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Gerardo Hernández
trono desde donde habrá de reinar para la eternidad. La Pasión no es la derrota de la luz
ante la oscuridad ni el triunfo del mal; es la estocada final y letal a la muerte, pero para
poder asestarla era necesario aceptar ser herido de muerte por ella, sólo así se le podría
aniquilar. Por eso aclamamos a Jesús con las palabras de Pablo en su carta a los filipenses:
Jesucristo, Señor, para gloria de Dios Padre, y gloria nuestra.
Jesús es nuestro Rey, un Rey que cuelga de la Cruz. Un Rey que no huye de ella. Siempre
nos lo ha señalado así. Los Evangelios son muy claro en ello, él nunca nos ha prometido
“honores y triunfos”; nuestro Rey nunca nos ha engañado, él siempre nos advirtió y señaló,
con total claridad, que el camino a la victoria definitiva era ese: tomar la Cruz, negarse a
uno mismo y seguirlo (Mt 16, 24). Y a este Jesús, que es nuestro Rey, no basta con
contemplarlo en maravillosas obras de arte o en bonitas imágenes que compartimos por
diversos medios. No, no basta.
Él sigue viniendo y por eso es necesario saber descubrirlo presente en muchos hermanos y
hermanas que, al igual que él, sufren y padecen a causa de un trabajo que los esclaviza, de
una enfermedad que los margina y vulnera; o son víctimas de dramas familiares que los
obligan a abandonar la seguridad del hogar en busca de protección; hay que saber ver a
Jesús Rey que necesita de nosotros en el prójimo que padece a causa de la violencia e
inseguridad; Jesús se hace presente en aquellos hombres y mujeres que son desplazados de
sus comunidades, que son engañados, pisoteados y humillados en su dignidad a causa de su
condición de género, posición social o creencias o, bien en aquellos que son descartados a
causa de su edad, color de piel o apariencia física o habilidades atléticas. Jesús está en ellos,
en cada uno de ellos y en su rostro desfigurado, en su voz rota pide ser reconocido, pide que
se le ame.
No, no es otro Jesús. Es el mismo que entró en Jerusalén en medio de un ondear de ramos
de palmas y olivos, entre gritos que lo aclaman como Rey. Es el mismo Jesús que fue
clavado en la cruz y que murió en ella, entre dos ladrones. No, no tenemos otro Señor y
Rey fuera de él: Jesús, Rey humilde, de justica, de paz, de misericordia y perdón ¡Ven a
reinar en nuestro corazón!