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Curso de Lógica
A las objeciones:
1. La fuerza cognoscitiva no mueve más que a través de la apetitiva. Y así como en
nosotros la razón universal mueve a través de la razón particular, según se dice en el III De
Anima, así también el apetito intelectual, llamado voluntad, se mueve en nosotros a través
del apetito sensitivo. Por eso, el motor inmediato del cuerpo en nosotros es el apetito
sensitivo. De ahí que el acto del apetito sensitivo se dé junto con algún cambio corporal; de
modo especial el corazón, que es el primer principio de movimiento en el animal. Es así
como los actos del apetito sensitivo, en cuanto que llevan anexo un cambio corporal, son
llamados pasiones, y no actos voluntarios. Así, pues, el amor, el gozo y el deleite son
pasiones en cuanto actos del apetito sensitivo; pero no lo son en cuanto actos del apetito
intelectual. Como tales son atribuidos a Dios. Por eso el Filósofo en VII Ethic. dice: Dios
goza con una única y simple operación. Por lo mismo, ama sin pasión.
2. En las pasiones del apetito sensitivo hay que tener presente un aspecto material, el
cambio corporal; y un aspecto formal, por parte del apetito. Tal como se dice en I De
Anima, en la ira lo material es el acaloramiento o algo parecido; lo formal, el deseo de
Respuestas venganza. Además, en lo formal, en algunas pasiones hay siempre algo imperfecto. Como
particulares en el deseo, lo es el bien alcanzable; o en la tristeza, el mal hallado. Lo mismo cabe decir
a cada de la ira que presupone la tristeza. Otras, como el amor y el gozo, no revisten ninguna
dificultad. imperfección. Por lo tanto, en el aspecto material, nada es atribuible a Dios, como ya se
dijo (ad 1); y lo que en el aspecto formal reviste alguna imperfección puede ser atribuido
a Dios más que metafóricamente, esto es, por la semejanza en el afecto, como también se
dijo (q.3 a.2 ad 2; q.19 a.11). En cambio, lo que no reviste imperfección, como el amor y el
gozo, es atribuido a Dios propiamente. No obstante, siempre quitando la pasión, como se
indicó (ad 1).
3. El amor tiene siempre una doble dimensión: una, el bien que quiere para alguien;
otra, aquel para quien quiere el bien. Pues en esto consiste, propiamente, amar a alguien:
querer para él el bien. Por eso, en aquello que alguien ama, quiere un bien para sí mismo.
Y, en la medida de lo posible, quiere poseer aquel bien. En este sentido el amor es
llamado fuerza de unión; también en Dios, que no tiene composición; puesto que aquel
bien que quiere para sí no es otro que El Mismo, que es esencialmente bueno, como ya se
demostró (q.6 a.3). Por otra parte, por el hecho de que alguien ame a otro quiere el bien
para ese otro, y, consecuentemente, lo trata como si fuera él mismo, deseando el bien para
el otro como para sí mismo. En este sentido el amor es llamado fuerza de fusión, porque se
funde con otro considerándolo como si fuera él mismo. También el amor divino, sin
comparación, es fuerza de fusión, pues quiere el bien para los demás.