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Ocupación de Roma por Porsenna. –Según una tradición griega, la llamada “crónica
cumana”, hacia el 505 o 504 a.C., la dinastía reinante en Roma fue expulsada por Porsenna, rey
de la ciudad etrusca de Clusium, que, utilizando la ciudad como base, intentó extender su
dominio tanto sobre el Lacio, frente a la liga latina, como sobre Campania, frente a las
ciudades griegas, entre las que destacaba Cumas. La coalición de la liga latina y el tirano de
Cumas, Aristodemo, deshicieron los ambiciosos planes de conquista tras la derrota del hijo de
Porsenna, Arruns, a las puertas de la ciudad latina de Aricia. El propio rey hubo de refugiarse
en Roma, donde bajo su “protectorado”, la aristocracia patricia romana dio vida al nuevo
sistema político republicano. La posterior desaparición de Porsenna dejó enfrentada a Roma
con el conjunto de la liga latina.
El foedus Cassianum. –Según la tradición, la liga de los treinta populi latinos llegó a la
confrontación armada contra el ejército romano, que acabó con la épica victoria de Roma
cerca del lago Regilo (499). En realidad, la victoria no fue tan decisiva, puesto que Roma hubo
de suscribir un pacto, el foedus Cassianum (así denominado por el cónsul Espurio Casio),
mediante el cual entró a formar parte de la liga (493) como un miembro más, aunque la
tradición la presenta como cabeza hegemónica.
Guerras contra ecuos y volscos. –Las largas y complicadas guerras contra ecuos y volscos,
que la tradición presenta como dirigidas por Roma, fueron en realidad una empresa común
latina y se prolongaron durante todo el siglo V. su discurso abunda en episodios heroicos, que
reflejan la extraordinaria dureza de la lucha. De estos episodios, algunos han pasado a la
literatura universal, y sus fantásticos protagonistas representan todavía ejemplos de virtud o
valor, como Cincinato –el orgulloso y austero romano que, mientras labraba su campo, se
enteró de que había sido nombrado dictador y, abandonando el arado, se puso al frente del
ejército para vencer a los ecuos- o Coriolano: para vengar una injuria, traicionó a su patria y
condujo a un ejército volsco hasta los muros de Roma; los ruegos de su madre y de su
hermana le convencieron para retirarse y pagó su arrepentimiento con la muerte.
Hacia comienzos del último tercio del s. V, Roma y la liga había ya traspasado la línea de
auténtico peligro para pasar a la acción. Al empezar el IV, ecuos y volscos dejaron de
representar un problema, aunque tras la catástrofe gala, todavía se enfrentarán a Roma, hasta
su total aniquilación.
Relaciones con los sabinos. –En cuanto a las relaciones con los sabinos, cuyos contratos
con Roma eran ancestrales, no fueron tanto de guerra generalizada como de continuas
infiltraciones, con algún episodio bélico. A mitad del s. V, la extensión de Roma por territorio
sabino y la firma de acuerdos, relativos al derecho de trashumancia y al comercio de la sal,
liquidaron el problema, hasta la anexión del espacio sabino por Roma, siglo y medio más tarde.
Las colonias latinas. –La actividad militar de la liga todavía se completó con una fructífera
empresa: la fundación de colonias, con fines estratégicos, dispuestas en las avanzadillas del
territorio latino, al que protegían, al tiempo que afianzaban las conquistas. Estos
establecimientos, en los que tomaban parte contingentes de las comunidades federales, una
vez asentados, dejaban de depender de sus metrópolis y se transformaban en comunidades
soberanas y miembros de pleno derecho de la liga. La tradición analística presenta a Roma
como fundadora de estas colonias, disfrazando su auténtico carácter federal, aunque también
participaran en su formación elementos romanos. Fdenae, Signia, Cora, Norba, Ardea,
Satricum, son algunas de estas fundaciones.
Roma y Veyes.
Los lazos federales no suponían la prohibición de una política independiente, fuera de los
compromisos comunes. Roma, haciendo uso de esa capacidad individual de obrar, llevó a
cabo, durante el s. V, una doble política de colaboración con la liga por un lado y de expansión
independiente por otro, en espacios ajenos a los intereses latinos, que la robustecían y
colocarían en posición ventajosa frene al resto de las ciudades del Lacio.
Veyes (Veii), a 17 km de Roma, era una ciudad etrusca aún poderosa cuyo territorio se
extendía hasta el Tíber. La vecindad de las dos ciudades hizo crecer la enemistad por el interés
de ambas en la posesión de los mismo bienes: el monopolio en la explotación Salaria, hasta el
momento en manos de Veyes, gracias a la posesión de la plaza de Fidenae, a 7 km de Roma.
La guerra contra Veyes. –En la tradición, la guerra contra Veyes aparece como un conflicto
centenario, que comenzaría hacia el 483 con enfrentamientos armados por la posesión de
Fidenae y el control del valle de Crémera. Un episodio de esta lucha merece destacarse por su
alcance sociológico: el sacrificio de una entera gens romana, los 306 Fabios aniquilados en el
477 a orillas del Crémera. Más allá de la leyenda, el relato descubre el horizonte, aun
fuertemente gentilicio de los primeros tiempos de la república patricia y el eco de los antiguos
ejércitos “caballerescos” y privados, llamados a desaparecer con la táctica hoplítica.
Ampliación del territorio romano. –Con la anexión de Veyes, Roma duplicaba su territorio.
La conquista no sólo proporcionó un considerable botín sino sobre todo la posibilidad de llevar
a cabo un extenso reparto de tierras cultivables, que una vez parceladas, fueron asignadas a
ciudadanos romanos a título individual.
Así, a comienzos del s. IV, Roma controlaba 2500 km cuadrados de territorio, tanto como
el de las restantes ciudades de la liga latina juntas. Era ahora, por tanto, la más poderosa
ciudad del Lacio con claras apetencias hegemónicas sobre la confederación. Este gigantesco
esfuerzo iba a ser puesto en entredicho como consecuencia de la invasión gala.
3. La primera mitad del s. IV: la anexión del Lacio.
Los celtas o galos, pueblos nómadas originarios de la Europa central, se habían ido
extendiendo desde finales del s. VI por el valle del Po, donde después de poner fin a la
colonización desarrollada por los etruscos, terminaron por instalarse convirtiendo la llanura de
este río en la Galia cisalpina. La estabilización no fue completa, y probablemente, presionados
por nuevos contingentes, iniciaron a comienzos del s. VI una serie de violentas incursiones en
el interior de Italia, cuya meta no era tanto la conquista de nuevos territorios como la más
elemental del saqueo. Su irrupción desencadenó graves consecuencias al romper el equilibrio
de fuerzas existentes en esos momentos en Italia central.
Así, en el 390 o 387, una banda de galos senones, dirigida por Brenno, tras un
fracasado intento de saquear la ciudad etrusca de Clusium, se aproximó a Roma. Junto al río
Alia, a 16 km de la ciudad, las fuerzas romanas que les salieron al paso fueron completamente
derrotadas. La fecha, el 18 de julio, quedaría para siempre en el calendario romano como diez
ater (negro). Los galos cayeron sobre la ciudad que fue devastada a excepción de la fortaleza
del Capitolio, que resistió entre episodios y anécdotas magnificados por la leyenda. Finalmente
los galos se retiraron, contra el pago de un fuerte rescate y cargados de botín. Según la
tradición cuando abandonaron Roma, fueron sorprendidos por el dictador Camilo y
derrotados.
La hostilidad de las ciudades latinas. –En vísperas del ataque galo, Roma se encontraba
en camino de hacer efectiva su hegemonía sobre el conjunto de la liga latina, que cuestionaba
esta pretensión. La invasión fue utilizada por un núcleo de ciudades de la confederación para
enfrentarse decididamente a Roma, que no dudaron en servirse para ello de las incontroladas
energías de los pueblos montañeses (ecuos, volscos y hérnicos), poco antes enemigos.
Alianzas con Caere y Cartago. –Mientras tanto, tras la conquista de Veyes, Roma había
entrado en contacto directo con las ciudades del sur de Etruria, debilitadas por la competencia
de los griegos, quienes contaban con la alianza del poderoso estado de Siracusa. Roma,
acorralada en el Lacio, firmó con su vecino septentrional, la ciudad etrusca de Caere,
combatida por Siracusa, un tratado de amistad y colaboración que suponía la automática
enemistad de la primera potencia marítima del occidente griego. Este juego de fuerzas echó a
Roma en brazos de la principal rival del estado siracusano, Cartago, con la firma de un segundo
tratado en el 348, refrendado con un tercero en el 343 que reafirmaba los intereses romanos
en el Lacio.
En los años siguientes a la invasión gala, Roma consiguió, aun con la hostilidad de
algunas ciudades latinas, frenar las renovadas fuerzas de los pueblos montañeses y construir
un cinturón alrededor de su territorio, gracias al mantenimiento de la alianza con el núcleo de
la liga federal. Poco después, en el 358, esta alianza se había convertido en velada
subordinación a Roma, cuando los latinos fueron obligados a renovar el viejo tratado del 493 –
el foedus Cassianum-, ya no en pie de igualdad, sino bajo la hegemonía de la ciudad del Tíber.
La guerra latina. –Los acuerdos firmados por Roma con cartaginenses y samnitas, antes
citados, y la decidida voluntad de extender sus intereses en Campania hicieron comprender a
los latinos que la equívoca política seguida por los romanos sólo perseguía suprimir, tarde o
temprano, la propia independencia del Lacio. La inmensa mayoría de la confederación se unó
entonces contra Roma, apoyada por los volscos de Antium y por ciudades campanas. En
Trifanum, cerca de Sinuessa, las fuerzas romanas derrotaron a la coalición (340) y después de
tres años de guerra, acabaron con la resistencia latina (338).
Anexión del Lacio. –Ya no era necesario fingir siquiera una nueva remodelación de la
liga. Mediante pactos bilaterales con las distintas ciudades, Roma afirmó su hegemonía, sin
ensañarse en una innecesaria represión. Salió así de la guerra robustecida y engrandecida, al
añadir las fuerzas de las ciudades anexionadas a su aparato bélico. Y aún plantó las raíces de
una de sus más fecundas instituciones político-sociales, la fundación de las primeras colonias
de ciudadanos romanos, a semejanza de los establecimientos federales latinos, en la costa,
como Ostia, Antium y Tarracina.
4. El conflicto patricio-plebeyo.
El dualismo patricio-plebeyo.
Esta complicada política exterior, conducida con éxito, no dejaría de influir en el interior,
sobre el ordenamiento social de la ciudad, en manos de una restringida aristocracia patricia,
que paralelamente a las guerras, luchaba desesperadamente por mantener el control de la
dirección política y sus privilegios ancestrales frente al resto de la población.
En efecto, la historia interna de Roma, durante el s. V y parte del siguiente, bascula sobre
el conflicto entre los dos órdenes en que se dividía la población romana, en patricios y
plebeyos.
El patriciado romano. –A partir de la segunda mitad del s. VIII a.C., durante la época
monárquica, se produjo el proceso de formación del patriciado cuando un grupo de familias
logró elevarse sobre el conjunto de la comunidad romana al monopolizar en sus manos el
primitivo derecho consuetudinario, la dirección de la esfera religiosa de la sociedad y el
disfrute de la mayor parte de la propiedad inmueble. Si bien los reyes “etruscos” intentaron
disminuir su poder en beneficio de un estadio unitario, hubieron de compensarlas con la
concesión de honores y privilegios. Con todo ello, estas familias de patricii fueron
destacándose del resto de la población libre, la plebs (la “muchedumbre”), como aristocracia
inaccesible y, cuando se produjo el cambio de régimen, lograron erigirse en protagonistas.
La “serrata” del patriciado. –No sabemos cómo se operó el tránsito del poder de la
monarquía a esta aristocracia de casta, si gradual o violentamente, ni el papel que desempeñó
la plebe. Durante los primeros años tras la expulsión de los reyes, la comprometida situación
exterior de Roma, enfrentada a la liga latina, aconsejó al patriciado mantener una actitud
conciliadora con la plebe, como prueba la entrada en el senado de elementos no patricios, los
conscripti. Pero hacia el 486, tras la victoria del lago Regilo y la firma del foedus Cassianum, los
patricios tendieron hacia posiciones más radicales con el propósito de convertirse en una casta
cerrada, detentadora de todos los privilegios, mediante el control exclusivo de los órganos de
gobierno, la religión pública, el derecho y los recursos económicos. Con ello, el Estado se
transformó en un régimen oligárquico de base gentilicia, conocido por los historiadores como
serrata del patriziato. Las familias patricias se reservaron el monopolio de todos los hilos
importantes de la vida pública, a través de su pertenencia a un determinado número de
gentes, y cerraron sus puertas a la admisión de otras nuevas por medio de matrimonios
endógenos, que sólo reconocía validez jurídica (el connubium) a las uniones entre parejas del
estamento patricio.
El estado patricio. –Así, a la cabeza del Estado se colocó el antiguo consejo real, el senado,
como órgano permanente de la oligarquía, cuyos miembros, los patres, ejercían la soberanía a
través de la auctoritas o poder protector de sanción sobre cualquier decisión de carácter
público. Las funciones ejecutivas, civiles y militares fueron puestas en manos de magistrados
sometidos al control del senado y elegidos, con carácter temporal, entre las filas patricias. Se
discute tanto el nombre como el número de estos supremos magistrados, que en un cierto
momento se convirtieron en un órgano colegial de dos miembros, los consules.
El ager publicus era el territorio propiedad del Estado que podía ser cedido al disfrute
privado de los ciudadanos romanos para su explotación económica. La oligarquía dirigente
monopolizó en sus manos este disfrute mediante la ocupación o possesio de las tierras
estatales, con exclusión de la plebe, que pretendía su distribución, no en régimen de
ocupación sino como propiedad privada, según criterios estables de asignación que
garantizasen la subsistencia familiar.
La exigencia era todavía más acuciante por la escasa fertilidad del suelo, que llevaba en
muchos casos al a ruina del pequeño campesino, enfrentado a las malas cosechas y a las
crecientes obligaciones militares que le impedían cultivar sus tierras con la necesaria atención.
No era raro que el campesino, acuciado por la necesidad, se viera obligado a acudir para
asegurar la subsistencia a los ricos propietarios en demanda de préstamos. Su impago dejaba
al deudor en manos del acreedor, quien de acuerdo con la institución del nexum, podía
convertirlo prácticamente en un esclavo a su servicio.
Diferenciación de la plebe. –La egoísta política patricia debía ser el aglutinante de esta
masa heterogénea, en una gradual toma de conciencia que la convertiría, sino en una clase
social, sí en un estamento diferenciado de la sociedad, con metas definidas no tanto propias
como en su función antipatricia: es decir, no tanto como una clase en sí, sino como una clase
antipatricia. Esta resistencia patricia contribuyó a disminuir factores de desunión de la plebe,
especialmente económicos. En efecto, no toda la plebe era pobre o ni siquiera de recursos
modestos. Al lado de la plebe “proletaria” urbana y de los pequeños propietarios, existían
también algunas familias plebeyas que, a semejanza de los patricios, habían tejido sus
clientelas y gozaban de un respetable poder económico.
Problemas cronológicos.
El conflicto nace, según la tradición, en el año 494, con la seditio del monte Sacro, y finaliza
en el 287 con la lex Hortensia; se extiende por tanto a lo largo de más de dos siglos. No pudo
tratarse, como es evidente, de un proceso revolucionario lineal sino de una época de
conflictos, con periodos de erupción violentos, entre otros de malestar contenido. Por otra
parte, la cronología no ofrece garantías al no poder cotejarse el relato tradicional (lleno de
repeticiones, anacronismos, personajes ficticios o adornados con acciones legendarias) con
fuentes más dignas de crédito. Respetamos, no obstante, en nuestra exposición la cronología
tradicional para no dar lugar a errores, aun a sabiendas de su carácter proco fiable. En
cualquier caso, la importancia reside en el proceso, cuyas causas, discurso y puntos de
inflexión son la secessio del monte Sacro en el 494; la codificación de las Doce Tablas en el 450;
las leyes Licinio-Sextias del 367, y la citada lex Hortensia que da fin a la lucha.
La secessio del 494. –Para poder hacer frente al estamento patricio, la plebe necesitaba
una organización propia, lo que se consiguió, según la tradición, en el año 494, cuando se
retiró en masa al mons Sacrum o al Aventino, abandonando Roma a los patricios y supeditando
su regreso al reconocimiento de una serie de puntos. La constitución aristocrática no dejaba
otro recurso a la plebe que intentar por vía revolucionaria el logro de sus reivindicaciones,
mediante la organización de una comunidad que defendiera a sus miembros, impuesta por la
fuerza al estado patricio. Se acordó entonces conceder a la plebe unos magistrados propios y
excluir a los patricios de esta función.
El protagonista del proceso, que contempla el nacimiento de la plebe como Estado dentro
del Estado, no fue la plebe en su conjunto sino sólo fracción de propietarios plebeyos que
servía en el ejército. Esta classis aprovechó la desfavorable coyuntura de la política exterior (el
periodo en que Roma se ve enfrentada a las poblaciones apenínicas y a la liga latina, antes de
la firma del fodeus Cassianum) para plantear su “golpe de estado”, al negarse a servir en las
filas de la infantería legionaria y amenazar con constituir una nueva ciudad si el estado patricio
no los reconocía, al menos, como comunidad y aceptaba como interlocutores válidos a sus
representantes.
Los tribunos de la plebe: sus prerrogativas. –Estos representantes fueron los tribunos de la
plebe, a los que plebe dotó, aunque no por vía legal, con una garantía de protección mágico-
religiosa, una lex sacrata: la persona del tribuno era inviolable y convertía en sacer, es decir,
maldito, a todo aquel que atentara contra ella y como tal, objeto de una sumaria justicia de
linchamiento. Su número fue en principio de dos, para luego ampliarse hasta quedar fijado en
diez.
Los tribunos desarrollaron gradualmente las dos funciones que los convertían en el pilar
del movimiento plebeyo, el auxilium y la intercessio. Por la primera el tribuno tenía el derecho
y la obligación de proteger al plebeyo condenado por la justicia patricia utilizando
precisamente como arma la intercessio o veto contra la magistratura patricia, una potentísima
arma con la que podía incluso paralizar el normal funcionamiento de Estado. Estas funciones
dieron forma al extraordinario poder del tribuno, la tribunicia potestas, que no obstante sólo
tenía vigencia dentro de los sagrados muros de la ciudad, el entorno del pomerium. Fuera de
él, el ejército centuriado se plegaba a la rígida disciplina de los jefes en campaña, al imperium
de los cónsules patricios.
El eco de la tradición. –El eco de la presión plebeya y la dura resistencia patricia, en una
época de intensas dificultades como son los primeros decenios del s. V, queda reflejada en la
tradición por episodios como el de Coriolano, que aprovechó el hambre de la plebe para
intentar obligarla a renunciar a sus representantes; el trágico fin de Espurio Casio, uno de los
puntales de la nobleza, que pagó con su cabeza su política filoplebeya de reparto de tierras, o
el asesinato del tribuno de la plebe Cneo Genucio, el mismo día que pretendía pedir cuenta de
su conducta a dos antiguos cónsules.
Con esta organización, la plebe a través de sus representantes, los tribunos, continúo
presionando para intentar acabar con el ilimitado poder del gobierno aristocrático. En el 462
se inició una de las décadas de mayor enfrentamiento con un doble objetivo: por una parte, la
clarificación del ámbito del derecho, hasta ahora, caprichosamente impuesto e interpretado
por los patricios; por otra, la sustitución de los magistrados patricios por una dirección del
Estado menos parcial e incontrolable. A estas reivindicaciones políticas se añadían, por
supuesto, las viejas aspiraciones económicas de reparto de tierras y anulación de las deudas.
Los decenviros. –La resistencia patricia fue finalmente superada y en el 451 se hizo cargo
del gobierno un colegio de diez personajes, todos patricios, que, suspendido el orden
constitucional vigente, tomaron en sus manos la dirección del Estado con la tarea primordial
de recopilar el derecho por escrito en el plazo de un año. Su trabajo, para el que se envió una
comisión a Grecia con el fin de estudiar la legislación de Solón, quedó plasmado en diez tablas
de leyes.
Las Doce Tablas. –Sin duda, la tradición sobre los decenviros incluye una gran cantidad de
elementos literarios de dudosa autenticidad, así como difíciles problemas en interpretación.
Pero no se puede dudar de su valor histórico y de su importancia, especialmente, por lo que se
refiere a la obra legislativa, la llamada ley de las Doce Tablas. Esta legislación, la primera
codificación legal de la historia romana, constituía según expresión de Livio, la “fuente de todo
el derecho público y privado”, y en época de Cicerón aún era aprendida de memoria en la
escuela, como venerable reliquia del pasado.
El valor de las Doce Tablas estriba, sobre todo, en haber abierto un camino de
reconocimiento por escrito de igualdad ante la ley, aunque muy relativa, y por tanto,
fácilmente manipulable.
Pero esta victoria patricia fue efímera. A partir de ahora, iba a ser muy difícil a los patricios
mantener el consulado en sus manos. Durante los siguientes decenios, la alta magistratura
sufre una serie de vicisitudes que demuestran un período de inestabilidad y de violentas
luchas.
La tradición relata que un tribuno de la plebe, Canuleyo, en el 445 propuso que se aboliera
la prohibición de matrimonios mixtos y que uno de los dos cónsules fuera plebeyo. Los
patricios habrían cedido en el primer punto, pero para sustraerse al otro, habrían transferido
el poder a los oficiales del ejército, los tribuni militares, investidos de poder consular, que
podrían ser elegidos indistintamente entre patricios y plebeyos; estos tribunos colegialmente
se alternarían de manera indistinta con los antiguos cónsules en la alta magistratura del
Estado. De hecho, a partir del 426 y tras las primeras experiencias aisladas, los tribuni militares
consulari potestate fueron la regla casi sin excepción.
Así, el nacimiento y desarrollo de los tribunos militares con poder consular sólo puede
explicarse como un precario compromiso ante fuertes presiones plebeyas, que los patres
trataron de frenar por esta vía indirecta al reconocer la posibilidad de que en circunstancias
concretas algún plebeyo pudiera integrarse en el colegio.
La institución del decenvirato sólo benefició al sector plebeyo más privilegiado, mientras
los problemas tradicionales de la plebe agraria seguían vigentes. Las guerras continuaban
siendo un factor de empobrecimiento para el sector más humilde del campesinado y, por su
parte, la elite plebeya sólo obtuvo un precario beneficio tras el decenvirato. Continuaron,
pues, de forma intermitente las reivindicaciones plebeyas que alcanzaron su punto culminante
en la década que comienza en el 376. Ese año, fueron elegidos tribunos de la plebe Cayo
Licinio Estolón y Lucio Sextio, que tuvieron la habilidad de resumir las reivindicaciones más
ansiadas de los distintos grupos plebeyos en un atrevido salto en todos los frentes, resumido
en tres proyectos de ley que afectaban a la cuestión de las deudas, al problema agrario y a la
aspiración plebeya al consulado. Licinio y Sextio, años tras año reelegidos como tribunos,
después de diez años de vigorosa oposición patricia y de caos político, lograron finalmente en
el 367 ver aprobadas sus propuestas.
El ager publicus. –La primera de las leyes Licinio-Sextias acometía el agudo problema del
ager publicus. Según su formulación legal, se impediría la ocupación de más de 500 iugera
(aproximadamente 125 hectáreas) de tierras propiedad del Estado. Esta limitación legal tendía
a una mejor distribución de la tierra, abriendo o ampliando la ocupación de ager publicus a la
plebe, al restringir la cantidad de extensión acumulable. No era tanto una ley contra el
latifundio, como un intento de abrir el disfrute de las tierras conquistadas a un mayor número
de possesores, para corregir el injusto contraste de ganancias para pocos y sacrificio para
todos.
La cuestión de las deudas. –La segunda de las leyes del 367 hacía referencia a un grave
problema económico de contenido social, la cuestión de las deudas. Ordenaba detraer, de las
sumas debidas, los intereses ya pagados y admitía asimismo el reembolso del capital restante a
plazos, en un periodo de tres años. Sólo fue el punto de partida de una serie de normas legales
posteriores que tenderían a suavizar la cuestión de las dudas, entre ellas, la lex Poetelia-
Papiria, del 326 que al abolir el nexum, suprimía la esclavitud por deudas. Pero el problema no
podía solucionarse definitivamente y renacerá a lo largo de la República como grave problema
social en épocas de dificultades.
Pretor y ediles curules. –El patriciado, sin embargo, al transferir la ejecutiva a los cónsules,
consiguió arrancar a sus funciones un campo importante que se reservó: la administración de
justicia en el ámbito de la ciudad, encargada al praetor urbanus. Menos de treinta años
después, a partir del 337, era admitido el primer plebeyo a esta alta magistratura judicial.
Asimismo, a los dos ediles plebeyos se agregaron otros dos curules con funciones de policía,
así como el encargo de organizar los juegos públicos. Pero incluso esta edilidad curul pronto
quedó abierta a los plebeyos.
El final de la lucha.
Los plebiscitos con fuerza de ley. –El camino de esta integración debía pasar
necesariamente por el reconocimiento de las decisiones tomadas en ellos, los plebiscitos,
como determinaciones legales vinculantes para todo el Estado. Vimos como una de las leyes
Valerio-Horacias, en el 449, ya contemplaba este punto como reivindicación plebeya. Se
trataba sólo de un punto de partida, que quedó definitivamente ratificado con la lex Hortensia
en el 287, año que se considera como punto final del conflicto patricio-plebeyo.