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Ustedes oren de este modo

Jesús se mueve entre los pueblos que están muy cerca del Mar de Galilea. Casi todas las
locaciones donde realiza su ministerio público antes de subir a Jerusalén, están en torno a
este sitio: Hippos, Gerasa, Betsaida, el Jordán, Corazin, Cafarnaúm, Tagha, el Monte de las
Bienaventuranzas, Magdala, Caná, Tiberidades, Monte Tabor, etc. Es la Galilea de los
gentiles, el lugar privilegiado donde San Mateo sitúa la mayoría de los discursos y milagros
más importantes. Es también el lugar donde el evangelista sitúa la manifestación del
resucitado a sus discípulos. Galilea tiene pues, para San Mateo, un valor mucho más
teológico que geográfico, ya que le sirve para ir revelando el universalismo de la salvación
que alcanza también a estos que los fariseos no consideraban “puros” o “piadosos”.

El evangelista nos cuenta que Jesús pronunció su primer gran discurso, en un lugar que
luego sería conocido como El Monte de las Bienaventuranzas (Mt 5-7). Y su segundo
discurso misionero en Cafarnaúm, la ciudad donde vivía Pedro (Mt 8-11,1). Ambos están
muy cerca geográficamente hablando. Y hasta el día de hoy, se recuerdan y celebran allí
estos eventos que se cuentan en los pasajes que van desde Mateo 4,17 hasta Mateo 11,1. Y
son visitados anualmente por miles de peregrinos.

Pero para San Mateo, que escribe alrededor del año 80 d.C, para comunidades mixtas,
integradas por conversos del judaísmo, y otros de origen pagano, esos lugares tienen, sobre
todo, una significación teológica y pastoral extraordinaria. En primer lugar, porque allí se hizo
patente su programa profético. Jesús, como nuevo Moisés, sublima la Ley utilizando la
fórmula: “ustedes oyeron que se dijo…, pero yo les digo”. Todo el Sermón de la montaña
-con su obertura en las Bienaventuranzas-, constituyen una gran síntesis teológica acerca de
quién es Jesús y cuál es el programa de vida de estas nuevas comunidades de seguidores.
Esta presentación la hace como cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento, al
cual cita frecuentemente, y concretizándolo con curaciones milagrosas.

En segundo lugar, porque la comunidad mateana vive el enfrentamiento con la sinagoga, de


la cual son expulsados y anatematizados (la oración Birkat-Ham-Minin es muestra de ello). Y
con los judeo-cristianos, que se empeñan en observar las prescripciones gastronómicas y
cultuales judaicas (la circuncisión, los Tefillá, etc.).

Muchos textos de este módulo tienen una relevancia extraordinaria para la vida de fe. Pero el
del Padre Nuestro destaca por revelar la intimidad de su oración personal con el Padre.
Aparece en el contexto de su enseñanza sobre la limosna (Mt 6,2) la oración (Mt 6,5) y el
ayuno (Mt 6,19). Prácticas que la Iglesia no abandona, sino que las recomienda realizar, no
públicamente, como hacen los “hipócritas”, sino en privado. Incluso la Didajé testimonia que,
contrario a los días habituales en el judaísmo para tales prácticas, las comunidades
cristianas comienzan a realizarlas los miércoles y los viernes. La separación definitiva estaba
en marcha.

Jesús enseña a realizar esta oración con sencillez, como dándonos un signo de nuestra
adopción filial. Hijos a quienes el Padre escucha siempre sin que tengamos que multiplicarla
con palabrerías, pues el Padre sabe lo que necesitamos antes que se lo pidamos. Tan
importante fue, la oración del Padre Nuestro para la Iglesia que se convirtió muy pronto en
una oración bautismal, que pronunciaban los neófitos el día de su renacimiento. Y luego una
oración eucarística, que durante siglos la Iglesia ha rezado comunitariamente cada domingo.
El Padre Nuestro encabeza nuestro patrimonio eucológico. La Didajé, instruye sobre su
frecuencia (tres veces por día), y su lugar (los neófitos cristianos el día de su bautismo), y el
resto de la comunidad durante la eucaristía. Los primeros oyentes de esta oración
pronunciada por Jesús fueron sus mismos discípulos.

Diácono Orlando Fernández Guerra. Habana. Cuba

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