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Viejo malparido no es ninguna manera de empezar un texto. Pero parece que así es.

Ahí
dice “viejo malparido” y por más de que yo quiera cambiar ese detalle ya eso no es
posible. Ahora que estoy leyendo este texto me arrepiento, me hubiera gustado haber
empezado con otra cosa, con algo mejor, no con una grosería. Es un insulto vacío porque
este texto no se trata de ningún viejo malparido. Este texto se trata de otras cosas, no
puede ser que empecemos así, con el pie izquierdo. (La verdad nunca me he fijado cuál
es el pie que pongo en el piso al despertarme, tal vez debería fijarme más en los detalles).
Lo reconozco: no sé qué estoy escribiendo, pero presumo que es definitivamente
importante. Si estas palabras no se escriben el orden del universo estaría alterado de
manera definitiva. Así que no me queda otra opción más que seguir escribiendo. ¿Quién
escribe este texto? Eso es lo menos importante. ¿Importa quién lo lea? No puedo
responder tantas preguntas a la vez. Es más, no puedo responder ninguna pregunta.
Vamos a tener que contentarnos con el flujo de las palabras. Espero que encuentren
algún regocijo ahí porque de resto no hay nada. No sé porque pero últimamente pienso
mucha en polillas. En mi cuarto hay polillas a veces, normalmente no me importan. Dicen
que se comen la ropa pero no me parece tan grave. El otro día vi una polilla, quise sacarla
del cuarto pero ella fue muy rápida. A la hora de dormir la polilla empezó a volar por todas
partes y se puso a hacer mucho ruido. Pudimos haber convivido, pensé. Yo convivo con
las arañas sin problema. Pueden estar en los montones de la ropa viviendo tranquilas y
desde que no se dejen ver mucho ni se muevan tanto pueden hacer lo que quieran. Pero
la polilla demostró no ser buena candidata para roomate. Tuve que salir del sueño,
prender la luz y empezar a buscarla. No son particularmente rápidas las polillas. No son
rápidas cómo este texto. Esta polilla era del color del oro pero sin lo brillante (cómo este
texto). La polilla voló y voló intentando salvarse hasta que no tuve más remedio que tirarle
una toalla para que se cayera al piso. Soy un asesino de polillas y eso no me hace sentir
bien. A veces cometemos errores, pero esto ya había sido imperdonable. Puse a la polilla
en un papel higiénico, estaba sangrando mucho, nunca me imaginé que una polilla
pudiera tener tanta sangre por dentro. Me monté al carro y manejé lo más rápido que
pude a un hospital. En el carro la sangre solo salía y salía y no dejaba de salir, tanto que
se empezó a armar un charco en el asiento del copiloto. La sangre era del color del oro,
brillante y todo. Intenté hacer que no se regara pero cada vez que daba una curva y
derrapaba con el carro la sangre se esparcía por todas partes. En un determinado
momento di un trompo, la calle estaba mojada porque hacía tres meses que no paraba de
llover. Por acción de la fuerza centrifuga la sangre salpicó todo el carro. Yo quedé untado
de sangre dorada de polilla por todas partes. Y aún así la sangre no paraba de salir, tanto
que el charco del asiento del copiloto se empezó a regar al tapete, a las sillas de atrás del
carro, a la palanca de cambios. Con las manos llenas de sangre dorada de polilla intenté
quitarme un poco de sangre dorada de polilla de los ojos para poder ver algo. Volví a
arrancar el carro y seguí mi camino hacia el hospital.

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