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LO COTIDIANO

Me saludo en la luz de un nuevo día


e indefectiblemente
debo compaginar lo cotidiano.
Ponerme el sentido común, memorizar mi nombre,
firmar un pacto con la tele, el café, el pan, los huevos, los cereales
los recuerdos, el miedo, el water, los zapatos,
el maletín, los libros, la rabia, los papeles.
Poner en marcha el auto, la compasión, el tal vez de la dicha, la cautela,
y caminar las calles
y saludar los rostros que me esperan.

Debo adherirme el alma también, ineludiblemente.


La sangre de mis padres, por esencia, vivos en mi
como un eterno fuego guardado por vestales.
Escancio la memoria y un sendero brota de mis ojos infantiles.
La mañana es de mi décimo febrero, mes de mi nacimiento.
Un reguero de sol baña la antigua casa hecha de quinchas.
Mi madre, pequeña, delgada, inacabable, se afana en sus quehaceres,
luce un vestido lila de flores pequeñitas y se recoge el pelo lacio y gris
en una breve cola.
Mi padre canta, en mis reminiscencias canta siempre un viejo huayno
y afila su machete bajo la sombra robusta de un naranjo.
Huele a café, al humo del fogón, a choclos tiernos sobre la brasa roja,
en armonía fugaz con un alborotado corro de gallinas.
Ladra el negro y más allá los bueyes, con un coraje manso,
imperturbables pastan.
Un viento suave se levanta y los recuerdos, entre un gorjear de hojas, se
esfuman por la finca.

Asumo mi existencia, entonces, y los anhelos de mi mañana de hoy


en el cuenco de un día que es a la vez todos los días de mi vida,
como un continuo río cuyo cauce recorre el mismo sueño.
Soy el instante que fue y el que será y la suma exacta del instante
que ha de ser todo el tiempo que me conceda Dios.
El barro del génesis y las trompetas del apocalipsis.
Soy mi padre y mi madre y a la vez todas las emociones, los actos y las cosas.
Lo que a falta de verbo consonante,
yo lo suelo llamar mi cotidiano.

(Johnny Mállap Rivera)

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