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Géneros de opinión

Artículo de análisis periodístico


Sebastián Muñoz López

El pueblo peruano tiene la última palabra

El presidente de Perú, Martín Vizcarra, decidió disolver el Congreso del país,


mayoritariamente dominado por la oposición, para convocar a nuevas elecciones
legislativas. La decisión del mandatario tuvo un fuerte respaldo por parte de la
opinión pública, debido a los antecedentes de corrupción presentes en el Congreso.
La noche del mismo día, el Congreso aprobó la Moción de Orden del Día 1065, la
cual manifiesta la incapacidad del presidente para causar la ruptura del
‘ordenamiento constitucional’. Este panorama refleja una lucha que desde hace
bastantes años se ha desarrollado entre la rama Ejecutiva y Legislativa. Como
consecuencia de lo anterior, la democracia y la confianza en las instituciones se han
debilitado como nunca antes en la historia de la nación.

La crisis política en Perú se veía venir desde hace bastante tiempo. Como una bola
de nieve que aumentaba cada vez más, la trayectoria de instituciones corruptas y
líderes egoístas anunciaban un final trágico desde hace bastantes años. Cuatro
presidentes gobernaron a Perú en el curso de 2001 a 2018. Los cuatro están presos
por el caso Odebrecht, con excepción de Alan García, quien se suicidó minutos
antes de ser capturado por la Policía Nacional. Además, varios congresistas
también fueron vinculados con la constructora brasileña. Este panorama de
corrupción ha desmotivado profundamente a los ciudadanos, quienes cada vez
confían menos en sus representantes.

En este orden de ideas, la decisión que tomó Martín Vizcarra de disolver el


Congreso fue la mejor alternativa para neutralizar los mecanismos de corrupción
que han subsistido en el interior de este. En primer lugar, a lo largo de su mandato,
el presidente intentó en varias oportunidades implementar proyectos anticorrupción.
No obstante, todos fueron neutralizadas por el Congreso. Las decisiones del
Ejecutivo y, por ende, el desarrollo del país, se veían constantemente bloqueados
por las acciones de los congresistas.
Según Alberto Vergara, politólogo y profesor de la Universidad del Pacífico, en Lima,
el trayecto corrupto del Congreso tenía paralizado el desarrollo de Perú: “si el
presidente Martín Vizcarra tiene la prerrogativa constitucional de disolver el
parlamento en ciertas circunstancias, el Congreso lo modifica inconstitucionalmente
desde su propio reglamento. (...) Si Fujimori regresa a la cárcel, expiden una ley
para que las personas en condiciones judiciales y carcelarias idénticas a las del
patriarca cumplan sus condenas fuera de prisión”.

En segundo lugar, no existía una decisión “menos gravosa” frente a la crisis. La


parálisis política no podía perpetuarse debido a los intereses egoístas de unos
pocos. Un gobierno que no ha cumplido con su agenda política es una cuestión
preocupante para la democracia. No obstante, dicha problemática es todavía mayor
cuando es por culpa de la Rama Legislativa que el Estado ha tenido dificultades en
la aprobación de reformas laborales y tributarias. La votación por parte del Congreso
para evitar cualquier sanción al ex fiscal Pedro Gonzalo Chávarry, implicado con la
organización criminal de los Cuellos Blancos del Callao, demuestran la pretensión
del Congreso por archivar las investigaciones de corrupción. Es pertinente recordar
que esta decisión de encubrir a Chávarry fue lo que motivó al presidente para
presentar una cuestión de confianza.

Para Levy del Águila Marchena, Doctor en Filosofía con investigaciones en torno a
la corrupción en Perú, la decisión más perjudicial habría sido el hecho de permitir
que las cosas siguieran tal y como estaban. El académico, que ha vivido de primera
mano la crisis política de su país, considera que disolver el Congreso era la única
alternativa que existía para disminuir la corrupción en el Perú: “ Lo que ha impedido
reformas más amplias y el desarrollo del país son las estructuras de corrupción, que
estaban especialmente entramadas en el Congreso. La corrupción encontraba
protección en el Congreso. La decisión de Vizcarra destruyó el núcleo de esa
estructura corrupta”, afirma.

Por otro lado, el abogado constitucionalista Ángel Delgado considera que la decisión
de Vizcarra es ilegítima, pues “ha roto el orden constitucional”, al saltarse pasos de
la Constitución peruana. Del mismo modo, debido a que el presidente de Perú está
involucrado en un escándalo de corrupción, Delgado considera que este no era la
persona idónea para disolver el Congreso. Ante esto, Levy del Águila responde: “No
tengo pruebas de que Vizcarra sea corrupto. Pero incluso si lo es, si alguien es
corrupto, eso no quiere decir que las decisiones que tome esa persona contra la
corrupción dejen de ser correctas. A mi juicio, incluso si Vizcarra no fue fiel a la
Constitución, se debe imponer el bienestar de la sociedad peruana frente a las
restricciones del derecho”.

En tercera medida, la decisión aumentó la visión crítica por parte de la sociedad en


torno al Congreso. La nación peruana mostró un fuerte apoyo por la disolución del
Congreso, pues no se sentían representados por el mismo. Debido a lo anterior, un
sector más amplio de la población comenzó a percibir los comportamientos
incoherentes de la institución y su alta trayectoria de corrupción. Según la encuesta
de lpsos, difundida por el El Comercio, el 80% de los peruanos desconfía del
Parlamento. Después de los constantes intentos por parte del Ejecutivo para realizar
reformas constitucionales que combatieran la corrupción, y la respuesta reacia del
Congreso a estas, la ciudadanía ha mostrado un descontento continuo ante dicho
establecimiento político.

Para Jonathan Castro Cajahuanca, reportero político e investigativo que trabaja en


el diario El Comercio de Perú, las decisiones en materia de anticorrupción por parte
de Vizcarra aumentaron en gran medida su legitimidad: “Vizcarra anunció la
presentación de un proyecto de ley de reforma constitucional para recortar un año
su mandato y el de los parlamentarios, y convocar a elecciones en 2020. En su
mejor momento, la propuesta contó con el 75% del respaldo de la población. Todos
los enfrentamientos que tuvo Vizcarra con el Congreso le ayudaron a subir por
temporadas su aprobación”.

En cuarto lugar, el partido Fuerza Popular controlaba la mayoría absoluta en el


Legislativo peruano, intentando usar dicha ventaja como un medio para sacar de
prisión a su líder Keiko Fujimori, quien lleva ya 18 meses en prisión preventiva. A
pesar de sus múltiples esfuerzos, Keiko solo logró reducir su condena de
encarcelamiento. Por ello, en sus manos solo quedó una opción: renovar la
composición de los miembros del Tribunal Constitucional.

Para la analista política y socióloga Lucía Dammert, “el país hoy se divide en dos:
quienes buscan mecanismos para asegurar la impunidad frente a hechos de
corrupción, representados principalmente por el fujimorismo; y los que han tratado
de abrir espacios para la justicia y la lucha contra este flagelo, entre los que se
encuentra el presidente Vizcarra y la sociedad civil”. La fragmentación se debe,
fundamentalmente, a que ya existe una estructura corrupta fuertemente organizada
en el interior del Congreso. La única solución existente era eliminarla desde su raíz
y convocar a nuevas elecciones.

En este orden de ideas, la última palabra en esta historia no la tiene el Ejecutivo ni


el Legislativo, sino los ciudadanos. El verdadero decisor último en una democracia
no son las élites que conforman los altos Tribunales, sino las personas comunes. Lo
anterior es un hecho que a Vizcarra no se le ha olvidado. Para enmendar estas
políticas gastadas y esta desconfianza institucional, la única opción que existe es
darle la última palabra al pueblo.
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