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EL ESPEJO DE LA NATURALEZA

Holanda, siglo XVII

La división de Europa en campo católico y campo protestante afecto al


arte incluso de pequeñas naciones como los Países Bajos. El sur de ellos, que
hoy denominamos Bélgica, permanecía católico. Las provincias del norte de los
Países Bajos se levantaron contra sus católicos dominadores, los españoles, y
la mayoría de los habitantes de sus ricas ciudades mercantiles abrazaron el
protestantismo. Si tomamos a esos habitantes en tanto público consumidor de
la producción artística de ese entonces hay que considerar que, aunque sus
puntos de vista se dulcificaron al aumentar su seguridad y su riqueza, estos
burgueses flamencos del siglo XVII nunca aceptaron por completo el estilo
barroco que dominó en la Europa católica, más bien preferían un estilo un
poco más sobrio. Esto tuvo ciertas repercusiones para la vida de los artistas y
repercutió en sus obras: los pintores tuvieron que ceñirse a ciertas ramas de
su arte que no pudieran provocar ninguna objeción de carácter religioso. La
más importante de todas esas ramas que podían tener continuidad era el
retrato, y un gran exponente de este género fue Frans Hals (1580-1666). Entre
los muchos personajes que retrato se encuentra nada más y nada menos que
René Descartes. Un magnífico ejemplo de su estilo podemos encontrarlo en el
vivaz retrato de Pieter van den Broecke. Como no todos los pintores de la época
eran buenos haciendo retratos comenzaron a pintar otras cosas en las que se
sintieran más capaces. Así fue que comenzaron a surgir especialistas en la
pintura del cielo, otros en imágenes marinas de barcos navegando o de
cualquier otro aspecto del mundo y de la naturaleza que a ellos se les
ocurriera representar. Estos artistas holandeses de esta época, a diferencia de
los maestros del medievo y del Renacimiento (quienes trabajaban por encargo),
tuvieron que pintar primero sus cuadros y tratar de venderlos después. Según
Gombrich lo fundamental para estos pintores era ver y observar la naturaleza
con ojos limpios, es decir tratar de que los cuadros fueran como “espejos de la
naturaleza” en los que se reflejen la belleza, la luz y el color de las cosas del
mundo. Jan van Goyen (1596-1656) logró en varios de sus cuadros
“transformar una escena corriente en una visión de belleza apacible”.
Observemos la pintura que sugiere Gombrich, Molino de viento junto a un río.
Allí el pintor elige representar una imagen cualquiera de su país natal de una
forma nueva en la cual la naturaleza se extiende por todo el cuadro. Este
protagonismo de la naturaleza como paisaje no se había dado antes. Para
entender la novedad hay que compararla con el lugar que ocupaban los
paisajes en la pintura de los países católicos, como la obra del francés Claude
Lorraine (1600-1682). Este artista fue un gran pintor de paisajes, pero en sus
cuadros se buscaba transmitir una belleza nostálgica que rememoraba el gran
pasado perdido. Para ello se recurría a tratar temas mitológicos de la tradición
clásica o bien alguna escena de su época en un paisaje brumoso iluminado
con una luz dorada y con la presencia de ruinas, etc. Si observamos Paisaje y
sacrificio a Apolo encontraremos todas estas características, es una pintura de
1663 cuyo título ya nos dice mucho sobre el tema que venimos comentando. A
diferencia de estas visiones nostálgicas del pasado la pintura de Jan Van
Goyen nos enseña a ver la sencilla belleza natural del entorno cotidiano.
Para Gombrich al igual que para la mayoría de los especialistas, el
pintor más importante de Holanda, y uno de los mayores que han existido, fue
Rembrandt van Rijn (1606-1669). Era siete años menor que Velazquez.
Comenzó su carrera especializándose en retratos. Una curiosidad que nos
cuenta Gombrich es que con este pintor estamos ante una autobiografía única
en la historia de la pintura: Rembrandt se retrató a sí mismo más de cien
veces a lo largo de su vida y esas pinturas constituyen un registro único desde
sus exitosos años de joven maestro hasta su solitaria vejez. Esta obsesión con
el autorretrato no se debía a un desmedido amor por sí mismo sino más bien a
la forma más fácil que Rembrandt encontró para ejercitarse en pintar el rostro
humano. Observemos su Autorretrato de 1655 y leamos lo que dice Gombrich
al respecto: “No era un bello rostro, y Rembrandt no trató nunca, ciertamente,
de disimular su fealdad; se contempló con absoluta sinceridad en un espejo; y
a esta misma sinceridad se debe el que dejemos de preocuparnos en seguida
de la belleza o del aspecto exterior. Es éste el rostro de un verdadero ser
humano; no hay en él el menor rastro de pose ni de vanidad sino solamente la
penetrante mirada de un pintor que escruta sus propias facciones, siempre
dispuesto a aprender más y más acerca de los secretos del rostro humano.” Si
prestamos atención y consideramos lo que se dijo sobre Caravaggio en el
apunte anterior quedará claro por qué Rembrandt es un exponente del estilo
barroco. De hecho, hay que tener en claro que Rembrandt es el máximo
exponente del barroco holandés. Ni la armonía ni la belleza ideal eran
cuestiones prioritarias para este pintor, por el contrario, buscaba ser fiel a lo
que veía y sentía, aunque esto contenga imágenes no tan agradables. Por
ejemplo, La lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp, es una obra que
Rembrandt pintó a los 26 años con motivo de un encargo que le habían hecho.
Se suponía que debía retratar a los miembros del gremio de los cirujanos. Su
forma de componer el cuadro sorprendió a todos porque los incluyó en una
escena en la cual se está diseccionando un cuerpo humano. Cuando se hizo
de una fama considerable empezó a pintar sobre temas que fueran más de su
interés, ya que no dependía tanto de que sus retratos se vendieran ni de los
encargos que le hicieran. Por eso podemos encontrar algunas importantes
pinturas de temática religiosa. Rembrandt era un devoto protestante. Además
de la pintura, Rembrandt dominó el arte del grabado y el aguafuerte. En su
aguafuerte de 1652 Cristo Predicando Rembrandt se preocupa por ser fiel a la
imagen bíblica de Jesús predicando junto a los pobres y más necesitados,
buscando destacar eso que y dejando de lado cualquier rastro de belleza
idílica. Observen los detalles de esa obra, con unas pocas líneas crea
personajes en situaciones de lo más realistas. Muchos historiadores
consideran que la obra de Rembrandt está cargada de dramatismo y
pesadumbre, lo cual se reflejaría en el uso de los colores opacos ¿coinciden?
Es muy difícil hacer una selección de todos los pintores holandeses de
este periodo, en este apunte nos van a quedar varios afuera que tal vez
podamos retomar más adelante. Sin embargo, un artista que no puede faltar
es Jan Steen (1626-1679) en quien podemos encontrar algunas
características de la obra de Brueghel El Viejo como la cantidad de personajes
en una misma escena, la predilección por los temas cotidianos/hogareños (lo
cual no significa que sólo hayan pintado sobre eso). Ambos transmiten una
gran vitalidad y en la mayoría de los casos cierta alegría sencilla. A pesar de
esta herencia de El Viejo, las diferencias saltaran a la vista ya que Steen busca
alcanzar un gran realismo y lo logra, principalmente a través de un excelente
manejo de las sombras y la iluminación, pero también del perfecto
conocimiento del cuerpo humano. Los gestos de cada personaje pueden
disfrutarse por separado y luego contemplar toda la obra descubriendo cómo
interactúan de manera natural. Podemos apreciar estas características en El
bautizo (1644), Jardín de la taberna (1660) y en La escuela de pueblo (1670).
Por último, hay que hablar de Johannes Vermeer van Delft (1632-
1675), más conocido como Jan Vermeer o simplemente Vermeer. Su
producción es muy pequeña en comparación con cualquiera delos demás
artistas mencionados en este apunte. Se cree que no vivía de la pintura y que
lo hacía sólo por placer y algo de esto se transmite en sus cuadros. Pertenece a
una generación posterior a Rembrandt y es continuador de la tradición de los
“pintores de género”, aquellos que se enfocaban en temas más sencillos, de
este mundo. Vimos que Rembrandt hizo varios retratos, algunos de ellos en
composiciones complejas y utilizando generalmente colores más opacos. Por el
contrario, en la mayoría de los cuadros de Vermeer vemos figuras sencillas en
una casa típicamente holandesa. En una de sus obras más famosas, La
lechera, se logra un nivel de precisión casi fotográfico y a pesar de ser una
pintura muy elaborada la imagen no parece dura ni forzada, sino que
transmite mucha tranquilidad. Gombrich dice que los cuadros de Vermeer
transmiten los sentimientos que se despertaron en el artista mientras
contemplaba esas imágenes. Tal vez ese sea el efecto de la forma de trabajar la
luz, por lo general Vermeer ubicaba la entrada de luz en una ventana a la
izquierda del lienzo y pintaba esa luz natural y las sombras que proyectaban
los objetos de la escena que hubiese elegido representar. Los contornos de
cada cosa aparecen suavemente y sin embargo la superficie de los objetos
posee la firmeza que una esperaría de un objeto real. Si observamos El
astrónomo, encontraremos ese recurso además de una precisión sorprendente
en la superficie de los objetos, el globo terráqueo, la ropa del astrónomo, etc.
En El arte de la pintura, tenemos una de las obras más importantes del autor:
allí abandona un poco la sencillez ya que la composición está cargada de
muchas más cosas que en La lechera. Lo curioso es que el pintor que aparece
en el cuadro es el propio Vermeer, al igual que Velázquez en Las meninas. Esta
obra de Vermeer tiene cierto misterio porque incluye un elemento mitológico
del cual carecen las demás pinturas del autor. La modelo que el pintor está
retratando encarna a Clío, la musa griega de la Historia y la poesía épica. Los
detalles del piso de mármol y los distintos objetos son admirables, así como
también la sensación de intimidad que nos transmite la escena, como si
estuviéramos espiando detrás de la cortina que cae a la izquierda del cuadro.
Con ese recurso Vermeer parece lograr incluirnos en la escena…no sabemos
por qué, tal vez para compartir el sencillo placer de contemplar.

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