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HISTORIA DE LA ROMA MONÁRQUICA Y REPUBLICANA.

TEMA 1. LOS COMIENZOS DE LA REPÚBLICA Y EL CONFLICTO PATRICIO-PLEBEYO.

1. El problema de las fuentes.

El comienzo de la República está unido en la tradición a un relato grandilocuente de


pasiones personales: el hijo del rey, Sexto Tarquinio, ultrajó a una virtuosa matrona romana,
Lucrecia, que no deseando sobrevivir a la ofensa, se suicidó. Su marido, L. Tarquinio Colatino,
unido a Junio Bruto y a otros ciudadanos, sublevó al ejército contra el despótico soberano
hasta lograr expulsarlo de la ciudad. Tarquinio, tras intentar infructuosamente mediante
conspiraciones y con la ayuda de fuerzas exteriores, recuperar el trono, se retiró a Cumas,
donde murió. Mientras, en Roma, era abolida la monarquía y se instituía la República, a cuya
cabeza fueron puestos dos cónsules, con poderes limitados y personales. Estos
acontecimientos, según la tradición, tenían lugar el año 509 a.C.

Este relato personalista es evidentemente falso. La historiografía antigua, la analística,


cuya culminación representa la obra de Tito Livio, tejió una serie de relatos heroicos para
ofrecer la falsa imagen de una Roma que progresivamente se engrandecía, y concentró en la
fecha canónica del 509 a.C. el lento proceso de creación de un nuevo orden constitucional. La
falta de fuentes contemporáneas, tanto romanas como procedentes del exterior, convierten
así los primeros tiempos de la República en uno de los problemas más difíciles y controvertidos
de la historia de Roma, para cuyo desvelamiento sólo contamos con los datos de la
arqueología y con documentos dispersos auténticos, como los llamados Fastos consulares. Se
trata de la lista de marginados supremos, los cónsules, que daban nombre al año, cuya
historicidad, si no puede tomarse en consideración para los primeros años, se acepta en líneas
generales.

La labor del historiador, con este material, debe consistir en la reconstrucción, al


margen de datos y fechas concretas, de un proceso histórico coherente, que explique las
grandes líneas sobre las que se desenvuelven los primeros tiempos de la República, polarizadas
en tres grupos de hechos íntimamente concatenados: en el exterior, la lenta y progresiva
extensión del dominio de Roma en Italia; en el interior, el conflicto entre los dos órdenes en
que se dividía la población romana, patricios y plebeyos, paralelo a la creación y evolución de
la instituciones republicanas.

2. El horizonte exterior romano en el siglo V a.C.

La política exterior, es decir, el horizonte internacional en el que Roma se inserta, cumplió


un determinante papel en el desencadenamiento del proceso que transformó de raíz las bases
político-sociales del estado romano y por ello, parece conveniente iniciar con este tema la
explicación del proceso histórico al que hemos hecho mención. Este horizonte exterior,
complicado y amenazador, arrastró también a la ciudad del Tíber en el torbellino de relaciones
amigables y belicosas cambiantes que marcan la historia contemporánea de Etruria y el Lacio.
La analística otorga a Roma en estas relaciones un papel de protagonista para suscitar poética
y grandiosa de una Roma llamada por el Destino, desde sus difíciles comienzos, a dominar el
mundo. La realidad, sin duda, es mucho más humilde.

Roma y la liga latina.

Ocupación de Roma por Porsenna. –Según una tradición griega, la llamada “crónica
cumana”, hacia el 505 o 504 a.C., la dinastía reinante en Roma fue expulsada por Porsenna, rey
de la ciudad etrusca de Clusium, que, utilizando la ciudad como base, intentó extender su
dominio tanto sobre el Lacio, frente a la liga latina, como sobre Campania, frente a las
ciudades griegas, entre las que destacaba Cumas. La coalición de la liga latina y el tirano de
Cumas, Aristodemo, deshicieron los ambiciosos planes de conquista tras la derrota del hijo de
Porsenna, Arruns, a las puertas de la ciudad latina de Aricia. El propio rey hubo de refugiarse
en Roma, donde bajo su “protectorado”, la aristocracia patricia romana dio vida al nuevo
sistema político republicano. La posterior desaparición de Porsenna dejó enfrentada a Roma
con el conjunto de la liga latina.

El foedus Cassianum. –Según la tradición, la liga de los treinta populi latinos llegó a la
confrontación armada contra el ejército romano, que acabó con la épica victoria de Roma
cerca del lago Regilo (499). En realidad, la victoria no fue tan decisiva, puesto que Roma hubo
de suscribir un pacto, el foedus Cassianum (así denominado por el cónsul Espurio Casio),
mediante el cual entró a formar parte de la liga (493) como un miembro más, aunque la
tradición la presenta como cabeza hegemónica.

La guerra federal contra ecuos, volscos y sabinos.

Los pueblos apenínicos. –La razón fundamental de esta colaboración estaba en la


amenazadora actitud de las poblaciones del Apenino, que rodeaban la llanura del Lacio- se
trataba de tribus pobres y primitivas que vivían de la caza y el pastoreo. Sus áridos terrenos
impedían el desarrollo de la agricultura y los problemas de subsistencia y superpoblación les
empujaban a hacer incursiones sobre las ricas llanuras del Lacio o intentar establecerse en el
valle. En la orilla izquierda del Tíber, inmediatos a Roma, se extendían los sabinos, a lo largo de
la via Salaria; al nordeste se asentaban los ecuos, que desde su abrupto territorio al norte del
lago Fucino se extendieron por la llanura, ocupando las ciudades latinas de Tibur (Tivoli) y
Praneste, al sur los volscos avanzaron hasta el mar y ocuparon, entre otras, las ciudades de
Tarracina y Antium (Ancio). Entre ecuos y volscos, en el valle del Trero, se extendía la cuña de
los hérnicos que, presionados también por sus inquietos vecinos, firmaron con la liga latina un
pacto de alianza (486).

Guerras contra ecuos y volscos. –Las largas y complicadas guerras contra ecuos y volscos,
que la tradición presenta como dirigidas por Roma, fueron en realidad una empresa común
latina y se prolongaron durante todo el siglo V. su discurso abunda en episodios heroicos, que
reflejan la extraordinaria dureza de la lucha. De estos episodios, algunos han pasado a la
literatura universal, y sus fantásticos protagonistas representan todavía ejemplos de virtud o
valor, como Cincinato –el orgulloso y austero romano que, mientras labraba su campo, se
enteró de que había sido nombrado dictador y, abandonando el arado, se puso al frente del
ejército para vencer a los ecuos- o Coriolano: para vengar una injuria, traicionó a su patria y
condujo a un ejército volsco hasta los muros de Roma; los ruegos de su madre y de su
hermana le convencieron para retirarse y pagó su arrepentimiento con la muerte.

Hacia comienzos del último tercio del s. V, Roma y la liga había ya traspasado la línea de
auténtico peligro para pasar a la acción. Al empezar el IV, ecuos y volscos dejaron de
representar un problema, aunque tras la catástrofe gala, todavía se enfrentarán a Roma, hasta
su total aniquilación.

Relaciones con los sabinos. –En cuanto a las relaciones con los sabinos, cuyos contratos
con Roma eran ancestrales, no fueron tanto de guerra generalizada como de continuas
infiltraciones, con algún episodio bélico. A mitad del s. V, la extensión de Roma por territorio
sabino y la firma de acuerdos, relativos al derecho de trashumancia y al comercio de la sal,
liquidaron el problema, hasta la anexión del espacio sabino por Roma, siglo y medio más tarde.

Las colonias latinas. –La actividad militar de la liga todavía se completó con una fructífera
empresa: la fundación de colonias, con fines estratégicos, dispuestas en las avanzadillas del
territorio latino, al que protegían, al tiempo que afianzaban las conquistas. Estos
establecimientos, en los que tomaban parte contingentes de las comunidades federales, una
vez asentados, dejaban de depender de sus metrópolis y se transformaban en comunidades
soberanas y miembros de pleno derecho de la liga. La tradición analística presenta a Roma
como fundadora de estas colonias, disfrazando su auténtico carácter federal, aunque también
participaran en su formación elementos romanos. Fdenae, Signia, Cora, Norba, Ardea,
Satricum, son algunas de estas fundaciones.

Roma y Veyes.

Los lazos federales no suponían la prohibición de una política independiente, fuera de los
compromisos comunes. Roma, haciendo uso de esa capacidad individual de obrar, llevó a
cabo, durante el s. V, una doble política de colaboración con la liga por un lado y de expansión
independiente por otro, en espacios ajenos a los intereses latinos, que la robustecían y
colocarían en posición ventajosa frene al resto de las ciudades del Lacio.

Veyes (Veii), a 17 km de Roma, era una ciudad etrusca aún poderosa cuyo territorio se
extendía hasta el Tíber. La vecindad de las dos ciudades hizo crecer la enemistad por el interés
de ambas en la posesión de los mismo bienes: el monopolio en la explotación Salaria, hasta el
momento en manos de Veyes, gracias a la posesión de la plaza de Fidenae, a 7 km de Roma.

La guerra contra Veyes. –En la tradición, la guerra contra Veyes aparece como un conflicto
centenario, que comenzaría hacia el 483 con enfrentamientos armados por la posesión de
Fidenae y el control del valle de Crémera. Un episodio de esta lucha merece destacarse por su
alcance sociológico: el sacrificio de una entera gens romana, los 306 Fabios aniquilados en el
477 a orillas del Crémera. Más allá de la leyenda, el relato descubre el horizonte, aun
fuertemente gentilicio de los primeros tiempos de la república patricia y el eco de los antiguos
ejércitos “caballerescos” y privados, llamados a desaparecer con la táctica hoplítica.

El limitado carácter de guerra de escaramuzas, que la propia anécdota de los Fabios


subraya, dio paso desde mediados de siglo, a una acción más enérgica en la que Roma
consiguió sus primeros éxitos reales con la ocupación de la orilla derecha del Tíber, la
conquista de las salinas y la anexión de Fidenae (426). Estas ventajas permitieron a Roma
emprender la ofensiva definitiva con el asedio de la propia Veyes, que cayó en el 396 después
de una legendaria resistencia que la tradición alarga hasta diez años. El artífice de la victoria
fue el dictador Marco Furio Camilo, al que la leyenda ha adornado con rasgos heroicos.

Ampliación del territorio romano. –Con la anexión de Veyes, Roma duplicaba su territorio.
La conquista no sólo proporcionó un considerable botín sino sobre todo la posibilidad de llevar
a cabo un extenso reparto de tierras cultivables, que una vez parceladas, fueron asignadas a
ciudadanos romanos a título individual.

Así, a comienzos del s. IV, Roma controlaba 2500 km cuadrados de territorio, tanto como
el de las restantes ciudades de la liga latina juntas. Era ahora, por tanto, la más poderosa
ciudad del Lacio con claras apetencias hegemónicas sobre la confederación. Este gigantesco
esfuerzo iba a ser puesto en entredicho como consecuencia de la invasión gala.
3. La primera mitad del s. IV: la anexión del Lacio.

La invasión de los galos.

Los celtas o galos, pueblos nómadas originarios de la Europa central, se habían ido
extendiendo desde finales del s. VI por el valle del Po, donde después de poner fin a la
colonización desarrollada por los etruscos, terminaron por instalarse convirtiendo la llanura de
este río en la Galia cisalpina. La estabilización no fue completa, y probablemente, presionados
por nuevos contingentes, iniciaron a comienzos del s. VI una serie de violentas incursiones en
el interior de Italia, cuya meta no era tanto la conquista de nuevos territorios como la más
elemental del saqueo. Su irrupción desencadenó graves consecuencias al romper el equilibrio
de fuerzas existentes en esos momentos en Italia central.

Así, en el 390 o 387, una banda de galos senones, dirigida por Brenno, tras un
fracasado intento de saquear la ciudad etrusca de Clusium, se aproximó a Roma. Junto al río
Alia, a 16 km de la ciudad, las fuerzas romanas que les salieron al paso fueron completamente
derrotadas. La fecha, el 18 de julio, quedaría para siempre en el calendario romano como diez
ater (negro). Los galos cayeron sobre la ciudad que fue devastada a excepción de la fortaleza
del Capitolio, que resistió entre episodios y anécdotas magnificados por la leyenda. Finalmente
los galos se retiraron, contra el pago de un fuerte rescate y cargados de botín. Según la
tradición cuando abandonaron Roma, fueron sorprendidos por el dictador Camilo y
derrotados.

El horizonte exterior romano a comienzos del s. IV a.C.

La hostilidad de las ciudades latinas. –En vísperas del ataque galo, Roma se encontraba
en camino de hacer efectiva su hegemonía sobre el conjunto de la liga latina, que cuestionaba
esta pretensión. La invasión fue utilizada por un núcleo de ciudades de la confederación para
enfrentarse decididamente a Roma, que no dudaron en servirse para ello de las incontroladas
energías de los pueblos montañeses (ecuos, volscos y hérnicos), poco antes enemigos.

Alianzas con Caere y Cartago. –Mientras tanto, tras la conquista de Veyes, Roma había
entrado en contacto directo con las ciudades del sur de Etruria, debilitadas por la competencia
de los griegos, quienes contaban con la alianza del poderoso estado de Siracusa. Roma,
acorralada en el Lacio, firmó con su vecino septentrional, la ciudad etrusca de Caere,
combatida por Siracusa, un tratado de amistad y colaboración que suponía la automática
enemistad de la primera potencia marítima del occidente griego. Este juego de fuerzas echó a
Roma en brazos de la principal rival del estado siracusano, Cartago, con la firma de un segundo
tratado en el 348, refrendado con un tercero en el 343 que reafirmaba los intereses romanos
en el Lacio.

Campanos y samnitas. –Otro peón del complicado juego en la Italia central lo


constituían los pueblos del Apenino meridional. Tribus de origen sabelio, desde sus sedes
originarias, habían comenzado el siglo anterior una enérgica actividad migratoria que les llevó
a extenderse por la fértil llanura de Campania: ocuparon todas las ciudades etruscas y griegas
(a excepción de Nápoles), asimilaron su cultura y fundaron así una serie de estados
“campanos”. Mientras, en el corazón del Apenino, el Samnio, otras tribus gestaban una
confederación que bajo el nombre de samnitas pronto se convertirían en una de las fuerzas
expansivas de la mitad meridional de Italia. No es extraño que Roma, para dominar la liga
latina, buscara un nuevo aliado a espaldas de sus respectivos adversarios, concluyendo un
tratado con los samnitas en el 354.

La guerra latina y la anexión del Lacio.

Los múltiples frentes antirromanos. –Un complejo conjunto de factores mediatiza,


pues, la política exterior de Roma durante los dos primeros tercios del s. IV, en los que se
produce su afirmación en el Lacio. No sería justo pasar por alto la extraordinaria fuerza de
voluntad y disciplina de la comunidad romana en la recuperación que sigue al desastre galo.
Rodeada de enemigos o aliados sospechosos, a los diez años de la invasión, Roma volvía a
contar en la confederación latina; veinte años más tarde, la había sometido; en otros veinte, la
anexionará. La tradición ha convertido este medio siglo largo en una confusa, larga y aburrida
serie de guerras ataques y contraataques que enfrentan a Roma con ecuos, volscos, hérnicos,
etruscos, latinos, galos y campanos.

En los años siguientes a la invasión gala, Roma consiguió, aun con la hostilidad de
algunas ciudades latinas, frenar las renovadas fuerzas de los pueblos montañeses y construir
un cinturón alrededor de su territorio, gracias al mantenimiento de la alianza con el núcleo de
la liga federal. Poco después, en el 358, esta alianza se había convertido en velada
subordinación a Roma, cuando los latinos fueron obligados a renovar el viejo tratado del 493 –
el foedus Cassianum-, ya no en pie de igualdad, sino bajo la hegemonía de la ciudad del Tíber.

La guerra latina. –Los acuerdos firmados por Roma con cartaginenses y samnitas, antes
citados, y la decidida voluntad de extender sus intereses en Campania hicieron comprender a
los latinos que la equívoca política seguida por los romanos sólo perseguía suprimir, tarde o
temprano, la propia independencia del Lacio. La inmensa mayoría de la confederación se unó
entonces contra Roma, apoyada por los volscos de Antium y por ciudades campanas. En
Trifanum, cerca de Sinuessa, las fuerzas romanas derrotaron a la coalición (340) y después de
tres años de guerra, acabaron con la resistencia latina (338).

Anexión del Lacio. –Ya no era necesario fingir siquiera una nueva remodelación de la
liga. Mediante pactos bilaterales con las distintas ciudades, Roma afirmó su hegemonía, sin
ensañarse en una innecesaria represión. Salió así de la guerra robustecida y engrandecida, al
añadir las fuerzas de las ciudades anexionadas a su aparato bélico. Y aún plantó las raíces de
una de sus más fecundas instituciones político-sociales, la fundación de las primeras colonias
de ciudadanos romanos, a semejanza de los establecimientos federales latinos, en la costa,
como Ostia, Antium y Tarracina.

4. El conflicto patricio-plebeyo.

El dualismo patricio-plebeyo.

Esta complicada política exterior, conducida con éxito, no dejaría de influir en el interior,
sobre el ordenamiento social de la ciudad, en manos de una restringida aristocracia patricia,
que paralelamente a las guerras, luchaba desesperadamente por mantener el control de la
dirección política y sus privilegios ancestrales frente al resto de la población.
En efecto, la historia interna de Roma, durante el s. V y parte del siguiente, bascula sobre
el conflicto entre los dos órdenes en que se dividía la población romana, en patricios y
plebeyos.

El patriciado romano. –A partir de la segunda mitad del s. VIII a.C., durante la época
monárquica, se produjo el proceso de formación del patriciado cuando un grupo de familias
logró elevarse sobre el conjunto de la comunidad romana al monopolizar en sus manos el
primitivo derecho consuetudinario, la dirección de la esfera religiosa de la sociedad y el
disfrute de la mayor parte de la propiedad inmueble. Si bien los reyes “etruscos” intentaron
disminuir su poder en beneficio de un estadio unitario, hubieron de compensarlas con la
concesión de honores y privilegios. Con todo ello, estas familias de patricii fueron
destacándose del resto de la población libre, la plebs (la “muchedumbre”), como aristocracia
inaccesible y, cuando se produjo el cambio de régimen, lograron erigirse en protagonistas.

La “serrata” del patriciado. –No sabemos cómo se operó el tránsito del poder de la
monarquía a esta aristocracia de casta, si gradual o violentamente, ni el papel que desempeñó
la plebe. Durante los primeros años tras la expulsión de los reyes, la comprometida situación
exterior de Roma, enfrentada a la liga latina, aconsejó al patriciado mantener una actitud
conciliadora con la plebe, como prueba la entrada en el senado de elementos no patricios, los
conscripti. Pero hacia el 486, tras la victoria del lago Regilo y la firma del foedus Cassianum, los
patricios tendieron hacia posiciones más radicales con el propósito de convertirse en una casta
cerrada, detentadora de todos los privilegios, mediante el control exclusivo de los órganos de
gobierno, la religión pública, el derecho y los recursos económicos. Con ello, el Estado se
transformó en un régimen oligárquico de base gentilicia, conocido por los historiadores como
serrata del patriziato. Las familias patricias se reservaron el monopolio de todos los hilos
importantes de la vida pública, a través de su pertenencia a un determinado número de
gentes, y cerraron sus puertas a la admisión de otras nuevas por medio de matrimonios
endógenos, que sólo reconocía validez jurídica (el connubium) a las uniones entre parejas del
estamento patricio.

El estado patricio. –Así, a la cabeza del Estado se colocó el antiguo consejo real, el senado,
como órgano permanente de la oligarquía, cuyos miembros, los patres, ejercían la soberanía a
través de la auctoritas o poder protector de sanción sobre cualquier decisión de carácter
público. Las funciones ejecutivas, civiles y militares fueron puestas en manos de magistrados
sometidos al control del senado y elegidos, con carácter temporal, entre las filas patricias. Se
discute tanto el nombre como el número de estos supremos magistrados, que en un cierto
momento se convirtieron en un órgano colegial de dos miembros, los consules.

La classis plebeya: desigualdad política. –Pero si el patriciado detentaba el monopolio del


gobierno, el Estado necesitaba de la classis, es decir, de aquella parte de los plebeyos cuyos
recursos económicos les daban el derecho y obligación a un tiempo de servir en los cuadros del
ejército en una época, como hemos visto, tan comprometida en el exterior. No se podía evitar
la creciente conciencia plebeya de formar parte del cuerpo político de la ciudad como
subordinados al elemento patricio, mientras sufrían las mismas o aún más pesadas
obligaciones militares.

Desigualdad jurídica. –A esta desigualdad política se añadía otra de índole jurídico-


religiosa. Sólo los patricios estaban en posesión de los auspicia (el derecho a interpretar la
voluntad de los dioses mediante el examen de los signos divinos) y eran, en consecuencia, los
únicos intérpretes válidos de la divinidad en la aplicación de las normas de derecho privado,
dada la ausencia absoluta de ley escrita. Cuando un plebeyo pedía protección jurídica contra la
insolencia de un patricio, eran jueces patricios los que decidían. El plebeyo se sentía, por tanto,
inseguro para proteger a su familia y a sus bienes de las arbitrariedades patricias.

Desigualdad económica. –Pero sobre todo la más grave desigualdad se encontraba en el


ámbito económico, a propósito de dos cuestiones fundamentales: la utilización del ager
publicus y el problema de las deudas.

El ager publicus era el territorio propiedad del Estado que podía ser cedido al disfrute
privado de los ciudadanos romanos para su explotación económica. La oligarquía dirigente
monopolizó en sus manos este disfrute mediante la ocupación o possesio de las tierras
estatales, con exclusión de la plebe, que pretendía su distribución, no en régimen de
ocupación sino como propiedad privada, según criterios estables de asignación que
garantizasen la subsistencia familiar.

La exigencia era todavía más acuciante por la escasa fertilidad del suelo, que llevaba en
muchos casos al a ruina del pequeño campesino, enfrentado a las malas cosechas y a las
crecientes obligaciones militares que le impedían cultivar sus tierras con la necesaria atención.
No era raro que el campesino, acuciado por la necesidad, se viera obligado a acudir para
asegurar la subsistencia a los ricos propietarios en demanda de préstamos. Su impago dejaba
al deudor en manos del acreedor, quien de acuerdo con la institución del nexum, podía
convertirlo prácticamente en un esclavo a su servicio.

Problemas sociales. –Pero tampoco faltaban en la ciudad graves problemas sociales.


Durante la monarquía había florecido un numeroso grupo de población (artesanos y
comerciantes) que se había ido ampliando con las posibilidades que ofrecía una ciudad en
crecimiento, de apreciables intercambios. La inestable coyuntura exterior en Etruria y el Lacio,
desde comienzos del s. V, desplazó hacia otras regiones las corrientes comerciales, mientras
Roma, empeñada en continuas guerras, sufría una crisis económica que provocó un
estancamiento de la producción y del comercio, con grave daño para los estratos más
humildes de la plebe urbana, angustiada por acuciantes problemas de subsistencia.

Diferenciación de la plebe. –La egoísta política patricia debía ser el aglutinante de esta
masa heterogénea, en una gradual toma de conciencia que la convertiría, sino en una clase
social, sí en un estamento diferenciado de la sociedad, con metas definidas no tanto propias
como en su función antipatricia: es decir, no tanto como una clase en sí, sino como una clase
antipatricia. Esta resistencia patricia contribuyó a disminuir factores de desunión de la plebe,
especialmente económicos. En efecto, no toda la plebe era pobre o ni siquiera de recursos
modestos. Al lado de la plebe “proletaria” urbana y de los pequeños propietarios, existían
también algunas familias plebeyas que, a semejanza de los patricios, habían tejido sus
clientelas y gozaban de un respetable poder económico.

Reivindicaciones plebeyas. –Estas diferencias habían de traducirse inevitablemente en una


distinta ordenación de las reivindicaciones plebeyas. Si para la mayoría era primordial el
reparto de tierras y sobre todo la cuestión de las deudas, la parte más acomodada estaba ante
todo interesada en la obtención de la paridad política que le abriera las puertas del ager
publicus y de las magistraturas. Una constante de la lucha de estamentos es el desigual avance
de las concesiones en el ámbito político, siempre por delante frente a las de orden económico,
que finalmente destruirá el movimiento cuando el patriciado acepte en su seno a la elite
plebeya. Por ello, el nervio de la lucha lo constituyó aquella parte de la plebe con fuerza para
oponerse a los patricios, es decir, la plebe armada de la classis, que formaba parte con un peso
numérico evidente en el ejército centuriado y que contaba con recursos económicos.

5. Las etapas del conflicto.

Problemas cronológicos.

El conflicto nace, según la tradición, en el año 494, con la seditio del monte Sacro, y finaliza
en el 287 con la lex Hortensia; se extiende por tanto a lo largo de más de dos siglos. No pudo
tratarse, como es evidente, de un proceso revolucionario lineal sino de una época de
conflictos, con periodos de erupción violentos, entre otros de malestar contenido. Por otra
parte, la cronología no ofrece garantías al no poder cotejarse el relato tradicional (lleno de
repeticiones, anacronismos, personajes ficticios o adornados con acciones legendarias) con
fuentes más dignas de crédito. Respetamos, no obstante, en nuestra exposición la cronología
tradicional para no dar lugar a errores, aun a sabiendas de su carácter proco fiable. En
cualquier caso, la importancia reside en el proceso, cuyas causas, discurso y puntos de
inflexión son la secessio del monte Sacro en el 494; la codificación de las Doce Tablas en el 450;
las leyes Licinio-Sextias del 367, y la citada lex Hortensia que da fin a la lucha.

La secessio del 494 y el origen de las instituciones plebeyas.

La secessio del 494. –Para poder hacer frente al estamento patricio, la plebe necesitaba
una organización propia, lo que se consiguió, según la tradición, en el año 494, cuando se
retiró en masa al mons Sacrum o al Aventino, abandonando Roma a los patricios y supeditando
su regreso al reconocimiento de una serie de puntos. La constitución aristocrática no dejaba
otro recurso a la plebe que intentar por vía revolucionaria el logro de sus reivindicaciones,
mediante la organización de una comunidad que defendiera a sus miembros, impuesta por la
fuerza al estado patricio. Se acordó entonces conceder a la plebe unos magistrados propios y
excluir a los patricios de esta función.

El protagonista del proceso, que contempla el nacimiento de la plebe como Estado dentro
del Estado, no fue la plebe en su conjunto sino sólo fracción de propietarios plebeyos que
servía en el ejército. Esta classis aprovechó la desfavorable coyuntura de la política exterior (el
periodo en que Roma se ve enfrentada a las poblaciones apenínicas y a la liga latina, antes de
la firma del fodeus Cassianum) para plantear su “golpe de estado”, al negarse a servir en las
filas de la infantería legionaria y amenazar con constituir una nueva ciudad si el estado patricio
no los reconocía, al menos, como comunidad y aceptaba como interlocutores válidos a sus
representantes.

Los tribunos de la plebe: sus prerrogativas. –Estos representantes fueron los tribunos de la
plebe, a los que plebe dotó, aunque no por vía legal, con una garantía de protección mágico-
religiosa, una lex sacrata: la persona del tribuno era inviolable y convertía en sacer, es decir,
maldito, a todo aquel que atentara contra ella y como tal, objeto de una sumaria justicia de
linchamiento. Su número fue en principio de dos, para luego ampliarse hasta quedar fijado en
diez.

Los tribunos desarrollaron gradualmente las dos funciones que los convertían en el pilar
del movimiento plebeyo, el auxilium y la intercessio. Por la primera el tribuno tenía el derecho
y la obligación de proteger al plebeyo condenado por la justicia patricia utilizando
precisamente como arma la intercessio o veto contra la magistratura patricia, una potentísima
arma con la que podía incluso paralizar el normal funcionamiento de Estado. Estas funciones
dieron forma al extraordinario poder del tribuno, la tribunicia potestas, que no obstante sólo
tenía vigencia dentro de los sagrados muros de la ciudad, el entorno del pomerium. Fuera de
él, el ejército centuriado se plegaba a la rígida disciplina de los jefes en campaña, al imperium
de los cónsules patricios.

Los ediles plebeyos. –Simultáneamente o poco después, la tradición cuenta la creación de


nuevos funcionarios plebeyos, los dos aediles o custodios del templo (aedes) de la tríada
plebeya por excelencia, Ceres, Líber y Líbera, levantado sobre la colina que la plebe hacía
elegido como cuartel, el Aventino, y réplica del templo del Capitolio dedicado a Júpiter, Juno y
Minerva, dioses tutelares de toda la ciudad. Sus funciones eran las de tesoreros del templo,
administradores de sus bienes y conservadores del archivo plebeyo que allí se custodiaba.

La asamblea plebeya. –Según la tradición, a propuesta del tribuno Publilio Volerón, en el


471 se organizó a partir de las tumultuosas reuniones de la plebe una asamblea
exclusivamente plebeya, el concilium plebis, como una nueva institución de este “intraestado”.
En la articulación de esta asamblea no se utilizó el criterio de ordenamiento censitario de
población, según su fortuna, sino el más democrático de las tribus, es decir, los distritos
territoriales en que estaba distribuida la población romana de acuerdo con su domicilio. El
concilium plebis, que estaba presidido por un magistrado plebeyo, discutía y decidía acciones y
determinaciones a manera de leyes que, en principio, sólo podían obligar a la plebe, los
plebiscitos.

El eco de la tradición. –El eco de la presión plebeya y la dura resistencia patricia, en una
época de intensas dificultades como son los primeros decenios del s. V, queda reflejada en la
tradición por episodios como el de Coriolano, que aprovechó el hambre de la plebe para
intentar obligarla a renunciar a sus representantes; el trágico fin de Espurio Casio, uno de los
puntales de la nobleza, que pagó con su cabeza su política filoplebeya de reparto de tierras, o
el asesinato del tribuno de la plebe Cneo Genucio, el mismo día que pretendía pedir cuenta de
su conducta a dos antiguos cónsules.

Los decenviros y la legislación de las Doce Tablas.

Con esta organización, la plebe a través de sus representantes, los tribunos, continúo
presionando para intentar acabar con el ilimitado poder del gobierno aristocrático. En el 462
se inició una de las décadas de mayor enfrentamiento con un doble objetivo: por una parte, la
clarificación del ámbito del derecho, hasta ahora, caprichosamente impuesto e interpretado
por los patricios; por otra, la sustitución de los magistrados patricios por una dirección del
Estado menos parcial e incontrolable. A estas reivindicaciones políticas se añadían, por
supuesto, las viejas aspiraciones económicas de reparto de tierras y anulación de las deudas.

Los decenviros. –La resistencia patricia fue finalmente superada y en el 451 se hizo cargo
del gobierno un colegio de diez personajes, todos patricios, que, suspendido el orden
constitucional vigente, tomaron en sus manos la dirección del Estado con la tarea primordial
de recopilar el derecho por escrito en el plazo de un año. Su trabajo, para el que se envió una
comisión a Grecia con el fin de estudiar la legislación de Solón, quedó plasmado en diez tablas
de leyes.

Con el pretexto de no haber concluido su tarea, la comisión en la que jugaba un


importante papel el patricio Apio Claudio permaneció en el poder aunque con la inclusión de
algunos plebeyos que sustituyeron a los correspondientes patricios.
Los decenviros, calificados de tiranos, fueron depuestos y castigados, y se restituyó la
magistratura consular con el nombramiento de Lucio Valerio y Marco Horacio en el 449. Los
cónsules dieron publicidad, no sólo a las diez tablas originariamente compiladas por la
comisión, sino también a otras dos, iniustae, que había redactado la segunda, al tiempo que se
proponían una serie de leyes tendentes a apaciguar los ánimos de la plebe: reconocimiento del
derecho de apelación ante el pueblo, confirmación de la inviolabilidad de los tribunos y
elevación de los plebiscitos a la categoría de leyes y, por tanto, obligatorios para todos los
ciudadanos.

Las Doce Tablas. –Sin duda, la tradición sobre los decenviros incluye una gran cantidad de
elementos literarios de dudosa autenticidad, así como difíciles problemas en interpretación.
Pero no se puede dudar de su valor histórico y de su importancia, especialmente, por lo que se
refiere a la obra legislativa, la llamada ley de las Doce Tablas. Esta legislación, la primera
codificación legal de la historia romana, constituía según expresión de Livio, la “fuente de todo
el derecho público y privado”, y en época de Cicerón aún era aprendida de memoria en la
escuela, como venerable reliquia del pasado.

No se trata de una codificación sistemática, ni homogénea: incluye normas de derecho


consuetudinario de épocas diferentes, en un inestable equilibrio entre supervivencias
primitivas y bárbaras e ideas progresistas. En su conjunto, la legislación que incluye normas de
derecho procesal, familiar, de sucesiones, de propiedad, penal y público, retrata un ambiente
agrícola en una época de precarios medios que obligaba a endurecer, sobre todo, las sanciones
contra la propiedad y que era especialmente severa en la cuestión de las deudas. Sólo una de
las leyes hacía referencia al conflicto patricio-plebeyo, la que prohibía los matrimonios mixtos.

El valor de las Doce Tablas estriba, sobre todo, en haber abierto un camino de
reconocimiento por escrito de igualdad ante la ley, aunque muy relativa, y por tanto,
fácilmente manipulable.

La continuación de la lucha: los tribunos militares con poder consular.

Frente a las manipulaciones de la tradición, el decenvirato sólo se explica como un intento


de romper las antiguas fórmulas de gobierno en beneficio de unas nuevas de más amplia base.
Lo prueba la participación de plebeyos en el segundo colegio, apoyados sin duda por una
fracción del patriciado, abierta a la colaboración con los plebeyos. Así, el consulado de Valerio
y Horacio que pone fin a la época devenviral, no puede considerarse como quiere la tradición
como un paso adelante en las aspiraciones de la plebe, sino como una restauración del poder
patricio que consiguió alejar el fantasma de un reparto de poder con la plebe a costa de ciertas
concesiones.

Pero esta victoria patricia fue efímera. A partir de ahora, iba a ser muy difícil a los patricios
mantener el consulado en sus manos. Durante los siguientes decenios, la alta magistratura
sufre una serie de vicisitudes que demuestran un período de inestabilidad y de violentas
luchas.

La tradición relata que un tribuno de la plebe, Canuleyo, en el 445 propuso que se aboliera
la prohibición de matrimonios mixtos y que uno de los dos cónsules fuera plebeyo. Los
patricios habrían cedido en el primer punto, pero para sustraerse al otro, habrían transferido
el poder a los oficiales del ejército, los tribuni militares, investidos de poder consular, que
podrían ser elegidos indistintamente entre patricios y plebeyos; estos tribunos colegialmente
se alternarían de manera indistinta con los antiguos cónsules en la alta magistratura del
Estado. De hecho, a partir del 426 y tras las primeras experiencias aisladas, los tribuni militares
consulari potestate fueron la regla casi sin excepción.

La censura. –Con estas innovaciones se conexiona la institución de la censura, en el 443,


como medio del patriciado para monopolizar una función fundamental, el censo, es decir, el
registro de todos los ciudadanos y de sus propiedades y su asignación a las correspondientes
tribus y centurias. Esta importante responsabilidad fue gradualmente aumentada hasta
convertir a los censores en custodios y administradores de la propiedad del Estado y
supervisores de la moral pública.

Transformaciones socioeconómicas: el fortalecimiento de la plebe. –La tradición no está


de acuerdo en cuanto al significado de esta serie de innovaciones, que sólo tienen explicación
si se tiene en cuenta la coyuntura de política exterior y la evolución socio-económica de Roma,
en la segunda mitad del s. V.

La situación desesperada de Roma, a comienzos el s. V, se había ido aliviando al compás de


su afirmación en el Lacio. En este nuevo contexto, algunas familias plebeyas se enriquecieron y
tejieron una red de relaciones sociales no sólo entre ellas sino también con miembros del
patriciado. El primer efecto de la alianza dio sus frutos en el periodo decenviral y fue
afirmándose progresivamente. La fuerza de esta cuña plebeya estaba en el ejército, ligado
como sabemos al censo. Había plebeyos que en proporción a sus recursos se integraban en la
milicia con importantes contribuciones que daban fuerza a sus aspiraciones; tras ellos, cerraba
filas una plebe armada que los reconocía como líderes y que apoyaban el esfuerzo, en varios
frentes distintos, del ejército romano con los primeros éxitos espectaculares traducidos en
aumento de bienes y riqueza, puede entenderse perfectamente que el terreno que pisaba el
núcleo plebeyo, al exponer exigencias y reivindicarse al Estado, era firme.

Así, el nacimiento y desarrollo de los tribunos militares con poder consular sólo puede
explicarse como un precario compromiso ante fuertes presiones plebeyas, que los patres
trataron de frenar por esta vía indirecta al reconocer la posibilidad de que en circunstancias
concretas algún plebeyo pudiera integrarse en el colegio.

La institución de los tribunos militares fue sedimentándose en sus ochenta años de


vigencia. El número originario de tres pasó, en el 424, a cuatro, para quedar definitivamente
fijado en seis a finales del siglo.

Las leges Liciniae-Sextiae

La institución del decenvirato sólo benefició al sector plebeyo más privilegiado, mientras
los problemas tradicionales de la plebe agraria seguían vigentes. Las guerras continuaban
siendo un factor de empobrecimiento para el sector más humilde del campesinado y, por su
parte, la elite plebeya sólo obtuvo un precario beneficio tras el decenvirato. Continuaron,
pues, de forma intermitente las reivindicaciones plebeyas que alcanzaron su punto culminante
en la década que comienza en el 376. Ese año, fueron elegidos tribunos de la plebe Cayo
Licinio Estolón y Lucio Sextio, que tuvieron la habilidad de resumir las reivindicaciones más
ansiadas de los distintos grupos plebeyos en un atrevido salto en todos los frentes, resumido
en tres proyectos de ley que afectaban a la cuestión de las deudas, al problema agrario y a la
aspiración plebeya al consulado. Licinio y Sextio, años tras año reelegidos como tribunos,
después de diez años de vigorosa oposición patricia y de caos político, lograron finalmente en
el 367 ver aprobadas sus propuestas.
El ager publicus. –La primera de las leyes Licinio-Sextias acometía el agudo problema del
ager publicus. Según su formulación legal, se impediría la ocupación de más de 500 iugera
(aproximadamente 125 hectáreas) de tierras propiedad del Estado. Esta limitación legal tendía
a una mejor distribución de la tierra, abriendo o ampliando la ocupación de ager publicus a la
plebe, al restringir la cantidad de extensión acumulable. No era tanto una ley contra el
latifundio, como un intento de abrir el disfrute de las tierras conquistadas a un mayor número
de possesores, para corregir el injusto contraste de ganancias para pocos y sacrificio para
todos.

La cuestión de las deudas. –La segunda de las leyes del 367 hacía referencia a un grave
problema económico de contenido social, la cuestión de las deudas. Ordenaba detraer, de las
sumas debidas, los intereses ya pagados y admitía asimismo el reembolso del capital restante a
plazos, en un periodo de tres años. Sólo fue el punto de partida de una serie de normas legales
posteriores que tenderían a suavizar la cuestión de las dudas, entre ellas, la lex Poetelia-
Papiria, del 326 que al abolir el nexum, suprimía la esclavitud por deudas. Pero el problema no
podía solucionarse definitivamente y renacerá a lo largo de la República como grave problema
social en épocas de dificultades.

Cónsules plebeyos. –Finalmente, la tercera de las leyes era de carácter constitucional:


proponía retornar en la alta magistratura del Estado al sistema consular, en el que se
reservaba a los plebeyos uno de los dos puestos. Así se veía finalmente satisfecha la vieja
aspiración de la plebe o, más concretamente, de la elite plebeya.

Pretor y ediles curules. –El patriciado, sin embargo, al transferir la ejecutiva a los cónsules,
consiguió arrancar a sus funciones un campo importante que se reservó: la administración de
justicia en el ámbito de la ciudad, encargada al praetor urbanus. Menos de treinta años
después, a partir del 337, era admitido el primer plebeyo a esta alta magistratura judicial.
Asimismo, a los dos ediles plebeyos se agregaron otros dos curules con funciones de policía,
así como el encargo de organizar los juegos públicos. Pero incluso esta edilidad curul pronto
quedó abierta a los plebeyos.

El final de la lucha.

La paridad política en el consulado hacía superfluo el mantenimiento de monopolios


patricios en otras magistraturas y sacerdocios y, como fruta madura, fueron cayendo en manos
de los plebeyos, desde a propia dictadura y censura, en el 356 y 351 respectivamente, hasta
los colegios sacerdotales de pontífices y augures, último bastión patricio.

La oligarquía patricio-plebeya. –Naturalmente, el acceso plebeyo a las magistraturas no


fue algo generalizado, ni podía serlo. Fue la obra de un pequeño número de familias plebeyas
que, mediante la alianza con el sector más progresista del patriciado, desmantelaron y,
finalmente, suprimieron unos privilegios de casta. La obtención de las magistraturas por la
plebe no es sino la tradición tangible de una gigantesca conmoción, operada en la sociedad
romana entre los siglos V y IV, que transformó un primitivo sistema esquemático de castas,
identificables por el nacimiento, en un sistema más complejo y heterogéneo, dominado por
una oligarquía patricio-plebeya cuya medida social era el grado de poder y riqueza de las
respectivas familias, sin cortapisas de nacimiento o sangre.

Integración de las instituciones plebeyas en el Estado. –El acceso plebeyo al consulado


vació los términos patricio y plebeyo de contenido y carga política. La integración de los
plebeyos en el Estado hacía ya innecesarias las instituciones revolucionarias de la época de
lucha. Pero se prefirió, en lugar de abrogar estas instituciones, extenderlas al conjunto del
Estado, dejando así de ser patrimonio plebeyo para abrazar a todo el conjunto cívico. Eran
éstas el tribunado de la plebe y los concilia por tribus. En cuanto al primero, pasó a ser una
magistratura ordinaria, con el carácter de defensor público del ciudadano ante el poder del
Estado; los segundos se abrieron al patriciado, convirtiéndose en comitia, es decir, asambleas
generales de los ciudadanos romanos, ordenados también por tribus. Con ello, el Estado se
dotó de una nueva asamblea, añadida a los arcaicos comitia curiata y los comitia por centurias.

Los plebiscitos con fuerza de ley. –El camino de esta integración debía pasar
necesariamente por el reconocimiento de las decisiones tomadas en ellos, los plebiscitos,
como determinaciones legales vinculantes para todo el Estado. Vimos como una de las leyes
Valerio-Horacias, en el 449, ya contemplaba este punto como reivindicación plebeya. Se
trataba sólo de un punto de partida, que quedó definitivamente ratificado con la lex Hortensia
en el 287, año que se considera como punto final del conflicto patricio-plebeyo.

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