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LECTURAS PARA EL ANÁLISIS Y LA DISCUSIÓN

1. Construya o extraiga la idea principal de cada uno de los siguientes textos.


2. Escriba comentarios de cada uno, mínimo 10 renglones cada comentario.

TEXTOS

El uso de las redes sociales y el atraso escolar

Es innegable el beneficio que han traído consigo las redes sociales, en el aspecto
de la enorme facilidad que aportan para la comunicación intercontinental y el
traslado en tiempo real de la información. Pero en los últimos años han traído
desordenes y hasta riesgos para los usuarios y para quienes los rodean. Por
principio, las nuevas generaciones, cada vez más obesas, no logran despegarse
del asiento frente al monitor de su computadora, otros no despegan sus dedos de
sus celulares y blackberrys, perdiendo no solo tiempo de interacción real con
humanos tangibles, especialmente sus familiares, sino también postergando sus
tareas y estudios por preferir seguir obsesivamente la menor tontería que
aparezca en alguna de esas redes sociales, llegando en la mayoría de los casos a
caer en la compulsión y obsesión, entonces se habla ya de adicción a las redes
sociales. Esta enfermedad aumenta enormemente, y miles de personas pierden
no solo  materias escolares, algunas el año escolar por completo e incluso el
trabajo, cuando desatienden en su totalidad sus deberes por atender cualquier
novedad en las redes, aunque sea algo totalmente absurdo.

Por otra parte, también aumentan los casos de jóvenes agredidos por otros
usuarios, quienes los acosan y suben fotos o videos humillantes de sus incautas
víctimas, quienes las más de las veces, dan información privada a cualquiera que
quiera interactuar con ellas,  sin pensarlo antes, y solo se enteran del video o foto,
cuando otro conocido les manda la información. Es entonces que  se dan cuenta
de su error, pero demasiado tarde: su imagen está dañada y es casi imposible de
borrar del Internet. Por eso es mejor usar las redes sociales, solo para lo que
fueron hechas, pero cuidando no caer en la adicción ni descuidar los estudios.
Pueden ser muy entretenidas, pero al final, existe el mundo real, y para sobrevivir
en él se necesitan conocimientos reales, fuera de la realidad virtual.

Autor: Víctor Humberto Clemenceau.


EL TIEMPO MUERTO
Por: Héctor Abad Faciolince

TENEMOS TANTAS COSAS PARA MATAR el tiempo que ya nunca tenemos


tiempos muertos. Yo, como todos, me estoy enloqueciendo.

Yo no soy yo, como usted ya no es usted, o no es usted solamente. Somos


nosotros, más las prótesis a las que vivimos conectados: aparaticos de bolsillo,
objetos inalámbricos, pantallas titilantes, jueguitos, una lista infinita de personas
on-line, como felinos al acecho, que interrumpen para lo más anodino, lo más
importante o lo más fútil.

 Es imposible pasar una hora (otros un minuto) sin controlar dónde está tal, por
dónde viene aquel, quién ha escrito o no ha escrito, cómo sigue tal otra, con quién
está tal cual. Todo se va convirtiendo en mensajes breves e instantáneos. Mis
amigos ya no vienen a comer y a conversar a mi casa: vienen a revisar sus
correos y a mandarse mensajes mientras fingen que su mente está conmigo. No,
su mente está en todas partes, y una fracción está también aquí, pero en realidad
tienen el cerebro dividido en gajos de atención, como si fuera una naranja, y a
nadie le dan la fruta entera. No son ellos completos los que me están haciendo
una visita o teniendo una conversación seria. ¿Cómo pueden chatear y chuparse
una concha al mismo tiempo?

Cada vez noto más, cuando me llaman, que en vista de que estoy mirando al
mismo tiempo la pantalla del computador, mi atención es flotante, no del todo
presente en la situación, y a duras penas consigo entender lo que me están
diciendo. Cada vez noto más, cuando yo llamo, que a mí también me prestan una
atención distante, distraída, de cerebro dividido en varias funciones al tiempo. No
hay concentración, no hay secuencias, hay saltos. Estamos rodeados por mareas
de autistas hiperactivos y dispersos.

 Ya no hay quien crea que alguien está hablando solo o está loco cuando va por la
calle hablándole al viento: no, está hablando con alguien a través de un micrófono
inalámbrico y un audífono invisible. Ya no hay nefelibatas, ya nadie vive en las
nubes: todos están conectados a algo o a alguien todo el tiempo: pasan trotadores
conectados al i-pod, no dejan de chatear o de mandarse sms. Antes había casos,
cuando el avión aterrizaba, de unos pocos adictos que corrían a fumarse un
cigarrillo; ahora nadie parece adicto porque todos lo somos: lo primero que
hacemos cuando el avión toca tierra es prender el teléfono. Y hasta hay idiotas
que gritan en la cabina: “Recuerde que esto que le estoy diciendo es muy delicado
y muy confidencial”, pero lo esparcen a los cuatro vientos.
  Al montarme al carro pienso en las llamadas que haré para no perder tiempo
mientras esté en semáforos largos o en embotellamientos de tráfico. No hay
tiempo muerto, no hay un instante para estar ensimismado, para mirar el paisaje,
para recoger los pedazos del alma, para armar el rompecabezas de las
ocurrencias, para rumiar una frase que se quiere escribir, para pensar en algo que
se oyó o que se nos ocurrió, en suma, para aclarar las ideas.

 Me atormenta la vida el hecho de pasar el día entero frente a una pantalla (ya
muchas menos horas del día las paso frente a las páginas de un libro o frente a la
contemplación sedosa y sedentaria de un árbol, un lago o una montaña)
salpicando entre temas, con una atención dispersa. Hay quienes dicen que si el
cerebro no descansa con una pausa en los estímulos, poco se aprende. Todos
parecemos muchachos con déficit de atención: saltando de una cosa a otra,
saltando aquí y allá, enloquecidos. Si alguien mete las patas ya no se da un
codazo: se manda un mensajito por el Blackberry.

La televisión ya es un mueble viejo: a nadie se le ocurre pasar el tiempo


concentrado en un programa. Comparada con las nuevas tecnologías, la televisión
parece tan anticuada como un libro encuadernado en pergamino. ¿Qué es una
telenovela, comparada con la telenovela real de Facebook? Ya no hacemos casi
nada porque nos pasamos el tiempo haciéndolo todo al mismo tiempo. Ya no
estamos aquí porque nos la pasamos conectados a otra parte.

¿Educar sin autoridad? Publicado en: El Tiempo

Autor: Saúl Hernández Bolívar  - 25/08/2015

Un joven no se pule él solo, haciendo lo que le dé la gana. Pero hay algo peor a
que se manden solos, y es mandarlos mal.
Un estudiante del colegio Marco Fidel Suárez de Bogotá murió por consumir una
mezcla de sustancias enervantes y varios más resultaron intoxicados. Hubo
escándalo y las autoridades distritales y nacionales se rasgaron las vestiduras,
como si desconocieran en qué pasos andan los adolescentes de hoy: inhalan
hastaFrutiño.

Alguien decía en la radio que la ausencia de autoridad en los colegios y la falta de


control sobre los jóvenes son producto del Decreto 230 del 2002 (administración
Pastrana), conocido como ‘Ley de Promoción Automática’, mediante el cual se
reglamentó que solo el 5 por ciento de los estudiantes de cada establecimiento
podía perder el año, dándoles por aprobado el curso a los demás sin importar si
en realidad lo habían ganado o no.

Esa aberración llevó la educación colombiana al más bajo nivel, graduando a


miles de bachilleres a pesar de haber perdido muchos años que no repitieron
gracias a que no estaban entre el 5 por ciento de los más mal calificados. Toda
una generación de ignorantes que no tienen los conocimientos básicos para
formarse en una universidad y que carecen de aptitudes elementales para el
mundo laboral, pero que han arribado por cantidades industriales a ambos
entornos provocando una verdadera hecatombe. A cualquier profesor universitario
le consta el bajísimo nivel de los estudiantes de hoy y su escasa propensión al
estudio. Solo quieren que les regalen la nota.

Sin embargo, si bien ese decreto llevó a que se perdiera la exigencia académica,
la autoridad se había perdido antes, con la Constitución de 1991 y el cacareado
“libre desarrollo de la personalidad”. A partir de entonces se les arrebató toda la
autoridad a los docentes y hasta a los mismos padres de familia, trastrocando los
paradigmas de autoridad en un abrir y cerrar de ojos. Se llegó a que los
estudiantes no solo desobedecen olímpicamente a sus maestros, sino que incluso
los agreden sin recibir castigo alguno, algo impensable hace apenas un cuarto de
siglo. Y los padres dejaron de ser aliados de los docentes en la formación de sus
hijos para convertirse en alcahuetes que también suelen maltratar a los
profesores.

Hoy, todos se llenan la boca pidiendo y prometiendo educación de calidad.


Construir 30.000 aulas (más de 600 por mes en lo que queda de este Gobierno) e
incrementar el presupuesto para implementar la jornada única exigen grandes
esfuerzos. Se habla también del gran reto de conseguir profesores excelsos, de
que los mejores estudiantes no solo se interesen por la Medicina o las ingenierías,
sino que se inclinen por el magisterio, atraídos, entre otras razones, por una buena
paga. Todo eso se irá por el caño mientras nuestra juventud siga teniendo una
mentalidad deformada por tanto libertinaje.

A los jóvenes también los rige la segunda ley de la Termodinámica: tienden a la


dispersión, al caos, a la entropía. Un joven no se pule él solo, haciendo lo que le
dé la gana. Pero hay algo peor a que se manden solos, y es mandarlos mal,
convirtiéndolos en esclavos de distintos amos que pretenden doblegar a toda la
sociedad. El video viral de las jovencitas que le hacen caso a un desconocido que
las contacta por Facebook es una muestra de lo maleables que son los jóvenes.
Un ejercicio de autoridad mal enfocado puede hacer estragos, como el
adoctrinamiento al estilo cubano que traerá la ‘cátedra para la paz’.

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