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La piedra y la sopa

Érase una vez, un caballero que volvía de sus andanzas por el mundo. Una helada mañana,
cansado de mendigar pan sin conseguirlo, llegó a una granja que quedaba en las afueras de la
comarca. Muerto de hambre y de frío, golpeó sus palmas y esperó.
-¿Tendrá algo caliente para calmar mi apetito? –le preguntó compungido a la señora que lo
recibió. En un primer momento, la mujer le dijo que no tenían alimentos ni para ellos.
Entonces, el caballero le preguntó si tenían una gran olla y agua para calentar.
Presurosa, la granjera fue en busca de un viejo caldero, lo llenó de agua que extrajo de un
arroyo cercano que cruzaba la granja, y lo colgó sobre las llamas chispeantes del fuego recién
encendido.
Ante su sorpresa, el caballero abrió sus polvorientas alforjas y extrajo del interior una
piedra que era similar a las que bordeaban el viejo camino. Y ante la mirada atónita de la pobre
mujer, la introdujo en la olla.
-¿Por qué haces eso? –le preguntó intrigada.
Porque es una piedra para hacer sopa -le respondió.
Inmediatamente, la señora llamó a sus pequeños hijos y a su esposo. ¡Hasta se acercó un
vecino que por allí pasaba!. Todos se encontraron reunidos alrededor de tamaña maravilla.
Charlaban distraídos, cuando el agua comenzó a hervir.
-¿Habrá un poquito de sal? –preguntó, de pronto, el caballero.
La mujer le alcanzó un puñado que fue a parar al caldero hirviente. La charla seguía
entretenida y entre burbujas desfilaban las aventuras del caminante.
-Un zapallo y unas habas pondrían gustoso este caldo –comentó, al pasar, el buen señor.
Sin pensarlo dos veces, la pequeña de la familia corrió a la huerta para traérselos. De esta
manera, el zapallo y las habas en la olla comenzaron a hervir y el caballero retomó el relato de sus
recientes correrías.
-¡Que buena consistencia le darían una papas, y mejor gusto le pondrían unas cebollas! –
insistió el caminante.
-¡De eso me encargo yo! –dijo el vecino, entusiasmado. Y por salir apresurado, casi se lleva
por delante al hijo mayor que regresaba de cazar.
-¡Cómo anillo al dedo vendrían los conejos! –dijo el caballero, ahora cocinero.
-De acuerdo. Mis conejos ¡a la olla! Pero… ¿qué es lo que están cocinando? –dijo el joven
cazador.
-Estamos preparando una sopa maravillosa con la piedra maravillosa que trajo el caballero –
le respondió convencida su madre.
Finalmente, todos saborearon la deliciosa sopa, y cuando el caballero se fue, le regaló la
piedra a tan amable familia, en agradecimiento por su hospitalidad. Cerró sus alforjas, ahora sin
ella, y partió en busca de nuevas aventuras. Por suerte, al desandar el camino, levantó otras que
estaban cerquita, cerquita del próximo poblado.

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