentes amistades o parientes, o se iba de la casa cuando él llegaba. Una vez
escapó y se fue a vivir con una amiga cercana. Después pasó largos periodos en
la casa de su novio, a pesar de las objeciones de su padre.
Cuando ella finalmente rompió el silencio y le dijo a su padre que se había
ido, exhausta, a casa de su novio después de huir literalmente corriendo del tío
que la perseguía, el padre pensó que mentía y que estaba usando esta historia
como una excusa para tener relaciones sexuales con su novio. El padre enfrentó
a la pareja y los obligó a planear un matrimonio. Pero de pronto él cambió de
parecer y les dijo que vivieran juntos un año como una forma de poner a prueba
su relación.14 Desde entonces viven juntos, y Paloma decidió que es “inútil y
tonto” casarse después de tantos años.
Cuando le pregunté a Paloma si creía que había satisfecho las necesidades
sexuales de su tío dijo “yo pienso que sí”. Al crecer se enteró de las historias de
otras mujeres que habían desempeñado papeles parecidos en la familia. Cuando
Paloma y sus progenitores se mudaron a vivir con su abuela, una prima cuatro
años mayor que Paloma, que era criada por ésta, estaba por irse a vivir con su
padre, que hacía poco se había vuelto a casar. “Pues a mí me agarró como
remplazo”, dice Paloma. Mientras su prima aún vivía en la casa —durante un
periodo de aproximadamente seis meses— su tío nunca la buscó.
Ahora adultas, las dos mujeres han compartido sus confidencias y se han
apoyado emocionalmente al hablar sobre las similitudes de sus experiencias con
su tío, entre otras, que ambas fueron violadas en la misma habitación y más o
menos a la misma edad. La prima de Paloma fue muy exitosa en sus estudios
universitarios y decidió irse a Europa para seguir sus sueños profesionales y
alejarse de su doloroso pasado. Mientras narraba otras historias sobre su familia,
Paloma exclamó “¡Ahí se armó la revolución!” para describir la revuelta familiar
que se armó cuando su tío y una de sus primas, de edades próximas, entablaron
una relación romántica voluntaria, la cual estuvo rodeada de chismes y
escándalos familiares. Ella también recordó la historia de un primo (el hijo de un
hermano del padre de Paloma) que agredió sexualmente a su prima (la hija de
una hermana del padre de Paloma). La madre de la niña intervino, pero nunca le
contó sobre esto al padre de Paloma porque temía perder su ayuda económica; su
padre le brindaba a sus hermanas un generoso apoyo económico.
“¡Y yo me sentí feliz y brincaba de gusto!” Paloma describió así su reacción al
enterarse de que su tío —ahora cercano a los treinta años— estaba siendo
enjuiciado y a punto de ir a una prisión fuera de Monterrey, en uno de los
municipios del estado. El tío había establecido una relación relativamente estable
con su compañera de varios años, pero abusó de la niña que se convertiría en su
hijastra. Cuando la niña tenía doce o trece años, lo acusó de abuso sexual y
recibió el apoyo de su abuela materna.
Para ese entonces, Paloma finalmente tuvo el valor de compartir con su madre
y su padre su historia de lo que ella había vivido. No le creyeron y se negaron a
dejarla confrontar a su tío frente a ellos. Tampoco creyeron la historia narrada
por la hijastra de su tío. “Mi papá tiene dinero, mi mamá tiene influencias, no sé
que… mi mamá conoce gente de la presidencia, la política y cosas así”, dijo
Paloma. Su madre y su padre le pagaron mucho dinero a un abogado que
consiguió sacar a su tío de la cárcel, al tiempo que se aseguró de que las
autoridades destruyeran todos sus antecedentes penales. Su madre y su padre “lo
tenían que sacar”, dijo. Su abuela tuvo una intensa reacción emocional ante estos
acontecimientos y la familia sintió que tenía que guardar las apariencias.
Paradójicamente, si hubieran sido pobres, el tío probablemente hubiese
permanecido en prisión.
El día que liberaron a su tío, toda la familia se fue de vacaciones, contó
Paloma, “como si nada hubiera pasado”. Ella lo confrontó ese día frente a su
abuela, quien intervino y le rogó que tratara a su tío con respeto. “Y ahí anda
suelto, libre y haciendo no sé cuantas más”, dijo. Su tío y su pareja de muchos
años se han reunido para criar a su hijo recién nacido, pero dentro y fuera de la
familia están circulando nuevos rumores. “Porque pues ahora dicen que está
metido con su hijastra”, comentó.
Aunque nació en cuna de oro, Paloma es ahora madre y ama de casa de
tiempo completo y vive en una colonia de clase trabajadora. Terminó la
secundaria y estudió en una escuela técnica. Se encuentra en una posición
extraña: es la hija de un padre solidario y exitoso empresario, pero se casó con
un hombre que trabaja para éste y gana un salario modesto.
“Creo que me comí el dolor”, dijo. “Y por eso me hice así, fría y dura.” Una
maestra solidaria, una buena amiga, su prima y su amor por sus hijos la han
ayudado a enfrentar sus tendencias suicidas. Paloma describió su vida marital y
sus relaciones sexuales como satisfactorias y relativamente estables; ella aseveró
que ambos se aman profundamente. Sin embargo, él se ha quejado de que ella no
fuera virgen la primera vez que tuvieron relaciones sexuales, y en épocas de
tensiones y conflicto en su relación de pareja, él trae al presente su historial de
abuso sexual. A Paloma también le preocupan los hábitos de su esposo con la
bebida. Ella espera encontrar respuestas a sus preocupaciones maritales en la
organización donde la conocí, a la cual ella acudió a buscar ayudar profesional
por primera vez.

LOS TÍOS POLÍTICOS PATERNOS

Regina

“Siempre nos decía que nos quería mucho”, recordó Regina, una abogada de
Guadalajara de aproximadamente veinticinco años que, junto a su prima menor,
sufrió abusos a manos de su tío. “Que éramos como sus hijas, decía, que estando
con él nunca nos iba a faltar nada, este… que éramos lo que más quería, cosas
así, pues. Demostrándonos siempre mucho afecto, mucho afecto.” Regina, de
nueve años por entonces y alumna de primaria, iba con frecuencia a casa de su
tío los fines de semana para jugar con su prima, quien tenía un par de años
menos que ella. Su tío tenía alrededor de cuarenta años por entonces y
recientemente se había casado con la tía de Regina (la hermana de su padre). El
tío se convirtió en el cuidador de ambas niñas mientras su atareada esposa estaba
fuera de casa ocupándose del negocio de la familia o haciendo mandados.
La madre de Regina murió cuando ella era muy pequeña. La crió su padre y
pasó mucho tiempo con la hermana de éste. Regina describió lo que su tío solía
hacer cuando las dos niñas estaban bajo su cuidado:

Él acostumbraba poner películas pornográficas. Él se desnudaba. En una ocasión, simplemente


nos hizo que lo tocáramos, que lo… pero siempre nos ponía a ver películas. Después nosotras
ya no, conforme fuimos creciendo, o sea, no, no creciendo tanto en años, sino como de decir,
no, ya no. O sea, como no nos gustaba mucho ver eso, aunque no sabíamos el significado, ni
nada, ni sentíamos placer, ni mucho menos porque pues a esa edad ni siquiera tienes
conciencia. Este… nos metía a bañar. Nos metía a bañar, nos bañabamos los tres juntos.
El tío había repetido dicha rutina diez veces o más para cuando Regina y su
prima se empezaron a resistir a ver películas pornográficas. Mientras las niñas y
el tío veían tales películas él también les pedía que lo tocaran y lo masturbaran, y
usaba el dedo para penetrar vaginalmente a su prima. Él trató de hacer lo mismo
con Regina, pero ella opuso resistencia y él no insistió. Dijo que siempre se
sintió “muy incómoda” y confundida en su presencia, especialmente cuando
trataba de abrazarlas con fuerza o cuando las colocaba en cada una de sus
piernas para jugar al caballito.
Mientras Regina se hacía mayor, el tío intentó nuevas mañas. En una ocasión
cuando ella ya tenía doce años, Regina, su tío, su tía y su prima estaban viendo
una película en casa. Su tía y su prima se levantaron para recibir la pizza que
acababa de llegar, justo cuando en la película empezaba una escena de besos. Su
tío besó a Regina en la boca de una forma que no la hizo sentir nada bien. Ella
sintió miedo y confusión, y se quedó paralizada y sin saber qué hacer. En otra
ocasión él volvió a tratar de besarla y ella finalmente lo confrontó.
Cuando Regina empezó a darse cuenta de que sus experiencias con su tío no
eran “correctas” comenzó a usar sus estudios como excusa para rechazar las
invitaciones de su tía y tío para ir de visita y jugar con su prima. “Iba, pero ya
muy esporádicamente”, dijo. Pero le preocupaba su prima, que invadida por el
miedo solía rogarle “¡Quédate, quédate, quédate!”, cuando estaba por
despedirse. “Yo ya más que nada por ella me quedaba, para no dejarla sola.”
Regina los visitaba y se quedaba más tiempo del que hubiera deseado porque no
quería dejar sola a su prima.
“Nunca nos amenazó o nos chantajeó para que nunca dijéramos, o sea,
nunca”, recordó, pero Regina jamás dijo nada. Ella aún no sabe por qué su prima
y ella no le dijeron nada a nadie en ese entonces. Con el tiempo dejó de visitar a
su tía y tío y empezó a sentirse segura, pero esto sólo duró aproximadamente seis
años. Al cumplir dieciocho, Regina comenzó a trabajar como secretaria en el
exitoso negocio familiar donde todos trabajaban: su hermano, su tía y su tío.
Regina describió la experiencia que tuvo con su tío en la oficina: “Cuando mi
hermano se iba ya para mi casa, pues yo me quedaba ahí sola con él [el tío], y
empezaba así a acosarme”. Esto le trajo de nuevo a ella recuerdos de su infancia.

Estaba sentada en mi silla, o sea, por ejemplo, la computadora, y él llegaba y se sentaba atrás
de mí, me abrazaba, y me tocaba los pechos, y yo me quitaba, y yo, ¡ay, ya! O sea, así como
que ya, ya estaba cansada, pues porque ya era muy fuerte el acoso. O me empezaba a decir
“Ah, tuve sexo con fulanita, y tuve relaciones, y mi piel está bien rozada. ¿Mira, sí quieres ver
donde tengo la irritación?” Y cosas así.
Durante estos intercambios su tío también afirmaba “así me gustan a mí,
vírgenes”. Decía que estaba enamorado y obsesionado con ella, y no dejaba de
preguntarle por su virginidad. También prometió comprarle una casa y un auto, y
dijo que soñaba con tener un hijo con ella. Regina dijo que su tío “nunca la
violó”, pero experimentó distintas versiones del escenario anterior, mientras ella
se resistía y lo confrontaba cada vez más y más.
Por espacio de un año Regina encontró modos de manejar estas complejas
formas de violencia sexual, pero su prima terminó por ir a psicoterapia tras
sobrevivir a un intento de suicidio, así como antecedentes de depresión,
alcoholismo y una seria condición de bulimia. Su prima rompió el silencio en la
terapia y Regina por fin tuvo la oportunidad de contarle a su tía su propia
historia de lo acontecido. Con el corazón destrozado, su tía la apoyó y
comprendió.
Unos meses antes de nuestra entrevista el padre de Regina se enteró del abuso
a través de su tía y le expresó su apoyo. Pero por miedo a herir los sentimientos
de su padre, ella no le contó ningún detalle de lo ocurrido. Tenía miedo de que la
impulsividad de su padre lo llevara a matar a su tío.
La relación de Regina con su padre no era óptima y ella mantuvo su distancia.
Él solía llamarla “puta” cuando era adolescente y la hizo dudar de su futuro
profesional. Ahora que Regina es abogada, ella es crítica del sistema legal en
México y de las formas en las que se persigue la violencia sexual, y está
satisfecha con la decisión de su familia de no denunciar a su tío. Cuando la tía
corrió al tío de su casa, él se fue fuera del estado. Nunca volvieron a verlo y
Regina experimentó cierto grado de sanación y alivio.

EL TÍO PATERNO LEJANO

Elba

“Yo sé que tengo muchos recuerdos bloqueados”, dijo Elba, una mujer de unos
treinta y cinco años originaria de la Ciudad de México. Lo que llamó “las
primeras imágenes” que ella recuerda mientras crecía y que sentía que algo no
andaba bien, incluyen a un hombre mayor de edad que usaba una bata blanca de
laboratorio que la desvestía cuando era una niña pequeña. “En el recuerdo, me
parece que venía mi mamá y eso fue lo que me salvó.” Hasta el día de hoy, ella
nunca supo quién era este hombre misterioso, dijo Elba con un suspiro. Pero
recuerda con mucha claridad a otro hombre que describe con una enorme
nitidez: “Yo me quedaba quieta, completamente quieta. O sea, no hacía ningún
movimiento. Y cuando la situación terminaba, pues yo me acomodaba mi ropa y
seguía con mi vida”. Se trata de una experiencia que vivió una y otra vez a
manos de un tío lejano del lado de su familia paterna, un hombre que estaba
casado con la nana de sus hermanos.
Elba, que creció en una familia de clase media, es una mujer refinada y
elocuente que estaba por terminar su último año de universidad. Fue criada en un
entorno cómodo, como la hija menor de una familia de cinco hijas e hijos. Su
padre, un hombre con formación universitaria y profesionalmente estable, era un
“esposo muy tierno” que mantenía a sus hijos y a su esposa, una mujer que era
ama de casa de tiempo completo. La familia no practicaba ninguna religión.
Elba no presenció ni agresiones ni violencia en su familia durante su infancia,
pero dice que la vida marital y familiar de sus progenitores seguía lo que ella
llamó “el esquema machista”: una configuración en la que “la mujer es la que
sirve y el hombre es el que decide”. Elba, desafiante, tendía a rebelarse contra
esta situación. “Mi papá es el tipo de hombre que llega y te dice ‘ay, quítame los
calcetines’. Yo decía, ‘pues quítatelos tú, ¿no?’ ”. Su relación era bastante tensa,
y siempre ha sido emocionalmente distante.
Su madre y su padre tenían una relación marital cordial y una muy buena
comunicación como pareja, dijo, y muy pocas veces usaban la violencia física
para disciplinar a sus hijas e hijos. La relación de Elba con su madre era lejana,
pero una hermana mayor se convirtió en su fuente principal de apoyo emocional.
Para Elba, todo iba bien mientras crecía, pero las cosas cambiaron antes de que
entrara a la primaria.
El tío de Elba acostumbraba a visitar a la familia esporádicamente, y con
frecuencia se quedaba unos meses con la familia de Elba en compañía de su
esposa. Él debía tener unos setenta años por entonces, y usaba barba. Abordaba a
Elba de manera activa cuando ella tenía tres o cuatro años de edad. “Yo recuerdo
que él usaba palabras tiernas ¿no? O sea, no usaba agresión, no usaba nunca
un… un uso de fuerza, no. No usaba. La primera vez sí, la primera vez sí, porque
usó la fuerza para bajarme los calzoncitos ¿no? Yo no quería, pero después de
ahí como que yo ya no le ponía… trabas… entonces ya no usaba ningún tipo de
fuerza.”
“Qué bonita eres, qué linda, preciosa”, eran algunas de las expresiones que él
usaba para seducirla. Luego describió brevemente una escena que experimentaba
con frecuencia cuando la visitaba y pasaba tiempo con su familia. “Él solía
estimular con su lengua mi zona genital, tocarla, me besaba en la boca. Besaba
mi cuerpo.” Al recordar estas experiencias Elba dijo “Yo no sé si sentía placer.
Si me lo preguntas ahorita, en retrospectiva, te diría que no. Pero soy incapaz de
situarme exactamente en esos momentos ¿no?”. Sin embargo, dijo, “Creo que el
hecho de haber tenido el abuso sexual desde la infancia, a muy temprana edad,
eso me erotizó. Entonces, pues es como un área muy, muy frágil en mí”. Elba
empezó a masturbarse con frecuencia, y a veces de forma compulsiva (y en
etapas particulares de su vida); esto la tomó por sorpresa, en lo que se refiere a
su relación con sus hermanos menores.
“Mira, hay una experiencia que me resulta muy dolorosa porque, porque fue
como… todavía la sigo viendo así como… [silencio], como abusiva de mi
parte”, dijo Elba. Una vez, cuando tenía diez años, le pidió a sus dos hermanos
menores que le hicieran lo que le hacía su tío, es decir estimular su zona genital
con sus bocas. Sus hermanos tenían tres o cuatro años, la misma edad que ella
cuando su tío abusó por primera vez. Uno de sus hermanos siguió sus
instrucciones y el otro se negó. No los obligó ni insistió, y sólo ocurrió una vez.
Elba no recuerda lo que sintió en ese momento. “Yo creo que probablemente
lo que pensé fue ¿Qué estoy haciendo?, ¿no? Mmmm… Este… ¿Qué tal si mi
mamá me ve? Pero nunca se volvió a dar eso ¿no? Y pues gracias a Dios que
nunca se volvió a dar.” Cuando tenía un poco más de veinte años Elba les
escribió una carta a sus hermanos pidiéndoles perdón. Nunca ha recibido una
respuesta, y jamás ha hablado con ellos al respecto.
Elba tenía unos diez años cuando su tío trató de penetrarla, pero al parecer
eyaculó en forma prematura, derramando semen sobre su región pélvica. A Elba
la aterrorizó el peligro de quedar embarazada. Desde entonces comenzó a
resistirse más y más, y él ya no insistió. Con el tiempo dejó de visitar la casa de
la familia de Elba, pero durante la adolescencia volvió a encontrárselo. En un
último intento de seducción él le dijo que “se iba muy triste porque yo ya no
había querido”. Ella exclamó: “¡Ay! Ésos son chantajes emocionales ¿no?”.
En sus recuerdos de infancia, Elba no tiene presente que su tío le dijera alguna
vez que guardara silencio, pero había un aire de secrecía. “Su actitud a mí me
hacía sentir que tenía que quedarse oculto”, dijo. “Por ejemplo, me daba dinero.
O sea, si estábamos en la cocina, si estaba mi mamá, me lo daba por debajo de la
mesa.” Más allá de un par de amigas cercanas, pocas personas conocen la
historia que Elba narró ante mi presencia. Hace poco, cuando le contó a su
hermana, ésta le advirtió a Elba “que tuviera cuidado porque ella había leído
artículos o visto películas acerca del síndrome de falsa memoria”. Elba también
le ha compartido a tres o cuatro sacerdotes católicos lo acontecido con el tío. El
primero “no le dio importancia”, dijo. Ella se dio cuenta de que ninguno de los
sacerdotes le dijeron que no era su culpa.
“La situación de las personas que somos abusadas sexualmente, es muy, muy
fuerte. Es muy fuerte ¿no? Entonces yo no me encuentro obligada moralmente,
ni creo que ninguna otra mujer se encuentre obligada moralmente a perdonar
¿no?”, dijo Elba. “O sea, hay que hacer un proceso de recuperación de la vida y
si el perdón llega, llegará, pero no se le puede pedir que perdone ¿no? Es como
muy agresivo.” Años atrás, Elba pasó cerca de un año en terapia con un hombre
que había tenido una formación religiosa católica. “El poder hablarlo, eso es una
liberación”, dijo, pero no se siente totalmente recuperada. “A mí no me parece
difícil de creer que no se supere, o sea, hay mucho dolor, hay mucho.” Sobre su
experiencia en terapia, comentó: “Él escuchaba y ¿a mí quién me saca de mis
dudas o de mis problemas?, ¿no? Entonces, fue una ayuda, pero no lo fue”.
Aunque Elba sabe que lo que ocurrió no fue su responsabilidad, a veces se siente
culpable por lo que pasó con su tío.

PARA ENTENDER EL INCESTO TÍO-SOBRINA

Tal como se ilustra en estas narrativas, las mujeres que entrevisté


experimentaron una amplia gama de expresiones de violencia sexual a manos de
hombres a los que identificaron como sus tíos. En general, estas mujeres rara vez
afirmaron haber tenido una relación emocionalmente cercana con ellos antes de
que ocurrieran los incidentes que reportaron. Por el contrario, ellas describieron
estas relaciones como informales, casuales y a veces emocionalmente distantes,
incluso en el caso de los hombres que usaban palabras afectuosas como parte de
su violencia sexual. La experiencia de la violencia sexualizada no siempre
deterioró la relación emocional entre las partes involucradas, pero moldeó de
distintas maneras las percepciones que tenían de sí mismas como mujeres, de sus
vidas sexuales y románticas, sus cuerpos, sus imágenes de los hombres y sus
relaciones familiares. El abuso afectó, en particular, sus relaciones con parientes
cercanos, tales como sus madres, especialmente después de que reportaron los
incidentes. Por ejemplo, el daño emocional no siempre fue consecuencia del acto
de violencia sexual per se; a veces lo provocó la reacción negativa que
enfrentaron estas mujeres al denunciar el abuso a los miembros de la familia,
entre ellos madres, padres, tías o abuelas.
Como demuestran sus narrativas biográficas, los siguientes patrones son
característicos de estas configuraciones incestuosas.
Lado materno versus lado paterno de la familia

Más de dos terceras partes de las veintiún mujeres que reportaron a veintiocho
tíos los identificaron como hombres emparentados por el lado materno de sus
familias. En contraste, menos de una tercera parte dijo que estaban relacionados
por el lado paterno. Asimismo, las mujeres que reportaron incidentes con más de
un tío estaban emparentadas con ellos por el lado materno; véase el Apéndice D.
Utilizo el concepto de “feminización del incesto” para identificar éstos y otros
patrones relacionados de sobrerrepresentación del lado materno de las redes de
parentesco en estas configuraciones incestuosas tío-sobrina.

Tíos biológicos

Sin importar de qué lado de la familia se trate —materno o paterno—, los


incidentes que ocurrieron una o dos veces fueron reportados por mujeres que
identificaron a sus tíos como el hermano biológico de una madre o padre.
Consistente con la feminización del incesto, este patrón de “una o dos veces”
expuso más casos de tíos maternos que paternos, los cuales incluyeron tanto al
hermano biológico de una madre como al primo hermano de una madre. Como
se expuso, el hecho de que ocurriera “sólo” una o dos veces no significa que la
intensidad del daño producido por la experiencia fuese menos severa. Es decir,
algunos de estos eventos aislados podrían ser lo que Evangelina llamó “un
arrimón”, una expresión común en México para identificar un tipo de violencia
sexual, mientras otros podrían haber sido aún más físicamente invasivos,
violentos y abusivos emocionalmente. Pero todos los eventos fueron dañinos en
formas características, únicas y contrastantes para cada mujer. Todas las
informantes recordaron con notable nitidez la cantidad de incidentes; con
frecuencia, estos eventos eran resultado de que los agresores aprovecharan la
oportunidad. Los eventos estuvieron enmarcados en una amplia variedad de
contextos e interacciones familiares. Si bien el escenario típico era el de una niña
sola, las agresiones sexuales también ocurrieron en presencia de madres, padres,
abuelas, abuelos y otros parientes adultos.

Tíos políticos
Todas las agresiones sexuales a manos de tíos políticos y tíos lejanos (por
ejemplo, tíos que no tenían una relación consanguínea directa pero estaban
vinculados por lazos familiares) tenían características específicas: 1] Las mujeres
fueron acosadas sexualmente o violadas por un periodo prolongado; el abuso
duró meses o años y ocurría con frecuencia, incluso hasta fecha reciente, cercana
a nuestras entrevistas; 2] las experiencias a veces incluyeron expresiones
brutales e intensas de violencia física, resultando en sangrado y moretones,
daños a los órganos sexuales internos y externos, y cuerpos en profundo dolor.
Sin embargo, esto no significa que los tíos con lazos consanguíneos directos
no ejercieran violencia física o extrema o que no la ejercieran durante largos
periodos de tiempo. Con frecuencia, pero no exclusivamente, otros casos de
violencia continua durante largos periodos y (o) el uso de violencia física
extrema involucraron al hermano de la madre.
Los tíos que fueron identificados como cuidadores de una informante durante
su infancia exhibieron conductas de abuso sexual de más de un menor
simultáneamente —frecuentemente niñas— cuando se suponía que estaban a su
cuidado. Es decir, las informantes reportaron que el abuso no sólo les ocurrió a
ellas, sino que también fueron testigos de alguna forma de abuso sexual de
menores, colectivo del que eran blanco otras niñas emparentadas con ellas (por
ejemplo, primas) y que también se encontraban bajo el cuidado de estos
hombres. Estos cuidadores eran tíos políticos de ambos lados de la familia y en
un caso incluyeron a un medio hermano de la madre de una de las informantes.

Tíos adolescentes: casi primos

Algunas mujeres que identificaron a tíos cercanos en edad a ellas (por ejemplo,
hombres que eran adolescentes cuando las informantes asistían a la primaria)
reportaron comportamientos sexuales violentos que se parecen a los que
relataron las mujeres sexualmente acosadas por sus primos. De manera similar al
acoso de los primos hacia sus primas, estas configuraciones entre tíos
adolescentes y sobrinas revelan patrones específicos. En primer lugar, una mujer
experimentó el abuso como parte del juego y a veces lo percibió como “normal”.
En segundo lugar, la niña no necesariamente puso resistencia y es posible que
experimentara placer físico, pero se sentía manipulada emocionalmente. Esto fue
especialmente notorio en encuentros en los que los límites entre lo “voluntario” e
“involuntario” pudieron haber sido borrosos. En tercer lugar, es posible que la
mujer se diera cuenta, en una etapa posterior de su vida, que había sido sustituta
sexual en la vida de un joven, y enterarse de que otras hermanas o primas
desempeñaron el mismo papel. En cuarto lugar, los recuerdos de infancia de una
mujer incluían imágenes de mujeres adultas de su familia en posiciones de
autoridad que ignoraron o no prestaron atención a lo que le estaba ocurriendo a
las niñas, o normalizaban las agresiones mientras las informantes descifraban
distintas formas de acoso sexual familiar y terrorismo sexual. Los hombres
involucrados estaban frecuentemente emparentados con las informantes por el
lado materno. Estas configuraciones incestuosas en algunos casos se prolongaron
por largos periodos, pero también fueron eventos ocasionales o aislados.
¿Cómo podemos explicar estos patrones? ¿Por qué ocurren estas formas de
violencia sexual? ¿Por qué estas configuraciones entre tíos y sobrinas son las
expresiones más comunes de violencia sexual incestuosa en este estudio? Tres
paradigmas ofrecen posibles respuestas: las genealogías familiares del incesto, la
feminización del incesto, y las políticas de desigualdad de género dentro de la
familia.

Genealogías familiares del incesto

Los hermanos y los primos que crecen en familias incestuosas son socializados
para percibir distintas expresiones del acoso sexual familiar —la cosificación
sexual y la invasión de los cuerpos de las niñas y las jóvenes a manos de sus
parientes varones, tales como hermanos y primos— como una práctica común y
normal. Conforme estos niños varones y jóvenes crecen, es probable que sus
hermanas y primas (que, presumiblemente, son heterosexuales) se casen con
hombres y tengan descendientes, y así sus hermanos y primos jóvenes se
convierten, a su vez, en tíos. Para cuando llegan a ser adultos, estos varones ya
han estado expuestos a diferentes formas de normalización del acoso sexual de
hermanas y primas dentro de sus familias. Por lo tanto, las hijas de estas mujeres
ahora adultas automáticamente están expuestas al riesgo de ser cosificadas por el
solo hecho de ser mujeres.
Si un hermano o un primo devaluó a su hermana o prima dentro de la misma
posición horizontal en la relación de parentesco (es decir, un hermano a una
hermana o un primo a una prima) este riesgo es exacerbado cuando su propia
hija se ubica en una posición inferior en el eje vertical de las jerarquías dentro de
la familia. En otras palabras, como extensión de la hija de una hermana o una
prima que ya había sido devaluada y cosificada sexualmente en el pasado, una
sobrina puede ser similarmente cosificada y volverse un blanco fácil de acoso
sexual por parte de su tío y de otros hombres, convirtiéndose así en familias
extensas incestuosas.
Esta prescripción cultural del sexismo se ve agravada debido a que las
jerarquías dentro de las familias que colocan a menores de edad en posiciones de
dependencia y marginación a causa de diferencias generacionales o a
distinciones por edad, tamaño y estructura corporal. Y también es agravada por
las percepciones que las personas adultas tienen en cuanto a que las niñas y los
niños no son considerados del todo humanos o como propiedad de sus madres y
padres en las sociedades patriarcales, tal como lo reportaron las especialistas que
entrevisté, y como se ha documentado en la bibliografía sobre el incesto y las
autoetnografías del incesto en familias de origen mexicano.15
Para las mujeres mexicanas, este proceso vertical de cosificación sexual a
través de las generaciones tiene más complejidades debido a la forma en la que
las mujeres establecen vínculos emocionales con otras mujeres dentro de la
familia, tal como analizan Segura y Pierce. En su reveladora crítica de las
pioneras reflexiones feministas sobre las familias nucleares y la desigualdad de
género que hace Nancy Chodorow, Segura y Pierce explican y ejemplifican de
qué formas la presencia de múltiples mujeres en posiciones de autoridad en las
familias de origen mexicano puede dar origen a una amplia variedad de
configuraciones emocionales entre mujeres de diferentes generaciones, más allá
de la relación madre-hija de la familia nuclear. Es decir, la madre no es la única
ni la más relevante figura de autoridad o fuente de amor y apoyo emocional para
una hija. Por ejemplo, una niña puede establecer un vínculo emocional de igual
importancia con sus tías, primas mayores y abuelas. En este capítulo, y en los
dos anteriores, esto se ilustró en las narrativas de vida de las mujeres que le
confiaron sus experiencias de violencia a una tía, abuela, hermana mayor, o
prima mayor en vez de a su madre, o que recibieron más apoyo emocional y
moral por parte de estas mujeres que de sus propias madres. Así, una hija puede
no sólo percibirse como una extensión vertical de su madre; también se convierte
en una extensión de otras mujeres mayores, dentro de múltiples configuraciones
familiares a través de las generaciones y dentro de una amplia variedad de líneas
diagonales y entrecruzadas que van en direcciones multiformes.
En algunas regiones de México, como en partes de Guerrero y Chiapas, por
ejemplo, a las tías se les identifica como “mamá” y “mamita”, lo que revela la
complejidad con la que se emplean el lenguaje y los apelativos cariñosos cuando
se establecen y se reproducen estas conexiones generizadas en las familias
extensas.16
Por consiguiente, sugiero que estas complejas y múltiples conexiones entre
mujeres de distintas generaciones crean, del mismo modo, una compleja red de
relaciones de desigualdad de género en familias incestuosas. Por ejemplo, un tío
que de niño aprendió a devaluar a las mujeres en su familia inmediata (por
ejemplo, a una hermana o prima) y que de adulto posiblemente devalúa en forma
automática a las hijas de estas mujeres, puede similarmente devaluar a otras
niñas que también se han convertido en extensiones de éstas y de otras mujeres
que pertenecen a su grupo de parentesco. En otras palabras, un tío puede no sólo
devaluar a su sobrina a través del proceso lineal que expliqué anteriormente, sino
que él también puede devaluar a una red más extensa de niñas en su grupo de
parentesco: toda una generación más joven de mujeres pudiera ser cosificada en
virtud de este efecto multiplicador.
Utilizo el concepto de “genealogías familiares del incesto” para identificar el
proceso mediante el cual las familias extensas incestuosas organizan múltiples
formas de dominio sobre las niñas y las mujeres mexicanas a través de las
generaciones. Este proceso incrementa el riesgo de verse expuestas a un amplio
conjunto de expresiones de violencia sexual, tal como revelan los relatos de vida
de las mujeres que se analizan en el presente capítulo.
Como paradigma, las genealogías familiares del incesto están inspiradas y
fundamentadas en la investigación sociológica sobre las genealogías de las
familias, las revisiones feministas de la psicoterapia familiar y los estudios de
historias familiares multigeneracionales (multigenerational family histories)
mediante el uso de genogramas. La genealogía familiar puede convertirse en “un
vehículo para la imaginación sociológica que vincula la biografía personal con
contextos sociohistóricos a lo largo de las generaciones”.17 La genealogía
familiar revela las interconexiones que existen entre historias familiares,
recuerdos, narrativas y tradiciones heredadas, así como desigualdades e
injusticias sociales reproducidas dentro del grupo de parentesco y transmitidas
de generación en generación.18 Las psicoterapeutas de familia feministas que
realizan investigación sobre familias incestuosas en Estados Unidos subrayan la
importancia de entender la asimetría de poder que afecta a las hijas y las madres,
y la necesidad de equilibrar estos desbalances de poder en la vida familiar como
un objetivo del tratamiento.19
Desde esta perspectiva, las genealogías familiares del incesto son tanto
sistémicas como sistemáticas. Las genealogías familiares del incesto son
sistémicas porque afectan las vidas de niñas y mujeres a través y dentro de las
generaciones, al tiempo que se reproducen como parte de la vida familiar en las
familias inmediatas y extensas. Lo anterior está entretejido con la negligencia y
la permisividad transgeneracionales y con otros asuntos no resueltos a lo largo
de generaciones. Las genealogías familiares del incesto son sistemáticas porque
se establecen mediante patrones de repetición que ocurren en forma cíclica y que
resulta en los hábitos de misoginia de los tíos que agreden sexualmente a más de
una sobrina y a otras niñas de sus familias de manera impune. Los legados de
estas familias incestuosas son moldeados por la generación (es decir, una forma
de “incesto en serie” en el que una niña sustituye a otra cuando la última ya no
está disponible), por las circunstancias oportunistas de la vida cotidiana (por
ejemplo, la exposición de la niña al tío en interacciones familiares aparentemente
inofensivas), y por el contexto (por ejemplo, responsabilidades como cuidador
que facilitan y ocultan el abuso colectivo a más de una niña).
De este modo, estas genealogías familiares del incesto describen patrones de
parentesco y revelan el porqué: 1] un tío abusó sexualmente o violó no sólo a las
mujeres que entrevisté sino a otras niñas (y a veces a niños varones) en sus
respectivas familias inmediatas y extensas; 2] las mujeres con frecuencia eran el
blanco de la violencia sexual de más de un hombre de la familia; y 3] las mujeres
están expuestas a patrones multigeneracionales de violencia sexual en sus
familias de origen. Por lo cual, las genealogías familiares del incesto se ven
demostradas por la infinidad de historias desenmarañadas de violencia sexual
que estas mujeres me compartieron al hablar de las vidas de sus hermanas,
madres, primas y tías, entre otras mujeres que estuvieron expuestas a violencia
sexual a manos de otros hombres de sus familias inmediatas y extensas y de
generaciones anteriores y posteriores a las propias.
También sugiero que la violencia sexual que reporta una niña o una mujer
como parte de la configuración tío-sobrina es una señal de alarma, un predictor
de violencia sexual dentro de una familia. Si una sobrina está siendo acosada o
abusada sexualmente por su tío, es muy probable que otras niñas, mujeres y
niños varones hayan sido abusados por él, o por otros hombres que son
miembros de la familia inmediata o extensa.20 Tal como explico en el capítulo
siguiente, las niñas y las mujeres no son las únicas que están en riesgo en sus
familias; los hombres encajan en estas genealogías familiares del incesto de
formas características. Los hombres que entrevisté también recordaron sus
historias de vivencias personales de la niñez, cuando fueron abusados
sexualmente o violados por sus tíos. Al igual que las mujeres que entrevisté, los
tíos son los parientes que los hombres reportan con más frecuencia en este
estudio. En un patrón que se reportó con menos frecuencia pero que merece una
especial atención, la narración de Elba revela cómo y por qué una niña
preadolescente puede mostrar conductas que son potencialmente dañinas para
sus hermanos pequeños como consecuencia de lo que vivió a manos de su tío.
En síntesis, una amplia variedad de expresiones de violencia sexual contra una
niña, una adolescente o una mujer adulta en el contexto de la familia no es un
incidente aislado, sino sólo parte de una organización compleja y generalizada
de violencia sexual contra las mujeres (y a veces niños o jóvenes varones) en la
familia, un patrón generizado que se reproduce sistémica y sistemáticamente a
través de generaciones y en grupos de parentesco inmediatos y extensos,
entretejidos con legados familiares de negligencia y permisividad. Las figuras
4.1 y 4.2 ilustran estos complicados patrones familiares a través de las
generaciones. La figura 4.1 muestra los tres grupos con la mayor frecuencia
(tíos, padres biológicos y hermanos biológicos) y la figura 4.2, el genograma
familiar de Maclovia.

FIGURA 4.1. GENEALOGÍAS FAMILIARES DEL INCESTO


*Así como, de mayor a menor incidencia, madres biológicas (con frecuencia como
cómplices), tíos paternos y abuelos maternos, hermanos y primos, y padrastros.
FIGURA 4.2. GENOGRAMA FAMILIAR DE MACLOVIA

*Al parecer, un caso de hija conyugal.

El nivel socioeconómico y la marginación contribuyen a moldear los patrones


anteriores. Hay dos ejemplos que ilustran de qué forma la marginación y el
privilegio complican selectivamente las genealogías familiares del incesto,
creando en ocasiones situaciones paradójicas. En primer lugar, de haber tenido
los medios, la familia de Bárbara, de bajos recursos económicos, habría
contratado a una trabajadora del hogar para limpiar la habitación de su tío. Sin
embargo, es muy probable que la trabajadora del hogar —posiblemente una
menor de edad— hubiera sido el blanco del comportamiento sexual violento del
tío.21 “La mayoría empiezan en este oficio de niñas, desde los 12 o 14 años, y en
los estados a veces desde los ocho años”, explicó la representante de una
organización que defiende los derechos de las trabajadoras del hogar en
México.22 Los riesgos sexuales que enfrenta la trabajadora del hogar se ve
exacerbada si ella es percibida “como si fuera de la familia”. Cuando viví en
México fui testigo de familias que utilizaban esta expresión para referirse a una
trabajadora del hogar. Esta expresión de cariño entraña riesgo: ella puede
convertirse en una más de las mujeres que quedan envueltas en estos patrones
familiares de desigualdad de género.23
En segundo lugar, el estatus social de Paloma, de clase media-alta, le hizo
creer que había nacido en “la familia perfecta”, que estaba más preocupada por
la imagen social y el estatus —las llamadas “apariencias”—, que por la
seguridad, la protección y el bienestar de las niñas y las jóvenes de la familia. La
madre y el padre de Paloma pudieron sobornar abogados y manipular con éxito
un sistema legal viciado para liberar al hermano menor de su padre, un hombre
con un largo historial de abuso sexual de niñas de la familia, y que también
consiguió que se destruyeran sus antecedentes penales.
Aunque estas genealogías familiares del incesto son complejas y paradójicas,
las mujeres no necesariamente se vuelven pasivas y simplemente aceptan la
violencia sexual. Tal como se ha mostrado, las mujeres pueden desarrollar una
conciencia muy aguda de las formas en las que identifican un contexto de riesgo,
sobreviven, desafían, cuestionan e incluso manipulan una situación para evitar
ser sexualmente agredidas, sobre todo cuando descubren la alta prevalencia de
violencia sexual en sus propias familias. Ofelia es un caso único de resiliencia.
Ella recordó: “Y eso fue a los quince años, uno de mis tíos, o sea, este...
estábamos preparando, me acuerdo muy bien, la fiesta de quince años. Y mi tío,
este… llega a la casa con mis abuelos, y me empezó a hacer plática, que cómo
iba a ser mi vestido, y que la fregada, y que no sé qué, y que no sé cuánto... ¿no?
Y este... y entonces, este, se van dando las cosas igual. Y empieza a haber
también tocamientos. Pero ya, ahí, ¿sabes qué pasó ahí? Dije “¡Ahora va la
mía!”.
Tal como se describió en el capítulo 3, Ofelia había padecido un largo
historial de abuso sexual a manos de sus tres hermanos y de uno de los amigos
de mayor confianza de su abuelo. Pero para cuando ella estaba por celebrar sus
quince años se había vuelto astuta, conocía el riesgo al que se enfrentaba y
estaba decidida a impedir que los hombres hicieran presa de ella. Así que cuando
su tío, un hombre de casi cincuenta años, le dijo que quería tener relaciones
sexuales con ella en la parte trasera de la casa, en un rincón oculto en el exterior,
decidió burlarse de él.

Y dije: No, está loco, ¿no? ¡Cómo cree que yo voy a llegar ya, este, a esto! ¿no? Al... coito, por
decir algo, ¿no? Pero le dije: “¡Sí! ¡Está bien! Sí, está bien, tío, órale” [risas]. Agarró y se fue,
se fue para atrás de la casa. Yo entré al, al comedor de, de la casa, y mi familia estaba
comiendo. O sea, mi abuelo, mi abuela, mis tíos... todos estaban ahí. Yo fui a la cocina, me
serví mi sopa, y me senté a comer. Y lo dejé esperando.

Sobre su artimaña, Ofelia comentó “Pero yo tenía un gusto y una alegría”. En


silencio, le dijo a su tío “Pues ahí espérate, a ver hasta cuando ¿no?”. “Hasta que
entró nuevamente, o sea, entró al comedor, porque ya se cansó de esperar, y yo
me le quedé viendo con una risa... [risas]. ¡Ay, Dios mío, no, no, no! ¡Pero es
que ésa fue malicia mía! ¿Me entiendes? … Y ya, o sea, pero... todas esas cosas,
o sea, esas dos cosas, yo las recuerdo con mucho... agrado, porque nuevamente
¡no caí!”
Para Ofelia, la artimaña fue una pequeña venganza por las tres veces que él
había tocado su cuerpo y la había obligado a masturbarlo. Lo que Ofelia llamó
“la malicia” fue su habilidad para enfrentar las intenciones de su tío. Él era
primo hermano de su mamá, un hombre que Ofelia identificó como “dejado” —
abandonado por su esposa— e “irresponsable” con sus hijos. Para Ofelia ese día
tan dichoso fue un gran punto de inflexión en su vida. “Porque ya después de eso
no vuelve a pasar absolutamente nada”, dijo. “Ya no hubo tocamiento ni nada.”

LA FEMINIZACIÓN DEL INCESTO

Estas genealogías familiares del incesto exponen lo que podría llamarse la


“feminización del incesto”, un concepto que incorporo en este estudio para
identificar la representación desproporcionada del lado materno de la familia en
las narraciones de estas mujeres mexicanas sobre la violencia sexual incestuosa
entre tíos y sobrinas. La feminización del incesto se ilustra a través de los
siguientes patrones: 1] El patrón más común entre tíos y sobrinas fue el de
mujeres que estuvieron expuestas a violencia sexual a manos de un hermano
biológico de su madre (con el doble de frecuencia comparado con un hermano
biológico del padre). 2] El patrón que le sigue en frecuencia, el de los tíos
políticos maternos, el cual se reportó con mucha más frecuencia que el de los
tíos políticos paternos.
¿Por qué sucede esto? Aunque la desigualdad de género puede ocurrir tanto en
el lado materno como en el paterno de la familia de una mujer, la feminización
del incesto acentúa más el lado materno en estos patrones familiares del incesto;
las mujeres que entrevisté fueron cosificadas con más frecuencia por sus tíos
dentro de las redes de parentesco maternas.
Cuando presenté estos hallazgos en un taller con especialistas en violencia
sexual en la Ciudad de México las participantes sugirieron que el lado materno
estaba sobrerrepresentado en este patrón tío-sobrina debido a que las mujeres
tienden a depender más de sus familias de origen para cuidar a sus hijas y, por lo
tanto, el abuso sexual es circunstancial y puede ocurrir a causa de la exposición a
estos hombres en dicho contexto. Resulta interesante que en este estudio los
casos de abuso sexual a manos de un cuidador fuesen una minoría y sólo en un
caso se tratara del hermano de una madre. Como explicación alternativa, sugiero
que si bien el hermano de un padre puede cosificar a las mujeres que forman
parte de su familia extensa (dentro de las familias extensas donde prevalecen las
genealogías del incesto), en estas familias patriarcales una mujer que es madre
corre el riesgo de ser devaluada y no merecedora de respeto como figura de
autoridad, y es así como un tío puede ejercer violencia sexual contra la hija de su
hermana, prima o cuñada sin miedo a sufrir represalias o castigo. ¿Por qué? El
tío que es ahora un hombre adulto fue el niño varón que aprendió que su primer
objeto de amor —su madre— y las extensiones de ella (por ejemplo, sus
hermanas o sobrinas) son inferiores en la familia y en la sociedad en general.
Esto va de la mano con la socialización emocional de un niño que es criado para
suprimir cualquier cosa que esté asociada con lo femenino y, por lo tanto, como
afirma Herman, “su capacidad de ser cálido y amoroso en cuanto al cuidado
físico y emocional y de identificación afectuosa con las mujeres es por lo tanto
suprimida sistemáticamente”.24 Así pues, que un hombre perciba a su hermana
como devaluada y no merecedora de empatía es un proceso familiar muy
arraigado y continuo —de toda la vida— que puede fomentar todo tipo de
comportamientos sexualmente abusivos en los tíos, sin miedo o misericordia
alguna. Lo anterior se ve exacerbado por el hecho de que, a pesar de los avances
del feminismo en México, las leyes y el sistema legal siguen siendo defectuosos,
ineficientes y corruptos, tal como se pone de manifiesto en el relato de vida de
Paloma.
¿Cómo podemos explicar los casos de las mujeres que son violadas por los
tíos paternos? Resulta interesante notar que la relación padre-hija estaba
seriamente deteriorada y (o) emocionalmente dañada en los casos de mujeres
violadas por un tío paterno, lo cual reforzó las genealogías familiares del
incesto.25 Esto se complica aún más por el hecho de que las mujeres en posición
de autoridad pudieran participar activamente en el silenciamiento o el castigo de
niñas y mujeres blanco de violencia sexual en la familia.

LAS POLÍTICAS DE DESIGUALDAD DE GÉNERO DENTRO DE LA FAMILIA

La violencia sexual que ejercieron los tíos contra las niñas fue causada, en parte,
por el sexismo internalizado de las mujeres en posiciones de autoridad en sus
familias. Este patrón es similar al ilustrado en las narrativas biográficas
incestuosas padre-hija, tal como se discutió en capítulos anteriores. Como
revelan estas narraciones sobre tíos y sobrinas, si bien algunas mujeres en
posición de autoridad en las familias inmediatas y extensas pueden ser
emocional y moralmente solidarias ante los reportes de violencia sexual de sus
hijas, otras exhiben comportamientos y actitudes opresivos para una generación
más joven de mujeres dentro de sus redes de parentesco. Esto se ve además
exacerbado por las experiencias de violencia sexual que dichas mujeres vivieron
en etapas más tempranas en su vida. Con base en lo que reportaron, cuando las
madres, tías y abuelas de algunas de estas mujeres se enteraron sobre los
incidentes de violencia sexual, ellas exhibieron una amplia variedad de
expresiones de sexismo internalizado que a veces se parecían a las actitudes que
mostraron las mismas figuras adultas frente al acoso de una niña o joven por
parte de un hermano o un primo, como se discutió en el capítulo anterior.
En esta configuración tío-sobrina estas formas de sexismo internalizado
incluyen: a la mujer adulta que es indiferente o se abstiene de intervenir; que no
le cree a la niña cuando le reporta un incidente de violencia sexual y por lo tanto
no detiene la violencia, especialmente cuando el tío goza de una buena imagen
en la familia; que castiga a la niña o la hace sentir responsable por el abuso; que
defiende o aboga por el tío que ejerció la violencia y en el proceso se convierte
en la “enemiga”; y, que es insensible o negligente con el bienestar de la niña, el
cual pasa a segundo plano frente al “buen nombre” de la familia.26
Las mujeres adultas que expresaron este sexismo internalizado, en ocasiones
tenían su propio historial de abuso sexual. Como discutimos en capítulos
previos, estos patrones también se manifiestan en las configuraciones padre-hija,
hermano-hermana y primo-prima. Dentro del laberinto de la desigualdad de
género en estas familias incestuosas algunas de las mujeres en posiciones de
autoridad habían experimentado violencia en sus propias vidas y a veces estaban
desempoderadas como figuras adultas en sus familias. A fin de cuentas, el error
de reconocimiento —misrecognition— de los guiones de género (gender scripts)
patriarcales que son opresivos para ellas y para las mujeres de todas edades en
sus familias ha facilitado la naturalización y la legitimación de su propio
desempoderamiento como mujeres adultas, un proceso cognitivo y de
socialización de género que pueden experimentar otras mujeres que viven en
sociedades patriarcales más allá de las fronteras de América Latina o las
comunidades hispanoparlantes de Estados Unidos.27 Las mujeres que entrevisté
parecían estar muy conscientes de este error de reconocimiento y durante
nuestras entrevistas se esforzaron mucho por entenderlo.28
Si una tía o una abuela fue violada y luego reproduce el sexismo internalizado,
¿es ella cómplice o responsable como adulta pero inocente como mujer? Esto
hace eco de la compleja pregunta que presenté en el capítulo 2, y también
requiere una respuesta sofisticada. En el proceso, de manera similar he decidido
que, más que tomar partido, mi objetivo como académica feminista es
precisamente exponer estas tensiones, contradicciones y paradojas en mi
esfuerzo por entender las historias de violencia sexual incestuosa narradas por
estas mujeres.
Por último, algunas mujeres me dijeron haberse sentido consternadas y
sorprendidas por las reacciones negativas de sus parientes mujeres adultas,
reacciones que en ocasiones fueron incluso más dolorosas o traumáticas que las
experiencias mismas de violencia sexual. Algunas mujeres reportaron que habían
decidido permanecer en silencio precisamente porque habían anticipado una
reacción negativa por parte de su madre. Con frecuencia, ellas tenían conciencia
de las políticas de desigualdad de género dentro de la familia en las que estaban
inmersas. Cuando alguien finalmente habló con ellas sobre el abuso, sus miedos
originales se vieron validados. El sexismo internalizado facilita, en parte, la
creación y la reproducción de las culturas de la violación en la familia. Estas
redes complejas de fuerzas generizadas y sexualizadas interactuaron para crear
estas y otras formas de violencia sexual en las familias, todas arraigadas en una
sofisticada organización social del silencio y los secretos como parte de la vida
familiar.
Finalmente, comparar el impacto psicológico de las mujeres que sufrieron
abuso a manos de un tío versus los efectos en las mujeres abusadas por un padre,
hermano o primo va más allá del alcance de este libro. Realizar una comparación
nítida puede ser difícil por varias razones: 1] algunas mujeres fueron el blanco
sexual de más de un hombre dentro de un amplio conjunto de configuraciones de
parentesco y 2] como se indicó con anterioridad, a veces la reacción de la familia
puede ser aún más traumática que la violación misma, por ejemplo. Sea cual
fuere, la vida de la mujer que es sexualmente abusada por un tío puede resultar
profundamente dañada por la experiencia.29


1 En un estudio a gran escala que recientemente llevaron a cabo Chávez Ayala et al. (2009)

sobre el abuso sexual durante la niñez y adolescencia en el estado de Morelos (n=1 730; 1 045
mujeres y 685 hombres; edades de 12 a 24 años) las mujeres identificaron la figura del “tío”
como un pariente que incurrió en el intento y la consumación de abuso sexual con más
frecuencia que los padres, los padrastros y los hermanos. De manera similar, la Secretaría de
Seguridad Pública de Sonora llevó a cabo una encuesta a gran escala con hombres y mujeres
que viven en 15 de sus municipios y que identificaron al tío como el pariente que con mayor
incidencia ejerce la violencia sexual, más que cualquier otro hombre de la familia inmediata y
extensa, incluyendo a padrastros, primos, abuelos, hermanos, hermanastros y padres
biológicos. Para consultar el Estudio sobre violación: Sonora 2008-2013, véase
<www.prominix.com>. Comentario a la versión en español: véase la sección “Las genealogías
familiares del incesto y la feminización del incesto” en la conclusión de este libro para más
información sobre este persistente patrón tío-sobrina en los resultados de la reveladora
Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) 2016.
2 Russell (1999) hace referencia a la escasez de investigación sobre esta expresión

característica de la violencia sexual tío-sobrina y sus consecuencias traumáticas, y cita el


estudio de Karin Meiselman (publicado en 1978) como uno de los pocos que incluyen a tíos y
sobrinas. Véase también Margolin, 1994 y Gillison, 1987, para investigación sobre tíos e
incesto en la psicoterapia y la antropología, respectivamente.
3 Véase Kinsey et al., 1953, p. 118.

4 Russell, 1999, p. 323.

5 Ibid., pp. 323-324.

6 Herman, 2000, p. 60.

7 De las 21 mujeres, 15 reportaron a 22 tíos maternos, y 6 mujeres reportaron a 6 tíos

paternos. Es decir, 7 de cada 10 mujeres que reportaron al menos a un tío indicaron que estos
hombres estaban emparentados con ellas por el lado materno de la familia. El Apéndice D
ofrece información detallada sobre estos casos tío-sobrina.
8 En un texto en edición presento un examen pormenorizado del “incesto transnacional”

como paradigma mediante el estudio de caso de la narración biográfica de Ileana; véase


“Transnational Incest: Sexual Violence and Migration in Mexican Families” en Francisco A.
Lomelí, Denise A. Segura y Elyette Benjamin-Labarthe (eds.), Routledge Handbook of
Chicana/o Studies, Nueva York, NY, Routledge, 2019.
9 Véase Scully, sobre la violación y la venganza (1990, p. 137).

10 Que las niñas o niños compren cerveza o cigarros para personas adultas de la familia

puede no ser común en los diferentes lugares y estratos socioeconómicos de la sociedad


mexicana. Sin embargo, fui testigo de esta práctica cuando realicé mi trabajo de campo en estas
cuatro ciudades y mientras crecía en México. Por ejemplo, recuerdo que en mi propia niñez
(entre los seis y los doce años) hacía mandados: compraba pan, leche o refrescos embotellados
para mi madre y mi padre e iba a las tiendas de abarrotes que por casualidad siempre estaban
ubicadas en una esquina de las dos colonias de clase trabajadora en las que viví de niña en
Monterrey. Solía llevar un trocito de cartón en el que el dueño de la tienda anotaba las compras
de mi familia, para pagarlas el fin de semana, cuando mi padre recibiera su sueldo. Veía a otras
niñas y niños que hacían los mismos encargos familiares.
11 “Arrimón” viene del verbo “arrimar”, es decir, acercarse físicamente. “Un arrimón” es

una expresión común para referirse a un toqueteo o manoseo y tiene la connotación de


violencia sexual. “Un arrimón” se usa en el lenguaje coloquial, por ejemplo, para identificar las
experiencias de las mujeres en el servicio de transporte público cuando otras personas (por lo
general hombres) se acercan con una intención lasciva.
12 El relato de vida de Sabina recuerda el caso de Laura, una informante mexicana en un

estudio con mujeres que trabajan en cantinas en Los Ángeles, California (véase Ayala, Carrier
y Magaña, 1996). “El primer encuentro sexual de Laura, a los 7 años de edad, ocurrió
involuntariamente con uno de sus primos adultos” (p. 109).
13 Especialistas en psicoterapia usan con frecuencia el concepto de “disociación” para

identificar este estado mental. La disociación ocurre cuando una persona es expuesta a un
trauma psicológico o a experiencias que provocan emociones intolerables, sentimientos
demasiado dolorosos para soportar en un estado mental “normal” o “asociado” (véanse
Herman, 1997, p. 12; 2000, p. 86).
14
Paloma no podía explicarse la repentina decisión de su padre de no obligar a la pareja a
casarse. Tal vez fue así porque el padre no estaba seguro de que el joven fuera el hombre
correcto para su hija. Además, Paloma no estaba embarazada y no tuvieron a su primer hijo
sino hasta después de años de vivir juntos. Esto sugiere un interesante patrón de paternidad y
de educación sexual de las hijas. El padre de Paloma pertenece a una nueva generación, en la
que el padre no obligaría a una hija a casarse, en particular si no está embarazada o si él duda
de que el matrimonio sea lo que más le convenga. Mi investigación con mujeres y hombres
mexicanos sugiere que esto era distinto para una generación previa de mujeres.
15 Véanse Russell, 1997, p. 147; Méndez-Negrete, 2006.

16 En una conversación personal y una correspondencia por correo electrónico con Ana

Jaimes, en mayo de 2013, aprendí que las familias que viven en algunas comunidades mestizas
e indígenas en Guerrero y Chiapas usan palabras cariñosas como 1] “mamá” para referirse a
todas las tías jóvenes, tanto maternas como paternas, 2] “mamita” para referirse a las mismas
tías cuando se vuelven mayores y 3] “mamacita” para identificar a las abuelas y tías abuelas.
En estas conversaciones cotidianas las expresiones se anteponen al nombre propio de la tía, por
ejemplo “mamita María”. Ana Jaimes trabaja como psicoterapeuta y profesora universitaria en
Monterrey y allí ha sido perito en casos judiciales de violencia sexual contra menores. Una
psicoanalista experimentada también comentó sobre las formas en las que personas adultas que
viven en algunas áreas urbanas del país usan expresiones de cariño tales como papito,
papacito, chiquita y mamacita para referirse a su pareja, y algunas madres y padres también
usan papi y papito y mami y mamita con sus hijos e hijas.
17 Hackstaff, 2010, p. 658.

18 Entre las sociólogas que estudian la genealogía familiar y la desigualdad se encuentran

Patricia Hill Collins (1998) y Karla Hackstaff (2010). Algunas clásicas revisiones feministas de
la terapia familiar incluyen contribuciones de Rachel T. Hare-Mustin, 1978; Virginia Goldner,
1985; Monica McGoldrick, Carol M. Anderson y Froma Walsh, 1991, y Carmen Knudson-
Martin, 1994. Véase Monica McGoldrick y Randy Gerson, 1985, sobre los genogramas y los
patrones familiares intergeneracionales, y Kee MacFarlane y Jill Korbin, 1983, para ejemplos
de estas dinámicas en un estudio de caso de incesto en el contexto de familias extensas. Véase
Lynette M. Renner y Kristen S. Slack, 2006, para reflexiones adicionales sobre la transmisión
intergeneracional de la violencia familiar. Véase Diana Russell (1997, p. 85) sobre tres
generaciones de abuso incestuoso en Sudáfrica.
19 Véase, por ejemplo, Mary Joe Barrett, Terry S. Trepper y Linda S. Fish, 1990. Para una

revisión feminista de los estudios familiares véanse Barrie Thorne y Marilyn Yalom, 1992, y
Greer Litton Fox y Velma McBride Murry, 2000.
20 Diana Russell encontró que “Las mujeres que habían sufrido abuso sexual a manos de un
tío tenían significativamente más probabilidad de ser víctimas de violación o intento de
violación en algún momento de su vida, más que las mujeres que nunca habían sufrido abusos
incestuosos (70% y 38%, respectivamente; significativo al nivel < 0.01)” (1999, pp. 340-341).
21 Véanse Saldaña-Tejeda, 2014, y Siller Urteaga, 2012.

22 Norandi, 2010.

23 Véase también Saldaña-Tejeda, 2014.

24 Herman, 2000, p. 55.

25 Estas relaciones incluyeron, en el peor de los casos, 1] mujeres que habían sido violadas

por sus padres (Itzel y Miriam), 2] una mujer cuyo padre protegió a su hermano, sexualmente
abusivo, antes que creerle o actuar en defensa de su hija o de otras niñas de las que había
abusado en la familia extensa (Paloma), y 3] una mujer cuyo padre había sido emocionalmente
abusivo hacia ella (Regina). Y “en el mejor de los casos”, la relación padre-hija incluyó el caso
de una mujer que experimentó tensión y alejamiento de él y fue testigo de los rígidos guiones
de género que fomentaban la desigualdad de género en la relación matrimonial de sus
progenitores (Elba).
26 Algunos de estos hallazgos son similares a los que reportó Leslie Margolin durante su

investigación sobre el abuso sexual a manos de tíos gracias a un estudio basado en una
encuesta que se llevó a cabo en un condado del medio oeste estadunidense. Margolin encontró
que “la incapacidad de estos progenitores para atender a sus hijas e hijos puede explicarse, en
parte, por el hecho de que algunos parecían ser muy protectores de sus hermanos. Así, unos
cuantos se negaron a creer que sus hermanos fueran capaces de hacer aquello de lo que los
acusaban sus hijos e hijas” (1994, p. 221). Esto se vio reforzado por el hecho de que los
hombres gozaran de una buena reputación en sus familias.
27 Véanse Menjívar, 2011, p. 227; Bourdieu, 1996-1997, 2001.

28 Algunas mujeres estaban dispuestas a participar en una entrevista conmigo, por ejemplo,

con la esperanza de aprender formas de romper con los patrones o percepciones familiares
sobre la sexualidad que las afectaron de niñas y así proteger a sus propias hijas e hijos de un
destino similar. Al igual que otras mujeres mexicanas, ellas están expuestas a ciertas formas de
desigualdad de género que han sido reproducidas a lo largo de generaciones y en contextos
sociales más amplios, pero pueden experimentar transiciones intergeneracionales en lo que
respecta a las percepciones de la sexualidad y las relaciones de pareja. Véase Módena y
Mendoza, 2001, sobre una investigación que explora esto último con tres generaciones de
mujeres mexicanas.
29 Véase Russell para una discusión adicional sobre los patrones de violencia sexual, las

diferencias en cuanto a la edad entre las partes involucradas, y el trauma reportado, entre otros
resultados, en su análisis de las configuraciones tío-sobrina en el estudio que llevó a cabo en
California en 1978 (1999, pp. 323-342). Comparto la preocupación de Russell sobre la
investigación previa de Meiselman que “descarta el malestar y los efectos a largo plazo de este
tipo de incesto [tío-sobrina]” (p. 342).
5. LAS NARRATIVAS DE LOS HOMBRES

México es el segundo país con mayor índice de crímenes por homofobia en


América Latina, sólo superado por Brasil.
Informe de crímenes de odio por homofobia,
México 1995-2008

Un uso de las palabras como puto, joto y maricón es para disciplinar a los jóvenes
varones y que así se ajusten a los ideales culturales de la masculinidad mexicana.
Por ejemplo, un padre puede corregir a su hijo pequeño que llora diciéndole “¿Qué
no eres hombre? ¡Pareces maricón!”; o una sirvienta puede tratar de callar a un
niño de tres años diciéndole “¡Cállate, maricón!”. Durante mis años de viajes por
México he escuchado con frecuencia a niños pequeños que se fastidian entre sí con
las palabras joto y puto; y al caminar por comunidades de todas las clases sociales
no era inusual ver puto y joto garabateado en las paredes.
JOSEPH CARRIER, De los otros: Intimacy and
Homosexuality among Mexican Men (1995)

Cuando Leonardo, Matías y Pablo repitieron, en más de una ocasión, que el


pariente varón que los había agredido sexualmente, violado o abusado de ellos
cuando eran niños era un hombre gay, me sentí confrontada y afligida por
diversas preocupaciones y dilemas éticos. La cabeza me empezó a dar vueltas.
¿Debería incluir esto en el libro, o no? ¿Cómo podría esto reforzar aún más los
discursos homofóbicos que identifican a los hombres gay como pedófilos y
abusadores de niños? ¿Podría ser lo anterior potencialmente utilizado contra las
comunidades LGBTI+ en México, e incluso en las comunidades latinas de Estados
Unidos? ¿Se citaría fuera de contexto? Y si ése fuera el caso, ¿por quién, cómo,
y cuándo? He reflexionado y publicado acerca de algunos de los dilemas éticos
con los que me he enfrentado durante mis estudios de investigación sobre la
sexualidad que he realizado en el pasado, y he aprendido que el proceso de
escribir respecto a esta lucha interior de hecho valida la preocupación y (o) el
dilema ético y también ofrece un espacio para exponer hallazgos controvertidos
y (o) delicados que pueden empujarnos intelectualmente, más allá de ser
políticamente correctos y sentirse seguros —todo lo anterior con la intención de
ayudarnos a avanzar en nuestro conocimiento sobre un tema dado.1 Mientras
acojo tanto la necesidad de ser éticamente transparente como la de explorar
posibilidades para crecer intelectualmente más allá de mi zona de confort,
expuse estos hallazgos también por respeto a mis informantes. Mi
responsabilidad ética es hacia Leonardo, Matías y Pablo, quienes, como el resto
de mis informantes, compartieron con tanta honestidad y confianza sus relatos de
vida y otras historias personales con la esperanza de que beneficien al público
lector y a especialistas que trabajan con niños varones y hombres que aún están
en busca de respuestas a las dolorosas preguntas que dejaron profundas huellas
en su vida. Tengo la misma confianza en el proceso de madurez intelectual y de
crecimiento profesional que se basa en ser veraz con mis sesenta informantes,
con mis lectoras y lectores, y también conmigo misma. Es un largo proceso
intelectual, y aún estoy aprendiendo.

“El primo dice, ‘Ay, voy a calarme’ como se dice acá. ‘Voy a calarme a ver si
me gusta.’ Era la primera vez que el primo tenía relaciones con un hombre”, dijo
Zacarías, riéndose. Él es un joven brillante de poco más de veinte años que nació
y creció en la Ciudad de México y se autoidentifica como gay. Él estaba
reflexionando sobre las conversaciones grupales que ha tenido con sus cinco
amigos, también jóvenes gay de similar edad. Zacarías mantuvo estas
conversaciones con ellos debido a que estaba preocupado; no sabía si era “el
único raro” y sintió que necesitaba compartir con ellos sobre la experiencia que
había tenido con su primo años atrás.
Zacarías tenía doce años cuando su primo de la misma edad le dio un beso en
la boca y terminaron teniendo sexo, un acontecimiento que Zacarías identificó
como su “primera experiencia sexual”. Al hablar sobre sus propias experiencias
personales, los amigos de Zacarías no le dijeron quién había iniciado en realidad
el encuentro sexual (si había sido el amigo de Zacarías, el primo del amigo, o
cómo se habían negociado estos encuentros); los jóvenes le aseguraron que lo
que le ocurrió era “normal”. En el caso de ellos había sido un evento único bajo
la misma premisa: un joven varón que se asume a sí mismo como heterosexual
—pero todavía “no está 100 por ciento seguro”— aborda sexualmente al primo
que él cree “estar seguro” de que es gay. Zacarías explicó que para el joven que
aborda a un primo del cual se sospecha que es gay, el encuentro sexual se
convierte en “la prueba” para descubrir “qué tan machín soy”.
En México, con frecuencia he escuchado a la gente usar la palabra “machín”
como diminutivo de “macho”, y como sinónimo de valiente, fuerte o un “hombre
de verdad”, lo cual también puede tener una connotación sexual.2 “Que digo,
bueno, a mi primo no sé si fueron 4 años que le duró la prueba”, dijo Zacarías
riéndose. Ambos jóvenes tuvieron una larga relación romántica, voluntaria y en
secreto y que involucraba contacto sexual frecuente. Al reflexionar sobre estas
conversaciones con sus amigos, Zacarías utilizó la expresión “al primo me le
arrimo”, dándole un giro gay a la frase que tradicionalmente se asocia con
primos que abordan sexualmente a sus primas, tal como se ha discutido
anteriormente en este libro.

***

“Hasta después, te digo que después de que me pasaron esas cosas, yo veía
otros niños y yo quería hacerlo… quería hacerles lo mismo, y les quería decir
que me agarraran mi pene”, dijo Valentín, al explicar que “quería tratar de
abusar de niños” y obligó a niños menores y más pequeños que él a que le
tocaran los genitales. Valentín, un hombre soltero de un poco más de veinte años
de edad, que se identifica como heterosexual y que trabaja en una maquiladora
de Ciudad Juárez, no recuerda exactamente cuántas niñas y niños abordó, pero sí
tiene recuerdos de ellos, ya sea enojados o poniendo resistencia. Estos menores
estaban directamente emparentados, como primos o sobrinos, de los dos tíos
políticos que agredieron sexualmente a Valentín desde su niñez. Sus tíos y otros
hombres de la familia utilizaban bullying homofóbico para acosarlo y lo
llamaban “gay” y “maricón”, y con frecuencia lo culpaban por sus propias
acciones. Ambos tíos tenían casi veinte años y Valentín tenía siete años de edad
cuando ocurrió el primer incidente. Tal como le sucedió a Valentín, los menores
a los que él abordaba, también solían pasar tiempo con la familia extensa.
“Como un tipo de desquitarme, como que lo miro así. Siento que lo miro así”,
dijo Valentín al explicar que tenía nueve años y sentía “coraje” cuando se
comenzó a involucrar en estas prácticas. “Después”, él explicó, “a los diez años
me volvió otra vez eso, pero me volvió con mis primos, y de ahí… con mis
primas, empecé a manosearlas, a hacer todas esas cosas”. Valentín describió
estas vivencias como parte de jugar a las escondidas.
Este capítulo analiza los relatos de vida de los hombres que de manera
voluntaria aceptaron ser entrevistados para este estudio. Con frecuencia, ellos
reportaron complejos historiales de experiencias sexuales con otros hombres,
exponiendo, entre otras cosas, la alta incidencia de violencia sexual durante la
niñez de hombres que se autoidentifican como gay o bisexuales.3 Las historias
narradas por Zacarías y Valentín ejemplifican las formas sofisticadas y
matizadas, en las que los niños varones y los jóvenes experimentan dicha
violencia, y exponen los patrones cíclicos y multigeneracionales de violencia
sexual dentro de las familias inmediatas y extensas, así como las muchas formas
de coerción y abuso sexual contra niñas, niños y jóvenes. Este capítulo ofrece las
narraciones biográficas de hombres que destacan dos procesos familiares
interrelacionados: el continuum del consentimiento sexual y la coerción, y la
sexualidad con relación de parentesco (kinship sexuality).
Las narrativas personales de estos hombres sobre encuentros sexualizados
dentro de la familia exponen un continuum entre dos extremos, el consentimiento
y la coerción. Por un lado, algunos hombres recordaron encuentros sexualizados
voluntarios con parientes de edades cercanas (por ejemplo, primos) que
conllevaron seducción, juego y curiosidad mutuos. Otros reportaron experiencias
con parientes considerablemente mayores (por ejemplo, padres, tíos, hermanos
mayores, primos mayores) que ocurrieron contra su voluntad e implicaron
control, miedo y a veces violencia extrema. Sin embargo, este continuum no es
ni plano ni unidimensional. Entre ambos extremos puede existir una amplia zona
gris de expresiones matizadas de placer y peligro, seducción y miedo. Lo
anterior se volvió evidente a través de las dos dimensiones que emergieron de las
vivencias narradas por estos hombres, a saber, la interpersonal y la intrapersonal.
A nivel interpersonal, un hombre puede haber tenido ambos tipos de
experiencias en diferentes etapas de su vida, por ejemplo, haber sido violado o
abusado sexualmente de niño a manos de un hermano mayor o un tío, pero haber
participado de manera voluntaria en experiencias placenteras con un primo del
mismo sexo, próximo en edad, más tarde durante la adolescencia. Y al nivel
intrapersonal, a veces no siempre existen límites claros entre la coerción y el
deseo como parte de la misma vivencia. Según recordaron estos hombres, la
coerción a manos de un pariente varón de más edad no siempre implicó el uso de
la violencia física, sino una sutil seducción, y como niños o jóvenes adolescentes
no sintieron la necesidad de resistir y de hecho experimentaron sentimientos de
placer. Para un niño varón, este patrón se reprodujo mediante una rutina de
encuentros que fueron establecidos y repetidos mientras se encontraba inmerso
tanto en la curiosidad como en la confusión, y a través de diferentes grados, pero
siempre sutiles, de coerción y de consentimiento. En la gran mayoría de estos
casos, los hombres reportaron haber vivido dichas experiencias con parientes
varones.
Con sus raíces en los códigos de honor y de vergüenza establecidos en el
México colonial, las prescripciones generizadas de la sexualidad dentro de las
familias patriarcales puede concederles a los niños varones y a los jóvenes —
más que a las niñas y a las jóvenes— ciertas licencias para explorar tanto los
deseos carnales como su curiosidad sexual dentro de sus familias.4 Esto influye
en la forma en la que un niño varón pudiera percibir una amplia variedad de
situaciones sexualizadas con un pariente varón. Los encuentros sexualizados que
ocurren en el extremo que implica el nivel más alto de consentimiento (el cual
puede incluir algunas formas de seducción y juego mutuo entre los involucrados,
con frecuencia niños varones y jóvenes) para explorar la sexualidad y el
erotismo dentro de su grupo de parentesco expone lo que llamo “sexo con
relación de parentesco” (kinship sex). En este estudio los hombres reportaron,
con más frecuencia que las mujeres, experiencias de sexo con relación de
parentesco, lo cual involucraba encuentros con personas del mismo sexo, más
que encuentros heterosexuales. Este patrón fue particularmente evidente en el
caso de los hombres que descubrieron, mediante estas experiencias, su interés
sexual por otros varones y que más tarde en su vida se identificaron como gay.
De acuerdo a lo anterior, el continuum consentimiento-coerción fue
prácticamente inexistente para las mujeres del estudio; para ellas, el extremo de
la coerción estuvo sobrerrepresentado.5
Dos procesos interrelacionados adicionalmente moldean al continuum
consentimiento-coerción y a la sexualidad con relación de parentesco: el
acatamiento heteronormativo y el paradigma “al primo me le arrimo”. El
acatamiento heteronormativo se refiere a las creencias y prácticas de obediencia
que establecen la madre, el padre, hermanas y hermanos, y otros parientes con el
objetivo de vigilar y reproducir la heterosexualidad como la norma en las
familias y la sociedad en general. Es decir, uno o más de los familiares arriba
mencionados pueden sentirse con derecho a ejercer una intromisión emocional,
verbal y corporal contra niños varones y jóvenes que son percibidos como “poco
hombres” (es decir, afeminados) y que por lo tanto deben ser corregidos o
“arreglados”. El discurso homofóbico (es decir, ser llamado maricón, joto o
puto) se usa estratégicamente como parte de estas formas de violencia sexual que
ejercen padres, hermanos, tíos, primos u otros hombres contra niños de las
familias inmediatas y extensas. A pesar de que esto se ve magnificado en el caso
del niño con una expresión de género femenina (comúnmente conocido en
español como “afeminado”), el discurso homofóbico es utilizado decisivamente
para ejercer poder y control sobre cualquier niño o joven, sin importar su
expresión de género o su identidad sexual, tal como lo ilustra la narración de lo
vivido por Valentín.
Tal como revela el caso de Zacarías, “al primo me le arrimo” se refiere a las
formas en las que los jóvenes varones de los que se sospecha son gay, pueden
convertirse en blanco sexual de otros primos cercanos en edad. Estos jóvenes
que tal vez no están seguros de su orientación sexual les abordarían sexualmente
para “probar” su sexualidad y demostrarse a sí mismos que no son gay y asumir
con confianza la norma sexual de la heteromasculinidad. “Al primo me le
arrimo” es una noción compleja y fluida, y puede además incluir las experiencias
de hombres cuyos primeros encuentros sexuales o aventuras eróticas son con sus
primos. Estas experiencias no necesariamente son coercitivas o dolorosas. De
hecho, pueden ser voluntarias y placenteras, conforme los jóvenes crean sus
propias culturas sexuales que mantienen en secreto, y que a fin de cuentas
contribuyen de maneras positivas a su socialización sexual como hombres gay
dentro de la familia.
Finalmente, las experiencias de vida narradas por los hombres expanden el
continuum de violencia sexual que se discutió previamente en los capítulos sobre
hermanas y primas.6 Los hombres revelan sus propias experiencias de coerción
sexual, y también cierran el círculo para confirmar lo que reportaron las mujeres:
un hombre puede ser sujeto sexual, puede también ser un objeto sexual, y a
veces puede ser ambos. Además, las narraciones de los hombres exponen la
compleja naturaleza multigeneracional de las genealogías familiares del incesto
y de un continuum de violencia sexual en la familia. Todo lo anterior afecta de
manera selectiva tanto a niñas como a mujeres, y niños y jóvenes, marginando y
colocando en situaciones de riesgo a quienes viven la desigualdad de género y
sexual como parte de la vida familiar en la sociedad mexicana.
Este capítulo incluye narrativas articuladas por nueve hombres que vivieron
estas complejas experiencias como niños o jóvenes a lo largo del continuum
consentimiento-coerción en las relaciones de parentesco que incluyen padre-hijo,
hermanos, primos y tío-sobrino.7 Presento las narrativas de los hombres en tres
secciones: 1] hombres que recuerdan patrones distintos y contrastantes, desde
sexo con relación de parentesco hasta el sexo coercitivo, así como incidentes que
desdibujan los límites entre ambos; 2] hombres que sólo reportaron eventos que
ocurrieron contra su voluntad durante la niñez, situaciones que conllevaron
distintas formas de manipulación emocional, juego rudo y (o) fuerza física a
manos de primos y tíos preadolescentes y adolescentes; y 3] hombres que
describieron los eventos más violentos sexualmente, con la figura del padre en el
centro de las narraciones de sus recuerdos biográficos.
Tal como ocurrió con las narrativas presentadas en el capítulo anterior, los
relatos de los hombres son, a veces, más fluidos y complejos de lo que sugieren
los patrones que se describieron anteriormente. Por ejemplo, un hombre pudiera
haber sufrido abuso a manos tanto de su padre como de su tío. Elegí una
categoría para cada historia narrada cuando el hombre que la recordó ante mi
presencia la describió como la que más se había prolongado en su vida, aunque
no necesariamente fuese la que tuvo las consecuencias más negativas. La última
sección del capítulo ofrece un análisis de estos textos biográficos de vivencias
incestuosas.

SEXO CON RELACIÓN DE PARENTESCO Y MÁS ALLÁ

Matías

Y este tío siempre me llamaba mucho la atención cuando me daba el beso en la boca… El
bigotote y el olor a esa loción y a cigarro… y siempre me encantó ese tío. Esa Navidad, salgo
al portón, lleno de regalos para su familia y estando en el portón, me agarra y me da un beso, y
fue totalmente, fue un descubrimiento así de ¡Wow!, me despegué del piso, me fui a otro nivel.
Ya dejé de ser yo y ahí así empezó.

Así recuerda Matías un momento que le cambió la vida y que ocurrió cuando
tenía ocho o nueve años de edad. Su tío era el esposo de la hermana del padre de
Matías, quien entonces tenía unos cuarenta y cinco años y era un profesionista
culto y con altos ingresos. Su tío era “muy, muy, muy inteligente para ganarse a
la familia”, incluso a la madre de Matías, que solía ser desconfiada y muy
protectora de sus hijos. “Él te capacitaba para que no te detectaran en la casa. Él
me capacitó mucho en eso. De que ‘tu mamá, que no vea esto, tu mamá que no
vea lo otro’. Pero ese día, después de ese beso, yo me quedé temblando.
Temblando, temblando, temblando. Totalmente. Pero antes de tener una relación
sexual yo con él, fue mucho él, la introducción de él de que ‘tu papá no vaya a
ver esto, y si tu papá te pregunta esto, tú dile que aquí esta cosa’”. Después de
ese beso, que Matías aún recuerda vivamente, se encontró a sí mismo siendo
seducido sexual y románticamente por su tío, en forma individual o como parte
de un triángulo que involucraba a otro primo, un niño cercano a él en edad.
Matías es actualmente un hombre con formación universitaria, con un poco
más de cuarenta años de edad que nació y creció en una familia urbana de clase
media alta. Él comentó que su tío podría haber escrito el Manual total del
pedófilo.

¡Uy!, muy, muy, muy, muy hábil. Extremadamente hábil. Tan hábil que nos entrenaba a cómo
ser sexuales: cómo ser complacientes sexualmente, qué es lo que teníamos que hacer para ser
más complacientes, cómo hacer sexo oral a pene y a ano, cómo acariciar, cómo jugar con las
tetillas. Todos los puntos del cuerpo, él me las empieza a mostrar, qué es lo más excitante,
cómo puedes llegar a crear una situación, hasta qué punto puedes manejar la situación de la
persona. O sea, toda la información, información en vivo, porque llegábamos a, me llevó hasta
a baños de vapor para que yo conociera cómo poder provocar la sexualidad en alguien. Pero sin
que nadie me tocara, porque nada más era de él. A él le excitaba mucho eso, que otros posibles
pedófilos estuvieran vueltos locos, para siempre terminar yo con él. Entonces era un juego muy
extraño. Que gracias a Dios se paró, porque si a ese niño, lo hubiera seguido entrenando él…
Él me enseñó cómo llegar a un cine y provocar una reacción sexual en un adulto, cómo
terminar una relación sexual. Me hizo muy complaciente. Él me enseñó todos los trucos
habidos y por haber para ser complaciente sexualmente.

Matías explicó que su tío “lo enamoró totalmente” y lo entrenó para


convertirlo en una “máquina de placer” para todos excepto para él, Matías.
“Todo adulto que me buscaba, yo me lo llevaba a la cama. Era un perro
machuchero en cómo poder manejar un adulto sexualmente… en cines,
camiones, calle, en todas partes. De los diez a los quince, yo creo por lo menos
uno semanal.” Dijo que después, por lo general, se sentía “asqueado”.
“Desde niño yo también fui muy inteligente de cómo poder manejar las
cosas”, Matías comentó. “Porque incluso, los días que él no me quería ver, yo
terminaba viéndolo porque yo manipulaba las cosas con la tía, con los primos,
manipulaba las cosas para poder estar con él… sí, y lo excitaba a él mucho.”
Matías explicó que aunque pudo haber disfrutado físicamente los intercambios
sexuales con su tío, él tenía una reacción emocional contrastante, tal como
vengarse y robarle dinero a su tío. Pronto desarrolló lo que llamó una “doble
moralidad”. “[Me convertí en] el niño buena onda de mi casa, y el niño que iba y
se metía a un cine buscando a un adulto. O el niño que le abría las bolsas a la tía.
O el niño que manoseaba a los primos. Entonces me empecé a convertir en un
niño abusador y empecé a tener sexualidad con primos.”
Estas conductas se manifestaron cuando Matías estaba en quinto grado y se
convirtió en lo que llamó un niño “compulsivo sexual”. Entre los diez y los
quince años, Matías le hizo insinuaciones sexuales a primos próximos a él en
edad. “Buscaba a muchos y muchos me buscaban”, dijo. Al parecer sus primos
lo etiquetaron como gay o escucharon historias sobre él. Matías nunca abordó a
una prima, él dijo, con excepción de una prima de dos años a la que le dio un
“beso profundo” para “investigar” por qué a su tío le gustaba besar niños en la
boca; tenía quince o dieciséis años. Matías explicó que “nunca obligó” a sus
primos porque por entonces ya era un perro cuerero, “un perro viejo, astuto y
hábil con toda la experiencia sexual del mundo”. Había tenido una “gran
escuela” para aprender a seducir: su tío. Matías identificó a diez primos
diferentes con los que tuvo intercambios sexuales por entonces, en diversas
situaciones y circunstancias familiares, incluidas las vacaciones.
“¿Cuánto tiempo duraron estas experiencias con tu tío?”, le pregunté.
“Ahí está la parte dolorosa: hasta que crecí”, dijo Matías. “Ya cuando tuve
quince años dejé de ser atractivo. Y ahí a mí me ocasionó muchos problemas a
nivel emocional. El dejar de ser atractivo para alguien, y alguien a quien estás
súper aferrado.” Su tío ignoraba las llamadas telefónicas de Matías y lo evitaba
en las reuniones familiares. “Dejé de ser niño”, dijo. “Dejé de ser niño y ya no
soy atractivo.”
Matías siempre guardó silencio sobre la amplia variedad de complejas
experiencias sexuales que vivió con su tío, incluyendo lo que descubrió,
conmocionado, cerca de un año después de su ruptura: su tío formaba parte de
un grupo de hombres que intercambiaban jovencitos con fines sexuales.

Yo creo que eran más de diez hombres, eran muchos más. Por las pláticas que tenían con él
[tío], eran muchos más. Y muchos de estos hombres eran de nivel clase media alta, alta, pero
entre ellos metían traileros y metían cosas así, que eran los que les llevaban los niños, que eran
los que les hacían los conductos de los niños. Y cada uno de estos hombres tenía sus niños
específicos, y entre ellos estaba yo. Los niños guardados, protegidos que eran los compartidos
entre ellos.

Cuando Matías se dio cuenta de que su tío iba a dejar que sus amigos lo
“tomaran prestado” para que tuviera sexo con los hombres adultos de este grupo,
él se resistió. En retrospectiva, Matías se dio cuenta de que el juego de poder y
control entre él y su tío se había debilitado y finalmente roto. “Y yo no lo
permití, me dio pánico, me excitaba mucho pero me dio mucho miedo. O sea,
ahí no había llegado su control a tanto”, dijo Matías. Al parecer en estas redes de
hombres adultos no había pornografía infantil de por medio. “Afortunadamente
no había ni cámaras digitales, ni nada de eso”, dijo.8
Cuando Matías tenía dieciocho o diecinueve años finalmente le contó a su
mamá y su papá lo que había pasado con su tío. Su madre fue muy empática.
“Ella quiso saber todo, yo le dije todo”, dijo. Cuando su madre y su padre
supieron todo esto, su relación con ellos se volvió más cercana, más amorosa y
protectora. “Bueno, mi tío nunca más volvió a pisar la casa”, dijo. “Jamás en la
vida ha vuelto a pisar la casa de nosotros. Nunca.”
Matías se sintió profundamente amado y apoyado por sus progenitores, pero
lo conmocionó demasiado la respuesta de su familia extensa en relación a lo que
había reportado sobre su tío. “Los hijos, la esposa, los sobrinos abusados,
todos… hacen un escuadrón alrededor de él, todo mundo. Todo mundo supo,
todo mundo conoció la historia y me ven como el niño que fue a violar al pobre
tío. ¡Pobrecito del tío! O sea, ése es el coraje que traigo yo, pero muy
sorprendente.” Matías buscó activamente a los adultos, adolescentes y niños de
su familia extensa para advertirles sobre su tío. Recordó:

Cuando yo salía de la ciudad y luego preguntaba “¿En dónde está X primo?” —“Anda en el
rancho con el tío”. ¡Hijo de su madre! Se me revolvía la panza porque yo sabía lo que andaban
haciendo. Y agarré a los primos chiquitos y les decía, en especial a uno, agarré a uno. Le dije
“¿Qué está pasando? ¿Qué onda con el tío? ¿Qué onda con esto?” Lo traté de ayudar mucho, lo
traté de abrir mucho y lo único que me encontré fue el monstruito que fui yo. Un niño que me
quería seducir.

Matías lo rechazó; tenía unos veinte años por entonces, y su primo, de catorce,
era el “sobrino favorito” de su tío.
Frustrado y acongojado, Matías también buscó asesoría legal para saber si
podía denunciar a su tío, pero no encontró ningún apoyo profesional y se rindió.
Entretanto, dijo, “Y toda la familia toma partido. O sea, el abusado es él, porque
yo lo seguía acosando. El niño que buscó venganza es el demonio. El otro,
pobrecito, lo estoy acusando de algo, o sea, se invierten los papeles.” Desde
entonces, su numerosa familia extensa, que sabe todo lo que sucedió, ha tratado
a su tío “como si no hubiera pasado nada”. Matías afirmó, “Y son la clásica
familia, clase media alta, que todo lo resuelve con un sacerdote. O sea, todas
estas pláticas terminaban en pláticas de sacerdotes y de aceptación y de apoyo al
espíritu.” Desconfiado del catolicismo, se ha mantenido alejado de la Iglesia
durante casi toda su vida; ahora, como adulto, ha explorado activamente la
espiritualidad en otra congregación cristiana.
Matías trató de calcular —de los que él conocía— cuántos sobrinos, hijos y
nietos de su tío habían estado similarmente expuestos a lo que él había vivido.
“Yo he sacado cuenta que de los conocidos, fácil unos treinta”, dijo. También ha
escuchado al menos dos casos de primos mayores que han acosado sexualmente
o violado a primas. “Y de hecho, ya de adulto, yo tuve relaciones sexuales con el
hijo [del tío]. Fue así como me desquité”, dijo. Matías no se enorgulleció al
respecto. Los primos con los que tuvo relaciones sexuales eran más o menos de
su misma edad y no “los obligó”, pero ahora sabe que fue un “abusador
emocional”.
Por ejemplo, él aclaró, “Nunca me consideré violado porque nunca hubo ni a
fuerzas, ni amenazado, ni, en absoluto. Pero, sí me violaron como niño. En mi
mentalidad, en mi forma de ser, el desarrollo, en todo eso, fue una violación muy
invasiva, muy dolorosa, muy penetrarte, muy sacante y muy castrante.” Esto fue
lo que Matías le dijo a un psicoterapeuta al tratar de explicar que no había sido
“sexualmente violado” sino “emocionalmente violado” por su tío. “Gracias a
Dios que no soy pedófilo ni nunca me ha llamado la atención. Entonces sí rompí
con el esquema de el abusado abusa. ¡Gracias a Dios!”
“Sin ese beso, no hubiera pasado”, destacó Matías cuando estábamos
poniendo fin a nuestra entrevista. También quería asegurarse de que yo
entendiera que “La primera relación sexual que yo tuve con ese tío, él no me fue
a buscar. Yo lo fui a buscar, yo fui”. Cuando le pedí que ahondara al respecto,
me explicó que en aquel entonces ya había tenido un contacto sexualizado con
un hombre adolescente. “Quiero más”, se dijo a sí mismo por entonces. “No fue
curiosidad”, me aclaró. Antes de ese beso con su tío, que le cambió la vida, él ya
había experimentado sentimientos románticos hacia un hombre que identificó
como un amigo de la familia, un hombre que estaba a finales de la adolescencia
cuando Matías tenía siete u ocho años de edad. Él explicó que estaba
enamoradísimo de él y que tuvo intercambios sexuales que disfrutó y que nunca
sintió que fueran resultado de una manipulación o una imposición. Matías se
encontró con él décadas después y se hicieron buenos amigos. Este amigo, que
ahora está casado con una mujer y tiene hijos, se sintió profundamente culpable
cuando Matías le dijo que era gay. Matías también explicó que con el paso del
tiempo se enteró de que su tío era gay y que su esposa de muchos años era
lesbiana. Nunca lo dijeron abiertamente, comentó. “Pero decidieron seguir con el
juego y casarse.”
Desde la edad de dieciocho años, cuando Matías le dijo a su familia que era
gay, su madre, su padre, hermanas y hermanos lo han amado y apoyado
incondicionalmente. Matías ha sido activista por más de veinte años, y ha
trabajado en pro de los derechos de las comunidades LGBTI+ y en programas de
prevención de abuso de drogas. Actualmente vive y trabaja en Monterrey, donde
compartió conmigo su narración de lo vivido.

Uriel

Cuando Uriel era niño, su medio hermano lo violaba cada vez que alguna visita
se quedaba a pasar la noche con su familia. Su madre y su padre no tenían ni
idea de lo que estaba pasando.
Uriel, un joven ingenioso y simpático de unos veinticinco años de edad, creció
en una familia de clase alta del norte de México. Su familia tenía lazos afectivos
cercanos con parientes de la familia extensa. La casa de la familia, grande y
elegante, tenía espacio para casi veinte camas, y por una buena razón: “Es muy
grande la familia, pues en cuestión de hijos, es bien grande. Pues entonces ahora
imagínate, más las hermanas [tías], más los cuñados, más los hermanos [tíos],
más los ahijados, más los primos lejanos… Entonces éramos un buen”.
Así que cuando un pariente visitaba la ciudad y se quedaba a pasar la noche,
Uriel tenía que renunciar a su dormitorio e ir a dormir con el joven adolescente
al que identificó como su hermano, aunque su madre lo tuvo con un hombre que
no es el padre de Uriel. Dijo que “ni lo quería ni lo odiaba” y que sólo sentía un
“mínimo cariño” por él. “Dale tu recámara, dale tu cuarto y tú vete [a dormir]
con tu hermano”, le solían decir su madre y su padre. “Y entonces ahí era el
¡chíngale! El abuso”, exclamó.
Uriel recordó lo que su hermano le obligó a hacer cuando tenía entre cuatro y
seis años de edad: practicarle sexo oral, tragar su semen y masturbarlo. El
hermano adolescente también practicó sexo anal con Uriel, que incluyó
penetrarlo con una zanahoria. Uriel describió estas experiencias como dolorosas,
nunca placenteras. Su hermano tenía unos catorce años de edad cuando ocurrió
el primer incidente, y Uriel pronto desarrolló un miedo incontrolable hacia él. El
hermano incrementó sus amenazas, su control emocional, el chantaje y la fuerza
física que le dejaba sangrados, moretones y heridas, pero Uriel mentía cuando su
madre inquiría al respecto.
Un viaje familiar que emprendieron poco después le trajo un breve respiro a
Uriel. “Y recuerdo que en ese tiempo, mi papá estaba trabajando para el
gobierno y estaba en otra instancia en el gobierno, fuera del país”, dijo. “Y lo
fuimos a visitar mi mamá, mi hermana y yo, estuvimos no sé cuantos días, a mí
se me hizo mucho, que me tuvieron que meter a un colegio allí.” Uriel tenía
cinco años cuando regresó a México, y no quería irse a casa porque tenía miedo.
“Sentí miedo hasta los seis años porque todavía siguió el abuso”, comentó. “Y
yo tenía pánico estar con él, pánico de quedarme solo en la casa y pánico…
Cuando regresamos del extranjero tenía un pánico enorme.”
Uriel dijo que su hermano no sólo abusó de él cuando había invitados;
comenzó a hacerlo durante el día cuando no había nadie en casa. Uriel empezó a
buscar excusas para estar fuera de casa y evitar quedarse solo con él. Sufría de
eneuresis (incontinencia); este problema desapareció cuando su hermano se fue
de la casa, pero sus síntomas reaparecieron después, en particular cuando su
hermano visitaba a la familia.
El abuso finalmente terminó cuando su hermano se fue de casa para estudiar
fuera de la ciudad; la relación de “indiferencia mutua” solamente se volvió más
lejana y dolorosa. Años después su hermano sobrevivió a un accidente casi
mortal, y pasó mucho tiempo en estado de coma. Cuando volvió a casa estaba
discapacitado y necesitaba ayuda. Para Uriel los papeles finalmente se habían
invertido. “Soy muy amable, muy dócil pero en cuestión de revancha, soy
venenoso”, dijo. Para ese entonces, Uriel era ya un joven adolescente más
grande y más fuerte, y se enzarzaba con su hermano en violentas peleas de
puños. “Y a mí me valió y lo golpeé y pues como no podía defenderse por su
discapacidad, pues gané.”
Cuando tenía un poco más de veinte años, Uriel finalmente le confió a su
mejor amigo su historia de lo acontecido con su hermano; su amigo después le
dijo todo a la madre de Uriel. “Y fue la revolución”, dijo Uriel al narrar la
rebelión familiar que se organizó cuando su madre confrontó a su hermano
frente a él, tres años antes de nuestra entrevista. Ésa fue la primera y la última
vez que se discutió el tema en familia. Su madre asistió a psicoterapia individual
tiempo después. Su padre nunca se enteró del abuso.
“Entonces cuando mi papá me dijo a mí ‘no eres el primero ni el último’, le
dije, ¡Ay! ¿A poco hay más [hombres gay]?”, dijo Uriel con una gran carcajada
al compartir las conversaciones que tuvo con su madre, su padre, hermanas y
hermanos cuando salió del clóset,9 unos meses antes de cumplir los trece años.
Entre sus progenitores y Uriel comenzó a haber tensiones, rechazos, argumentos
interminables y falta de comunicación. Con el paso del tiempo su madre y su
padre lo aceptaron, y sus hermanos y hermanas adultos también le ofrecieron su
apoyo. Como expresión de amor y preocupación, cuando Uriel era adolescente,
uno de sus hermanos o hermanas lo acompañaba a sus primeras citas románticas
con personas del mismo sexo. Por otro lado, el hermano que violó a Uriel usaba
bullying homofóbico para acosarlo verbalmente.
Uriel recordó que desde muy pequeño había tenido sentimientos especiales
hacia los hombres, emociones de ternura que no sabía identificar. Él
experimentó estos sentimientos aun antes del primer incidente con su hermano.
Ser un niño con una expresión de género femenina había sido, sin duda, la razón
por la que su hermano lo violara. Uriel nunca lo confrontó al respecto, pero se
convirtió en un niño asertivo y con cero tolerancia cuando sus compañeros lo
sometían a alguna expresión de bullying homofóbico en la escuela. “Yo ya tenía
una preparación de libros en la biblioteca, y una vez preparé como un discurso y
fui y se lo dije a la directora.” Tenía diez años en aquel entonces. “Y le dije que
yo quería que me respetaran”, comentó.
Uriel, un líder popular y un activista en ciernes, nutrió su curiosidad
intelectual leyendo libros en la biblioteca; en ellos aprendió sobre temas que
identificó como “homosexualidad, lesbianismo, hermafroditas y bisexualidad”,
lo que le ayudó eventualmente a salir del clóset ante su familia.
Uriel tuvo su primera experiencia sexual voluntaria y aventura erótica con un
primo, la cual fue placentera. Él tenía unos doce años y su primo —hijo del
hermano de su padre—, quince. La primera vez ocurrió como un “juego” cuando
ambos estaban montando a caballo y tenían que atender un incidente con uno de
los caballos en el rancho de la familia. “Pues como fue con mutuo acuerdo y no
hubo sentimientos, no hubo modo de lastimar a nadie. Y a él le gustaba, a mí me
gustaba y no había compromiso.”
“¿Alguien de la familia se enteró al respecto?”, pregunté. “¡Sí, otro primo y lo
incluimos!”, respondió Uriel, riéndose a carcajadas. Los tres primos
establecieron un trío que pronto evolucionó: “Sí. Y luego el primer primo invitó
a un amigo y como me gustó el amigo, yo me quedé con el amigo y mi otro
primo se quedó con el primo”. Aparentemente, nadie en la familia sospechaba de
estos encuentros. El primo con el que tuvo sexo en el rancho mantenía una
relación con una novia, al tiempo que tenía relaciones sexuales frecuentes con
Uriel. “Inclusive, el primer primo se acaba de casar”, dijo. “Y como si nada,
súper nos llevamos.”
Uriel recordó los encuentros sexuales que activamente buscó con otro primo,
también paterno, cuando tenía dieciocho o diecinueve años de edad. Tal vez la
seducción mutua comenzó años antes, cuando ambos estaban acostados en la
cama viendo televisión y su primo puso su cabeza sobre el regazo de Uriel pero
terminó tomándolo de las nalgas.
Uriel dijo que no se había enamorado de ninguno de sus primos, pero sentía
un cariño muy selectivo por ellos, más que por los primos con los que no había
tenido contacto sexual. Tuvo varias experiencias sexuales con primos de edades
cercanas. “Tengo primos por parte de mi papá, he tenido sexo con ellos pero sé
que no son gay, que son simplemente hombres que les gusta tener sexo con
hombres, porque pues están casados.” No sabe de ningún primo que se haya
casado con una prima en su gran familia extensa. Sin embargo, ha escuchado
historias sobre su abuelo materno, ya fallecido, quien volvió a casarse como
hombre mayor con una sobrina, con el propósito exclusivo de que cuidara de él.
Uriel no sabe si su medio hermano violó a alguien más en su familia y, fuera
de su propia experiencia, no se ha enterado de otros casos de niñas, niños o de
mujeres que hayan sido abusados sexualmente por un pariente en su familia
inmediata o extensa. Dijo, sin embargo, que ha escuchado una historia, que rara
vez se discute en la familia, sobre el hermano que violó a Uriel: su abuela
paterna lo encontró borracho, desnudo y con dolor cerca de su casa tras ser
violado tumultuariamente cuando tenía once años de edad.
Sobre su familia extensa, Uriel dijo que uno de sus tíos —un sacerdote
católico muy apreciado— tuvo una vez un accidente automovilístico. Al revisar
el automóvil la policía encontró pornografía, juguetes sexuales, videos y fotos de
sexo explícito de menores de edad. “Entonces él compró el periódico, él compró
todo porque es un sacerdote muy respetado, compró todo y se quedó como
sacerdote, no le hicieron nada”, dijo Uriel. El sacerdote continuó trabajando en
su congregación y jamás fue denunciado.
La casa grande, el rancho de la familia, costosas escuelas privadas, fiestas de
cumpleaños elegantes, ropa y viajes, mención de políticos influyentes durante las
conversaciones familiares, sirvientes leales, comidas y postres gourmet con sólo
tronar los dedos… todo esto hizo que Uriel cobrara conciencia de los privilegios
sociales y económicos de su familia de clase alta entre los cuatro y los seis años
de edad, las mismas edades cuando él fuera abusado.
El padre de Uriel era un empresario y ranchero que también estaba
involucrado en la política. Su madre era una empresaria dinámica, con una rutina
diaria muy estresante que giraba en torno a las operaciones comerciales
familiares y a eventos de caridad. Uriel describió la relación con su padre como
magnífica; tenían una relación emocional comprensiva y amorosa, aunque su
padre no fuera externamente expresivo. También amaba profundamente a su
madre, pero la relación con ella no siempre fue cercana o fácil. Uriel recordó que
su padre abusaba emocionalmente de su madre, un patrón que desapareció el día
que ella recibió una cuantiosa herencia. Sus progenitores dependían de una tía y
de una nana para cuidar a Uriel cuando era niño. Dijo, sobre su nana de muchos
años, “Ella me quiere mucho, no quisiera que le agarrara coraje a mi hermano.
Yo no le platiqué muchas cosas”.
Uriel nunca ha ido a terapia, pero dijo que su renovada fe cristiana le ha
ayudado a sanar las heridas del pasado a la vez que se ha alejado de la fe católica
y musulmana, religiones a las que estuvo expuesto en su familia. Nieto de un ex
senador, Uriel se graduó de la universidad en la Ciudad de México y vivía en
Monterrey cuando tuvo lugar nuestra entrevista.

Pablo

Bueno, este tío se casó. Y, pero me metía en la cama de su esposa a tener relaciones con él. Y,
pues sí, yo pienso que yo tendría 24 años. Sí, entonces hasta le platicaba, por ejemplo, me
preguntaba cosas y yo le platicaba de que había conocido a un muchacho y que sí habíamos
tenido sexo. Y me decía [con voz animada] “¿Y te gusta y todo?” Bueno, ahorita estoy
entendiendo que a él le excitaba que yo le platicara y ya luego me lo hacía.

Así recuerda Pablo uno de sus últimos encuentros sexuales con uno de los
hermanos de su madre, que es siete u ocho años mayor que él.
Un hombre tímido de un poco más de cincuenta años de edad, Pablo es la
persona de mayor edad que entrevisté para este estudio. También fue el que
reportó los encuentros sexualizados dentro de la familia más prolongados a
través del tiempo, desde la primera infancia hasta la vida adulta, y a quien más
trabajo le costó determinar si dichas experiencias fueron coercitivas o no.
“Pues con mi tío no sé si era voluntario. Y no sé a qué edad habrá empezado”,
dijo Pablo, tratando de recordar cuál fue la primera vez que su tío lo abordó
sexualmente. Cree que tenía unos siete años de edad cuando eso sucedió, aunque
teme que pudiera haber sido antes, a los tres o cuatro años.
Sin embargo, Pablo recuerda con claridad lo que su tío solía hacerle al
comienzo: “Pues yo creo que de chico, no me penetraba. Yo creo que eso ya fue
más grande. De chico nada más me hacía que le hiciera sexo oral y que me
dejara tocar”, dijo. “Sucedía cuando no había nadie o en las noches, sí… y pues
por lo menos era una [vez] por semana.” Un hermano mayor y otro tío materno
expusieron a Pablo desde su niñez a experiencias sexualizadas similares, aunque
menos frecuentes.
Pablo nació en un pueblo pequeño cerca de la Ciudad de México y se mudó a
la gran ciudad con su madre y sus hermanos cuando era pequeño. Un día, a
principios de la década de 1960, el padre de Pablo salió de su casa y nunca
volvió. La madre de Pablo, de unos veinticinco años por entonces, buscó el
apoyo de su familia. Pronto toda la familia se mudó a casa de la abuela materna,
quien los acogió amorosa e incondicionalmente. “Pues ella fue muy buena
madre”, dijo Pablo. “Muy… pues se puso a trabajar para darnos estudio, que no
nos faltara nada, aunque por otro lado nos dejaba solos.” Diez parientes
consanguíneos terminaron viviendo en casa de su abuela, incluyendo a su
hermano y a los dos tíos que abusaron de él.
Pablo reportó que las frecuentes experiencias con su tío, originalmente
exclusivas entre ellos dos, pasaron a incluir a uno de sus primos maternos. “Pues
nos hacía que nos desnudáramos, que nos acariciáramos. Y que tuviéramos sexo
oral, yo con mi primo y mi primo conmigo. Y ya después participaba mi tío.” Su
primo es dos años menor que Pablo. “A lo mejor tendríamos… yo trece años, él
once. O él trece y yo quince.” Las relaciones sexuales entre primos y tío
ocurrieron muchas veces, a lo largo de un periodo de cuatro años. El primo de
Pablo le contó que su tío lo violaba cuando visitaba a su madre y su pareja, y que
se enfurecía con su padrastro por permitirle a su tío compartir la cama cuando se
quedaba a pasar la noche.
Pablo tenía diez o doce años cuando uno de sus hermanos, cuatro o cinco años
mayor, lo agredió sexualmente y lo violó. Pablo siempre mantuvo silencio con
su hermano en relación a esta experiencia, con excepción de una conversación.
Él explicó, “Bueno, hasta que me dijo mi hermano que por qué me dejaba que
mi otro tío me hiciera cosas. Nada más, pero yo no dije nada. Pero yo sí pensé
‘pues si tú me lo hiciste’. Yo sí pensé, recuerdo que sí pensé, bueno, no sé por
qué se espanta si él me lo hizo [también].” Estos eventos ocurrieron en diferentes
ocasiones, pero con menos frecuencia que con su tío, dijo Pablo. Los hermanos
solían dormir en la misma cama.
Pablo también recordó incidentes con un tío más joven, otro de los hermanos
de su madre, cuatro o cinco años mayor que él. Pablo asistía a la primaria en ese
entonces. “Inclusive mi otro tío, yo recuerdo que llegaba yo de la escuela y me
estaba cambiando de ropa, o sea, me quitaba el uniforme. Y él llegó cuando yo
estaba en calzones y como jugando me agarró y se… me acostó y me metió la
mano y me agarró y pues me daba risa, me daba risa. Hasta que hubo una
oportunidad de que nos acostamos juntos y me dijo ‘voltéate’ o me hizo que le
hiciera sexo oral, y ya luego ‘voltéate’ y ya.” El hermano de Pablo y sus dos tíos
se comportaban “como si no hubiera pasado nada” tras abordarlo sexualmente;
ellos exhibían el mismo comportamiento en otras interacciones de la vida
cotidiana.
En retrospectiva, Pablo dijo que había tenido “sensaciones de placer” con su
hermano y su tío más joven, lo cual volvió la experiencia “menos abusiva”. Él
experimentaba una excitación física parecida con su tío mayor también, pero él
parecía ser más manipulador y controlador, dijo. Era “más abusivo” que los otros
dos. Pablo comenzó a albergar sentimientos de desconfianza y lejanía emocional
hacia los tres hombres; sus experiencias individuales con cada uno de ellos se
perdieron en el silencio. Los tres parientes de Pablo terminaron por casarse con
mujeres y tuvieron hijos.
Cerca del fin de nuestra entrevista, Pablo admitió algo que lo hizo temblar y
llorar. “Pero hay otra situación que no he dicho”, dijo. “Yo abusé de un niño. Yo
abusé de un niño.” El niño era hijo de una amiga cercana de su madre, quien era
también madre soltera, y que encontraba apoyo emocional y cercanía en ella.
Ambas solían llevar a sus hijos a pasear y a jugar juntos al aire libre. “Como si
fuéramos, tal vez muy allegados, como parientes, tal vez”, dijo Pablo. “Y
recuerdo que la pasábamos bien. Entonces, pues no sé cómo le pude haber hecho
eso a este niño.” Para este momento de la entrevista Pablo había comenzado a
llorar. Recordó:

Yo creo que yo tenía trece o catorce, y él tenía siete u ocho, tal vez. Y este niño me buscaba
mucho. Y entonces, en una ocasión mi tío me dejó una revista [pornográfica], y yo le hablé y
se la enseñé. Y pues yo creo que así hacía mi tío, “a ver, enséñame, deja tocarte” y yo le hice
así a este niño. Y yo lo penetré. Yo lo penetré y eso me, sí, pues yo siempre… pero recuerdo
mucho a este niño, qué daño le pude haber causado.
Pablo explicó que “estaba acostumbrado a que pasaba eso” en aquel entonces,
y no pensó que fuera a pasar nada. Pero comenzó a preocuparse cuando el niño
le dijo —ese mismo día o el siguiente, no recordó bien— que estaba sangrando.
Pablo temía que la mamá del niño se quejara con la suya al respecto. “Pero no
pasó así”, dijo. “O sea, este niño, como yo, también se calló.”
Mientras recordaba sus experiencias con este niño Pablo exclamó “¡Ahh! El
tío de ese niño quiso abusar de mí. Igual, ya era mayor, bueno, no mucho, tal vez
cuatro o cinco años más grande que yo… yo tenía catorce o quince”. Pablo
explicó el porqué esto no fue consumado: “Cuando me iba a penetrar, yo
recuerdo que ya no me dejé porque me quedé pensando ¿no? Pues ¿cómo? Él les
va a decir a todos. Y entonces me subí el pantalón y me salí corriendo.”
Para ese entonces, Pablo ya había experimentado muchas situaciones similares
con sus dos tíos y su hermano. Él no tenía miedo de que otros se enteraran al
respecto o de las posibles consecuencias negativas. Sin embargo, dijo que
siempre se sintió “muy confundido” por estos intercambios.
“¿Qué era lo que te causaba la confusión?”, pregunté.
“Pues la situación de que somos del mismo sexo, a pesar de que yo sé que soy
gay.”
Seguí preguntando, “¿Más que el que fueran parientes?”.
“Pues sí”, dijo. “Yo después hasta llegué a pensar así, pues es que es normal.
Hasta, a lo mejor, me sentía afortunado de tener a un tío así.”
Pablo se rio cuando dijo que él no pensaba haberse sentido “afortunado” por
haber tenido experiencias sexualizadas con su hermano y sus tíos. Pero empezó a
percibir que sus actividades eran “pecaminosas” y a tener miedo de dos maneras.
“Tenía miedo al castigo de Dios”, dijo, “y temor a saber que le gustaban los
hombres, a aceptarse a sí mismo [como gay]”. Pablo fue criado como católico y
dejó la iglesia durante la adolescencia, sintiéndose conflictuado por muchos
temas, incluyendo sus enseñanzas sobre sexualidad, los dobles estándares de
moralidad y el abuso sexual por parte de sacerdotes. Algo que ocurrió cuando
tenía unos veinte años hizo que sintiera validada su decisión: un hombre que
activamente sedujo a Pablo en la calle resultó ser un sacerdote católico que
estuvo a cargo de una misa en honor a una celebración de una quinceañera a la
que asistió meses más tarde.
“Pero es que no me explico cómo me dejé hacer todo eso por él”, dijo,
llorando, al referirse a su tío mayor. “Porque, de hecho, pues no sé si de niño se
me notaba algo, que era afeminado o no sé. Porque pues es que no sé como se
dio, no sé”, comentó. “Pues yo pienso que me acostumbré. Me acostumbré y
entonces ya, entonces yo ya no veía si era abuso o no, hasta ya últimamente.
Pues porque como me enseñaba revistas [pornográficas], y yo pienso que sí me
decía que era bonito cuando era niño, entonces me acostumbré así.”
Pablo no pensaba que podría ser capaz de perdonar a su tío por lo que le hizo,
quien nunca empleó la violencia física o verbal para abordarlo sexualmente, y
Pablo se sentía “querido y aceptado por él”, pero nunca desarrolló sentimientos
de respeto o de afecto por su tío. “Porque ok, sí, yo soy gay, pero pues yo debí
de haber vivido mi infancia con inocencia ¿no?”, dijo. “Me robó la inocencia y
es difícil.”
Pablo dijo que él había comenzado “voluntariamente” a abordar sexualmente
a su tío mayor cuando tenía trece o quince años. En general, sin embargo, Pablo
dijo “Bueno, pues, yo pienso que pues siempre fue abusivo. Aunque yo ya
tuviera veinticuatro años, iba y se metía a mi cama ¿no? Yo pienso que siempre
fue abusivo”, especialmente cuando el tío lo agredía sexualmente mientras
dormía, tanto de niño como cuando tenía un poco más de veinte años de edad.10
Para la edad de veinticuatro años, Pablo tenía una relación romántica y sexual
estable con un joven varón cercano en edad. Un día Pablo se dio cuenta de que él
nunca había sentido ninguna atracción especial hacia su tío, y lo dejó. “Pues yo
pienso que él es gay”, aseveró. “Se casó por lo mismo que yo me iba a casar
cuando lo pensé. Porque si fuera bisexual pues disfrutaría las relaciones con su
esposa y en alguna ocasión me dijo que no”, dijo Pablo. Hasta el día de hoy,
comentó, “yo creo que él todavía quisiera si yo ahorita aceptara”.
“De hecho, en una ocasión vi que él [mismo tío mayor] estaba acostado y mi
hermana, es más chica que yo, yo creo que él tenía erección y hacía que mi
hermana le tocara. Y yo creo que se lo dije a mi mamá, creo que eso sí se lo dije
a mi mamá, pero pues no hizo nada. Y no sé si haya abusado de mi hermana”,
dijo Pablo. Pablo tenía catorce o quince años por entonces, y su hermana, unos
siete. Él también había escuchado historias acerca de otra hermana que había
sido violada por un vecino; ella tenía seis años y él, más de sesenta. Cuando
Pablo escuchó rumores al respecto, durante su adolescencia, le preguntó a su
madre muy preocupado “¡¿Qué pasó, mamá?!” Ella simplemente respondió “No,
nada, nada”.
El hecho de que nada se hiciera o dijera acerca de las experiencias de sus
hermanas fue una razón por la cual Pablo nunca habló con su madre o ninguna
otra persona adulta sobre su propio abuso. “Yo sabía que a él no le iba a hacer
nada, pero a mí sí”, dijo. De manera similar, Pablo se ha mantenido en silencio
con sus amigos gay quienes le han confiado sus propias experiencias de
violencia sexual a manos de parientes cuando eran niños. “Mi primo, él es gay
también, y le digo ‘tú vas a terapia porque quieres justificar que eres gay,
echándole la culpa a él, pero no, así nacemos’.” El primo de Pablo lo ha alentado
a buscar ayuda profesional, pero fuera de las pocas conversaciones que ha tenido
con él sobre lo que les hizo su tío, nuestra entrevista fue la primera vez que
Pablo compartió con alguien su historia de lo que él ha vivido.
“Siempre supe que me gustaban los hombres, bueno, a lo mejor desde el útero
materno”, dijo. Sin embargo, el miedo al rechazo no le ha permitido
abiertamente decir que es gay tanto a su familia como en el trabajo. “Creo que
mi familia sabe por intuición”, pero la regla en casa es “no preguntes, no digas”.
En el trabajo Pablo está expuesto a bromas y comentarios homofóbicos que
ignora, y tiene demasiado miedo como para poder responder. Él no ha tenido una
relación romántica ni una relación sexual en mucho tiempo, pero en lo más
profundo de su corazón espera encontrar al hombre correcto algún día.
Pablo terminó la preparatoria, y durante muchos años ha ocupado el mismo
puesto administrativo, modesto pero estable, en la Ciudad de México. Comparte
su casa con un pariente anciano. De todos los hombres que entrevisté, Pablo
manifestó las reacciones de dolor emocional y confusión más visibles; llorando
desconsoladamente cuando me compartió la historia sobre el niño que había
violado.

MENTIRAS, JUEGO RUDO Y DOLOR

Saúl

“No, no siento que me forzó, siento que me engañó”, dijo Saúl. “Lo manejó
como que era un juego.” Saúl es un hombre con estudios universitarios de poco
más de cuarenta años y uno de los hijos menores de una familia numerosa de
clase media de Monterrey. Él describió lo que sucedió un día cuando tenía seis
años y su primo doce.

El abuso bueno, comenzó con el engaño de que íbamos a jugar ahí, en unas llantas, unas llantas
detrás de un tráiler, grande. Y luego entramos, entró él, entré yo y luego él me desabrochó el
pantalón, él se desabrochó el pantalón. Me empezó a acariciar, luego yo me senté en sus
piernas, me penetró. Y luego me dijo que si le daba un beso y yo no quise. Y básicamente en
eso consistió el abuso.

Aunque Saúl dijo haber sentido “placer físico” se aseguró de hacerme ver que
este evento había sido abusivo debido a la diferencia de edad. “Si yo hubiera
tenido doce y él doce, no hay problema ”, dijo. “Si yo tengo seis y él seis, no hay
problema. El hecho de que fueran sexos iguales, no hay problema. El abuso es
porque yo, todavía mi cerebro no estaba desarrollado para tener esas
emociones.” Su primo tenía doce años y ya estaba desarrollado, aclaró.

Ah, se siente una confusión como quiera porque sientes placer físico pero, al mismo tiempo, en
mi mente, yo sentía miedo, sentía que no estaba bien lo que estaba haciendo. Sobre todo
cuando él me dice que le diera un beso y yo le dije que no. Y entonces, yo deseaba darle el
beso, pero yo sentía que eso no era correcto. Algo en mí me decía que eso no era correcto.
Entonces, se siente una, yo lo que sentía era una confusión, confusión de, emocional. Porque
eran muchas cosas, era placer físico pero, al mismo tiempo, “esto no está bien”, “de repente
nos pueden cachar”. Eran sentimientos encontrados.

Saúl piensa que tal vez su primo le dijo que no le contara a nadie, “pero no
como una amenaza”, dijo. Poco después de esa primera experiencia su primo lo
invitó a hacerlo de nuevo. Un asertivo Saúl, de seis años de edad, respondió
“no”. ¿Sus razones? “Porque voy a terminar siendo gay”, dijo.
Esto es lo que Saúl aprendió a la edad de seis años:

Oía a los otros niños, por ejemplo, mi hermano que es como 4 años mayor que yo. Que una vez
me dijo, “no vayas a dejar que nadie te haga esto porque luego te haces homosexual, te haces
joto” y que no sé qué. Y entonces oía comentarios y entonces yo dije “pues si lo sigo, ya lo
hice, pero si lo sigo haciendo”, yo pensé “si no lo hago, puede que esto se detenga y no llegara
a ser homosexual, pero si lo sigo haciendo con mi primo, hago caso de su invitación, ya en un
futuro no lo voy a detener. Va a ser inevitable”.

“A mí me preocupaba mucho eso de ser gay”, Saúl dijo para explicar como se
sentía mientras crecía, no sólo por lo que había aprendido de su hermano mayor
y sus amigos sino a causa de algo más que su primo le había dicho cuando lo
penetró analmente. Lo describió con dificultad y tristeza.

Algo que, nada más lo he dicho una vez y batallo para decirlo una segunda vez, porque suena
muy feo, muy enfermo de la mente, por parte de él. Me dijo que cuando yo fuera grande iba a
ser mujer y que para conseguir eso tenía que poner mis genitales entre las piernas cada vez que
me fuera a la cama a dormir y que iba a llegar el día en que ya no iba a tener genitales
masculinos sino iba a tener genitales femeninos.

Saúl recalcó que su primo le había dicho lo anterior exactamente en el


momento en el que él lo abusó. “Me da pena decirlo, me da pena ajena”, dijo con
una risita nerviosa. “Porque ahora digo, pobre de mi primo psicópata”.
Tras este incidente sintió culpa y resentimiento, debido a que se sentía
mentido y engañado. “No sé si la palabra la conocía o no, pero yo sentía como
una inocencia robada. O sea, como que ése no era mi momento para vivir eso. Y
que lo experimenté antes de tiempo, y que yo estaba a gusto como estaba, muy
tranquilo. [Y luego] pues tuve muchos sentimientos encontrados; y sentí una
depresión, tristeza. Empecé a comer de más, a morderme las uñas y las
calificaciones bajaron. O sea, completamente, queda uno confundido.”
Después de la experiencia con su primo, la hermana mayor de Saúl notó algo
inusual en él y le preguntó al respecto. A Saúl le costó trabajo contarle a ella y al
mismo tiempo tratar de entender él mismo lo que pasaba. Ella reaccionó de
forma tal que se sintió “regañado”. Saúl mantuvo su experiencia en silencio;
creció con su autoestima lastimada y una lucha interna, en particular conforme
descubría que mientras crecía albergaba sentimientos especiales hacia los niños
varones. Lo confundía no saber si estos sentimientos habían sido provocados por
el abuso. Siempre fue reservado y tímido en lo que respecta a sus sentimientos
hacia los niños, y prefería pasar tiempo con las niñas; se sentía más seguro con
ellas. Creció sintiéndose furioso y frustrado, y esperando que sus sentimientos
cambiaran algún día.
“Yo creo que yo sí era afeminado, pero cuando yo me doy cuenta… pero no
estoy seguro”, dijo Saúl. En la secundaria sus compañeros lo llamaban maricón y
joto, y lo hostigaban continuamente. Pero en cierto momento estos jóvenes,
inesperadamente, comenzaron a ser amistosos con Saúl, y lo invitaron a ir con
ellos a ver películas pornográficas al cine. Él rechazó la invitación. “Pero yo ya
sabía que podían abusar”, dijo. “Yo preveía que podían abusar de mí ahí en el
cine.”
Saúl no sabe si su primo abusó de alguien más en la familia. Reflexionó:

Antes de que él abusara de mí, yo todavía tenía seis años, fue en ese mismo año, mi prima,
hermana de él, tenía cinco años. Entonces afuera de mi casa había un carro destartalado,
entramos, nos bajamos la ropa, lo que traíamos puesto y hubo tocamiento, o sea, hubo
exploración. Lo que es normal, yo la toqué a ella, su parte y ella a mí. Y en eso, mi primo, el
que abusó de mí, se asomó por la ventana y me ve. Y nos ve y dice “ah, van a ver, le voy a
decir a mi mamá”. Entonces después pasa una semana, dos, tres, no recuerdo, y luego vino lo
del abuso.

Al parecer las familias ya habían experimentado cierta tensión en el pasado.


Saúl ya tenía un poco más de veinte años cuando finalmente habló con su madre
sobre lo que le había ocurrido cuando tenía seis. Ella se puso tan furiosa que
Saúl temió que matara a su primo. Cuando las cosas se calmaron, Saúl, su
madre, su padre, y sus hermanas y hermanos tuvieron una conversación sobre lo
ocurrido con su primo, y todos llegaron a la misma conclusión: “Pensamos que
como mi tía es muy maquiavélica y el esposo de ella también, se les ocurrió el
abuso [por parte del primo] porque ellos pensaron que yo estaba abusando de mi
prima”, dijo. “Y no lo vieron, en su ignorancia, como que yo y ella estábamos
explorándonos, que era normal. En su ignorancia, lo vieron como que yo estaba
abusando de ella. Entonces así como que en una venganza de eso, bueno, pues el
primo abusó de mí.”
Saúl nunca tuvo una conversación con la prima involucrada en el incidente
que se describió antes. Por otro lado, uno de los hermanos mayores de Saúl
abusó sexualmente de su hermana, aquella que lo había “regañado”. Ella tenía
ocho años y su hermano, catorce en ese momento. Hace poco el padre de Saúl le
dijo, con remordimiento, “siento que no fui un buen papá” cuando discutían las
razones por las que ni él ni su madre intervinieron cuando se enteraron de lo
ocurrido con su hermana.
Saúl tuvo su primera relación romántica estable y formal con un varón cuando
él tenía casi treinta años de edad, años después de haber renunciado a una
relación heterosexual que, como hombre, la sentía sexualmente frustrante y
falsa. Más o menos por entonces fue que salió del clóset ante su madre, su padre,
hermanas y hermanos. Ambos madre y padre lo apoyaron, pero le preocupaba su
madre. Para tranquilizarla le dijo “yo creo que nadie tiene la culpa de eso, ni
usted tampoco. O sea, ya vengo así de fábrica”. Es decir, si no sales “derecho”
(straight, o heterosexual), sales “chueco”, con defecto de fábrica. Su hermana
mayor usó el mismo tono “regañón” de muchos años atrás, mientras insistía que
Saúl era gay por lo ocurrido con su primo.
Con el paso de los años, el primo se casó con una mujer, y Saúl ha tenido solo
contacto esporádico con él. Saúl nació y creció en una familia católica, pero dejó
la iglesia durante la adolescencia. Asistió a otras iglesias de denominación
cristiana, con la esperanza de encontrar respuestas a su lucha interna. Dijo que
solía estar “obsesionado con el deseo de cambiar su sexualidad”. Y comentó
también que “Dios le ayudó a perdonar” a su primo, aunque le hubiera gustado
confrontarlo por el abuso. Saúl iba a psicoterapia y tomaba antidepresivos
cuando lo entrevisté.

Anselmo

“Yo fui hijo de una de mis tías y luego fui hijo de…, a raíz del problema que
hubo, fui hijo de mi otra tía”, dijo Anselmo, un joven que estaba por cumplir 20
años cuando lo entrevisté. Cuando era pequeño, él iba de aquí para allá, de casa
de un pariente a otro, y mientras vivía en casa de una tía mayor, el hijo
adolescente de ella abusó de Anselmo tres veces, dos de ellas de manera
violenta.
Anselmo nació y creció en la Ciudad de México, y me contó que estaba
emocionado por sus planes de ir a la universidad. Mientras crecía, su madre y su
padre trabajaban largas horas para mantener a sus hijos y dependían de los
adultos de su familia extensa para cuidarlos, incluyendo a la hermana mayor de
su padre. “Cuando su hijo, mi primo, abusó de mí, entonces fue cuando yo
empecé a decirles a mis papás, ‘es que ya no me quiero quedar con mi tía’. Pero
no les decía por qué”. Anselmo dijo que su padre no inquirió al respecto y
simplemente contestó “Entonces, pues bueno, te llevamos con mi hermana la
menor”.
La tía mayor de Anselmo era una mujer trabajadora con un empleo de tiempo
completo. Mientras estaba en el trabajo, ella confiaba en su hijo, un joven de
diecisiete o dieciocho años, para que cuidara a Anselmo, quien tenía entre seis y
ocho años por entonces.
Anselmo recordó lo que le sucedió a él la primera vez:

Esa vez, yo me acuerdo que a mi primo le tocaba hacer el aseo. Todos los días le tocaba
limpiar, trapear, entonces yo mientras, yo me acuerdo que todos los días, a la hora del aseo, me
iba a la recámara de mi tía, tenía Cablevisión y me ponía a ver televisión. Era un cuarto muy
chiquito, son departamentos muy pequeños, y yo me quedaba ahí. Pero yo me acuerdo que una
vez mi primo ya no sé si, no, porque después ya sí da coraje ¿no? Yo estaba acostado, frente a
la televisión y llegó mi primo y se acostó al lado de mí, con su playera blanca. Las playeras me
dan un trauma emocional. A lo mejor yo por eso uso tanto el negro. Llegó y se acostó al lado
de mí. Y se quitó la playera, cosa que yo me imaginé en ese momento normal. No, creo que no
esperaba menos de su familia. Entonces se quitó la playera y después se quitó el pantalón. Se
quedó en ropa interior. Yo seguí viendo la tele, y él seguía viendo la tele. Me abrazó, y me
empezó a acariciar. Cosa que, a lo mejor, yo hasta entonces, la primera vez yo no lo vi mal, la
segunda ya empezó a hablarme cosas. Me empezó a acariciar y me dijo “ya sé a qué vamos a
jugar”, y pues yo obviamente era un niño que… ¡Ujuuu!

Anselmo pensó que iba a divertirse con su primo. En cambio, ese día la vida
dio un vuelco inesperado:

Entonces ya fue cuando agarró y me dice “Voltéate”, y yo ¡Bueno! Ya me volteé y me acosté.


Entonces, pero pues yo normal ¿no? o sea, no detecté nada. Nada fuera de lo normal. Hasta que
me quitó mi playerita. Yo lo vi, no sé, no sé por qué no sentí nada. O sea, no sé por qué mi
cuerpo no me dijo ¡Aguas! Y ya después me bajó el pantalón y la ropa interior, yo sentí que me
estaba jugando las pompas. Pero pues él me daba a mí muchas cosquillas. Eso es algo que no
puedo olvidar. Yo tenía cosquillas y yo me estaba ríe y ríe ja, ja, ja, ja. Risa y risa, yo bien
feliz. Sí. De repente ya se me subió arriba, entonces yo le dije “¡Oye, bájate, pesas!” y se hizo a
un lado, entonces fue cuando me abrió y me penetró. Fue un dolor terriblemente fuerte. Fue un
dolor, a la fecha, todavía hay veces, por ejemplo, apenas fui a unas sesiones y con la terapeuta
del grupo lo hablé, pero es un instante en el que antes no recordaba ni antes ni después. O sea,
nada más recordaba ese momento, punto. Esos tres minutos, que fue, porque haz de cuenta que
yo sentí el dolor inmenso pero sentí, la primera vez me dolió mucho. Pero como que lo sacó y
lo volvió a meter, yo sentí terriblemente peor.

Anselmo se puso de pie y empezó a correr desnudo por toda la casa gritando
“¡Me duele, me duele, me duele!” Entonces su primo se vistió y siguió
limpiando la casa.
Ese mismo mes ocurrieron dos versiones similares de la misma escena. La
segunda vez tuvo lugar cuando Anselmo y su primo estaban jugando rudo.
Anselmo terminó siendo violado otra vez, y esta ocasión corriendo desnudo por
toda la casa, gritando, aterrorizado, “¡Sangre! ¡Sangre! ¡Sangre!” Tras este
incidente, dijo Anselmo, “yo me acuerdo que igual mi primo siguió como si
nada, y ya como si nada hubiera pasado, se fue a la recámara de mi tía y se puso
a ver la televisión”. Anselmo se encerró en el baño hasta que llegó su tía y le
preguntó qué pasaba. “¡Ay tía!... Me puse a llorar con mi tía, pero no le dije
nada”, dijo.
Anselmo recordó que antes del último incidente su primo dijo algo como “
‘¿Te acuerdas de lo que pasó la otra vez?’ Me dice, ‘lo vamos a hacer una vez
más y ya nunca lo vamos a volver a hacer, te lo prometo. Esta vez y ya’”. Pero
Anselmo respondió firmemente que no. “Me trató de quitar la playera, pero
cuando me trato de quitar la playera, yo me… no me la pudo quitar porque yo
me estaba jaloneando”, dijo. “Yo recuerdo como un miedo, que me pegó muy
fuerte, yo me empecé a resistir hasta ese momento. Entonces fue cuando ya no le
di chance.” Su primo no volvió a acercarse a él.
Aunque su primo nunca le dijo a Anselmo que guardara silencio sobre estos
tres incidentes él jamás le dijo a nadie, y tampoco explicó porqué se negaba a
volver a casa de esa tía. “Yo siento que a lo mejor si él, mi papá, me hubiera
preguntado, ‘¿Pero por qué? ¿Por qué no quieres estar ahí?’ Yo, a lo mejor, le
hubiera dicho. A lo mejor le hubiera dicho”, dijo. “Pero nunca me preguntó, o no
recuerdo que me haya preguntado.”
Anselmo calló el abuso hasta hace poco, pero mientas crecía se volvió muy
asertivo en situaciones de posibles abusos. “Yo creo que toda mi fuerza para
defenderme y para no sufrirlo es el dolor”, dijo Anselmo. Por ejemplo, cuando
tenía once o doce años luchó contra un vecino que se acercó a él para “jugar al
doctor”. Tiempo después, agarró a golpes a un sacerdote católico que lo agredió
sexualmente a él y a un amigo en un retiro, algunos años antes de nuestra
entrevista. Nunca volvió a ir a la iglesia.
Aunque Anselmo no se sentía culpable o responsable por lo que sucedió con
su primo, sí sentía remordimiento por la manera en que reaccionó para
enfrentarlo. Consumió mariguana, cocaína y crack. También tuvo relaciones
sexuales promiscuas con hombres y mujeres que conocía en fiestas o bares y
centros nocturnos. Cuando le pregunté cómo se identificaba en términos de su
identidad sexual dijo “homosexual o no, todavía no sé”. Anselmo tuvo
relaciones románticas y sexuales monógamas y estables, con un hombre y con
una mujer. “Se sufre tanto que yo no podría causar tanto dolor”, Anselmo dijo
para explicar que jamás se le ha pasado por la cabeza la idea de “tocar” a un
niño. Sus propias experiencias lo han vuelto sobreprotector, ahora que cuida a un
hermano menor que va a la escuela primaria.
“Yo tenía todo para ser un niño feliz”, dijo Anselmo. Su madre y su padre
eran una pareja feliz, y eran solidarios y amorosos cuando estaban disponibles.
Les proporcionaron una vida cómoda a todos en su casa. Anselmo creció
sintiéndose similarmente querido por todas las tías paternas que cuidaron de él.
Aunque les guarda resentimiento a su madre y su padre por ser “demasiado
ambiciosos” —por trabajar demasiado y no pasar suficiente tiempo con él y con
sus hermanos mientras crecían— la relación de Anselmo con ambos es una de
las más genuinas en cuanto al amor, cuidado y comprensión que encontré en
todo el estudio.
Resulta interesante que Anselmo no le haya contado a sus progenitores sobre
el abuso a manos de su primo sino hasta hace poco tiempo, como parte de una
conversación sobre las razones por las cuales no le estaba yendo bien en la
escuela. Su padre le ofreció a Anselmo apoyo y amor incondicional, reaccionó
con dolor y rabia, confrontó a su primo y consideró tomar medidas legales. Su
madre reaccionó de manera similar. Aunque Anselmo no cree ser capaz de
perdonar a su primo por todo el daño que le causó, impidió que sus progenitores
lo denunciaran y tal vez lo enviaran a prisión.
Al tratar de entender los tres incidentes que vivió, Anselmo dijo que antes de
que ocurrieran esos hechos, la relación entre él y su primo había sido “muy
buena”. Su primo lo había mimado y consentido de niño. Anselmo perdió el
contacto con él después de la última vez que trató de violarlo, pero tras todos
estos años se lo encontró unos días antes de nuestra entrevista. Anselmo lo
confrontó frente a la familia y el encuentro terminó en golpes.
Al parecer, la violencia sexual no era una novedad en esta familia inmediata y
extensa, por lo demás tan cariñosa y solidaria. Anselmo descubrió, por ejemplo,
que el tío de su padre había agredido sexualmente a una de sus amadas tías
paternas cuando ella tenía unos veinte años. Anselmo estaba empezando a
explorar estos temas como parte de un grupo de apoyo al que se acababa de unir
en la Ciudad de México poco antes de nuestra conversación.

Valentín

“Me acuerdo que me bajó el short. Y me inclinó y, pero no sé por qué. Fue como
un shock dentro de mí que no… que no supe ni qué, fue algo muy rápido. Fue un
tipo de shock, no sé qué me pasó y pasó.” Valentín fue penetrado analmente
cuando tenía siete años, por un hombre de unos dieciocho años de edad que él
identificó como su “tío”, el hermano de la esposa del hermano de su madre.
“Después, al otro día, le dijo a mi tío [hermano de su madre] que yo le había
dicho que yo era gay, que me gustaba esto y lo otro. Con eso se quitó el
problema.”
Actualmente con un poco más de veinte años de edad, Valentín trabaja en una
maquiladora en Ciudad Juárez y va a la escuela nocturna. “Cuando él le dijo a mi
tío [hermano de su madre] que yo era gay, él también se burló y no me creyó”,
dijo. “A lo mejor por eso dije que no me iban a creer y sentí ese miedo,
seguramente.” Valentín no se sentía seguro o con la suficiente confianza para
hablar con alguien sobre ésta y las otras experiencias que tuvo en el contexto de
su familia extensa. Por ejemplo, al tío que violó a Valentín la primera vez pronto
se le unió un joven de diecisiete años de edad para abusar también de él
(emparentado con un pariente político de su madre). A ambos Valentín los
identificó como “parientes políticos”. “Bueno, yo lo miro como un tipo de abuso
porque [después] como que no hubo penetración pero la primera vez sí hubo.
Pero las otras, te digo, me obligaban así, a hacerles cosas. O me agarraban así
por atrás y empezaban así. Estaban erectos los batos, empezaban a arrimármelo
[su pene] y yo no me podía defender. Yo, a veces hacía fuerzas, y así me hacían
de cosas.”
Valentín solía pasar tiempo tanto en la casa de su tío materno como en la de su
abuela materna, y fue en estos lugares donde coincidía con sus tíos políticos.
Irónicamente, iba allí para escaparse de los duros castigos corporales de su
madre. Como forma de hacerle frente a sus castigos físicos, Valentín también
escapó de casa y recordó haber dormido, de niño, en las calles de su pequeño
pueblo, ubicado en la costa del Golfo de México donde nació y creció.
Posteriormente en la adolescencia migró a Ciudad Juárez.11
Los actos de violencia sexual que ejercieron dichos tíos contra él fueron
circunstanciales y ocurrían cuando el mayor de ellos pasaba la noche en la casa
del tío materno o durante otros eventos que pudieran haber parecido ser
encuentros familiares seguros y divertidos para el resto de la familia. Valentín
recordó otros casos de agresión sexual a manos de otros jóvenes mayores cuando
él estaba al inicio de la adolescencia. “Me hacían que les agarrara el pene. Eso
fue en un río, cuando nos andábamos bañando”, dijo. “Me decían que les
agarrara el pene a fuerzas, sino, como eran más grandes que yo, me trataban de
ahogar.”
Al recordar esa época, Valentín dijo “así me trataban, como maricón, sí, como
gay. Me trataban así en parte. No sé. Siempre me miraban así, no sé por qué. Me
miraban así. Me trataban gacho”. A medida que crecía y se hacía físicamente
más fuerte, la violencia en algún momento terminó.
Pero vivir en casa con su madre y su padrastro tampoco era sexualmente
seguro. Desde los siete a los diez años, su padrastro lo toqueteaba por las noches.
“A veces él si me trataba con cariño”, dijo. “Pero no me decía nada. No.
Simplemente como que aprovechaba que… se hacía como, él pensaba que yo
estaba dormido o algo así. Y no era así, porque yo estaba despierto y yo no decía
nada. No sé por qué no decía nada.” ¿Por qué no dijiste nada?, pregunté.
Respondió “La única persona que supo eso fue mi tío y se burló y ya no me dio
valor para seguir, para contarlo. Porque tenía miedo que mi mamá también me
dijera eso, que me dijera que yo era gay. Tenía ese miedo. Si de por sí mi mamá
me trataba un poco mal, y luego que yo dijera eso, sentí que menos me iba a
querer mi mamá.”
El bullying homofóbico surgió constantemente durante mi entrevista con
Valentín quien dijo que su tío y otros hombres de la familia lo acosaban con
frecuencia y lo llamaban “gay” y “maricón”. “Yo siento que si esas cosas no me
las hubieran dicho, a lo mejor eso no me estuviera afectando. Siento eso.”
Valentín sintió que el terrorismo homofóbico había dejado una huella muy
profunda en su corazón durante la niñez. Pero él no aceptó el dolor de manera
pasiva; incluso planeó matar a su tío cuando tenía ocho años: “A mi tío, por
burlarse de mí, por no creer en mí, lo quise matar. Allá en… donde yo soy, se
acostumbra mucho los machetes y lo iba a agarrar a machetazos”.
Recordó Valentín: “Yo desde los siete años, como de los ocho, sí, siete años
empecé a mirar películas pornográficas… un vecino que vivía cerca de la casa,
había que… él se ponía a ver películas de adultos, se ponía a mirarlas con toda
su familia, a pleno día. Dejaba la ventana abierta, entonces ahí nos juntábamos
todos los amigos”. También describió algo que recordó haber hecho dos veces
en aquel entonces: “Había unas niñas en la guardería, ahí donde rentaba mi
mamá [un espacio], y empezaba yo a querer hacer lo mismo que ellos hacían, lo
que miraba yo en las películas... Nos dábamos besos y, creo que ya estaba erecto
mi pene. Entonces así se sale [del pantalón] y se los quería meter por la falda”.
Estas experiencias a Valentín, no siempre le hicieron sentir que hacía lo
correcto, debido a la incomodidad asociada con la religión católica, pero también
lo excitaba “estar experimentando algo nuevo”. Por entonces estaba siendo
expuesto a adolescentes mayores de su barrio que se masturbaban enfrente de él.
“Pero lo hacían como que me querían enseñar, algo así”, dijo. Tenía dieciocho
años cuando tuvo su primer encuentro sexual con una vecina, una mujer mayor
que él que lo visitaba en su casa, coqueteaba con él y lo seducía con frecuencia.
Como parte de estos intercambios, él recordó un incidente: “Pues de esa manera,
yo siento que ella me obliga… cuando mucho, sería dos minutos… yo lo que
quería era venirme [eyacular] e irme a la casa”.
“Me he pegado mucho a Dios, iba mucho a la iglesia. Hacía así muchas cosas.
A lo mejor ahí fue donde aprendí a tratar de olvidar esas cosas, a tratar de
perdonar. Y mi infancia, pues… nunca tuve infancia, para mí nunca hubo
infancia”, dijo.
Hacia la mayoría de edad, Valentín trató de suicidarse una vez, y probó de
todo para mitigar el dolor emocional: alcohol, pastillas, tíner, cemento, cocaína,
pegamento y mariguana. En algún momento se mantuvo sobrio, pero cuando su
novia le confió sus propias experiencias de abuso sexual a manos de su hermano
se sintió devastado. Entonces Valentín le contó sobre su propio pasado como una
forma de ofrecerle apoyo, pero ella empezó a llamarlo “gay” en momentos de
tensión y conflicto en la relación de pareja. Las adicciones del pasado
regresaron. La idea de que pudiera ser homosexual le ha afectado
profundamente. Valentín decidió buscar ayuda profesional en la organización
donde nos conocimos en Ciudad Juárez.

EN EL NOMBRE DEL PADRE

Leonardo

A mí me mandaron a dormir con mi tío, que él se dormía solo. Entonces [mi mamá] me mandó
con él, ella estaba durmiendo y sentí cuando él me la pegó [su pene]. Bueno, me lo arre…,
Bueno, sí me la pegó ¿no?, podemos decir ¿no? Y me dijo, “¿te gusta?”, le dije “no”. Me dice
“¡ah!”. Y él siguió como si tuviera relaciones. Me dice “no vayas a decir nada”, le dije “no”. Y
él siguió y él siguió.
Así recuerda Leonardo la primera vez que su tío paterno abusó sexualmente
de él; tenía seis años y su tío, catorce. Los parientes de Leonardo estaban de
visita para una fiesta de quince años, y la casa estaba llena. A sus papás les
pareció que la mejor forma de acomodar a todos para dormir era que sus hijas e
hijo compartieran una cama con otro menor, del mismo sexo pero años mayor.
Leonardo tuvo que padecer otras dos experiencias similares con el mismo tío.
Cada vez que ocurría entraba en shock y nunca le parecieron placenteras. Tenía
miedo de que su tío lo castigara, así que después de la primera vez no se resistió.
Siempre se ha sentido culpable por no haber hablado con su madre después del
primer incidente.
Leonardo nació y creció en la Ciudad de México, es el hijo mayor de su
familia y el único varón. Ahora es un hombre soltero de un poco más de veinte
años, terminó la secundaria técnica y cursa la preparatoria abierta mientras trata
de arreglárselas sin un empleo remunerado. Los progenitores de Leonardo son
una pareja joven de clase trabajadora que se casó cuando eran adolescentes.
Poco después de estas experiencias el padre de Leonardo comenzó a notar
algo “extraño” en su hijo y lo interrogó persistentemente. Al paso del tiempo
Leonardo rompió el silencio y le contó lo que había ocurrido. El padre de
Leonardo “se puso furioso”, y salió enrabiado a confrontar a su hermano menor.
Mientras tanto, el niño de seis años se encontró con una reacción dolorosa por
parte de las hermanas de su padre: llamaron a Leonardo mentiroso y lo
golpearon. Sin embargo su madre lo apoyó y hasta el día de hoy sigue siendo la
fuente de amor más importante en su vida. Ella le creyó a su hijo y se enfrentó a
las tías paternas, que temían que su hermano mayor, furioso como estaba, matara
al más joven. Hasta el día de hoy ni Leonardo ni su madre saben si su padre
llegó a confrontar al tío. Pero para Leonardo la vida dio un giro inesperado. “Mi
papá me pegaba mucho”, dijo. “Igual él me decía que yo era maricón… ‘es que
eres un maricón, eres esto y el otro’. Y yo lloraba y él pues me pegaba. Yo me
acuerdo que hasta me sacaba arrastrando de la casa, sangrando. Él me golpeaba
y me decía ‘¡te me largas de mi casa, no te quiero ver!”
Su padre lo llamaba “afeminado” desde que era muy pequeño, y utilizaba el
castigo corporal para enseñarle a caminar y a mover su cuerpo “de forma más
masculina”. Su madre y sus hermanas no eran violentas físicamente, pero lo
forzaban a hacer lo mismo: la familia entera monitoreaba los movimientos
corporales de Leonardo. La manera en que caminaba y movía su cuerpo, y su
voz aguda, se convirtieron en el tema de largas conversaciones familiares. La
intención era ayudar a Leonardo a cambiar “por su propio bien”, prácticas que ha
tenido que tolerar muchas veces desde la infancia. “Yo ya odio estar vivo”, le
dijo una vez a su padre un angustiado Leonardo de catorce años durante una de
las golpizas más violentas. Le pidió a su padre que lo matara. Un par de años
después, cuando Leonardo empezó a trabajar y a contribuir significativamente al
ingreso familiar notó que su padre lo golpeaba con menos frecuencia.12
Recuerda que cuando tenía 17 años su madre le preguntó si era homosexual.
“Le dije que no. Dije ‘no, no’. Me dijo, ‘dime, de verdad, dime’. Yo le dije que
no. Entonces hasta ahí quedó. Se puede decir que fue la primera plática que tuve
con ella.”
Uno de los acontecimientos más dramáticos en la vida de Leonardo con su
familia ocurrió cuando lo llevaron a la sala de emergencias de una clínica del
Seguro Social un año antes de nuestra entrevista.13 Tenía una fiebre persistente,
y el personal médico no tenía explicación para ella. Leonardo dijo: “Entonces la
susodicha doctora dijo que probablemente yo tenía VIH”.14 Cuando lo dieron de
alta se lo contó a su madre, y ella a su vez se lo contó a su padre, sin anticipar las
consecuencias que esto tendría. “Entonces mi papá me pegó, me volteó tres,
cuatro patadas, ahí si no hice nada. Me metió tres, cuatro patadas, me dijo que yo
ya estaba podrido por dentro, en vida, que era un muerto andante, que me había
echado a perder mi vida, llorando. En fin, me dijo, ya después me dijo que se
avergonzaba de mí, no por lo que era, sino por lo que había sido.” Días más
tarde, cuando finalmente le hicieron la prueba del VIH y el resultado fue
negativo, toda la familia se sintió aliviada.
Leonardo identificó a su padre como un “machista”. Él era un hombre
alcohólico que trataba violentamente a su madre y a sus hermanas. Sin embargo,
la violencia que ejercía hacia las mujeres era menos intensa que la que debía
soportar Leonardo. Comentó que le hubiera gustado haber sido mujer para que
su padre no lo golpeara tan duro. Su padre dejó de beber y se volvió menos
violento desde que él empezó a participar en la iglesia de los Testigos de Jehová.
La madre y el padre de Leonardo eran católicos cuando se casaron.
Las experiencias de Leonardo con su familia se convirtieron en parte de un
laberinto de violencia sexual más amplio que él ha tratado de entender toda su
vida. Cuando todavía estaba en preescolar —años antes de que su tío abusara de
él— Leonardo ya se preguntaba por qué sus compañeros de clase y sus amigos
lo acosaban, incluso frente a su hermana, que lo defendía amorosamente y lo
animaba a defenderse.15 De niño le gustaba más convivir y jugar con niñas que
con niños y lloraba fácilmente. Durante su adolescencia le practicó sexo oral a
otros hombres, principalmente compañeros de salón y amigos cercanos en edad;
éstos fueron encuentros casuales que él sintió como voluntarios, pero que rara
vez disfrutó.
Hoy, con un poco más de veinte años de edad, a Leonardo lo acosan
sexualmente a diario en las ajetreadas calles de la Ciudad de México. Esto
implica, especialmente, manoseos en el transporte público, incluyendo el metro,
lugar que los hombres gay de clase trabajadora usan para ligar.16
Leonardo reflexionó: “ha habido unas ciertas personas [hombres] que sí, como
me hostigaban demasiado, como me acosaban sexualmente, yo dije, ‘es lo que
quieres ¡pues órale! Si me vas a dejar en paz dándote lo que quieres,
¡adelante!’”. Él se siente responsable por el acoso. “Lo tomo como algo que yo
inicio, que yo propicio”, dijo. “No me gusta mi cuerpo, para nada. No me gusta.”
Aproximadamente un tercio de sus encuentros sexuales con hombres han
ocurrido bajo este tipo de coerción, en diversos contextos sociales y
circunstancias. Leonardo incluye estas experiencias entre las parejas sexuales
que ha tenido hasta ahora: quince hombres y dos mujeres, todos de edades
cercanas a la suya. Leonardo identificó a estos varones en su mayoría como
“hombres masculinos”, es decir, con una apariencia varonil. Se ha encontrado
después con algunos de estos hombres y con frecuencia ha resultado que están
casados con mujeres y que tienen hijos. El sexo con las mujeres ocurrió cuando
tenía alrededor de veinte años; las jóvenes eran compañeras de trabajo.
“Yo no sabía que era afeminado”, dijo Leonardo sobre su niñez. Con el
tiempo descubrió que el tío que abusó sexualmente de él era gay y dijo que había
abusado de él debido a que “pensó que yo también igual y a la larga iba a ser
homosexual ¿no? que yo iba por el mismo camino”. Esta experiencia con su tío
llevó a Leonardo a considerarse “bisexual”. Sin embargo, últimamente se ha
sentido “indeciso” sobre cómo se identifica sexualmente. Cree que casarse con
una mujer y tener hijos sería lo ideal para una relación permanente.
Curiosamente su padre jamás le ha dicho o le ha sugerido que sea “maricón” a
causa del abuso.
Leonardo tiene un gran círculo de más de treinta amigos gay —jóvenes entre
la adolescencia y los veinticinco años aproximadamente— y sus conversaciones
con ellos lo han hecho sentir muy validado. “Del 100 por ciento que son gay”,
dijo, “el 99 por ciento” le han dicho que un tío, primo, padre o amigo ha abusado
sexualmente de ellos.
Ahora que es un joven adulto, Leonardo se ha encontrado con su tío en la casa
de sus abuelos. Su tío, un hombre exitoso, con educación universitaria, siempre
es respetuoso y amigable con Leonardo; nunca volvió a tocarlo o seducirlo desde
que tenía seis años. Hace poco un Leonardo asertivo, empoderado, confrontó a
su padre sobre el dolor que le provocó en el pasado, pero su padre siempre
reacciona con silencio. “O sea, él no es dado a demostrar el amor así a flor de
piel hacia hombres”, dijo Leonardo. “Porque nunca tuvo el cariño de un padre,
no lo sabe dar. Entonces a lo mejor me lo demuestra de otra manera, que yo no
lo entiendo, a lo mejor… a lo mejor de otras maneras me está pidiendo el
perdón.”
Cuando Leonardo tenía trece o catorce años se dio cuenta de que “tenía miedo
de abusar” de un niño, pero dijo que no sentía atracción sexual ni curiosidad
hacia ellos. Comentó que de hecho ha “alejado” a los niños que asisten a su
misma iglesia y que jugando se sientan en sus piernas o le dan abrazos. “A mi
edad creo que ya soy muy maduro para estar haciendo estupideces”, dijo. Es un
ferviente creyente de Jehová y no haría nada “que Dios no aprobara”.
Volverse consciente de su propio dolor de niño ha evitado en forma efectiva
que él mismo abuse de un menor, sin siquiera hablar incluso de las posibles
consecuencias legales y familiares,. Leonardo creció en un estado que él
identificó como un “coma emocional”, acompañado por depresión, fatiga,
aislamiento social, malas calificaciones, enfermedades frecuentes, desórdenes
alimenticios y varios intentos de suicidio.
Durante nuestra entrevista Leonardo mostró una expresión de género
femenina —movimientos corporales y tono de voz que tradicionalmente se
asocian con la feminidad— y habló sobre las maneras en las que las personas
con frecuencia lo perciben como “gay”, en muchas situaciones sociales. De
hecho, un año antes de nuestra entrevista lo expulsaron oficialmente de la
congregación de los Testigos de Jehová “por ser homosexual”. Aunque
abiertamente me habló de sus intercambios eróticos con personas del mismo
sexo, parecía costarle aceptar el deseo que siente por otros hombres. Dijo que
nunca se había enamorado de un hombre. A pesar del ideal que alberga de
casarse con una mujer, le gustaría tener algún día una relación romántica con un
varón. Hace poco buscó ayuda profesional por primera vez en la organización
donde nos conocimos.

Alberto

Para Alberto, el abuso estaba vinculado con la experiencia de viajar en el


autobús que conducía su padrastro. “A mí me gustaba mucho andar en el
camión”, dijo. “Y él me decía ‘Ok, vamos en el camión, nada más que tenemos
que quedarnos allá en el rancho’, donde nos quedábamos. Yo creo que ésa fue
una de las partes con que me chantajeaba.”
Alberto explicó que cuando era niño, viajar con su padrastro siempre
implicaba compartir la misma cama y estar expuesto a experiencias para las que
no tenía un nombre. Tenía seis años por entonces y su padrastro, de poco más de
treinta años, era un conductor de autobús que disfrutaba transportar pasajeros por
los caminos polvorientos que conectaban pueblos, ranchos y rancherías. Ahora, a
inicios de sus cuarenta años, Alberto está casado, es padre de familia y vive en
Ciudad Juárez. Todavía recuerda con nostalgia aquellos viajes en autobús. “De
hecho, él cargaba conmigo a donde quiera”, dijo. “Entonces… pues yo pienso
que por eso fue, porque pues yo dormía con él.”

Al principio, empezaba a, pues él me agarraba la mano que le tocara yo su parte. Así empezó,
así estuvo por un tiempo. Yo creo que… pues ahora entiendo, él se masturbaba. Ya más
después, empezó a poner sus partes en mí, hasta que me penetró y lo hizo como muchas
veces… Al principio, cuando él quería que tocara sus partes, él me puso, muchas veces, su
parte en la boca. Y ya me decía, “hazle así”.

Versiones similares de este escenario ocurrían con frecuencia tras un


emocionante paseo en autobús, una rutina que ocurrió desde los seis hasta los
nueve años. Con el tiempo, su padrastro penetró analmente a Alberto en varias
ocasiones. En retrospectiva, Alberto se dio cuenta de que ir a la escuela lo
protegía de estas dolorosas experiencias. Sin embargo, los viajes en autobús
seguidos por abusos sexuales por la noche se convirtieron en una rutina diaria
durante las vacaciones de verano.
Alberto tiene recuerdos vívidos de estas experiencias, que ocurrían mientras
estaba despierto y está convencido de que también mientras dormía. “Yo
pensaba que era normal”, dijo. “De hecho, a la mejor en ese momento no me
pasaba nada por la cabeza porque yo decía ‘yo tengo que estar con él y así tiene
que ser’. Yo pensaba que así tenía que ser.” Pero comenzó a sospechar que algo
no estaba bien la primera vez que su padrastro le advirtió “No le vayas a decir
nunca a tu mamá porque de todos modos no te va a creer”. Al silencio pronto le
siguió el miedo y la confusión, especialmente más tarde, explicó. “Él nomás lo
único que me decía es que nunca le fuera a decir a mi mamá de lo que estaba
pasando, porque si a mi mamá le pasaba algo, yo iba a ser el culpable, y pues
que sí, yo no quería perder a mi mamá.” Comentó Alberto: “Tengo muchas
cosas que agradecerle porque gracias a que trabajé, a que me enseñó a trabajar,
estoy, soy como soy. Pero siempre voy a tener muchas cosas que decirle en su
cara”.
No es casualidad que Alberto tenga actualmente un empleo que requiere
manejar bastante. Trabajar desde temprana edad se volvió una obligación
familiar para hijas e hijos. Era un esfuerzo colectivo para sobrevivir en los
pequeños pueblos en los que crecieron, muchos años antes de que migraran a
Ciudad Juárez o a Estados Unidos. Pero si trabajar duro desde temprana edad
para él era una bendición, era una maldición para sus hermanas. Alberto estaba
fuera y lejos de casa, trabajando, cuando su padrastro empezó a abusar a sus
hermanas menores. Su padrastro también abusaba de ambas niñas por la noche,
dijo.

Yo no sé qué les hacía cuando él entraba al cuarto de ellas. O sea, yo… nomás mirábamos
[hermanas y hermanos] que entraba al cuarto de ellas. Nosotros, según nos hacíamos los
dormidos, así nos dormíamos, él se metía, mientras mi mamá también estaba dormida, él se
metía con mis hermanas.

Como niño, Alberto estaba aún tratando de entender sus propias experiencias
con su padrastro, y muy lejos de poder siquiera saber cómo salir en defensa de
sus hermanas. Al crecer, sin embargo, la tensión en la relación con su padrastro
estalló en forma de intensas peleas y enfrentamientos, sobre todo cuando Alberto
lo veía pelear con su madre. “Le puse la pistola en la cabeza”, recordó lo que
hizo durante una fuerte discusión que ocurrió poco antes de que cumpliera doce
años y durante la cual trató de defender a su madre. Él estaba por entrar a la
adolescencia y ya era fuerte físicamente y solía llevar el arma a la que tenía
acceso en la empresa de envíos en la que trabajaba.
Alberto y sus hermanas estaban expuestos a los duros castigos corporales que
madre y padrastro usaban para disciplinarlos. Ambos adultos trabajaban largas
horas, de tiempo completo, y se turnaban para cuidar a los menores. Cuando la
madre no estaba en casa, sin embargo, su padrastro era más represivo con todos
y los amenazaba para que no le dijeran nada a ella. Alberto y sus hermanas
solían hablar sobre la violencia física que todos experimentaron, y en algún
momento compartieron también acerca de sus experiencias de abuso sexual,
aclaró él, aunque “sin entrar en detalles”.
Sus hermanas trataron de hacerle frente a la situación sin decirle a su madre
nada sobre el abuso; ellas simplemente se fueron. “Porque ellas, en cuanto
tuvieron tiempo, se fueron de la casa”, dijo Alberto. Unos años antes de nuestra
entrevista, sus hermanas le contaron a su madre sobre el abuso y Alberto relató
durante la entrevista el porqué les había impactado tanto su reacción. “Mi mamá
dijo… que si no le habíamos dicho es porque nos había gustado. Dijo ‘¿Y qué
quieren? ¿Que lo corra? ¿Qué quieren? ¿Que me quede sola?’”
Alberto es miembro de una extensa familia conformada por dos matrimonios
distintos y llegó a la mayoría de edad convencido de que él y sus dos hermanas
mayores habían sido los únicos que compartían un historial común de abuso
sexual a manos de su padrastro. Los tres albergaban la esperanza que estar lejos
de ese hombre, volverse adultos, casarse y tener sus propias familias borraría el
dolor del pasado. Pocos años antes de nuestra entrevista, a Alberto y sus dos
hermanas los conmocionó, mas no los sorprendió, cuando su hermana menor —
una mujer actualmente con poco más de veinte años— les contara que él
también había abusado de ella. Los tres decidieron sacarla de su ciudad natal,
dijo. “Yo fui el que les dije a mis hermanas, vamos a ayudarla para que se venga
para el otro lado, a Estados Unidos, que se venga para acá, que se venga.
Estando ya acá con todos los niños, entonces empezamos a actuar contra este
señor.” Alberto y sus hermanas ayudaron a la adolescente a cruzar al vecino país
del norte para vivir con un pariente. No fue sino hasta entonces cuando ella les
contó abiertamente todo sobre su experiencia con su padrastro.
Otro incidente ocurrió con un sobrino de Alberto, al tiempo que éste
descubriera los intentos de su padrastro por abusar de él también. Con pistola en
mano, y frente a algunos de sus hermanos y medios hermanos, Alberto lo
confrontó sobre el abuso sexual que había cometido contra él, sus tres hermanas
y su sobrino. El hombre estaba aterrorizado, y parecía sentir remordimientos.
Alberto lo describió así: “Dijo, ‘no, que yo te juro por mi mamá’ —acababa de
fallecer su mamá—, ‘te juro por ella que está muerta que no vuelvo a hacerlo’”.
Alberto fue criado como católico y culpa a la iglesia hasta cierto punto por los
abusos sexuales. “Ahora entiendo por qué se dan tantos casos de sacerdotes que
han violado gente o a niños”, dijo. “La religión católica es muy rígida.” Su
padrastro había sido seminarista, jamás usó drogas, rara vez bebía alcohol y no
fue violento con su esposa a principios de su relación.
Hace poco se convirtió del catolicismo a otra religión cristiana; dijo que la
conversión religiosa lo había ayudado a sobrellevar el abuso. “Tengo temor de
Dios, porque yo sé que Dios es bueno, pero también es muy duro.” En la
organización donde lo conocí Alberto dijo que el temor a Dios es una de las
cosas que ha evitado que él abuse de algún menor, pero admitió, con un tono de
preocupación y tristeza, que una vez pensó en “tocar” a una de sus hijastras.
Finalmente le ganó la tentación y lo hizo, pero dijo que algo —“no sé qué fue”—
lo ayudó a darse cuenta de que “no estaba bien”. Sin embargo, “nunca he hecho
algo de lo que me vaya a avergonzar”, comentó.
Explicó que hace poco, de hecho, había tocado a su hijastra otra vez, esta vez
por encima de su ropa, cuando estaba sentada en sus piernas. En ese momento, él
experimentó una sensación placentera pero incómoda, y se detuvo. “Sabes qué,
mija, mejor vete para afuera.” Alberto comentó que le dijo eso a su hijastra, una
niña que iba a la primaria, como forma de manejar lo que parecía ser tanto una
preocupación como una tentación.
“Exactamente, ¿qué fue lo que lo detuvo a usted en ese momento?”, pregunté.
“Yo creo que lo que a mí me pasó. Yo creo que, a lo mejor estaba, a lo mejor
en ese momento sentí, que me lo estaban haciendo a mí en ese momento”.
“¿Alguna vez ha tenido experiencias similares con sus hijas biológicas?”
“No, nunca lo hice”, dijo.
Cuando le pedí que ahondara más en esto, dijo: “A nuestra sangre nunca le
haríamos eso. Yo pienso que no. Aunque ha habido padres que sí se lo han
hecho, pero yo he visto a… yo creo que yo no. Es más, a mis hijas antes yo ni
me les acercaba. Yo si algo lamento, es no haberles dicho, ‘Mi hija, te quiero
mucho’.” Arrepentido admitió que ha usado castigos físicos para disciplinar a las
niñas.
Alberto no sabe si su madre sufrió abuso sexual durante la niñez o si ella vivió
alguna vez violencia sexual. Pero tanto su esposa actual como una pareja
anterior le contaron que habían sufrido abuso sexual a manos de un padrastro y
un tío, respectivamente. Mientras terminábamos nuestra entrevista en la
organización en la que había comenzado a asistir a terapia familiar, dijo entre
lágrimas: “Quiero cerrar esto en mi vida y para el bien de todos mis niños”.

Helián

“Tienes que cambiar, tienes que cambiar, porque si no, te mato.” Éste se
convirtió en un eco ensordecedor de dolor y de angustia en el corazón del niño.
Son las palabras que su padre le repetía constantemente cuando usaba su pulgar
para penetrar el ano de Helián. Su padre tenía una uña larga y afilada lo que
agravaba el dolor. Esto ocurrió cuando tenía entre tres y ocho años. Helián, por
entonces, era un niño con una expresión de género femenina, y se sentía
confundido por lo que su padre trataba de decirle, y horrorizado por sus
amenazas de muerte. Pero, ¿cambiar qué?, se preguntaba Helián. ¿Y por qué
habría de matarlo su padre?
Helián nunca preguntó; vivía aterrorizado, y puesto que tenía miedo de ser
castigado, no le contó a su madre sobre el abuso. Su padre también le hizo una
seria advertencia cuando era un niño pequeño. Solía decir, sobre los hombres
gay: “Esas personas no tienen derecho a llorar. Y si lloras, hazlo a solas”.
Cuando Helián tenía ocho años su padre lo penetró analmente con el pene y lo
dejó sangrando en el suelo del baño. El niño recibió atención médica, pero el
trágico acontecimiento nunca se discutió en la familia; desde entonces sufre
serios problemas rectales. Su padre dejó de abusar de él, “porque yo creo que se
dio cuenta de que el que estaba mal era él”, dijo.
Conforme Helián crecía y se daba cuenta de que le atraían los hombres
entendió finalmente lo que su padre había querido decir todo ese tiempo y la
revelación lo conmocionó. Se hizo más evidente el día que se convirtió en
blanco de bullying homofóbico; cuando apenas entraba a la adolescencia fue
violado tumultuariamente, más de una vez, por el mismo grupo de jóvenes. A
finales de la adolescencia, esa dolorosa claridad se convirtió en terror cuando se
enteró del trágico destino de uno de sus primos: al descubrir que era gay, el
padre y los tíos de Helián se organizaron para asesinarlo. Llevaron al primo en
un bote, lo tiraron por la borda en una zona profunda del océano y se aseguraron
de que los tiburones se lo comieran. El crimen jamás tuvo consecuencias legales.
Al escuchar esto, entendió que el abuso de su padre era un torpe intento por
“protegerlo” de la misma suerte. De adolescente trató de suicidarse dos veces.
Helián también sintió impacto pero no asombro, cuando descubrió que su padre
había abusado sexualmente al menos de una de sus hermanas. Cuando una de las
niñas quedó embarazada de su padre, su embarazo se volvió un secreto de
familia. La madre de Helián estaba consciente de lo que le había ocurrido a él y
a sus hermanas, pero no hizo nada al respecto; la regla en casa era el silencio y el
miedo a todo lo que tuviera que ver con sexo. Con el paso del tiempo, sin
embargo, ella apoyó a sus hijas, y su esposo fue enviado a prisión, aunque más
adelante lo liberaron. Helián la recuerda como una “súper heroína”, una madre
trabajadora a la que amaba y admiraba, pero a quien también odiaba,
especialmente cuando usaba rigurosos castigos corporales para disciplinarlo. Su
madre murió cuando Helián estaba en la adolescencia.
“La primera persona, la persona con la que lo comparto es con mi maestra de
psicología”, me dijo Helián durante nuestra entrevista. “Ahí sí lloré, lloré como
no tienes idea, traía mucho coraje, traía mucho resentimiento. Y sobre todo,
decía yo ¿por qué fueron tan crueles?, ¿para qué me dieron la vida y me
humillaron de esta forma?”
Hace pocos años, finalmente Helián confrontó a su padre durante una
conversación telefónica. Ahora, su padre, un hombre mayor y alcohólico, se
sentía profundamente acongojado y le pidió perdón. “Yo lloré también y no
sabes cómo lloro”, dijo. “Si llegas a escribir mi historia, no pongas a mi padre
como una persona mala, porque no lo fue. Él me quiso siempre proteger… él
siempre me quiso”, dijo Helián. “Entonces no fue malo, simplemente que… no
tuvo palabras. No tuvo palabras para decirme por qué tenía que cambiar”, dijo.
“Mi padre y sus hermanos no estaban preparados. Entonces lo enseñaron a ser
machista.”
Realicé esta entrevista en Monterrey, en 2006, muchos años después de que
Helián dejara su casa en la costa del Golfo de México para emprender otra etapa
que sería diferente en muchos sentidos. Se sentía emocionalmente herido, pero
motivado para probar suerte en otra parte del país, con la esperanza de sanar y de
empezar una nueva vida: lo consiguió y a un nivel inesperado.
Cuando nos conocimos, “Helián” había quedado en el pasado: él ya se había
convertido legalmente en Heliana, una brillante, popular y querida maestra de
escuela, con un posgrado universitario, de poco más de cuarenta años de edad,
que toma hormonas autorrecetadas y se viste de forma modesta.17 También es
una líder comunitaria respetada en su colonia, compuesta por familias de clase
trabajadora. Además de esa única conversación que sostuvo, hace muchos años,
con su profesora de la universidad, nunca ha buscado ningún tipo de ayuda
profesional.
Como Heliana, se identifica a sí misma como una mujer heterosexual, una
devota creyente cristiana que reza todos los días para que nadie descubra que
nació hombre. Cuando la entrevisté llevaba muchos años viviendo en una
relación de cohabitación estable con un hombre trabajador y solidario, la única
persona que conoce su pasado. Pero, dijo, cada segundo de su vida es como
“caminar en la orilla del precipicio”, preocupada por que la gente descubra la
verdad sobre su vida. Estaba aterrorizada de perderlo todo: su identidad
socialmente respetable como mujer, su trabajo gratificante y bien remunerado, y
la casa que ahora es suya.
Heliana tiene una relación distante con su familia de origen; nunca ha tenido
ningún contacto en persona con los parientes que dejó atrás, cuando aún era
Helián. “Yo sigo siendo ese signo de interrogación… así estoy”, dijo Heliana.
Explicó, “Hasta la fecha creo que no sé qué es lo que quiero. Hasta la fecha sé
que no sé ni qué soy. Me siento como un maniquí, nada más, en un cuerpo ajeno
que no es mío. Así me siento”.
Conforme terminamos la que sin duda ha sido la entrevista más conmovedora
y emocionalmente agotadora de mi carrera profesional, Heliana me sonrió y me
preguntó informalmente si había visto la película Tootsie. Quería asegurarse de
que entendiera que ella no era ni transgénero ni transexual. Años atrás, Dustin
Hoffman le habría ofrecido una forma creativa y humana de sobrevivir a los
intrincados laberintos de la discriminación social en México. Como hombre gay
con expresión de género femenina, Helián nunca experimentó una diferencia
entre su sexo biológico y el género asignado al nacer, y su identidad de género.
Como Helián, se forzó a sí mismo a convertirse en Heliana. Se convirtió en
Heliana con el exclusivo propósito de sobrevivir en un México homofóbico.
Como ferviente defensora de los derechos de las mujeres, Heliana tiene miedo
de ser violada, pero se siente protegida como mujer. Se siente más segura como
mujer que como un hombre gay con expresión de género femenina. Pero no
asiste a eventos relacionados con la comunidad LGBTI+ por miedo a que la gente
crea que es lesbiana. Ella ha sobrevivido, y a su manera. El hombre gay de
expresión de género femenina de voz suave y delicada que alguna vez fue
humillado, escupido, golpeado y pisoteado cuando caminaba por la calle —el
hombre que alguna vez ella fue— ahora ya estaría muerto, aseveró Heliana.18

PARA ENTENDER LAS NARRATIVAS DE INCESTO DE LOS HOMBRES

Al escuchar y más tarde analizar los relatos de vida de los hombres encontré que
hay cuatro temas específicos que unieron sus experiencias de vida, únicas pero
compartidas: 1] la relación con la persona que ejerció la violencia, 2] las
relaciones madre-hijo y padre-hijo, 3] la religión y 4] las reacciones a la
experiencia de abuso.
En primer lugar, la relación padre-hijo pudiera haberse visto dañada por la ira
y el dolor; sin embargo, es posible que el vínculo afectivo se convierta en una
compleja telaraña emocional que también incluye sentimientos de respeto y de
comprensión hacia un padre, especialmente cuando éste se convierte en una
persona mayor que pide perdón. En el caso de la relación entre hermanos y
primos, en contraste, el vínculo emocional pudiera haber sido cercano y amoroso
antes de los incidentes de violencia sexual; sin embargo, consistentemente la
relación se deterioró seriamente, y frecuentemente se vio caracterizada por
alejamiento, tensión y conflictos. Y en el contexto tío-sobrino es posible que
existiera amor y respeto hacia la figura de autoridad antes del primer incidente
de violencia sexual, particularmente cuando el tío es un adulto. Sin embargo,
para el tío y el sobrino relativamente cercanos en edad el lazo emocional pudiera
haber tenido un tono más casual de informalidad y distancia.
Independientemente del tipo de relación de parentesco, el vínculo entre ambas
partes desemboca en dolor emocional y alejamiento como consecuencia de las
experiencias de violencia sexual, en especial cuando las personas adultas y (o) el
sistema familiar culpan a la víctima.
En segundo lugar, para los hombres que participaron en todas estas
configuraciones, la relación con la figura materna no es uniforme: la relación
madre-hijo pudiera haber sido positiva, cercana y amorosa (antes y (o) después
de que ella descubriera lo que experimentó su hijo), pero estas relaciones
también pueden exponer una figura materna que se percibía como
desempoderada e impotente como progenitora, y (o) que castigaba y (o) era
negligente con su hijo y otros menores que también pudieran haber sufrido abuso
en la familia. Este patrón hace eco con los relatos de vida de las mujeres e
investigación sobre el incesto padre-hija, en donde la complicidad de la madre,
de existir, puede convertirse “en una medida de la falta de acceso de la figura
materna al poder”.19
En todas las configuraciones, la relación padre-hijo siguió patrones
igualmente contrastantes comparados con la relación madre-hijo. Algunos
hombres describieron la relación padre-hijo como amorosa y emocionalmente
cercana aunque no siempre expresiva, y que en ocasiones mejoró una vez que el
hijo le confió la experiencia de abuso a manos de un tío o de un primo mayor.
Otros hombres lamentaron la ausencia de una presencia paterna mientras crecían
y compartieron el dolor de tener un padrastro en quien tal vez confiaban al
principio, cuando eran pequeños, pero luego aprendieron a temerle y rechazarlo
tras el primer incidente de abuso sexual durante la niñez. Esto último se vio
agravado en el caso de un padrastro que violentaba sexualmente a más de un
menor en la familia. En los casos más extremos, la relación con un padre
biológico era tensa y distante al inicio y se deterioró considerablemente cuando
la figura paterna se volvió sexualmente violenta o abusiva. Como se describió
anteriormente, un hombre adulto puede eventualmente perdonar a un padre que
ya es mayor y está enfermo.
En tercer lugar, en la configuración padre-hijo todos los hombres eran
católicos en diferentes etapas de su vida, pero se convirtieron a una religión
cristiana diferente; reportaron que la religión los ayudó a enfrentar su situación y
(o) a desarrollar alguna forma de autocontrol, y evitó que ejercieran violencia
sexual contra otros, en particular contra niñas y niños. La investigación con
hombres mexicanos ha identificado un patrón similar: algunos hombres
mexicanos usan la religión católica o la conversión a una religión cristiana
diferente (por ejemplo, el protestantismo) como forma de enfrentar el
alcoholismo, los problemas maritales, la enfermedad crónica y la disfunción
sexual.20 En el caso de hombres con narrativas incestuosas que involucraban a
sus hermanos y sus primos sucede algo similar: todos los hombres fueron criados
en familias en las que la fe católica tenía una presencia importante. Estos
varones, sin embargo, se convirtieron o dejaron la iglesia por distintas razones,
incluyendo las contradicciones morales de las que fueron testigos o
personalmente vivieron, tal como las historias que exponen seducción o agresión
sexual por parte de sacerdotes. Los hombres que reportaron violencia sexual por
parte de un tío reflexionaron en forma similar sobre estos asuntos y uno de ellos
ejemplificó las formas en las que los adultos que ejercen violencia sexual contra
un menor y (o) que son cómplices de ella, pueden usar intervenciones religiosas
para silenciar a las personas involucradas y evitar que se resuelvan los incidentes
de violencia sexual en la familia.
Y en cuarto lugar, un hijo no acepta la violencia sexual por parte de la figura
paterna en forma pasiva o en permanente silencio; él puede usar la violencia
emocional o física para confrontar a su padre en distintas etapas de su vida, en
particular cuando el hijo descubre que otros menores se han convertido en su
blanco sexual también. De forma similar, en la configuración entre hermanos y
primos, un joven puede responder emocional y físicamente de modos muy
intensos, y sentir resentimiento y volverse agresivo en los casos más extremos.
Un joven varón puede tener una reacción parecida en el contexto tío-sobrino:
puede albergar el deseo de matar a su tío. La posibilidad más valiente y
admirable es que un joven se convierta en un defensor apasionado y enfático de
sí mismo y de otros primos que también son víctimas de su tío, aunque reciba
poco apoyo por parte de la familia extensa, de las víctimas y de un sistema legal
deficiente. Los hombres, en general, fueron más propensos a usar todas las
formas de violencia (física, emocional y verbal) para reaccionar y confrontar a
un padre, hermano, primo o tío, con más frecuencia comparado con las mujeres
que entrevisté. Los niños varones son socializados para depender de la agresión
como una dimensión clave que define la hombría en las sociedades patriarcales,
y como la respuesta predeterminada a una amplia variedad de estados
emocionales, una característica que para un joven varón puede convertirse en
una habilidad estratégica para enfrentar estas dolorosas situaciones de vida.21
Esto puede encontrar eco en el caso de los escándalos con relación al abuso
sexual de menores a manos de sacerdotes católicos, en los que los hombres han
sido más visibles y enfáticos que las mujeres que han experimentado estos actos
incalificables.22
Si bien los anteriores cuatro aspectos de las experiencias de estos varones son
relevantes, la heteronormatividad y la homofobia fueron dimensiones
adicionales, profunda y selectivamente entretejidas como parte de un círculo
vicioso que incluía la causa, el proceso y el efecto de sus experiencias de sexo
coercitivo. Ejemplo de ellos son Helián y Leonardo, que recordaron haber sido
niños con una expresión de género femenina, blanco de la figura paterna
biológica y que más tarde se dieran cuenta de que no eran heterosexuales.
Ambos hombres recordaron haber deseado ser niñas durante la infancia y así
haber tenido más protección dentro del ámbito familiar. Del mismo modo, tener
una expresión de género femenina durante la niñez convirtió a un niño varón en
blanco fácil de violencia sexual a manos de un hermano o un primo, como
ejemplifican las narraciones de vivencias de Uriel y Saúl, hombres que se
identifican como gay y que recordaron el uso de lenguaje homofóbico o
estigmatizante durante o después de estos dolorosos episodios. En el caso más
extremo, uno o más tíos que violentaron sexualmente y hostigaron en forma
individual o grupal a un niño varón pueden usar la homofobia como forma de
mantenerlos silenciados y hacerles sentir culpables de la violencia, como ocurrió
con Valentín, un joven heterosexual.
Como se discutió antes, utilizo el concepto de “sexo con relación de
parentesco” (o la sexualidad con relación de parentesco) para identificar distintas
formas de actividad sexual voluntaria dentro de la familia (o incesto voluntario)
y puede incluir intercambios entre personas del mismo o diferente sexo. En este
estudio los hombres reportaron con más frecuencia que las mujeres experiencias
de sexo con relación de parentesco, que incluyeron más encuentros entre
personas del mismo sexo que heterosexuales. Esto último incluye los pocos
reportes por parte de hombres que hablaron sobre una relación romántica
voluntaria con una prima o una aventura sexual con una tía, y que se
mantuvieron en secreto con el resto de la familia.23 El sexo con relación de
parentesco puede volverse dañino conforme se incrementa la diferencia de edad
y de tamaño y estructuras corporales, y conforme se reduce el nivel de
consentimiento entre las partes involucradas. El cuadro 5.1 ilustra este marco
conceptual.
A continuación analizo dos procesos interrelacionados para determinar cómo
y por qué el continuum consentimiento-coerción y la sexualidad con relación de
parentesco se organizan dentro de las familias mexicanas. La primera dinámica
se refiere al acatamiento heteronormativo; la segunda identifica el paradigma de
“al primo me le arrimo”. Y finalmente ofrezco algunas reflexiones sobre el
continuum de violencia sexual en la familia.

ACATAMIENTO HETERONORMATIVO

El acatamiento heteronormativo (heteronormative compliance) en la familia se


refiere a las creencias y las prácticas de obediencia que establecen padre, madre,
hermanas y hermanos y otros parientes en la familia nuclear y extensa, y el
derecho que pueden arrogarse de aplicar las intervenciones disciplinarias
sexualizadas correspondientes para establecer, reforzar y reproducir la
heterosexualidad como la expresión de supremacía sexual en las familias y la
sociedad en general. Así, los miembros tanto de la familia nuclear como de la
familia extensa de los niños varones que no cumplen con las expectativas de
género normativas de la heteromasculinidad —y de quienes se sospecha que son
homosexuales, por ejemplo niños con una expresión de género femenina— están
expuestos a una amplia variedad de medidas correctivas para intervenir,
disciplinar y (o) “componerlos”, incluso desde una edad muy temprana.
El acatamiento heteronormativo en la familia tiene dos dimensiones: a] la
violencia emocional y verbal que suele asociarse con la homofobia, tal como
reportaron mis informantes y también la investigación sobre hombres gay en
México,24 y b] la dimensión conductual o correctiva que se emplea para
“componer” lo que el sociólogo Peter Hennen identifica en inglés como
kinesthetic effeminacy —afeminamiento kinestético— es decir, movimientos
corporales y voz asociadas con la feminidad.25 Por consiguiente, una figura
parental, una hermana o hermano, u otros parientes se sienten con el derecho a
ejercer diferentes formas de invasión corporal para corregir o “enderezar” el
cuerpo de un niño varón para asegurarse de que cumpla con las formas
heteromasculinas de expresión corporal, incluyendo, pero sin limitarse a, los
gestos faciales, los movimientos corporales y el tono de la voz.26

FIGURA 5.1. CONTINUUM DE CONSENTIMIENTO Y COERCIÓN SEXUAL

Lo anterior, lo ejemplifican algunos de los hombres gay mexicanos que el


antropólogo Guillermo Núñez Noriega (2013) ha entrevistado, quienes
recordaron haber sido forzados, de niños, a bañarse temprano en la mañana;
haber sido pateados, abofeteados y (o) empujados al mismo tiempo que recibían
mensajes como “muévete y camina como se debe, pórtate como un hombre”, y
haber estado expuestos a alguna forma de la llamada “terapia de conversión o
reparativa” (por ejemplo, tratamiento hormonal). Estos hombres gay soportaron
dichas experiencias en las décadas de 1960 y 1970.27 Aunque los discursos
progresistas en los contextos sociales urbanos pudieran potencialmente
interrumpir creencias y prácticas homofóbicas, estas prácticas familiares siguen
estando presentes para una generación más joven de varones, tal como revela la
narrativa de vida en familia de Leonardo.28
El acatamiento heteronormativo puede adoptar la forma de expresiones
extremas de violencia sexual, como ilustra el caso de Helián: un niño con una
expresión de género femenina cuyo padre lo violó analmente al tiempo que le
insistía en que “cambiara”, una palabra que no tenía sentido para un menor de
apenas tres años de edad.
En resumen, estas invasiones corporales normalizan, justifican y se convierten
en el vehículo para ejercer violencia sexual contra los niños varones que no
cumplen con las expresiones heteronormativas de género y sexualidad. La
violencia sexual se puede convertir en una expresión de pánico moral y de
“limpieza moral” (o moral cleansing, como se conoce en inglés) en torno al
género y lo sexual en las familias mexicanas, un país en el que las mujeres
lesbianas y los hombres gay no son siempre bienvenidos en los hogares, como se
señala en un estudio nacional de gran escala sobre la diversidad sexual y la
discriminación en México.29
Aun cuando tanto el padre como la madre puedan ser cómplices en la
reafirmación de la heteronormatividad, es posible que la figura paterna se
dedique con más tenacidad a que se acate la heterosexualidad. Tal como lo
revela la investigación sociológica sobre la parentalidad y la no conformidad de
género, un padre heterosexual puede sentirse responsable de criar hijos varones
que interioricen la masculinidad apropiada y, como consecuencia, se ve a sí
mismo como un padre que ha “fracasado” si su hijo varón resulta ser gay.30
Así bien, argumento que un padre mexicano heterosexual que “sospecha” que
su hijo varón pudiera tener una orientación sexual diferente puede utilizar la
violencia sexual como una medida correctiva para prevenir que su hijo se
convierta en gay, no sólo por el mensaje implícito “es por tu bien” que se da a un
hijo que crece en una sociedad homofóbica, sino que además por el suyo propio,
como padre y hombre que vive en una cultura patriarcal. También argumento
que la naturaleza brutal y la repetición compulsiva de dichos actos incalificables
que los niños varones con una expresión de género femenina como Helián o
Leonardo enfrentan a manos de la figura paterna hasta cierto punto reflejan el
propio miedo aterrador de un padre a fracasar como hombre que no fue capaz de
criar al hijo que pueda ser un “hombre de verdad”, sobre todo si el niño es el
mayor o su único hijo varón.

AL PRIMO ME LE ARRIMO
La expresión que cosifica a las primas en las familias, “a la prima se le arrima”,
pareciera tener su equivalente en el ámbito de los niños varones y los jóvenes en
el contexto de la familia: “al primo me le arrimo”, es decir, que es posible
acercarse físicamente a un primo con una intención sexualizada. La expresión
que se refiere a los primos es distinta a la de las primas, y resulta ser más
sofisticada en el caso de los niños varones si la analizamos desde el paradigma
“placer-peligro” que descubrí en otro estudio de investigación anterior sobre
inmigrantes de origen mexicano y sexualidad.31
Por el lado del placer encontramos lo que Núñez Noriega descubrió durante
más de dos décadas de investigación sobre hombres gay: la exploración sexual
entre primos es muy común durante la niñez, especialmente como forma de
aprender y participar en ciertas formas de socialización sexual.32 Los
informantes de Núñez Noriega identificaron esto último como juegos eróticos,
que pueden incluir a primos heterosexuales y no heterosexuales, un patrón que
puede variar a través de las generaciones.33 Estos intercambios sexualizados que
ocurren en las familias pueden permitir que hombres que se identifican a sí
mismos como homosexual o gay, como en el caso de Uriel, exploren la
sexualidad con personas del mismo sexo de forma segura, gratificante y
mutuamente consensuada con primos de edades cercanas durante la
adolescencia.34
Aunque dos o más primos pueden participar en dichos intercambios en forma
voluntaria, estas configuraciones pueden incluir a un primo que tiene una
relación de pareja primaria con una mujer, un patrón que no parece ser aislado.
Reportaron lo mismo hombres que se identifican a sí mismos como gay, como
Zacarías, Uriel y Elías, así como otros hombres en un estudio que realizaron
Carrillo y Fontdevila sobre hombres gay y bisexuales criados en México.35
Por el lado del peligro, “al primo me le arrimo” tiene una expresión
contrastante y que va de la mano con la homofobia y la desigualdad de género.
Los niños varones que no cumplen con las expectativas de género normativas —
de los que automáticamente se “sospecha” son gay— son hipersexualizados, sus
cuerpos se vuelven vulnerables y se perciben como disponibles para otros
hombres en sus familias, para que estos últimos puedan probar su identidad
sexual y su sentido de hombría. En otras palabras, los niños con una expresión
de género femenina pueden convertirse en “la prueba” para los primos que
quieren demostrarse a sí mismos que no son gay. Como en el caso de “a la prima
se le arrima”, que valida y normaliza la percepción de las primas como objetos
sexuales en las familias, “al primo me le arrimo” expone el otro lado de la
heteronormatividad y la vida familiar. La heterosexualidad obligatoria, para
reproducirse a sí misma, no sólo depende de la disponibilidad de un cuerpo de
una mujer sino que también del acceso de un joven al cuerpo de un niño varón o
un adolescente que es percibido como “poco hombre”. Las diferencias de edad y
los grados de coerción y de violencia hacen que este patrón sea marcadamente
diferente al de los juegos sexuales de niños varones cercanos en edad.
Haciendo eco de la investigación de C. J. Pascoe sobre el denominado fag
discourse en una escuela preparatoria de California, los niños varones con una
expresión de género femenina en México pueden convertirse en “abyectos”
dentro de sus familias, es decir, los repudiados y rechazados por otros hombres
que dependen de ellos para “poner a prueba” su propio sentido de
heteromasculinidad y virilidad.
Especialistas en estudios de género de los hombres y las masculinidades
explican que los hombres definen su sentido de hombría no con base en lo que
son, sino con base en lo que ellos no son: ellos están socialmente entrenados
para rechazar la feminidad y cualquier cosa asociada con ella.36 El discurso
homofóbico (por ejemplo, el uso de “maricón” y sus derivados, como “marica” y
“mariquita”, así como “joto” y “puto”) se utilizan ampliamente en las regiones
urbanas y otras en proceso de urbanización de México para disciplinar a los
niños varones en sus familias. Los niños varones y los jóvenes adolescentes usan
este lenguaje homofóbico como parte de culturas sexualizadas que ellos crean y
reproducen activamente dentro y fuera de sus familias. Estos grupos sociales
pueden incluir a primos mayores y a tíos adultos (así como a amigos y vecinos)
que lo usan estratégicamente para etiquetar a primos y sobrinos menores y así
justificar, normalizar y obtener acceso sexual a sus cuerpos.37 Los niños varones
y los jóvenes adolescentes también usan el discurso homofóbico en muchas
situaciones de poder y control entre pares, incluyendo contextos sociales que
pudieran no tener nada que ver con el deseo sexual entre varones.38
Por último, argumento que las culturas sexuales en la familia (family sexual
cultures) que sexualizan a un primo puede similarmente sexualizar a un niño
varón en la relación tío-sobrino, un patrón familiar que rara vez se estudia en la
bibliografía, con algunas excepciones.39 En el contexto de una relación que
implica autoridad y poder, los casos extremos de coerción sexual pueden
parecerse a las configuraciones tío-sobrina, incluyendo la vulnerabilidad que
surge debido a que el sobrino sólo tenga en forma indirecta la “misma sangre”
que el tío (en la lógica de Alberto). Es decir que las genealogías familiares del
incesto pueden ubicar a un sobrino en una posición inferior dentro la jerarquía de
la familia extensa, lo cual también lo hace sexualmente vulnerable,
especialmente si tiene una expresión de género femenina y, por lo tanto es visto
como “poco hombre”.
Una jerarquía de masculinidades dentro de las genealogías familiares del
incesto hace posible lo anterior: ubica a los niños varones en los márgenes
debido a la relación de parentesco, edad, y tamaño y estructura corporal. Así
pues, la homofobia es tanto la causa como el efecto de los procesos familiares
generizados que se discutieron en el capítulo anterior. Estos legados incestuosos
se basan en jerarquías de la masculinidad que marginan a los niños varones
respecto a los hombres adultos y adolescentes, y sitúan a los niños varones que
tienen una expresión de género femenina y a los no heteromasculinos en la parte
más baja de la estructura familiar, la cual comparten de manera selectiva con
niñas y mujeres.40 Una dinámica contrastante surge en los casos que involucran
a tío y sobrino cercanos en edad, tamaño y estructura corporal, una
configuración que también se vería conformada por el grado de consentimiento
por parte del sobrino y su deseo o interés real que pudiera tener en el sexo.
Los niños varones y los jóvenes no reaccionan pasivamente a la violencia
sexual dentro de la familia; un niño varón puede resistirse o defenderse. En el
caso de Matías y Pablo, sus tíos estaban casados con mujeres y tenían hijos, y
llevaron a cabo un ejercicio potenciado de poder y control: cada uno tuvo acceso
sexual a dos sobrinos a la vez, durante muchos años. Matías y Pablo hablaron
sobre sus historias de vida familiar, en las que más de un niño sufría abuso
sexual a manos del mismo tío. En el caso extremo y complejo de Matías, él
identificó como víctimas a unos 30 sobrinos, hijos y nietos. Su tío era adinerado,
con una educación privilegiada y carismático, un hombre poderoso en la familia
y la comunidad; también era miembro de una red de tráfico sexual de niños, más
allá del contexto familiar. Matías y Pablo se identificaron como hombres gay
que bien podrían haber disfrutado estos encuentros durante la niñez o
adolescencia, pero sufrieron un profundo dolor al descubrir el control emocional
y el poder que ejercieron sus tíos sobre ellos. “No fui violado sexualmente”,
subrayó Matías. “Mi tío me violó el corazón.”41
Tal como revelan las narrativas de estos hombres, puede no ser distinguido
claramente el grado en que estos niños y jóvenes identifican las experiencias
sexuales que compartieron conmigo como actos totalmente voluntarios o
involuntarios. Como señalé anteriormente, esto también está conformado, en
parte, por la conciencia del joven sobre su propia curiosidad y deseo sexual y la
diferencia de edad, tamaño y estructura corporal de los involucrados, así como
de muchas otras circunstancias. Esto pudiera enmarañarse en casos de parientes
que son “como primos”, tal como ocurre cuando los tíos y los sobrinos son
cercanos en edad y en tamaño y estructura corporal. En cualquier caso,
argumento que las culturas sexuales en la familia que sexualizan a niños varones
y jóvenes en el contexto de la familia extensa (como primos y sobrinos) pueden
ser responsables por el hecho de que dos terceras partes de los hombres que
entrevisté reportaran una amplia gama de experiencias sexualizadas (voluntarias,
involuntarias e intermedias) con primos y tíos, tanto heterosexuales como no
heterosexuales. Este patrón merece investigarse más ampliamente, dados los
reveladores resultados de estudios recientes sobre el abuso sexual de menores en
México.42

EL CONTINUUM DE VIOLENCIA SEXUAL EN LA FAMILIA

El concepto de “continuum de violencia sexual en la familia” está inspirado en el


“continuum de violencia sexual” que acuñó la socióloga británica Liz Kelly
(1987), como se discute en el capítulo 3, sobre hermanas y primas.43 La
perspectiva que propongo extiende el paradigma de Kelly para ilustrar los
siguientes patrones que encontré en este estudio.
En primer lugar, las narraciones de los hombres expanden el continuum de
violencia sexual —a veces como sujetos, a veces como objetos, a veces como
ambos— en una amplia variedad de configuraciones de parentesco con mujeres
y hombres de todas las edades dentro de sus familias. Aunque no todas las
mujeres en este estudio sabían si el padre, hermano, primo, tío u otros parientes
varones que ya eran parte de una historia habían sufrido abuso sexual cuando
eran niños o adolescentes, los hombres que informaron con franqueza haber sido
quienes abordaron sexualmente a menores, reportaron un historial de abuso
sexual incestuoso durante su niñez. Sin embargo, no todos los hombres con
antecedentes de abuso sexual reprodujeron más tarde el mismo comportamiento
en sus vidas.44
En segundo lugar, las narrativas de los hombres cierran el círculo para
exponer y confirmar a] el otro lado de las historias de violencia sexual que
reportaron las mujeres y b] la compleja naturaleza multigeneracional de las
genealogías familiares del incesto, las cuales a veces pueden incluir a la pareja
sentimental de un hombre heterosexual.
En tercer lugar, el continuum de la violencia sexual en la familia sugiere que
los niños varones y los hombres, y no tan sólo las niñas y las mujeres, puedan
verse directa o indirectamente afectados por la violencia sexual dentro de las
familias patriarcales. Dichas familias lastiman selectivamente a las niñas y a las
mujeres y también a los niños varones y a los jóvenes, y marginan a quienes
experimentan la desigualdad en cuanto al género y la sexualidad como parte de
la vida familiar. El genograma familiar de Alberto ilustra estas dinámicas (véase
figura 5.2.)
Y finalmente, las narraciones de los hombres completan y amplían el mapa
con especificidad cultural en cuanto a la desigualdad de género y la sexualidad
en las familias mexicanas. Los niños varones y los hombres —heterosexuales y
gay— salvaguardan de formas sutiles las fronteras del género, y al mismo
tiempo validan y ejercen prácticas que promueven el acceso sexual a las niñas y
las jóvenes, así como a los niños varones y los jóvenes.45 Este proceso selectivo
de afirmación de la hombría y la virilidad refleja el paradigma de las relaciones
de género originalmente establecidas a través de los códigos de honor y de
vergüenza en el México colonial, un esquema cultural que aún está presente en
las familias mexicanas al día de hoy.46 Es un componente central de los “guiones
sexuales” (sexual scripts) que conforman las dimensiones culturales,
interpersonales e intrapsíquicas de la sexualidad, tal como ilustran las
conmovedoras narrativas biográficas de las mujeres y los hombres que
entrevisté.47

FIGURA 5.2. GENOGRAMA FAMILIAR DE ALBERTO



1 Véase González-López, 2011.

2 En su trabajo etnográfico con hombres “afeminados”, homosexuales y bisexuales en


Ciudad Nezahualcóyotl (un barrio de clase trabajadora en las afueras de la Ciudad de México),
Prieur encontró que se usaba el término “machines” (el plural de “machín”) para identificar “a
los hombres que son considerados verdaderamente masculinos, que tienen aspecto masculino y
que se supone que no se dejan penetrar” (1998b, p. 289).
3
Varias investigaciones han documentado la alta incidencia de abuso sexual durante la
niñez entre los hombres latinos que viven en Estados Unidos y que tienen sexo con hombres
(HSH, o MSM en inglés) —sin importar cómo se autoidentifican sexualmente—, a tasas parecidas
o más altas que las mujeres y los hombres heterosexuales (véanse Arreola et al., 2008, Díaz,
2010). Cerca del 63% de la población latina de Estados Unidos es de origen mexicano (Censo
de Estados Unidos, 2010). Los hombres usaron indistintamente los términos “gay” y
“homosexual” durante nuestras entrevistas, tanto para identificarse a sí mismos como a otros
hombres con estas identidades.
4 Seed, 1985; Gutiérrez, 1991 y Lavrin, 1992.

5 Este hallazgo es consistente con los resultados que obtuve en un estudio que llevé a cabo

a finales de la década de 1990 con un grupo distinto de cuarenta mujeres mexicanas


informantes que vivían en Los Ángeles, California. Las narraciones sobre sus primeras
experiencias sexuales son ejemplo del paradigma del “placer-peligro”, con una
sobrerrepresentación del lado “peligroso” del espectro (véase González-López, 2005, pp. 50-
52).
6 Kelly, 1987.

7 Los relatos de vida de los otros seis hombres que entrevisté no se incluyen en este
capítulo, aunque los menciono brevemente y en forma selectiva. Zacarías y Elías, por ejemplo,
hablaron sobre las relaciones sexuales y románticas voluntarias que mantuvieron con sus
primos durante la adolescencia. Además de esas experiencias no reportaron ninguna otra
experiencia sexualizada relevante dentro de la familia. Del mismo modo, Adolfo habló sobre
sus primeras experiencias sexuales placenteras al acariciar los pies de su padre cuando tenía
entre tres o cuatro, o quizás cinco años, un hábito que desarrolló cuando su padre dormía hasta
tarde los domingos. El hábito de Adolfo reapareció cuando tenía nueve o diez años, y recordó
haberse sentido sexualmente excitado por la experiencia. (Esto hace eco con la narración de
Mario, un hombre chicano gay, en Almaguer, 2007.) Zacarías, Elías y Adolfo, todos hombres
que se autoidentifican como gay, no reportaron ninguna experiencia sexual coercitiva.
Analizaré sus relatos de vida, de carácter único pero similar, en otra publicación. Menciono
brevemente las vivencias narradas individualmente por Samuel e Isaías en el capítulo 1 y el 3,
respectivamente. Discutiré sus singulares narrativas personales, así como la de Santiago, en
algún otro texto.
8 La periodista Lydia Cacho ha documentado escandalosos casos de explotación sexual y

pornografía infantil que ha involucrado a hombres en posiciones de poder en México. Véase


<www.lydiacacho.net>.
9 La expresión “salir del clóset” o “salir del armario” proviene del inglés coming out of the

closet, y es una metáfora que las personas lesbianas, gay, bisexuales y transgénero han
utilizado para identificar el proceso de autorrevelación voluntaria a otras personas sobre su
orientación sexual o identidad de género. El trabajo académico del historiador George
Chauncey —autor del afamado libro Gay New York— es con frecuencia identificado como una
fuente relevante de información para un análisis del origen de dicha expresión.
10 La ambivalencia y los mensajes contradictorios que Pablo ofreció mientras narraba su

relato de vida no son de sorprender, en particular en lo que se refiere a su tío mayor. Aunque
tenía un poco más de cincuenta años cuando hablamos, Pablo experimentó mucho dolor
durante nuestra entrevista, pues era la primera vez que recordaba y compartía con alguien su
historia de lo vivido. Así que no lo confronté, y aquí presento la historia tal como me la contó.
Su narración también muestra las difusas fronteras entre coerción y consentimiento, así como
los desafíos de recordar estas experiencias con precisión, un patrón bien documentado en la
bibliografía (véase Herman, 2000, p. 228).
11 Durante mis entrevistas con especialistas que trabajaban en organizaciones no
gubernamentales al servicio de menores que viven y trabajan en las calles de la Ciudad de
México, muchas veces escuché historias de niñas y niños que usan las calles como espacio para
sobrevivir tras huir de casa, como forma de enfrentar la violencia en su familia. La
investigación de Erick Gómez Tagle sobre la explotación sexual de menores en México ha
identificado un patrón similar, que los puede exponer a actividades ilícitas, incluyendo tráfico
de drogas, prostitución y pornografía infantil (2005, p. 115).
12 Esto se parece al patrón que reportaron algunas inmigrantes mexicanas cuando tuvieron

acceso a un empleo remunerado en Estados Unidos. Por ejemplo, cuando una mujer tiene
trabajo remunerado y controla sus ingresos, esta situación puede reorganizar las relaciones de
poder en el matrimonio y la familia. Dos ejemplos incluyen a una esposa que adquiere cierta
influencia y altera los viejos patrones de violación marital y a una hija que se siente lo
suficientemente empoderada como para confrontar a una madre en lo que se refiere a su
libertad sexual (véase González-López, 2005, pp. 188, 193).
13 El Seguro Social, que también se identifica con el acrónimo IMSS, es una institución

gubernamental que ofrece servicios médicos y de salud, un plan de pensiones y otros servicios
de seguridad social.
14 Un estudio a gran escala que se llevó a cabo en 285 hospitales y 88 clínicas familiares

del sistema de salud pública de México encuestó a 373 personas que laboran en estas
instituciones (personal que incluía, pero no se limitaba, a especialistas en medicina, enfermería
y de estudios de laboratorio) que reportaron que en 23% de estos casos la homosexualidad era
la causa del VIH/sida en México (Infante et al., 2006).
15 Según una encuesta que se llevó a cabo con una muestra nacional de 1 273 informantes

gay, lesbianas, bisexuales y otras personas con no conformidad de género y sexual, tres de cada
cuatro jóvenes varones gay en México han estado expuestos a bullying homofóbico. Véase
Primera encuesta nacional sobre bullying homofóbico, que se realizó en 2011 por la Youth
Coalition for Sexual and Reproductive Rights y la Coalición de Jóvenes por la Educación y la
Salud Sexual (COJESS). El estudio puede consultarse en <www.enehache.com o
www.youthcoalition.org>
16 List (2005) y Carrillo y Fontdevila (2011) también han documentado las culturas
sexuales que los jóvenes gay de clase trabajadora han establecido en el Metro de la Ciudad de
México.
17 Véase Prieur sobre los hombres biológicos de clase trabajadora y las formas de alto

riesgo e inseguras que emplean para hacer la transición de hombres a mujeres (1998a, p. 153).
18 Véase Prieur, 1998a, pp. 85, 87, 183, 215, 233.

19 Véase Herman, 2000, p. 49.

20 Véase Brandes (2002) y Wentzell (2013, p. 77).

21 Kimmel y Messner, 2012; Kaufman, 2012.

22 Keenan, 2012.

23 Estos casos incluyen el de Santiago, de Guadalajara, que tuvo una relación romántica y

sexual con una prima hermana casada. Él y su prima tuvieron relaciones sexuales regulares por
cerca de un año. También de Guadalajara, Isaías tuvo un encuentro sexual ocasional con su tía,
la esposa del tío que lo agredió sexualmente cuando era niño.
24 En su pionera investigación sobre hombres gay en Guadalajara y en otros puntos de la

zona occidental de México, el antropólogo Joseph Carrier (1995) reflexiona sobre la niñez de
los hombres gay afeminados: “A causa de su afeminamiento temprano eran blancos sexuales
para algunos de sus parientes mayores, amigos de la familia y vecinos. También existe
evidencia de que los padres y los hijos afeminados se distancian a edades muy tempranas y que
el niño afeminado establece una alianza protectora con una hermana mayor (que con gran
frecuencia parece ser la hija mayor de la familia)” (59). Véase también Prieur, 1998a, pp. 92,
105, 116-126; List, 2005, p. 176; Núñez Noriega, 1999, p. 145, sobre hombres gay, acoso
sexual y otras formas de violencia sexual en la familia. El Informe de crímenes de odio por
homofobia, México 1995-2008, preparado por Brito y Bastida (2009) se refiere a un estudio
sobre salud y opresión en las vidas de personas lesbianas, gay y bisexuales que llevó a cabo la
Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco: 21% de ellas identificó a los hermanos
como las personas que los agredieron (por ejemplo, mediante burlas y humillaciones).
25 Hennen, 2008, p. 51.

26 Las expresiones homofóbicas “mano caída” o “se le cae la mano” suelen usarse en

México al hacer referencia a los hombres gay. Éstas revelan, entre otras cosas, de qué formas la
supuesta homosexualidad de un hombre puede convertirse en una experiencia que se encarna,
la de “una mano caída” en este caso, lo que sugiere que es posible corregirlo. Véase también
Laguarda, para otros ejemplos de lenguaje homofóbico utilizado para identificar a los hombres
gay como parte de la vida cotidiana en México (2007, p. 131).
27 Núñez Noriega, pionero mexicano de la investigación antropológica con hombres gay en

México, ha llevado a cabo y publicado su amplio trabajo de investigación etnográfica con


hombres gay que viven en diferentes regiones del país.
28 Aunque la homofobia persiste en México, Núñez Noriega cree que la violencia sexual

contra niños varones que no cumplen con las expectativas de género normativas en las familias
mexicanas pudiera ser menor para las generaciones más jóvenes de hombres gay gracias a los
programas gubernamentales que buscan prevenir la discriminación y fomentan una mayor
aceptación de la diversidad sexual en el país en años recientes.
29 “La ENADIS 2010 revela que cuatro de cada diez mexicanas y mexicanos no estarían

dispuestos a permitir que en su casa vivieran personas homosexuales” (ENADIS, 2010, p. 33). En
otras palabras, una persona homosexual no sería bienvenida en los hogares de cuatro de cada
diez personas. La Encuesta nacional sobre discriminación en México, enadis 2010, Resultados
sobre diversidad sexual es una encuesta a gran escala que se llevó a cabo en 2010 con 52 095
informantes de todos los estados del país, y que ha expuesto una evaluación reveladora de las
diferentes formas de discriminación y prejuicio, incluyendo pero sin limitarse a la diversidad
sexual. El Conapred realizó la enadis 2010, Resultados sobre diversidad sexual. La encuesta
está disponible en línea en <www.conapred.org.mx>. También, Brito y Bastida (2009) citan un
segundo estudio realizado por Segob/IFE: “66% de los mexicanos no compartiría techo con una
persona homosexual” (p. 9).
30 Véase Kane, 2006.

31 Véase González-López (2005, pp. 50-52). El placer y el peligro no son meras categorías

estáticas y extremas de un continuum plano y unidimensional. Por el contrario, son


dimensiones contrastantes en un modelo heurístico que intenta exponer el amplio y complejo
espectro de experiencias sexualizadas en contextos patriarcales. Tal como escribí en el libro
Erotic Journeys, “el peligro y el placer no son mutuamente excluyentes, y a veces el primero
puede realzar al segundo” (p. 52).
32 En su investigación con hombres gay y bisexuales mexicanos, Carrillo y Fontdevila han

identificado la misma dinámica como una “iniciación sexual homosocial”. Estos intercambios
sexualizados ocurren entre adolescentes jóvenes de edades cercanas, incluyendo a jóvenes que
están emparentados consanguíneamente, así como a vecinos y amigos (2011, p. 1247).
33 En su estudio demográfico de 250 hombres con experiencias homoeróticas que viven en

la Ciudad de México, Gallego Montes (2007) encontró que para los que reportaron tener su
primera experiencia sexual con un pariente varón, las tasas más altas de configuraciones
incestuosos ocurrieron entre hombres que nacieron en el periodo 1981-1989 (19.6%), en
comparación con cohortes previas, por ejemplo, hombres nacidos en el periodo 1950-1970
(13.9%) y 1971-1980 (10.8%). Gallego Montes observa que “la iniciación sexual con un
pariente o familiar (primos especialmente, aunque también aparecen tíos, abuelos) parece
permanecer constante entre generaciones, aunque gana seis puntos porcentuales en la
generación más joven con respecto a la más adulta” (p. 146). Haciendo eco a los patrones
anteriores, Tomás Almaguer de manera similar también encontró en un estudio cualitativo que
incluyó a cincuenta hombres que se sentían cómodos identificándose a sí mismos como gay u
homosexuales, “tíos, primos, hermanos y hasta abuelos habían desempeñado un papel sexual o
habían tenido contacto sexual con los hombres entrevistados para este proyecto global” (2007,
p. 148). El estudio de Almaguer incluyó hombres, todos étnicamente mexicanos, nacidos tanto
en México como en Estados Unidos, que vivían en el área de la bahía de San Francisco,
California cuando se llevaron a cabo las entrevistas de historia de vida.
34 Gallego Montes descubrió que los hombres gay pudieran percibir las experiencias

incestuosas voluntarias más allá de la idea de “prohibición” y redefinirlas como una


“posibilidad y oportunidad” para participar en prácticas sexuales con personas del mismo sexo
(2007, p. 147). Con base en investigaciones antropológicas realizadas a finales de la década de
1960 y principios de la de 1970, Carrier (1976) documentó casos de hombres homosexuales
mexicanos que recordaban haber tenido sus primeras experiencias eróticas con otros varones
cuando eran niños prepúberes que mantuvieron encuentros sexuales con parientes pospúberes
cuando ambos dormían en la misma cama, actividades que se prolongaron durante largos
periodos de tiempo (p. 116).
35 Véase la historia de Fausto en Carrillo y Fontdevila, 2011, p. 1248. Elías y Zacarías,

ambos hombres que se autoidentifican como gay (y cuyos relatos de vida no están incluidos en
este libro) también reportaron intercambios sexuales exclusivamente voluntarios con primos
antes y durante la adolescencia. Ambos hombres establecieron relaciones románticas con sus
primos como parte de estas experiencias sexuales, que disfrutaron y mantuvieron por largos
periodos de tiempo y en secreto dentro de sus familias. Zacarías confrontó a su primo y rompió
con él cuando se enteró de la relación que mantenía con una joven. En ambos casos la relación
terminó y el primo se casó con una mujer poco después.
36 Kimmel, 1994.

37 Carrillo y Fontdevila también encontraron discursos homofóbicos en las vidas de los

hombres gay y bisexuales que estudiaron, algunos de los cuales tuvieron sus primeras
experiencias sexuales con parientes adultos (en su mayoría primos y tíos) durante la niñez o
inicios de la adolescencia, a veces por la fuerza o sin consentimiento (2011, p. 1244). Otros
estudios han encontrado asimismo, en las vidas de hombres latinos que viven en Estados
Unidos, una alta prevalencia de abuso sexual de menores a manos de tíos y primos.
Sonya Grant Arreola (2010) explica, en su exhaustiva revisión de la bibliografía sobre
abuso sexual de menores (child sexual abuse), los hombres que tienen sexo con hombres (HSH)
y comunidades latinas en Estados Unidos:

Por ejemplo, en una encuesta probabilística de 2 881 hombres adultos que tienen sexo con
hombres y que viven en San Francisco, Nueva York, Los Ángeles y Chicago, una proporción
significativamente más alta de HSH latinos reportaron abuso sexual antes de los 13 años de edad
(22%) que los HSH no latinos (11%). Otros estudios también han encontrado que, comparado
con los no latinos, el abuso sexual de menores entre latinos es generalmente más severo: los
niños varones latinos tienen más probabilidades de haber sufrido abuso sexual a manos de un
miembro de la familia extensa, tal como un primo o un tío, haber experimentado más manoseos
en la zona genital, y haber estado expuesto a más comportamientos sexualmente abusivos y
sufrido más abuso anal. Aún no está claro cómo el machismo pudiera contribuir al mayor
riesgo de abuso sexual de menores entre latinos (pp. 53-54).
Resulta interesante que Helián y Leonardo se refirieran al “machismo” como idea para darle
sentido al comportamiento sexualmente violento por parte de la figura paterna. Aunque ambos
hombres, así como otros mexicanos, pudieran usar el “machismo” como un paradigma para
explicar las experiencias de la vida cotidiana y las expresiones relacionales de la masculinidad
hegemónica y privilegio heteropatriarcal dentro de sus familias y comunidades, tal como se
indicó en el capítulo 1, el “machismo” ha sido criticado como idea y como paradigma para un
análisis crítico de las vidas de los hombres y de la desigualdad de género.
38 Un estudio que se realizó en México indicó que de cada diez niños varones y

adolescentes que han estado expuestos a insultos verbales homofóbicos sólo uno es realmente
homosexual (véase Brito y Bastida, 2009, p. 9).
39 El sociólogo Tomás Almaguer (2007) discute los primeros momentos de conciencia del

deseo y el descubrimiento sexual durante la niñez dentro del contexto tío-sobrino en las vidas
de hombres gay de origen mexicano (véase la historia de Mario, pp. 140-143). La relación tío-
sobrino recibió recientemente atención en dos corpus de conocimiento influyentes y relevantes:
la bibliografía sobre abuso sexual de menores y los estudios de familia. Hay dos figuras
académicas que destacan en esta área, Leslie Margolin y Robert Milardo. Margolin (1994)
señaló la relevancia del tío en la familia como un pariente que tiene más probabilidades de
abusar sexualmente de una sobrina que de un sobrino; Milardo (2005) llevó a cabo una
ambiciosa investigación en la que analiza las vidas de tíos y sobrinos que viven en Nueva
Zelanda y el estado de Maine, y expuso la ausencia de conflictos graves o abusos en estas
relaciones. En contraste, se sabe poco sobre la relación tío-sobrino en la bibliografía de las
ciencias sociales en México.
40 Según Connell y Messerschmidt, “la jerarquía de las masculinidades es un patrón de

hegemonía, no un patrón de simple dominio basado en la fuerza. El consentimiento cultural, la


centralidad discursiva, la institucionalización y la marginación o deslegitimación de las
alternativas son características ampliamente documentadas de las masculinidades socialmente
dominantes” (2005, p. 846).
41 Véase el análisis de Jane Kilby (2010) sobre la teorización de Judith Butler en cuanto al

incesto y el amor infantil (child’s love).


42
En un estudio a gran escala de Chávez Ayala et al. (2009) sobre abusos sexuales a
niñas,niños y adolescentes en el estado de Morelos (n = 1 730; 1 045 mujeres y 685 hombres,
edades entre doce y veinticuatro años), los informantes varones identificaron al tío como la
persona que con más frecuencia trató de abusar sexualmente de ellos, más que cualquier otro
pariente. Núñez Noriega observó que a causa de la relación de autoridad que existe entre un
hermano mayor y uno menor (y de los castigos por no portarse bien, por ejemplo), en contraste,
el vínculo afectivo y la cercanía emocional entre primos cercanos en edad pudiese facilitar que
se involucren en encuentros sexuales voluntarios.
43 Para un análisis exhaustivo del continuum de la violencia sexual véase Nicola Gavey

(2005, pp. 61-62, 171-172, 189-190, 228-229).


44 Isaías (que tuvo una relación incestuosa con su hermana) sufrió agresión sexual a los

siete u ocho años de edad a manos de su tío materno (un adolescente de dieciocho años por
entonces). Y Samuel reportó un largo historial de experiencias sexuales durante su niñez y
adolescencia, tanto con parientes mujeres como hombres, que variaban en grado (desde
experiencias voluntarias hasta otras coercitivas y por la fuerza) y en edad, incluyendo abuso
sexual por parte de un hermano mayor de unos dieciocho o veinte años de edad cuando Samuel
tenía cinco o seis años. Samuel relató que él mismo abusó, durante la adolescencia, de sus dos
sobrinos, de siete y nueve años de edad.
45 Véase Almaguer, 2007.

46 Véanse Seed, 1985; Gutiérrez, 1991, y Lavrin, 1992.

47 Simon y Gagnon, 1986.


6. HACIA UNA SOCIOLOGÍA FEMINISTA
DEL INCESTO EN MÉXICO

“Mexicanos, al grito de guerra”. Recuerdo vívidamente las primeras palabras del


himno nacional mexicano que me enseñaron a cantar con gran fervor como
alumna de la escuela Presidente Adolfo López Mateos, una primaria pública de
la colonia Independencia en Monterrey. “Mexicanos, al grito de guerra” no son
tan sólo las palabras que anuncian un himno que glorifica la guerra sino que
también describe el miedo que hoy invade la vida de las personas que residen en
la colonia de clase trabajadora que aprendí a querer y respetar de niña. Ya han
pasado más de cuatro décadas, y la misma colonia donde viví se ha convertido
en un ícono de pobreza, estigma social, peligro, crimen y violencia a causa del
narcotráfico que ha puesto a Monterrey, y al resto del país, bajo asedio.
Mientras terminaba el trabajo de campo que dio vida a este libro, la violencia
brutal que ha afectado a infinidad de mujeres en Ciudad Juárez y otras regiones
del país seguía descontrolada. La violencia asociada con el narcotráfico se
convirtió en una preocupación nacional, afectando de manera selectiva a
localidades específicas y moviéndose por diferentes ciudades y regiones del país.
Las estadísticas varían, desde un cálculo aproximado de 50 000 hasta al menos
100 000 víctimas de homicidios relacionados con el narcotráfico durante la
llamada “guerra contra las drogas”, que fue declarada en la presidencia de
Calderón (2006-2012); estas cifras no incluyen a las miles de personas adultas y
menores que han sido reportados como desaparecidos, así como a los cientos de
miles de personas que han sido desplazadas a la fuerza como parte de la misma
oleada de crimen y violencia.1
Que se descubran continuamente narcofosas —fosas comunes de cadáveres
vinculados con las actividades criminales de los jefes del narco— y evidencias
de otras horrorosas masacres en distintas partes del país, ya no sorprende a la
gente en México. Mientras escribía este último capítulo en 2014, la desaparición
de 43 estudiantes de una escuela normal en Ayotzinapa, Guerrero —uno de los
estados más pobres del país— produjo indignación colectiva y manifestaciones
masivas en la Ciudad de México y en otras partes del país, exponiendo un estado
en caos que ha estado cavando su propia tumba.
Así pues, escribí este libro inmersa en un estado de conciencia dividida. Por
un lado me sentía estremecida y entristecida por las constantes noticias de
violencia vinculada con el narcotráfico en México que yo misma intentaba darle
sentido. Por el otro lado, luchaba por mantenerme concentrada, trabajando
arduamente sin perder la prioridad de terminar de escribir este libro. No dejaba
de preguntarme: ¿existía alguna conexión entre la violencia extrema que ha
afectado a México en los últimos años y el incesto y la violencia sexual en la
familia? Más de una vez también me hice una pregunta existencial: ¿vale la pena
trabajar en este proyecto sobre incesto mientras tantas personas viven estas otras
formas de violencia tan cruel y están muriendo? Pensé de inmediato en el relato
de vida de Elisa, una de las mujeres que entrevisté en Ciudad Juárez. Cuando su
padre regresaba a casa tras su turno nocturno como conductor de taxi, Elisa y su
mamá lo escuchaban pacientemente relatar, durante el almuerzo, las historias de
horror y los peligros a los que se enfrentaba durante el trabajo, y lo bendecido
que se sentía de volver a casa tras una larga noche en las inseguras calles de la
ciudad. Luego, al terminar el almuerzo, tomaba a Elisa de la mano para que lo
acompañara a tomar la siesta. Por entonces ella iba a la primaria. Ahora, como
adulta, Elisa reflexionó sobre cómo su padre la acercaba a su cuerpo durante esas
siestas: ella nunca sintió que fuera correcto. Su padre la abrazaba en posición
fetal, besaba su oreja con la lengua, colocaba su mano en los genitales de Elisa y
la empujaba hacia sí. Estas “siestas” ocurrieron en diferentes ocasiones mientras
Elisa se convertía en la hija conyugal en el contexto de una relación matrimonial
caracterizada por la tensión y el alejamiento. En retrospectiva, ella se dio cuenta
de que su padre había usado su cuerpo como una forma de enfrentar el vivir y
trabajar atemorizado.
Aún falta explorar a profundidad la relación entre la ola de violencia en
México y el incesto y la violencia sexual en las familias, lo cual está más allá del
alcance de este libro. Sin embargo, espero que las narrativas de vida que reuní
durante un periodo de tiempo en el que imperaba un contrastante clima social en
el país, en general, contribuyan a las conversaciones en curso sobre
investigación de sexualidad y género, estudios de la familia, y estudios sobre
prevención de la violencia sexual contra niñas, niños, mujeres y personas que
viven en la diversidad sexual y de género.
Este último capítulo incluye dos secciones principales. La primera sección
destaca las contribuciones del estudio con relación a dos dimensiones: a] la
teorización de género, sexualidad y vida familiar, para un mejor entendimiento
del incesto en la sociedad mexicana; y b] temas y preocupaciones legales y de
políticas públicas. La segunda sección ofrece reflexiones adicionales y esboza
algunas sugerencias para futuras investigaciones, con la esperanza de que
inspirarán a especialistas con intereses profesionales similares y facilitar así el
cambio y la justicia social.

LAS CULTURAS SEXUALES EN LAS FAMILIAS INCESTUOSAS

Servitud de género y obligaciones sexuales en la familia

Las narraciones biográficas sobre la configuración incestuosa padre-hija que


escuché exponen las formas complejas en las que una hija (prácticamente de
cualquier edad) puede ser sexualizada, así como la extenuante impotencia
aprendida (helplessness) y la sofisticada complicidad de la esposa. “Hija, sírvele
a tu papá” —una expresión de solicitud de una madre hacia su hija para que le
“sirva” a su padre es una parte normalizada del lenguaje cotidiano en las familias
mexicanas promedio. En las culturas sexuales en las familias donde el incesto y
la coerción sexualizada son parte de la vida cotidiana, la noción de servir tiene
devastadores significados sexuales para una hija. Para las mujeres que
ejemplifican la configuración de hija conyugal o sirviente marital, servir tiene
significados tanto lingüísticos como sociales: “Estar al servicio de alguien” o
“estar sujeto a alguien por cualquier motivo haciendo lo que él quiere o dispone”
son los dos significados principales entre las muchas acepciones reveladoras de
servir, según el Diccionario de la Lengua Española.2
Desde una perspectiva sociológica feminista del incesto, una hija que está al
servicio sexual de su padre (y a veces también de su madre, con frecuencia
impotente —helpless), ha aprendido dichas formas de servitud de género a través
de los siguientes procesos familiares interconectados: la configuración de las
hijas parentales, los códigos familiares y sociales de honor y vergüenza, la
familia como la hacienda simbólica (por ejemplo, el derecho de pernada), las
reasignaciones de parentesco (por ejemplo, una hija como esposa, una esposa
como hija), el amor romántico y el sexo heterosexuales como estilos de vida
incestuosos, los patriarcados visibles y los ocultos, las políticas de desigualdad
de género dentro de la familia y la sociedad en general, las construcciones
históricas del paterfamilias y la esclavitud sexual, y los rituales culturales de la
misoginia. Estas dinámicas hacen eco en la genealogía histórica, la mitología y
la imagen romántica de la familia como una idea y una institución social que
originalmente involucraba la relación de autoridad entre amo y sus esclavos.
Este tema se ha estudiado desde la época del científico social y teórico político
Friedrich Engels, a finales del siglo XIX, hasta la del historiador Ramón
Gutiérrez, a finales de la década de 1990. Secretos de familia, sin embargo, es el
primer libro que expone el cómo y el porqué estas construcciones históricas y
sociales de la familia se convierten en realidades a flor de piel para las niñas, los
niños, jóvenes adolescentes y las mujeres mexicanas que experimentan una
amplia gama de expresiones de injusticia incestuosa que marcan su corazones y
cambian sus vidas para siempre.
Las hermanas y las primas no escapan a estas conjugaciones patriarcales de la
servitud de género y otros guiones sexuales en la familia (family sexual scripts).
Existen nuevas formas de sexualización dentro de las relaciones de parentesco,
con inflexiones parecidas a las del verbo servir, que afectan las vidas de la
hermana o la prima que son abordadas sexualmente por un hermano o un primo,
respectivamente. Servir también significa “Aprovechar, valer, ser de utilidad”.3
Una hermana se convierte en una sustituta sexual familiar, la muñeca sexual
simbólica de un hermano que la sexualiza mientras él aprende sus primeras
lecciones de masculinidad hegemónica, heterosexualidad, hombría y privilegio
como varón. Una hermana menor está expuesta, así, a sus primeras experiencias
extremas dentro del continuum de la violencia sexual, una experiencia común
para muchas mujeres que viven en sociedades patriarcales y que se ve agravada
por la marginalidad socioeconómica.4 Por ejemplo, “la sirvienta”
(tradicionalmente expuesta a la cosificación sexual y a diferentes formas de
hostigamiento sexual como parte de su trabajo) pudiera ofrecer algún tipo de
“protección” a una hija en la familia. Todas las familias son potencialmente
peligrosas para una trabajadora del hogar, pero las familias incestuosas son
amenazas aún mayores, sobre todo si se la considera “parte de la familia” y, por
lo tanto, se le incorpora automáticamente como una extensión de las mujeres en
posiciones de autoridad dentro de las genealogías familiares del incesto.
Una prima que está expuesta a una amplia variedad de comportamientos y
actitudes sexualizadas a manos de uno o más primos ha sufrido en carne propia
una expresión cultural como “A la prima se le arrima”, lo que implica que
pueden acercarse física o sexualmente a ella. El terrorismo sexual puede
convertirse en parte de la vida cotidiana en el contexto de las relaciones
familiares, permitido por mujeres en posiciones de autoridad en la familia que
han sido entrenadas socialmente generación tras generación para ignorar y no
actuar ante el acoso sexual de un primo. Incorporar y utilizar conceptos como
“acoso sexual familiar” (family sexual harassment) como parte de nuestro
vocabulario podría darle no tan sólo un nombre sino también visibilidad a estas
prácticas que normalizan la cosificación sexual y el acoso de niñas en las
familias extensas. Esto puede exponer una de las muchas dinámicas de género y
sexuales que se dan por sentadas en México, y desmantelar el “andamiaje
cultural de la violación”, el cual activamente facilita el establecimento y
reproducción de las culturas de la violación en la familia que se han examinado
en este libro.5
Frases como “los muchachos nomás estaban jugando” o “así son los
muchachos, no les hagas caso” reflejan las culturas sexuales basadas en
construcciones patriarcales del “juego” y la “diversión” que crean
colectivamente los niños varones y los jóvenes adolescentes, y expone un
problema social: estos guiones culturales (cultural scripts) crean situaciones de
riesgo para las niñas y las mujeres, exponiéndolas a una amplia gama de
expresiones de violencia sexualizada en las familias. Darle un nombre a lo que
se ha trivializado socialmente y se ha aceptado como “normal” para los niños
varones y los hombres puede desafiar e interrumpir la reproducción de estas
perniciosas expresiones, aprendidas culturalmente de impotencia ante el género
—gender helplessness. Éstas han normalizado el comportamiento sexual
habitual, socialmente aprendido, de los hombres como si fuera parte de su
naturaleza, tal como se ilustra en el mito social de que “por naturaleza, los
hombres no pueden controlar sus impulsos sexuales”. Tal como las mujeres que
Menjívar (2011) entrevistó en Guatemala, una madre, una tía o cualquier otra
mujer en una posición de autoridad en la familia pudiese internalizar las
estructuras que las oprimen como mujeres dentro de sus familias y no estar
conscientes de ellas a nivel cognitivo, reproduciendo así, a nivel social, creencias
y prácticas opresivas y afectando en el proceso a sus sobrinas o hijas, u otras
mujeres jóvenes emparentadas con ellas. Este proceso de “error de
reconocimiento” (misrecognition) y de dominación masculina que el sociólogo
francés Pierre Bourdieu teorizó ampliamente (1996-1997, 2001) no es exclusivo
de las mujeres que viven en América Latina o de las latinas que viven en Estados
Unidos.

Culturas de la violación en la familia

Las creencias y prácticas en cuanto a las relaciones de género que son terreno
fértil para la violación dentro de la familia tienen características específicas. En
primer lugar, las familias de las mujeres y los hombres que entrevisté percibían a
las niñas y los niños como seres desexualizados. Se cree que los niños varones y
sus hermanos mayores adolescentes (o un adulto varón) que son parientes
biológicos pueden compartir una cama sin ninguna señal de alarma o de peligro
sexual. Un pariente mayor (hombre, o cualquiera que “se vuelve parte” o es
“como de” la familia) se vuelve igualmente desexualizado, lo cual en forma
automática lo autoriza moralmente para cuidar a una niña o un niño. Pero cuando
ocurre actividad sexual y se vuelve visible, la niña o el niño —sin importar su
edad— es quien tiene la culpa. Es decir, las niñas y los niños son seres humanos
desexualizados, inocentes y aún no están completamente desarrollados, pero
cuando la actividad sexual sale a la luz (incluso si es abusiva) se convierten de
pronto en transgresores sexuales.6 Si las niñas y los niños no reportan estos actos
durante la niñez, y no hablan de ellos sino hasta que son mayores, es porque “les
gustó” y, por lo tanto, tienen la culpa por dichos actos y por haber guardado
silencio sobre ellos.7
En segundo lugar, estas creencias y prácticas existen en el contexto de
procesos más amplios y complejos que son responsables de la cosificación
sexual y la violencia sexual contra niñas y mujeres de todas las edades en
México. Es decir, como una supuesta transgresora sexual, una niña que es
violada automáticamente se convierte en una mujer adulta y, por lo tanto, se le
aplican las mismas normas patriarcales que definen la sexualidad de las mujeres.
La niña está expuesta a esta sexualización abusiva desde dos direcciones: la de
las figuras de autoridad en su familia (típicamente una madre, pero también un
padre) y la del hombre que ejerció violencia sexual contra ella. Desde el lado de
su madre, la niña es juzgada y castigada como si ya fuera una mujer adulta. La
menor debe de cargar con la culpa de ser provocativa —la mujer sexualmente
seductora que “provoca a los varones”. Asombrosamente éste es el caso incluso
si el pariente (con frecuencia hombre) que la abordó sexualmente a ella es
considerablemente mayor: un adolescente o un adulto. Y desde el lado del
hombre que violó a la niña: ella está expuesta a los mismos mecanismos
heterosexuales de poder y de control que los hombres adultos usan con las
mujeres adultas, por ejemplo “tú me excitas, te encuentro muy atractiva”, “tú me
provocaste” o “tú no estarías aquí si no te gustara”. En resumen, los hombres
sexualizan a las niñas mediante el lenguaje del abuso emocional y como parte de
la violencia sexual, haciendo que la violencia sea aún más efectiva dentro de una
relación jerárquica de edades y tamaños corporales radicalmente diferentes. La
violencia sexual se reinventa a sí misma para permanecer sin límites y no tiene
por qué ser físicamente violenta. Para la niña, ser culpada de su propia
victimización se convierte en parte del abuso, lo que también multiplica
potencialmente el impacto negativo de dicha experiencia.
En una sociedad donde las mujeres son responsables de sus propios
comportamientos sexuales, así como el de los de otros (es decir, el de los
hombres), las mujeres que son violadas o expuestas a otras expresiones de
violencia sexual son percibidas como responsables de su propia victimización.8
Este paradigma de culpar a la víctima —frecuentemente citado en la amplia
bibliografía que han producido académicas de países de habla inglesa que
estudian la violencia sexual en la vida de las mujeres— se consolida en México a
través de un largo legado de socialización sexual basada en una moral sexual que
gira en torno a la tentación y la culpa, y en la idea de que el sexo es sucio y
pecaminoso. Aunque las mujeres mexicanas que crecen en la fe católica no
necesariamente siguen en forma automática sus mandatos, los textos bíblicos
siguen representando un poderoso esquema cultural que determina las ideas
sobre la moral sexual en un país fuertemente influido por los valores morales
cristianos.9 Comenzando con Eva en la Biblia, a las mujeres se les hace
responsables por las conductas sexuales de los hombres, incluso si son
abusivas.10 Estos sistemas de creencias modelan de manera selectiva la vida de
personas que pertenecen a otras denominaciones cristianas no católicas. Las
terapeutas y otros especialistas en el área de la salud mental que entrevisté
compartieron vivencias incestuosas que ejemplifican este patrón, como en el
caso de una mujer adulta que le dijo a un psicólogo que entrevisté en Monterrey
que “la violación era el castigo de Dios” por usar un vestido que, ella estaba
convencida, había provocado a su padre para que la agrediera sexualmente
cuando sólo tenía ocho años de edad. La culpabilización de las víctimas se
complica aún mas dentro de las familias, tal como señaló la psicoanalista de
Monterrey que trabajaba con una familia en la que el padre fue a prisión por
violar a una de sus hijas cuando tenía nueve o diez años; el resto de la familia
culpó a la niña por “mandar” a su padre a prisión y por ya no contar con la
presencia del padre. Ese mismo hombre es el que después le pidiera a su esposa
que llevara a la niña para que “estuviera con él” durante sus visitas conyugales
en la cárcel.
La confesión como ritual religioso pudiese exacerbar los sentimientos de
responsabilidad y autoculpa de las niñas y mujeres que han sido violadas en un
país predominantemente católico, a menos de que tengan la suerte de encontrar
sacerdotes progresistas como el que entrevisté en una de las ciudades en las que
llevé a cabo mi trabajo de campo.11 Este sacerdote católico, que se identifica con
la teología de la liberación y con agendas sociales progresistas de izquierda, y
que por muchos años ha trabajado en colonias populares, dijo estar impactado
por las historias de acoso sexual, coerción y otras formas de violencia
sexualizada (raramente de “violación completa”) que las mujeres han
compartido con él en el confesionario a lo largo de los años. Él me compartió las
reacciones de las mujeres durante la confesión: ellas asumen la culpa y la
responsabilidad por estos actos (que con frecuencia vivieron durante la niñez a
manos de un pariente varón), y pedían perdón al confesarse. Este sacerdote, que
de manera genuina expresó un intenso interés y preocupación por temáticas que
afectan las vidas de las mujeres y la desigualdad de género, me compartió lo que
él mismo ha expresado a dichas mujeres durante la confesión: el agresor sexual
(con frecuencia identificado como el padrastro, el tío u ocasionalmente un
hermano mayor) es quien en realidad necesitaba confesarse, y en quien debía
recaer la culpa. Un abogado de Guadalajara identificó un patrón contrastante
durante su trabajo con mujeres católicas que reportaron en el confesionario haber
tenido un padre incestuoso: se encontraron con un sacerdote que las regañó por
“juzgar” a su padre. En este último caso, las mujeres decidieron no contarle nada
a su familia posteriormente. Y un psicólogo profeminista que trabaja en
Monterrey con grupos de hombres adultos comentó que algunos sacerdotes lo
han amonestado por promover los derechos de las mujeres y la igualdad de
género en su trabajo profesional con hombres. Así, la masculinidad de los
sacerdotes parece ser tan compleja y tan diversa como la de los hombres
laicos.12
En suma, como otras mujeres latinoamericanas expuestas a distintas formas de
violencia, las mujeres mexicanas aprenden efectivamente a culparse a sí mismas
por sus sufrimientos sexualizados, precisamente, como afirma Menjívar, “porque
los esquemas cognitivos mediante los que ellas entienden el mundo que las rodea
están moldeados por el mismo orden social que produce la desigualdad y el
sufrimiento en sus vidas”.13 A fin de cuentas, la violencia sexual incestuosa
contra niñas y mujeres no es resultado de la desigualdad de género sino un factor
activo en la creación de ésta última.
Las culturas de la violación en la familia pueden manifestarse de distintas
formas, incluyendo pero sin limitarse a las siguientes:
1] Las culturas familiares ejemplificadas en “el hogar como la tierra de nadie”,
donde la autoridad y la supervisión parental o adulta son frágiles o
inexistentes.
2] Las culturas familiares de obediencia, reforzadas aún más por la iglesia
católica y por otras religiones, tal como se ilustra con la expresión
“obedecerás a tu padre y a tu madre”, las cuales se le imponen a niñas y niños
que ceden al sexo coercitivo para cumplir con la ética de obediencia a una
figura de autoridad, a pesar de sus sentimientos de confusión, traición y dolor
emocional. Ser buena o bueno se confunde con ser obediente, y ser
respetuosa o respetuoso, con la necesidad de ceder a la voluntad de aquellos
en posiciones de poder. Estas culturas van de la mano con las culturas de
confianza dentro de la familia que inhiben el pensamiento crítico y cualquier
cuestionamiento hacia sus figuras de autoridad.
3] El síndrome del castillo de la pureza, inspirado por una película mexicana
clásica del mismo nombre, se refiere a las figuras materna y paterna que
conciben al mundo exterior como peligroso y al hogar como seguro: un
castillo de pureza.14 Éste fue el caso de Renata y Miriam, ambas de familias
socioeconómicamente privilegiadas. Estas familias pudiesen crear,
paradójicamente, condiciones de negación colectiva del abuso como un
proceso social que ocurre dentro de la vida familiar (por ejemplo, no hablar
al respecto significa que no existe o que no está sucediendo). Esto puede dar
como resultado familias cerradas o autocontenidas que controlan y enajenan
estratégicamente a sus miembros de las interacciones familiares con el
exterior, y en las que en ocasiones hay una figura paterna que lleva una doble
vida. En el caso de Miriam y sus dos hermanas, su padre controlador las
violó a todas. Él era un hombre amado, generoso, religioso y poderoso, con
conexiones sociales y dinero y de quien se sospechaba, en su colonia de
Monterrey, que tenía nexos con el narcotráfico. Una abogada familiarizada
con casos legales de familias adineradas describió familias incestuosas en las
que el padre logró salir bien librado de serios delitos sexuales al contratar a
abogados poderosos que estratégicamente maniobraron sus redes
profesionales, embebidas en un sistema legal patriarcal y corrupto, lo que
también hace eco con las historias narradas por Paloma.

Las genealogías familiares del incesto


y la feminización del incesto

La configuración incestuosa tío-sobrina expuso uno de los hallazgos más


relevantes, inesperados y reveladores de este estudio. Este patrón ha recibido
poca atención en la bibliografía y, sin embargo, es el que reportaron con más
frecuencia las mujeres que entrevisté, haciendo eco de patrones similares en
influyentes estudios sobre sexualidad e incesto en Estados Unidos.15 —Este libro
fue publicado originalmente en inglés en el 2015, y dos años después se publican
los resultados de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en
los Hogares (ENDIREH) 2016 realizada a gran escala en México, la cual confirma
el mismo patrón: los tíos son “los principales agresores que abusaron
sexualmente de las mujeres de 15 años y más durante su infancia” (véase
www.inegi.org.mx).
¿Por qué es tan frecuente este patrón tío-sobrina? En primer lugar, descubrí un
proceso familiar que identifico como “genealogías familiares del incesto”, el
cual está conformado con base en los lazos emocionales que las niñas y las
mujeres establecen con otras mujeres dentro de su grupo de parentesco
inmediato y extenso, relaciones de amor y apoyo que van más allá de la familia
nuclear para las mujeres de origen mexicano.16 A través de este proceso las
niñas se vuelven extensiones de todas las mujeres adultas con las que se
vinculan mediante estas relaciones de amor y de confianza (por ejemplo,
hermanas y primas mayores, tías, abuelas, entre otras). Así, un niño varón que ha
aprendido a devaluar y a cosificar sexualmente a las mujeres dentro de su familia
nuclear y extensa (por ejemplo, una hermana o una prima) pudiese
potencialmente convertirse en el tío que automáticamente devaluará a todas las
niñas que se han convertido en extensiones de estas mujeres como consecuencia
de un efecto multiplicativo magnificado. Esto facilita los patrones sistémicos y
sistemáticos de la misoginia, en todas sus variedades y manifestaciones,
ejercidas por los hombres que las informantes identificaron como sus tíos. Los
hombres participan en conductas habituales que son depredadoras y oportunistas,
que ocurren como parte de la vida y de las relaciones familiares cotidianas, y en
formas sofisticadas que no necesariamente involucran violencia física.
Además, estas genealogías del incesto existen en sincronía con un proceso que
identifico como la “feminización del incesto”, y que se refiere a la
sobrerrepresentación del lado materno de la familia en los reportes de estas
mujeres sobre incidentes cometidos por un tío. En familias donde las niñas son
devaluadas y no se respeta a las mujeres en posiciones de autoridad, para un tío
es fácil cruzar ciertos límites sin miedo a ser castigado, lo cual crea un revelador
patrón colectivo. Esto se ve agravado por las formas en las que las mujeres han
internalizado e incurrido en el “error de reconocimiento” en relación a las
mismas ideologías y prácticas sexistas que las han oprimido como mujeres,
facilitando así, el establecimiento de culturas patriarcales que promueven la
vulnerabilidad sexual de las niñas y las mujeres en estas familias.17 Este proceso
cognitivo de “error de reconocimiento” como parte de la socialización de género
también afecta la vida de las mujeres en otras sociedades patriarcales, es decir,
no es exclusiva de los países latinoamericanos o de las comunidades latinas en
Estados Unidos.18
En todas las configuraciones incestuosas que involucran a una niña y a un
adulto varón mayor de edad que es parte de su grupo de parentesco —un padre,
un hermano, un primo o un tío—, éste puede volverse celoso y posesivo hacia
ella, exigiendo así sus derechos de propiedad incondicionales sobre su cuerpo.
En el caso del incesto en serie, los cuerpos de las niñas y las mujeres son
desechables: una niña puede ser usada sexualmente, desechada y remplazada con
el cuerpo de otra niña o mujer de la familia, a lo largo de generaciones.
Las niñas y las mujeres jóvenes se vuelven selectivamente vulnerables en
estas familias incestuosas, un proceso para el que contribuyen muchos factores,
incluyendo pero sin limitarse a, su edad, y las diferencias de edad y de estructura
corporal de las partes involucradas, los patrones multigeneracionales de
desigualdad de género, los historiales individuales y familiares de violencia en
las vidas de las mujeres de varias generaciones y el contexto social. Así, la
violencia sexual incestuosa, la violencia de género y la violencia familiar
comparten intersecciones comunes; una puede estar contenida por la otra, en
parte o en su totalidad, a nivel conceptual y vivencial.
Aunque las historias de vivencias personales que involucran padrastros y
abuelos se reportaron con menos frecuencia en este estudio, no significa que el
incesto en el contexto de dichas relaciones de parentesco sean menos prevalentes
o relevantes. Sin embargo, espero que mis reflexiones sobre las configuraciones
incestuosas que involucran a un padre, hermano, primo o tío sirvan para
documentar investigaciones futuras sobre los primeros, así como otras relaciones
de parentesco.
En este estudio la abrumadora mayoría de las narraciones de violencia sexual
incestuosa que escuché identifican a un hombre —no a una mujer— como el que
abordó sexualmente a un menor; este contacto fue orquestado mediante un
amplio conjunto de dinámicas de poder y control y ocurrió en una variedad de
contextos y circunstancias.19 ¿Cómo podemos explicar este patrón? La
psiquiatra feminista Judith Herman (2000) ha articulado un completo análisis de
esta asimetría de género basada en su investigación sobre las configuraciones
incestuosas padre-hija en Estados Unidos. Sus argumentos se aplican, en forma
convincente, a la población mexicana que vive en el contexto de familias
nucleares heteronormativas: el problema (y la posible solución) yace en la
entraña misma de la desigualdad de género, la socialización y la vida familiar.20
Una familia donde el padre es dominante, la madre cuida a las hijas e hijos (y el
padre no), y la división sexual del trabajo se caracteriza por la rigidez, da origen
a diferencias contrastantes en la socialización de niñas y niños. En este esquema
patriarcal las madres también tienen un poder tremendo sobre sus hijas e hijos
(y, por lo tanto, se podría argumentar que ellas pudiesen darle rienda suelta a sus
propios deseos incestuosos). Sin embargo, el poder no es el único responsable
del incesto padre-hija. Por el contrario, afirma Herman, “es la división sexual del
trabajo, con las profundas diferencias que ésta produce en la socialización de
hombres y mujeres, lo que determina una mayor capacidad de autocontrol en las
madres, y una mayor propensión de los padres a manifestar comportamientos
sexualmente explotadores”.21 Desde esta perspectiva, una madre que cuida y
educa a un menor tiene el potencial de desarrollar sentimientos de amor,
preocupación y empatía inspirados por la o el menor que ella está socializada
para cuidar y atender, todo lo cual puede ayudarle a abstenerse de comportarse
en forma sexualmente abusiva, en primer lugar. En el caso mexicano, este
proceso ocurre en un contexto social más amplio en el que la mujer que se
vuelve madre fue socializada para evitar explorar su propia curiosidad sexual.
Abusar sexualmente de aquel que, se espera, debe cuidar y atender (y que es
más joven que ella) no tan sólo significaría que ha fallado en su obligación
familiar como mujer: ella también se convertiría en una transgresora, tanto
sexual como moral. Tal como explican las teóricas feministas del psicoanálisis,
los guiones de género y de sexualidad en la familia moldean de hecho las
estructuras psíquicas de las niñas como parte de su desarrollo psicológico,
facilitando así la reproducción de estos sistemas de creencias y estas prácticas de
desigualdad de género dentro de su grupo de parentesco inmediato y extenso;
esto se ve exacerbado si se convierten en amas de casa y madres de tiempo
completo, totalmente a cargo del trabajo de la casa y el cuidado de hijas e
hijos.22
En contraste, un hombre que ha sido privado de la misma oportunidad de
socialización emocional y de creación de vínculos emocionales mediante la
paternidad pudiese no desarrollar una protección interna contra el
comportamiento sexual abusivo hacia su propia hija o hijo, y por extensión,
hacia otros menores de la familia.23 En el contexto cultural mexicano más
amplio seguramente él también estuvo expuesto a una socialización de género
que gira en torno a la exploración sexual y la permisividad como hombre y que
incluye, en casos extremos, peligrosos rituales de iniciación hacia la hombría
durante la adolescencia (por ejemplo, el sexo coercitivo con una trabajadora
sexual).24 A fin de cuentas, el niño varón que fue socializado para percibir a su
madre y sus hermanas como inferiores (y más tarde, las niñas y las mujeres de su
grupo de parentesco extenso) pronto se sienten validados por los hombres de
todas las edades que reproducen activamente estos sistemas de creencias y estas
prácticas a todo lo largo de las genealogías familiares del incesto dentro de sus
familias nucleares y extensas.
Algunas familias mexicanas con funciones de género rígidas pueden criar
niños varones y hombres controladores, exigentes y poseedores de un fuerte
sentido de derecho supremacista de género sobre las niñas y las mujeres de sus
familias, pero que jamás cruzarían la línea para agredir o acosar sexualmente, o
violar a una hermana, una sobrina o una prima. Con base en mi investigación
previa con inmigrantes y en anécdotas a las que estuve expuesta en México
mientras crecía, descubrí algunos de estos perplejizantes patrones familiares. Sin
duda, se requieren más estudios a futuro para explorar respuestas a éste y otros
enigmas de investigación dentro de los complejos laberintos del género, la
sexualidad y la vida familiar. A pesar de todo, explorar modelos alternativos, no
patriarcales, de maternidad, paternidad y vida familiar pudiesen fomentar lo que
algunas académicas de estudios de la familia y de prevención de la violencia han
identificado como la “democratización familiar”, y convertirse también en una
protección contra una amplia gama de formas de violencia en las vidas de niñas,
niños y menores en general, mujeres y personas con géneros y sexualidades
diferentes a los normativos.25

Entre el consentimiento y la coerción:


la homofobia en la familia

Las narraciones de los hombres en este estudio pusieron al descubierto un


continuum entre dos extremos, el consentimiento y la coerción, que con
frecuencia implicaron la presencia de un pariente del mismo sexo. Por ejemplo,
algunos hombres recordaron encuentros sexualizados voluntarios con primos de
edades cercanas, que ocurrieron en un contexto de curiosidad y seducción que se
dio entre juegos y bromas. Los mismos hombres (u otros), sin embargo, me
compartieron experiencias que ocurrieron contra su voluntad, las cuales se
dieron en situaciones atemorizantes y que a veces implicaron una violencia
extrema, y que involucró en ocasiones a primos mayores o tíos. Sin embargo,
este continuum es complejo y muy lejos de ser unidimensional; entre los
extremos puede haber muchas capas de placer y peligro, seducción y miedo. El
“sexo con relación de parentesco” (kinship sex), por ejemplo, identifica las
experiencias sexualizadas que implican el mayor grado de consentimiento entre
las partes, mientras cada uno de los participantes explora la sexualidad y el
erotismo dentro de la familia inmediata o extensa. Las ricas experiencias de vida
narradas por hombres gay como Uriel y Matías son una invitación para
investigar a mayor profundidad sobre las culturas de la juventud gay dentro de
las familias y la sexualización familiar en las vidas de estos varones.
Las familias mexicanas históricamente organizadas en torno a códigos de
honor y vergüenza pudiesen concederle a los niños varones cierta autorización
para explorar su curiosidad sexual dentro de sus familias, mucho más que a las
niñas y las mujeres jóvenes. “Al primo me le arrimo”, por ejemplo, le da un giro
gay al corolario que cosifica a las primas dentro de sus familias. Los hombres
gay reportaron haber sido el blanco sexual de primos cercanos en edad que les
abordaron sexualmente para poner a “prueba” su sexualidad, es decir, para
probarse a sí mismos que no eran gay. Por último, la homofobia pudiera usar a la
familia como una institución social a fin de reproducirse a sí misma mediante el
castigo sexualizado y el terrorismo sexual al que son sometidos los niños
varones que no cumplen las expresiones heteronormativas del género y la
sexualidad. Los hombres que recuerdan haber tenido una expresión de género
femenina durante la niñez fueron expuestos a estas formas de violencia sexual
por parte de la figura paterna, y en otros casos, por sus madres y sus hermanas y
hermanos, que igualmente utilizaron una disciplina de género más “suave” para
enseñarles durante la niñez y la adolescencia a modificar movimientos y gestos
corporales asociados con la homosexualidad. La homofobia también se emplea
con éxito contra los niños varones heterosexuales, como parte del abuso sexual a
manos de un pariente varón, tal como ilustra el caso de Valentín. Vivir preso del
miedo de volverse homosexual como consecuencia del abuso sexual es un patrón
que especialistas en salud mental me compartieron haber observado en otros
hombres heterosexuales con un historial parecido de abuso sexual durante la
niñez.
Con sus raíces tanto en la península ibérica como en el México de la época
precolonial, la homofobia es una forma de “limpieza” de género y sexual dentro
de la familia, y se convierte en parte de las genealogías del incesto que afectan a
los niños varones con una expresión de género femenina, quienes comparten
dichas marginaciones familiares con las niñas.26 En el México homofóbico una
“supervivencia de género performativa” es la única forma de permanecer vivo
para un hombre gay como Helián, cuyas decisiones personales retan y expanden
nuestra comprensión de las experiencias de vida de las personas transgénero.
La homofobia dentro de la familia como parte de las experiencias de
cosificación sexual de los hombres gay, y las diferentes formas de abuso o acoso
sexual que experimentan, fue reportada con más frecuencia por los hombres gay
que por las pocas mujeres que se autoidentificaron como lesbianas (Dalia, Itzel y
Odalys). Estas mujeres interiorizaron, al crecer, una amplia variedad de
expresiones de género. A diferencia de los hombres gay que de niños no
cumplían con la normativa de género que se asigna a los varones, sin embargo,
las mujeres que así mismo no cumplían con la conformidad de género durante la
niñez no reportaron haber sido vulnerables al estigma social, y por lo tanto haber
tenido un mayor riesgo de sufrir abuso sexual durante dicha etapa de la vida.27
Éste fue el caso también para Elba, Maclovia, Natalia, Renata y Sagrario, que no
se identificaron como lesbianas (o que rechazaron abiertamente esa categoría o
se identificaron como heterosexuales) pero que reportaron abiertamente fantasías
lésbicas, relaciones sexuales, románticas, y (o) de pareja exclusivamente con
mujeres.28 En general, para todas ellas, se combinaron dos tipos de silencios, es
decir el silencio provocado por la lesbofobia y el silencio en torno a la amplia
variedad de experiencias de coerción o abuso sexual que sufrieron en su familia.
Ambos tipos de silencio se fusionaron, para ellas, de formas muy intrincadas.
Odalys lo ejemplificó al exclamar: “¡Imagínate, violada y lesbiana!” A ella le
gustaban las niñas antes de que su tío abusara de ella. Más tarde le reveló a su
familia que era lesbiana, pero nunca le contó a nadie sobre lo acontecido con su
tío; habría sido demasiado doloroso para su madre.
Finalmente, la violencia sexual contra mujeres lesbianas en el contexto
familiar puede tomar giros inesperados. Una activista comprometida con los
derechos de las lesbianas en la Ciudad de México, por ejemplo, compartió
conmigo distintos casos, incluyendo la conmovedora historia de lo vivido por
una joven lesbiana cuyos madre y padre contrataron a un policía para que la
“convirtiera en una mujer de verdad”. Ambos organizaron un encuentro sexual
entre su hija y el policía con esta intención en mente. La joven mujer se resistió
y el hombre la violó. Una terapeuta de la Ciudad de México reportó el caso de
un padre que contrató a dos hombres para violar a su hija como forma de
“disciplinarla” tras enterarse de que era lesbiana.29
Secreto en la montaña fue el título que se le dio en México a la película
Brokeback Mountain, y que se proyectó por primera vez mientras yo realizaba
mi trabajo de campo en 2006, y en la Ciudad de México me encontré con un
enorme anuncio publicitario sobre la serie de televisión The L Word, que se
transmitió por televisión de paga el mismo año. En 2010 entró en vigor una ley
que aprueba el matrimonio entre personas del mismo sexo en la Ciudad de
México, y posteriormente en los estados de Coahuila y Quintana Roo también se
legalizó —en la actualidad ya se ha legalizado en otras entidades—. Anselmo,
un informante de la Ciudad de México, vio la película con su madre, su padre y
su hermano menor. Anselmo —que me comentó que “todavía no sabía si él era
homosexual”— estaba orgulloso de que su madre y su padre respondieran de
manera respetuosa a las preguntas que hacía su hermano sobre el amor y las
relaciones entre personas del mismo sexo mientras todos veían la película. Tanto
Anselmo como otras personas profesionales que conocí y que se identificaron a
sí mismos como gay y lesbianas dijeron tener esperanza sobre el futuro de
México; reflexionaron acerca de la visibilidad de los hombres gay (más que la de
las mujeres lesbianas) en telenovelas, películas y otras producciones culturales
mexicanas.30 Si bien existen diferencias regionales en el país, y el progreso es
irregular y contradictorio, creen que las producciones culturales dirigidas a la
población en general, las nuevas leyes y el activismo y visibilidad LGBTI+ a nivel
local, nacional y global ya se están traduciendo en familias menos homofóbicas
y condiciones de mayor seguridad y aceptación amorosa para una nueva
generación de personas que no cumplan con las normatividades sociales en
cuanto al género y la sexualidad en México.

LA LEY, LA FAMILIA HETERORREPRODUCTIVA


Y LA POLÍTICA SOCIAL

La heteronormatividad va de la mano con la homofobia y la institucionalización


de ambas en el sistema legal mexicano resulta evidente en la historia que recordó
Mariana. Cuando Mariana, de Ciudad Juárez, se enteró de que su cuñado había
abusado sexualmente de su hijo entre los ocho y los quince años de edad, buscó
sin tardanza ayuda legal para levantar cargos contra él. Su cuñado, un hombre
querido, generoso, con educación universitaria y un líder carismático en su
comunidad religiosa de Testigos de Jehová fue reubicado en otra ciudad
mexicana cuando el hijo de Mariana y algunos menores más reportaron el abuso
de muchos años a los representantes de la iglesia. Cuando su hijo le reveló sobre
el abuso a Mariana, él ya era un joven gay, pero ella nunca anticipó con lo que se
encontraría el día que decidió, asertivamente, buscar ayuda legal. Cuando
denunció el caso de su hijo ante el departamento de Averiguaciones Previas en la
oficina de la fiscalía de Ciudad Juárez, una abogada —que Mariana identificó
como la licenciada— le preguntó si “de casualidad su hijo era gay”. Cuando
Mariana contestó de manera afirmativa, la abogada le respondió que no podía
presentar cargos, porque el jurado o el juez diría que “a su hijo le había
gustado”. Mariana abandonó de inmediato la escena, frustrada y enfurecida. Su
experiencia tiene eco en los corazones de los hombres gay que entrevisté: buscar
justicia para el dolor que experimentaron durante la niñez no sólo era imposible
sino una posibilidad peligrosa. En un México homofóbico era impensable
hacerle justicia a un joven gay que había sido violado durante la niñez. En
Estados Unidos y otras economías desarrolladas (por ejemplo, Inglaterra y
Gales) los hombres gay que han sido violados por otros hombres también
pudieran enfrentarse a actitudes negativas al reportarlo a la policía, las
autoridades oficiales y el sistema de justicia penal en general.31
La experiencia reportada por Mariana refleja las actitudes sociales
homofóbicas del Estado y las formas en las que han influido negativamente en
las respuestas legales a la violencia sexual dentro de la familia. Históricamente,
los códigos penales mexicanos han percibido el incesto como intercambios
sexualizados que involucran a un hombre y a una mujer. Ya sea que las
diferencias de poder o de edad se identifiquen o no en estas configuraciones
heterosexuales, las leyes de incesto se han convertido así en prescripciones
legales “heterosexualizadas” a las que básicamente les interesa proteger al
matrimonio y la familia heterorreproductiva. Si bien unos cuantos códigos
penales han asociado las leyes de incesto con el derecho de las personas a la
libertad sexual, la seguridad sexual o el desarrollo psicosexual normal (más allá
de la idea de “proteger a la familia”), estas normas legales siguen suponiendo
una configuración heterosexual. Esta forma de institucionalizar la
heteronormatividad en el Estado ha excluido, automáticamente, los intercambios
sexualizados que ocurren en la familia y que no conducen a un embarazo, por
ejemplo, los intercambios entre personas del mismo sexo. La coerción sexual
incestuosa o la fuerza extrema que usa un hombre adulto (por ejemplo, un padre,
tío, hermano, primo u otro) hacia un niño varón o un joven (como ejemplifican
el caso de Mariana y de los hombres que entrevisté) se excluyen, así, en estas
definiciones legales. Dichas leyes reflejan normas e ideales hegemónicos acerca
del matrimonio y la familia: el matrimonio es un derecho exclusivo de las
mujeres y los hombres que participan en actividades sexuales y románticas
heterosexuales, y la familia tiene propósitos reproductivos a través del sexo
biológicamente procreativo, heterosexual coitocéntrico.
En resumen, el incesto permanece parcial o totalmente invisible en estos
códigos penales mexicanos, reflejando la misma invisibilidad familiar que
reportaron las personas que entrevisté. A fin de cuentas, el Estado mexicano es
tan cómplice de estos delitos sexuales como las familias incestuosas mismas. Las
críticas feministas del sistema legal me dijeron que aunque existen leyes
adicionales para perseguir casos que involucran, por ejemplo, a una niña o un
niño por ser violados por un pariente varón (con la consanguinidad como un
agravante que puede aumentar la sentencia o el castigo), el incesto per se (con
todas las complejidades que se discuten en este libro) se pierde en un laberinto
legal patriarcal. El incesto se castiga sólo en forma indirecta. Las abogadas y
abogados que entrevisté aseveraron de manera perspicaz: las leyes del incesto en
el México contemporáneo exponen las contradicciones, problemas y obstáculos
que existen para perseguir legalmente el contacto sexualizado dentro de la
familia, especialmente cuando las diferencias de edad y las complejas y sutiles
relaciones de poder son parte de la ecuación. El futuro de estas leyes de incesto
es impredecible.32
Cuando entrevisté a Mariana en Ciudad Juárez en 2005, su cuñado estaba
trabajando como líder religioso de su congregación en algún lugar de México,
disfrutando de una vida cómoda y privilegiada. Es posible que sea aún un
hombre libre y siga abusando sexualmente de otros menores. Mientras tanto,
México y el mundo parecieran estar cambiando, hasta cierto punto. En mayo de
2014 la Iglesia católica mexicana presentó, por primera vez, una denuncia penal
contra un sacerdote. Eduardo Córdova, un sacerdote establecido en el estado de
San Luis Potosí, estuvo en el centro de esta histórica intervención, que siguió las
órdenes del Vaticano de expulsarlo, en un momento en el que el papa Francisco
hacía énfasis en que habría “tolerancia cero” hacia los casos de abuso sexual de
menores por parte de clérigos. Los medios de comunicación informaron que
Córdova había abusado sexualmente de al menos cien menores y que estaba
prófugo, al parecer en el extranjero. Tras convertirse en el nuevo líder
progresista de la iglesia católica en 2013, el papa Francisco eventualmente
adoptó este enfoque de “tolerancia cero” hacia todos los escandalosos casos de
abuso sexual de menores por parte de sacerdotes; el 7 de julio de 2014 le pidió
perdón a estas víctimas. Según algunos críticos, esto es demasiado tarde,
insuficiente, y está muy lejos de las acciones más enérgicas y las intervenciones
estructurales que se necesitan. El cambio social es, sin embargo, impredecible y
viene de todas direcciones. La presencia de sacerdotes socialmente progresistas,
tanto el que cuestiona los sentimientos de autoculpa de las mujeres durante la
confesión como el audaz activismo del exsacerdote Alberto Athié, así como
periodistas valientes y demás activistas que han sufrido abusos sexuales a manos
de sacerdotes y que de manera pública los han denunciado, confrontado y
continúan publicando acerca de un sistema religioso y legal imperfecto —en su
totalidad, me hacen sentir esperanzada. Los avances sociales y legales pueden
ayudar a la persecución legal de líderes religiosos que abusan sexualmente de
menores más allá del dominio católico. También albergo la esperanza de que las
reflexiones que ofrezco sobre los líderes religiosos varones y la violencia sexual
contra niñas y mujeres, y mis análisis adicionales sobre los sacerdotes católicos
incestuosos que tienen hijas e hijos, ofrezca información a futuros proyectos de
investigación, así como las reformas sociales y legales que se necesitan con
urgencia.33
El conocimiento que he desarrollado al trabajar durante este proyecto sobre el
incesto y mi estudio de investigación anterior sobre sexualidad y género con
mujeres y hombres inmigrantes de origen mexicano me ha resultado útil en mi
carácter de asesora profesional que ha ofrecido su experiencia a abogadas que
trabajan en casos migratorios que involucran a niñas, mujeres y hombres gay que
buscan obtener su residencia legal en Estados Unidos. Me pregunto ¿podría el
incesto y el abuso sexual en las familias utilizarse algún día como causal para
conceder el asilo? Los cambios legales y de políticas públicas son tan
impredecibles como el futuro mismo, especialmente si el aparato legal (como
esperamos que suceda) continúa evolucionando tanto en México como en
Estados Unidos. El 29 de agosto de 2014, mientras trabajaba en estas
conclusiones, la periodista Julia Preston anunció la noticia de última hora en el
The New York Times: “La más alta corte de inmigración del país ha considerado,
por primera vez, que las mujeres que son víctimas de severa violencia de género
en sus países de origen pueden tener el derecho a solicitar el asilo en Estados
Unidos”.
El veredicto involucró el caso de una mujer guatemalteca que escapó de una
relación marital abusiva que incluía golpizas semanales, una nariz rota, heridas
sangrantes y violación. En diferentes ocasiones, ella buscó ayuda en Guatemala,
pero la policía no intervino. Se mudó a otra ciudad guatemalteca para sobrellevar
la situación, pero su esposo la encontró. En 2005 ella escapó a Estados Unidos
con sus dos hijos, y actualmente vive en Missouri.
Mi esperanza es que este libro ofrezca información a futuras investigaciones y
debates académicos sobre éstos y otros avances legales emergentes, nacionales y
en el contexto de la migración, así como sobre la amplia variedad de temas
vinculados que se discuten en este libro. Mientras tanto, hay que seguir
apoyando los importantes y continuos esfuerzos de quienes dan vida al
incansable activismo en pro del cambio social en México, de quienes trabajan
arduamente a favor de la educación en general, y de la educación sexual en
particular, y a especialistas en estudios críticos de la familia y que son esenciales
para promover redefiniciones y modelos más críticos y más democráticos de la
vida familiar. Esto último incluye pero no se limita a la socialización de niñas y
niños y una vida familiar que incluya la discusión de sus derechos humanos, así
como los de las mujeres; ideas de confianza y amor vinculadas con la justicia
familiar; y una educación sexual que incluya conversaciones sobre las relaciones
humanas y el poder y control dentro de la familia, y no tan sólo sobre sexo
reproductivo y no reproductivo, salud sexual y relaciones sexuales fuera de la
familia. Valeria, por ejemplo, había sido bien preparada por su madre y su padre
sobre temas de higiene sexual, salud reproductiva y embarazo, pero ella hubiese
deseado que ambos le hubieran enseñado sobre relaciones familiares y violencia
y así haber sido capaz de entender lo que su hermano le estaba haciendo en
forma tan agresiva. Ojalá que estos continuos cambios culturales y sociales sigan
ocurriendo a lo largo y lo ancho de todo el país de modo que puedan promoverse
condiciones para que las niñas se sientan lo suficientemente seguras, cuidadas y
protegidas como para denunciar a un padre, hermano, tío o primo (o a cualquier
otro pariente) que es sexualmente abusivo y para encontrar, por fin, justicia
familiar, tal y como ocurrió en las conmovedoras historias de resiliencia que
Itzel y Nydia compartieron. Para las personas de origen mexicano que han
sufrido violencia sexual en su familia entonces ni siquiera sería necesario
solicitar asilo en Estados Unidos.

“PORQUE MI MADRE ME CREYÓ”:


RESILIENCIA Y JUSTICIA FAMILIAR

Durante nuestras conversaciones cada una de estas mujeres y hombres me


enseñaron lecciones trascendentales sobre la resiliencia, enfrentar la adversidad
y la sanación del espíritu humano. Por ejemplo, me conmovió profundamente
escuchar a las mujeres que compartieron experiencias de intenso sufrimiento, y
que a diferencia de otras con narrativas incestuosas parecidas (e incluso menos
física o sexualmente violentas) parecían y decían estar menos traumatizadas o
dañadas emocionalmente por sus experiencias. Éste fue el caso de Itzel y Nydia,
ambas de Ciudad Juárez.
El padre de Itzel abusó sexualmente de ella por primera vez cuando tenía doce
o trece años, y cuando su madre se enteró, apoyó a Itzel y le hizo a él una
advertencia. Pero unos días después de su fiesta de quince años pasó lo
inesperado. Itzel entró en pánico cuando él la agredió, le arrancó la ropa, la besó
a la fuerza en la boca y la dejó herida y sangrando tras violarla violentamente.
Mientras la atacaba, él le dijo, “esto es para que tú entiendas qué es lo que va a
pasar cuando tú te cases”. Un día después de ser violada, habló con una
orientadora escolar que de manera solidaria le ayudó a hablar con su madre
sobre lo ocurrido. Itzel también me dijo que aunque fue un episodio muy
doloroso en su vida, se convirtió en una mujer adulta feliz que disfruta una vida
personal estable, que con entusiasmo continúa con su educación y otros planes
profesionales, y que tiene una relación lésbica formal que su madre con el
tiempo aprobó y respaldó.
Itzel es una joven inteligente, con una presencia que proyecta alegría y paz
interior; ella nunca ha ido a psicoterapia. Al escucharla me conmovió
profundamente darme cuenta de que aunque este trágico acontecimiento la había
afectado, su vida personal no había resultado tan dañada como la de otras
mujeres con experiencias de violencia parecidas o menos intensas. Compartí
estas observaciones con ella, y le pregunté si estaría dispuesta a adentrarse en su
propio corazón y descubrir por qué ocurría esto. Con ojos llenos de lágrimas,
respondió: “Porque mi madre me creyó”. Cuando la madre de Itzel se enteró de
que su padre la había violado, la apoyó incondicionalmente, se sintió indignada y
decidió emprender una acción legal inmediata contra él. Pero Itzel le pidió que
no lo denunciara, pues saber que su madre no tan sólo le había creído sino que
había sido amorosa y se había separado inmediatamente de él como forma de
protegerla a ella y a sus dos hermanas menores, la había hecho sentir lo
suficientemente segura y validada. La madre de Itzel murió años más tarde.
Cuando la conocí, Itzel estaba peleando contra su padre para obtener la custodia
legal de sus hermanas.
Nydia, también originaria de Ciudad Juárez, vivía bajo las amenazas de un
padrastro que le había dicho que la mataría si se atrevía a decir algo. Ella
recuerda el mecate, una cuerda de cáñamo que él mojaba y usaba para pegarle
para que no se resistiera y se rindiera ante sus exigencias sexuales. Cada vez que
terminaba de penetrarla vaginalmente por la fuerza, él usaba un pañuelo para
limpiarse y después a Nydia. Luego la empujaba para que se fuera y le ordenaba
que lavara el pañuelo a mano. Nydia tenía entre seis y nueve años de edad y él,
unos cuarenta y cinco por entonces. Él trabajaba como conductor de camión, lo
cual le daba a Nydia descansos cuando él se encontraba fuera de su localidad.
Un día Nydia tocó fondo y dejaron de importarle sus amenazas. Recuerda
vívidamente el día que finalmente ella habló con su madre:

Entonces ya cuando mi mamá, me acuerdo que me abrazó y pues nos soltamos [a llorar], pues
yo se lo dije llorando ¿verdad? Como que sentía así que mi mamá me protegió..., me quitó,
haga de cuenta que me quitó todo. “Y yo te protejo”, dijo. Porque a raíz de eso, ya cuando yo
le dije a mi mamá, le salió aquel coraje, aquel coraje porque inmediatamente fue, y como allá
se usan así las delegaciones chiquitas, ella fue a la comisaría, que así le llaman, fue y trajo,
agarró la patrulla y que lo subieran. Entonces, en el momento en que él se salió, así la casa
como que me sentí, y ya no, todo tranquilo, o sea, y lo recuerdo, eso sí lo recuerdo, y sí, así me
siento, me siento desahogada. Como que me quitó una carga que yo traía cargando, pesada,
pesada. Entonces ya a raíz de eso, y me dijo mi mamá, ya que le dije, me dijo: “No te
preocupes hija, yo te voy a proteger”.

Nydia no recuerda ningún detalle sobre el proceso legal que siguió al arresto
de su padrastro. Su madre y él se separaron y él permaneció en prisión. “Nunca
más volví a saber nada más de él”, dijo. Años más tarde supo que había muerto
por un problema de salud. Cuando le pregunté “¿Qué hiciste con el dolor?” ella
respondió “¿El dolor? Pues olvidarlo. Olvidarlo... Cuando yo le dije a mi mamá,
me sentí libre”. Sin embargo, un hermano menor alberga resentimientos hacia
Nydia por el hecho de que su padrastro fuera enviado a prisión. Recientemente
ella y su hermano han tratado de resolver y sanar este conflicto.
Ahora que está cercana a los cuarenta años de edad, Nydia está casada con un
hombre y tiene una hija y un hijo. Su relación conyugal de más de catorce años
es estable, con conflictos y tensiones mínimas que básicamente tienen que ver
con temas económicos y la educación de ambos menores. Además de la
experiencia con su padrastro, ella no reportó otras formas de violencia sexual en
su vida. Se describió a sí misma como “fría”, con bajo deseo sexual, que ella
asocia con la violación a manos de su padrastro. Sin embargo, dice que
sexualmente es feliz porque su esposo jamás la ha “obligado”. “Soy feliz”,
aclaró, “porque me siento libre en ese aspecto. Y sé lo que es la libertad y sé lo
que era una traumante vida”.
Como el caso de Itzel y Nydia, otras informantes reportaron respuestas de
resiliencia emocional como resultado de que una figura de autoridad en la
familia les creyera, la persona adulta que intervino a su favor. Ellas asociaron su
reacción emocional con el apoyo que recibieron de una fuente de amor, un
persona cuidadora adulta que les creyó y que las ayudó cuando reportaron sus
experiencias. También de Ciudad Juárez, Alba explicó que cuando su padrastro
le dio un beso profundo en la boca él le dijo que era “normal”. Con frecuencia la
desvestía, la toqueteaba y la penetraba vaginalmente con los dedos. La
experiencia no se sentía correcta, y Alba no esperó para decírselo a su madre,
pero ella no le creyó. En aquel entonces Alba era una niña curiosa e inteligente,
se lo contó al padre de su padrastro, un hombre que ella identificó como su
“abuelo”. Él sí le creyó, no aprobó lo que su propio hijo estaba haciendo y lo
denunció legalmente. Su madre en algún momento apoyó la primera parte del
proceso legal, pero su padrastro se defendió argumentando que “nunca la
penetró”. Él pagó una multa y fue liberado. Su caso pudiera haber ameritado
nuevos cargos, pero la madre de Alba no siguió el proceso legal. La pareja
terminó por divorciarse. Aunque su madre no le creyó al principio y eso la
lastimó emocionalmente, la intervención de su abuelo hizo una diferencia
notable en la vida de Alba. Su abuelo murió poco después de estos
acontecimientos; lo que ocurrió lo afectó mucho moralmente, dijo Alba. Ahora
que son mujeres adultas, ella y su madre están más cercanas emocionalmente,
tratando de sanar las heridas del pasado.
Hombres como Matías y Anselmo describieron de manera similar los
beneficios emocionales que tuvo en su vida personal el hecho de que un adulto
de la familia inmediata les creyera y que intervino a su favor. En estos dos casos,
el que la figura paterna diera por cierto lo revelado y que tomara medidas ante el
abuso también representó una diferencia emocional significativa cuando
compartieron lo que les había ocurrido con ambos, madre y padre. Para otros,
que les creyera un docente, una hermana o hermano mayor o un pariente de más
edad, o personas adultas que les inspiraban autoridad moral y confianza, puede
tener un efecto similar.
De Itzel, Nydia, Alba, Matías y Anselmo aprendí sobre una delicada
dimensión de estas historias mexicanas de humanidad: el dolor y la injusticia
social no siempre provienen de la experiencia de violencia sexual en sí, sino del
contexto familiar y de las ideologías sociales y culturales que conforman la vida
familiar. Una madre o una persona adulta de confianza que cree y toma medidas
cuando la niña o el niño revela experiencias de abuso sexual se convierte en una
fuente de amor, confianza y justicia familiar. Este proceso, a su vez, ayuda al
menor a ser emocionalmente más fuerte y resiliente ante el daño potencial del
impacto emocional. Las consecuencias emocionales son menos traumáticas
incluso si la experiencia involucró violencia física intensa, heridas y sangrado.
En contraste, para una niña o un niño al que no le cree una autoridad familiar,
sino que por el contrario se le culpa por “provocar sexualmente” a un hermano o
a un tío (incluso si el evento no incluyó fuerza física), las consecuencias pueden
ser profundamente traumáticas, como en el caso de Rosana y su hermano.
En resumen, las familias pueden hacer mucho más que sanarse a sí mismas: de
hecho pueden prevenir los posibles traumas. Las familias que promueven la
igualdad de género y defienden los derechos de las niñas, niños, y demás
menores de edad pueden facilitar el proceso de sanación y la resiliencia en estos
menores, mientras que lo opuesto puede tener consecuencias emocionales
desastrosas para estas niñas y niños. Esta prometedora posibilidad corrobora la
idea antes mencionada de “democratización familiar”, que tiene el potencial de
transformar a las familias en fuente de placer y gozo (es decir, amor y
protección) en vez de peligro y dolor (es decir, opresión y discriminación de
género, y violencia sexual).34
“Que te crean es una forma de que te hagan justicia, y el que se haga justicia a
su vez es potencialmente sanador” es una de las fascinantes lecciones de
resiliencia humana que Itzel y Nydia me enseñaron como socióloga y feminista.
Las madres de ambas vivieron una maternidad arraigada en el amor y la
compasión en acción, ejerciendo con ello un feminismo experiencial.35

ORIENTACIONES PARA EL FUTURO


Nuestras vidas empiezan a terminar el día
que guardamos silencio sobre las cosas que importan.
MARTIN LUTHER KING

Escribir las últimas páginas de este libro es como concluir una larga y reveladora
entrevista: tengo un sentimiento especial de satisfacción, así como la
preocupación de que pudiera estar omitiendo algo relevante o de que pude haber
hecho más. En este espíritu, sugiero aquí algunos temas específicos que pudiesen
considerarse para investigaciones futuras en esta área de indagación intelectual.
Mi esperanza es que estas reflexiones inspiren y estimulen nuestra curiosidad e
interés intelectual en los estudios de la familia, la desigualdad de género, la
sexualidad y la violencia sexual, entre otros temas relacionados. Algunos de
ellos incluyen temas y preocupaciones que tienen que ver con comunidades
latinas en Estados Unidos, países hispanohablantes, así como otras sociedades
con historias y culturas patriarcales profundamente arraigadas.

Más allá de la pobreza

La desigualdad socioeconómica es como un caleidoscopio que podemos girar en


distintas direcciones y al hacerlo vemos cómo éste crea formas y patrones
complejos e intrincados de vulnerabilidad y riesgo sexual en las vidas de niñas y
niños. Ésta es una lección triple, que aprendí aunque casi no examiné en este
libro. La primera es que, tal como en la historia de Sabina, las personas
informantes de Ciudad Juárez con frecuencia reportaron participar o presenciar
un patrón que identificaron con la expresión “los niños encerrados”, una imagen
que refleja a las temerosas madres de clase trabajadora que no cuentan con el
apoyo familiar o institucional, y con experiencias de vida cotidiana bajo la
presión de tomar decisiones laborales muy rápidas; estas mujeres a veces
encierran a sus hijas e hijos en casa antes de irse a trabajar a las maquiladoras,
que en general carecían de servicios de guardería cuando realicé el estudio.36 La
segunda es que las mujeres y los hombres de familias urbanas de clase media,
media alta y alta, criadas por madres y padres con empleos remunerados, vidas
frenéticas, rutinas intensas y (o) ambiciones económicas usaron la expresión
“falta de cuidado y negligencia” para entender las razones por las que habían
sufrido abuso sexual a manos de un pariente. Y como tercera lección que
aprendí: el incesto está descontrolado y bastante institucionalizado en algunas
regiones rurales de México. Mujeres como Maclovia y Rosana, otras
informantes así como profesionales con mucha familiaridad con áreas rurales
específicas de México usaron expresiones como “rancho incestuoso” y “pueblo
incestuoso” para referirse a los ranchos y pueblos pequeños en los que el
contacto sexual dentro del contexto familiar es una práctica común.
Uso el concepto de “economía política del incesto” para referirme al contacto
sexualizado en la familia que es iniciado, fomentado o sostenido, y (o)
reproducido por y a través de fuerzas socioeconómicas. Dicho concepto pudiera
ser útil para explicar los patrones antes mencionados. Aunque una de las
limitaciones de este estudio es la falta de investigación etnográfica en el México
rural (y, por lo tanto, la necesidad de un análisis más exhaustivo sobre el incesto
en dichos contextos), espero que este libro ofrezca información a futuros
proyectos de investigación con un fundamento feminista sobre el incesto en las
familias rurales, incluyendo aquéllas con presencia de personas indígenas y
afrodescendientes. Éstas últimas han estado expuestas a largas historias de
diferentes tipos de perniciosa violencia y negligencia: económica, política y de
estado.

Secretos y silencio

Los secretos y el silencio son aspectos críticos de la organización social de la


violencia sexual en las familias. Durante la niñez, el sexo como violencia y la
violencia a través del sexo se convierten en un limbo narrativo de experiencias
complejas y aún sin formar. Las palabras no pueden explicar lo que no tiene
sentido, pero mientras tanto la persona “se acostumbra”. El silencio se negocia a
nivel interior y con la familia; un secreto es una experiencia vivencial personal
pero ésta se organiza socialmente. El silencio tiene códigos y arreglos, involucra
amor y odio, confianza y desconfianza. Un secreto pudiese convertirse en una
actuación o performance social tanto a nivel individual como familiar, parte de
la vida cotidiana, o sencillamente una forma de sobrevivir. A fin de cuentas, los
secretos y el silencio sobre cualquier cosa que tenga que ver con el sexo se
convierten en construcciones sociales complejas y turbias. ¿Cómo y por qué las
normas culturales y sociales en torno al género y la sexualidad dan forma a los
secretos y silencios en la vida de niñas, niños, adolescentes y personas adultas
con experiencias de vida como las que se presentan en este libro? ¿Cómo y por
qué las distintas formas de desigualdad social moldean selectivamente la
construcción de secretos colectivos alrededor del abuso sexual o las aventuras
sexuales voluntarias en las familias? ¿Cómo sería una sociología feminista de los
secretos y el silencio sexuales en las familias incestuosas? Más allá de la
confesión y la moral sexual cristiana, ¿cómo y por qué se interrelacionan el
silencio sobre el incesto y la religiosidad cristiana?

Violencia sexual y personas hispanohablantes


con discapacidades

“¿Y cuándo vas a entrevistar a las mujeres latinas con discapacidades?”, me


preguntó de manera asertiva una mujer latina en una silla de ruedas en el año
2000. La conversación ocurrió al final de una conferencia en la Universidad de
California-Berkeley después de que una panelista citara mi trabajo y comentara
generosamente las reveladoras entrevistas que había realizado años antes con
mujeres mexicanas inmigrantes sobre sus vidas sexuales. Al escuchar a la joven
latina en la silla de ruedas me sentí profundamente conmovida y me quedé sin
palabras al darme cuenta de lo mucho que me falta recorrer como investigadora
feminista preocupada del estudio sobre la sexualidad de los grupos socialmente
excluidos. Años antes de la experiencia anterior, cuando vivía en Los Ángeles,
recuerdo haberme sentido igualmente impactada cuando vi a una joven consejera
usar lengua de signos para comunicarse animadamente con las mujeres sordas
que llegaban a la sesión de su grupo de apoyo en una organización no
gubernamental. Por entonces, yo era voluntaria en una agencia que ofrecía
servicios a personas que habían sufrido agresión sexual o violación, y descubrí
lo poco que sabía sobre la violencia sexual en la vida de dichos grupos,
históricamente marginados. ¿Qué sabemos sobre las experiencias de violencia
sexual en las vidas de personas hispanohablantes con discapacidades? ¿Cuáles
son las preguntas de investigación urgentes para explorar más a fondo la
violencia sexual en las vidas de estas personas marginadas, tanto en sus familias
como fuera de ellas?

Incesto queer

“Él fue el primero que me atrajo, que me gustaba verlo, que me gustaba estar
con él, y que era hombre. O sea, eso fue uno de los puntos clave que me dijeron,
que me ayudaron a aceptarme como gay”, dijo Elías. Este joven varón que nació
y creció en un pueblo pequeño de Jalisco y completó sus estudios universitarios
en Guadalajara, reportó una relación romántica y sexual de tres años con su
primo hermano. De manera similar, Zacarías, reflexionó sobre la relación
romántica de cuatro años, que con frecuencia incluía relaciones sexuales,
también con un primo hermano cuando ambos eran adolescentes. Zacarías es un
joven de la Ciudad de México, y al igual que Elías, se identificó a sí mismo
como gay. “No creo que hubiera aprendido con otra persona lo que aprendí con
él. Y, la verdad sí fue algo que me marcó bastante la vida, que sí hay un antes y
un después de esa relación”, dijo Zacarías. Para ambos hombres, sus respectivas
relaciones de pareja con sus primos se convirtieron en secreto dentro de sus
familias. A diferencia de Elías y Zacarías, las mujeres que hablaron sobre sus
deseos eróticos, su curiosidad sexual o sus intereses románticos hacia personas
del mismo sexo no experimentaron el mismo tipo de relación romántica y sexual
a largo plazo con una prima o cualquier otra mujer de su familia. ¿Es acaso éste
un patrón en las historias de vida de las mujeres que albergan sentimientos de
amor romántico hacia otras mujeres, hombres que experimentan lo mismo hacia
otros hombres, y tal vez quienes aman tanto a mujeres como a hombres en
México? Más allá de la socialización familiar en cuanto al género y la
sexualidad que se discutió en el capítulo 5 (por ejemplo, la permisividad sexual
de los niños en contraste con las niñas), ¿qué dinámicas adicionales son
responsables de estos patrones? ¿Qué podemos aprender sobre sexualidad,
relaciones de género, intimidad y relaciones de pareja de los futuros estudios de
investigación sobre las relaciones incestuosas queer en México?

Comunidades hispanohablantes en Estados Unidos,


cultura de masas, sexualidad e incesto

“Luego vienen las candidatas a Miss Colita con los galanazos del jurado”
anunció Don Francisco con una voz alegre y animada. El sonido festivo de la
música y la gente que aplaudía y ovacionaba servían como telón de fondo para
las fotografías de cinco mujeres en bikini y con poses seductoras o coquetas que
se proyectaban en la pantalla de la televisión. Miss Colita se convirtió en un
concurso popular en Sábado Gigante, un programa de entretenimiento en vivo
que millones de latinas y latinos que viven en Estados Unidos seguían por
televisión todos los sábados por más de 25 años a través de Univisión, una gran
cadena televisiva en español con sede en ese país. Sin embargo, el 2 de agosto de
2014 el anuncio de Miss Colita ocurrió durante el intermedio de una entrevista,
corta pero conmovedora, que Don Francisco le hizo a Rosie Rivera, la hermana
de la fallecida cantante Jenni Rivera. Unos minutos después del anuncio de Miss
Colita, Don Francisco le preguntó directamente a Rosie sobre las experiencias de
abuso sexual que ella y su sobrina (la hija de Jenni) habían sufrido a manos del
primer esposo de Jenni. Rosie le respondió con franqueza.37 La entrevista, que
vieron millones de latinas y latinos en Estados Unidos mientras escribía las
últimas páginas de este libro, me hizo pensar sobre temas y preocupaciones
relevantes acerca de la cultura de masas, las comunidades latinas en Estados
Unidos y la sexualidad: ¿cómo perciben e interpretan las latinas y los latinos de
Estados Unidos la yuxtaposición de estas imágenes y discursos sobre las mujeres
y la sexualidad y violencia sexual en las familias? ¿En qué medida, cómo y por
qué aparece esta yuxtaposición en una cultura de masas que se ha vuelto parte de
las complejas estructuras que fomentan la violencia sexual contra niñas y
mujeres en las familias latinas de Estados Unidos? ¿Hasta qué punto y cómo los
discursos de la cultura de masas en las comunidades latinas de Estados Unidos
crean situaciones de riesgo y vulnerabilidad para las niñas, niños y las mujeres a
vivir experiencias similares a las que se describen en este libro?
Mientras concluía este último capítulo, Univisión también proyectaba en
horario estelar La Malquerida, una telenovela que gira en torno al deseo
prohibido entre un padrastro y su hijastra. Es el remake de una película del
mismo nombre producida en 1949, durante la época de oro del cine mexicano, a
su vez basada en una obra de teatro escrita por el dramaturgo español y premio
nobel de literatura Jacinto Benavente en 1913.38 Ahora bien, ¿cómo es que estas
producciones culturales populares, intemporales y sin fronteras, han romantizado
esta clase de sexo y romance incestuosos en las familias? ¿Estas imágenes de la
cultura de masas, facilitan la violencia sexual en las familias latinas
contemporáneas de Estados Unidos? ¿O tal vez permiten que se hable respecto a
este tipo de violencia? Si es así, ¿cómo y por qué? ¿Qué otras representaciones
de la cultura de masas requieren que se les preste atención para hacer un análisis
crítico de todos los temas anteriores en las familias latinas de Estados Unidos?

LA MASCULINIDAD DE LOS HOMBRES


EN LAS FAMILIAS INCESTUOSAS

“Nadie se imagina lo que ha hecho”, dijo Marina al referirse a su tío, que la


toqueteó cuando tenía siete años, empezó a violarla cuando tenía ocho y
estableció contra ella un patrón de violencia sexual y física que sólo se detuvo un
año antes de nuestra entrevista. El tío de Marina era un hombre trabajador que
mostraba una actitud muy amable y respetuosa en una amplia variedad de
interacciones y contextos familiares. Marina, otras mujeres y otros hombres en
este estudio comentaron con frecuencia sobre la buena imagen que gozan en su
familia estos hombres que han afectado tan profundamente sus vidas.39 Dichos
hombres eran hijos, hermanos o tíos muy queridos, o exitosos, carismáticos,
ingeniosos y generosos con la familia o con sus amigos y comunidades. Esto no
sólo creó confusión e incredulidad, sino también se convirtió en un estremecedor
rompecabezas que mis interlocutores trataron de descifrar toda su vida y luego
durante nuestras entrevistas. De hecho, los hombres que durante este estudio
reportaron con franqueza haber abusado de un menor, Pablo, Samuel y Alberto,
dieron la impresión de ser simpáticos, respetuosos, amables y gentiles antes,
durante y después de nuestras entrevistas. En resumen (y tal como han
descubierto de manera similar otras investigaciones) las masculinidades de estos
hombres parecen ser sofisticadas y complejas.40 Otros estudios han encontrado
patrones reveladores sobre la masculinidad de los sacerdotes católicos que han
abusado de menores (véase Keenan, 2012, por ejemplo), pero ¿qué sabemos
sobre la masculinidad de los hombres mexicanos que han abusado sexualmente
de una niña o un niño de sus familias? ¿Qué podemos aprender sobre la
socialización de género de todos estos hombres (de niños, adolescentes y
adultos) para que podamos explorar formas para prevenir e interrumpir estos
mismos patrones que fomentan la violencia sexual en familias mexicanas y en
otras comunidades y naciones hispanohablantes? ¿Qué podemos aprender acerca
de la masculinidad y el sentido de hombría de los tíos incestuosos, hombres que
con frecuencia fueron reportados en este estudio, así como en investigaciones
previas? ¿Qué necesitamos aprender sobre los hermanos, primos y tíos de los
hombres en estas familias incestuosas, aquellos varones que no reprodujeron
ninguno de estos patrones de violencia sexual?

La violación y los cuerpos de las mujeres

“Y me veo en el espejo, y yo así como que me vi, y mis senos, y mis pompis y
mis piernas, y como que dije, esta panza no es normal, como que no es de este
cuerpo”, reflexionó Rosana en retrospectiva sobre el día en que tuvo una
epifanía. Rosana, que se identifica a sí misma como bulímica, solía preguntarse
por qué sentía tantas náuseas cuando una expareja acostumbraba a acariciarle
suavemente el vientre y ella lo empujaba. Un día, finalmente, todo tuvo sentido:
su hermano solía tocarle el vientre como parte de la rutina de abuso sexual a la
que la sometió durante su niñez. De manera similar, Elisa señaló su pecho plano
y su cuerpo pequeño durante nuestra entrevista y afirmó: “Mis senos se quedaron
del tamaño que tenían cuando mi abuelo los tocó”. Durante la adolescencia, ella
recordó haberse dicho a sí misma en silencio cuando conversaba con amigas
acerca de los cambios que todas estaban experimentando en sus cuerpos: “Yo
quiero ser feliz, yo quiero ser feliz. Yo pensaba dentro de mi”. Ella reflexionó:
“Porque yo como que quería tener senos pero a la vez no quería que me brotaran.
Entonces así fue siempre”. Rosana y Elisa vivieron un sufrimiento sexualizado
como una experiencia encarnada: sus cuerpos físicos literalmente se vieron
transformados por el trauma sexualizado.41 Así que de Rosana y Elisa aprendí: el
cuerpo pudiera recordarte lo que tu corazón se esfuerza tanto en olvidar. ¿Qué
otras lecciones sobre el cuerpo, el género, la sexualidad y la desigualdad social
podemos aprender de las historias de violencia sexual de las mujeres mexicanas?
¿Qué sabemos sobre los cuerpos de las mujeres mexicanas y de otras mujeres
latinas que han sufrido abuso sexual o violación? ¿Cómo podemos usar el nuevo
conocimiento que va surgiendo para facilitar la sanación en la vida de estas
mujeres mexicanas y otras latinas?

Negras y güeras: la pigmentocracia y la vulnerabilidad sexual en las familias

“Nunca fui bonita” dijo Alfonsina al explicar que ella era quien tenía los ojos y
el color de piel más oscuros de su familia. Ella describió a su madre, padre,
hermana y hermano como “blancas y blancos con ojos claros”. “Acuérdate que
te quiero mucho, negrita”, Alfonsina parafraseó las palabras de su hermana con
un tono en su voz que evocaba ternura, mientras explicaba que ella sospechaba
todo. En ese momento, su hermana la tomó en sus brazos al encontrarla desecha
en llanto en la recámara, aquella primera vez cuando fue vaginalmente penetrada
por su hermano. “Negra” y “negrita” son a la fecha, los apodos de Alfonsina en
su familia. Ambos términos poseen un matiz cariñoso, pero diminutivo y
potencialmente lesivo, así como connotaciones racistas que eran profundamente
lastimosas para ella, especialmente durante su niñez.
Haciendo eco con la historia de Alfonsina, se encontraban Inés y Rosana. Inés
asoció el color oscuro de su piel con ser fea; Rosana explicó que otro medio
hermano, quien acostumbraba a espiar a su hermana mayor mientras se bañaba,
solía decirle “negra” a su hermana. Adicionalmente, en México, la palabra prieta
también se usa para denigrar a las niñas de piel morena como Alfonsina, Inés y
la hermana de Rosana.
“A lo mejor soy racista” Ofelia aseveró al explicar que ella ha asociado el
color oscuro de piel con la experiencia de abuso y el hecho de que a ella “no le
gusta la gente morena”. Ofelia tiene la piel blanca, el cabello rubio, y los ojos
verdes; una mujer con sus características fenotípicas es frecuentemente
identificada como “güera” en México. A Ofelia la violó el leal asistente de sus
abuelos —un hombre con piel oscura— una experiencia que ella identificó como
aún más dolorosa que los incidentes repetitivos de agresión sexual que vivió por
parte de sus tres hermanos y un tío materno.
Sugiero así que las niñas con piel morena como Alfonsina, Inés, o la hermana
de Rosana ocupan una posición de riesgo dentro de las políticas de
pigmentocracia de las familias incestuosas. Ser la hija que tiene la piel oscura en
la familia identifica y marca socialmente a la niña como la negra o la prieta de
la familia, lo cual pudiera devaluarla aún más y colocarla en situación de
marginación dentro de su familia, convirtiéndola potencialmente en un ser
violable. Al mismo tiempo, poseer el fenotipo que se asocia con ideales sociales
de belleza pudiera cosificar a las niñas con piel clara o blanca como Ofelia, y
convertirlas entonces en blanco de la curiosidad sexual o deseo por parte de los
hombres en familias incestuosas. En los laberintos racializados de las políticas
sexuales en la familia, una niña con la piel oscura y otra con el fenotipo opuesto
pudieran de manera paradójica tener el mismo destino a través de un contrastante
proceso, como se ilustra en las expresiones: “Te puedo violar porque eres negra
y fea”, o “Te puedo violar porque eres güera y bonita”.
Espero que estas modestas reflexiones se conviertan en una invitación que
estimule el inquirir más a futuro en relación al incesto, la violencia sexual, la
vida familiar, la pigmentocracia, el privilegio relacionado con el color de piel, y
el racismo en las familias, especialmente en una nación donde existen temas y
preocupaciones sociales que han afectado por muchísimo tiempo el bienestar de
habitantes indígenas y afrodescendientes, y que dolorosamente han permanecido
aún sin resolver.

El incesto y el patriarcado más allá de México

“Lo único que tengo que hacer es borrar ‘mexicana’ e insertar ‘del Medio
Oriente’ y prácticamente sería lo mismo”, comentó una alumna de posgrado con
raíces familiares en Líbano y Palestina tras leer un par de publicaciones de mi
autoría sobre virginidad, relaciones de género y la socialización sexual de las
niñas y las mujeres en las familias mexicanas. Con frecuencia me han llamado la
atención también los gestos afirmativos y los rostros expresivos en mis
estudiantes universitarios, mujeres y hombres de distintas regiones y
nacionalidades que han afirmado que nuestras discusiones en clase sobre incesto
y violencia sexual les recuerdan a los de sus culturas de origen en Asia, Medio
Oriente o Centro y Sudamérica. En más de una ocasión, me han preguntado de
inmediato: “Entonces, ¿es el incesto un problema universal?” Las reacciones de
mis alumnas y alumnos y mi propia investigación me han hecho formularme
similares preguntas, que deben explorarse con más profundidad: ¿en qué medida
los hallazgos de mi investigación (es decir, el paradigma de genealogías
familiares del incesto, la feminización del incesto, entre otros) son válidos para
otros países de América Latina, Medio Oriente o Asia? ¿En qué medida estos
paradigmas pueden generalizarse más allá de México, por ejemplo a América
Latina, China o el Medio Oriente? ¿Qué hay acerca del incesto en los distintos y
contrastantes países europeos? ¿Qué sucede en Oceanía y África, y sus
complejos mosaicos culturales y políticos?42 ¿Y qué pasa en la sociedad
dominante así como las comunidades culturalmente diversas de Estados Unidos?
¿Qué hay de particular o de específico en cuanto al incesto en términos de
cultura, región y sociedad? ¿Y qué dimensión del incesto es universal?

¿Cuánto vale un niño en México?

Una psicoanalista con más de tres décadas de experiencia, y una figura destacada
en los programas de prevención de la violencia familiar en Monterrey, me hizo
esta pregunta retórica: ¿Cuánto vale un niño en México? Nunca la volví a ver,
pero su pregunta ha resonado en mi mente desde entonces. Durante mis
experiencias de investigación, gracias a las cuales tuve el privilegio de reunir
historias sobre las extraordinarias personas que conocí en cuatro contrastantes
ciudades mexicanas, sus palabras se convirtieron en eco en mi corazón.
En una señal de alto o en un semáforo en rojo, o mientras caminaba por las
atestadas calles de estos centros urbanos, no podía evadir la desgarradora
presencia de una infinidad de menores que viven y (o) trabajan en las calles.
“¿Cuánto vale una niña en México?”, pensé, por darle un giro de género a su
pregunta. Los activistas que trabajan con estos menores me enseñaron una
lección: no es raro descubrir que estas niñas y niños creen que las calles volátiles
y peligrosas de la ciudad son espacios más seguros que las condiciones
familiares de las que escaparon, condiciones de abuso sexual, acoso y otras
formas de violencia.
De todo corazón espero que este libro sea útil para múltiples públicos. Es mi
esperanza también que este libro sirva especialmente a activistas y demás
profesionales que trabajan de forma tan valiente en Ciudad Juárez, y a todas las
notables personas de Guadalajara, Ciudad de México y Monterrey que trabajan
con igual intensidad y que tienen tanto por enseñarnos sobre sexo, poder y
patrones de violencia en las familias mexicanas.
Este libro es el compromiso individual que hice con cada una de las mujeres y
hombres que me abrieron su corazón y su alma para que yo pudiera compartir
sus experiencias con otras personas, con la esperanza de hacer la diferencia en
las vidas de quienes buscan respuestas a un complejo problema social que tiene
que hablarse en voz alta y no mantenerse en ese agonizante silencio: como uno
de sus dolorosos secretos de familia.


1 En años recientes me ha conmocionado una y otra vez escuchar de manera atenta los

monólogos de parientes y amistades que han compartido conmigo historias de horror tras
perder a alguien que fue asesinado, secuestrado o que simplemente desapareció de pronto.
Algunos de mis estudiantes de licenciatura y posgrado de la Universidad de Texas en Austin
también han perdido parientes y seres queridos, sobre todo quienes tenían vínculos familiares
en los estados del norte de México.
2 “Servir” en el Diccionario de la Lengua Española en línea, consultado el 28 de mayo de

2014.
3 Ibid.

4 Kelly, 1987.

5 Gavey, 2005.

6 Véase Blanca Vázquez Mezquita (1995, pp. 12-13) para más reflexiones sobre menores

que han sufrido abuso sexual, que son percibidos como transgresores sexuales. Véase
O’Connell Davidson, 2007, para una reflexión sobre la sexualidad de las niñas y niños como
inocentes.
7 Véase Kaye, 2005.

8 Una importante encuesta nacional que analizó la discriminación contra las mujeres en

México halló que “la quinta parte de la población, femenina o masculina (que dijeron estar de
acuerdo, muy de acuerdo o depende), tiene una percepción que carga cierta ‘responsabilidad’en
las mujeres que son violadas, lo cual representa una muestra de discriminación por género en
tanto que justifica o deslinda de la responsabilidad a los hombres al violar a una mujer si ella se
aparta de las conductas socialmente aceptadas” (ENADIS, 2010, p. 133). La encuesta se realizó
en 2010 con una muestra total de 13 751 hogares de todos los estados del país, y ofreció
información sobre 52 095 personas. Véase ENADIS, 2010.
9 Véase González-López, 2007c.

10 Sobre culpar a la víctima y el incesto, véanse publicaciones de Judith Herman y Diana

Russell citadas en este libro. Para un análisis sociológico de las ideas de culpar a la víctima y
de las mujeres como seductoras véase Scully, 1990, pp. 41-45, 102.
11 Los sacerdotes pueden ostentar más poder en un pueblo pequeño que en una ciudad

grande. Sugiero esto en base a la idea de los “patriarcados regionales”, la cual analiza de qué
formas las economías y las culturas locales y regionales pueden determinar la desigualdad de
género. Por ejemplo, una mujer puede estar expuesta a una variedad más amplia de discursos
sobre sexualidad y moralidad en un contexto urbano más amplio. Véase Russell, 1999, p. 121.
Véase también Elden, 2005 para reflexiones sobre lo confesional y la sexualidad en las
influyentes obras de Michel Foucault.
12 Entrevisté a cuatro sacerdotes católicos, tres de los cuales se identificaban a sí mismo

con ideologías de izquierda, que trabajan principalmente con familias pobres y que con
frecuencia toman distancia de la política del Vaticano. Un segundo sacerdote, por ejemplo, que
trabaja con niñas y niños que viven y laboran en las calles, dijo que suele “tomar en cuenta el
contexto social” antes de brindar orientación moral a alguien. Les recomienda activamente el
uso del condón y las píldoras anticonceptivas a las jóvenes adolescentes con las que trabaja. Un
tercer sacerdote, formado en la tradición jesuita, predica valores parecidos a los que promueven
el primer y segundo sacerdote, fomentando la igualdad de género y los derechos de las mujeres
durante la homilía de la misa; es crítico de algunos de los textos bíblicos que se leen fuera de
sus contextos históricos y sociales. Él ha sido confrontado por sus feligreses después de la
misa, con frecuencia hombres (y también mujeres) que no creen en la igualdad de derechos
para las mujeres. Al igual que el primer sacerdote, lo han conmovido los sentimientos de
culpabilidad y autorreproche de las mujeres que han compartido sus historias de violencia
incestuosa en conversaciones mantenidas en diferentes contextos (por ejemplo, dentro y fuera
del confesionario); identificó entre veinte y treinta casos de incesto en los siete años que lleva
trabajando en su comunidad actual. Y un miembro del Opus Dei, un cuarto sacerdote que
trabaja con familias de clase alta, de aspecto amable y gentil, y claramente mucho más
conservador para abordar las temáticas que exploramos. Me explicó que no podía compartir
conmigo los temas generales que ha escuchado en el confesionario, ni siquiera con propósitos
de investigación. Me dio un sermón no solicitado sobre la homosexualidad y me habló sobre su
firme creencia en la terapia de conversión. Cuando le pregunté sobre el escándalo de abusos
sexuales por parte de sacerdotes me dijo que él no confiaba en la prensa y los medios. Véase
Keenan, 2012, sobre la masculinidad de los sacerdotes, el abuso sexual de niñas y niños y la
iglesia católica.
13 Menjívar, 2011, p. 87.

14 El castillo de la pureza, de 1972, es una película mexicana muy aclamada y provocadora

que dirigió Arturo Ripstein. La película se basa en una historia real; ocurre en la Ciudad de
México y retrata la relación incestuosa entre una hermana y un hermano. Cuando hice
referencia a la película una psicoanalista de Monterrey asintió y usó el concepto de “familias
aglutinadas” para describir aquellas familias que pueden representar riesgo de incesto. Ella dio
ejemplos de familias mexicanas adineradas que no pueden tolerar la separación; ambos madre
y padre le cierran la puerta a los desconocidos y controlan las decisiones románticas y de pareja
de sus hijas e hijos. Algunas de estas familias compran grandes terrenos en los que construyen
casas para que todas sus hijas e hijos que están casados puedan vivir en la misma extensión de
propiedad.
15 Véase Kinsey et al., 1953 y Russell, 1999 [1986].

16 Véase Segura y Pierce, 1993.

17 Véase Menjívar, 2011, p. 227.

18 Véase Bourdieu, 1996-1997, 2001.

19 Muy pocos casos identificaron a una mujer como la que inició un intercambio
sexualizado con un menor, contra la voluntad del niño o la niña. En este libro discuto el caso
de Elba (capítulo 4). Otros informantes que reportaron historias que involucraban a una niña
preadolescente o adolescente como la que abordó sexualmente a un menor (ya sea a un niño o a
una niña de menor edad) incluyeron a Samuel y a Soraya, de Guadalajara, y a Camila, de
Ciudad Juárez. Estudiaré estos complejos casos en una publicación futura. Terapeutas a los que
entrevisté hablaron sobre la importancia de realizar también investigación sobre mujeres que
coercionan sexualmente, acosan o violan a menores en la familia, un patrón que dijeron
“parece ser menos frecuente” pero aún así existe y merece especial atención. Las experiencias
de hombres mexicanos como los que entrevisté en Los Ángeles que recordaron haber sido
obligados por un pariente varón mayor a tener sexo por primera vez con una mujer adulta,
trabajadora sexual, también merecen atención (véase González-López, 2005, capítulo 3). Un
sacerdote, un profesor de derecho y un terapeuta (todos involucrados con el activismo para la
prevención y la educación sobre la violencia) que identificaron lo anterior como una forma de
violencia sexual contra jóvenes adolescentes me compartieron historias narradas por hombres
que de manera similar les han confiado sus experiencias de iniciación sexual forzadas durante
la adolescencia, y afirmaron que “eran más comunes de lo que imaginamos”. Dichos
encuentros son frecuentemente organizados y facilitados por un pariente varón de más edad.
20 Un reporte de INEGI de 2012 indica que los hogares familiares en México tienen dos

características: siete de cada diez siguen la configuración de la familia nuclear y 77.7% de los
hogares familiares tienen a un hombre como jefe de familia. Véase INEGI, “Estadísticas a
propósito del día de la familia mexicana”, Instituto Nacional de Estadística y Geografía, 4 de
marzo de 2012, disponible en <www.inegi.org.mx>. Otro estudio sugirió que 63% de mujeres
están a cargo del trabajo del hogar y 54% son cuidadoras de sus hijas e hijos (citado en
Schmukler y Alonso, 2009, p. 29).
21 Herman, 2000, p. 55.

22 Véase nota 18, capítulo 2.

23 Esto hace eco con las voces de los hombres mexicanos que entrevisté en un proyecto de

investigación anterior sobre sexualidad y migración (véase González-López, 2005). Los


hombres que eran profeministas y estaban a favor de los derechos de las mujeres (incluyendo
pero sin limitarse al de la violencia contra las mujeres) tenían algo en común: una hermana,
una hija o una madre que habían estado expuestas a situaciones difíciles en el pasado; el amor
y la preocupación por ellas los ayudó a desarrollar alguna forma de conciencia de género sobre
éstos y otros temas que afectan las vidas de las mujeres.
24 Véase González-López, 2005, capítulo 3.
25 Véase Schmukler y Alonso, 2009.

26 Kimball, 1993; Castañeda, 1989.

27 Ser una niña que no cumple las normatividades sociales de género no significa
automáticamente que más adelante le atraigan sexual o románticamente otras mujeres, y ser
una niña que se apega a dichas normatividades no implica tampoco que en el futuro le atraigan
sexual o románticamente los hombres. Entrevisté mujeres que recordaron realizar de niñas
actividades de género no normativas (como jugar deportes rudos o trepar árboles) que de
adultas mantienen relaciones exclusivamente heterosexuales.
Además, parece que la niña que participa en actividades físicas tradicionalmente percibidas
como rudas y por lo tanto masculinas (que se identifica comúnmente como “tomboy” en inglés,
el cual no es despectivo, y un equivalente cercano pero ofensivo es “machetona”, una etiqueta
que yo recibí durante mi niñez en Monterrey), no se convierte en un motivo de preocupación
para su madre o su padre sino hasta que ella alcanza la adolescencia. Es decir, cuando la niña
se sexualiza se espera de ella que se comporte con propiedad, como una señorita, una forma de
feminidad exacerbada o emphasized femininity (véase Connell, 1987).
Este patrón requiere análisis ulteriores para las niñas y las jóvenes mexicanas. Sin embargo,
el patrón de no cumplimiento con las normatividades sociales de género en las niñas recuerda
la investigación sobre género y crianza realizada en Estados Unidos (véase Kane, 2006, pp.
157-158).
28 Los relatos de vida de Dalia y de Sagrario no están incluidos en este libro.

29 Véase Careaga, 2012, para más información sobre lesbofobia y violencia sexual contra

mujeres lesbianas en México, y Bartle, 2000, para una perspectiva crítica que compara
crímenes de odio, tanto contra mujeres lesbianas como hombres gay.
30 Véase Carrillo, 2003, para un análisis de las telenovelas y las representaciones culturales

de los hombres gay en el México contemporáneo.


31 Véase Rumney, 2009.

32 Véase Bell, 1993, y Kaye, 2005.

33 Véase González-López, 2013a.

34 Véase Schmukler y Alonso, 2009.

35 En este estudio las madres de familia que no se solidarizaron con sus hijas e hijos y (o)

no intervinieron a su favor parecen haber tenido una o más de las siguientes características: a]
ellas dependen económicamente de su esposo o pareja y tienen miedo de comprometer ese
apoyo para ellas y sus hijas e hijos, paradójicamente a expensas del bienestar del menor o
menores que están siendo abusados; b] ellas se sienten emocionalmente incompetentes,
inermes o temerosas de confrontar a su esposo o pareja; c] ellas mismas tienen heridas
emocionales, con su propio historial de abuso sin resolver y sin recursos internos para
protegerse a sí mismas, y mucho menos para proteger o abogar por una niña o niño; d] ellas se
sienten desempoderadas y (o) devaluadas en lo emocional, económico, moral y (o) sexual; e]
ellas han internalizado percepciones sexistas respecto a sí mismas (y a las niñas y las mujeres
en general), incluyendo la normalización de distintas formas de violencia en la vida de las
mujeres. Comentario a la versión en español: véase el prolífico y relevante trabajo de
investigación del sociólogo David Finkelhor y colaboradores en temáticas relacionadas con las
anteriores reflexiones, por ejemplo, factores de riesgos y otras dinámicas responsables del
abuso sexual en la niñez en otros países. Su obra ha sido publicada ampliamente en revistas
académicas o journals de habla inglesa. Dos de ellas incluyen, por ejemplo: Journal of
Interpersonal Violence y Child Abuse & Neglect.
36 Véanse Pulsipher y Pulsipher, 2006, y Vega-Briones, 2011.

37
Rosie y Don Francisco mantuvieron una conversación acerca de las edades de los
eventos relacionados con el incesto, las razones por las que ella guardó silencio sobre el abuso
durante tantos años, el proceso legal y el encarcelamiento de su cuñado, el profundo impacto
que tuvo en su vida mientras crecía, su experiencia en una relación abusiva, sus intentos de
suicidio y cómo vio su vida transformada al tiempo que ayudaba a otras personas en
situaciones similares mediante los talleres que ella facilita en Los Ángeles. El programa
Sábado Gigante tuvo su último capítulo en septiembre de 2015.
38 Durante más de cien años el incesto y las relaciones incestuosas han inspirado a

escritoras y escritores de ficción en el mundo literario hispanohablante. Un análisis feminista


integral de estas publicaciones y de obras relacionadas en el caso particular de México resulta
de gran relevancia, pero rebasa el alcance de este libro. Véase el libro de Rosaria Champagne
The politics of survivorship: incest, women’s literature, and feminist theory (New York
University Press, 1998), para un análisis sobre el incesto en textos literarios relevantes de
Estados Unidos y Gran Bretaña y producciones culturales estadunidenses.
39
Véase Herman, 2000 sobre las imágenes positivas de la figura paterna incestuosa (pp. 71,
72, 87).
40
Este patrón también me recordó a los hombres amables y respetuosos con los que trabajé
en forma individual como psicoterapeuta en entrenamiento, los cuales habían sido enviados por
un oficial de libertad condicional a una de las organizaciones de Los Ángeles en las que
terminé una residencia clínica en la década de 1990. Todos ellos habían sido arrestados por
violar o abusar sexualmente de un menor.
41 Veáse Menjívar, 2011, para un exhaustivo análisis sociológico de las formas en las que

otras mujeres que viven en Guatemala pueden somatizar su sufrimiento por su condición de
mujeres como consecuencia de múltiples formas de violencia.
42 Los hallazgos de la investigación de Diana Russell sobre el incesto en Sudáfrica (1997)

recuerdan lo que descubrí en México, incluyendo pero sin limitarse a los patrones de abuso
incestuoso a lo largo de generaciones (p. 85), las percepciones de la hija mayor como la
“pequeña madre” (p. 142) y el derecho supremacista de género de la figura paterna sobre sus
hijas (p. 147).
APÉNDICES
APÉNDICE A

PARTICIPANTES EN EL ESTUDIO
CÓDIGOS DE RELIGIÓN

Cristiana Religión no católica, de base cristiana

Testigo de Jehová* Antes católica

Mormón* Antes católica

Pentecostal* Antes católica

Creyente Informante reportó “creer en Dios”, sin


pertenecer a ninguna religión organizada

Ninguna* Dejó los testigos de Jehová, antes católica

CÓDIGOS DE ESTADO CIVIL

Soltero(a) (1) Antes en cohabitación


Casado(a)* Casado; antes casado y divorciado

Casado(a) (1) Casado legalmente por primera vez, antes en


cohabitación

Cohabitación* En cohabitación; antes casado y divorciado

Cohabitación (1) En cohabitación por primera vez

Cohabitación (2) En cohabitación por la segunda vez (o más)

CÓDIGOS DE EDUCACIÓN

Primaria Grados del primero al sexto de primaria

Secundaria Grados del primero al tercero de secundaria

Preparatoria o Bachillerato 2 o 3 años

Preparatoria abierta “Es una modalidad no escolarizada del nivel


bachillerato que se ofrece a la población con
deseos o necesidad de iniciar, continuar o
concluir este ciclo de formación, y no tiene
oportunidad de asistir a un plantel”. www.
prepaabierta.sep.gob.mx

Academia Preparación en una escuela técnica


especializada en secretariado

Academia* Completó dos años de Academia

Normal Escuela Normal para formación de docentes

Normal* Completó un año de escuela Normal

Universitaria completa Cumplió con todos los requisitos para


graduarse oficialmente

HISTORIA PERSONAL DE VIDA SEXUAL Y DE RELACIÓN DE PAREJA

Gay, lesbiana, bisexual Informantes que se identificaron con esas


identidades
Heterosexual (M) Se identificó como mujer heterosexual y
reportó una historia personal de relaciones
románticas y/o sexuales exclusivamente
con hombres

Heterosexual (H) Se identificó como hombre heterosexual y


reportó una historia personal de relaciones
románticas y/o sexuales exclusivamente
con mujeres

Heterosexual (Q) Se identificó como mujer heterosexual;


reportó una historia personal de relaciones
románticas y/o sexuales con personas del
mismo sexo

Heterosexual (M) (Q) Se identificó como mujer heterosexual, con


una historia personal de relaciones
románticas y/o sexuales exclusivamente
con hombres, y con interés y fantasías
románticas y sexuales con mujeres.

Lesbiana (*) No se identificó como lesbiana o en


cualquier otra orientación sexual. Sentía
atracción hacia otras niñas desde la niñez, y
ha estado enamorada y en relaciones
casuales con mujeres (sin contacto sexual),
y expresó interés en tener una relación
estable con una mujer.
APÉNDICE B

CONSIDERACIONES METODOLÓGICAS

Trabajo de memoria y narrativa: una reflexión final

Un colega de mi disciplina me preguntó, con tono desafiante, si de verdad había


“creído” lo que compartieron conmigo las personas de este estudio. Esto me
recordó la “segunda violación” de las mujeres que son violadas y a las que no les
creen cuando le cuentan su historia a las autoridades oficiales, y que por lo tanto
son revictimizadas en vez de ser apoyadas o auxiliadas. Otro sociólogo me
advirtió sobre el peligro de “reconstruir recuerdos”, y sugirió que investigara
más sobre la teoría de esta área de investigación intelectual. De hecho conozco
bien la llamada sociology of storytelling (véase Plummer, 1995).1 Es decir, estoy
consciente de que las formas en las que me fueron contadas historias delicadas,
honestas y abrumadoras no son narrativas o textos que existen en el abstracto:
estas historias narradas también son construcciones sociales. Del mismo modo
estoy consciente de las formas en las que podemos mentirnos a nosotros mismos
y a los demás cuando recuperamos nuestros recuerdos y contamos historias (de
nuevo, a nosotros y a los demás), y de las implicaciones éticas que esto conlleva
(Plummer, 2001; Maynes, Pierce y Laslett, 2008). Puede que el dolor nunca se
vaya por completo y que la persona lo resignifique al contar la historia; al hablar
sobre ella, la experiencia puede adquirir un nuevo significado.
Los relatos de vida que compartieron conmigo las mujeres y los hombres (así
como mi propia narración de ellas) son ambos fenómenos sociológicos
(Plummer, 1995, p. 167), así como un trabajo activo con sí mismo o self-work
(p. 173). Es decir, estas mujeres y hombres llevaron a cabo la cuidadosa y
minuciosa tarea de hacer “trabajo de memoria” (memory work) en mi presencia,
de mirar hacia el pasado en retrospectiva para entender sus experiencias de vida
individuales en un momento histórico y en contextos socioeconómicos
específicos de la sociedad patriarcal mexicana. Es interesante notar que sus
historias narradas, muy sentidas y honestas, exponen sus subjetividades en su
contexto, es decir dichas historias individuales se comparten en forma colectiva
a través de significados y lenguaje comunes, y todos son influidos de manera
similar por contextos específicos de desigualdad social.
En este estudio ocurrió con frecuencia que un informante potencial me
entrevistara antes de que ella o él aceptara oficialmente mi invitación para
compartir (y producir) conmigo la narración de su reconstrucción biográfica.
Esto se convirtió en parte del proceso a través del cual la persona evaluaba mis
credenciales profesionales y mi integridad humana y decidía así participar (o no)
y terminar por confiarme los relatos de sus experiencias vividas. Estas
indagaciones me ayudaron, a su vez, a confiar y dar credibilidad a sus
narraciones (véase González-López 2010a, pp. 571-572). Aunque estoy
consciente de las posibles distorsiones y omisiones en estos recuerdos, escuché y
entendí sus historias a partir de lo que identifico como “epistemologías de la
herida”. Confío en que este estado de conciencia me ayudó, entre otras cosas, a
ser sensible y receptiva y por lo tanto a identificar, por ejemplo, ciertas
inconsistencias en sus narraciones. Aprendí una lección de estas mujeres y
varones: las entrevistas mismas se convirtieron en el vehículo que utilizaron para
darle sentido a lo que habían vivido, en particular en el caso de quienes lo
contaban por primera vez. Con frecuencia mis interlocutores decían “No había
pensado en ello hasta ahora, que me estás preguntando al respecto” durante
nuestras entrevistas. Esto me hizo confiar aún más en sus historias. Y una
reflexión final: escuché sus historias de sí misma o sí mismo y de lo vivido, y las
analicé desde mi propia subjetividad como mujer migrante mexicana que ha
vivido en Estados Unidos desde mediados de la década de 1980 y como una
mujer que se identifica como feminista y que se formó profesionalmente como
socióloga y psicoterapeuta en este país.
El trabajo de memoria y la narrativa (y sus implicaciones éticas) se han
estudiado en el ámbito de las ciencias sociales como una metodología cualitativa
muy reveladora y poderosa que puede darle voz a las comunidades marginadas,
producir conocimiento y eventualmente promover cambio social (véanse Haug
et al., 1987; Pease, 2000; Plummer, 1995, 2001; Méndez-Negrete, 2006; Maynes
et al., 2008).2 Espero que estas narrativas de vida, individuales pero
comúnmente compartidas, no tan sólo se conviertan en una forma de producción
de conocimiento sino que también tengan el potencial de ofrecer información
para fines de reforma social y justicia en México.
Discuto estas y otras preocupaciones metodológicas adicionales en las
publicaciones que surgieron a partir de este proyecto de investigación, las cuales
incluyo en la bibliografía de este libro.3
UNA NOTA SOBRE LA SELECCIÓN DE INFORMANTES

Mientras reclutaba informantes me preguntaban con frecuencia si me interesaba


entrevistar personas que hubieran ido a psicoterapia. Escuché relatos de personas
que habían sido perjudicadas o retraumatizadas por lo que identificaban como
psicoterapeutas “mal capacitados”, así que decidí entrevistar personas que en el
pasado habían solicitado ayuda profesional. De mis sesenta informantes, cerca
de la mitad nunca había recibido ningún servicio psicoterapéutico o psicológico
por ninguna razón, y cerca de una tercera parte había asistido a unas cuantas
sesiones (de dos a cuatro, en promedio) de grupos de apoyo para personas que
han vivido algún tipo de violencia sexual; con frecuencia muchos explicaron que
“sólo habían escuchado” a las demás personas, pero no habían hablado sobre sus
propias experiencias. El resto reportaron haber recibido algún tipo de asesoría
psicológica para atender otros problemas (por ejemplo, un divorcio doloroso,
problemas de pareja, depresión posparto, temas relacionados con la autoestima,
entre otros) y frecuentemente aclararon también que no habían revelado sus
experiencias de abuso u hostigamiento sexual durante la niñez. Solamente muy
pocos habían ido a terapia con el propósito de enfrentar los acontecimientos que
compartieron conmigo y en sus casos fueron una combinación de experiencias
negativas y positivas, especialmente si habían pasado de un terapeuta a otro con
sentimientos de confusión y frustración. Éste fue el caso de Matías y de Miriam.
Matías, “un hombre que se identificaba a sí mismo como gay, quien describió las
maneras en que un terapeuta puso electrodos en sus genitales, pezones, dedos y
ano mientras le explicaba que la terapia de electrochoque e hipnosis le ayudaría
a ‘curar’ su homosexualidad, la que supuestamente tenía alguna conexión con su
historia de abuso sexual” (2010a, p. 575). Miriam afirmó asertivamente “No
confío en los psicólogos” al relatar los sentimientos de incomodidad y repulsión
que experimentaba durante las sesiones con una psicóloga que ella y sus dos
hermanas visitaban regularmente por unos dos años. “Dile a tu papá que lo que
te está haciendo a ti] no debe de hacerse porque eres su hija.” Así parafraseó sus
palabras al narrar sus “intervenciones absurdas”. Como se discutió en el capítulo
2, Miriam y sus dos hermanas vivieron experiencias complejas de violencia
sexual a manos de su padre. En resumen, me dio la impresión de que las
personas que habían ido antes a terapia y decidieron ser entrevistadas pudieron
haberse seleccionado a sí mismas: querían hablar sobre lo que nunca tuvieron la
oportunidad de revelarle a un terapeuta por diversas razones, y reportar (cuando
era el caso) situaciones específicas de negligencia profesional. La anterior es
apenas una evaluación preliminar de esta dimensión de mi estudio. Un estudio a
profundidad de las experiencias de dichos informantes en el contexto de sus
relaciones profesionales con estos terapeutas va más allá del alcance de este
libro, pero indudablemente merece atención especial y un análisis crítico
adicional.
Finalmente, aunque como mujer he estado expuesta a una amplia variedad de
expresiones de violencia sexual (con desconocidos, con una ex pareja y en el
contexto laboral), fue una verdadera bendición haber vivido mi niñez sin haber
estado expuesta al abuso sexual. Debido a este hecho, realizar estas entrevistas
me llevó a darme cuenta de lo increíblemente afortunada que he sido. En algunas
de mis publicaciones sobre temáticas metodológicas también he reflexionado
sobre diferentes formas de autocuidado que llevé a la práctica mientras trabajé
en este proyecto, tan desafiante a nivel emocional pero al mismo tiempo
profundamente gratificante a nivel intelectual y político.


1 Nota a la versión en español: sociology of storytelling podría traducirse como “sociología

de la narrativa”.
2 Nota a la versión en español: El concepto de “memoria” y “trabajo de memoria” se ha

teorizado y analizado de maneras diversas en varias disciplinas. Es importante destacar y


reconocer de especial manera a Frigga Haug, una respetada feminista marxista alemana, por
utilizar el concepto de “trabajo de memoria” para referirse a una metodología colectiva de
grupo, una posibilidad importante en procesos de liberación para las mujeres.
3 Estas publicaciones incluyen “Mindfuld ethics” (2011), “Ethnographic lessons” (2010a),

“Epistemologies of the wound” (2006), “Engaged research on incest in Mexico” (2010b),


“Crossing-back methodologies” (2007b) y “The maquiladora syndrome” (2013b).
APÉNDICE C

EL INCESTO EN LOS 32 CÓDIGOS PENALES DE MÉXICO1

En los 32 códigos penales el incesto se conceptualiza legalmente como:


21 Centrado en la familia. Se identifica como un delito contra la familia
(también identificado como “el orden familiar” o “el orden de la familia”). Sólo
existe un caso en el que se entiende como un delito contra la familia y el estado
civil.
5 Centrado en los derechos individuales. Se refiere a la libertad sexual, la
seguridad sexual (protección), y (o) al desarrollo psicosexual “normal” (es decir,
“saludable”).
1 Centrado en el matrimonio.
1 Sin clasificar, abajo de “Bigamia”.
1 Como un delito contra el derecho de los miembros de la familia a una vida
sin violencia.
1 Como un delito sexual.
2 Tlaxcala y Puebla no han tipificado el incesto como un delito en sus
respectivos códigos penales.

Códigos

(1) Sin clasificación, abajo de “Bigamia”.


(2) Delito contra el derecho de los miembros de la familia a una vida sin
violencia.
(3) Delitos sexuales.

Un comentario legal

Alejandra de Gante Casas, abogada de Guadalajara, comentó: “La mayoría de


edad en el país es de dieciocho años, norma que siguen todos los estados. La
edad de consentimiento para iniciar una vida sexual activa también es de
dieciocho años a nivel nacional, pero varía según el estado”. Es decir, dieciocho
es la edad en la que no existen restricciones para la actividad sexual
consensuada.


1 Los 32 códigos penales corresponden a las 31 entidades federativas y la Ciudad de
México. El 8 de julio de 2013 encontré y consulté casi todos estos códigos penales a través del
sitio de internet del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional
Autónoma de México: <info4.juridicas. unam.mx/adprojus/leg/>.
Localicé los códigos penales de Campeche, la Ciudad de México y Querétaro a través de
otras búsquedas de internet. Los casos de Puebla y Tlaxcala han recibido mucha atención de
los medios debido a que el incesto no está tipificado como delito.
APÉNDICE D

Casos tío-sobrina
(*) Tío lejano.
21 mujeres reportaron a un total de 28 hombres que ellas identificaron como tíos.
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ÍNDICE TEMÁTICO

aborto 47, 48, 92, 331


abuelos 52, 66, 78, 81, 128, 129, 137, 138, 160, 161, 167, 173, 180, 185, 201,
208, 211, 251, 267, 287, 310
abuso sexual (término) 45
acatamiento heteronormativo 222, 263, 265
acoso sexual 29, 45, 51, 52, 56, 96, 104, 110, 150, 153, 154, 155, 157, 158, 163,
169, 170, 203, 264, 279, 282, 291
acoso sexual familiar 110, 153, 157, 158, 169, 203
afeminamiento kinestético 264
“a la prima se le arrima” 51, 266, 268
Alarma! 33
alcohol 60, 69, 71, 171, 176, 177, 247, 255
“al primo me le arrimo” 53, 219, 222, 263, 266, 268
amigos de la familia 39, 138, 264
andamiaje cultural de la violación 51, 52, 279
apariencias, las 194, 210
Apodaca, Nuevo León 47
aprovechamiento sexual 45
“Arrimón” 178
Asesoría y Servicio Legal S. A. de C. V. 43
“Así son los hombres, todos son iguales” 111, 158
“Así son los muchachos, no les hagas caso” 158
Asociación para el Desarrollo Integral de Personas Violadas, A. C. 43
Ayotzinapa 276

Biblia, La 28, 94, 97, 281


“Boys will be boys” 51, 158
brujería 90, 107
bulimia 197
bullying 47, 219, 230, 231, 246, 250, 257

cantinas 189
capital femenino 71, 105
Casa Amiga 44
celibato 90, 106
Centro de Apoyo a la Mujer (CAM) 42
Centro de Apoyo a Mujeres Violadas (CAMVAC) 42
Centro de Orientación y Prevención de la Agresión Sexual, A. C. 43
Ciudad Juárez 23, 25, 26, 34, 44, 45, 64, 79, 83, 102, 103, 106, 117, 120, 125,
134, 150, 156, 159, 187, 219, 245, 247, 253, 254, 275, 276, 287, 293, 294,
295, 298, 299, 300, 302, 312, 328
códigos penales 38, 45, 294, 295, 326, 327
Colectivo de lucha contra la violencia hacia las mujeres (COVAC) 42
colonias populares 282
cómplices por omisión 99
Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED) 48
continuum de consentimiento y coerción social 264
continuum de violencia sexual 142, 144, 153, 222, 223, 263, 272
Convención de Belém do Pará 44
Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra
la Mujer 44
crímenes de odio 54, 56, 217, 264, 292, 332
culpa 24, 39, 49, 57, 71, 81, 110, 118, 123, 125, 132, 135, 139, 152, 172, 180,
181, 187, 191, 199, 237, 239, 241, 255, 280, 281, 282, 283, 301
culpar a la víctima 31, 281
cultura de la denuncia 45
cultura de la pobreza 30, 31, 53
cultura popular 26
culturas familiares 33, 52, 284
cuñado 134, 135, 274, 293, 295, 306

Delgadina, La 58
Delitos contra las mujeres (reporte) 44, 45, 337
democratización familiar 289, 301
derecho de pernada 50, 60, 83, 84, 277, 331
discapacidad 230
disociación 191
diversidad sexual 48, 265, 276
dividendo patriarcal 109, 144
dobles estándares 27, 33, 39, 144, 236
dote 41, 105

economía política del incesto 303


“el que golpea a una, nos golpea a todas” 45
Encuesta nacional sobre discriminación en México (ENADIS) 144, 265
Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares
(ENDIREH) 46, 160, 285
endogamia 146
error de reconocimiento (misrecognition) 49, 98, 144, 214, 279
estupro 45, 332, 339
ética 27, 56, 60, 81, 82, 218, 284
ética del servicio 82

familias aglutinadas 284


familias nucleares 162, 204, 287, 289
feminicidio 19, 47
feminismo en México 213
feminismo experiencial 301
feminización del incesto 52, 53, 56, 160, 162, 163, 201, 203, 212, 285, 286, 311

genealogías familiares del incesto 52, 56, 97, 145, 160, 162, 163, 203, 205, 206,
207, 208, 210, 212, 213, 223, 270, 272, 278, 285, 289, 311
genogramas 205, 206
Grupo 8 de Marzo 44
Guadalajara 15, 24, 25, 34, 43, 44, 47, 59, 75, 79, 83, 84, 85, 90, 103, 108, 120,
122, 126, 141, 142, 147, 159, 167, 168, 169, 180, 181, 182, 195, 263, 283,
287, 305, 312, 327, 328
Guatemala 49, 98, 279, 297, 309
güeras 309
guerra contra las drogas 275
guiones sexuales 273, 278

hacienda 50, 60, 83, 84, 85, 277


heterosexualidad 109, 110, 141, 142, 144, 222, 263, 266, 268, 278
hija conyugal 50, 56, 60, 61, 78, 80, 86, 97, 109, 116, 151, 209, 276, 277
hijo parental 59
himno nacional mexicano 275
hipergamia 87
hombres gay 217, 222, 230, 250, 257, 263, 264, 265, 267, 268, 269, 270, 271,
290, 291, 292, 293, 294, 296
hombría 31, 77, 82, 89, 109, 140, 144, 262, 268, 269, 273, 278, 289, 308
homofobia 53, 56, 217, 262, 263, 264, 265, 268, 270, 290, 291, 293
honor y vergüenza 50, 82, 277, 290
hostigamiento 45, 104, 144, 145, 174, 186, 278, 324

Iglesia Adventista del Séptimo Día 94


iglesia católica 37, 67, 71, 106, 150, 283, 284, 295
iglesia pentecostal 106
incesto espiritual 39
incesto padre-hija 75, 80, 84, 158, 161, 260, 288
incesto transnacional 171
inmigración 296
Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) 46
Instituto Nacional de las Mujeres 45, 46, 48
Instituto Nacional de Protección a la Infancia 44
investigaciones previas 308

justicia familiar 57, 107, 297, 298, 301


L

La Luz del Mundo 39, 103, 105, 106


lesbiana 228, 259, 292, 321
lesbofobia 292
leyes de incesto 45, 294, 295
Leyes de Reforma 38
Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia 44
Ley General para la Igualdad entre Mujeres y Hombres 44
LGBTI+ 217, 228, 259, 293
“los muchachos nomás estaban jugando” 51, 155, 279
L Word, The 292

“machetona” 291
machín 218, 219
machismo 30, 31, 49, 269
madrastras 28, 99
madre-hijo 259, 260
Malquerida, La 307
“mano caída” 264
manoseo 178
maquiladora 187, 189, 219, 245, 324
masculinidad 31, 53, 54, 109, 140, 141, 217, 266, 269, 270, 278, 283, 307, 308
medicalización de la violación 71, 158
metodología 34, 323
“Mi esposo me usó” 83
misoginia 19, 47, 50, 51, 102, 104, 155, 163, 206, 278, 286
moralidad 27, 33, 59, 144, 225, 236, 282
mujeres indígenas 40, 46, 84

narcotráfico 66, 69, 275, 276, 285


narración de historias 35
niños encerrados, los 302
no conformidad de género 250, 266
O

“obedecerás a tu padre y a tu madre” 284


obligaciones sexuales 59, 72, 101, 277
“Ojo, mucho ojo” 43
Opus Dei 283

padrastros 28, 39, 50, 52, 53, 160, 208, 287


papa Francisco 295
paterfamilias 50, 61, 85, 98, 101, 278
patriarcado 31, 59, 61, 85, 98, 99, 102, 105, 141, 142, 310
patriarcados regionales 46, 85, 146, 282
patrones multigeneracionales 52, 207, 286
pigmentocracia 309, 310
placer-peligro 221, 266
pobreza 30, 31, 32, 53, 61, 91, 113, 138, 145, 146, 173, 275, 302, 339
pornografía 69, 138, 149, 154, 226, 232, 246
porros 129, 130
primo-prima 76, 160, 214
prostitución 38, 140, 154, 246
protestantismo 261
“provocativa” 280
psicoterapia 25, 35, 161, 171, 187, 191, 196, 205, 230, 241, 298, 324

queer 305

racismo 310
Real Academia Española 47
reconstrucción de himen 105
relación conyugal 81, 122, 137, 176, 299
relación padre-hijo 259, 260
religión 34, 61, 82, 90, 95, 117, 118, 198, 247, 255, 259, 261, 320
resiliencia 21, 54, 57, 107, 170, 176, 210, 297, 298, 300, 301
S

sacerdote Eduardo Córdova (caso) 295


sacerdotes 40, 41, 90, 106, 143, 199, 227, 236, 255, 261, 262, 282, 283, 296, 308
San Salvador Atenco 46
Secreto en la montaña 292
sexismo internalizado 50, 61, 98, 144, 162, 213, 214, 215
sexo heterosexual 51, 60, 143
sexualización traumática 80, 81
silencio 17, 19, 26, 27, 36, 39, 54, 56, 62, 64, 65, 66, 72, 74, 75, 77, 78, 79, 88,
89, 91, 94, 112, 114, 121, 123, 126, 127, 128, 129, 137, 138, 140, 147, 149,
152, 155, 159, 164, 166, 169, 170, 176, 180, 181, 183, 184, 188, 190, 192,
197, 199, 211, 215, 226, 234, 237, 240, 243, 248, 251, 253, 257, 261, 280,
292, 302, 303, 304, 306, 309, 312
“sirvienta” 32, 217, 278
sirviente marital 50, 56, 61, 97, 277
sociedad colonial 40, 45, 58, 146
sociedades prehispánicas 35
sororidad 11, 98
sustituta sexual familiar 56, 109, 140, 141, 278

telenovelas 293
teología de la liberación 282
terapia de conversión 265, 283
terrorismo sexual 110, 153, 154, 155, 157, 170, 203, 279, 290
Testigos de Jehová 106, 250, 252, 293
tíos adolescentes 202
tíos lejanos 201
tío-sobrina 76, 160, 161, 162, 163, 164, 165, 200, 201, 207, 212, 214, 216, 270,
285, 328
tíos políticos 164, 175, 195, 201, 202, 212, 219, 245
trabajadora del hogar 92, 97, 101, 115, 119, 145, 146, 174, 210, 278
trabajo de memoria 322
tráfico sexual 29, 46, 47, 102, 271
transgénero 23, 230, 259, 291, 320
trauma secreto, El 28
Tu futuro en libertad 47
U

Univisión 306

vergüenza 50, 64, 69, 78, 81, 82, 108, 110, 115, 116, 133, 139, 149, 166, 168,
183, 221, 273, 277, 290
VIH/sida 335
violación agravada 45
violencia física 62, 68, 70, 113, 122, 124, 127, 181, 189, 198, 202, 221, 236,
254, 286, 301
violencia sexual 5, 6, 12, 24, 25, 26, 27, 28, 29, 30, 32, 33, 35, 36, 38, 39, 40, 42,
43, 44, 45, 46, 47, 49, 51, 52, 53, 54, 55, 56, 60, 61, 62, 63, 65, 66, 67, 71,
72, 74, 78, 79, 86, 88, 89, 95, 96, 97, 98, 99, 100, 103, 104, 106, 107, 108,
109, 110, 111, 112, 113, 115, 120, 123, 124, 126, 127, 133, 134, 135, 137,
138, 139, 142, 143, 144, 145, 146, 147, 151, 153, 157, 158, 159, 160, 161,
163, 164, 178, 181, 182, 196, 197, 200, 201, 203, 205, 206, 207, 208, 210,
212, 213, 214, 215, 216, 220, 222, 223, 237, 244, 246, 250, 256, 259, 260,
261, 262, 263, 264, 265, 266, 271, 272, 273, 276, 278, 280, 281, 283, 287,
290, 292, 294, 296, 297, 300, 301, 302, 303, 305, 306, 307, 308, 309, 310,
311, 324, 325
virginidad 41, 50, 71, 93, 105, 106, 156, 175, 179, 196, 311

Zócalo 48
Cultura gastronómica en la Mesoamérica
prehispánica
Peralta de Legarreta, Alberto
9786070309885
190 Páginas

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La cultura gastronómica de un grupo humano es uno de los medios más


importantes para expresar su identidad y materializar su interpretación
del cosmos que lo rodea. Lo comestible, aquello que pasa por una
cocina y después llega al plato, se encuentra dotado de conocimientos y
cultura desde el primer momento de su producción en el campo de
cultivo y al pasar después por complejos métodos de selección que lo
transforman históricamente en sujeto cultural. Al alimentarse y comer, el
ser humano se caracteriza por ser un auténtico devorador de símbolos y
significados. En los siglos que precedieron a la conquista de México
floreció una cultura gastronómica única, llena de riqueza. Para los
antiguos pueblos mesoamericanos la sacralidad del cosmos, la
intervención de la divinidad y la participación activa del ser humano en lo
alimentario resultaron indispensables para el desarrollo de una visión
propia. Aquellas comunidades se relacionaron íntima y emocionalmente
con la tierra, crearon técnicas agrícolas ingeniosas, eficientes y
sustentables, concibieron utensilios y técnicas culinarias e
implementaron complejas reglas de mesa que hoy en día constituyen
parte esencial de la herencia gastronómica de México.
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Pequeño tratado de Oikonomía
Calame, Pierre
9786070309908
164 Páginas

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En 1755, la Enciclopedia arrojaba una "o" a la basura: lo que hasta ese


entonces se había llamado, en francés, "oeconomie" (oikonomía) se
convierte en "économie" (economía). Al perder la "o", la economía va
perdiendo progresivamente la memoria de su sentido original (oikos,
casa, nomos, ley), y se independiza de la gestión del resto de la
sociedad, hasta el punto de presentar las leyes que enuncia como si
fueran leyes naturales a las que sólo podemos suscribir.Pero en la
actualidad, la humanidad se ve confrontada con una exigencia
apremiante: garantizar el bienestar de todos respetando los límites del
planeta. Sólo un retorno a la oikonomía puede permitirnos conciliar las
necesidades económicas con el hecho indiscutible de que los recursos
naturales son limitados. Tal es el objeto de este pequeño tratado.
Asumiendo plenamente su etimología, la oikonomía se convierte en la
rama de la gobernanza que se aplica a los ámbitos particulares de la
producción, la circulación y el consumo de bienes y servicios. Pierre
Calame demuestra que, volviendo a ella, se hará posible garantizar a la
sociedad el manejo colectivo y democrático de su propio destino.

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Seguridad nacional y cambio climático
Miklos, Tomás
9786070309915
198 Páginas

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México enfrenta el mayor desafío de la historia en términos de cambio


climático y seguridad nacional. Hasta hace poco nuestro país no
concebía que su futuro se vería en una situación tan compleja. Un nuevo
reto emergió con la salida de Estados Unidos de América del Acuerdo de
París, Francia.Este libro contiene un análisis de la problemática que
envuelve temas que anteriormente se trataban en forma fragmentada:
biodiversidad, desarrollo sustentable, seguridad energética, prospectiva
y seguridad nacional. Para resolver esto, presentan una serie de
propuestas con aplicación inmediata a la protección del ambiente: los
cambios drásticos emanados de la nueva política internacional de
explotación de recursos energéticos; el planteamiento de "integración"
energética emanado de los Acuerdos entre el Departamento de Energía
Estadunidense y la Secretaría de Energía de México; una nueva
orientación de las políticas de Cambio Climático encabezadas con
nuestros principales socios comerciales, etcétera.Cambio climático y
seguridad nacional: prospectiva, escenarios y estrategias es un libro
único en su género que se presenta con una amplia bibliografía de orden
internacional: China, Europa, Estados Unidos de América y Canadá, así
como modernos recursos de acceso a la información mediante códigos
qr que permiten tener acceso digital a videos, fotografías, documentos y
audios, por lo que se considera un documento moderno que
seguramente será de utilidad para especialistas, académicos y el público
en general.

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