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Marcelo DAMONTE
«El límite no es aquello en que algo se detiene sino, como reconocieron los
griegos, el límite es aquello en que algo comienza su presentarse».
Licenciado en Letras (UdelaR, Montevideo-Uruguay); Mstdo. Ciencias Humanas: Lenguaje, cultura y
sociedad, por UdelaR; Prof. Identidad cultural y comunicación (CFD, Florida-Uruguay); Prof.
Universitario grado 2 de Lenguaje y comunicación, Taller de Escritura e Informes y Proyectos (Instituto
Superior de E. F.- UdelaR; Montevideo-Uruguay).
fantásticas, como Giselda Zani, Marosa di Giorgio o María Inés Silva Vila, son algunos
de los ejemplos que ilustran un tránsito, un movimiento con cierto tenor “escapista”, al
decir de Cortázar, con respecto al cual podría vincularse este “subgénero”.
Por otra parte, en torno al tema que nos interesa abordar, y haciendo uso de una
odiosa aunque imprescindible generalización, podría decirse que el vampiro tiene escasa
o aislada participación en las literaturas del cono sur, y es aún menor en lo que
concierne a la literatura uruguaya. Casi siempre en el formato de cuento corto, se
destacan, como cercanos a la crónica vampírica: en Venezuela, Luis López Méndez,
con “El beso del espectro” (1891) y Julio Calcaño, con su cuento “Tristan Cataletto, de
1893; en Nicaragua, Ruben Darío, con su cuento “Thanathopia”, de 1893; Clemente
Palma, en Perú, en 1904, con “Las vampiras”, de su libro Cuentos Malévolos, y el
uruguayo Horacio Quiroga, con el cuento “El vampiro” de 1925.
Sin embargo, es posible leer una aparición más temprana que la de Quiroga en
nuestras letras, en Uruguay, especialmente en torno a una variante: la del “eco
vampiresco”, a nuestro modo de ver un aspecto por demás interesante, que se deja
pensar y leer como una suerte de linaje inicial, al menos madrugador, sobre el tema de
los chupasangre en nuestro país. Esta temática sanguínea constituye, cabe decirlo, en
primerísimo lugar, uno de los argumentos predilectos del tópico vampiresco (con algo
de ese mezcla de tenores romántico y gótico que adelantamos en los primeros párrafos)
que sobrevuela la obra Los cantos de Maldoror, del “montevideano” conde de
Lautréamont. Una impronta de índole semejante a la noción de succión que rescatamos
de Los Cantos puede leerse en la obra de un autor que, años más tarde, también
merodeará los ámbitos de la oscuridad, lo macabro, lo fantástico y lo vampiresco. Es el
caso de Horacio Quiroga, quien, a nuestro modo de ver, configuraría, junto con
Lautréamont, una suerte de diálogo uruguayo temprano de la succión sanguínea,
introduciendo, entre los dos, una variable de lo vampírico: el eco vampiresco, en el
destaque hiperbólico del ácaro chupador de sangre.
EL CONDE DE LAUTRÉAMONT
Acabados de completar en el año 1867, Los Cantos de Maldoror son una pieza
clave para iniciar a sospechar una original y novedosa progenie del horror gótico en
clave de succión sanguínea dentro de la literatura uruguaya. A modo de inspirar esta
conjetura de color local, podemos decir que, inmerso en un “aire” no lejano a la
narrativa de corte fantástico y de horror del relato de vampiros de principios del siglo
XIX, y pese a cierto barroquismo escriturario, la crueldad y abominables aberraciones
que se dan cita en Los Cantos no parecen estar del todo alejadas del sino biográfico que
rodea la figura de Isidore Ducasse, conde de Lautréamont.
1
Según algunas fuentes (Petit Muñoz, Benítez Pezzolano, Monegal-Perrone Moisés, Ipuche) volvería a
Montevideo en 1867, al parecer a buscar el apoyo financiero de su padre para solventar la publicación de
Los Cantos.
2
1987, p. 112.
3
«Habiendo elegido definitivamente el francés como su lengua, habiendo decidido entrar a la literatura
como escritor francés, Isidore habría podido omitir ese accidente del nacimiento. Pero él hace cuestión
en señalarlo. Justamente, ese gesto es característico de los autores que pertenecen a una comunidad
minoritaria, a un país aún no reconocido como tal, a una cultura periférica» (PERRONE MOISÉS, 1995,
p. 95).
«En términos generales, sostendremos que la mayor parte de esta crítica adopta un comportamiento
colonialista, ya que lee la marginalidad en referencia a la institución literaria francesa dominante»
(BENITEZ, 2008, p. 20).
«Ducasse, el inmenso uruguayo, el “montevideano”, como a sí mismo se llamaba con un orgullo exótico
y precioso, queda desde hoy para siempre como uno de los genios de primera cumbre en el mundo y
como un poeta uruguayo inconcuso, documentado y hasta justificable, por su desaprensión suramericana,
su macabrismo rioplatense y, sobre todo, por imposición de un destino generoso que ha querido hacer del
Uruguay el primer pueblo de la América Nueva» (IPUCHE, 1925).
«El fin del siglo diecinueve verá su poeta […]. Nació en las costas americanas, en la desembocadura del
Plata, donde dos pueblos, rivales antaño, se esfuerzan hoy en superarse por medio del progreso material y
moral» (LAUTRÉAMONT, 2001. p. 122).
Ducasse) no recorta palabras al expresarse en torno a su avidez de sangre, o al exagerar
su instinto de crueldad alimenticia. Así lo hace en el canto primero, cuando dice:
Oh! comme il est doux d'arracher brutalement de son lit un enfant qui n'a rien encore sur
la lèvre supérieur, et, avec les yeux très ouverts, de faire semblant de passer suavement
la main sur son front, en inclinant en arrière ses beaux cheveux! […]. Ensuite, on boit le
sang en léchant les blessures; et, pendant ce temps, qui devrait durer autant que l'éternité
dure, l'enfant pleure. Rien n'est si bon que son sang, extrait comme je viens de le dire, et
tout chaud encore, si ce ne sont ses larmes, amères comme le sel (LAUTRÉAMONT,
2001, p. 88).4
Il existe un insecte que les hommes nourrissent à leurs frais. Ils ne lui doivent rien;
mais, ils le craignent. Celui-ci, qui n'aime pas le vin, mais qui préfère le sang, si on ne
satisfaisait pas à ses besoins légitimes, serait capable par un pouvoir occulte, de devenir
aussi gros qu'un éléphant, d'écraser les hommes comme des épis (2001, p. 148).6
4
«¡Oh!, qué dulce resulta arrancar brutalmente de su lecho a un niño que nada tiene sobre el labio
superior, y, con los ojos bien abiertos, simular pasar suavemente la mano sobre su frente, echando sus
bellos cabellos hacia atrás. […]. Luego, se bebe la sangre lamiendo las heridas; y durante ese tiempo, que
debiera durar tanto como la eternidad, el niño llora. Nada es mejor que su sangre extraída como acabo de
decir, y caliente aún, salvo sus lágrimas amargas como la sal».
5
«El hermano de la sanguijuela camino a paso lento por el bosque».
6
«Existe un insecto que los hombres alimentan a su costa. Nada le debe; pero le temen. Este, a quien no
le gusta el vino, y prefiere, en cambio, la sangre, si no se satisficieran sus legítimas necesidades, sería
capaz, por un oculto poder, de convertirse en algo tan grande como un elefante, y aplastar a los hombres
como espigas».
HORACIO QUIROGA
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su
boca –su trompa, mejor dicho– a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La
picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón sin duda había
impedido al principio su desarrollo: pero desde que la joven no pudo moverse, la
succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había el monstruo vaciado a
Alicia. Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en
ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles
particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma
(QUIROGA, 2009, p. 85).
A MODO DE CONCLUSIÓN