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Crecimiento.
(Libro Segundo de "Economía de Solidaridad y Mercado Democrático").
INDICE
El mercado, por otra parte, no incluye solamente las actividades que tienen que ver
directamente con los flujos de bienes, servicios y factores; los sujetos que despliegan en
él sus acciones son fuerzas sociales que potencian sus posiciones organizándose,
adquiriendo coherencia ideológica y cultural, tomando conciencia de sus propios intereses
y posibilidades, actuando políticamente sobre la sociedad y el Estado para obtener más
poder de presión y conducción. La institucionalidad jurídica y política regula el accionar de
los distintos sujetos sociales y económicos, garantizando los derechos y deberes de cada
uno, estableciendo los límites de un accionar legítimo, favoreciendo a algunos sectores
más que a otros, otorgando conseciones y privilegios etc.; en tal sentido, ella es también
parte integrante -relevante- de la relación de fuerzas que define la distribución y
asignación de la riqueza: del mercado.
Así entendido, todo sistema económico constituye un mercado, que puede estar
organizado en distintas formas: con mayor o menor control e intromisión del Estado, con
mayor o menor libertad de iniciativa individual, con mayor o menor igualdad social, con
procedimientos más o menos racionales de planificación, con procedimientos progresivos
o regresivos de distribución de la riqueza, con distintos grados de concentración
oligárquica o de participación democrática, con distintos niveles de autonomía de los
diversos actores económicos y sociales. Con mayor o menor predominio y presencia de
capital, trabajo, tecnología, poder público, etc. Pero en ningún caso se trata de un
"mecanismo automático objetivo" sino siempre de relaciones de fuerza entre sujetos
sociales activos(49).
El mercado no es, pues, algo "dado" y natural, sino una construcción social determinada
en la que intervienen todas las personas y sujetos económicos.
17.- Este nuevo concepto de mercado, que miramos ahora a la luz de los análisis que
hemos ido desarrollando en esta obra - especialmente en el Libro primero- en torno a los
diferentes tipos de relaciones económicas, mantiene validez teórica en cuanto se muestra
capaz de integrarlas a todas; pero la explicitación de tal diversidad de relaciones
económicas, de los circuitos a que dan lugar, de sus racionalidades particulares, y de sus
complejas interacciones, nos plantea la necesidad de un enriquecimiento significativo de
los contenidos del concepto mismo, a la vez que nos obliga a efectuar en su formulación
una corrección parcial.
Es importante explicitar esto último, porque los hombres y grupos sociales pueden luchar
y pujar por los bienes y recursos en distintas formas y usando diferentes medios y
procedimientos, y el poder puede ser ejercido de diferentes maneras. Dicho en otras
palabras, una economía en que predominan los intercambios implica la generalización de
un tipo de comportamientos particulares, no sólo diferentes de otra en que predominan las
asignaciones jerárquicas o las relaciones de cooperación solidaria, sino también de
aquellas en que la lucha se exacerba hasta niveles de conflictualidad bélica.
La distribución del producto total entre los distintos miembros que componen la sociedad
puede procesarse de tantas maneras como sean los comportamientos humanos y sus
motivaciones e impulsos, y el predominio de uno u otro tipo de comportamientos dará
lugar a muy distintas estructuras de la correlación de fuerzas.
Ahora bien, el mercado determinado no está constituido - en ningún caso- por un sólo tipo
de relaciones económicas, sino por todos ellos interactuando complejamente. El mercado
determinado está compuesto del mercado de intercambios, del "mercado" de tributaciones
y asignaciones jerárquicas, del "mercado" de donaciones, comensalidad y cooperación,
etc., que interactúan y se condicionan recíprocamente. Ello, obviamente, tiene
consecuencias tanto sobre los sujetos y fuerzas que se presentan en el mercado y sobre
la correlación que concretamente se establece entre las distintas fuerzas sociales, como
también sobre el modo en que se estructura dicha relación de fuerzas y la forma en que
los sujetos ejercen sus poderes.
Así, por ejemplo, la presencia de un consistente sector regulado, donde los procesos de
asignación y distribución proceden conforme a relaciones de tributación y asignación
jerárquica, influye sobre la fuerza relativa de los distintos sujetos económicos, y también
sobre los modos de configurarse dicha correlación, al acentuar la discrecionalidad en el
uso del poder por parte de quienes controlan los órganos estatales, al introducir prácticas
de planificación que vinculan recursos por períodos de tiempo prolongados, al imponer el
aporte de todos al financiamiento y ejecución del plan general, etc.
18.- Es oportuno considerar con mayor detenimiento la interacción entre los distintos tipos
de relaciones económicas copresentes en el mercado determinado. Si todos los flujos
económicos -cualquiera sea la estructura de relaciones que los distinguen- se entrelazan
e influyen recíprocamente, no es posible comprender la evolución y tendencias que
siguen fenómenos y procesos globales tales como la inflación, las recesiones, el
desarrollo, los cambios en las relaciones sociales condicionados por la economía, etc.,
examinando solamente el mercado de intercambios o la política económica del Estado.
Incluso el sistema de precios, que existe sólo porque existen relaciones y circuitos de
intercambio, es afectado por todos los demás flujos y relaciones, no pudiendo ser
comprendido analizando solamente las relaciones de fuerza que se determinan a nivel de
los puros intercambios.
Esto, que es obvio si se parte de una teoría de los precios en cuanto resultantes de la
compleja relación de fuerzas sociales, es también claro si el problema se analiza al nivel
en que lo trata la propia teoría neo-clásica.
Estos efectos han sido estudiados por los economistas teóricos del libre cambio, que
postulan la existencia de mecanismos y fuerzas que operarían automáticamente en el
mercado de los intercambios para llevarlo a una situación de equilibrio general. El
equilibrio consistiría en una perfecta correspondencia entre la oferta y la demanda
existentes para todos los bienes económicos, de modo que en todos los rubros de
actividad económica se generarían precios "normales" que significarían también
ganancias "normales" para todos los productores. Cualquier desviación respecto de tal
situación de normalidad generaría desplazamientos, sea en la oferta, en la demanda o en
los precios, que movería de nuevo el sistema hacia alguna situación de equilibrio.
Si la oferta de un producto excede a su demanda, los precios del mismo serán muy bajos;
esta situación pondrá en acción dos fuerzas distintas que convergerán hacia el
restablecimiento de precios normales y llevarán a la adecuación entre oferta y demanda:
por un lado, los bajos precios harán incrementar la demanda del producto, lo que
implicará la posibilidad de incrementar los precios, y por otro lado, como los bajos precios
implican utilidades inferiores a las normales, los productores alejarán recursos de dicho
rubro, con lo que la producción y la oferta disminuirán, con la consiguiente tendencia a la
elevación de los precios. A la inversa, si la demanda de un producto es mayor que la
oferta, sus precios serán altos, de modo que, por un lado la demanda tenderá a disminuir
presionando los precios a la baja, y por otro lado, nuevos recursos serán atraídos hacia
dicho rubro de producción debido a las ganancias extraordinarias que ofrece, con lo que
la oferta tenderá a incrementarse, con el consiguiente efecto reductor de los precios. El
libre movimiento de los precios que resulta de las modificaciones que se produzcan en la
oferta y la demanda como consecuencia de la libre decisión de los productores y
consumidores, tiene efectos retroactivos sobre la oferta y la demanda (las decisiones y
preferencias de consumidores y productores), que las llevan a restablecer su
correspondencia generando nuevos precios y ganancias normales.
Al exponer tal modelo teórico, los economistas del libre cambio ponen especial cuidado en
argumentar que la intervención del Estado en la economía generaría las más graves
distorsiones respecto del equilibrio postulado; pero la coherencia del modelo implica
reconocer "efectos distorsionadores" a todo flujo económico que proceda por cualquier
conducto diferente a las relaciones de intercambio. Como es claro, implícita o
explícitamente dicho modelo enuncia un juicio de valor negativo respecto de todas las
relaciones económicas que alejan del supuesto equilibrio general (considerado el óptimo
económico), en cuanto ponen obstáculos al operar de las fuerzas y mecanismos de ajuste
automático.
Ahora bien, es importante observar que las mencionadas fuerzas y mecanismos que se
desencadenan en las situaciones de desequilibrio entre oferta y demanda a través de los
precios, si bien han de ser interpretadas de otro modo, operan realmente en el circuito de
los intercambios: los consumidores y productores reaccionan efectivamente ante los
movimientos de los precios, alterando los niveles de oferta y demanda de las mercancías.
Ahora bien, las interconexiones entre los distintos flujos y relaciones son aún más
complejas, en cuanto hay que considerar los impactos en todos los sentidos; por ejemplo,
alteraciones que se produzcan en los precios afectan también los volúmenes de los flujos
de donaciones, asignaciones presupuestarias, etc. Verdaderamente, como afirmó Hegel,
"es interesante observar cómo en economía todas las conexiones son reactivas, cómo los
grupos e intereses particulares se asocian, tienen influencias unos sobre otros y
experimentan recíprocamente su fuerza y su oposición"(51).
Ante este estado de cosas, suelen entrar en funcionamiento otros mecanismos distintos a
los del mercado de intercambios. Siendo los productos agrícolas bienes de primera
necesidad, e incidiendo sus precios de modo significativo en los índices de precios que a
su vez impactan sobre los niveles salariales de la industria y demás actividades
económicas, la presión combinada de los consumidores, de los asalariados, de los
empresarios industriales y de los responsables de la política económica del Estado, lleva
fácilmente a la fijación y control de precios, los cuales entran así en una dinámica que no
es la del libre desenvolvimiento de los intercambios. Fuerzas ajenas al mercado de los
intercambios interactúan con éste, dando lugar a procesos altamente complejos.
La fijación y control de precios a los productos agrícolas impacta directamente los niveles
de renta de los productores, en mayor proporción que a los intermediarios. Ello acentúa el
movimiento de emigración hacia otras actividades, tendiendo la oferta a la disminución,
con la consiguiente presión al incremento de los precios de oferta para tales mercancías;
en el contexto del control de precios, se genera entre los productores agrícolas un
creciente sentimiento de injusticia. La presión de los agricultores, y sobre todo la
percepción por los responsables de la política económica de que la tendencia a la
reducción de las rentas, a la disminución de la oferta y al incremento de los precios
conduce inevitablemente a sobrepasar las posibilidades de control de precios, con todos
los efectos sociales, políticos y económicos derivados, suele llevar a la dictación de
políticas públicas que compensen a los productores agrícolas en situación desmedrada.
Nuevos flujos económicos ajenos a la lógica de los intercambios se generan mediante
reducciones de impuestos, subvenciones directas, poderes compradores del Estado, etc.
19.- La mayor parte de los análisis que los economistas han hecho sobre los
entrelazamientos, incluye apreciaciones sobre su significado en función de un supuesto
sistema de asignación óptima de los recursos, y juicios valóricos desde el punto de vista
de la "justicia distributiva". Se insertan, en consecuencia, en la postulación de diferentes
políticas económicas y modelos de desarrollo. Las polémicas teóricas y políticas entre
neo-liberales, neo-keynesianos y socialistas, se hayan de hecho centradas en esta
problemática, aunque su discusión proceda con una terminología distinta a la que aquí
empleamos; además, tal polémica tiende a considerar solamente las interacciones que se
dan entre el sector de intercambios y el sector regulado público. Veremos ahora cómo el
análisis de esta problemática en términos más amplios, incluyendo a todos los tipos de
relaciones económicas y sus nexos, y partiendo de nuestro concepto más complejo de
mercado, ofrece un punto de vista distinto desde el cual es posible construir una nueva
respuesta.
En tal sentido, apreciamos la expansión de las actividades económicas del Estado como
un momento histórico de avance en sentido democratizador, aunque pronto su hipertrofia
comenzó a operar en sentido contrario. Demostramos también que el cooperativismo y el
desarrollo de actividades económicas autogestionadas constituyen procesos y formas
organizativas a través de las cuales un conjunto de factores económicos distintos del
capital, tales como el trabajo, el consumo, el ahorro, la tecnología y la administración,
experimentan un proceso de autonomización respecto del capital y del Estado -los dos
factores que principalmente los han organizado y subordinado-, y se configuran como
categorías económicas organizadoras de actividades y unidades alternativas; haciendo
esto, liberan y despliegan nuevas energías sociales, y junto con incidir en el mercado
introduciendo en él racionalidades económicas distintas a la capitalista, van configurando
a través de su progresiva expansión una nueva relación de fuerzas, un potenciamiento de
las categorías y sujetos actualmente subordinados.
Nuestra conclusión general fue que un mercado democrático, esto es, una correlación de
fuerzas caracterizada por la descentralización y diseminación del poder en forma
equilibrada entre los distintos y múltiples sujetos de actividad económica, implica una
economía en que todos los factores económicos se constituyen como fuerzas con
capacidades organizativas propias; lo cual supone necesariamente una reducción
(relativa) tanto del tamaño del Estado como de las actividades capitalistas, reducción
paralela al crecimiento progresivo de otros sujetos económicos autónomos que, al
disponer de una propia capacidad organizativa, disputarán con aquellos los recursos
económicos disponibles en una sociedad determinada.
El capital, el trabajo, las tecnologías, el consumo, etc., podrán presentarse y operar en el
mercado como categorías que pueden ser tanto organizadas como organizadoras. El
resultado de esto sería un mercado con plena ocupación de factores, en que la
competencia -o sea la lucha entre sujetos económicos independientes-será
"perfeccionada" en cuanto ella no se limitará a la concurrencia entre unidades económicas
organizadas por el capital, sino entre unidades y sujetos organizados por cualquier factor
del sistema económico.
20.- Buscando entre los diversos modelos económicos, alguno que nos permitiera
aproximarnos a la comprensión del modo de funcionamiento de un mercado democrático,
encontramos que la concepción de un mercado de competencia perfecta presenta
analogías notables con la definición que de aquél propusimos. En efecto, con la expresión
"competencia perfecta" los economistas designan una hipotética situación del mercado en
que los diferentes actores económicos enfrentan precios dados y no están en condiciones
de influir sobre la oferta y la demanda globales. Ellos no tienen poder sobre las
condiciones existentes en el mercado, siendo su acción económica insignificantemente
pequeña en relación al funcionamiento conjunto de la economía.
Ha sido insistentemente observando por lo mismos economistas que una tal situación de
competencia perfecta no existe ni ha existido nunca en la práctica; sin embargo, ello no
invalida completamente el concepto, en la medida que éste se propone como modelo
hipotético que sirve para evaluar el grado de competitividad o de "perfección" de un
mercado determinado. En tal sentido, en la realidad encontramos grados más o menos
declarados de competencia "imperfecta", consistiendo la imperfección precisamente en la
concentración del poder económico, monopolista y oligopólica. El proceso de
concentración acrecienta el poder de mercado de las mayores empresas, sean
monopólicas o no, de manera que un mercado más concentrado es un mercado más
oligárquico; por el contrario, un mercado que se aproxime a la situación de competencia
perfecta es un mercado en que el poder se haya más difundido, siendo, en consecuencia,
un mercado más democrático.
Las argumentaciones que han sido propuestas para demostrar la tesis de que la
competencia perfecta implica la asignación y distribución óptimas no han sido refutadas
por los críticos de dicha teoría. Lo que éstos han hecho ha sido demostrar que la
competencia perfecta no ha existido nunca en la práctica en forma plena, y que por tanto
la teoría no es aplicable a la realidad;(52) se ha visto también que la forma capitalista de
la competencia conduce a la concentración del capital, y que en consecuencia destruye
en la práctica los mismos supuestos en que se funda la teoría.
Otras críticas han tomado pie del hecho que ella fue formulada para justificar el
capitalismo, siendo efectivamente utilizada con dicho propósito por sus mentores. Pero es
fácil darse cuenta que la misma teoría puede convertirse en la más formidable de las
armas anticapitalistas, una vez que se demuestre que competencia perfecta podría existir
solamente si desapareciera todo predominio del capital, esto es, si no existiera el
capitalismo.
Las distintas categorías económicas, en este caso, el capital, el poder público y el trabajo,
al organizar unidades y actividades económicas en base a su propia racionalidad,
establecen principalmente (no exclusivamente) relaciones de intercambio, de tributación-
asignación jerárquica y de cooperación, respectivamente. Los sectores privado, público y
cooperativo constituyen, respectivamente, elementos significativos y característicos de la
economía de intercambios, de la economía regulada y de la economía solidaria. Es claro,
entonces, que esta nueva entrada al tema representa un enriquecimiento (en cuanto a
profundidad de análisis) y una ampliación (en cuanto a las actividades económicas
consideradas) respecto de la anterior: la complementa sin alterarla.
Si, pues, tanto las argumentaciones lógicas como las evidencias empíricas señalan la
existencia de ambas tendencias de direcciones contrapuestas, deberá reconocerse
teóricamente que en una economía en que predominan las relaciones de intercambio
pueden coexistir procesos de concentración y de democratización, uno de los cuales
puede predominar sobre el otro. Si descubrimos cuáles sean las situaciones o las fuerzas
que apuntan en cada dirección, será posible actuar consecuentemente para reforzar las
fuerzas y tendencias democratizadoras y para reducir aquellas que conducen hacia la
concentración.
De modo que, así como no hay en la economía de intercambios una tendencia natural y
espontánea hacia la competencia perfecta, tampoco existe una tendencia inevitable hacia
la concentración. Se sigue, pues, que al interior del sector de intercambios puede
avanzarse en sentido democratizador del mercado, desplegando acciones conscientes y
voluntarias con tal objetivo.
22.- La teoría del libre cambio no es la única que postula una economía organizada en
base a un sólo tipo de relaciones económicas. El socialismo, como utopía, es una
sociedad en que no existirían el dinero ni los precios, y en que la asignación de los
recursos y la distribución de la riqueza serían racionalmente reguladas por decisiones
científicamente elaboradas. El socialismo real, en sus variadas manifestaciones,
constituye un modo particular de estructuración del mercado determinado en que la mayor
parte de las actividades y flujos económicos proceden conforme a relaciones de
tributación y asignación jerárquica. El predominio de este particular tipo de relaciones
económicas da lugar a una economía regulada, centralmente planificada, respecto de la
cual la coexistencia de otras formas de relaciones y organizaciones económicas son
consideradas como "imperfecciones", supervivencias de modos de producción
precedentes que deberán ser progresivamente abolidas.
Los teóricos del socialismo ha formulado la tesis de que una economía planificada
racionalmente conduce a una distribución igualitaria de la riqueza, tal que cada uno recibe
conforme a sus necesidades; dicha afirmación no es tan arbitraria como han pretendido
sus detractores, pues en la realidad de los procesos de planificación operan
efectivamente fuerzas y tendencias igualizadoras, en términos de satisfacción
proporcional de las necesidades, en base a ciertos criterios de racionalidad con que
toman decisiones los planificadores en función de tales objetivos. Los críticos del
socialismo han formulado, a su vez, la tesis de que una economía planificada conduce
inevitablemente a la concentración del poder y del control social y económico en manos
de una clase o categoría burocrática; tesis que tampoco tiene nada de arbitrario, habiendo
evidencias empíricas de que la planificación centralizada de carácter estatista genera
dichos procesos.
23.- Hemos visto que un mercado democrático no puede verificarse en economías en que
exista un predominio incontrastado de las relaciones de intercambio, ni de tributación y
asignación jerárquica. Permanece todavía la duda de si sea posible un mercado
constituido solamente por relaciones de donación, o de cooperación, comensalidad u otra,
y si tal mercado podría merecer el calificativo de democrático.
Dados los precedentes análisis, la pregunta tiene un carácter más bien retórico, pues la
respuesta no puede ser muy distinta a la expuesta en relación a las relaciones de
intercambio y asignación jerárquica; sin embargo, es importante explicitar la cuestión,
debido a las implicaciones éticas e ideológicas que tiene la respuesta que le sea dada. En
efecto, un rasgo típico del pensamiento ideológico que caracteriza a nuestra época es la
tendencia a totalizar indebidamente elementos parciales de la realidad, otorgando validez
general a determinados principios constitutivos de realidades y proyectos particulares, con
la consecuente negación y exclusión de otros elementos que podrían y debieran ser
integrados en una perspectiva global necesariamente pluralista. Frente al liberalismo que
ha totalizado la economía de intercambios, y al socialismo que ha hecho lo mismo con la
economía regulada, no es difícil que surjan proyectos utópicos alternativos que tiendan a
absolutizar la economía solidaria, con la consiguiente negación de la validez y eticidad de
todo intercambio y asignación jerárquica.
Para evitar esta posible nueva forma del integrismo ideológico, conviene hacer el esfuerzo
de imaginarse lo que podría ser una economía estructurada en base a solas relaciones de
donación, o de comensalidad, o de cooperación.
Es difícil imaginar de qué manera una tal sociedad podría alcanzar un "equilibrio", en el
sentido de garantizar su propia autoconservación y desarrollo; en efecto, cada sujeto de
actividad económica (individual o colectivo), que posea activos o que sea creador de
bienes y servicios, tendría en cada momento sólo las alternativas de utilizarlos
(consumirlos), donarlos a otros, o conservarlos bajo su control (acumularlos) hasta el
momento en que decida utilizarlos o donarlos. Para satisfacer sus necesidades y
desarrollar sus actividades económicas y productivas, cada sujeto contaría con la parte de
sus activos que destine a su propio uso o que conserve bajo su propiedad, más todos
aquellos que reciba graciosamente de las donaciones de los demás. Como los flujos de
bienes, servicios y factores resultarían de decisiones múltiples pero unilaterales (cada una
de ellas), no parecen existir razones que aseguren que la distribución y asignación
resultante se correspondan con las combinaciones eficientes, y ni siquiera con alguna que
sea satisfactoria.
Con todo, el mercado podría funcionar con un grado razonable de estabilidad en base a
un perfeccionado sistema de informaciones multilaterales, en que cada sujeto pueda
difundir la información actualizada sobre sus necesidades y sus excedentes, o más
exactamente, sobre sus "demandas" y "ofertas" de donaciones.
La plausibilidad teórica del un modelo de mercado solidario aumenta considerablemente
si se lo piensa constituido complejamente de relaciones de comensalidad, cooperación,
reciprocidad y donación. En tal caso, es probable que las relaciones de cooperación
predominen en los flujos económicos vinculados a las actividades y organizaciones
productivas, así como las relaciones de comensalidad prevalecerían al nivel del consumo,
mientras que los flujos de reciprocidad y donación cumplirían principalmente funciones
redistributivas. Diversas combinaciones serían posibles, pudiendo darse distintas
proporciones relativas entre los tres tipos de relaciones económicas. En antiguas
sociedades comunitarias y autosuficientes de pequeñas dimensiones pueden encontrarse
situaciones que se aproximan bastante a la de un "mercado solidario".
Siempre a nivel del modelo teórico, un mercado así estructurado sería con alta
probabilidad democrático, en el sentido que el poder se encontraría desconcentrado y
muy distribuido entre los diferentes sujetos de actividad económica; y la sociedad
mostraría un grado de integración inédita entre sus distintos componentes sociales. No
obstante lo cual, la economía estaría lejos de ser eficiente desde el punto de vista de la
combinación de factores, de su utilización, y del producto global. Ello por tres principales
razones.
Una, porque dicho sistema de relaciones haría posible que muchos sujetos se beneficien
de los bienes y servicios socialmente disponibles, sin contribuir con su esfuerzo y
actividad a su producción; si bien en la economía solidaria existen importantes estímulos
materiales e inmateriales para participar activamente de las actividades laborales y
creativas, nada garantiza que no existan aprovechadores que vivan, sin necesitarlo, a
expensas de los más esforzados. Tal situación implica por sí misma un grado de
desocupación de recursos productivos, que puede llegar a ser considerable.
Una segunda fuente de ineficiencia radica en que dicho sistema de relaciones carecería
de los medios necesarios para adecuar los tipos de trabajo que los hombres quieren y
escogen realizar, con aquellos que son necesarios para producir los bienes y servicios en
las proporciones requeridas; en efecto, no hay ninguna razón para que se correspondan
automáticamente las opciones de trabajo individual con las de consumo general, de modo
que, con elevada probabilidad, ciertos tipos de trabajo más pesados o que generen
menos satisfacciones a quienes los realicen, al carecer de recompensas adecuadas,
dejarán de ser realizados, mientras que otros más satisfactorios serán sobreabundantes.
En consecuencia, la composición de producto será insatisfactoria.
Ninguna de estas razones puede considerarse como absoluta, en el sentido que ellas
sean parte de una argumentación lógica interna al modelo de la economía solidaria. Ellas
responden más bien a lo que podemos denominar principio de realismo antropológico,
esto es, a una consideración realista de las debilidades morales del hombre. En efecto, la
economía solidaria requiere la difusión de un tipo de comportamientos individuales y
colectivos particularmente generosos, responsables y comprometidos. En la medida que
tales comportamientos se encuentren efectivamente asumidos por todos los sujetos de
actividad económica, las tres razones de ineficiencia que mencionamos dejan
inmediatamente de ser tales. Pero esos comportamientos, pudiendo indudablemente
difundirse mucho más que lo que hoy observamos, se hallarán presentes en los hombres
siempre en grados diferentes de maduración, e imperfectamente realizados. El interés
privado y la coacción social serán siempre necesarios en alguna medida, por lo que
algunos particulares nexos indispensables para el buen funcionamiento de la economía
serán más eficientemente logrados mediante relaciones de intercambio y de tributación y
asignación jerárquica, que por medio de formas de economía solidaria.
De los precedentes análisis relativos a las posibilidades de existencia y al significado que
tendría un modelo de mercado constituido en base a un sólo tipo de relaciones
económicas -sea de intercambio, de tributación y asignación jerárquica, de donación o
cooperación, etc.-, podemos extraer la siguiente conclusión general: un mercado
democrático, así como requiere de las actividades organizativas de las distintas
categorías económicas, implica también diversidad y pluralismo en cuanto a las relaciones
económicas que se establecen en los flujos y actividades de producción, distribución y
consumo.
Pero este pluralismo, que en algún grado siempre se verifica en la práctica, no garantiza
por sí mismo la estructuración democrática del mercado, siendo necesario para ella un
cierto nivel de desarrollo de cada sector, una determinada proporcionalidad entre los
volúmenes de actividad que proceden conforme a los distintos tipos de relaciones. Pero
no solamente esto sino además y sobre todo, que cada uno de los sectores considerados
(de intercambio, regulado y solidario), se encuentre organizado y funcione de un cierto
modo específico. En efecto, como vimos, cada sector económico puede ser más o menos
democrático, dependiendo del grado de realización de algunos criterios y modos de
operación particulares.
En síntesis, un mercado democrático implica que sus tres principales sectores sean
democráticos. Así planteado, se observa que los términos del problema pueden ser
invertidos; cuando un mercado es democrático, lo serán su sector de intercambios, su
sector regulado y su sector solidario. Esta afirmación, aparentemente tautológica, tiene sin
embargo un importante sentido si se considera desde el punto de vista de un proceso de
democratización, en cuanto pone de manifiesto un recíproco reforzamiento de las
tendencias democratizadoras en los distintos sectores: cualquier mayor o mejor
democracia en uno de ellos, incide sobre los otros en el mismo sentido democratizador.
Esta observación se conecta a una más general, que la experiencia histórica ha verificado
en numerosos casos concretos. Parece ser que cada uno de los sectores -de
intercambios, regulado y solidario- funciona más democráticamente en la medida que se
encuentre compensado en los mercados determinados, por la presencia de los otros, o
sea, en la medida que el mercado sea menos "puro" en cuanto al tipo de sus relaciones
económicas predominantes. Mientras más "puro" sea, mayores serán sus tendencias a la
concentración y a la desigualdad. Esto ha de entenderse en distintos sentidos según cual
sea el tipo de relaciones económicas que predomine; para comprenderlo mejor, la
ejemplificación histórica puede servirnos.
La mayor parte de las sociedades tradicionales -precapitalistas y preestatales- en que
predominaron relaciones económicas del tipo solidario, han tenido estructuras sociales
patriarcales y se han caracterizado por alguna organización ideológico-política integrista,
en las que difícilmente puede reconocerse aquella diseminación del poder que merezca el
apelativo democrático. Aún más concentrado se ha manifestado el poder en las
economías mercantilistas y capitalistas en que el Estado se limita a cumplir en lo
económico funciones subsidiarias. La mayor concentración del poder la observamos, a su
vez, en las economías reguladas de planificación central (y no se piense sólo en los
actuales "socialismos reales", sino también en sociedades como la incaica y la egipcia de
los faraones).
Sobre este problema es de gran interés una proposición de Boulding, que reproducimos a
continuación. Conviene, sin embargo, precisar que este autor no se plantea el problema
de la combinación óptima desde el punto de vista de un mercado democrático sino del
"bienestar", y que las preferencias que expone responden a sus opciones valóricas más
que a la explicitación de un razonamiento analítico; otra diferencia respecto de nuestro
planteamiento está dado por el hecho que Boulding parte de tres principios organizadores
de la sociedad -la coacción, el intercambio y el amor-, que no coinciden exactamente con
nuestra idea de las relaciones económicas y los sectores a que dan lugar; no obstante, su
esquema ofrece relevantes sugerencias también para nuestro enfoque del problema.
(Obviamente, hacemos corresponder "coacción", "intercambio" y "amor" a nuestros
sectores "regulado", de "intercambios" y "solidario" respectivamente).
La figura 1 representa el "triángulo social", que mide en el punto T el 100 por 100 de
coacción, en el punto E el 100 por 100 de intercambio, y en el punto L el 100 por 100 de
relación integradora, o amor. Cualquier punto situado dentro del triángulo representa una
combinación de dichas proporciones. "Dentro del triángulo habrá algún límite, sugerido
por la línea discontinua, que encierra el conjunto factible de estas tres proporciones.
Estamos suponiendo que ninguna sociedad puede existir sin al menos alguna proporción
de los tres elementos, y que es poco probable que la sociedad se sitúe en un punto donde
la proporción de uno cualquiera de los elementos sea excesivamente elevada"(56)
Figura 1
"¿Cuál es la combinación ideal? -se pregunta- ¿Dónde, dentro del triángulo social, se
encuentra el punto óptimo? Podríamos postular un conjunto de contornos (las líneas
curvas continuas) de una "función de bienestar" en la tercera dimensión, en donde el
punto M es la cima de la colina y representa el óptimo de todo el campo, representando
cada uno de los contornos una curva de indiferencia; esto es, todos los puntos del campo
que tienen un mismo valor para el evaluador. Tal como he dibujado los contornos, se ve
una fuerte preferencia por la sección integradora de la sociedad, aunque no tanta como
para negar todo valor al intercambio o incluso a la coacción. Vemos la preferencia
secundaria por el intercambio y una preferencia muy baja por la coacción"(57).
Una segunda indicación, que de algún modo viene a especificar la anterior, nos lleva al
interior de cada uno de los sectores, para discriminar en su propia composición los
elementos que deben tener un tamaño reducido para que el mercado en su conjunto
resulte democrático. En el caso del sector de intercambios, puede formularse la tesis de
que mientras mayor sea el campo de las actividades capitalistas, menos democrático será
el mercado, y que, al revés, a mayor desarrollo de las actividades económicas
organizadas por el trabajo, el carácter democrático del mercado se encontrará mejor
garantizado. En cuanto al sector regulado, será la hipertrofia de las actividades
burocráticas - asociadas generalmente a un tamaño excesivo del Estado- la que atentará
en contra de la democracia económica, mientras que a su favor militará el desarrollo de la
participación y descentralización en la adopción de decisiones. Respecto del sector
solidario, un tamaño muy grande de los flujos y actividades del tipo donaciones será
expresión de la existencia de desigualdades estructurales también muy grandes, mientras
que la expansión de las formas asociativas en que la comensalidad y la cooperación
prevalezcan, será parte de un proceso democratizador. Sin embargo, si consideramos
dado un cierto nivel de desigualdad estructural, a mayor volumen de donaciones mayor
será la tendencia hacia la democratización económica que se encuentre implícita en los
comportamientos de los sujetos.
Una tercera indicación, que profundizaremos más adelante limitándonos por el momento a
su enunciación, se refiera a que la mejor combinación de los tres sectores en cada
sociedad determinada no es sólo cuestión de tamaños relativos. Pareciera, en efecto, que
ciertos tipos de funciones y actividades económicas son mejor realizadas por un sector, y
otras lo son por otros; si así fuese, se trataría de hacer coincidir el desarrollo de ciertos
tipos de relaciones económicas con aquellos rubros de actividad que le son más
adecuados, resultando de esta manera una cierta correspondencia entre la estructura de
las actividades económicas (productivas, comerciales, financieras, etc.) con la estructura
de las relaciones económicas. La composición de las relaciones económicas se vincula
también a los niveles de desarrollo material y espiritual alcanzado por cada sociedad
determinada. Además, el acceso a niveles de desarrollo superior a partir de situaciones
de subdesarrollo, puede transitar más expeditamente por distintas vías atendiendo a las
características culturales y comportamentales de la población.
Hemos examinado hasta aquí un conjunto de implicaciones que tiene, para el modelo
teórico de mercado democrático y para el proceso práctico de democratización del
mercado, la presencia y desarrollo del sector solidario, junto a los sectores de intercambio
y regulado. Al hacerlo hemos partido de un concepto de "mercado democrático" como
correlación de fuerzas sociales en que el poder se encuentra altamente distribuido y
repartido entre todos los sujetos de actividad económica, desconcentrado y
descentralizado. Ahora bien, la inclusión del sector de economía solidaria como elemento
integrante de gran importancia en el modelo del mercado democrático nos induce a
prestar atención a otro aspecto de la cuestión, a la cual hicimos referencia ya al reformular
el concepto de mercado en general, cual es el de las formas en que los sujetos ejercen
sus fuerzas y poderes, el modo en que se estructura la correlación social, el carácter
integrador o conflictual de los comportamientos de los sujetos involucrados.
Como hemos visto, son posibles distintos grados de conflictualidad y de integración del
mercado, determinados por los distintos tipos de relaciones económicas y los
comportamientos que suscitan. La lucha por los bienes y recursos pueden ser más o
menos exacerbada, y el poder que los sujetos hacen pesar en ella puede ser ejercido en
formas y procedimientos más o menos intensos y suaves. EL comercio es una forma de
interrelación social más integradora que la guerra o el saqueo, y la ayuda mutua lo es más
que el comercio. El "sistema" de relaciones de fuerza, o sea el contenido social de la
estructura de poder junto a la forma de las relaciones, impacta a su vez sobre los
comportamientos y poderes de los sujetos; éstos no actúan incontrolados, dejados a la
arbitrariedad de las pasiones, sino que se someten a normas de conducta, a
racionalidades reguladas por alguna combinación de los intereses privados con los
requerimientos colectivos. Es por ello que, mientras más distribuido socialmente se
encuentre el poder, mayor tenderá a ser la morigeración de las fuerzas en sus formas de
lucha y en sus procedimientos de ejercicio del poder. Y esta morigeración repercutirá a su
vez sobre la distribución social del poder.
Podemos, pues sostener, que mientras más suave, pacífica e integradora sea la acción
social, más democrático será el mercado, y a la inversa, mientras más democrático sea el
sistema de poderes, más integradores y "suaves" serán los comportamientos y relaciones.
En esta "tercera aproximación", consideraremos democrático aquel mercado cuya
estructura relacional sea integradora, donde los procedimientos de asignación y
distribución de los bienes y recursos no sean muy conflictivos sino pacíficos.
Una cuarta condición del mercado democrático está dada por un cierto nivel de desarrollo
económico, tal que la provisión de bienes y de recursos sea al menos suficiente para
satisfacer las necesidades básicas de toda la población. Si no existen los bienes
suficientes para satisfacer los requerimientos vitales de todos, es natural que la lucha por
disponer de tales bienes se agudice y exacerbe, buscando cada uno no sólo el mínimo
necesario para lograr hoy dicha satisfacción, sino también para garantizar la provisión de
los bienes que necesitará en el futuro (con la consiguiente acumulación que reducirá aún
más la posibilidad de que otros puedan satisfacerse hoy).
Este aspecto del problema es muy importante considerarlo, aunque a menudo se lo olvida
en los debates en torno a los problemas de la distribución. Hay bastante evidencia
empírica de que el grado de igualitarismo social no depende sólo del tipo de "relaciones
sociales de producción" sino también del nivel de desarrollo alcanzado por las "fuerzas
productivas". En vistas de la distribución democrática de las fuerzas económicas importa
principalmente el tamaño del mercado determinado (de modo que alcance un nivel de
autosuficiencia que le permita evitar dependencias materiales del exterior), la ocupación
de recursos y factores (de manera que una gran mayoría de la población pueda satisfacer
sus necesidades a partir de su empleo y actividad, sin constituirse un sector pasivo de
tamaño exagerado), y la estructura del aparato de producción (de manera que las
distintas ramas y líneas de actividad se correspondan adecuadamente con la estructura
de las demandas internas del producto).
50) De acuerdo con este concepto, la distinción entre "economía de mercado" y "economía de planificación central"
resulta inadecuada. La economía planificada centralmente se nos manifiesta como una determinada estructura del
mercado, caracterizada por el predominio del poder público o del Estado como categoría organizadora
predominante; por eso nos referimos a ella con la expresión "mercado regulado" (aún cuando, en rigor, no existe una
economía constituida exclusivamente por relaciones de tributación y asignación jerárquica, y todas las estructuras
económicas reales son siempre una combinación de los sectores regulado, de intercambios y solidario). La
diferencia entre las llamadas "economías de mercado" y "de planificación central" consiste, esencialmente, en que
en las primeras predomina el sector de intercambios y en las segundas el sector regulado, como sistema principal de
la asignación y distribución de los bienes, servicios y factores producidos socialmente.
51) A este respecto, de gran interés resulta el estudio de A.O. Hirschman Las pasiones y los intereses, Fondo de
Cultura Económica, México, 1978, donde se muestra como se recurrió a los intereses para domar y contrarrestar a
las pasiones, en los orígenes del mercado capitalista.
52) F.G.W. Hegel, Lineamientos de filosofía del derecho o ciencia del Estado.
53) J. M. Keynes escribe: "Nuestra crítica de la teoría económica clásica aceptada no ha consistido tanto en buscar
los defectos lógicos de su análisis, como en señalar que los supuestos tácitos en que se basa se satisfacen rara vez
o nunca, con la consecuencia de que no puede resolver los problemas económicos del mundo real". Teoría General,
cit., pág. 333.
54) Al referirnos al cooperativismo y la autogestión, en aquel estudio, consideramos sus potencialidades en base a la
identificación de su específica racionalidad, no siempre coherentemente desplegada en las experiencias
cooperativas concretas; nuestro referente analítico los constituyen pues, los modelos de empresa de trabajadores y
de un sector cooperativo integrado, que propusimos teóricamente.
55) Debe recordarse que para Boulding el término "donaciones" incluye la totalidad de los flujos económicos distintos
al intercambio.