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NO TODO IRÁ BIEN

Pau Farràs. Lo vemos en los balcones, en las redes sociales y en los dibujos que profesores y niños
se envían los unos a los otros para animarse. De un tiempo acá se ha popularizado el lema “Todo
irá bien”, proveniente de Italia y principalmente dirigido a los niños. Es también un tipo de
consigna ante la falta de ánimo, la frustración o la impaciencia que provoca el confinamiento.
Todo irá bien, nos dicen, como si todo fuera tan sencillo como pensar en positivo.

Pero, ¿de verdad “todo irá bien”? Es evidente que no.

Más de 20.000 muertos en España, millones de contagiados en el mundo, decenas de millones


de afectados por despidos o descenso de la actividad económica. En algunos casos, personas
desprovistas de todo tipos de airbag en forma de ahorros, ya no digamos propiedades. Sufren y
sufrirán las trabajadoras del hogar, los autónomos endeudados, las familias monomarentales, los
niños que comían gracias a becas comedor o a la merienda que hacían en el centro abierto. Si
miramos las favelas latinoamericanas o las grandes ciudades africanas, allá donde el jabón y el
agua son un lujo y la distancia social un imposible, el escenario todavía es más terrible.

No, no todo irá bien. Negar todas las realidades que mencionábamos y esconderlas detrás un arco
iris nos condena al infantilismo. Al pensamiento mágico. A la ceguera.

La vida no siempre es justa. La vida no siempre tiene sentido. Y en la vida, evidentemente, no todo
saldrá bien. Y todo ello no es incompatible con decir que la vida es un don. Cada día puede ser una
maravilla, incluso recluidos en casa, pero no hay ninguna necesidad de negar el horror. La
aventura de asumir el sinsentido, la injusticia y la desgracia y, aun así, seguir adelante, es mucho
más interesante que el pensamiento mágico del “Todo irá bien”.

Nos da pistas el Evangelio, cuando Jesús responde a Pedro: “Si alguien quiere venir conmigo, que
se niegue a él mismo, que tome su cruz y me acompañe”. Según el evangelio de Mateo, después
de que Jesús anunciara a los discípulos que moriría y resucitaría, Pedro lo había reñido. “De
ninguna forma, Señor: a vos no te puede pasar”. ¿Qué hacía Pedro entonces, sino negar lo que
tenía que pasar, con un “todo irá bien”? Jesús lo anima entonces a asumir la desgracia,
simbolizada por la carga de la cruz, y acompañarlo. No para exaltar el sufrimiento, sino para
decir sí a la vida tal y como es.

La muerte y resurrección que justo acabamos de celebrar también son, en definitiva, una lección
en este sentido. Jesús de Nazaret vivirá un juicio injusto y sufrirá una condena tortuosa, inhumana,
terrible. No nos dirá que “todo irá bien”, porque conoce demasiado bien la fragilidad y la
precariedad de la existencia humana. Pero también sabe que la semilla tiene que caer al suelo
para dar fruto, y que lo que tiene que venir después es una maravilla. Esperanza a pesar de todo.

No todo irá bien, pero podemos encontrarle un sentido al confinamiento. Valorar aquello que
teníamos y ya no; agradecer lo que sí conservamos; sentirnos parte de un todo solidario que ayuda
a allanar la curva; aprender a vivir de otro modo; descubrir que hay vida más allá de la obsesión
por la productividad. Viktor Frankl encontró sentido a su experiencia en los campos
de Auschwitz y Dachau y nos demostró la capacidad humana de transcender nuestras
dificultades, no a negarlas. Nelson Mandela aprovechó los 28 años que pasó en la celda para
planificar como cambiaría su país. Frida Kahlo se convirtió en la pintora más influyente de
Latinoamérica después de quedar postrada a la cama por un accidente. Los estoicos nos dejaron
escrito como afrontar las adversidades tomando perspectiva. Quizás el “Todo irá bien” nos está
privando de aprender alguna lección valiosa sobre el sentido de la vida.

Si tomamos lemas sencillos pero sensatos, prefiero remitirme a uno que propuso recientemente
Pep Marí, psicólogo deportivo y, por lo tanto, acostumbrado a integrar la frustración dentro del
día a día: “La vida no consiste en evitar que llueva, sino en aprender a bailarla bajo la lluvia”.

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