Está en la página 1de 94

EDITORIAL A

ELC0NEj<5
Av. 6 de Diciembre N26-97 y la Niña, piso 3
Telf: 22 27 948 / 22 27 949
Fax: 2 501 066
E-mail: info@editorialelconejo.com
www.editorialelconejo.com
Quito, Ecuador

De la presente edición:
Al Sur de las decisiones
©Fander Falconí Berutez

©Editorial El Conejo, 2014


Director General: Santiago Larrea
Cuidado de la edición: Daniel Félix
Diseño de Portada: Hernán Cárdenas

ISBN: 978-9978-87-480-6
derecho autoral: 042666
depósito legal: 005001

Este libro tuvo los auspicios de:


A l Su r d e l a s d e c is io n e s

Enfrentando la crisis del siglo XXI

Fander Falconi

EDITORIAL A
ELCONEju
índice

Prólogo 11

Prefacio 13

Introducción 19

P r im e r a p a r t e :
C iv il iz a c ió n y c r is is

La crisis económica del capitalismo 31

Crisis civilizatoria 47

Las añejas instituciones del capitalismo 80

Reordenamiento geopolítico 95

América Latina y su lugar en el mundo 110


"U" a complejidad que reviste la situación actual merece
8 un análisis pormenorizado y sistemático, por cuanto
1 ..'deben considerarse aspectos relacionados con la
caracterización del momento actual, el reordenamiento
geopolítico y la situación en la que se encuentra América
Latina, para llegar a comprender de manera global lo
que sucede en el planeta. ¿Por qué hablar de crisis? ¿Hay
beneficiarios de una crisis en la civilización occidental como
la que vivimos en la actualidad?

Para entrar en la cuestión, esta primera parte del libro


tiene cinco capítulos: el análisis de la crisis económica del
capitalismo, la crisis civilizatoria, las añejas instituciones
del capitalismo, el reordenamiento geopolítico y el rol de
América Latina.

La crisis económica del capitalismo

Reconocer que vivimos el modo de producción capitalista,


cuyo fin es la auto-expansión y reproducción del capital — y
no la satisfacción de las necesidades básicas humanas— ,
es el punto de partida para introducir la problemática
que abordamos en este capítulo: las crisis, en particular la
económica, que representa el núcleo central desde el cual
irradia su influencia al conjunto de la sociedad.
Dentro de la materia que me compete, la Economía
Ecológica, no pretendo abordar el fenómeno de la
“civilización” desde la complejidad misma de un concepto
que tiene connotaciones históricas, antropológicas, filosóficas
5' sociológicas. Mi intención es más bien intentar, a grandes
rasgos, caracterizar la civilización capitalista occidental, desde
su estructura económica y las implicaciones que se derivan
de ella en la sociedad.
Bajo el enfoque referido, quizás sus características más
importantes a destacar sean: la predominancia del mercado,
la libre competencia, el individualismo, el crecimiento
económico ilimitado y el consumismo sin fin; es decir, la
aspiración de los individuos a más bienes de consumo sin
que realmente sean necesarios. El motor que pone en marcha
a estas sociedades es la ganancia privada y la acumulación,
que es lo que genera las contradicciones sociales inmediatas
entre ricos y pobres, y establece las diferencias entre países
ricos del Norte y países empobrecidos del Sur, que forman
parte de la civilización occidental capitalista.
A manera de paréntesis, es importante aclarar que, a lo
largo de este libro, la denominación de países del Norte y
países del Sur no siempre corresponderán a una referencia
de carácter geográfico; es decir, a su ubicación física en uno
de los dos hemisferios. Será más bien una manera de designar
a las naciones con un criterio más sociológico y geopolítico,
pues, en la realidad, no siempre existen coincidencias
geográficas, como en el caso de Australia y Nueva Zelanda
que, a pesar de encontrarse en el hemisferio sur, son países
que tienen altos ingresos. E l caso opuesto correspondería a
países africanos o latinoamericanos que están ubicados en el
hemisferio norte.
Como sabemos, también existen otras categorías — o al
menos denominaciones que también son usadas y con las que
no siempre estaremos de acuerdo— , como ocurre con: centro
y periferia, desarrollados y subdesarrollados, desarrollados
y en vías de desarrollo, países del primer mundo y países
del tercer mundo, economías emergentes y economías
desarrolladas. E n fin. E n este ensayo, solo por asuntos de
orden metodológico, será adoptada la denominación de
países del Norte y países del Sur, o simplemente el Norte y
el Sur (con mayúsculas).

Luego de este breve paréntesis, quiero referirme a que esta


civilización occidental capitalista — que es la que ha entrado
en crisis— , exige una subordinación económica, comercial,
financiera y cultural de los países capitalistas del Sur para dar
viabilidad al modo de producción capitalista internacional.
Es en este sentido que la globalización del capital financiero
y la homogeneización de una cultura dominante cumplen
un rol fundamental en la reproducción del modelo. Se trata
de un proyecto civilizatorio globalizador: individualismo
más corporativismo, garantizado por el poder bélico de
determinadas potencias que buscan el acaparamiento de
los recursos naturales energéticos y la conquista de nuevos
mercados. Este modelo se sostiene gracias a la extensión de
las creencias y los valores de la democracia. Las sociedades
que forman parte de la civilización capitalista occidental
están fuertemente marcadas por los patrones culturales y de
vida de la sociedad estadounidense, que se caracteriza por
un altísimo consumo y derroche. Esas son manifestaciones
evidentes de que algo sucede. Son algunas de las muestras de
la crisis civilizatoria.
Cuando hablamos de las crisis en plural, nos referimos
a que los grandes problemas globales involucran diferentes
facetas de la vida de la sociedad occidental. Esta crisis es el
acumulado histórico de un conjunto de desórdenes creados
por nosotros mismos, pero que hoy se expresan con mayor
celeridad y profundidad.
El capitalismo vive ahora una de las crisis estructurales
más agudas de los últimos tiempos. Se trata de una crisis
de carácter económico, alimentario, energético y social, que
rebasa, por sus características y rápida propagación, incluso
a la famosa crisis de la época de la Gran Depresión, a finales
de los años veinte e inicios de los treinta en el siglo pasado.
La crisis actual, a diferencia de la de los años 30 del siglo
X X , empuja al mundo entero a un punto de agotamiento
y saturación ambientales, lo cual es inédito en cinco siglos
de evolución del capitalismo, desde sus gérmenes hasta el
momento presente.
No obstante, su proceso de deterioro ha afectado a una
parte de este, pues ha tomado cuerpo en la llamada economía
real, en su sistema productivo, que sufre bajones o caídas
inesperadas y provoca enormes problemas de desempleo y
pauperización social.
E l otro componente, formado por la economía financiera,
está desvinculado de la economía real. Se regodea en los
negocios bursátiles que se mueven mucho más rápido; juega
con las deudas que son deudas financieras que circulan a
gran velocidad en los sistemas bancarios virtuales y que poco
tienen que ver con lo real, aunque sus impactos son los más
duros en la vida cotidiana de la gente que vive endeudada
y enredada en el sistema financiero. Esta es la verdadera
esencia de la acumulación capitalista moderna.
En la presente era digital, el capital no aparece en forma
física y no ocupa un espacio determinado (como en la
bóveda de un banco). Está simbolizado en el dinero virtual
que circula en las transacciones a través del mundo. Los
gigantescos capitales se mueven ahora a la velocidad lograda
por la tecnología cibernética, equiparable a la de la luz en
términos relativos. No existe el dinero físico sino solo su
representación en las cifras que aparecen en una pantalla fría
y plana de dos o más dimensiones.
Cuando afirmamos que una buena parte del sector
industrial del capitalismo desarrollado está en crisis, no nos
referimos a aquel que aparece mágicamente en los monitores
de los bancos. E l capitalismo financiero, que se reacomoda
siempre a las circunstancias — debido a su carácter
oportunista— , está programado para vivir con inyecciones
de dinero virtual en las épocas de enfermedad del sistema,
gracias a la desregulación del mercado que promueve el
neoliberalismo. Es justamente ese capital el que ha sacado
réditos de la crisis (el capital financiero), que ahora aparece
triunfante y ganador en este momento histórico1.
E l geógrafo inglés David Harvey (2013), al caracterizar
esta etapa — desde que estalló la crisis económica de 2008— ,
menciona que la revitalización del capitalismo en su conjunto
ha fracasado; pero no así el modelo para concentrar y
aumentar el poder de la clase capitalista que ha sido todo
un éxito, en particular en determinadas franjas de esa clase.
Por ello sostengo, a lo largo de este libro, que el capitalismo
financiero es el claro triunfador en medio de una crisis que
presenta varias aristas a ser analizadas.
La antigua imagen del capitalista o del banquero potentado
— que a finales del siglo X IX e inicios del X X se popularizó
en occidente, en la crítica política gráfica de los movimientos
de la clase obrera internacional— , fue aquella de la figura de
un hombre blanco, obeso, sonriente, elegante y con cigarro en
mano, sentado junto a enormes bolsas de dinero. Fácilmente
podía tratarse de un J. Rockefeller o un J.P. Morgan o un C.
Vanderbilt que, mediante una caricatura, eran el blanco del
descontento social. Ello reflejó también el carácter usurero
con que entonces era visto el capital monopólico, siempre
asociado al prestamista y abusador del proletariado y de la
gente pobre.
E n el siglo X X I el capitalismo financiero ha logrado
mimetizarse en todos lados — mediante la tecnología
cibernética y digital— y asumir una figura moderna y ultra
sofisticada. Son los simbólicos y elegantes hombres de traje
oscuro y corbata, y las mujeres jóvenes, estilizadas y ejecutivas
de los negocios de alto nivel de Wall Street en Nueva York,
París, Londres o Tokio, quienes representan, con estampa
triunfadora, al poderoso capital financiero mundial. Esa es
la saludable imagen que recorre el mundo y que a tantos
cautiva. Se trata de una imagen creada por los medios del
sistema, es el look de la revista The Economist, que encubre el
egoísmo, la vanidad y la codicia.
Como aquellos virus que se adaptan a nuevos organis­
mos, hablamos de la crisis mutante del capitalismo, que cre­
yó haber encontrado una medicina eficaz en las medidas de
ajuste estructural promovidas por el neoliberalismo, pero la
descomposición está tan arraigada y profunda, que en segui­
da se produce una mutación y su efecto temporal se anula.
La crisis actual a la que nos referimos, no solo cambia
en sus manifestaciones, sino también en términos geográfi­
cos. Primero detonó en la economía capitalista más grande
del planeta, los Estados Unidos, en el año 2008, y luego se
trasladó a Europa. Una parte de ese continente está experi­
mentando esa crisis hoy en día en su propio territorio, mien­
tras contempla el avance de un proceso que no estimula al
optimismo, pues los organismos financieros internacionales
insisten en usar la misma terapia fracasada con un enfermo
de gravedad. La enfermedad continúa mutando en forma
constante.
E n Europa, los mercados presionan cada vez, con mayor
intensidad, nuevas aplicaciones de las ya viejas políticas neo­
liberales: ajustes fiscales, privatizaciones de las empresas y
servicios públicos, liberación de las políticas internas, comer­
ciales y arancelarias, flexibilización laboral, restricción del
consumo interno y otras, que ya demostraron ser desastrosas
para gran parte de la población, tanto en América Latina, a
partir de la crisis de la deuda externa en los años ochenta,
como en Asia a finales de los años noventa.
La crisis económica actual del capitalismo es una conse­
cuencia de la extrema libertad otorgada por el gobierno es­
tadounidense al sistema financiero local y, como extensión
de la ideología neoliberal, de esa ilimitada libertad para la
especulación de la que hoy goza el capital financiero a nivel
mundial2.
La falta de regulación del sistema financiero generó su
crecimiento sin control, y los niveles de deuda privada alcan­
zaron los límites que nos han llevado a los resultados desas­
trosos que ahora vivimos.
Esto es algo que William Kurt Black3 y varios contempo­
ráneos de la Escuela de la Teoría Monetaria Moderna expu­
sieron al respecto. Con una frase que es muy clara y contun­
dente, Black explicó que la mejor forma de robar un banco es
poseer uno. Con ella expuso a profundidad sus argumentos
para determinar que la falta de regulación y supervisión del
sistema financiero ha generado monstruos bancarios que, al
ser demasiado grandes para quebrar, alcanzan una situación
de tanto poder que les permite hacer operaciones financie­
ras, cada vez de mayor riesgo, porque saben que el Estado y
los habitantes de un país serán, en última instancia, quienes
tendrán que pagar por su quiebra para evitar que todo el sis­
tema económico colapse. Es así como se expresa la famosa
fórmula de “socializar las pérdidas pero privatizar las ganan­
cias” (cfr. Black, 2013).
Luego de la crisis del año 2008, cuando se descubrió que
hubo una programación de quiebras o el aprovechamiento
de los desastres para obtener ganancias — como ya se nos
anticipaba en el libro La doctrina del shock: el auge del capi­
talismo del desastre (Klein, 2007)— , se comprendió también
que la crisis de los bancos no fue la de los banqueros, como
también hoy es posible afirmar que la crisis del capital no es
la de los capitalistas.
Ahora bien, la especulación con la que juegan los bancos
no puede ser vista como una anomalía del mercado o como
un efecto provocado por la falta de regulaciones. Ya en la pri­
mera mitad del siglo X IX se reconocía que: “La finalidad de
la banca es la facilitación de los negocios. Todo cuanto facili­
te los negocios, facilita asimismo la especulación. E n muchos
casos, los negocios y la especulación están tan estrechamente
ligados, que resulta difícil decir dónde termina el negocio y
dónde comienza la especulación” (en Marx, 1867: cap. 25),
como afirmaba J. W Gilbart en The History and Principies
o f Banking, en el año 1834.
Según Josep Fontana: “fueron los políticos directamen­
te ligados a los intereses financieros los que consiguieron,
durante la presidencia de Clinton, que derogasen en los E s ­
tados Unidos las leyes que ponían freno a la especulación fi­
nanciera” (2013: 79), en su libro E l futuro es un país extraño,
al referirse a la crisis económica de 2007-2008.

Lo que nos queda claro, según Fontana, es que la crisis no


fue un accidente, sino la lógica y natural consecuencia de una
política dedicada a favorecer los intereses de los más ricos y
de las grandes corporaciones, lo cual llegó, en muchos casos,
a niveles delictivos. De acuerdo al historiador catalán y en
una libre interpretación del autor de este libro, el proyecto o
camino obligado del capitalismo actual es el retorno al orden
medieval: un mundo de amos y siervos. O sea, de ricos y
pobres extremos.

Con las ganancias de productividad, como las que se tuvo


hasta los años setenta del siglo pasado, era posible incremen­
tar el consumo sin recurrir al crédito para dar fluidez a la
acumulación capitalista, y ceteris paribus el factor Naturale­
za. E n la actualidad, la acumulación capitalista funciona igual
desde los mercados financieros, pese a que carezca de ga­
nancias en productividad — lo cual impide subir los salarios
reales— , y tenga restricciones de recursos y saturación de
sumideros. Lo que vuelve grave a esta situación es que, al
mismo tiempo, se acelera el proceso destructivo social, eco­
nómico, natural y planetario.

La burbuja financiera y especulativa que se formó a ni­


vel mundial en la segunda mitad de la década pasada, estuvo
creada y estimulada por los grandes bancos. Estos ocultaron
información al público, acerca de que los precios de las casas
iban a caer estrepitosamente; pero, a la vez, inflaron el precio
de las viviendas, mediante la colocación de miles de millones
en préstamos en el sector inmobiliario, a sabiendas de que los
prestatarios no iban a poder pagarlos.
El ciclo actual comenzó en el año 2000, cuando el Sistema
de Reserva Federal (FED, por sus siglas en inglés), es decir,
la banca central estadounidense, redujo a niveles insignifi­
cantes las tasas de interés. Esto permitió elevar la demanda
de bienes inmuebles, con lo cual incluso grandes inversionis­
tas pasaron sus inversiones del mercado de alta tecnología al
mercado inmobiliario.
Los bancos crearon las llamadas burbujas financieras,
cuando otorgaron grandes préstamos a personas con poca
probabilidad de repago. E n efecto, los bancos, para am­
pliar el mercado, crearon las hipotecas de alto riesgo, co ­
nocidas com o opciones subprime, con el respaldo de la
Community Reinvestment Act, que es una ley que obliga a
los bancos a prestar a personas que no tienen buen histo­
rial crediticio. E l FIC O Score (la forma de calificar el ries­
go de clientes bancarios en E E . UU.) fue eludido en forma
sistemática, lo cual amplió la demanda de bienes inmuebles
e incrementó el precio de las casas. Fue esta la causa para
que la burbuja inmobiliaria, tanto en E E . UU. como en
Europa, se disparara.
Como los bienes inmuebles subían de precio, muchos
propietarios decidieron contratar una segunda hipoteca (las
H ELOC: Home Equity Line o f Credit) — un nuevo pro­
ducto bancario creado gracias a la libertad financiera— , que
no es más que un crédito revolvente con la garantía colateral
de la casa. Estos H ELO C fueron usados para intensificar el
consumo. Créditos cada vez mayores, sin ganancias de pro­
ductividad en el sector real, eran en realidad colaterales infla­
dos (las segundas hipotecas). Para concluir el relato, en el año
2006 la F E D decidió subir al 5 % la tasa de interés. La crisis
entró en su punto hervor.
E l contagio de la crisis estadounidense a Europa fue pro­
vocado por varios factores. Por una parte, tuvo que ver un
producto financiero ideado en la calentura de la libertad fi­
nanciera: los C D O (Collateralized D ebt Obligations) que
fueron comprados por muchas empresas, no solo europeas
sino de todo el mundo. Los CD O son créditos derivados que
fueron estructurados como un portafolio de activos con in­
greso fijo, pero con precio y riesgo dividido en tramos. Estos
instrumentos sirvieron para permitir que un banco, una vez
que otorgara un préstamo hipotecario, pudiera venderlo en
el mercado secundario. Es así como se generó una pirámide
especulativa. Muchos fondos de ahorros previsionales (fon­
dos mutuales) compraron C D O para elevar sus rendimien­
tos. Hasta el año 2010 se estimó que los CDO ascendieron a
1,5 trillones de dólares.
E l atractivo de los C D O era que estaban, supuestamen­
te, respaldados o colateralizados por el valor de los bienes
inmuebles que tenían mercados en ascenso. La libertad fi­
nanciera hizo posible que sobre los C D O se construyeran
nuevos mercados, sin contar que los colaterales de los CDO
también contenían hipotecas subprime. Es por ello que cuan­
do los deudores subprime dejaron de pagar, los bancos no
pudieron convertir los C D O en dinero y la crisis se precipitó.
E l segundo elemento de transmisión de la crisis fue la caí­
da del holding financiero Lehman Brothers. El derrumbe de
este banco de inversión en 2008 paralizó el sistema de pagos
mundial, debido a que el dólar era y sigue siendo la principal
reserva del valor en el mundo, y las transacciones de commo­
dities y activos financieros se liquidan en New York. Cuando
Lehman Brothers quebró, en forma automática se generó
un problema de iliquidez sistèmica que arrastró consigo a la
economía mundial.
El tercer elemento de transmisión de la crisis está identifi­
cado con los efectos que tuvo el salvataje bancario en la deu­
da soberana de los estados. Los países, por recomendación
de los organismos internacionales de financiamiento, otor­
gan grandes inyecciones de liquidez a los bancos, los cuales,
a su vez, no vuelven a colocarlos en la economía sino que los
acaparan. Los estados elevan sus niveles de endeudamiento
soberano y se ven imposibilitados de inyectar gasto públi­
co para disminuir el impacto de la recesión en sus países.
Este efecto, país por país, agrava y se constituye en un canal
de transmisión, puesto que disminuye la demanda agregada
mundial y afecta a la economía en su conjunto.

La lógica mecánica y calculadora que subyace en el capi­


talismo neoliberal, con sus contradicciones internas desnatu­
ralizadas, permite que sean muy pocos los beneficiarios de su
sistema, cuya mayoría es barrida por una maquinaria que va
triturando casi todo a su paso.

Como bien lo mencionan Oscar Ugarteche y Ariel Noyo-


la Rodríguez:
... el estallido de la burbuja financiera en el
mercado de hipotecas de mala calidad (subprime)
de Estados Unidos provocó impactos desiguales
en el ‘mundo’, según el grado de exposición de los
sistemas bancarios nacionales a los activos tóxicos.
E l ‘mundo’ se define com o los países desarrollados.
Sin embargo, tras los rescates financieros con
fondos públicos, siguió la austeridad fiscal en
Europa, vía reducción salarial y gasto público,
consolidándose la hipótesis de que el objeto
de las políticas de ajuste es la concentración del
ingreso. Las consecuencias son: 1) concentración
del mercado interno; 2) baja de las perspectivas de
recuperación; y 3) aumento del riesgo y la deuda
(Ugarteche y Rodríguez, 2013).
Si hablamos de neoliberalismo es importante definirlo
como punto de partida. Se trata de una doctrina macroeco-
nómica, con una cosmovisión que abarca muchos ámbitos
del pensamiento y del saber. E l neoliberalismo se convirtió
en el dogma de los poderosos, y cualquier idea que lo con­
tradijera fue considerada una apostasía comparable a las del
Medioevo, merecedora de proscripción y castigo infamante.
La academia, en particular la estadounidense — ligada a la au-
todenominada corriente principal del pensamiento económi­
co— , se convirtió en el tribunal inquisidor del neoliberalis­
mo, gracias a la discriminación ejercida desde ciertas revistas
especializadas. Se ha pretendido, incluso, elevarlo a un nivel
de teoría científica, pensamiento universal y razón de ser de
la sociedad, pero en la práctica nunca dejará de ser una ideo­
logía. Por cierto, en el caso de América Latina, esta corriente
está muy arraigada a sus élites económicas y políticas.
El neoliberalismo aspira convertirse en un proyecto civi-
lizatorio globalizador. Es la filosofía fundamentalista de la li­
bre empresa ilimitada. E n el ámbito de las ciencias, las lectu­
ras tendenciosas que se han hecho de libros célebres como el
Gen egoista (Dawkins, 2000), solo sirven para auspiciar, en
el campo de la ideología, el individualismo más craso: el del
homo economicus. E n el ámbito del capital, los mercados
aparecerían como la forma natural y el mecanismo idóneo
para organizar la economía. De acuerdo con este enfoque, el
Estado debería intervenir lo menos posible, puesto que todo
se organiza sobre la base de la entelequia de los mercados.
Los PIG S (grupo de países conformado por Portugal, Ir­
landa, Grecia y España), y hace poco Chipre, ejemplifican lo
que puede ocurrir con la aplicación de políticas neoliberales
a ultranza.
En Chipre, el problema empieza con un sector financie­
ro sin regulación. Los grandes bancos chipriotas, el Banco
de Chipre y el banco Laiki, otorgaron grandes créditos, en
especial a Grecia. En marzo de 2013, la denominada Troika,
conformada por el FM I, el Banco Central Europeo (BCE) y
la Comisión Europea (CE) otorgaron un rescate de 23 mil
millones de euros4, para pagar sus deudas a bancos privados,
atado a un programa de políticas de ajuste.

Las políticas implementadas en el caso de Chipre se resu­


men en: congelamiento bancario y pérdidas para los deposi­
tantes, incremento de impuestos, recortes en el presupuesto
fiscal, recortes a la seguridad social, mercados de primera
necesidad sin regulación, privatización de empresas públicas
y bienes del Estado, y venta de parte de las reservas de oro
de su Banco Central. Estas medidas fueron tomadas a favor
de capitalistas crónicos que obtuvieron estos activos a precio
de feria (Black, 2013).

Cristina Lagarde, la actual directora gerente del FM I, ha


explicado que las políticas que se implementaron en Chipre,
“son un duro programa que requerirá grandes esfuerzos de
la población chipriota” (en Kanter, 2013).

Paul Krugman (2013) describe que al contrario de lo reco­


mendado por las autoridades económicas de Europa, mien­
tras más drásticas han sido las medidas de austeridad fiscal,
más dramático ha sido el declive del crecimiento económi­
co real de varios países con problemas, en el periodo 2008-
2012. Al respecto, el economista en jefe del FM I, Olivier
Blanchard — en un mea culpa— ha admitido que subestimó
las consecuencias que las políticas de austeridad infringirían
en la economía europea (en Schneider, 2013).
Es una recesión creada en forma artificial por decisión de
los gobiernos, la cual pudiera ser calificada como el mayor
autogol de la historia económica moderna, provocado por
las famosas políticas de austeridad. E n la Unión Europea,
los bancos más grandes han sido los ganadores, pues han
socializado las pérdidas con los ciudadanos y han privatizado
las ganancias, como es ya conocido en la práctica neoliberal.

Los gobernantes actuales privilegian de manera descarada


los intereses de la gran banca financiera. Al penalizar los de­
pósitos bancarios, en lugar de hacerlo contra los accionistas,
se inclinan por la opción política que favorece el imperio de
los mercados financieros sobre la economía productiva. Este
caso clásico es visible en la isla de Chipre.
E l proceso de deterioro de las economías de los países
de la Unión Europea continúa indetenible. Le tocó el turno
a Francia, cuyos índices de contracción del PIB en el 2013,
confirmaron el paso del estancamiento a la recesión de su
economía. E n términos técnicos, la economía francesa ya
estuvo en recesión (Mora, 2013), y tendría una tasa de creci­
miento negativa del PIB (-0,2%) en el 2013, según las previ­
siones del FM I (2013).
Se hace evidente que las recetas que continúan aplicándo­
se en la U E no tienen resultados positivos en términos eco­
nómicos. La Comisión Europea, ante la crisis que se vuelve
inmanejable, opta por una cierta flexibilidad en el caso de
España y Francia, para que cumplan con los objetivos de sus
déficits. Ello no quiere decir que se detenga el proceso de
aplicación del recetario económico, sino que solo disminuya
su velocidad.

A pesar de ello, se sigue dirigiendo la política económica


europea con más soluciones dogmáticas; es decir, algo que
incluso suena paradójico: una salida neoliberal a la crisis del
neoliberalismo. ¿Cómo se pudo llegar a tal situación?
Para comprender lo ocurrido en las economías del norte,
quizás una mejor explicación podría provenir desde la E co ­
nomía Ecológica.

Joan Martínez Alier (2008)5 sostiene que la economía tie­


ne tres niveles. E l nivel financiero, que se mantiene por los
flujos de ingresos futuros y que dependen de un cierto grado
de crecimiento económico o producción para poder finan­
ciarse. La debacle financiera de Europa y de Estados Unidos
— así como la de la década de los ochenta y noventa en Amé­
rica Latina— nos demostró lo equivocado que es sostener
una economía basada en un sistema tecnológico y en una
riqueza virtuales. Por ejemplo, las instituciones financieras
tendían a prestar dinero más allá de lo que en realidad estaba
respaldado con los depósitos de sus clientes. Con esto se
incubaban los gérmenes de los problemas futuros. Es intere­
sante observar que esto ha sido reconocido por pensadores
del propio sistema, como John Ralston Saúl (2012), quien
afirma que vivimos en una economía ficticia, en la que el
comercio es muy superior al valor de los bienes, la economía
se concentra en oligopoüos y no genera empleo.
E l segundo nivel, el de la economía real, se basa en el
comportamiento del consumo y de la inversión, que se ex­
presa en términos reales (a precios constantes) mediante el
Producto Interno Bruto (PIB) de las economías. E l PIB per­
mite fondear la economía financiera en los períodos de ex­
pansión (o genera deudas en períodos de contracción), pero
una economía no puede producir ad infinitum. El sueño del
crecimiento económico ilimitado se estrella con la realidad
de un mundo limitado.
E l tercer nivel es el de la economía real-real, que depende
de los flujos de energía y materiales, y cuyo crecimiento está
determinado por factores económicos (mercados y precios)
y por los límites físicos de la Tierra. A diferencia de otras
crisis, los síntomas de la crisis financiera internacional actual
tienen un asiento sobre la economía real—real. Lo que sucede
ahora es la expresión de que algo más profundo está ocu­
rriendo, como acontece con los síntomas que emergen de
una enfermedad oculta.
Esta puerta de entrada que nos abre la Economía E coló­
gica, nos permite constatar que los problemas son más pro­
fundos y que están relacionados con aquello que entra en el
ámbito de una crisis de carácter civilizatorio en el capitalismo
occidental.

Crisis civilizatoria

Quizás el primer tema que deberíamos abordar es lo que


entendemos por civilización. De acuerdo con Samuel Hun­
tington (1993: 22-49), una civilización sería el nivel más alto
de organización e identidad cultural de los seres humanos,
que estaría definida por elementos objetivos comunes, como
son el idioma, la historia, la religión, las costumbres y las ins­
tituciones; todos ellos como los factores de auto-identifica­
ción subjetiva de las personas, “ ...una civilización puede in­
cluir varias naciones-estado, como sucede con la civilización
occidental, latinoamericana o árabe, o sólo con una, como la
civilización japonesa”.

Según Huntington (1993), en el mundo moderno los es­


pacios y las relaciones se van haciendo cada vez más peque­
ños, pues van en aumento las interacciones que se establecen
entre pueblos de distintas civilizaciones, lo cual es un factor
que influye en la toma de conciencia de las similitudes y di­
ferencias que existen entre ellos. E n otras palabras, se hace
conciencia de la gran diversidad cultural en el planeta. En
este contexto, . .los procesos de modernización económica
y cambio social tienen en todo el mundo el efecto de sepa­
rar a la gente de sus viejas identidades locales, debilitando al
mismo dempo a la nación-estado como fuente de identidad”
(Huntington, 1993: 22-49).

Para el caso que nos ocupa, la^civilización occidental es


impulsora de la toma de conciencia sobre su propia civiliza­
ción, considerando, además, que se encuentra en la cúspide
del poder mundial. Frente a lo que sucede en la actualidad,
“ .. .las características y diferencias culturales cambian menos
que los problemas o rasgos políticos y económicos, y, por
ende resultan menos fáciles de resolver” (Huntington, 1993:
22-49).
Estos antecedentes conceptuales nos permiten entrar en
la materia que es objeto de este acápite: la crisis civilizatoria
del capitalismo occidental.
Como punto de partida, hay una evidente constatación de
que nos encontramos frente a una crisis civilizatoria, expre­
sada en uno de los pilares de nuestra civilización capitalista
occidental: el concepto de progreso y desarrollo.

Hablar de una crisis civilizatoria de Occidente no impli­


ca en forma irremediable el fin del capitalismo, así como,
en su momento, el error mayúsculo propuesto por Francis
Fukuyama, cuando, en 1992, animado por el derrumbe del
socialismo en Europa y la caída del muro de Berlín, publicara
E l fin de la Historia y el último hombre, para anunciar la llegada
del imperio del mercado, el fin de las ideologías y el pensa­
miento único. Ambas son imágenes reducidas de la realidad
que nos hacen recordar las tan cuestionadas etapas de creci­
miento económico de W.W Rostow, desde el subdesarrollo al
capitalismo de consumo masivo; es decir, una senda única y
lineal identificada con el progreso, por la que supuestamente
deben transitar todas las sociedades, siguiendo los ejemplos
de E E . UU. y el norte de Europa. Y no solo de ellos, sino
también de otros modelos que, como en el caso de Corea del
Sur, han sido forjados en el curso de procesos dictatoriales
y autoritarios.

Las ideas de progreso y desarrollo, desde el punto de vista


occidental, nos han permitido creer que, en general, existe
una tendencia histórica hacia mejores condiciones de vida
para todos, conforme una civilización avanza en el tiempo.
Si esto no hubiera ocurrido, habríamos entrado en una fase
de decadencia, según sostiene Cario M. Cipolla (1999), quien
estudió estos problemas desde la economía para el caso del
Imperio Romano y del Imperio Español.

Desde la filosofía de la historia, Arnold J. Toynbee afirma


que todas las civilizaciones pasan por cinco etapas: génesis,
expansión, problemas, estado universal y desintegración.
Para Toynbee, el fracaso de una civilización está determinado
por el “deterioro de la minoría creativa”, que pasa a ser una
minoría dominante, incapaz de enfrentar los nuevos retos.
Toynbee no avizoró que el fracaso pudiese estar relacionado
con el deterioro de la naturaleza, y puso especial énfasis en la
vanidad que embarga al grupo creativo para simplemente
convertirlo en dominante (Toynbee, 1991).
Una civilización no está exenta de contradicciones con
otras en un momento determinado. Esto nos lleva a tratar el
argumento de los choques civilizatorios (Huntington, 1993),
que en la tradición occidental seguirían ocurriendo en el nivel
político y cultural, aunque no se consideran las contradiccio­
nes ecológicas y tampoco la idea de superación de los lími­
tes naturales. Al respecto, habría que establecer diferencias,
con claros referentes históricos, entre civilizaciones, como la
Maya en Mesoamérica, que sucumbió por rebasar sus límites
físicos, y la civilización Inca, que nunca sobrepasó sus límites
físicos, sino que fue conquistada y avasallada por Europa, en
su camino de expansión, y que hoy conocemos como civili­
zación ocrídental.
Lo peculiar de la crisis reinante es su dimensión planetaria;
su síntoma más evidente se encuentra en el cambio climático
y en el calentamiento global, que es una amenaza común a
todas las civilizaciones que habitan en el mundo actual. E n el
pasado, cuando colapsaron la cultura y el pueblo Rapa Nui,
de la Isla de Pascua, o la civilización Maya — ambas por abu­
sar de su entorno natural, entre otras razones— , el planeta
en su totalidad pudo asimilarlo sin dificultades. Pero consi­
derando las dimensiones de los problemas en el siglo X X I,
no es posible descartar un colapso de grandes magnitudes y
de carácter planetario.

Cuando me refiero a una crisis civilizatoria en el presente,


parto de la base de reconocer que la crisis actual es la expre­
sión de algo que tiene connotaciones de mayor profundidad.
No me circunscribo solo a las instituciones disfuncionales
del capitalismo occidental o a la esencia injusta que es in­
herente a sus sociedades, sino al orden físico de la naturale­
za. ¿Acaso existe algo más concreto que la vida humana, la
naturaleza y sus ciclos fundamentales? No podemos eludir
las certezas con las que hoy contamos, en cuanto al conoci­
miento científico del mundo físico y natural del planeta, y a
las graves alteraciones que en él han sido provocadas. E l ca­
pitalismo y el crecimiento económico desconocen fronteras
culturales, ambientales y sociales, pues se comportan como
si navegaran libremente en una fantasía de recursos naturales
infinitos, saturando y contaminando un mundo finito y de
muy claros límites.

Todos estos fenómenos que se encuentran documenta­


dos son, precisamente, la advertencia de una realidad inelu­
dible, frente a la cual la sociedad humana no puede perma­
necer impávida. Hemos estado advirtiendo un conjunto de
desórdenes, entre los cuales la crisis económica es sólo una
de sus expresiones.

La civilización occidental capitalista en el siglo X X I ha


consolidado un modelo de vida — estimulado por una men­
talidad y una cultura— que se imita y reproduce en la socie­
dad mundial. Ese ideal de vida, que aspira a una búsqueda de
la felicidad mediante el confort adquirido por la propiedad
de bienes y la posesión de objetos — para lo cual la tecno­
logía ha tenido un gran despliegue— , es el que ahora define
la luz con la que vemos el desarrollo, en el cual los valores
de cambio oscurecen ó al menos opacan las posibles otras
tendencias que aparecen en la realidad del mundo.

E l gran desarrollo tecnológico presente en la civilización


occidental está, sin embargo, articulado a la lógica de la acu­
mulación capitalista. La tecnología deja de ser un medio ex­
clusivo para mejorar la vida humana y las condiciones pla­
netarias, y se vuelve dependiente del sistema capitalista para
responder a los intereses que se encuentran aglutinados a su
alrededor. Debemos tener presente que ello no solo significa
que una clase social adquiera ventajas del sistema internacio­
nal o que un grupo reducido muy poderoso tome las deci­
siones más importantes que competen al mundo. Significa
también que la civilización capitalista en Occidente genera
un orden de valores que ha sido creado por ella, en el cual
están marcados con claridad sus intereses. Allí se coloca en
primer lugar al individuo y no a la comunidad, a lo personal
y no a lo social. La prioridad es el disfrute pleno de la vida
material individual como centro de todo.

Las élites económicas y políticas han hecho de esto su


comportamiento normal y lo reproducen con regularidad a
nivel social, mediante circuitos muy complejos en todos los
ámbitos de la vida en el siglo X X I. Toda esta acción que
ejercen sobre sus sociedades genera los conflictos de inte­
reses y las graves contradicciones que hoy están presentes y
visibles en la superficie. Es así como la crisis de la civilización
occidental capitalista se expresa, en su esfera económica y
social, con mayor agudeza en la separación más acelerada
entre ricos y pobres — como bien sostiene el premio Nobel
de Economía del año 2001, Joseph Stiglitz, el 1 % de la po­
blación tiene lo que el 99 % necesita6— , lo cual redunda en
la pérdida de riqueza real de las clases medias. Ello se ha
manifestado y continúa manifestándose en las grandes pro­
testas sociales que han tenido lugar en los Estados Unidos y
los países que enfrentan la grave crisis económica en Europa.

Los golpes en la población más afectada por la crisis que,


como ya he mencionado, no solo es económica sino que tie­
ne profundas implicaciones en el orden sociológico y emo­
cional — siempre dentro del orden civilizatorio occidental— ,
agudiza cada vez más las ya existentes inequidades y estimu­
la, en mayor medida, los distintos tipos de violencia estruc­
tural que operan en la civilización capitalista. La venta libre
de armas, los altos índices de depresión, de drogadicción, de
asesinatos y suicidios, y los casos cada vez más frecuentes
de homicidios colectivos en las escuelas urbanas en Estados
Unidos son, otras pruebas del alto grado deterioro de la so­
ciedad capitalista en su nivel superior.

La actual crisis rebasa el ámbito de un evento episódi­


co económico convencional. Por su magnitud e implicacio­
nes en la vida del planeta — cambio climático, pérdida de
especies y deterioro planetario— es un fenómeno de mayor
calado. Me refiero a una crisis de la civilización capitalista
occidental, de su cuerpo de valores, de su énfasis excesivo
en el valor monetario, expresado de manera concreta en el
valor de cambio. La alternativa clásica, el valor de uso, y su
insalvable paradoja, nos ayudarían a cambiar las prioridades
de la civilización capitalista, pero no serían suficientes por
una sola razón: tanto el valor de uso como el valor de cam­
bio son categorías conceptuales de una economía percibida
como una esfera autónoma, distinta a la esfera social y a la
esfera política. E l valor concebido en ambas formas expresa
el deseo de desprender la vida humana de su entorno vital.
Por ello necesitamos una teoría del valor que reincorpore
a los seres humanos en la naturaleza, como una más de las
especies en el universo, aunque claro está, como la única res­
ponsable de lo que pueda ocurrir en el futuro.

Esta reflexión nos conduce a considerar al mismo futuro


como un reto civilizatorio para Occidente. De acuerdo con
el filósofo ecuatoriano Bolívar Echeverría:

La peculiaridad de la historia de Occidente está en


que la barbarie en que ha desembocado no se debe
a una decadencia de su principio civilizatorio (como
lo pensaba Spengler, al describir el debilitamiento
de lo fáustico) sino precisamente a lo contrario, al
despliegue más pleno de ese principio. En sus tesis
sobre el materialismo histórico, que inspiran en
mucho a Horkheimer & Adorno, Walter Benjamín
dejó dicho: la barbarie del fascismo no viene a
interrumpir el progreso, sino que es el resultado
de su continuación (Echeverrría, 2007: 12).

Es decir, como expresión de un principio civilizatorio oc­


cidental, el capitalismo en su máximo estado de desarrollo
aparecería acarreando las manifestaciones plenas de una bar­
barie moderna.

Desde un punto de vista filosófico, podríamos decir que


estamos en un momento de quiebre de la humanidad. No es
casual que la revista Ecological Economics publicara un artículo
suscrito por Daniel D. Moran, Mathis Wackernagel, Justin
A. Kitzes, Steven H. Goldfinger, Aurélien Boutaud en el que
afirman que como humanidad, debido a nuestros niveles de
consumo, habríamos rebasado la capacidad de asimilación
natural planetaria ya a mediados de los años ochenta (2008:
470-474).

La información-qúe ahora disponemos sobre esa realidad


planetaria, se-ñonvierte en el escenario donde se desenvuelve
el mupdo diferenciado y heterogéneo del modelo de vida oc­
cidental. La construcción de un esquema único de desarrollo
-económico — por el que obligatoriamente debíamos todos
transitar, para pasar en forma de etapas de una situación de
pobreza a una de riqueza y así alcanzar el progreso— , ha
puesto de lado las consecuencias de orden político, social,
ambiental y cultural, y hoy estamos empujando las fronteras
sin saber a ciencia cierta a dónde vamos, pues las situaciones
se caracterizan por ser muy cambiantes.
Pese a la variabilidad de los escenarios, tenemos en el pre­
sente, y como telón de fondo, una crisis real con sus manifes­
taciones físicas y condiciones planetarias específicas. Como
se diría en la medicina actual, la sintomatología de este fe­
nómeno físico es un conjunto de desórdenes observables,
cuyas causas debemos continuar investigando.

Los desórdenes de otra naturaleza aparecen en forma co­


tidiana en los llamados medios de comunicación masiva: los
problemas de la deuda y los ataques especulativos, los vai­
venes de los mercados financieros y tantos otros más. Esto
no pone frente a un problema que desde hace algún tiempo
dejó de ser solo parte de la economía financiera, y que en la
actualidad compromete al conjunto de la humanidad y sus
relaciones de vida con la Tierra.
Ya en las tres últimas décadas se han encendido las alertas
acerca de lo que sucede en el mundo, debido a las manifes­
taciones evidentes de los fenómenos naturales como expre­
siones del cambio climático. Las investigaciones científicas,
en torno a las transformaciones ambientales y sus causas,
cobraron importancia por cuanto estas son los medios idó­
neos para comprender el proceso de evolución del compor­
tamiento del planeta, y determinar el grado de injerencia y
responsabilidad que tienen las sociedades humanas respecto
al tema que tratamos.
La información que ahora disponemos es decisiva y nos
permite partir de una constatación basada en la realidad y
no en una mera especulación. Por primera vez en la histo­
ria humana, la concentración de dióxido de carbono (CO,)
— uno de los principales gases que provocan el efecto in­
vernadero— en la atmósfera superó ya para siempre o para
muchísimos años, la frontera de las 400 partes por millón.
Eso fue anunciado el 9 de mayo de 2013, desde Mauna Loa,
en Hawai, la estación más antigua de medida de C O , desde
que comenzó a operar en 1958. Cuando se inició el estu­
dio del fenómeno, hacia 1900, la concentración era de 300
partes por millón (ppm). De acuerdo con los registros de
medición, ahora aumenta 2 ppm cada año. Los datos con los
que contamos y el criterio de los científicos, han alertado ya
sobre las impredecibles consecuencias climáticas que tendría
en nuestro planeta, si se produjese una cantidad de C O , su­
perior a los 450 ppm7.

En el año 2007, Edward O. Wilson, biólogo y entomó­


logo estadounidense y uno los más grandes científicos ac­
tuales, afirmó, durante una rueda de prensa (E F E , 2007),
que la creciente e insostenible actividad del ser humano ha
desencadenado un nuevo cataclismo que, de no poner re­
medio, provocará la extinción de gran parte de la megafauna
del mundo. Solo el calentamiento global, alerta el profesor
Wilson, podría causar la extinción de una cuarta parte de las
especies animales y vegetales de la Tierra hacia mediados del
siglo X X I.

E l pasado diciembre de 2012, la Agencia Internacional de


la Energía advirtió que si los países mantienen los niveles de
consumo de energía y emisiones, la temperatura del planeta
subiría en 3,5°C para el año 2020 (E F E , 2012). En el mismo
mes, se realizaron las rondas de discusiones en la Cumbre
de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP 18),
donde quedó claro que nos encontramos frente a un panora­
ma tenso en las relaciones internacionales y con pocas pro­
babilidades de lograr un compromiso de no rebasar los 2°C
en la temperatura global.
Vivir en un planeta con un aumento dé'temperatura de 3,5
o 4°C, implicaría la inundación de ciudades costeras, riesgos
cada vez mayores para la producción de alimentos, sequías y
ondas de calor sin precedentes en muchas regiones, en espe­
cial en los trópicos; escasez de agua y pérdida irreversible de
biodiversidad, incluyendo los sistemas de arrecifes de coral
(Banco Mundial, 2012). /

En las condiciones actuales la pérd)aa de biodiversidad


es clara. E l índice Planeta Vivo glojaáí (un indicador de las
tendencias de casi 8 000 poblaciones de vertebrados de más
de 2 500 especies), calculado por la WWF, refiere a que estas
han disminuido un 30 % entre 1970 y 2007. Este deterioro es
del 60 % en las zonas tropicales, de un 25 % en los hábitats
terrestres, de un 24 % en los marinos y del 35 % en los de
agua dulce (WWF, 2012; 2010).

Esto nos coloca frente a otro problema: la incertidumbre.


E l riesgo se mide por probabilidades; podemos conocer los
eventos posibles y asignarles valores numéricos. Por ejem­
plo, al lanzar una moneda, la probabilidad de que caiga cara
(entre cara y sello) es de 50 %. La incertidumbre implica el
desconocimiento de los eventos futuros y sus efectos. No
podemos asignar valores numéricos, como en el caso de la
moneda. Esto es aplicable a muchas de las intervenciones de
los humanos en el planeta: el cambio climático, la ampliación
de fronteras productivas y la pérdida irreparable de biodiver­
sidad y culturas, los usos de la energía nuclear, entre otros.
La incertidumbre puede ser muy profunda, como cuando
desconocemos incluso los escenarios futuros (amplia incerti­
dumbre). Puede ser menos profunda, cuando se conocen los
eventos pero no se conocen las probabilidades. O también
puede ser reducida, en Jos pocos casos en Jos cuales tene­
mos plena claridad sobre los escenarios y las probabilidades
involucradas.
La probabilidad de que un evento ocurra puede ser baja;
pero sus efectos, si ello sucede, pueden ser devastadores.
Por ejemplo, esto fue lo que sucedió en Japón con la central
nuclear de Fukusuhima en el año 2011. Y no fue el primer
evento de esta naturaleza que pudiéramos recordar: hemos
perdido miles de otras especies y de ecosistemas — las enáclo-
pedias genéticas de la vida que han requerido millones de años
en constituirse, a decir del profesor Edward Wilson— por
nuestra condición depredatotia. La naturaleza humana suele
confundir baja probabilidad de ocurrencia, con bajo costo.
En el mismo caso de la energía nuclear, Chernobyl en el año
1986, fue muy duro aprender que los impactos y los costos
de un accidente nuclear puedan alcanzan niveles que, además
de la pérdida y devastación de vidas humanas, comprometan
incluso la economía de todo un país.

El incremento de la incertidumbre y la magnitud de los


problemas contemporáneos han llegado a tal punto crítico,
como para que se nos vuelva indispensable y urgente debatir
sobre la necesidad de construir nuevos paradigmas de pensa­
miento. Ese punto crítico exige precaución en nuestra acción
en el planeta y cautela con los optimismos tecnológicos8 y la
manera como afrontamos la medición, pues podrían resul­
tar fatales para nuestras sociedades, en las que siempre están
presentes el riesgo y la vulnerabilidad.
A manera de ejemplo, en las siguientes gráficas aprecia­
mos una serie larga (1961-2009) de la evolución en la econo­
mía y de la contaminación en el planeta. En el gráfico 1 .a áe
observa una evolución inestable de la economía, con cáídas
y auges repentinos, mientras que en el gráfico l.b se apre­
cia que la salud del planeta se deteriora de forma constante
por efectos de la contaminación. En el primer caso, se tra­
ta de variaciones que se presentan según los ciclos de crisis
del capitalismo; es decir, de un proceso que podría incluso
representarse como la línea que describe un electrocardio­
grama. En el segundo, se trata de un deterioro constante y
acumulativo. La caverna en que nos ha encerrado la econo­
mía ortodoxa se limita al análisis de los ciclos económicos,
despreciando las otras dimensiones. Como los prisioneros
de la alegoría platónica, las recetas y las soluciones de los
economistas ortodoxos están restringidas a una caja limitada
de subterfugios que, en buena medida, más bien contribuyen
a agravar los problemas de la realidad.

Gráfico 1. índice de crecimiento económ ico y contaminación


Mundo 1961=100

Gráfico I .a. índice de la evolución del crecim iento económico Gráfico l.b . Índice de la contam inación mundial
mundial (índice 1961 = 100)
(Indice 1961 = 100)

iü H U ftlIíis tlíi :

Fuente: Banco Mundial (2013a, 2013b). World D evelopm ent Indicators.


Nota: El índice de variación del PIB y el índice de em isiones totales de CO-, (kt) se calculó tom ando com o año base
1961.
i.as emisiones de dioxiodo de carbono son las que provienen de la quem a de com bustibles fósiles y de la fabricación
del cemento. Incluye el dióxido de carbono producido durante el consum o de com bustibles sólidos, líquidos, gaseosos
y de la quem a de gas.
I.os datos del PíB se expresan en dólares de los Estados Unidos a precios constantes del año 2000.
No se trata tan sólo de un cerco analítico, pues esta mi­
rada distorsionada de la realidad está tatuada por un sesgo
ideológico y antiético. En el gráfico 2 se aprecia una relación
entre el aumento del PIB per cápita y las emisiones de dió­
xido de carbono (por cada mil dólares reales de incremento
del PIB per cápita, las emisiones de C O , per cápita aumentan
en un tercio de tonelada). Es así como el gráfico representa
la relación directa entre mayores niveles de actividad econó­
mica y la degradación ambiental del planeta. Este ejercicio
simplemente muestra la necesidad de emplear mediciones
distintas a las monetarias, porque'estas últimas siempre ocul­
tarán la existencia de una crisis de mayor profundidad, más
allá de las recurrentes crisis observables que operan en el
sistema económico.

Gráfico 2. Emisiones vs PIB

<£*** #5. ..

y = 0,0003x + 2,7161
H .f " .

£ 2 000 3 000 4 000 5 000 6 000 7 001

PIB (per cápita)


Dólares

Fuen te: Banco Mundial. (2013c, 2Ü13d). World Developm ent Indicators.
N ota: Los datos del PIB per cápita se expresan en dólares de los Estados Unidos a precios constantes
del año 2000.
Lo anterior nos remite a que las últimas generaciones de
seres humanos hemos tenido la oportunidad de ser testigos
de importantes eventos en el planeta, como los efectos pro­
vocados por el alto grado de industrialización y los impactos
generados en el mundo. Si pudiésemos retroceder cien años
atrás, aparte de constatar los distintos sucesos de carácter
histórico y social que han tenido lugar en la Tierra, veríamos
también que la vida de las personas en este último siglo ha
cambiado de manera notable. La velocidad de esas transfor­
maciones científicas y tecnológicas ha sido enorme, al igual
que las consecuencias que han tenido las acciones humanas
sobre su entorno de vida.
E l gráfico 3 demuestra que, en un momento determinado,
a partir de la Revolución Industrial, que empezó a mediados
del siglo X V III, la energía fósil (no renovable) cambió su
tendencia de manera significativa. E l tamaño de la pobla­
ción creció y dejó menos tierra cultivable por persona. En
un período relativamente corto de tiempo, si consideramos
la evolución humana, las condiciones planetarias sufrieron
variaciones de manera drástica. E n forma inversa al creci­
miento poblacional y al uso de energía a nivel mundial, la
tierra arable o cultivable por habitante presentó una dismi­
nución muy evidente en los últimos 50 años. La tendencia es
divergente a medida que pasan los años.
Gráfico 3. Evolución histórica de la población,
consumo de energía y tierra arable por persona

Nota: La idea del gràfico proviene del trabajo de David Pim entel y Mario Giampietro (1994).

A la par que la biodiversidad disminuye en la actualidad, es


posible constatar que la población mundial continúa cre­
ciendo, aunque a menor velocidad. Esa ha sido otra de las
preocupaciones desde el siglo X IX . E n efecto, la demografía
ha estado en el centro de los debates de la economía polí­
tica mundial desde la época de Malthus, un poco antes de
1850. Del restringido análisis malthusiano y el desarrollo del
pensamiento posterior, en especial de Karl Marx, hemos pa­
sado a observar la problemática de la población vinculada a
la producción y la distribución, con criterios científicos y no
ideológicos.
Mientras la actual población mundial supera los 7 000 mi­
llones de habitantes, existen severos problemas que debemos
discutir en el planeta. A pesar de que las tasas de crecimiento
poblacional vienen reduciéndose de manera progresiva en
todas las regiones del mundo (gráfico 4), la presión sobre
los recursos físicos y la disparidad entre países nos obligan
a pensar en la necesidad de redefinir la discusión en tomo a
la población.
Gráfico 4. Tasas de crecim iento poblacional anual

Fuente: Banco Mundial (2013e). World Developm ent Indicators.

Ningún porvenir sería predecible sin contemplar el factor


poblacional. La demografía, los cambios poblacionales y las
migraciones son fundamentales para enfrentar los dilemas
de la humanidad de hoy y, en particular, los de la sustentabi-
lidad ambiental.
E l concepto de capacidad de carga, que se define como
el nivel de población máximo que puede soportar un de­
terminado medio ambiénte, sin sufrir un impacto negativo
importante, es esencial para tener una comprensión de los
comportamientos demográficos y su relación con la susten-
tabilidad. La capacidad de carga depende de la cantidad de
nutrientes. Nos permite distinguir, en términos cuantitativos
y cualitativos, la biología humana de la del resto de las espe­
cies animales.
A diferencia de la biología animal, la capacidad de carga
humana obedece a consideraciones de carácter social y cul­
tural. En un primer momento, una población biológica no
humana singular y naciente, tiene posibilidades de aumentar
su población porque encuentra condiciones naturales. En
una segunda etapa, crece en forma exponencial. Pero en un
tercer momento, llega a un determinado punto, asociado a la
máxima capacidad de carga del medio ambiente, a partir de
lo cual la población permanece estacionaria o decrece. En
cambio, las poblaciones humanas no se guían solo por con­
diciones naturales. Definen sus propios parámetros de lo que
implica su orden social, sus límites v expectativas.

Los humanos nos apropiamos de la capacidad de carga de


los ecosistemas mediante el consumo propio de materiales y
energía, y aquellos que provienen1del comercio exterior. No
soler que hemos alterado nuestro hábitat, sino que hemos ge­
nerado otra suerte de para-habitat. Tengamos presente que
toda producción energética es, en el balance final, interven­
ción y/o consumo de bienes naturales.
Pero el concepto de capacidad de carga nos ayuda tam­
bién a entender por qué hay desigualdades en los consumos
de energía y materiales de las poblaciones humanas en el pla­
neta. A manera de ejemplo, un estadounidense promedio tie­
ne un consumo exosomático (o hacia afuera, externo al cuerpo)
de energía de más de 200 mil Kcal (kilocalorías) por día, de­
bido a sus altos estándares de vida (uso del auto, calefacción,
etc.), mientras que un habitante promedio latinoamericano
consume 36 mil Kcal por día, y un habitante de Eritrea con­
sume menos de 3 750 Kcal por día. Este último apenas supe­
ra las necesidades de supervivencia biológica o el consumo
endoso/mítico (dentro del cuerpo, por la alimentación), situadas
en cerca de 2 500 Kcal por día en promedio. Esto se debe
a la forma injusta en que está configurado el planeta. Por
ejemplo, una de las características de las ciudades contem­
poráneas es que generan una enorme demanda de recursos
que son tomados del entorno cercano, como es el área rural.
En realidad,, pudiera decirse que en la actualidad existen muy
pocas ciudades que guardan una relación equilibrada con el
medio agrícola.
Al demógrafo y sociólogo estadounidense Kingsley Da-
vies (1973), se le ocurrió alguna vez hacer una forzada y
cuestionable comparación. Dijo que en los tiempos moder­
nos las concentraciones humanas se parecen a las colonias
de insectos: vivimos concentrados en espacios más hacina­
dos y reducidos, pues una gran parte de la población rural ha
migrado a las ciudades.
Frente a este panorama, es posible afirmar que la urbani­
zación del mundo ha provocado grandes brechas en la dis­
tribución de la población. Las mencionadas brechas están
ligadas, además, al crecimiento dispar de la producción y el
consumo de alimentos: los suministros alimentarios (dispo­
nibles para el consumo interno), medidos en kilocalorías,
ubican al continente asiático con niveles crecientes por enci­
ma de los demás.
Si echamos una mirada a las balanzas comerciales del
mundo en alimentos y animales — es decir, las exportacio­
nes menos las importaciones en unidades monetarias a nivel
mundial— , estas demuestran déficits en todos los continen­
tes, excepto en las Américas y Oceanía. Esto significa que
Europa, Africa y Asia importan alimentos para satisfacer su
demanda. El continente americano, en particular América
del Sur, presenta balances excedentarios, en su producción
de alimentos y animales, configurándose en la primera región
exportadora de este tipo de bienes (gráfico 5).
Gráfico 5. Balanza com ercial de alimentos y animales
(en miles de millones de US$)

150

100

50

-50

-100

“50 l l l l l l l l l l l s l l l l s l l l l l ü i l l l l l l l l l s l l l l l ü l l l l l l l l
Fuente: FAO (2013). FAOSTAT.
Nota: La balanza com ercial se obtuvo de la diferencia entre exportaciones e im portaciones.

Como podemos observar, en los países del Sur, como lo


denunció Amartya Sen (1982) el problema no solo se refiere
a un déficit “de producción” de alimentos con respecto a la
población — como pensaba el clérigo inglés Robert Malthus
en el siglo X IX , y los nuevos malthusianos del siglo X X I— ,
sino a los canales de comercialización y a los mecanismos de
distribución. Sin lugar a dudas, además de los factores rela­
cionados con la baja productividad agrícola en ciertos luga­
res del planeta y de determinados productos, el meollo está
en el carácter inequitativo de la distribución de alimentos;
algo que ya había sido dicho medio siglo atrás por Josué de
Castro (1969) en su célebre Libro Negro del Hambre.
David Attenborough, naturalista británico ganador del
Premio Príncipe de Asturias, considera que los seres hu­
manos son “una plaga sobre la Tierra” e insta a controlar
el crecimiento poblacional para la supervivencia9. Llama la
atención que aún en el siglo X X I, exista un pensamiento que
trate de justificar científicamente el acaparamiento de los re­
cursos y de la riqueza, dirigiendo su crítica al crecimiento
de la población. Es así como explica que la existencia de las
hambrunas — como las de Africa— serían mecanismos na­
turales de control de la población.
Otros problemas a considerar son aquellos relacionados
con el derroche y el desperdicio de alimentos. De acuerdo
con la información de la FAO de Naciones Unidas, 1 300 mi­
llones de toneladas de alimentos — que podrían servir para
dar de comer a más de 870 millones de personas hambrien­
tas— termina cada año en la basura. A nivel mundial, alre­
dedor de un tercio de todos los alimentos que se producen
— por un monto de alrededor de un billón de dólares esta­
dounidenses— se pierde o se desperdicia en los sistemas de
producción y consumo alimentarios. La pérdida de alimen­
tos tiene lugar, sobre todo, en las etapas de producción — re­
colección, procesamiento y distribución— , mientras que el
desperdicio ocurre, por lo general, a nivel del minorista y el
consumidor; es decir, al final de la cadena de suministro de
alimentos (FAO, 2012).
Pero, no solo los problemas alimentarios están centrados
en la esfera de la producción y la distribución, sino también
están los requerimientos y los tipos de insumos que demanda
la agricultura moderna.
Algo que debemos tomar muy en cuenta es que la agri­
cultura actual es cada vez más extensiva y mecanizada. Los
alimentos provenientes de la agricultura pueden traducirse
en energía y, por tanto, ser susceptibles de medición por su
aporte en kilocalorías, como lo determinan con mucha pre­
cisión los nutricionistas.
En el mundo actual, bajo patrones pre configurados de la
estética moderna, hay una distorsión microeconómica: cier­
tos estratos de la población adquieren alimentos con menos
kilocalorías, aunque sean más caros en términos económi­
cos. Se trata de una clara distorsión del sentido, porque sería
de suponer que los precios deberían estar asociados con las
cantidades y el contenido calórico: a mayor cantidad, menor
precio — bajo los supuestos de libre mercado, información
perfecta, agentes racionales, etc.— ; es decir, los alimentos
con menos kilocalorías deberían ser más baratos. Pero su­
cede lo contrario. Esos alimentos suelen ser los más caros,
pues muchos de ellos están asociados a las dietas alimenticias.
Esto responde, en gran medida, a que existe una enorme de­
manda mundial de productos que promocionan un patrón
físico-estético que se ha convertido en obsesión de mujeres
y hombres de sectores sociales con acceso a bienes de mayor
precio.
A diferencia de lo que ha ocurrido en varios momentos
de la creación pictórica, la representación de los cuerpos de
contornos rollizos, exuberantes y con algo de sobrepeso, que
de alguna manera reflejaban el gusto por la buena comida —
por ejemplo, en las pinturas de Rubens en el siglo X V I, o las
del artista colombiano contemporáneo, Fernando Botero— ,
hoy el referente estético son las figuras delgadas de las fa­
mosas y muy cotizadas modelos (top models) de la pasarela
mundial, delineadas por grandes corporaciones de comida
light v productos dietéticos.
Retomando nuestro argumento, además de las implica­
ciones culturales, sociales y ambientales del proceso de trans­
formación energética, esto también nos conduce a debatir
acerca de la forma en que medimos los problemas sociales,
económicos v ambientales; en este caso, la productividad
agrícola.
Por lo general, la productividad es medida en toneladas
métricas por hectárea (TM/ha). Con esta forma de medi­
ción, se pueden observar tres claras tendencias (PAO, 2013).
Primero, la agricultura moderna se ha vuelto cada vez más
eficiente en el tiempo: se producen más toneladas de alimen­
tos en una misma superficie, lo cual resultaría muy benefi­
cioso para los agricultores y consumidores. Segundo, salvo
productos muy concretos, en especial los de clima tropical,
hay una mayor productividad en los países ricos, debido a la
mecanización y a los altos subsidios agrícolas. Tercero, en
los países del Sur, es usual que la productividad (TM/ha) sea
creciente en el tiempo, en los alimentos dirigidos al mercado
internacional, en desmedro de los de consumo interno.
Hay otras formas de medir la productividad agrícola, y
esto es importante para saber lo que ocurre en el mundo. Una
de las paradojas de la agricultura moderna es que cada vez se
requiere más energía fósil para producir la misma cantidad de
alimentos. Más energía para producir energía. David Pimentel
lo corroboró para el caso de la agricultura norteamericana en
los años setenta, y luego Mario Giampietro, quien dio con­
tinuidad a este análisis y ha sido uno de los más acuciosos
investigadores sobre esta contradicción de la agricultura mo­
derna (Giampietro, 2009; Arizpe, Giampietro y Ramos, 2011).
La agricultura moderna requiere cada vez más insumos
de energía (fertilizantes fosfatados, nitrogenados y potásicos,
riego mecanizado, maquinaria, tractores, etc.) para producir
alimentos, como se aprecia en forma sistemática en todas
las regiones del mundo en los gráficos 6 y 7. Esto signifi­
ca, a su vez, mayores requerimientos de recursos naturales,
como el agua. Esta tendencia se observa desde la revolución
industrial, pues la energía proveniente del sol — que permite
la fotosíntesis de las plantas— , fue reemplazada en forma
paulatina por la energía fósil, que es cada vez más costosa en
términos económicos, sociales y ambientales.
Gráfico 6. Número de tractores por continente
(Millones de tractores)

África — América -— Asia - Europa Oceania - - - M u n d o

Fuente: FAO (2013). FAOSTAT.


Nota: Se tom an en cu enta los tractores en funcionam iento agregados por co ntinente. En los
continentes donde no se contaba con inform ación para los últim os años, se consideró co n s­
tante la serie considerando el últim o año disponible.

Gráfico 7. Uso de fertilizantes


(Millones de toneladas de nutrientes por continentes)

Mundo África — — A m érica Asia Europa Oceania

Fuen te: FAO (2013). FAOSTAT.


Nota: Se contabilizan los fertilizantes fosfatados, nitrogenados y potásicos en la unidad de
peso disponible en las bases de datos de FAO (toneladas de nutrientes)
Si cambiamos la escala de análisis, y medimos la producti­
vidad, en razón de los requerimientos de insumos (tractores
por hectárea o fertilizantes por hectárea), la agricultura mo­
derna, en todas las regiones del mundo, exceptuando Europa,
es cada vez más ineficiente desde los años sesenta: requiere
más insumos por hectárea. Utiliza más químicos y maquina­
ria por hectárea, como se puede apreciar en los gráficos 8 y
9. Y, por cierto, necesita también menos trabajadores.

Gráfico 8. Tractores por hectárea de tierra arable y cultivos perm anentes


( Tractores por mil hectáreas)
40 '

35 ;

30 ‘

25 í

20 ;

25 |-

10 i
5 y
i

.... Mundo - “-‘“ África América Europa Asia Oceania

Fuente: FAO (2013). FAOSTAT.


Nota: Se tom an en cuenta los tractores en funcionam iento agregados por continente. En los con tin en tes donde
no se contaba con inform ación para los últimos años, se consideró constante la serie considerando el últim o
año disponible. Este total se divide para el núm ero de hectáreas de tierra arable y cultivos perm anentes.
Gráfico 9. Fertilizantes por hectárea de tierra arable y cultivos permanentes
(Kilogramos de fertilizante por hectárea)
200

180

160

140

120

100 -A '
80

20 j
I
o i-“
vD lO vD CO 0> C
T> 0\
0-> 0> C r \ < J > < T > < T i C r i O ‘i C T ' O l d í
(N N N

M un do — •— Á frica A m é rica A sia E uropa O cean ía

F u en te: FAO (2013). FAOSTAT.


Nota: Se contabilizan los fertilizantes fosfatados, nitrogenados y potásicos en la unidad de peso dis­
ponible en las bases de datos de FAO (toneladas de nutrientes). Este total se divide para el núm ero de
hectáreas de tierra arable y cultivos perm anentes.

Frente a ello, no se trata de defender una forma arcaica


de producción, sino de comprender estas realidades; en par­
ticular, cuando hay debates alrededor de políticas asociadas a
precios, subsidios, estímulos a la producción agrícola o aper­
tura comercial. Lo importante es establecer un equilibrio y
pensar en términos estratégicos desde el presente y a media­
no y largo plazo; es decir, que se considere un cambio de las
matrices energéticas y la recuperación ambiental del planeta.
¿Pero este cambio de matriz será capaz de llevarnos a una
sociedad diferente que garantice la vida del planeta con todas
sus especies? Esta pregunta se refiere a la preocupación de
saber si el cambio de la matriz energética será suficiente para
modificar los esquemas de vida en el mundo.
Hoy la economía no puede funcionar sin recursos natu­
rales como el petróleo, el gas o el carbón. Su producción y
consumo generan residuos, muchos de los cuales son impo­
sibles de reciclar por su alta cualidad tóxica. Estos residuos
se acumulan en el planeta que no tiene capacidad para asimi­
larlos completamente. Es ahí cuando se generan desórdenes
físicos de toda índole.
Cabe recordar a Kenneth Boulding (1966), quien popu­
larizó la metáfora de la transición de un mundo sin límites,
propia del pionero del oeste — imaginemos el horizonte ili­
mitado que tenía el clásico cowboy norteamericano cabal­
gando en sus praderas— a un mundo limitado como una
nave espacial girando en el sistema solar.
E n 1971, el rumano Nicholas Georgescu-Roegen (1971)
publicó “La Ley de la Entropía y el Proceso Económ ico”, un
libro fundador de la Economía Ecológica. En esta magnífica
obra, su autor sentó las bases de la relación entre economía
y ecología: examinó el proceso económico dentro de un sis­
tema abierto a la entrada de energía del sol y a la salida de
contaminación y de residuos, de acuerdo a las leyes de la
termodinámica, ya expuestas a mediados del siglo X IX . En
especial, enfatizó sobre la ley de la entropía, según la cual, los
recursos naturales (baja entropía) se transforman en residuos
(alta entropía). Después, otros economistas ecológicos como
el norteamericano Hermán Daly, Joan Martínez Alier y Peter
Víctor han examinado las implicaciones del desbordamiento
de los límites biofísicos planetarios en las estructuras sociales
y ambientales de la Tierra.
La principal implicación que tienen las leyes como la ter­
modinámica, y, en especial, la segunda ley de la entropía, es
que no existe una economía que se autoabastece. La econo­
mía está abierta a la extracción de los recursos naturales y a la
producción de residuos y energía disipada. Estas actividades
de dimensiones gigantescas a nivel planetario, tienen como
principales perjudicados a la población más pobre, a otras
especies no-humanas y a las próximas generaciones del fu­
turo.
Hoy la destrucción física acelerada del planeta es obser­
vable y medible. Esto pone en evidencia la voracidad en el
consumo y el derroche de bienes y recursos de una porción
pequeña del globo. E n el año 2009, según los indicadores
del Banco Mundial, un habitante promedio estadounidense
emitió 17,3 toneladas métricas (TM) de dióxido de carbono
(C 0 2); casi cuatro veces más que el promedio mundial (4,7
TM). La Unión Europea tuvo emisiones de 7,2 TM por per­
sona. China emitió 5,8 TM per cápita, pero no puede con­
tinuar desconociendo que sus emisiones por persona están
ya por encima del promedio mundial. América Latina y el
Caribe produjeron 2,8 TM por habitante, e India 1,6 TM de
C O , por persona (Ver Tabla 1).
E n el mundo existen 307 millones de habitantes esta­
dounidenses, 501 millones de europeos, 1 331 millones de
chinos y 1 207 millones de hindúes. Para tener una visua-
lización completa, debemos hacer la siguiente operación
matemática: multiplicar las emisiones provocadas por cada
habitante por la población total del mundo. D e esta mane­
ra, podemos obtener el consumo total de energía. Estados
Unidos emitió el 17 % y China el 24 % del total planetario,
de acuerdo a la última información disponible del World De-
velopment Indicators.
Tabla 1. Consumo energético
y emisiones para países seleccionados

Fuente: Banco Mundial (2013a, 2013c, 20131, 2013g, 2013h). World Development Indicators.
Nota: Kt = Kilotones; 1 Kt = 1000000 Kg.
* Se refiere al consumo de energía primaria ames de la transformación en otros combustibles finales, lo
que equivale a la producción nacional más las importaciones y las variaciones de existencias, menos las
exportaciones y los combustibles suministrados a barcos y aviones afectados al transporte internacional.
Cabe aquí, considerar algunos aspectos de índole históri­
ca y sociológica, si queremos explicar las diferencias en los
consumos, en particular, de las sociedades ricas del Norte.

Lo sucedido con Europa en la Segunda Guerra Mundial


tuvo claros ganadores — y además ‘liberadores’— : los Esta­
dos Unidos de Norteamérica. Los europeos se levantaron de
las ruinas después de casi seis años de infierno. No hablamos
solo de la economía de los europeos — que es una parte de
la explicación— , sino de sus propias sociedades que fueron
destruidas (sus derechos, sus instituciones, sus valores, sus
hábitos, etc.). Esa experiencia creó una cultura de posguerra,
una nueva filosofía de vida, con valores remozados, muy ne­
cesarios para reconstruir sus vidas y emociones después del
golpe traumático de la guerra.

Por ejemplo, si algo podemos mencionar de esa eta­


pa de la vida de los europeos, es su cambio cultural con
respecto a la supervivencia, a sus costumbres cotidianas.
E l racionamiento, el ahorro, el no desperdicio, fueron ca­
racterísticas de sus nuevos comportamientos. Las gene­
raciones de la posguerra aprendieron al inicio a vivir con
estrechez y limitaciones, pues la guerra había dejado cul­
turalmente su huella.

No podríamos decir lo mismo de la sociedad estadouni­


dense, en la que el consumo sin límites y el derroche son
características a resaltar. Bastaría mencionar un solo ejem­
plo: la cultura de los shopping malls — típica y originaria de las
grandes urbes norteamericanas, que luego se trasladó a casi
todas las ciudades latinoamericanas— , puede ser vista, en
forma paradójica, como un rasgo de estatus de los sectores
de ingresos medios y altos.
Podemos reconocer que hay mejoras en la eficiencia de
los procesos productivos; es decir, una menor cantidad
de energía y materiales por unidad de producto interno
bruto, medido en términos reales (como se aprecia en el
gráfico 10). Pero la eficiencia no es sinónimo de menor
uso de recursos en el planeta. Esto ya lo había dicho Wi-
lliam Stanley Jevons (1865), uno de los precursores de la
economía ortodoxa, en su libro The Coal Question en el
cual presentó la paradoja de que el cambio hacia energías
más eficientes — debido a la multiplicación de los avances
tecnológicos— , conduciría a la sociedad hacia un mayor
consumo energético.

E sto iría en contra de ciertos optimismos científicos y


tecnológicos. E n las últimas décadas, el consumo global
de energía y materiales no se ha detenido en el planeta,
salvo episodios muy concretos relacionados con la caída
en el crecimiento económ ico (ver gráfico 11). D e la mis­
ma manera, el consumo de energía se encuentra muy li­
gado al ingreso, y no existe evidencia empírica alguna que
demuestre que, a mayor ingreso, haya un menor consumo
de energía, como se puede comprobar en un reciente ar­
tículo publicado en la revista Economía Crítica (Correa y
Falconí, 2012).
Gráfico 10. Intensidad energética por grupo de países
(Bep/m iles de dólares constantes)

*-**'*Países de ingreso alto '""Países de ingreso mediano Países de ingreso bajo

F u en te: Banco Mundial (2013Í; 2013i). World D evelopm ent Indicators.


N ota: La intensidad energética es la relación entre el consum o de energía y el PIB, m edido en térm inos reales;
significa la energía que se requiere para producir una unidad del PIB real.
Los datos se expresan en dólares de ios Estados Unidos a precios constantes del año 2000.

Gráfico 11. Consumo de energía (Kbep)

--'P a ís e s d e in g re so a lto • “ "• P a ís e s d e in g re so m e d ia n o P a ís e s d e in g re s o b a jo


íi
F u e n te: Ban co Mundial (2013f). World D evelopm ent Indicators.
Si la historia de occidente es una historia de conquista, de
saqueo de recursos, de ampliación de territorios, en la actua­
lidad es posible afirmar que en ella persiste una cultura de
acaparamiento y de consumo que está llevando al agotamien­
to de los recursos de la naturaleza con los que la sociedad
cuenta para su propia reproducción. Queda clara la contra­
dicción: utilizamos menos energía y materiales por unidad
de producto, pero la cultura occidental nos lleva a ampliar
nuestros consumos. Como humanidad somos capaces de
crear, de innovar y de simplificar muchos procesos; pero al
mismo tiempo, nuestra lógica y cultura de consumo nos ha
empujado a la pretensión de sentirnos como si fuésemos la
única especie sobre el planeta, sin que tengamos ninguna
consideración para con otras culturas, modos de vida y con
la misma naturaleza. Con una arrogancia suprema nos he­
mos auto convencido de que somos el centro del mundo. Y
ello tiene una relación estrecha con otro de los presupuestos
que está en crisis: la ideología presente en los más altos nive­
les de la civilización occidental capitalista, que opera bajo un
concepto y práctica de la democracia y de la libertad — como
ideología de la civilización occidental y cristiana— , ejercidos
desde los intereses del máximo poder económico y político
que gobierna el mundo.
La democracia capitalista es una democracia formal, que
está configurada sobre principios que provocan enormes ni­
veles de desigualdad de toda índole en la sociedad y el mun­
do. Bajo una falsa premisa de libertad económica y demo­
cracia, se establecieron las normas para poner en marcha los
mecanismos de control de las relaciones inequitativas entre
los Estados-nación, y que dejaron al margen los derechos
básicos de una justa convivencia universal.
Estas reflexiones nos llevan a comprender la naturaleza
de la sociedad y las limitaciones que en la actualidad enfren­
tamos, como consecuencia de las relaciones históricas que
hemos establecido, en particular, dentro de la civilización oc­
cidental. No obstante, nos encontramos en un período de
reordenamiento de estos vínculos, considerando los cambios
que hoy se producen en el planeta.

Las añejas instituciones del capitalismo

Como en la célebre novela de Giuseppe Tomasi di Lam-


pedusa, E l Gatopardo (1958), y luego adaptada al cine en for­
ma magistral por Luchino V isco n ti, lo ocurrido después de
2008 es un cambio de fachada para que todo quede igual y
sirva a los mismos propósitos. Otro caso de gatopardismo del
capital.
Para lograr sus aspiraciones, el capitalismo financiero
transnacional cuenta con una serie de instituciones interna­
cionales e instrumentos a su favor, que legitiman las decisio­
nes y acciones que salvaguardan el statu quo internacional.
En otras palabras, imponen las reglas de juego (el cómo) y
quiénes deben intervenir en él.
E l sociólogo alemán Ulrich Beck (1998) acuñó el concep­
to de zombis para caracterizar a las instituciones de la socie­
dad contemporánea. La metáfora de los muertos vivientes
tiene hoy una aplicación especial para definir el reacomodo
del capitalismo y la crisis permanente con la que está acos­
tumbrado a convivir, y que podría determinar el proceso de
configuración de un nuevo orden económico, social y polí­
tico. Partamos de la premisa de que la sociedad y sus insti­
tuciones están conformadas por seres humanos que, para el
caso al que nos referimos, son seres humanos pletóricos de
información pero, muchas veces, vacíos de conciencia. Es
esa alienación planetaria la que ha facilitado que los zombis
se hayan reconstituido con más fuerza después del año 2009.
Las instituciones zombis, caracterizadas por Beck, persis­
ten dentro de esa crisis y parecen, incluso, ser parte inherente
a ella. Se habría esperado una reorganización fuerte del or­
den internacional, una reacción propositiva e innovadora de
las instituciones para enfrentarla, pero permanecen allí, in­
móviles, heridas de muerte, pero siempre con esa capacidad
de revivir, de reanimarse y de rearticularse de alguna manera.
La primera pregunta que nos sale al paso es: ¿qué es lo
que las reanima y reacomoda? E s el capitalismo transnacio­
nal que no quiere morir y que busca formas propicias para
reinventarse a sí mismo; unas veces de manera sutil; otras,
con la torpeza y la frialdad que caracteriza a la acumulación
contemporánea y su necesidad de imponer en el mundo es­
trategias geopolíticas a su favor. Por ello, la idea catastrófica
de que ese cambio civilizatorio conduce, de manera inevi­
table, a una finalización del capitalismo, es errónea y deter­
minista. No lo sabemos todavía. La realidad actual es muy
cambiante y variable como para predecir las cosas sin temor
a equivocarnos.
En su libro Modernidad líquida, el sociólogo y filósofo
polaco Zygmunt Bauman adopta el concepto de “fluidez”
como una metáfora del momento actual en la denominada
“era moderna” (Bauman, 1999). Estamos en un momento
líquido y fluido. Lo que antes era sólido hoy se derrite: se
caen los muros en forma literal y figurada; es el momento del
mercado y sus distintas expresiones. A pesar de ello, en las
fronteras, otros muros infames se construyen en forma real,
y se activa un procedimiento de persecución despiadada para
impedir el paso de los migrantes hacia los países ricos — que
se convierten en víctimas originadas por el mismo sistema
que bloquea su paso— , y se promulgan leyes restrictivas para
la movilidad humana. E l mundo vive una etapa acuosa en la
que nada está dicho o predeterminado.
Bajo el enfoque de Bauman, la fluidez corre de manera
vertiginosa en el tiempo y el espacio, y deja incertidumbres
porque desconocemos la direccionalidad que pueden tener
esos cambios. ¿Acaso esto no describe en forma adecuada el
momento actual?
La preocupación de los cambios y la direccionalidad de
las cosas están vinculadas con la institucionalidad del mun­
do contemporáneo, porque de ello dependen las decisiones
fundamentales que en el planeta se tomen. La gobernanza
internacional es uno de los temas cuestionados, porque ya
no responde a las necesidades y a la realidad mundial en el
siglo X X I.
Gobernanza es un concepto aparecido en los años noven­
ta, para respaldar la promoción de políticas que eviten que
el “orden” surgido del ajuste neoliberal de la década previa,
desemboque en reacciones violentas de las clases afectadas:
los pobres del mundo.
Para controlar esta reacción, los organismos de Bretton
Woods respondieron lanzando sobre el tapete las reformas
de segunda generación; es decir, la adaptación de los apara­
tos estatales a las necesidades urgentes del neoliberalismo,
con la finalidad de contrarrestar los brotes de violencia social
que habrían podido surgir del carácter explosivo de las polí­
ticas ortodoxas.
Esto dio respiro a ese nuevo “orden” unipolar, al que
llamamos globaüzación: una división internacional del tra­
bajo comandada por el capital financiero transnacional, co­
nocido también como “régimen de acumulación flexible” o
post-fordismo (más allá del modo de producción en serie),
de acuerdo a David Harvey1". Este orden incluye un Fondo
Monetario Internacional encargado de supeditar las políticas
económicas nacionales a los requerimientos del capital finan­
ciero; y un Banco Mundial que otorga financiamiento para
desarrollar proyectos que benefician al capital transnacional.
La Organización Mundial del Comercio (OMC) es otra de
las entidades que difunde la apertura total de los servicios
— los financieros incluidos— facilitando acuerdos interna­
cionales que solo favorecen al Norte, porque el comercio de
bienes ya se encuentra liberalizado.
El comercio internacional es como una boa constrictora
que asfixia a sus presas antes de engullirles. Las reglas co­
merciales internacionales son tan injustas y desiguales que
terminan por perpetuar la misma estructura productiva que
se configuró en el siglo X IX .
Todo comercio internacional es regulado. No existe libre
mercado y tampoco libre comercio, como nos explican con
claridad Joseph Stiglitz y'Andrew Charlton (2005) o Ha-Joon
Chang (2007; 2012). Ese es un slogan muy bien aprovecha­
do por el neoliberalismo que continúa campante dándose las
vueltas con sus carteles a lo largo y ancho del mundo. Los
que sí existen son los tratados de libre comercio (TLC), que
son las formas de regular el comercio a favor del gran capital
del Norte y de los comerciantes y exportadores del Sur, que
abundan en el continente desde que Potosí (en Bolivia) co­
menzó a llamarse Cerro Rico.
En la vida real no existe el libre comercio. Lo que se co­
noce con ese nombre es al conjunto de normas que, en ge­
neral, podrían catalogarse como OMC-plus, por constituir
reglas que superan las condiciones establecidas en el tratado
multilateral de la OMC. Esas normas parten de la validez del
teorema clásico de las ventajas comparativas propuesto por
el economista inglés David Ricardo a inicios del siglo X IX y,
como consecuencia posterior, del teorema Heckscher-Ohlin
de comercio internacional. Ambas son piezas de la economía
ortodoxa convencional que han sido cuestionadas por ma­
nejar supuestos irreales: ausencia de costos de transacción,
inexistencia de costos de transporte, omisión de factores
geopolíticos, extensión de la idea de mercados perfectos en
el plano internacional.
Existe un elemento que es necesario considerar: los TLC
siempre han sido impulsados por los países capitalistas ricos
del Norte y por lo general recibidos con entusiasmo por las
naciones capitalistas pobres del Sur. Para ellos no ha sido
suficiente la normativa OMC, que permite elaborar rondas,
como la de Doha (negociación promovida por la OMC para
liberar el comercio internacional, en particular el agrícola),
que ha sido boicoteada en forma reiterada por los países del
Norte, porque no les conviene liberar siquiera el comercio de
bienes primarios. Los países del Sur, y en especial los BRICS,
han respondido con la misma moneda, en defensa de sus
intereses particulares, pero sin llegar a ser todavía un fuerte
contrapeso que logre modificar la correlación de fuerzas en
el ámbito internacional.
El libre comercio no es un comercio liberado de normas
y dejado al juego de las fuerzas de los mercados supuesta­
mente perfectos. Es una forma de comercio regulado, con­
cebida para perpetuar los privilegios del capital del centro
del sistema. Es una modalidad de comercio que no considera
evolución y cambio en el tiempo, sino un horizonte intem­
poral, como si las cosas pudiesen permanecer estáticas y sin
variación. Bajo esta modalidad, no pueden cuestionarse los
subsidios que mantienen los países capitalistas centrales en
beneficio de sus sistemas agrícolas y en contra de los agricul­
tores del Sur; tampoco pueden cuestionarse privilegios como
los que mantiene, por ejemplo, la Unión Europea a favor
de sus ex colonias productoras de banano. Colombia y Perú
siguen pagando un arancel por tonelada de banano, aunque
inferior al arancel asignado al banano ecuatoriano, que fue
castigado por no negociar el acuerdo de libre comercio, que
es discriminatorio pero aplicable en la OMC-plus, aunque se
encuentre penado por la OMC.
Otro aspecto clave es el conjunto de normas que va más
allá del comercio y del sistema de los aranceles, que se vuel­
ve fundamental en la estructura del comercio internacional.
Juegan un rol central las barreraspara-arancelarias (reglas e ins­
trumentos, por medio de las cuales se restringe la entrada de
productos) y las normas de origen, que son aquellas que definen
y verifican la cualidad de un producto nacional. Tanto las
barreraspara-arancelarias como las normas de origen son inventos
establecidos para evitar el ingreso de productos que no les
convienen.
Un aspecto intemporal de funestas consecuencias para el
desarrollo endógeno es el respaldo de los TLC a los derechos
de propiedad intelectual, tan necesarios para mantener las
brechas tecnológicas de todo tipo entre Norte y Sur. Esto
imposibilita la reducción de la diferencia tecnológica y de
competitividad: importamos basura y obsolescencia progra­
mada. Ahora bien, esta basura y obsolescencia tienen incor­
porada una alta tecnología que no podemos imitar, porque
se encuentra protegida por derechos de propiedad, que han
sido definidos en los Acuerdos de los Derechos de Propie­
dad Intelectual relacionados con el Comercio (ADPIC). El
hecho histórico es que ningún país — ni E E . UU. ni Japón
ni Suiza ni China— fue muy respetuoso de los derechos de
propiedad intelectual mientras se encontraba en la parte infe­
rior de la brecha tecnológica. E n la mayoría de casos, tampo­
co aplicaron políticas comerciales e industriales aperturistas,
sino proteccionistas. E l economista coreano del sur, y crítico
del neoüberalismo, Ha-Joon Chang (2002), lo expone con
claridad mediante la figura de que los países desarrollados
patean la escalera con la cual escalaron, para que los otros no
puedan subir.
La forma de regular el comercio (del libre comercio), en­
cubre el tratamiento privilegiado al capital extranjero dentro
de un paquete general de normas concebidas como servicios.
Los TLC buscan liberar el comercio de bienes en forma
no diferenciada: el Norte nos propone que desde el Sur po­
dría exportársele buques, automóviles, plasmas, computado­
res, equipo médico, etc.; es decir, nos permiten exportarles
cosas irreales para nosotros en el momento actual, cosas que
no tenemos, pues estamos a mucho tiempo de poder pro­
ducirlas. Entonces, ¿qué contenido económico real tiene esa
‘reciprocidad’ comercial? Esto se vuelve una tomadura de
pelo, pues en cuanto a bienes, nos es suficiente con la OMC
para que se nos facilite el comercio y nada más. Los TLC no
ofrecen nada bueno para nuestros países del Sur, que venden
productos primarios.
Este orden internacional surgido de la Segunda Guerra
Mundial también incluye una Organización de las Naciones
Unidas, cuyo nacimiento, en 1945, fue celebrado como un
logro en materia de derechos humanos. No obstante, con el
pasar del tiempo, ahora el poder de veto no se cuestiona, y
menos aún los actos de barbarie de la Organización del Tra­
tado Atlántico Norte o de Israel. Este es el orden que sigue
la gobernanza de un espacio de acumulación capitalista de
dimensiones mundiales.
El primer tropiezo de ese orden mundial ocurrió en 1971,
cuando Richard Nixon, en Bretton Woods, rompió el com ­
promiso asumido por E E . UU., y terminó con el patrón oro,
que hasta entonces había sostenido el sistema monetario del
mundo capitalista, y mediante el cual se determinaba el va­
lor de la unidad monetaria, en relación con la cantidad de
oro físico que cada país poseía en las bóvedas de sus bancos
centrales. Ese fue el punto de inflexión para que se produjera
el régimen de acumulación flexible del que nos habla David
Harvey.
E l otro tropiezo grave que tuvo ese orden mundial ocu­
rrió en 2008, debido a los desafueros del mercado financiero
estadounidense, tras casi una década de desregulación y es­
peculación. E l resultado de esto ha sido el fortalecimiento de
lo mismo. Se trata de un fenómeno de histéresis del capital fi­
nanciero transnacional11, que requiere aparentar cambios en
el FM I, el Banco Mundial y la OMC para perpetuar la lógica
del ajuste fiscal en su beneficio.
La modificación del carácter de sus instituciones y del sis­
tema de gobernanza internacional, junto al ejercicio de pode­
res fácticos presentes en la toma arbitraria de decisiones que
competen al conjunto de la humanidad, son expresiones del
juego de intereses en el escenario de la geopolítica mundial
contemporánea.
Desde finales de la II Guerra Mundial, el establecimiento
del sistema de gobernanza de la Organización de las Nacio­
nes Unidas ha consolidado el poder sobre los flujos de per­
sonas, financieros y de bienes y servicios, dentro del actual
sistema capitalista.
AI finalizar la conflagración mundial, en 1945 se anunció
un Nuevo Orden Económ ico Internacional. Los países del
Norte fijaron la prioridad de estabilizar sus transacciones co­
merciales, mediante el establecimiento de un sistema mone­
tario internacional y el G A T T (Acuerdo General sobre Aran­
celes Aduaneros y Comercio). Ante la necesidad de contar
con un tipo de cambio sólido y estable, decidieron tomar al
dólar como moneda de referencia.
Es así como se establecieron reglas monetarias y comer­
ciales claras entre los países miembros y, se crearon el FM I y
el Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo. La
función de estas instituciones, que nacieron en los acuerdos
de Bretton Woods (Estados Unidos, 1944), fue reactivar las
economías deprimidas por la guerra con fondos financiados
por las naciones miembros. E l país que tuviera déficits en su
balanza de pagos, debía financiarlos mediante reservas y con
préstamos proporcionados por el FM I, acordando, en for­
ma previa, las políticas económicas necesarias para que esos
préstamos le fueran otorgados.
E n la década de los 70 se consolidó el Grupo de los 7
(G-7) conformado por Estados Unidos, Reino Unido, Japón,
Canadá, Francia, Alemana e Italia. E n 1998, luego de la ane­
xión de Rusia, pasó a llamarse G -7 + . Este primer grupo de
países ejercen un poder de bloque en todas las negociaciones
en las convenciones internacionales organizadas por la Or­
ganización de las Naciones Unidas y otros de organismos
multilaterales como la OMC.
En mayor medida, son los países miembros del G -7 quie­
nes han marcado el ritmo de la geopolítica internacional en
el actual sistema capitalista. A pesar de la hegemonía de las
políticas económicas ortodoxas, impulsadas por las entida­
des del actual sistema de gobernanza internacional, los resul­
tados demuestran un rotundo fracaso.
La formación del grupo de países G-20 fue la primera
respuesta de las hegemonías del Norte, para calmar la pre­
sión de las relaciones internacionales y adoptar una política
exterior que facilite el tránsito de un orden unipolar a un or­
den multipolar. Este nuevo grupo fue conformado en 1999,
e incluye a los países G -7 + , sumados a Arabia Saudita, Ar­
gentina, Australia, Brasil, China, Corea del Sur, India, Indo­
nesia, México, Sudáfrica y Turquía. E l miembro número 20
es la Unión Europea.
Llama la atención la forma mutante de la recomposición
del neoliberalismo y de sus instituciones de gobernanza in­
ternacional, como el G -20, que buscan mantenerlo a flote
con los métodos tradicionales.
D e manera paralela a la crisis que hoy se expresa con
mayor fuerza en la economía y en la esfera de lo social, es
posible identificar nuevas problemáticas originadas en la al­
teración de la función que cumplen los organismos interna­
cionales, que un día fueron creados — luego de las experien­
cias traumáticas de las guerras mundiales y el genocidio— ,
como espacios de defensa de los intereses de todas las na­
ciones, de los derechos humanos, del derecho a la paz y a la
vida con dignidad. No obstante, los principios y el sistema
con que fueron concebidos y creados en un inicio se han vis­
to modificados con el pasar del tiempo. Su carácter original
se ha debilitado, dando paso a posiciones contradictorias y
antidemocráticas que favorecen a países hegemónicos con
claros intereses geopolíticos. Así, tanto la política como la
economía de las naciones más fuertes del planeta imponen
las reglas de juego en las relaciones mundiales.
E l concepto político de hegemonía fue desarrollado por
Antonio Gramsci, quien en su tiempo buscó comprender los
mecanismos de conformación y consolidación de la domi­
nación. E l político y pensador italiano concibió la hegemo­
nía como un fenómeno subjetivo, sujeto a una construcción
social que genera la capacidad de producir consenso, para
establecerse luego en la ideología de la sociedad. Esta idea
de hegemonía pone su acento en la organización del consen­
timiento (Gruppi, 1978). Este mismo principio conceptual
bien podría aplicarse para comprender los roles y funciones
que cumplen hoy los bloques hegemónicos de países en el
contexto internacional.
La Organización de las Naciones Unidas y los diversos
organismos ejecutores de sus políticas fueron creados para
dar respuestas a las necesidades y a los derechos de toda la
población del planeta. Sin embargo, ¿por qué algunos países
no responden frente a algunos compromisos y protocolos
que son el resultado de una exigencia mundial? ¿Puede la O r­
ganización de las Naciones Unidas constituirse en un orga­
nismo que exija la transparencia de todas las naciones frente
a un asunto determinado? Esta es una pregunta medular que
nos sitúa en el centro de un asunto que deja de ser diplomá­
tico para volverse estrictamente político.
La historia más reciente nos habla de que las votaciones
y resoluciones tomadas en la Organización de las Naciones
Unidas no tienen mayor influencia en la conducta de ciertos
países a la hora de las decisiones de peso para el mundo. Los
casos de intervención militar en las crisis de los países del
Oriente Medio de los últimos años (Afganistán, Irak, Egipto,
Libia, Palestina) pueden servir de clara ilustración.
La humanidad está agotando la búsqueda de resolución
de sus problemas mediante diversos cónclaves en organis­
mos y espacios internacionales, donde los representantes de
las naciones y estados se reúnen para buscar los acuerdos
comunes que nunca llegan, justamente porque no existe una
simetría. Esto podría interpretarse como que los derechos
de la humanidad no son iguales en el planeta; significaría que
existen varios tipos de humanidad; es decir, que habría huma­
nidades más importantes que otras, y por ello tendrían mayor
derecho a representatividad, como especie, para tomar las
decisiones sobre los asuntos que competen a la Tierra. Ade­
más, la solución a sus problemas no debería ser materia de
debates exclusivamente limitados a las millonarias cumbres
internacionales que tienen lugar de manera periódica.
Los compromisos de carácter ambiental, cuando exigen
acuerdos de una mayoría absoluta de países, tampoco son
suscritos o ratificados por algunos de ellos en el momento
de las decisiones políticas reales. Por ejemplo, los Estados
Unidos, que en el 2009 provocó el 17 % de las emisiones
de gases efecto invernadero, no ha ratificado la Conven­
ción Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Cli­
mático y tampoco asumió, con Barack Obama, el liderazgo
que el mundo esperaba, para combatir uno de los mayores
desastres de la historia humana: el cambio climático. O ba­
ma, y recién en junio del 2013, se ha concentrado en lo
interno con un proyecto, sin la aprobación del Congreso,
para la reducción de las emisiones de gases de efecto in­
vernadero y para una paulatina reconversión de la industria
estadounidense hacia las energías limpias. Esto lo ha hecho
dentro de su acción soberana, casi al margen de cualquier
tratado internacional surgido de esa gobernanza mundial
que tanto se proclama cuando se busca legitimar las asime­
trías internacionales. Obama decidió por sí y ante sí — tal
vez porque se saturó su capacidad de repelencia a la crí­
tica de la comunidad científica de su país y del mundo— ,
iniciar una etapa más intensa de acciones para reducir las
emisiones de esos gases. Esto demuestra que EE.U U . es
una nación que se considera con más derechos que los
expresados por la Organización de Naciones Unidas. Y si
esta es la conducta de EE.U U ., ¿qué podemos esperar de
China, como potencia hegemónica emergente en el siglo
actual? China (con una economía creciente pero como país
succionador de recursos de varios territorios del Sur) se
constituye hoy com o un país beneficiario de la situación
actual, dada su progresiva penetración comercial y finan­
ciera en Africa y América Latina. Em ite casi un cuarto del
total de C O , del planeta y enfrenta problemas de conta­
minación a nivel urbano. Estos y otros indicios muestran
la necesidad de reformular las instituciones de gobierno
mundial, pues las vigentes, desde Bretton Woods, ya no
responden a los desafíos actuales.
Son mucho más importantes los intereses económicos
y las ganancias de las grandes corporaciones internaciona­
les — en este caso como poderes supranacionales— , que la
responsabilidad de disminuir la contaminación del planeta y
frenar el calentamiento global. En este sentido, el espíritu de
las transnacionales se convierte en una fuerza invisible, que
decide de manera velada, a través de los países que lo repre­
sentan en los organismos internacionales de decisión.
El actual orden internacional está basado en relaciones
desiguales entre los países del Norte y del Sur. Hay una lógica
de funcionamiento de esas relaciones que responde con cla­
ridad a los intereses de los países más fuertes, que son los que
toman las grandes decisiones del mundo actual. Basta exa­
minar lo que ocurrió en la Cumbre Internacional de Cambio
Climático celebrada en Doha, en diciembre de 2012, donde
no se alcanzó ningún acuerdo global vinculante ni efectivo,
para reducir los gases de efecto invernadero generados en
forma mayoritaria por los países ricos. En Doha, aunque se
logró ampliar el protocolo de Kioto hasta el año 2020, la
Cumbre tuvo pocos resultados concretos. Así, países con­
taminantes como Japón, Rusia, Canadá y Nueva Zelanda se
desvincularon, mientras Estados Unidos no ratificó todo el
tratado. Los países comprometidos solo suman en total un
15 % de las emisiones contaminantes mundiales. Este dato
nos dice mucho acerca de la poca voluntad e interés real para
cambiar las cosas, por parte de quienes más contaminan el
planeta.
Este fenómeno que continúa sucediendo y que tiene lugar
en distintos momentos — como resultado de negociaciones
y lobbies políticos privados de gigantescas corporaciones in­
dustriales— , es el que en última instancia estaría definiendo
el porvenir del planeta. Se trata de un desplazamiento de las
soberanías, empujadas por los cuerpos supranacionales que
estarían debilitando en control democrático, como poderes
fácticos, y reforzando una influencia política ilegítima a nivel
mundial.
Sea por histéresis o por gatopardismo, un nuevo orden
mundial no se puede construir con las viejas instituciones de
Bretton Woods o con la sala de lobistas de las transnacionales de
las industrias farmacéuticas y agroquímicas en la que se ha
convertido la Organización Mundial de Comercio. El desafío
es cómo construir otro orden mundial que desde el inicio
se lo conciba como multipolar, y no sólo como un remoza-
miento del orden actual.
E l capital transnacional no va a ceder espacio. No lo hizo
en su momento, cuando Gran Bretaña dejó de ser la cabeza
de la unipolaridad del siglo X IX , sino después de dos guerras
mundiales. Y la opción no fue la reivindicación de los pue­
blos, sino el ascenso al poder mundial del capitalismo fordista
estadounidense frente al modelo socialista propuesto por la
desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Esta
experiencia nos coloca frente a la posibilidad de una nueva
etapa de beligerancia que podría tener dimensiones catastró­
ficas, si tenemos presente que varios de los contendientes
(Israel, Estados Unidos, Unión Europea, Rusia, China, las
dos Coreas) disponen de armas de destrucción masiva.
El capitalismo ha aprendido a vivir en concupiscencia con
el orden internacional para poder levantarse a momentos y
recuperarse de sus recurrentes crisis y proclamar convalecen­
cias que cada vez duran menos tiempo. Pero la pregunta que
todos nos hacemos es: ¿Por qué logra resurgir y se resiste? Y
es que existen organismos, corporaciones y el mismo grupo
dominante internacional — el club de zombis— , que se en­
cuentran interesados en mantener las actuales relaciones de
poder.
¿Están las instituciones del capitalismo paradójicamente
más fortalecidas en épocas de crisis? Muchos piensan que
solo se reconstituyen gracias al dominio ideológico del capi­
tal financiero, para seguir operando en la racionalidad de los
mercados en el corto plazo. Si el principio dialéctico no se ha
eliminado, el proceso continuará, con nuevas contradicciones.
Esa impresión nos deja el hecho de que seguimos pensan­
do las reformas desde la perspectiva del modo de acumula­
ción capitalista, pero “la reforma necesaria no es anticapita­
lista, ni anti Estados Unidos, ni siquiera fundamentalmente
medioambiental. Se trata, de manera sencilla, de pensar mi­
rando a largo plazo, en vez de mirar el corto plazo. De la
temeridad y el exceso, a la moderación y al principio de la
prudencia” (Wright, 2006: 148). Se trata de avanzar hacia una
nueva racionalidad, moderada y prudente.
La desesperanzada pregunta que nos queda es ¿cómo
construir un orden nuevo desde el Sur, sin el respaldo del
poderío bélico y sin la capacidad de presión económica? La
opción es pregonar la paz y el derecho internacional en cons­
trucción, como herramientas para encontrar los espacios y
crear órdenes alternativos, distintos al orden Norte-Sur en el
que continúan empeñadas nuestras oligarquías importadoras
y exportadoras. Ordenes alternativas con lógicas comercia­
les, migratorias, de cooperación y de política internacional
solidarias, equitativas e igualitarias, responsables con las fu­
turas generaciones, y que se encuentren dispuestas a regular
y controlar al capital financiero. Este podría ser el gran reto
que asoma en el horizonte actual.
Este conjunto de reflexiones nos lleva, de manera lógica,
a reconocer la existencia de una crisis de pensamiento a nivel
mundial. Hoy más que nunca se vuelven urgentes la integra-
lidad para examinar problemas complejos y la audacia para
romper los moldes establecidos.

Reordenamiento geopolítico

La crisis del capitalismo, en la cual el capital financiero


logra mantenerse a flote y siempre termina ganando — como
la casa en el juego de ruleta de un casino— es un fenómeno
que obliga al reacomodo de las fichas en la geopolítica actual.
Se ha puesto en evidencia, y con mayor relieve, la fragilidad
que hoy tiene el orden mundial, cuya expresión más clara es
la inestabilidad del Medio Oriente, y el permanente peligro
que ello implica para todo el planeta.
E n ese escenario geopolítico, es importante tener en
cuenta algunas consideraciones, partiendo del hecho de que
este nuevo momento pasa por un reordenamiento político,
comercial y financiero, para lo cual es necesario analizar al
menos, dos circunstancias.
En primer lugar, la pérdida de la hegemonía estadouni­
dense y su búsqueda de nuevas alianzas internacionales;
en particular, mediante el llamado Acuerdo de Asociación
Transpacífico T PP — Australia, Brunei, Darussalam, Cana­
dá, Chile, Malasia, México, Nueva Zelandia, Perú, Singapur
y Vietnam— , y con la búsqueda de un acuerdo entre el TPP
y la Unión Europea, que busca ampliar sus posibilidades co­
merciales o extender su campo en materia de defensa, como
una forma de contrarrestar su pérdida de hegemonía.
E n segundo lugar, otro elemento que caracteriza el mo­
mento actual, es la fuerte presencia comercial y financiera
de China a nivel mundial, que cada vez aumenta su parti­
cipación global y amplía su clase media. E n tercer lugar, la
expansión del comercio Sur-Sur. E l comercio Sur-Sur se tri­
plicó entre 1980 y 2011 (de menos del 10 % del comercio
mundial, a cerca del 30 %). Si se mantiene esta tendencia, en
los próximos diez años el comercio Sur-Sur sería más impor­
tante en montos que el comercio Norte-Norte. E l comercio
Norte-Norte, por su parte, pasó de la mitad del comercio
mundial a menos de un tercio; es decir, disminuyó. E l comer­
cio Sur-Norte se mantuvo cerca del 20 % , como lo aseveran
los propios informes de Naciones Unidas (PNUD, 2013).
Un cuarto elemento es el comercio intra-firma. E n un infor­
me de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económico (OECD) (Lanz y Miroudot, 2011), se establece
que, para el año 2009, el 48 % de las importaciones de E s ­
tados Unidos y el 30 % de sus exportaciones corresponden
a comercio intra-firma registrado. E l comercio mira-firma
supone obstáculos al comercio, ya que responde a intereses
que facilita el uso abusivo de precios de transferencia como
mecanismo de evasión fiscal, convierte a los acuerdos de co­
mercio en herramientas para maximización de ganancias de
determinadas firmas, evadiendo el principio de independen­
cia de las partes negociantes, entre otros.
Como ya lo he mencionado, el momento actual está ca­
racterizado por una supremacía del capital financiero que,
al expandirse y circular por todo el mundo, con los medios
tecnológicos a su alcance, se impone y condiciona las relacio­
nes internacionales establecidas entre todas las naciones del
planeta. E l fracaso del capitalismo como sistema que organi­
za la economía, nos está conduciendo a la crisis civilizatoria
que trato de advertir, y que es conceptualmente mucho más
amplia que el fracaso del modo de producción enseñoreado
en la civilización occidental con ínfulas de exclusividad en
el planeta. “Nuestro comportamiento actual es el típico de
las sociedades fracasadas en el momento culminante de su
codicia y su arrogancia”, como afirma Ronald Wright (2006:
148). La sociedad contemporánea está a punto de fracasar.
Reconocemos que se trata de una crisis civilizatoria que tiene
dimensiones mundiales.
E n el pasado, como ya hemos hecho referencia, cuando
desaparecía una cultura entera, como ocurrió con los súme­
nos o con la población de la Isla de Pascua, la humanidad
todavía estaba tan lejos de sus límites físicos que surgían una
y varias civilizaciones, con sus propios modos de produc­
ción en otros lugares del mundo. Ahora, cuando hablamos
de crisis civilizatoria, nos referimos a un evento de colapso
planetario global, que guarda relación en forma parcial con
la caída de una potencia, como Estados Unidos o Inglaterra,
que a fin de cuentas son relevos de la misma lógica capitalis­
ta, con diferentes condiciones históricas.
El sociólogo y científico social histórico estadounidense,
Immanuel Wallerstein (1974), define el sistema-mundo como
una estructura que tiene fronteras, que está formada por gru­
pos característicos y normas generales, que la legitiman y le
dan coherencia. Se trata de un mundo donde abundan con­
flictos de diversa naturaleza y que se mantiene en un estado
de tensión permanente.
Además de Wallerstein, otros autores, como James Petras
y Noam Chomsky, han realizado una serie de reflexiones en
torno al mundo contemporáneo, en el cual reconocen y ana­
lizan el fenómeno de la decadencia del imperio al referirse a
los Estados Unidos.
Desde la caída del Muro de Berlín y la desaparición de
la Unión Soviética, hubo una modificación de la geopolítica
mundial. Lo que se creía iba a ser la recuperación total del
modelo capitalista en el planeta, como un sistema hegemóni-
co, vigoroso, boyante, sin alternativas y bajo un pensamiento
único — teniendo como vanguardias a Estados Unidos, la
Unión Europea y Japón— , terminó en una celebración frus­
trada y llena de incertidumbres, debido a la crisis económica
que poco a poco iba gestándose antes del inicio del nuevo
milenio.
Se produjeron acontecimientos que modificaron el esce­
nario que iba a fortalecer la hegemonía total de los Estados
Unidos sobre el resto del mundo. Aparecieron nuevos ac­
tores en el mercado mundial, como China12, India, Brasil y
Rusia, que se configuró como un nuevo foco de poder eco­
nómico y militar en la zona del Cáucaso y el Este de Europa.
Estados Unidos demostró poca capacidad para imponerse en
los conflictos militares abiertos en Medio Oriente — como
en el caso de la intervención militar en Irak y Afganistán, que
tuvo un alto costo económico y político— , al tiempo que
enfrentaba su propia crisis generada por la famosa burbuja
inmobiliaria.
Para el mundo capitalista, la caída del Muro de Berlín,
en 1989, y la disolución de la Unión Soviética, fueron los
acontecimientos más importantes en la etapa final del siglo
X X . La terminación de una histórica rivalidad entre las dos
súper potencias mundiales, Estados Unidos de América y la
URSS (países respaldados por la Organización del Tratado
Atlántico Norte y las naciones del Pacto de Varsovia, res­
pectivamente), que se había configurado desde 1945, luego
del triunfo de los países aliados en la Segunda Guerra Mun­
dial — después de una larga carrera armamentista e incluso
espacial entre ambos países, que mantuvo en vilo al planeta
con la amenaza constante de una eventual guerra nuclear— ,
significó también el final de la llamada Guerra Fría.
La disputa por el poder mundial cambió de carácter de
manera radical en la etapa inicial del nuevo proceso. Se cen­
tró en los ámbitos de la economía, el apoyo a las democracias
nacientes y los diálogos de cooperación, con miras a respal­
dar la transición ordenada de los ex países socialistas, hacia el
modelo del capitalismo moderno. El mundo reconoció en­
tonces un claro triunfador en la contienda.
Ha transcurrido casi un cuarto de siglo de ese cambio y
el escenario mundial ha sufrido variaciones en lo político,
lo económico y lo ambiental. Los actores en escena son los
mismos, en la mayoría de casos, pero también hay nuevos
actores protagónicos en el acontecer planetario. Se mantienen
los Estados Unidos, los países europeos, Rusia (parte de la
ex URSS) y China, pero aparecen, además, países del Medio
Oriente.
China, más que Rusia, está ubicada entre las primeras
cinco economías del mundo, pues ocupa el segundo lugar,
después de Estados Unidos, según los datos de los indicado­
res de desarrollo del Banco Mundial. Muestra una cada vez
mayor participación en el PIB global (tabla 2). Cabe la pre­
gunta: ¿pueden Rusia y China tomar la posta de la hegemonía
mundial del capitalismo, como a su momento lo hizo E E .
UU. cuando desplazó al Reino Unido? ¡Ya no hay espacio en
el planeta para eso, y los sumideros ya no alcanzan! O pue­
den considerar otras dos alternativas, como son aliarse con
ellos — con los Estados Unidos— o defenderse para no ser
absorbidas y separadas del núcleo duro del poder mundial.
Aunque no con las mismas características que en la Gue­
rra Fría, persiste una carrera armamentista entre estos tres
países (gráfico 12 y gráfico 13). Ahora la estrategia es armar
a otros, para que sigan batallando guerras de baja intensidad,
sin enfrentamientos directos entre los tres países que com ­
piten por la hegemonía mundial. Por ejemplo, Rusia arma a
Siria, como E E . UU. a Egipto. No disputan entre ellos en
forma directa, pero venden armas para que las usen otros y
siga generándose la demanda para una de las industrias más
rentables del mundo, tal vez la más rentable luego del tráfi­
co de estupefacientes. Es importante analizar los niveles de
inversión de sus presupuestos en la creación de complejos
militares industriales y el panorama de potenciales conflictos
bélicos futuros.
En el caso de los Estados Unidos, sus más recientes in­
tervenciones militares fueron eventos clave para dinamizar la
industria bélica del país del norte.
Gráfico 12. Porcentaje de participación en el presupuesto mundial de defensa
2010

« E sta do s Unidos

■China

* Francia
■India


' Rusia

' Reino U nido


Brasil

Resto de p a íses de A m é rica Latina


Resto del M undo

Fuente: International Institute for Strategic Studies (2012). The Military Balance.

Gráfico 13. Gasto en defensa con relación al PIB


2010

f# 4,8*
/ \V ( Í , 3 ,6 *

I 2 .0 * A ~ 'é 2,i
1,6* J " V 6*
1, 1%
9
I 1.3*
w #
.V'91 r w0,9*
0,4% ‘' ♦ w 0,1
A - -* 4 x
0,8% 1,3%

/ '/ V " / O 'V

Fuente: International Institute for Strategic Studies (2012). The Military Balance.
A pesar de tener un potencial científico, tecnológico y mi­
litar — junto con el compromiso de Europa, mediante la Or­
ganización del Tratado Atlántico Norte— , no hay duda de
que la crisis del capitalismo mundial está poniendo en riesgo
la hegemonía de los EE.UU.
Durante algunos años, antes de las intervenciones mili­
tares estadounidenses de inicios de 2000, hubo una dismi­
nución temporal de los escenarios de guerra. Ello coincidió
con un auge de la esperanza capitalista de convertirse en
la respuesta para el desarrollo de las economías mundiales,
luego de la caída del Muro de Berlín en 1989. Los avances
tecnológicos, el incremento de los negocios por internet, la
revolución de la comunicación y el transporte, estrecharon
los lazos de comercio entre E E . UU., Japón y China. Apa­
recieron nuevos actores económicos planetarios, como los
tigres asiáticos, que dinamizaron el panorama de los felices
90n de la globalización capitalista.
Los atentados del 11 de septiembre de 2001 a las Torres
Gemelas de Nueva York (11-S), imputados a la red Al Qae-
da, marcaron un antes y un después en la historia mundial.
A mi juicio, los componentes del declive desde el 11-S
son: (1) el telón de fondo del cambio climático y la emer­
gencia de los BRICS, que le restaron poder económico a los
capitalistas centrales en el mercado global; (2) las erráticas
intervenciones en Irak y Afganistán, y de manera indirecta
en Libia, urgido por mantener suministros energéticos, lo
cual, además, tuvo un gigantesco costo fiscal por el gasto
bélico (entre 3 y 5 millones de millones de dólares, según el
libro The Three Trillion Dollar War, escrito por Joseph Stiglitz
y Linda Bilmes en 2008l4; y (3) el predominio ideológico del
neoliberalismo, su desregulación, el enriquecimiento de los
más ricos y la primacía del capital financiero. Luego del
11-S, la Reserva Federal de los Estados Unidos bajó la tasa de
interés, para alentar el consumo vía incremento de la deuda
privada, pero no se hizo nada para impedir la posterior bur­
buja financiera que explotó en 2008.
Después del 11-S, Estados Unidos puso en marcha la
“Operación Libertad Duradera” (octubre de 2001) para eli­
minar a Bin Laden y derrocar a los talibanes. Consiguieron
ambos objetivos, aunque con un rezago considerable de
tiempo. Pero, a pesar de toda la maquinaria desplegada, los
talibanes no han desaparecido.
Los halcones norteamericanos intentaron, sin éxito, en­
contrar una conexión entre Bin Laden, los talibanes, el 11-S
y el régimen iraquí. Durante el mandato de G. Bush hijo, la
Casa Blanca lanzó una campaña de propaganda para conven­
cer al mundo de que la invasión a Irak era parte de la gue­
rra de Estados Unidos, en contra del terrorismo, justificada,
además, porque Saddam Hussein tenía armas de destrucción
masiva. Consumada la invasión, la Casa Blanca reconoció
que el argumento esgrimido no fue verdadero, pero era de­
masiado tarde: se habían ya apropiado de una de las reservas
petroleras más grandes del planeta.

Visto en perspectiva, el dantesco colapso de las Torres


Gemelas y los miles de muertos anticiparon otro colapso
igual de horrendo pero menos espectacular, desencadenado
en octubre de 2008, con las crisis financiera y fiscal del país
más poderoso del mundo.
El aprendizaje que nos deja la historia es que el capitalis­
mo siempre ha tenido más de un hegemón: primero fueron
los holandeses, luego los británicos y luego los estadouni­
denses. En este momento estamos presenciando el final de
la hegemonía de los Estados Unidos, que dará paso a un
nuevo hegemón (¿China?). Pero ello no significa el fin del
capitalismo.
La reconfiguración del comercio internacional demuestra
este cambio de hegemonías. China supo aprovechar la opor­
tunidad para entrar en el escenario de la globalización. Su
desarrollo tecnológico y producción de bienes de bajo costo,
han logrado penetrar en los mercados mundiales y mantener
el crecimiento de su economía. Además, la carencia de recur­
sos naturales, en la dimensión que requiere su economía, ha
empujado al país a buscar aliados estratégicos que le provean
de materias primas y alimentos.
La tabla 2 y el gráfico 14, muestran la participación de
la producción de países seleccionados respecto al PIB total
mundial. En la década de los 60, Estados Unidos represen­
taba el 34 % del PIB mundial, mientras que países com o
China, aportaban con menos del 1 %. La región latinoa­
mericana en su conjunto representaba el 6,6 % , con un
aporte de 1,5 % por parte de Brasil.

Tabla 2. Evolución del Producto Interno Bruto (PIB)


Participación respecto al PIB mundial (porcentajes)
'-América Unión
: Estados
Año Brasil Jtnsia India Cliina Sudáfrica Latina y el
Unidos Europea
- Caribe
1961 1,54 - 1,11 0,68 0,53 33,62 6,56 33,96
1970 1,57 0,98 0,82 0,56 30,73 6,50 - 32,56
1980 2,43 - 0,91 1,03 0,54 29,00 7,72 30,33
1990 2,06 1,58 1,13 1,82 0,45 28,94 6,37 27,98
2000 1,99 0,80 1,47 3,71 0,41 30,61 6,63 26,24
U2Ó10L;': . 2,22 1,00 2,38 7,83 0,45 27,87 7,14 3,51
2011 2,22 1,02 2,46 8,33 0,45 27,59 7,27 23,24
P r im e r a p a r te : C iv i liz a c ió n y C r is is

Gráfico 14. Participación respecto al P1B mundial (porcentaje)

F u en te: Ban co Mundial (2013i). World Developm ent Indicators.


BR IC S: Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica.
‘ Existen países que en las prim eras décadas no declararon su inform ación al Banco Mundial.

El gran salto en la producción mundial lo ha dado China.


Para el 2011 ya representó el 8,3 %. Brasil, Rusia, India y
Sudáfrica — que junto con China forman parte del grupo
de países BRICS— , duplicaron su participación en el PIB
mundial para el mismo año (de 3,2 % a 6,2 %). Con China
sumaron 14,5 % en conjunto. Estados Unidos fue perdiendo
su peso a nivel mundial. En 2011 se ubicó 6 puntos porcen­
tuales más abajo que en 1961.
La tabla 3 y gráfico 15 muestran la evolución de las ex­
portaciones. Los resultados arrojan un similar análisis. En 50
años, China ha aumentado más de 10 veces sus exportacio­
nes hacia el mundo; los BRICS menos China, duplicaron sus
exportaciones en el mismo período (del 2,8 % al 6,4 %). Por
su parte, Alemania ha adquirido un importante rol en las ex­
portaciones mundiales. Con una población 16 veces menor
que China, exporta el 8 % del total mundial. Estados Unidos,
en medio siglo redujo sus exportaciones en un 7,4 %.
Tabla 3. Evolución de las exportaciones
Participación respecto a la exportación mundial (porcentajes)

América
Estados Unión \
Año Brasil Rusia India China Sudáfrica Alemania Latina
Unidos Europa
y el Caribe

1961 0,68 ;V;\ ; ; 0,7Q ... 1,45 16,77 7,43 4M§


1970 0,77 0,61 0,62 1,01 8,87 15,43 5,87 44,33 ¡
1980 0,92 t ,:; ' 0,50 0,87 8,07 12,18 5 32 41,9»
1990 0,87 2,16 0,52 1,32 0,62 9,79 12,71 4,76 44,30 [
2000 0,80 1,43 0,76 3>50 0,46 7,88 13,68 V 5 ,92 . - 3 B ,»
2010 1,23 2,35 1,98 9,58 0,52 8,15 9,73 6,00 34,83 j

2011 1,3? 2,58 2,00 10,26 0,53 8,07 9,36 5,93 H 3 l|

Fuen te: Banco Mundial (2013j). World D evelopm ent Indicators.


BRICS: Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica.
•Existen países que en las prim eras décadas no declararon su inform ación al Banco Mundial.

Gráñco 15. Participación de las exportaciones mundiales (porcentajes)

"-Brasil " Rusia — India


— China Sudáfrica Alemania
Estados Unidos América Latina y el Caribe Unión Europea
Tabla 4. Evolución de las importaciones
Participación respecto a la importación mundial

América
Estados Unión
Año Brasil Rusia India China Sudáfrica Alemania Latina y
Unidos Europea
el Caribe

1961 0 ,68 VV-,-rf 0,97 ' 1,04 . .:V; ; ; 13,78 8,28 44,39

1970 0,82 - 0,62 0,64 1,17 9,68 14,44 6,51 45,14

1980 1,12 .. a!'. 0,73 0,88 0,93 9,75 12,42 5,83 44,27
1990 0,73 2,11 0,62 1,06 0,48 9,68 14,30 4,35 44,61

1 2000 0,95 0,78 0,81 3 ,J4 0,41 7,81 18,46 8,44 37,88
2010 1,38 1,74 2,43 8,56 0,54 7,36 12,74 6,22 4,85

2011 1,43 1,90 2,60 9,15 0,55 7,44 12,19 6,26 34,24

Fuente: Ban co Mundial (2013k). World Developm ent Indicators.


BRICS: Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica.
'Existen países que en las prim eras décadas no declararon su inform ación al Ban co Mundial.

Gráñco 16. Participación de las importaciones mundiales (porcentajes)

1990

"»Brasil Rusia •“ India


Ch in a S udá frica A lem ania
E sta d os Un id os A m é ric a L a tin a v el C a ribe Unión Europea
La tabla 4 y el gráfico 16 nos muestran esta reconfigu­
ración para las importaciones. Destaca que China ha incre­
mentado sus importaciones en nueve veces, mientras que
Estados Unidos ha mantenido casi invariable sus niveles de
importaciones (14 % en 1961 y 12 % en 2011).
El caso de América Latina será abordado con mayor pro­
fundidad en el capítulo siguiente, no obstante en el ámbito
comercial podemos adelantar que las exportaciones latinoa­
mericanas no han aumentado su participación (en dinero, no
en toneladas) en el comercio internacional global, durante
el período examinado (1961-2011). Las materias primas lati­
noamericanas son esenciales para varias regiones planetarias.
En un reciente libro de Mónica Bruckmann (2012), se des­
taca que existe un alto grado de dependencia de las importa­
ciones de Estados Unidos con respecto a un gran número de
minerales que América Latina produce. Por ejemplo, los da­
tos muestran que los minerales de los cuales Estados Unidos
depende en mayor proporción de la región son: estroncio (93
%), litio (66 %), fluorita (61 %), plata (59 %), estaño (54 %) y
platino (44 %). Un mineral de gran importancia es el cobre,
porque casi el 50 % de las reservas mundiales se encuentran
en la región. Al mismo tiempo, China busca minerales en
forma agresiva en América Latina, al igual que en África.
La abundancia de recursos naturales en Latinoamérica,
que determina sus ventajas comparativas — y el lugar que
ocupa la región en la división internacional del trabajo-^—
alienta los fundamentos comerciales de la OMC, en el sen­
tido de que hav una evidente reprimarización de sus econo­
mías en las últimas dos décadas.
El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Am­
biente afirma, en su página web, que 1,9 billones de personas
en el mundo dependen de los bosques. América Latina no
solo es proveedora de minerales, materias primas y alimen­
tos. Según la Organización de las Naciones Unidas para la
Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), posee 109
reservas de biosfera en 19 países que proveen de aire y agua
al mundo (UNESCO, s/f). Solo en América del Sur se en­
cuentra el 24,4 % de los bosques del mundo. Por su parte,
China y los Estados Unidos tienen apenas el 5 % y 8 % res­
pectivamente (tabla 5).

Tabla 5. Extensión y tasa de variación del área de bosque

Europa

Puente: FAO (2011). Situación de los bosques del m undo.


Nota: La tasa de cam bio anual es la ganancia o pérdida com o porcentaje del área de bosque restante
para cada año del periodo de referencia.
* Estim aciones de la FAO basadas en inform ación relativa a 2000 y 2005 proporcionada por
estos dos pafses.
Pese a las distintas estrategias seguidas (sustitución selec­
tiva de importaciones y aperturismo neoliberal), América La­
tina no logra una mayor participación y tiene déficits físicos
en el comercio internacional, pero produce materias primas
esenciales para los Estados Unidos y para las economías en
rápido crecimiento.
La lucha por captar los recursos naturales del planeta
implica también la ocupación militar y el control territorial
de grandes extensiones geográficas. Mantener los niveles de
consumo de las economías del Norte, abastecer los requeri­
mientos de materias primas y alimentos para China, sostener
el dinamismo en las economías en crecimiento — como es el
caso de los BRICS— , es el escenario que le tocaría enfrentar
a la humanidad en las próximas décadas. La crisis civilizatoria
es el resultado de la codicia del capitalismo sin límites, de la
persistente arrogancia de un modelo de vida que acelera el
trayecto hacia el colapso de la humanidad y del desplome de
las instituciones que gobiernan el sistema.

América Latina y su lugar en el mundo

Una de las motivaciones de este libro responde a cómo


mirar desde el Sur la crisis de la civilización capitalista y las
respuestas que podemos dar frente a ella.
Históricamente, desde el siglo X V I, América Latina fue
siempre vista como un territorio proveedor de recursos pri­
marios para Europa. Ello determinó que fuera considerada
un enclave económico y político colonial hasta ya entrado el
siglo X IX , cuando se produjeron los procesos independen-
tistas en el Sur. Sin embargo, no debería llamarnos la atención
que hoy, en el siglo X X I, ciertos funcionarios estadouniden­
ses, con desvergonzada mentalidad imperialista, continúen
considerando a nuestro continente como su “patio trasero”15
— en la medida en que le provee recursos y lugares de recrea­
ción— , y por ello debería ser objeto de vigilancia y atención.
Como continente, América Latina crece en términos eco­
nómicos, reduce la pobreza y la desigualdad; entre otras ra­
zones, debido al incremento de los ingresos laborales y al
aumento de las transferencias públicas hacia los sectores más
pobres, según el Informe “Panorama social de América Lati­
na” (CEPAL, 2012), divulgado en noviembre del 2012 por la
Comisión Económica para América Latina.
Estamos frente a una nueva paradoja: mientras la crisis
asóla a los países del Norte, los países del Sur muestran apa­
rentemente fortalezas. E l crecimiento constante de las ex­
portaciones de materias primas y alimentos (en toneladas)
es uno de los factores que influyen en la situación actual. Al
mismo tiempo, ello significa que nos descapitalizamos. En
realidad, este es un hecho concreto que debería ponerse en
la balanza a la hora de evaluar en forma objetiva la situación.
Lo que sí podemos afirmar es que nunca antes las economías
ricas del Norte habían tenido tanta dependencia de las eco­
nomías del Sur como hoy en día.
Por el momento, este es el escenario — en apariencia fa­
vorable— , que América Latina tendría frente a sí. Con todo,
es importante una mayor reflexión y atento seguimiento de
la dinámica que va cobrando el proceso en el mundo, ob­
servando el panorama siempre con cautela, sin caer en un
ingenuo optimismo que nos empuje a formular aventuradas
predicciones.
La historia de América Latina es una historia de despojo.
Desde la Colonia, nuestros países abastecieron a Europa con
una combinación de materias primas y “preciosidades” (oro,
plata, especies, etc.), como lo describió Immanuel Walíers-
tein (1974): mercancías con un gran valor monetario por uni­
dad de peso. Tiempo atrás, los barcos de teca de la India de
transporte de productos eran, en sí, una preciosidad, ya que
al llegar se los desarmaba para vender la madera con la que
habían sido construidos.
En la división internacional del trabajo, el siglo X IX de­
finió el lugar que debían tener la mayoría de repúblicas lati­
noamericanas. Desde su origen, asumieron las funciones de
proveedoras de bienes primarios provenientes de la agricul­
tura — intensiva y de recolección— y de la extracción mine­
ra. Estos recursos les dieron la posibilidad de financiar la im­
portación de manufacturas industriales que tenían un mayor
componente tecnológico.
La base productiva y social, que ha sustentado esta for­
ma especializada de inserción en la economía mundo, ha sido
proclive a la concentración de pocos productos y mercados, y
de la propiedad de los medios de producción. Si echamos una
mirada retrospectiva, resultó ser que la demanda mundial fue
lo que, en última instancia, determinó esa suerte de ruta de
condena que nos ubicó en una circunstancia de extrema vul­
nerabilidad ante las frecuentes crisis del capitalismo central.
En medio de esta realidad, encontramos un debate que
aún no está resuelto: los recursos naturales agotables como
riesgo o alternativa. Es posible también plantear la pregunta:
¿Son los recursos naturales una maldición o una bendición?
En E l planeta saqueado (2010), libro de Paul Collier, de la
Universidad de Oxford, se describen los riesgos y desafíos en
el uso y gestión de los recursos naturales. Aunque no com ­
parto muchos de sus planteamientos, el libro nos permite rea­
lizar una discusión pertinente. E n Noruega — país ubicado
en la escala más alta del planeta, en la clasificación del índice
de desarrollo humano— uno de esos recursos (el petróleo)
sería una bendición. Por supuesto que cabría preguntarse si
la escala de desarrollo alcanzada por este país compensa de
alguna manera toda esa masa de contaminación que ese país
ha echado a toda la atmósfera del planeta. Recordemos que
la apropiación de la capacidad de carga, del espacio ambien­
tal, ocurre también como resultado del comercio exterior.
De hecho, la huella ecológica de un noruego es una de las más
altas del mundo. La huella ecológica mide el consumo y los
desperdicios de una determinada población en áreas de terri­
torio, por ejemplo hectáreas para proporcionar alimentos o
hectáreas de pastos para alimentar el ganado. Es la demanda
de recursos naturales de una economía expresada en espacio
(Rees y Wackernagel, 1996). Hay ciudades, países o regiones
que viven de forma insostenible, pues para subsistir precisan
de un espacio mucho más grande que el que ocupan en la
realidad. Tampoco se puede omitir sus propias responsabi­
lidades: Noruega emite 9,7 TM de C 0 2 por persona al año.
Siguiendo el argumento de Collier, otro recurso con mu­
cho menos valor de uso (el diamante), sería una maldición en
Sierra Leona. E n otras palabras, un objeto inanimado (recur­
so natural, bien primario, commodity, oro, hierro...) puede
ser una bendición o una maldición, dependiendo del propó­
sito de uso que le den los seres humanos. No son ni benditos
ni malditos; son elementos que se encuentran desperdigados
en la naturaleza. Por tanto, determinados recursos pueden
ser valorados de acuerdo con el uso que se les destine y con
los impactos que tengan en el entorno de los seres vivos del
planeta.
Debemos preguntarnos, entonces, ¿debemos extraer los
recursos? ¿Cuándo es el mejor momento? ¿Dónde es posi­
ble extraerlos y a qué costo económico, social y ambiental?
¿Cómo puede impedirse la desposesión de las comunidades?
¿Cómo la sociedad puede evitar o realizar el debido control
de daños por los procesos extractivos? ¿Cómo se puede
“acordar” el uso correcto de los recursos económicos que
dejan? ¿Cómo puede usarse una parte de esos recursos, jus­
tamente, en la preservación ambiental o en el cambio de la
matriz productiva, por ejemplo?
En muchos casos, los recursos naturales no renovables
(aquellos de origen geológico y limitado, como el petróleo,
el carbón, el cobre, etc.) han servido para el desarrollo ajeno
y no para el de nuestros países. Africa y América Latina son
buenos ejemplos de ello. La extracción de esos recursos ha
sido siempre uno de los canales más importantes para el in­
tercambio económico desigual: vender baratas nuestras ma­
terias primas y comprar caros los bienes de capital y produc­
tos industrializados en el exterior. Pero en forma paralela a
esta práctica histórica concreta, camina también un correlato
ecológico: la subvaloración de daños sociales y ambientales
(Bunker, 1984; Martínez Alier, 1992). No en vano, el econo­
mista e investigador peruano, Oscar Ugarteche, criticando
el modelo extractivista de su país, comenta con ironía que
“nunca nos desarrollaremos exportando piedras”.
Los recursos naturales han sido motivo de una enconada
lucha política. E n desigualdad de condiciones — debido al
poder y a la magnitud de sus influencias— , el capital trans­
nacional siempre ha enfrentado y disputado a los estados la
renta resultante de la extracción. Ahora, varios gobiernos la­
tinoamericanos han logrado cambiar estas condiciones, recu­
perando la renta extractiva para el Estado.
Es importante enfatizar que los recursos naturales for­
man parte de la naturaleza. Por lo tanto, debe concillarse el
interés local con el nacional, extremar el celo ambiental en el
caso de los procesos extractivos que destruyen la naturaleza,
garantizar la transparencia en su gestión e incorporar nuevas
tecnologías y destrezas en el sector productivo. Se requie­
re, además, identificar los lugares geográficos que queden
excluidos de posibles actividades extractivas; en especial en
aquellos que no sean aceptados en forma mayoritaria por la
sociedad. Bajo estas reglas, los recursos naturales — muchos
de los cuales se consumen y queman en otros lugares del pla­
neta— , servirán para lograr una transición productiva.
Los recursos naturales no son la opción del futuro, sino
una más de las alternativas consideradas para dinamizar el
desarrollo de un país. Este enunciado sustenta la idea de que
los recursos naturales no deben representar una involución
hacia las actividades primario-exportadoras, sino más bien
la posible opción que permita cambiar la composición de la
cartera de activos de una sociedad.

Paul Collier, quien representa los intereses del Norte —


que ahora depende de las exportaciones del Sur— , presenta
argumentos a favor de la exportación de materias primas,
en particular en el caso de Africa, bajo la condición de que
sus rentas se reinviertan y exista una buena gobernanza. El
debate tiene claros y oscuros, pues parece olvidar que el pe­
tróleo fue precisamente lo que provocó enormes hechos de
corrupción e inequidades en países como Guinea Ecuatorial.
Fue ese mismo factor el que en Nigeria generó graves daños
sociales y ambientales, en particular aquellos provocados por
la empresa transnacional Shell en áreas geográficas del fértil
delta del río Níger. Mirando los registros, no es difícil afirmar
que África ha crecido ahora en términos del PIB, pero como
nunca antes también se ha convertido en un continente sella­
do por la exportación primaria.

Hay varios factores que habría que considerar para un


análisis actual de la situación de los recursos naturales: a) la
estrategia de prospección de la industria petrolera mundial;
b) los costos máximos que están dispuestos a asumir para
extraer petróleos difíciles y pesados; c) el avance de las em­
presas chinas en Latinoamérica, mediante sus inversiones en
sectores extractivos; y, d) el retraso en el desarrollo de tecno­
logías alternativas. Todo esto con un gran telón de fondo: la
dimensión ecológica de la crisis civilizatoria.

Collier propone una fórmula sencilla y bastante ingenua


para el tratamiento de los recursos naturales: naturaleza +
tecnología + regulación = prosperidad. Digo ingenua, por­
que a esta ecuación sería apropiado ponerle una pregunta
desde la economía política, para comprobar si en realidad su
fórmula suma lo que afirma.
¿Qué es la naturaleza? Si la consideramos un recurso, los
recursos suelen ser objetos de apropiación de los más fuertes
mediante los circuitos comerciales asimétricos. Debemos re­
conocer que siempre existe una dosis de azar en todo esto. Y
por supuesto, tengamos siempre presente que las regulacio­
nes no son impuestas por los más débiles, sino por quienes
detentan el poder y, además, poseen la tecnología.
Podemos también evitar que la dualidad entre extractivis-
mo y post-extractivismo — como punto de conflicto entre el
desarrollismo y el buen vivir— , caiga en el mismo campo de
la ingenuidad que observamos en Collier. Lo que sí es opor­
tuno es el debate, con mayor razón en el caso de economías
dependientes de sus recursos naturales.
Este debate tiene otros puntos centrales de análisis: la ne­
cesidad de procesamiento de los minerales, los términos de
intercambio ecológicos, los potenciales impactos sociales y
ambientales, y las reacciones de la sociedad en los lugares
donde se realizan las actividades extractivas, sean estas pe­
troleras, mineras o agrícolas. D e igual forma, es conveniente
explicitar los costos externos (ambientales) que no se inter­
nalizan en los contratos de concesión.
E n los mercados internacionales de recursos primarios
(petróleo, cobre, hierro, estaño) los términos de intercambio
desigual han logrado, por mucho tiempo, mantener precios
que no reflejan los servicios ambientales relacionados con la
producción de materias primas y tampoco expresan su na­
tural tendencia al agotamiento del capital natural; en otras
palabras, del patrimonio natural. Esto se observa con clari­
dad en la exportación masiva de carbón de Colombia de los
departamentos de la Guajira y el Cesar.

E l deterioro de los términos de intercambio fue estudiado


por la escuela estructuraüsta, en la primera mitad del siglo
pasado, con el brillante economista argentino Raúl Prebisch
a la cabeza. Para los estructuralistas latinoamericanos, las
relaciones políticas y económicas desiguales, en el mundo,
provocaban que los países del Sur exporten más recursos
naturales o alimentos para obtener la misma cantidad de
productos industrializados o bienes de capital importados de
los países del Norte. ¡Más cajas de banano para comprar el
mismo tractor!
E l problema radica en que los precios de las materias
primas experimentan fuertes oscilaciones en los mercados
internacionales. A más del deterioro de los términos de in­
tercambio — salvo en determinadas coyunturas de boom de
precios como la actual— se añade el intercambio ecológicamente
desigual.: se venden bienes a precios que no incorporan los
costos reales de los procesos extractivos y se regalan los ser­
vicios ecológicos (ciclo de nutrientes, regulación hídrica, re­
gulación de microclimas, etc.). Es así como se contabiliza, de
modo crematístico, la exportación de camarón, pero no se
considera la destrucción del manglar; es decir, por ejemplo,
se infravalora el agua requerida en la producción.

La principal consecuencia económica del intercambio


ecológicamente desigual es el ritmo demasiado intenso de
explotación de los recursos naturales. Esto se expresa en la
necesidad estructural de los países pobres de incrementar,
en forma constante, su producción de materias primas, para
obtener mayores recursos monetarios o, incluso, mantener
los que siempre suelen recibir.
Tomando en cuenta todos los materiales existentes, afir­
ma Joan Martínez Alier (2012), la Unión Europea importa
cuatro veces más toneladas de las que exporta, mientras que
América Latina exporta seis veces más toneladas de las que
importa.
Es evidente que, desde una perspectiva de flujos de ma­
teriales y energía, los intercambios comerciales agudizan el
desbalance físico del planeta.
Como esos recursos constituyen un patrimonio natural
limitado y agotable, su sobreexplotación en el presente im­
plica una riqueza menor para las generaciones en el futuro.
Dicho de otra manera, las condiciones de equilibrio a corto
plazo de los mercados de bienes y servicios están conducien­
do a la humanidad a insospechadas circunstancias de estrés
ambiental y restricción en el mediano y largo plazos. Sin em­
bargo, a los mercados convencionales y al capital financiero
poco parece importarles el medio ambiente. Su naturaleza es
depredadora per se y el horizonte de su incumbencia padece
la miopía necesaria para conducirnos al colapso ambiental.
No podemos desconocer que América Latina está llena
de protestas en contra de la gran minería a cielo abierto (en
Argentina, en Perú, en Colombia). Conocemos muy bien los
pasivos ambientales ocurridos por la extracción de gas y pe­
tróleo en la Amazonia de Perú y Ecuador, en particular en la
época de operación de la empresa Chevron (ex Texaco). Un
pasivo contable para una persona implica un activo contable
para otra. Las actividades humanas de consumo y produc­
ción generan este tipo de derechos y obligaciones, cuyos titu­
lares son los agentes que interactúan en la economía. Pero las
actividades económicas provocan otro tipo de pasivos que
afectan en forma directa a la naturaleza y a los seres huma­
nos que la habitamos: estos son los llamados pasivos ambienta­
les. Mientras más estrecha relación tengan las actividades de
consumo y producción con la naturaleza, más impactos se
provocarán en la biosfera; es decir, habrá más pasivos am­
bientales. Y una consecuencia adicional: el crecimiento eco­
nómico significa, a nivel mundial, una mayor producción de
dióxido de carbono y cambio climático.
Los costos socioambientales no se pagan, son externa-
lidades. Las externalidades son los efectos derivados de las
actividades de producción o consumo que no están con­
templados en los precios de mercado. La internalización
de las externalidades consiste en colocar un precio de mer­
cado a los daños o beneficios ambientales. Hay distintos
lenguajes para las externalidades: fallos de mercado, des­
economías, pasivos ambientales. William Kapp (1950) ya
señalaba que los daños ambientales no son solo el resultado
de fallas de mercado, sino que estos impactos provocan un
traslado exitoso de costos hacia quienes tienen menos po­
der de mercado.
Las externalidades, por lo general, se valoran en términos
monetarios, aunque una gran cantidad de ellas son incuan-
tificables. ¿Cuánto vale la pérdida de una vida humana o de
una especie desaparecida? En ocasiones, una vía difícil, labo­
riosa, desgastante pero exitosa, es acudir a la justicia para el
reclamo de daños y perjuicios. Otra vía, incluso más apro­
piada, debería ser la de imponer políticas públicas y normas
de contabilidad que no olviden aquellas deudas ecológicas ni
los pasivos ambientales que históricamente hemos contraí­
do. Es conveniente explicar que el reconocimiento e inter-
nalización de esos pasivos ambientales, reduce la tasa de ga­
nancia esperada por las empresas, pues se elevan sus costos
de producción. Por tanto, se tornan menos “competitivas”
en los mercados del Norte, porque su curva de demanda se
habrá desplazado a un punto inferior. Si venden menos can­
tidad, ganan menos y sus acciones tienen un precio menor.
Existe, entonces, un incentivo de mercado para minimizar la
internalización de externalidades. Por cierto, ya es hora de
comenzar a criticar la mirada marshalliana (llamada así por
el economista inglés del siglo X IX Alfred Marshall) de las.
externalidades, porque seguirlas aceptando siempre es olvi­
dar, al mismo tiempo, que los procesos económicos también
están regulados por las leyes de la termodinámica.

Como lección aprendida deberíamos tener siempre pre­


sente que el bien logrado crecimiento y la reducción de las
distancias distributivas, no se conviertan en una larga borra­
chera de festejo, que de manera equivocada nos haga olvidar
el lugar que mantenemos en la inserción internacional, como
tradicionales y resignados proveedores de materias primas
y alimentos. E n este caso, resulta que nos convertimos en
vendedores de los platos de entrada y los postres de las sucu­
lentas cenas de los países ricos, pero también de diamantes,
cobre, plata, y otros metales raros e imprescindibles para la
producción masiva de alta tecnología.

E l Sur tiene que romper las trampas de la pobreza, la in-


equidad y la inserción. Debe transformar sus productos, di­
versificar su composición de oferta exportable y mejorar los
canales de integración comercial y financiera.

Esta decisión implicaría terminar con un patrón de com­


portamiento que lo ha mantenido pasivo y dependiente de
las resoluciones que se toman en otros lugares. Significaría,
la transformación del viejo modelo de vendedor de mate­
rias primas; entrañaría también un cambio de actitud para
la toma de posición ante nuevos desafíos de carácter cuali­
tativo, no solo en términos de relaciones comerciales, sino
y sobre todo, en el plano político mundial. No podemos ol­
vidar que en el Sur existen también personas encargadas de
promover y facilitar la condición de ser el patio trasero del
imperio.

Con una nueva postura, el Sur será capaz de asumir tam­


bién un guión diferente, un rol propositivo que le permita
entrar de manera equitativa en sus relaciones con el mundo.
Para lograrlo, el Sur debe tomar decisiones. He ahí el más
grande de sus desafíos.

También podría gustarte