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El miedo es el malestar ante una causa concreta, es la respuesta a un estímulo concreto. Los
miedos, infantiles, pueden ser transitorios, que remiten espontáneamente a medida que el niño
madura; leves, no es comparable a la de los adultos, ya que la magnitud de respuestas del niño
(pensamientos negativos, anticipación de situaciones temidas...) es menor; y, evolutivos, aparecen,
alcanzan su máxima intensidad y desaparecen.
Además, existen ciertos miedos asociados a ciertas etapas, en niños pequeños los miedos son
físicos y en adolescencia se dan más los miedos sociales.
El miedo es una emoción básica junto con la ira, tristeza, alegría y asco y nos aseguran
nuestra propia integridad física. Existen otras emociones secundarias que tienen una función
adaptativa social (integridad psicológica) como la culpa.
Las fobias específicas es lo que conocemos como miedo patológico, que es intenso e
incapacitante, crea malestar. Se diferencian de los miedos en que la respuesta es desproporcionada
en relación al estímulo, donde el estímulo es inofensivo y no constituye amenaza objetiva y en la
respuesta desadaptada, la alta intensidad de la respuesta repercute negativamente en su desarrollo
personal, ambiente familiar, rendimiento académico y/o relaciones sociales.
La aparición de la ansiedad sigue una curva. En esa curva, ante un estímulo temido, la
ansiedad aumenta hasta un pico. Cuando nos damos cuenta de que no existe peligro, la ansiedad
baja rápidamente. Para el aprendizaje, debemos hacer que esa ansiedad aumente y ver que no pasa
nada (exposición).
Sobre lo que se interviene es sobre las variables que mantienen ese miedo, no sobre el
origen. Por ejemplo, si un perro mordió a un niño hace diez años, lo que mantiene ese miedo son
reforzadores (atención) y las conductas de escape y evitación. Se interviene sobre esas variables y
no sobre el origen del miedo.
CÓMO SE INTERVIENE:
Seguimos la jerarquía empezando por el estímulo que de menos miedo. No debemos pasar al
siguiente hasta que la niña no esté segura. Si vemos que tarda más, o no está predispuesta controlar
el mensaje que le damos con nuestra comunicación no verbal, qué le transmitimos; además,
podemos añadir un ítem más fácil alejándonos un poco más o bien exponiéndole menos tiempo (que
aguante unos pocos segundos al menos, y vamos añadiendo tiempo, antes de aproximarnos y hacer
un ítem más difícil).
El primer ítem es aproximado, en realidad debemos establecer de dónde partimos, la línea base. En
petardos, por ejemplo, es escuchar el petardo a 30 pasos. Si esto no es tolerable para la niña (no
puede enfrentarse porque le supera), lo haremos a más distancia y lo añadimos en la jerarquía. Si no
es necesario desde 30 pasos, calculamos desde dónde le da miedo pero no demasiado como para no
superarlo.
Vamos a trabajar para conseguir que desaparezcan todos esos miedos. Así, te sentirás mejor y
estarás más tranquila, disfrutando de cosas que hasta ahora no podemos hacer por culpa de esos
miedos.
Al principio se pasa un poco mal pero no estás sola. Iremos paso a paso, despacito y según vayas
sintiéndote más valiente, vamos a superar más situaciones. Vamos a ir añadiendo un brazo de
valiente cada vez que superes una prueba en la olimpiada de la valentía. Y al final de la olimpiada
conseguirás el juguete por haberte esforzado en ser tan valiente.
(Le enseñamos el termómetro de miedo). Vamos a utilizar este termómetro de miedo. Éste es nada
nada de miedo, este muy poco de miedo, este algo de miedo pero no mucho, este mucho miedo y el
último muchísimo miedo. ¿Cuánto miedo te da..... (le exponemos al primer ítem de la jerarquía, el
más fácil)? Si contesta “muchísimo” podemos poner un ítem más fácil. Cuando acabamos la