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Crítica de la Economía, Mercado Democrático y

Crecimiento.
(Libro Segundo de "Economía de Solidaridad y Mercado Democrático").

INDICE

PRIMERA SECCIÓN. Para un crítica nueva de la ciencia económica, desde


la economía de solidaridad.

1. La ciencia económica ante la economía de solidaridad. Visión crítica de la historia


de la disciplina.
2. Las relaciones de intercambio: el "misterio" del valor
dilucidado.

SEGUNDA SECCIÓN:. Para una teoría de la democratización del mercado y del


crecimiento económico, a partir de la economía de solidaridad.

3. Economía solidaria y mercado democrático.


4. Economía solidaria y crecimiento económico.
SEGUNDA SECCION : PARA UNA TEORIA DE LA DEMOCRATIZACION
DEL MERCADO Y DEL CRECIMIENTO ECONOMICO, A PARTIR DE LA
ECONOMIA DE SOLIDARIDAD.

III. Economía Solidaria y Mercado Democrático.

16.- El reconocimiento teórico de las actividades y flujos económicos que proceden


conforme a relaciones económicas distintas al intercambio nos ha llevado a una
ampliación del campo de la economía y de su ciencia, en cuyo contexto los grandes
problemas teóricos se presentan bajo una nueva óptica desde la cual se perciben
soluciones distintas a las conocidas.

Tener presente la economía de solidaridad nos ha permitido comprender la notable


complejidad del circuito económico de los intercambios y, especialmente su carácter de
proceso social e intersubjetivo donde las relaciones de poder son determinantes; y en
particular, la consideración de la economía regulada y de la economía solidaria nos ha
llevado a postular un cambio de perspectiva respecto al problema de los precios.

En este capítulo llevaremos el análisis más allá, a un ámbito de problemas teóricos


cruciales -el del mercado, con sus dinamismos y equilibrios-, respecto de los cuales los
enfoques tradicionales también resultan transformados. Retomaremos aquí la
problemática del mercado democrático y la democratización de la economía, que
planteamos en Empresas de Trabajadores y Economía de Mercado, llevándola a un nivel
de comprensión más avanzada.

En el capítulo sobre la evolución de la ciencia económica hemos observado -


proporcionando una explicación del hecho- que distintas corrientes de pensamiento
económico han trabajado en base a conceptos de mercado caracterizados por la
separación analítica de un ámbito particular de la realidad -que en la fase neoclásica se
constituyó como el objeto propio de la disciplina-, y por cierto mecanicismo y "cosificación"
de las relaciones y flujos económicos; tales conceptos postulan que el mercado es un
sistema dotado de regularidades y automatismos susceptibles de ser expresados en
leyes, fórmulas y cantidades, variables, tendencias y equilibrios.

El primero de tales conceptos de mercado -que teorizaba la fase de expansión del


capitalismo, la difusión de un tipo relativamente homogéneo de homo oeconomicus cuyos
comportamientos son regulares y predecibles-, lo presenta como la organización de los
intercambios de bienes y servicios entre vendedores y compradores, conforme a un
determinado sistema de precios, regulado por las dos variables principales de la oferta y
la demanda. En fases sucesivas, la ciencia económica amplió el campo de estudio a
fenómenos y procesos de orden macroeconómico, incluyendo las funciones y actividades
del Estado, pero reservó el concepto de mercado para el circuito de los intercambios
privados, reformulándolo más bien terminológica que conceptualmente, al definirlo ahora
como mecanismo de asignación de recursos, distribución de ingresos y coordinación de
las decisiones económicas.

En Empresa de trabajadores y economía de mercado propusimos una reelaboración del


concepto de mercado, a partir del reconocimiento de que en las economías modernas se
han constituido diferentes categorías económicas, a través de procesos concretos de
autonomización y universalización de los factores-sujetos que organizan y despliegan
actividades productivas, comerciales, financieras, etc. en función de su propia
valorización.

Al centrar la atención en la presencia organizada y en la actividad organizadora de las


fuerzas del trabajo, se nos hizo posible comprender que el capital, el trabajo, la
tecnología, la administración, el factor financiero, el consumo, el ahorro, el poder público,
etc., como factores y categorías económicas concretamente personalizadas, interactúan
complejamente a través de actividades que se diferencian por su contenido y por su
forma, dando lugar a un sistema de distribución de los ingresos y de asignación de los
recursos mucho más amplio, múltiple y diferenciado de lo que se había considerado con
el concepto y el modelo teórico del mercado. Así, reconociendo las dimensiones
subjetivas implicadas en la actividad y en los procesos económicos; asumiendo
teóricamente la existencia de diferentes racionalidades económicas operantes en los
procesos de producción, distribución y consumo concretos; percibiendo los nexos íntimos
que hay entre las esferas económica, política y cultural- cuya distinción es más
gnoseológica que real-, procedimos a una redefinición del concepto de mercado,
siguiendo una idea propuesta originalmente por Gramsci, que escribió: "El mercado
determinado es una determinada relación de fuerzas sociales en una determinada
estructura del aparato de producción, relación garantizada (es decir, hecha permanente)
por una determinada superestructura política, moral, jurídica".

De este modo llegamos a concebir el mercado, no sólo como la organización de las


relaciones de intercambio entre empresarios y consumidores, sino más concretamente,
como todo el complejo sistema de interrelación y de relaciones de fuerza entre todos los
sujetos, individuales y colectivos (empresas, instituciones, negocios, organismos públicos,
asociaciones privadas, organizaciones y grupos intermedios, familias, personas, etc.), que
ocupan diferentes lugares en la estructura económico-social , que cumplen distintas
funciones, y que participan con diversos fines e intereses en un determinado circuito
económico relativamente integrado, o sea, que forman parte de una cierta formación
económico-política en relación a cuyos procesos de producción y distribución persiguen la
satisfacción de las propias necesidades e intereses.

Es un sistema de relaciones de fuerza porque los sujetos individuales y colectivos que


forman parte del mercado, despliegan sus propias fuerzas y poderes, y luchan entre sí,
con el objeto de participar de los bienes, servicios y factores disponibles, en la forma más
amplia y conveniente que les sea posible. En el proceso de esta lucha, los distintos
sujetos pueden operar independientemente o asociarse, establecer alianzas, buscar
protecciones, actuar correctamente, engañar o hacer trampas. La lucha se extiende
también a nivel internacional, cuyo comercio y relaciones de intercambio expresan
también la interacción y las relaciones de fuerzas entre los Estados y los distintos grupos
nacionales.

El mercado, por otra parte, no incluye solamente las actividades que tienen que ver
directamente con los flujos de bienes, servicios y factores; los sujetos que despliegan en
él sus acciones son fuerzas sociales que potencian sus posiciones organizándose,
adquiriendo coherencia ideológica y cultural, tomando conciencia de sus propios intereses
y posibilidades, actuando políticamente sobre la sociedad y el Estado para obtener más
poder de presión y conducción. La institucionalidad jurídica y política regula el accionar de
los distintos sujetos sociales y económicos, garantizando los derechos y deberes de cada
uno, estableciendo los límites de un accionar legítimo, favoreciendo a algunos sectores
más que a otros, otorgando conseciones y privilegios etc.; en tal sentido, ella es también
parte integrante -relevante- de la relación de fuerzas que define la distribución y
asignación de la riqueza: del mercado.

Así entendido, todo sistema económico constituye un mercado, que puede estar
organizado en distintas formas: con mayor o menor control e intromisión del Estado, con
mayor o menor libertad de iniciativa individual, con mayor o menor igualdad social, con
procedimientos más o menos racionales de planificación, con procedimientos progresivos
o regresivos de distribución de la riqueza, con distintos grados de concentración
oligárquica o de participación democrática, con distintos niveles de autonomía de los
diversos actores económicos y sociales. Con mayor o menor predominio y presencia de
capital, trabajo, tecnología, poder público, etc. Pero en ningún caso se trata de un
"mecanismo automático objetivo" sino siempre de relaciones de fuerza entre sujetos
sociales activos(49).

El mercado no es, pues, algo "dado" y natural, sino una construcción social determinada
en la que intervienen todas las personas y sujetos económicos.

17.- Este nuevo concepto de mercado, que miramos ahora a la luz de los análisis que
hemos ido desarrollando en esta obra - especialmente en el Libro primero- en torno a los
diferentes tipos de relaciones económicas, mantiene validez teórica en cuanto se muestra
capaz de integrarlas a todas; pero la explicitación de tal diversidad de relaciones
económicas, de los circuitos a que dan lugar, de sus racionalidades particulares, y de sus
complejas interacciones, nos plantea la necesidad de un enriquecimiento significativo de
los contenidos del concepto mismo, a la vez que nos obliga a efectuar en su formulación
una corrección parcial.

La corrección que es preciso hacer a nuestra primera formulación del concepto de


mercado, se refiere especialmente al énfasis que pusimos en la afirmación de que el
mercado es un sistema de relaciones de fuerza caracterizado por la lucha entre los
sujetos económicos por participar de bienes y recursos escasos, y consecuentemente,
que se mueve y equilibra en función del poder que ellos pueden desplegar. Si a los
términos "lucha" y "poder" les atribuimos un significado amplio, es cierto que pueden
incluir también los comportamientos y relaciones propios de las donaciones, la
comensalidad y la cooperación. Sin embargo, es conveniente reconocer que aquella
formulación implica generalizar un modo de relacionarse que, si bien en las sociedades
modernas es el más extendido y predominante, caracteriza sólo a una parte de los
comportamientos, actividades y flujos económicos reales.

En efecto, si tenemos en cuenta estas relaciones económicas socialmente integradoras,


el "mercado" se nos presenta no sólo como un sistema de relaciones entre sujetos en
lucha por bienes y recursos escasos, sino que se relacionan también en términos no
conflictivos, solidarios e integradores.

En efecto, el análisis de los distintos tipos de relaciones económicas nos permitió


distinguir claramente -aunque no siempre de manera tajante, pues se dan situaciones
intermedias- entre las relaciones que producen integración social, las que generan
conflictos entre las partes, y aquellas que simplemente mantienen la exterioridad entre los
sujetos involucrados sin implicar compromisos positivos o negativos entre ellos.

Además, el análisis de la racionalidad del sector solidario de la economía puso en


evidencia que ciertos tipos de necesidades espirituales, relacionales y de
autoconservación no pueden satisfacerse siempre mediante bienes cuya propiedad y uso
sea disputable por los distintos sujetos, sino mediante actividades creativas y/o
integradoras de comunidades y grupos, que implican la gestión colectiva de recursos
humanos y materiales.

Asimismo, se ha puesto en evidencia que los distintos sujetos tienen diferentes


estructuras de necesidades y jerarquizan de distinta manera los bienes con que las
satisfacen, lo cual implica que las personas y los grupos no luchan hasta el extremo -
usando todas sus fuerzas y poderes- por los bienes, servicios y factores económicos, sino
que pueden darse por satisfechos en ciertos niveles variables de consumo; por ejemplo,
hay sujetos ávidos, otros que se satisfacen a un nivel intermedio e incluso de
subsistencia, y algunos pocos que casi no entran en competencia o lucha con otros sino
que aspiran activamente a la autosuficiencia.

El análisis sectorial de las relaciones de intercambio y de los precios nos ha permitido


comprender más particularmente y en cierto modo operacionalizar el concepto del
mercado como conjunto de interacciones y relaciones de fuerza, al mostrarnos el sistema
de precios como un entrelazamiento altamente complejo de poderes que se compensan,
equilibran, descompensan y mueven en distintos sentidos. Al poner bajo observación las
relaciones de intercambio, y al investigar la formación de los precios y su significado, se
nos ha manifestado una de las formas en que los sujetos ejercen sus poderes en una
economía en que predominen las relaciones de intercambio, y un modo en que se
estructura la correlación de fuerzas.

Es importante explicitar esto último, porque los hombres y grupos sociales pueden luchar
y pujar por los bienes y recursos en distintas formas y usando diferentes medios y
procedimientos, y el poder puede ser ejercido de diferentes maneras. Dicho en otras
palabras, una economía en que predominan los intercambios implica la generalización de
un tipo de comportamientos particulares, no sólo diferentes de otra en que predominan las
asignaciones jerárquicas o las relaciones de cooperación solidaria, sino también de
aquellas en que la lucha se exacerba hasta niveles de conflictualidad bélica.

La distribución del producto total entre los distintos miembros que componen la sociedad
puede procesarse de tantas maneras como sean los comportamientos humanos y sus
motivaciones e impulsos, y el predominio de uno u otro tipo de comportamientos dará
lugar a muy distintas estructuras de la correlación de fuerzas.

La existencia de un sistema de precios, en particular, implica que en el mercado de


intercambios existe y opera realmente una compensación de poderes, regulada
jurídicamente y aceptada por todos; compensación de poderes que es asumida
subjetivamente e incorporada a los comportamientos de cada uno, de modo que los
distintos sujetos económicos tienen presente las limitaciones y posibilidades que el
sistema establece al accionar legítimo. Así, por ejemplo, el saqueo, la imposición de la
propia voluntad a los demás, o el imperio irrestricto de la "ley del más fuerte" no están
legitimados, siendo considerados comportamientos anómalos que rompen la normalidad
del sistema de los intercambios. A la inversa, preside los intercambios la idea de que toda
contribución debe ser retribuida por unidad de recursos y por unidad de tiempo, en
conformidad con un mecanismo de medición tal que cada relación de cambio -cada
precio- encuentra dada una referencia en el sistema de precios que se forma en la
economía en su conjunto a través de múltiples intercambios análogos.

Lo anterior puede expresarse en los siguientes términos generales: el mercado de los


intercambios es una determinada estructura de la relación de fuerzas sociales,
caracterizada por el hecho que cada sujeto busca la realización de sus propios intereses y
beneficios, pero teniendo presente la existencia de intereses legítimos también en quienes
hacen de contraparte en cada operación, y la existencia de un marco de referencia
general, o pauta normal, dado por el equilibrio de fuerzas actualmente establecido; así,
cada sujeto busca retribuir el mínimo posible por el máximo posible recibido, estando "lo
posible" regulado y limitado socialmente.

Un mercado es resultado de un proceso histórico que en cierto modo puede concebirse


como civilizador, e implica que ciertos comportamientos han sido difundidos a nivel
general; pero es también un sistema generador de determinados comportamientos, en
cuanto condiciona los modos en que los sujetos ejercen sus poderes y luchan por los
recursos y bienes producidos socialmente. Los poderes no se despliegan incontrolados,
no quedan dejados a la arbitrariedad de las pasiones, sino que se someten a normas de
conducta tales que cada uno busca la realización de sus propios intereses en términos
socialmente "racionales". Hay, pues, en el mercado de los intercambios, cierta
morigeración de las fuerzas en sus formas de lucha y en sus procedimientos de ejercicio
del poder(50).

Ahora bien, el mercado determinado no está constituido - en ningún caso- por un sólo tipo
de relaciones económicas, sino por todos ellos interactuando complejamente. El mercado
determinado está compuesto del mercado de intercambios, del "mercado" de tributaciones
y asignaciones jerárquicas, del "mercado" de donaciones, comensalidad y cooperación,
etc., que interactúan y se condicionan recíprocamente. Ello, obviamente, tiene
consecuencias tanto sobre los sujetos y fuerzas que se presentan en el mercado y sobre
la correlación que concretamente se establece entre las distintas fuerzas sociales, como
también sobre el modo en que se estructura dicha relación de fuerzas y la forma en que
los sujetos ejercen sus poderes.

Así, por ejemplo, la presencia de un consistente sector regulado, donde los procesos de
asignación y distribución proceden conforme a relaciones de tributación y asignación
jerárquica, influye sobre la fuerza relativa de los distintos sujetos económicos, y también
sobre los modos de configurarse dicha correlación, al acentuar la discrecionalidad en el
uso del poder por parte de quienes controlan los órganos estatales, al introducir prácticas
de planificación que vinculan recursos por períodos de tiempo prolongados, al imponer el
aporte de todos al financiamiento y ejecución del plan general, etc.

18.- Es oportuno considerar con mayor detenimiento la interacción entre los distintos tipos
de relaciones económicas copresentes en el mercado determinado. Si todos los flujos
económicos -cualquiera sea la estructura de relaciones que los distinguen- se entrelazan
e influyen recíprocamente, no es posible comprender la evolución y tendencias que
siguen fenómenos y procesos globales tales como la inflación, las recesiones, el
desarrollo, los cambios en las relaciones sociales condicionados por la economía, etc.,
examinando solamente el mercado de intercambios o la política económica del Estado.
Incluso el sistema de precios, que existe sólo porque existen relaciones y circuitos de
intercambio, es afectado por todos los demás flujos y relaciones, no pudiendo ser
comprendido analizando solamente las relaciones de fuerza que se determinan a nivel de
los puros intercambios.

Esto, que es obvio si se parte de una teoría de los precios en cuanto resultantes de la
compleja relación de fuerzas sociales, es también claro si el problema se analiza al nivel
en que lo trata la propia teoría neo-clásica.

Si en vez de comprar una camisa obsequio el dinero a un mendigo, estoy alterando en


alguna medida la composición de la oferta y la demanda globales de camisas e
incidiendo, en alguna proporción -infinitesimal pero real- en el sistema de precios
relativos; si con ese dinero el mendigo compra pan, alguna pequeñísima modificación se
producirá en el mercado de este producto. Es probable que, de todas maneras, yo compre
la camisa con el sueldo del próximo mes, pero estaré destinando a ello dinero que podría
haber utilizado de otro modo. El diminuto efecto de mi acto inicial irá en tal modo
extendiéndose en la economía, pero también diluyéndose, aunque siempre resultará ser
mayor que cero. Hay más de algún economista de renombre que podría acusarme, si
fuera consecuente con su "modelo de libre mercado", de contribuir con mi acto caritativo a
la ruptura del equilibrio económico general, al entorpecimiento de la óptima asignación de
los recursos, los más graves pecados "capitales".

Porque, en realidad, este ejemplo no difiere cualitativamente de lo que sucede en el


mercado cuando se producen transferencias de riqueza por cualquiera de las otras vías
diferentes al intercambio. Cuando el Estado subvenciona determinadas actividades
productivas, o penaliza con impuestos ciertos tipos de consumo, o asigna
presupuestariamente financiamientos especiales de fomento a la construcción de
viviendas, y cuando determina los diversos items del gasto social, está incidiendo
directamente, -con criterios políticos que se gestan fuera del circuito de los intercambios
mercantiles- en la estructura de la oferta y la demanda, en los precios relativos, en las
funciones de inversión, de consumo y de gasto globales; el impacto de estas decisiones
económicas en el sistema de precios es notabilísimo, en todas las economías modernas.

Estos efectos han sido estudiados por los economistas teóricos del libre cambio, que
postulan la existencia de mecanismos y fuerzas que operarían automáticamente en el
mercado de los intercambios para llevarlo a una situación de equilibrio general. El
equilibrio consistiría en una perfecta correspondencia entre la oferta y la demanda
existentes para todos los bienes económicos, de modo que en todos los rubros de
actividad económica se generarían precios "normales" que significarían también
ganancias "normales" para todos los productores. Cualquier desviación respecto de tal
situación de normalidad generaría desplazamientos, sea en la oferta, en la demanda o en
los precios, que movería de nuevo el sistema hacia alguna situación de equilibrio.

Si la oferta de un producto excede a su demanda, los precios del mismo serán muy bajos;
esta situación pondrá en acción dos fuerzas distintas que convergerán hacia el
restablecimiento de precios normales y llevarán a la adecuación entre oferta y demanda:
por un lado, los bajos precios harán incrementar la demanda del producto, lo que
implicará la posibilidad de incrementar los precios, y por otro lado, como los bajos precios
implican utilidades inferiores a las normales, los productores alejarán recursos de dicho
rubro, con lo que la producción y la oferta disminuirán, con la consiguiente tendencia a la
elevación de los precios. A la inversa, si la demanda de un producto es mayor que la
oferta, sus precios serán altos, de modo que, por un lado la demanda tenderá a disminuir
presionando los precios a la baja, y por otro lado, nuevos recursos serán atraídos hacia
dicho rubro de producción debido a las ganancias extraordinarias que ofrece, con lo que
la oferta tenderá a incrementarse, con el consiguiente efecto reductor de los precios. El
libre movimiento de los precios que resulta de las modificaciones que se produzcan en la
oferta y la demanda como consecuencia de la libre decisión de los productores y
consumidores, tiene efectos retroactivos sobre la oferta y la demanda (las decisiones y
preferencias de consumidores y productores), que las llevan a restablecer su
correspondencia generando nuevos precios y ganancias normales.

Al exponer tal modelo teórico, los economistas del libre cambio ponen especial cuidado en
argumentar que la intervención del Estado en la economía generaría las más graves
distorsiones respecto del equilibrio postulado; pero la coherencia del modelo implica
reconocer "efectos distorsionadores" a todo flujo económico que proceda por cualquier
conducto diferente a las relaciones de intercambio. Como es claro, implícita o
explícitamente dicho modelo enuncia un juicio de valor negativo respecto de todas las
relaciones económicas que alejan del supuesto equilibrio general (considerado el óptimo
económico), en cuanto ponen obstáculos al operar de las fuerzas y mecanismos de ajuste
automático.

Ahora bien, es importante observar que las mencionadas fuerzas y mecanismos que se
desencadenan en las situaciones de desequilibrio entre oferta y demanda a través de los
precios, si bien han de ser interpretadas de otro modo, operan realmente en el circuito de
los intercambios: los consumidores y productores reaccionan efectivamente ante los
movimientos de los precios, alterando los niveles de oferta y demanda de las mercancías.

Lo que en cambio no sucede es que tales fuerzas y mecanismos conduzcan al "equilibrio


general", o apunten en la dirección de aproximar el mercado al funcionamiento óptimo. De
hecho, las fuerzas de ajuste operan siempre en un mercado que no es sólo de
intercambios, e interactúan con todas las demás fuerzas que se verifican en los demás
circuitos y sectores económicos constituidos por relaciones económicas diferentes. Como
observamos recién, las donaciones, las asignaciones presupuestarias, las
compensaciones, las incidencias redistributivas, etc., tienen siempre un impacto sobre la
oferta, la demanda y los precios de los bienes que entran en el circuito de los
intercambios; por ello, las fuerzas y "mecanismos" de ajuste reaccionan también a las
alteraciones del mercado provocadas por los flujos que no son de intercambio.

Ahora bien, las interconexiones entre los distintos flujos y relaciones son aún más
complejas, en cuanto hay que considerar los impactos en todos los sentidos; por ejemplo,
alteraciones que se produzcan en los precios afectan también los volúmenes de los flujos
de donaciones, asignaciones presupuestarias, etc. Verdaderamente, como afirmó Hegel,
"es interesante observar cómo en economía todas las conexiones son reactivas, cómo los
grupos e intereses particulares se asocian, tienen influencias unos sobre otros y
experimentan recíprocamente su fuerza y su oposición"(51).

Un caso particularmente complejo de interconexión entre relaciones económicas de


distinto tipo es el que se verifica en la agricultura; una esquemática descripción del mismo
puede ser útil para comprender mejor las interconexiones entre los distintos sectores
económicos.

La demanda de bienes agrícolas tiende a variar muy poco y lentamente en función de


cambios en sus precios, de manera que los aumentos de productividad resultantes del
avance técnico en la agricultura no se traducen tanto en un incremento de la oferta sino
en un desplazamiento de recursos hacia otras actividades productivas. Por un lado,
entonces, los precios tenderán a disminuir en menor proporción de la que se daría si la
elasticidad-precio de la demanda fuese alta, pero por otro lado los recursos no se alejarán
del sector a menos que las rentas agrícolas sean menores que las de las demás
actividades. Debido a esta doble presión, la emigración de personas y recursos fuera de
la agricultura será generalmente menor de lo que supondría el incremento de la
productividad, con la consiguiente tendencia a la sobreproducción agrícola. Como
resultado de todo esto las rentas agrícolas tenderán a encontrarse generalmente
deprimidas, mientras que los márgenes de ganancia que obtienen los intermediarios que
comercializan la producción agrícola suelen ser mayores que los normales, porque
pueden comprar barato a los productores y vender caro a los consumidores.

Ante este estado de cosas, suelen entrar en funcionamiento otros mecanismos distintos a
los del mercado de intercambios. Siendo los productos agrícolas bienes de primera
necesidad, e incidiendo sus precios de modo significativo en los índices de precios que a
su vez impactan sobre los niveles salariales de la industria y demás actividades
económicas, la presión combinada de los consumidores, de los asalariados, de los
empresarios industriales y de los responsables de la política económica del Estado, lleva
fácilmente a la fijación y control de precios, los cuales entran así en una dinámica que no
es la del libre desenvolvimiento de los intercambios. Fuerzas ajenas al mercado de los
intercambios interactúan con éste, dando lugar a procesos altamente complejos.

La fijación y control de precios a los productos agrícolas impacta directamente los niveles
de renta de los productores, en mayor proporción que a los intermediarios. Ello acentúa el
movimiento de emigración hacia otras actividades, tendiendo la oferta a la disminución,
con la consiguiente presión al incremento de los precios de oferta para tales mercancías;
en el contexto del control de precios, se genera entre los productores agrícolas un
creciente sentimiento de injusticia. La presión de los agricultores, y sobre todo la
percepción por los responsables de la política económica de que la tendencia a la
reducción de las rentas, a la disminución de la oferta y al incremento de los precios
conduce inevitablemente a sobrepasar las posibilidades de control de precios, con todos
los efectos sociales, políticos y económicos derivados, suele llevar a la dictación de
políticas públicas que compensen a los productores agrícolas en situación desmedrada.
Nuevos flujos económicos ajenos a la lógica de los intercambios se generan mediante
reducciones de impuestos, subvenciones directas, poderes compradores del Estado, etc.

Tales situaciones en los mercados de productos agrícolas, inducen a menudo al


surgimiento de relaciones económicas de otros tipos. Las políticas públicas de apoyo a la
agricultura en términos de subvenciones y excenciones favorecen mucho más a los
grandes productores que a los pequeños, porque son proporcionales a las cantidades
vendidas (el que tiene más recibe más), y hay que considerar también que los pequeños
agricultores destinan una proporción significativa de su producción al consumo familiar, de
modo que sólo una parte de su producción obtiene los beneficios; además, el acceso a
éstos, dadas las complejidades burocráticas y otros problemas derivados del modo de
comercialización agrícola, se hace difícil para muchos pequeños productores.
Los agricultores y campesinos pobres quedan en posiciones tan deprimidas y
crecientemente deterioradas que su migración hacia las ciudades se convierte a menudo
en un fenómeno masivo, cuyas repercusiones sociales y políticas pueden ser
extremadamente graves. Para evitar el deterioro de la pequeña producción agrícola y la
migración de los campesinos, y respondiendo a específicas demandas de ayuda, es
habitual que desde distintos organismos públicos y privados nacionales e internacionales
se dispongan flujos de donaciones de variados recursos: financiamientos, asistencia
técnica, capacitación, asesorías organizativas, etc. Todo ello impacta la economía agraria
no solamente en términos cuantitativos sino también cualitativos, generando relaciones
sociales, formas organizativas, comportamientos económicos, alternativas tecnológicas,
etc. distintas de las tradicionales.

Por otra parte, la existencia de márgenes de ganancia considerables para los


intermediarios y reducidos para los productores, ha dado lugar en innumerables
ocasiones a la organización de formas cooperativas de asociación entre pequeños y
medianos productores agrícolas, que en tal modo logran comercializar colectivamente su
producción prescindiendo de los intermediarios, y alcanzan un cierto grado de
concentración de la oferta que acrecienta su poder en el mercado.

El caso de la agricultura ha sido ampliamente investigado por los economistas, llegándose


a conclusiones mucho más complejas de las que hamos resumido aquí con el sólo
propósito de poner un ejemplo altamente revelador de las interconexiones que en los
mercados determinados complejos se dan entre intercambios, asignaciones jerárquicas,
compensaciones, incidencias, donaciones, cooperación. Las dinámicas particulares de
cada uno de tales subconjuntos de flujos económicos se ven concretamente afectadas por
las dinámicas de los demás, en un encadenamiento tan estrecho que resulta imposible
separar los efectos particulares de la acción de cada una de ellas. Otras caso tan
complejo y revelador como el de la agricultura es el del mercado de la vivienda, aunque
éste haya sido menos estudiado que aquél.

19.- La mayor parte de los análisis que los economistas han hecho sobre los
entrelazamientos, incluye apreciaciones sobre su significado en función de un supuesto
sistema de asignación óptima de los recursos, y juicios valóricos desde el punto de vista
de la "justicia distributiva". Se insertan, en consecuencia, en la postulación de diferentes
políticas económicas y modelos de desarrollo. Las polémicas teóricas y políticas entre
neo-liberales, neo-keynesianos y socialistas, se hayan de hecho centradas en esta
problemática, aunque su discusión proceda con una terminología distinta a la que aquí
empleamos; además, tal polémica tiende a considerar solamente las interacciones que se
dan entre el sector de intercambios y el sector regulado público. Veremos ahora cómo el
análisis de esta problemática en términos más amplios, incluyendo a todos los tipos de
relaciones económicas y sus nexos, y partiendo de nuestro concepto más complejo de
mercado, ofrece un punto de vista distinto desde el cual es posible construir una nueva
respuesta.

Con un concepto de mercado restringido a la esfera de los intercambios, y aún con el


reconocimiento de las interacciones de los distintos sectores económicos y de sus
impactos sobre el sistema de precios, la problemática económica permanece centrada en
el debate sobre los modos de lograr la "asignación óptima de los recursos" y la mejor o
más justa "distribución de los ingresos". Con nuestro nuevo concepto de mercado se hace
posible la apertura de un espacio de análisis y reflexión inédita, en el que los temas de la
óptima asignación de los recursos y de la justa distribución de la riqueza quedan
integrados en una perspectiva más amplia, que involucra elementos económicos, políticos
y culturales. Tal espacio de análisis -espacio teórico- lo hemos identificado con los
términos de mercado democrático y democratización del mercado.

En efecto, sólo si prestamos atención a los aspectos sociales y subjetivos de la vida


económica, si detrás de las variables y parámetros identificamos sujetos y fuerzas reales,
y detrás de los automatismos y regularidades observamos comportamientos, y si en vez
de equilibrios entre fuerzas mecánicas de oferta y demanda descubrimos las
correlaciones entre fuerzas sociales e interacciones entre las actividades reales, se nos
hace posible dar consistencia teórica a un concepto de mercado democrático y diseñar
consecuentemente un proyecto o propuesta estratégica de democratización de la
economía.

Si el mercado determinado es el complejo sistema de interrelación y de relaciones de


fuerza entre todos los sujetos que forman parte de una cierta formación económico-
política en relación a cuyos procesos de producción, distribución y consumo persiguen la
satisfacción de las propias necesidades e intereses, distinguiremos en las distintas
configuraciones del mercado (competitivo, concentrado, mixto, etc.) diferentes
correlaciones de fuerzas sociales, y diferentes estructuras relacionales de dichas fuerzas.

En una primera aproximación, podemos considerar democrático aquel mercado


determinado en que el poder se encuentre altamente distribuido entre todos los sujetos de
actividad económica, repartido entre una infinidad de actores sociales, desconcentrado y
descentralizado. En contraposición a éste podemos considerar oligárquico aquél en que
predominen oligopolios y monopolios, en que el poder y la riqueza se encuentren
altamente concentrados mientras de ellos son excluidos o marginados amplios sectores
de la población. Se trata de dos extremas y opuestas correlaciones de fuerzas sociales.

En Empresa de trabajadores y economía de mercado, en conexión a nuestra primera


elaboración del concepto de mercado determinado, desarrollamos una teoría del mercado
democrático (y del proceso de democratización del mercado) que -del mismo modo que
respecto al concepto de mercado-, a la luz de los análisis que hemos ido desarrollando en
este libro en torno a los diferentes tipos de relaciones económicas, mantiene su validez
teórica resultando al mismo tiempo enriquecido significativamente. Además, la parcial
corrección que hemos hecho al concepto de mercado al incorporar al análisis las distintas
estructuras relacionales, impacta también la formulación del mercado democrático y de la
democratización, abriéndonos una nueva dimensión del problema.

En el mencionado estudio pusimos de manifiesto que la conformación no-democrática y


oligárquica del mercado, con todo lo que implica en términos de concentración y
monopolización de la economía, trabas al acceso de nuevas unidades económicas,
desempleo de factores y restricciones a su movilidad, manejo restrictivo de las
informaciones, etc., ha sido resultado directo de la estructuración capitalista de la
economía (definida por el hecho de que en ella el capital se presenta como el factor
organizador de la mayor parte de las actividades económicas, subordinando a su lógica y
funcionalizando a su propio crecimiento y valorización a todos los demás factores
económicos, o sea, al trabajo, la tecnología, la administración, el poder público, etc.), y
consecuencia indirecta de los mecanismos a través de los cuales los factores
subordinados -concretamente personalizados en grupos y categorías sociales
determinadas- han reaccionado a dicho predominio de manera defensiva, corporativa, en
formas que no logran superar dicha subordinación.

Consecuentemente, desarrollamos ampliamente la teoría de que un transformación del


mercado en sentido democrático consiste en liberar las potencialidades de todos los
factores económicos para organizar autónomamente actividades y empresas, de manera
que el mercado no funcione bajo el predominio de una de ellas, sino con múltiples centros
de dirección y operación.

En tal sentido, apreciamos la expansión de las actividades económicas del Estado como
un momento histórico de avance en sentido democratizador, aunque pronto su hipertrofia
comenzó a operar en sentido contrario. Demostramos también que el cooperativismo y el
desarrollo de actividades económicas autogestionadas constituyen procesos y formas
organizativas a través de las cuales un conjunto de factores económicos distintos del
capital, tales como el trabajo, el consumo, el ahorro, la tecnología y la administración,
experimentan un proceso de autonomización respecto del capital y del Estado -los dos
factores que principalmente los han organizado y subordinado-, y se configuran como
categorías económicas organizadoras de actividades y unidades alternativas; haciendo
esto, liberan y despliegan nuevas energías sociales, y junto con incidir en el mercado
introduciendo en él racionalidades económicas distintas a la capitalista, van configurando
a través de su progresiva expansión una nueva relación de fuerzas, un potenciamiento de
las categorías y sujetos actualmente subordinados.

Nuestra conclusión general fue que un mercado democrático, esto es, una correlación de
fuerzas caracterizada por la descentralización y diseminación del poder en forma
equilibrada entre los distintos y múltiples sujetos de actividad económica, implica una
economía en que todos los factores económicos se constituyen como fuerzas con
capacidades organizativas propias; lo cual supone necesariamente una reducción
(relativa) tanto del tamaño del Estado como de las actividades capitalistas, reducción
paralela al crecimiento progresivo de otros sujetos económicos autónomos que, al
disponer de una propia capacidad organizativa, disputarán con aquellos los recursos
económicos disponibles en una sociedad determinada.
El capital, el trabajo, las tecnologías, el consumo, etc., podrán presentarse y operar en el
mercado como categorías que pueden ser tanto organizadas como organizadoras. El
resultado de esto sería un mercado con plena ocupación de factores, en que la
competencia -o sea la lucha entre sujetos económicos independientes-será
"perfeccionada" en cuanto ella no se limitará a la concurrencia entre unidades económicas
organizadas por el capital, sino entre unidades y sujetos organizados por cualquier factor
del sistema económico.

20.- Buscando entre los diversos modelos económicos, alguno que nos permitiera
aproximarnos a la comprensión del modo de funcionamiento de un mercado democrático,
encontramos que la concepción de un mercado de competencia perfecta presenta
analogías notables con la definición que de aquél propusimos. En efecto, con la expresión
"competencia perfecta" los economistas designan una hipotética situación del mercado en
que los diferentes actores económicos enfrentan precios dados y no están en condiciones
de influir sobre la oferta y la demanda globales. Ellos no tienen poder sobre las
condiciones existentes en el mercado, siendo su acción económica insignificantemente
pequeña en relación al funcionamiento conjunto de la economía.

Ha sido insistentemente observando por lo mismos economistas que una tal situación de
competencia perfecta no existe ni ha existido nunca en la práctica; sin embargo, ello no
invalida completamente el concepto, en la medida que éste se propone como modelo
hipotético que sirve para evaluar el grado de competitividad o de "perfección" de un
mercado determinado. En tal sentido, en la realidad encontramos grados más o menos
declarados de competencia "imperfecta", consistiendo la imperfección precisamente en la
concentración del poder económico, monopolista y oligopólica. El proceso de
concentración acrecienta el poder de mercado de las mayores empresas, sean
monopólicas o no, de manera que un mercado más concentrado es un mercado más
oligárquico; por el contrario, un mercado que se aproxime a la situación de competencia
perfecta es un mercado en que el poder se haya más difundido, siendo, en consecuencia,
un mercado más democrático.

Por cierto, no adoptamos el modelo de competencia perfecta como equivalente al de


mercado democrático, pues el concepto de "competencia perfecta" -en cuanto designa
una situación en que los actores económicos enfrentan precios dados y no tienen
influencia ni poder sobre el mercado- carece de verdadero sentido teórico: porque el
mercado es, esencialmente y siempre, relación de fuerzas, correlación de poder. Los
precios no son nunca "dados" sino el resultado de decisiones de los agentes económicos,
y cada uno de éstos tiene siempre un cierto poder de determinarlos. Pero mientras más
democrático sea el mercado, mientras más "competitivo o perfecto", serán mas los sujetos
que incidirán sobre el sistema de precios, cada uno de ellos con menor poder pues el de
unos será compensado por el de los otros; mientras más democrático, más parecerá que
el sistema de precios no corresponde a la voluntad de ninguno, más podrá creerse que
los precios están "dados" y son independientes de la voluntad de los sujetos; pero la
decisión de cada uno de todas maneras tendrá algún efecto que es mayor que cero.

La reformulación del concepto de "mercado de competencia perfecta" en términos de


"mercado democrático" -para hacerla corresponder con el concepto reformulado de
mercado-, lejos de invalidar las consecuencias que los economistas extraían del modelo,
permite darles su verdadero alcance y significado. En particular, esta reformulación no
invalida la demostración teórica de que el libre juego del mercado en condiciones de
competencia perfecta conduce a la asignación óptima de los recursos y a la equitativa
distribución del ingreso; por el contrario, se hacen presentes nuevas razones avalando la
afirmación de que el mercado democrático es el único que puede teóricamente
conseguirlo.

Las argumentaciones que han sido propuestas para demostrar la tesis de que la
competencia perfecta implica la asignación y distribución óptimas no han sido refutadas
por los críticos de dicha teoría. Lo que éstos han hecho ha sido demostrar que la
competencia perfecta no ha existido nunca en la práctica en forma plena, y que por tanto
la teoría no es aplicable a la realidad;(52) se ha visto también que la forma capitalista de
la competencia conduce a la concentración del capital, y que en consecuencia destruye
en la práctica los mismos supuestos en que se funda la teoría.

Otras críticas han tomado pie del hecho que ella fue formulada para justificar el
capitalismo, siendo efectivamente utilizada con dicho propósito por sus mentores. Pero es
fácil darse cuenta que la misma teoría puede convertirse en la más formidable de las
armas anticapitalistas, una vez que se demuestre que competencia perfecta podría existir
solamente si desapareciera todo predominio del capital, esto es, si no existiera el
capitalismo.

Por nuestra parte, podríamos abandonar toda referencia al modelo de competencia


perfecta y elaborar de manera completamente autónoma las mismas conclusiones, desde
el momento que nuestra concepción de la diversidad de relaciones económicas y nuestro
concepto de mercado nos han puesto en un nivel de análisis completamente distinto,
desde el cual los fundamentos de la ciencia económica clásica y neo-clásica quedan
superados; pero es precisamente porque hemos alcanzado este punto de vista nuevo que
podemos despreocuparnos del temor a la subordinación teórica, y proceder con libertad
en la utilización de las teorías existentes, que han dejado de ser para nosotros "marcos de
referencia" para convertirse en meros "instrumentos analíticos".

Queda un trecho del camino que hicimos apoyados en la teoría de la competencia


perfecta. Si la argumentación de la competencia perfecta se sostiene una vez que se
aceptan los supuestos de la teoría, y si el problema de ésta consiste en que tales
supuestos no concuerdan con los datos de la realidad, se sigue que una óptima
asignación y distribución requeriría construir en la práctica los supuestos de la teoría.

Como sabemos, los supuestos de la competencia perfecta identificados por los


economistas son, fundamentalmente, la atomización del mercado, el libre acceso de
nuevas unidades económicas, la plena ocupación y movilidad de los factores, la
transparencia del mercado y la máxima información.

Si reflexionamos en profundidad sobre el contenido de estos supuestos, descubriremos


que todos y cada uno de ellos son requisitos de la diseminación democrática del poder
entre los distintos sujetos sociales; más exactamente, ellos se presentan como elementos
integrantes de un mercado democrático. En efecto, la diseminación democrática del poder
es mayor cuando el mercado está constituido por una multitud de sujetos que toman
decisiones autónomamente, sin que existan conglomerados que concentran grandes
cuotas de poder en pocas manos; cuando cada sujeto puede libremente organizar
actividades económicas e integrarse al mercado de acuerdo con sus propias cualidades e
intereses, sin que existan impedimentos estructurales al desarrollo de iniciativas
independientes, o privilegios para las ya constituidas; cuando no existen recursos
humanos y materiales desocupados, cuya inactividad excluye a quienes los poseen de
toda posibilidad de participación en el mercado y los pone en una situación en que no
pueden incidir en las decisiones generales; cuando todos disponen de la información
necesaria para adoptar sus decisiones, y no existen niveles de información reservada a
ciertos sujetos que en base a ellas adquieren situaciones de privilegio y poder.

Así, la construcción práctica de los supuestos de la teoría de la competencia perfecta se


presenta como contenido fundamental de un proceso de democratización del mercado.

Analizando uno a uno de estos supuestos, fuimos viendo de qué manera el


cooperativismo y la autogestión(53) contribuyen directamente a su realización práctica.
Ahora nos es fácil comprender que, por las mismas razones más específicas para cada
caso, no sólo el cooperativismo sino todos los componentes del sector solidario de la
economía operan en la misma dirección. La línea conductora de tal argumentación apunta
a evidenciar que el desarrollo de unidades y actividades económicas organizadas
autónomamente por las categorías del trabajo, la tecnología, el consumo, etc., reduce los
márgenes de ganancia extraordinaria que el capital obtiene precisamente de la posición
subordinada en que las ha organizado, contrarrestando así el proceso de acumulación y
concentración capitalista; al mismo tiempo, al crearse nuevas posibilidades de desarrollo
de las categorías que se organizan cooperativamente, ellas mismas tienden a
desconcentrarse pues se hace innecesaria su organización defensiva subordinada.

La presencia de un amplio sector de empresas organizadas por la fuerza de trabajo, la


creación tecnológica, el ahorro, el consumo, etc., atomiza y torna efectivamente más fácil
y libre el acceso al mercado, porque además de poder entrar en cuanto contratadas por el
capital pueden hacerlo organizando sus propias actividades y contratando o incorporando
a su vez a otros factores necesarios para el desarrollo de sus actividades. El empleo de
factores y su movilidad se verán también incrementados en presencia de alternativas
múltiples de utilización e inserción al mercado. El perfeccionamiento de la información y la
transparencia del mercado que resultan de todo este proceso pueden ser notables.
21.- Estamos ahora en condiciones de dar otro paso en la formulación teórica del
mercado democrático y de las vías de democratización económica; como adelantamos, la
consideración de los diferentes tipos de relaciones económicas nos abre una nueva
dimensión del asunto, que podemos considerar como una segunda aproximación. Pero es
conveniente poner de manifiesto, desde un comienzo, la homogeneidad teórica existente
entre ésta que podemos considerar como segunda aproximación al tema, y la primera. En
aquella partimos de la diversidad de categorías económicas que pueden ponerse como
organizadoras de actividades económicas, determinando racionalidades diferentes, y
llegamos a la afirmación de que un mercado democrático implica un cierto modo de
articulación entre los sectores privado, público y cooperativo. En ésta partimos de la
diversidad de tipos de relaciones económicas, determinantes de racionalidades diferentes,
y llegaremos a la afirmación de que un mercado democrático implica un cierto modo de
articulación entre los sectores de intercambio, regulado y solidario.

Las distintas categorías económicas, en este caso, el capital, el poder público y el trabajo,
al organizar unidades y actividades económicas en base a su propia racionalidad,
establecen principalmente (no exclusivamente) relaciones de intercambio, de tributación-
asignación jerárquica y de cooperación, respectivamente. Los sectores privado, público y
cooperativo constituyen, respectivamente, elementos significativos y característicos de la
economía de intercambios, de la economía regulada y de la economía solidaria. Es claro,
entonces, que esta nueva entrada al tema representa un enriquecimiento (en cuanto a
profundidad de análisis) y una ampliación (en cuanto a las actividades económicas
consideradas) respecto de la anterior: la complementa sin alterarla.

En la investigación anterior comprobamos que un mercado democrático no puede existir


allí donde una categoría económica (cualquiera sea ella) se presente como dominante y
totalizadora, subordinando a sí a todas las demás; cuando así sucede (por ejemplo en el
capitalismo, en que el factor dominante es el capital, o en el socialismo centralizado,
donde el factor económico totalizante es el Estado), la categoría que domina y subordina
a las otras se hiperdesarrolla, manteniendo parcialmente desocupados y limitando el
crecimiento y la expansión creadora de los demás recursos económicos, con lo que la
asignación de los recursos no puede ser óptima, ni se logra la maximización del producto
y de las potencialidades de la economía. Veremos ahora cómo la difusión y predominio
incontrastado de un sólo tipo de relaciones es contradictorio con la existencia de un
mercado democrático, y en consecuencia que éste requiere un amplio pluralismo de
relaciones económicas de distinto tipo.

Como sabemos, el modelo clásico de un mercado de competencia perfecta fue elaborado


partiendo del supuesto de que todas las actividades y flujos económicos procedan
conforme a relaciones de intercambio y que cualquier interferencia en dicha lógica
económica introduce elementos de "imperfección". Nosotros afirmamos lo contrario, de
modo que debemos comenzar identificando el error de aquel supuesto.

Ninguna economía ha existido nunca sobre la base de puras relaciones de intercambio,


por lo que es preciso hacer un esfuerzo para imaginarse en qué podría ella consistir y
cómo funcionaría. Los teóricos del "libre cambio" postulan que en tales condiciones se
verificaría un estado de equilibrio general, como consecuencia del operar de las fuerzas
automáticas de ajuste. K.E.Boulding sostiene, por el contrario, que una economía de
puros intercambios conduciría a la extinción de la sociedad: "En una economía sin
donaciones(54), la renta sólo puede recibirse a través del intercambio -esto es, la venta
de algún activo-, y la renta continuada sólo se obtiene por medio de la producción -el
aumento continuo de activos por medio de algún proceso productivo-. Por lo tanto, en una
economía sin donaciones (...) "aquellos que no trabajan tampoco comerán". Es decir, sólo
aquellos que producen podrán consumir, a menos que puedan consumir de la
acumulación procedente de la producción previa. Está claro que bajo estas condiciones
los niños se morirían de hambre inmediatamente y la sociedad dejaría de existir. La
existencia de la sociedad en sí misma implica la existencia de una economía de
donaciones redistributivas, con donaciones que van de los adultos productivos a los niños
improductivos. De igual forma, en una economía sin donaciones, todas las personas que
son demasiado viejas para producir también consumirían de su acumulación anterior o se
morirían de hambre rápidamente si esta acumulación se terminara."(55).

Esta argumentación identifica lúcidamente el hecho que una economía constituida


exclusivamente de relaciones de intercambio no permite la sobrevivencia de todos
aquellos que tienen demasiado poco o nada que intercambiar en el mercado, sea por
razones de edad, salud, desempleo, desastre u otras. Un mercado de puros intercambios
se manifiesta selectivo y excluyente, permitiendo sólo la sobrevivencia de los más fuertes.
Si a algún "equilibrio" conducirían sus supuestas "fuerzas espontáneas de ajuste", se
trataría de un equilibrio entrópico.

Ahora bien, la argumentación de Boulding adolece del error de considerar el intercambio


como transferencia bi-direccional de activos de igual valor; como este supuesto de la
equivalencia no corresponde a la realidad, y como además los intercambios pueden
implicar más de dos sujetos en un mismo acto, y también sujetos "colectivos", la
conclusión extrema a que llega el autor no tiene necesariamente que verificarse en la
realidad. Además, la afirmación según la cual los niños y los ancianos improductivos
morirían rápidamente de hambre en una economía organizada de sólo intercambios, no
tiene en cuenta que los intercambios pueden efectuarse a través de actos sincrónicos
pero también de procesos que se prolongan en el tiempo; así, la sobrevivencia de algunos
niños podría garantizarse a través de sistemas de intercambios diferidos en el tiempo, del
mismo modo como podría organizarse un sistema previsional para los ancianos
improductivos basado en una extensión de los mecanismos de cambio.

Una sociedad así organizada sería probablemente monstruosa y carente de toda


humanidad en las relaciones sociales, pero es teóricamente pensable un sistema que
asegure cierta reproducción del sistema productivo en base a relaciones de intercambio
generalizadas. De todas maneras, la argumentación de nuestro autor tiene el mérito de
evidenciar con fuerza extraordinaria la necesidad de reconocer teóricamente la
importancia de los flujos y relaciones económicas distintas al intercambio, de mostrar la
insensatez que significa la postulación de cualquier modelo económico de puros
intercambios, y de patentizar una valoración indiscutiblemente positiva de la existencia de
una pluralidad de relaciones económicas.

Podemos, pues, abandonar la hipótesis extrema de un mercado constituido mediante


puras relaciones de intercambio y analizar la situación y las tendencias propias de un
mercado en que predominen los intercambios, estando las demás relaciones -en
particular las constituyentes de la economía familiar y de la economía pública-
subordinadas a aquellos. Es esta la situación característica de las economías
denominadas capitalistas.

Debe notarse -sin embargo- que no es teóricamente legítimo hacer coincidir


conceptualmente un mercado en que predomina el capital sobre las demás categorías y
factores económicos (lo que denominamos economía capitalista), con un mercado en que
predominen los intercambios sobre los demás tipos de relaciones ( que podemos
denominar economía mercantil).

En efecto, en la lógica económica de las unidades y actividades organizadas por algunas


categorías económicas distintas al capital, está también el relacionarse con los demás
agentes económicos mediante intercambios; así, puede perfectamente postularse una
economía de carácter autogestionario a nivel de las unidades productivas, en que factores
organizadores principales sean por ejemplo, el trabajo, la tecnología, y la administración,
que se relacionen en el mercado conforme a un sistema mercantil de intercambios
regulado por un determinado sistema de precios. Formas de economía "mercantil simple"
sin acumulación capitalista han existido en períodos históricos anteriores a la época
moderna; la experiencia de autogestión que se trató de implementar en Yugoslava puede
ser considerada también como una búsqueda de una economía mixta en que predominen
las relaciones de intercambio sin que se verifique la dominación económica del capital.
Por lo demás, como ha observado P.Sweezy en un texto que ya citamos, "la forma de la
circulación M-D-M no deja simplemente de existir o de ser pertinente con la aparición de
la producción capitalista. Sin duda, para la gran mayoría de la gente, para los
trabajadores, la circulación sigue teniendo la forma M-D-M, con todo lo que ella implica".

La distinción entre economía capitalista y economía de intercambios, en los términos


planteados, es decisiva para comprender el problema que nos hemos planteado, y su
confusión ha sido, en cambio, fuente de graves malentendidos. La tesis de que una
economía de libres intercambios conduce espontáneamente hacia un equilibrio
competitivo en el mercado, no es tan arbitraria como han sostenido sus detractores, pues
en la realidad del mercado de intercambios operan efectivamente fuerzas que dan lugar a
tendencias al equilibrio, en base a las reacciones que los productores y los consumidores
suelen adoptar frente a alteraciones en los precios relativos (las denominadas fuerzas
marshallianas y walrasianas, que hemos aludido en un capítulo anterior). Los críticos del
libre cambio han formulado, a su vez, la tesis de que una economía capitalista de
mercado lleva inevitablemente a la concentración del capital en pocas manos y a la
pauperización progresiva de los trabajadores asalariados; esta tesis tampoco tiene nada
de arbitrario, habiendo evidencias empíricas e históricas de que en la realidad de los
mercados de intercambios operan efectivamente fuerzas quedan lugar a tendencias
concentradoras, monopólicas y oligopólicas, generando simultáneamente procesos de
marginalización y exclusión de grandes sectores sociales.

Si, pues, tanto las argumentaciones lógicas como las evidencias empíricas señalan la
existencia de ambas tendencias de direcciones contrapuestas, deberá reconocerse
teóricamente que en una economía en que predominan las relaciones de intercambio
pueden coexistir procesos de concentración y de democratización, uno de los cuales
puede predominar sobre el otro. Si descubrimos cuáles sean las situaciones o las fuerzas
que apuntan en cada dirección, será posible actuar consecuentemente para reforzar las
fuerzas y tendencias democratizadoras y para reducir aquellas que conducen hacia la
concentración.

En nuestra investigación anterior demostramos analíticamente que la lógica operacional


de las empresas organizadas por el capital tiende a la concentración de la propiedad y de
los ingresos, mientras que la lógica específica de las empresas de trabajadores, y también
de otras formas de actividad cooperativa, es "tendencialmente igualitaria" desde el punto
de vista de la distribución de las utilidades y de la repartición de la propiedad. Partiendo
de aquél análisis, así como de las observaciones que expusimos sobre el significado
democratizador que sobre la economía tienen las unidades organizadas por los factores
económicos distintos al capital, podemos ahora -al enfocar la problemática desde un
punto de vista más amplio- afirmar que en una economía en que predominen las
relaciones de intercambio (y en general, al interior del sector de la economía de
intercambios, cualquiera sea su grado de desarrollo y posición relativa con los demás
sectores), la preminencia de las tendencias concentradoras o democratizadoras está en
relación directa con la preponderancia que en él tengan las distintas categorías
económicas, especialmente el capital, el Estado y el trabajo.

Las tendencias a la concentración son resultado del carácter capitalista de la economía


(de la lógica D-M-D'), mientras que las tendencias al equilibrio derivan de una situación en
que el capital no sea predominante sino subordinado (situación que puede representarse
no sólo por la fórmula M-D-M -que es propia de actividades que no generan excedentes-,
sino también por aquella T-M-T' y otras equivalentes a ésta).

De modo que, así como no hay en la economía de intercambios una tendencia natural y
espontánea hacia la competencia perfecta, tampoco existe una tendencia inevitable hacia
la concentración. Se sigue, pues, que al interior del sector de intercambios puede
avanzarse en sentido democratizador del mercado, desplegando acciones conscientes y
voluntarias con tal objetivo.

22.- La teoría del libre cambio no es la única que postula una economía organizada en
base a un sólo tipo de relaciones económicas. El socialismo, como utopía, es una
sociedad en que no existirían el dinero ni los precios, y en que la asignación de los
recursos y la distribución de la riqueza serían racionalmente reguladas por decisiones
científicamente elaboradas. El socialismo real, en sus variadas manifestaciones,
constituye un modo particular de estructuración del mercado determinado en que la mayor
parte de las actividades y flujos económicos proceden conforme a relaciones de
tributación y asignación jerárquica. El predominio de este particular tipo de relaciones
económicas da lugar a una economía regulada, centralmente planificada, respecto de la
cual la coexistencia de otras formas de relaciones y organizaciones económicas son
consideradas como "imperfecciones", supervivencias de modos de producción
precedentes que deberán ser progresivamente abolidas.

En la base de la búsqueda y postulación de una economía sin mercado de intercambios


se encuentra el error teórico al que hemos hecho referencia, de identificar economía
capitalista con economía de intercambios, esto es, el predominio de la categoría
económica del capital con el predominio de las relaciones de intercambio. Así, postulando
la negación del capitalismo los socialistas postularon la negación a la lógica de los
intercambios en general; su anti-capitalismo (que hubiera debido entenderse como lucha
contra el predominio del capital) se identificó con una posición anti-mercado (partiendo de
un concepto restringido del mercado, el mismo que había sido formulado por los teóricos
funcionales al capitalismo). No es difícil comprender que el haber entendido la lucha
contra el capitalismo como lucha general contra el mercado de los intercambios, está a la
base de un proyecto de sociedad iliberal, que reprime las libertades económicas.
Una economía constituida en base a puras relaciones de tributación y asignación
jerárquica es tan poco imaginable como una compuesta de puros intercambios. En la
historia no ha existido nunca una sociedad completamente planificada, y la verdad es que
tampoco puede postularse teóricamente porque es contradictoria; tal sociedad se
autodestruiría de modo similar a como sucedería en una sociedad en que hubiera
solamente relaciones de intercambio.

En efecto, el "plan", si determina completamente la asignación y distribución de los bienes


y recursos disponibles en una sociedad determinada, se convierte en el mecanismo a
través del cual se decide quienes pueden vivir y quienes no han de hacerlo; si en una
economía de puros intercambios la selección de los que pueden vivir quedaría definida
según el criterio de la capacidad de producción de los sujetos y de su posesión o no
posesión de activos intercambiables, en una economía planificada dicho dictamen será
efectuado conscientemente por el órgano central.

Ahora bien, si el "plan" fuese un ordenamiento técnico y objetivo según el cual se


disponen los medios adecuados para la obtención de ciertos fines previamente definidos,
en la forma más eficiente posible, ningún recurso sería destinado hacia aquellas personas
que no están en condiciones de contribuir activamente al logro de dichos fines, sea
porque son improductivas o se encuentran incapacitadas por razones de edad,
enfermedad, u otras limitaciones, sea porque ellas no adoptan como propios los fines
definidos en el plan.

Pero el "plan" no es nunca un ordenamiento objetivo y puramente técnico, sino un sistema


de decisiones subjetiva y socialmente elaboradas, decretadas y ejecutadas, de manera
que esta conclusión extrema probablemente no se verificaría, destinándose algunos
recursos -en forma que habría que considerar improductiva y económicamente
"irracional"- hacia quienes no pueden o no quieren aportar (tributar) al menos tanto como
reciben por asignación jerárquica.

Una sociedad cuyo mercado estuviese articulado exclusivamente por relaciones de


tributación y asignación jerárquica es teóricamente pensable, pero sería probablemente
monstruosa y carente de toda humanidad en las relaciones sociales.

Abandonando la hipótesis extrema de la exclusividad de este tipo de relaciones


económicas, podemos analizar la situación y las tendencias de un mercado en que
predominen las relaciones de tributación y asignación jerárquica, aquella en que a través
de la planificación se determinen los flujos económicos más abundantes y los decisivos a
nivel de la sociedad en su conjunto, manteniendo en posición subordinada a los demás
tipos de relaciones económicas. Es ésta la situación característica de las economías
denominadas socialismos reales.

Debe advertirse, también, aquí, que no es teóricamente legítimo hacer coincidir


conceptualmente un mercado en que predomina el poder público (el Estado) sobre las
demás categorías y factores económicos (lo que denominamos economía estatista o
socialista), con un mercado en que predominan las tributaciones y asignaciones
jerárquicas sobre los demás tipos de relaciones (que podemos denominar economía
regulada). En efecto, sistemas de tributación y asignación jerárquica existen también en
sujetos de actividad económica distintos del Estado, como por ejemplo en las Iglesias,
partidos políticos, instituciones educacionales y otras; y además, al interior de unidades
económicas de tipo capitalista o cooperativo se asignan y distribuyen numerosos recursos
en base a procedimientos burocráticos que corresponden plenamente al tipo de las
asignaciones jerárquicas. Por lo demás, formas de economía regulada no estatales han
existido en períodos históricos anteriores a las modernas sociedades socialistas.

La confusión entre economía socialista (estatista) y economía regulada o planificada, ha


sido fuente de graves malentendidos en la disputa sobre las cualidades y desventajas del
socialismo y de la planificación.

Los teóricos del socialismo ha formulado la tesis de que una economía planificada
racionalmente conduce a una distribución igualitaria de la riqueza, tal que cada uno recibe
conforme a sus necesidades; dicha afirmación no es tan arbitraria como han pretendido
sus detractores, pues en la realidad de los procesos de planificación operan
efectivamente fuerzas y tendencias igualizadoras, en términos de satisfacción
proporcional de las necesidades, en base a ciertos criterios de racionalidad con que
toman decisiones los planificadores en función de tales objetivos. Los críticos del
socialismo han formulado, a su vez, la tesis de que una economía planificada conduce
inevitablemente a la concentración del poder y del control social y económico en manos
de una clase o categoría burocrática; tesis que tampoco tiene nada de arbitrario, habiendo
evidencias empíricas de que la planificación centralizada de carácter estatista genera
dichos procesos.

Si tanto las argumentaciones como las evidencias empíricas señalan la existencia de


ambas tendencias contrapuestas, deberá reconocerse que en una sociedad en que
predomine la economía regulada o planificada pueden coexistir tendencias a la
concentración y a la democratización del mercado, pudiendo predominar, según el caso,
unas u otras. También aquí, entonces, si descubrimos cuáles son las situaciones o las
fuerzas que apuntan en cada dirección, será posible actuar consecuentemente para
reforzar las fuerzas y tendencias democratizadoras y para debilitar las que lleven a la
concentración.

El punto crucial parece radicar en el grado de separación o identificación en que se


encuentre el órgano planificador respecto de la sociedad, y el proceso de adopción de las
decisiones respecto de la ejecución. La disyuntiva puede expresarse igualmente con los
términos polares de "centralismo" o "descentralización", o bien "burocratización" o
"participación".

Si la planificación se concibe como una función especializada, a cargo de una institución o


grupo directivo especial, técnicamente dotado de los instrumentos de información
indispensables, se genera inevitablemente una dinámica de concentración burocrática del
poder, que termina excluyendo cada vez más de la toma de decisiones a los sujetos
encargados de la realización del plan. Es lo que sucede con la planificación centralizada
de carácter estatal, allí donde el Estado concentra la propiedad de gran parte de los
medios de producción y se pone como categoría organizadora del conjunto de las
actividades económicas. Si los fines y objetivos generales de la actividad económica, así
como los medios a través de los cuales se ha de perseguir su consecución, son definidos
por una unidad o sujeto decisional especializado, es evidente que todos los demás sujetos
que participan en la ejecución del plan y que obtienen la satisfacción de sus necesidades
por su intermedio, deberán ser inducidos a cumplir los roles y actividades que les han sido
asignadas, lo cual podrá obtenerse ya sea por convicción y persuasión (o sea, por
adhesión a los fines establecidos y a los modos de su logro), o bien por temor o
compulsión (o sea, conminando a ejecutar lo que se espera de ellos aún cuando no
compartan los fines o medios fijados).

El grado de separación del órgano planificador respecto de la sociedad, y del proceso


decisional respecto de la ejecución, podrá entonces ser evaluado y medido por el tamaño
que tengan en dicha sociedad, los órganos encargados de la persuasión o propaganda, y
de control o coacción social. Si los recursos que son destinados a tales órganos y
funciones constituyen una proporción significativa del producto total, se trata de una
economía cuyo sistema de planificación se encuentra altamente concentrado.

Ahora bien, la planificación puede también concebirse como un proceso de


racionalización de los flujos de tributación y asignación jerárquica, tal que los mismos
sujetos que han de ejecutar el plan y que obtienen la satisfacción de sus necesidades por
su intermedio, participen activamente como sujetos de la adopción de las decisiones,
tanto a nivel de la fijación de los medios adecuados para conseguirlos. Podemos hablar
en este caso de planificación descentralizada y participativa, que da lugar a una
correlación de fuerzas sociales -a un mercado- de características democráticas, en que el
poder se haya distribuido entre numerosos sujetos de acción y diseminado por toda la
sociedad.

Pero la planificación participativa no es garantizada sólo por un sistema de normas


jurídicas que defina procedimientos e instancias de participación; requiere, además, que
los sujetos que toman las decisiones tengan el control de los recursos y medios
necesarios para ejecutarlas, pues de lo contrario aún cuando tengan voz y voto en la
adopción de las decisiones, éstas serán muy poco libres y sí notablemente condicionadas
u obligadas. La planificación descentralizada y participativa requiere, pues, la existencia
de autogestión de las unidades y actividades económicas.

A partir de este concepto de planificación participativa y descentralizada sería posible


elaborar un modelo de funcionamiento de la economía que represente el proyecto ideal de
un mercado democrático, en forma equivalente a como lo hace el modelo de competencia
perfecta. No es difícil, en efecto, comprender que una planificación perfectamente
democrática requiere que operen prácticamente las condiciones de atomización, libre
entrada, movilidad, ocupación plena y transparencia, las mismas que el modelo de
competencia perfecta considera que son sus supuestos. Condiciones que pueden ser
reales sólo en una economía en que los distintos factores económicos puedan
desarrollarse como categorías organizadoras de unidades y actividades económicas, y en
que coexisten los diferentes tipos de relaciones económicas.

De lo expuesto es posible concluir que no existe en la economía regulada alguna


intrínseca necesidad de concentración del poder, como tampoco alguna tendencia
ineluctable hacia la democratización económica; siendo, en cambio, evidente que en el
sector económico constituido por las relaciones de tributación y asignación jerárquica
puede avanzarse en sentido democratizador del mercado, desplegando procesos de
descentralización, participación, autonomización de las diferentes categorías económicas,
particularmente la del trabajo, perfeccionamiento de la transparencia, etc.

23.- Hemos visto que un mercado democrático no puede verificarse en economías en que
exista un predominio incontrastado de las relaciones de intercambio, ni de tributación y
asignación jerárquica. Permanece todavía la duda de si sea posible un mercado
constituido solamente por relaciones de donación, o de cooperación, comensalidad u otra,
y si tal mercado podría merecer el calificativo de democrático.

Dados los precedentes análisis, la pregunta tiene un carácter más bien retórico, pues la
respuesta no puede ser muy distinta a la expuesta en relación a las relaciones de
intercambio y asignación jerárquica; sin embargo, es importante explicitar la cuestión,
debido a las implicaciones éticas e ideológicas que tiene la respuesta que le sea dada. En
efecto, un rasgo típico del pensamiento ideológico que caracteriza a nuestra época es la
tendencia a totalizar indebidamente elementos parciales de la realidad, otorgando validez
general a determinados principios constitutivos de realidades y proyectos particulares, con
la consecuente negación y exclusión de otros elementos que podrían y debieran ser
integrados en una perspectiva global necesariamente pluralista. Frente al liberalismo que
ha totalizado la economía de intercambios, y al socialismo que ha hecho lo mismo con la
economía regulada, no es difícil que surjan proyectos utópicos alternativos que tiendan a
absolutizar la economía solidaria, con la consiguiente negación de la validez y eticidad de
todo intercambio y asignación jerárquica.

Para evitar esta posible nueva forma del integrismo ideológico, conviene hacer el esfuerzo
de imaginarse lo que podría ser una economía estructurada en base a solas relaciones de
donación, o de comensalidad, o de cooperación.

Una economía de puras donaciones derivaría probablemente en una distribución muy


insatisfactoria de la riqueza: en ella podrían satisfacer sus necesidades sólo aquellos que
sean capaces de suscitarlas, por vía de cualquiera de las motivaciones (altruista,
ideológica, de control social, etc.) que pueden hacerlo. La asignación y distribución de los
recursos y bienes económicos estaría decidida libremente sólo por aquellos sujetos que
están en condiciones de hacer donaciones; situación que podría implicar tanto un proceso
de concentración como de redistribución democrática del poder y la riqueza.

Es difícil imaginar de qué manera una tal sociedad podría alcanzar un "equilibrio", en el
sentido de garantizar su propia autoconservación y desarrollo; en efecto, cada sujeto de
actividad económica (individual o colectivo), que posea activos o que sea creador de
bienes y servicios, tendría en cada momento sólo las alternativas de utilizarlos
(consumirlos), donarlos a otros, o conservarlos bajo su control (acumularlos) hasta el
momento en que decida utilizarlos o donarlos. Para satisfacer sus necesidades y
desarrollar sus actividades económicas y productivas, cada sujeto contaría con la parte de
sus activos que destine a su propio uso o que conserve bajo su propiedad, más todos
aquellos que reciba graciosamente de las donaciones de los demás. Como los flujos de
bienes, servicios y factores resultarían de decisiones múltiples pero unilaterales (cada una
de ellas), no parecen existir razones que aseguren que la distribución y asignación
resultante se correspondan con las combinaciones eficientes, y ni siquiera con alguna que
sea satisfactoria.

Con todo, el mercado podría funcionar con un grado razonable de estabilidad en base a
un perfeccionado sistema de informaciones multilaterales, en que cada sujeto pueda
difundir la información actualizada sobre sus necesidades y sus excedentes, o más
exactamente, sobre sus "demandas" y "ofertas" de donaciones.
La plausibilidad teórica del un modelo de mercado solidario aumenta considerablemente
si se lo piensa constituido complejamente de relaciones de comensalidad, cooperación,
reciprocidad y donación. En tal caso, es probable que las relaciones de cooperación
predominen en los flujos económicos vinculados a las actividades y organizaciones
productivas, así como las relaciones de comensalidad prevalecerían al nivel del consumo,
mientras que los flujos de reciprocidad y donación cumplirían principalmente funciones
redistributivas. Diversas combinaciones serían posibles, pudiendo darse distintas
proporciones relativas entre los tres tipos de relaciones económicas. En antiguas
sociedades comunitarias y autosuficientes de pequeñas dimensiones pueden encontrarse
situaciones que se aproximan bastante a la de un "mercado solidario".

Siempre a nivel del modelo teórico, un mercado así estructurado sería con alta
probabilidad democrático, en el sentido que el poder se encontraría desconcentrado y
muy distribuido entre los diferentes sujetos de actividad económica; y la sociedad
mostraría un grado de integración inédita entre sus distintos componentes sociales. No
obstante lo cual, la economía estaría lejos de ser eficiente desde el punto de vista de la
combinación de factores, de su utilización, y del producto global. Ello por tres principales
razones.

Una, porque dicho sistema de relaciones haría posible que muchos sujetos se beneficien
de los bienes y servicios socialmente disponibles, sin contribuir con su esfuerzo y
actividad a su producción; si bien en la economía solidaria existen importantes estímulos
materiales e inmateriales para participar activamente de las actividades laborales y
creativas, nada garantiza que no existan aprovechadores que vivan, sin necesitarlo, a
expensas de los más esforzados. Tal situación implica por sí misma un grado de
desocupación de recursos productivos, que puede llegar a ser considerable.

Una segunda fuente de ineficiencia radica en que dicho sistema de relaciones carecería
de los medios necesarios para adecuar los tipos de trabajo que los hombres quieren y
escogen realizar, con aquellos que son necesarios para producir los bienes y servicios en
las proporciones requeridas; en efecto, no hay ninguna razón para que se correspondan
automáticamente las opciones de trabajo individual con las de consumo general, de modo
que, con elevada probabilidad, ciertos tipos de trabajo más pesados o que generen
menos satisfacciones a quienes los realicen, al carecer de recompensas adecuadas,
dejarán de ser realizados, mientras que otros más satisfactorios serán sobreabundantes.
En consecuencia, la composición de producto será insatisfactoria.

Un tercer motivo de ineficiencia consiste en que la economía tendría muy lentos e


insuficientes mecanismos para sustituir o eliminar aquellas actividades, productos y
tecnologías de baja productividad y utilidad, porque el proceso de retroalimentación
informativa de las decisiones no daría los mensajes suficientes, o los daría de modo
ambiguo y a menudo contradictorio. Esta situación fue considerada por Boulding para el
caso particular de las donaciones, al mostrar cómo las fundaciones de donantes
profesionales carecen de adecuados indicadores de su éxito, que cumplan con la función
que tiene en las empresas capitalistas la tasa de ganancia; las fundaciones se
mantendrán en actividad sin importar demasiado a quienes o con qué fines hacen
donaciones, razón por la que tendrán relativamente poco interés en conocer la
información sobre el destino y utilización de sus donaciones, que retroalimente las
decisiones que adoptan.

Ninguna de estas razones puede considerarse como absoluta, en el sentido que ellas
sean parte de una argumentación lógica interna al modelo de la economía solidaria. Ellas
responden más bien a lo que podemos denominar principio de realismo antropológico,
esto es, a una consideración realista de las debilidades morales del hombre. En efecto, la
economía solidaria requiere la difusión de un tipo de comportamientos individuales y
colectivos particularmente generosos, responsables y comprometidos. En la medida que
tales comportamientos se encuentren efectivamente asumidos por todos los sujetos de
actividad económica, las tres razones de ineficiencia que mencionamos dejan
inmediatamente de ser tales. Pero esos comportamientos, pudiendo indudablemente
difundirse mucho más que lo que hoy observamos, se hallarán presentes en los hombres
siempre en grados diferentes de maduración, e imperfectamente realizados. El interés
privado y la coacción social serán siempre necesarios en alguna medida, por lo que
algunos particulares nexos indispensables para el buen funcionamiento de la economía
serán más eficientemente logrados mediante relaciones de intercambio y de tributación y
asignación jerárquica, que por medio de formas de economía solidaria.
De los precedentes análisis relativos a las posibilidades de existencia y al significado que
tendría un modelo de mercado constituido en base a un sólo tipo de relaciones
económicas -sea de intercambio, de tributación y asignación jerárquica, de donación o
cooperación, etc.-, podemos extraer la siguiente conclusión general: un mercado
democrático, así como requiere de las actividades organizativas de las distintas
categorías económicas, implica también diversidad y pluralismo en cuanto a las relaciones
económicas que se establecen en los flujos y actividades de producción, distribución y
consumo.

Pero este pluralismo, que en algún grado siempre se verifica en la práctica, no garantiza
por sí mismo la estructuración democrática del mercado, siendo necesario para ella un
cierto nivel de desarrollo de cada sector, una determinada proporcionalidad entre los
volúmenes de actividad que proceden conforme a los distintos tipos de relaciones. Pero
no solamente esto sino además y sobre todo, que cada uno de los sectores considerados
(de intercambio, regulado y solidario), se encuentre organizado y funcione de un cierto
modo específico. En efecto, como vimos, cada sector económico puede ser más o menos
democrático, dependiendo del grado de realización de algunos criterios y modos de
operación particulares.

Un mercado democrático implica que su sector de intercambios esté organizado en


formas tales que predominen las tendencias a la concurrencia y desconcentración sobre
las tendencias monopólicas y concentradoras; que por tanto no se encuentre dominado
por el capital como única categoría organizadora sino que el trabajo, la tecnología, la
gestión, el ahorro, el consumo, y demás categorías económicas, hayan desplegado sus
potencialidades autónomas de organización de unidades y actividades económicas, en
función de su propia valorización; que en consecuencia los intercambios no den lugar a
ganancias extraordinarias basadas en el "poder de mercado" de ciertos grupos
privilegiados, sino que los distintos factores sean remunerados conforme a su específica
productividad; que el sistema de precios se aproxime a las condiciones de equilibrio, esto
es, que los intercambios sean efectuados a "precios justos".

El mercado democrático implica que su sector regulado no se encuentre burocratizado, y


que las decisiones que lo afectan no se hallen concentradas en un orden de poder
centralizado; que la adopción de decisiones y su ejecución sean partes integrantes de un
proceso de planificación descentralizada y participativa; que existan amplios espacios
para la autogestión de las unidades económicas por parte de quienes trabajan en ellas;
que los distintos sujetos que obtienen satisfacción de necesidades mediante las
actividades del sector, ejerzan efectivos controles sobre las instancias e instituciones
reguladoras.

El mercado democrático implica que su sector solidario despliegue eficientemente sus


tendencias igualitarias y liberadoras; que no genere dependencias sino que promueva el
autocontrol de la propia actividad y de las propias condiciones de vida, por parte de los
sujetos que participan en él; que su lógica operacional específica no se vea distorsionada
ni desviada por elementos ideológicos ajenos, originados en los ámbitos capitalista y
estatista.

En síntesis, un mercado democrático implica que sus tres principales sectores sean
democráticos. Así planteado, se observa que los términos del problema pueden ser
invertidos; cuando un mercado es democrático, lo serán su sector de intercambios, su
sector regulado y su sector solidario. Esta afirmación, aparentemente tautológica, tiene sin
embargo un importante sentido si se considera desde el punto de vista de un proceso de
democratización, en cuanto pone de manifiesto un recíproco reforzamiento de las
tendencias democratizadoras en los distintos sectores: cualquier mayor o mejor
democracia en uno de ellos, incide sobre los otros en el mismo sentido democratizador.

Esta observación se conecta a una más general, que la experiencia histórica ha verificado
en numerosos casos concretos. Parece ser que cada uno de los sectores -de
intercambios, regulado y solidario- funciona más democráticamente en la medida que se
encuentre compensado en los mercados determinados, por la presencia de los otros, o
sea, en la medida que el mercado sea menos "puro" en cuanto al tipo de sus relaciones
económicas predominantes. Mientras más "puro" sea, mayores serán sus tendencias a la
concentración y a la desigualdad. Esto ha de entenderse en distintos sentidos según cual
sea el tipo de relaciones económicas que predomine; para comprenderlo mejor, la
ejemplificación histórica puede servirnos.
La mayor parte de las sociedades tradicionales -precapitalistas y preestatales- en que
predominaron relaciones económicas del tipo solidario, han tenido estructuras sociales
patriarcales y se han caracterizado por alguna organización ideológico-política integrista,
en las que difícilmente puede reconocerse aquella diseminación del poder que merezca el
apelativo democrático. Aún más concentrado se ha manifestado el poder en las
economías mercantilistas y capitalistas en que el Estado se limita a cumplir en lo
económico funciones subsidiarias. La mayor concentración del poder la observamos, a su
vez, en las economías reguladas de planificación central (y no se piense sólo en los
actuales "socialismos reales", sino también en sociedades como la incaica y la egipcia de
los faraones).

A la inversa, la expansión de un sector de intercambios al interior de economías


tradicionales, como igualmente la expansión del sector regulado en economías de libre
cambio, han significado generalmente procesos descentralizadores, tendencialmente
democráticos. De la expansión de un sector de economía solidaria en cualquiera de las
formas precedentemente consideradas, con toda probabilidad ha de resultar también una
ulterior redistribución democrática del poder.

Todas estas consideraciones llevan al planteamiento de un problema teórico de gran


importancia, cual es identificar -si es que existe- aquella combinación óptima entre los tres
sectores económicos, la más democrática. La pregunta tiene gran actualidad y relevancia,
en cuanto plantea en términos nuevos y más amplios la acuciante discusión
contemporánea respecto a cuánto "mercado" y cuánto "socialismo" (o cuánto Estado)
sean convenientes en la economía en función de la democratización política.

Sobre este problema es de gran interés una proposición de Boulding, que reproducimos a
continuación. Conviene, sin embargo, precisar que este autor no se plantea el problema
de la combinación óptima desde el punto de vista de un mercado democrático sino del
"bienestar", y que las preferencias que expone responden a sus opciones valóricas más
que a la explicitación de un razonamiento analítico; otra diferencia respecto de nuestro
planteamiento está dado por el hecho que Boulding parte de tres principios organizadores
de la sociedad -la coacción, el intercambio y el amor-, que no coinciden exactamente con
nuestra idea de las relaciones económicas y los sectores a que dan lugar; no obstante, su
esquema ofrece relevantes sugerencias también para nuestro enfoque del problema.
(Obviamente, hacemos corresponder "coacción", "intercambio" y "amor" a nuestros
sectores "regulado", de "intercambios" y "solidario" respectivamente).

La figura 1 representa el "triángulo social", que mide en el punto T el 100 por 100 de
coacción, en el punto E el 100 por 100 de intercambio, y en el punto L el 100 por 100 de
relación integradora, o amor. Cualquier punto situado dentro del triángulo representa una
combinación de dichas proporciones. "Dentro del triángulo habrá algún límite, sugerido
por la línea discontinua, que encierra el conjunto factible de estas tres proporciones.
Estamos suponiendo que ninguna sociedad puede existir sin al menos alguna proporción
de los tres elementos, y que es poco probable que la sociedad se sitúe en un punto donde
la proporción de uno cualquiera de los elementos sea excesivamente elevada"(56)

Figura 1

"¿Cuál es la combinación ideal? -se pregunta- ¿Dónde, dentro del triángulo social, se
encuentra el punto óptimo? Podríamos postular un conjunto de contornos (las líneas
curvas continuas) de una "función de bienestar" en la tercera dimensión, en donde el
punto M es la cima de la colina y representa el óptimo de todo el campo, representando
cada uno de los contornos una curva de indiferencia; esto es, todos los puntos del campo
que tienen un mismo valor para el evaluador. Tal como he dibujado los contornos, se ve
una fuerte preferencia por la sección integradora de la sociedad, aunque no tanta como
para negar todo valor al intercambio o incluso a la coacción. Vemos la preferencia
secundaria por el intercambio y una preferencia muy baja por la coacción"(57).

En nuestra perspectiva de análisis, el problema de la combinación de los sectores de


intercambio, regulado y solidario no resulta bien planteado en los términos de alguna
proporción definida como "óptima" que sea válida para cualquier sociedad particular. Si la
distribución democrática del poder puede verificarse al interior de cada uno de los
sectores, el mercado puede ser democrático en más de una proporción en que se
combinen sus sectores. Es posible, sin embargo, hacer algunas indicaciones generales
que pueden ser válidas para distintas sociedades particulares.

La primera puede formularse así: mientras mayor sea el pluralismo y la diversificación,


tanto respecto de los tipos de relaciones económicas como de las categorías que asumen
funciones organizadoras, mayores son las probabilidades de que la estructura del poder
sea democrática. La razón de ello reside en que dichos pluralismos y diversificaciones
crean por sí mismos alternativas múltiples para los distintos sujetos de actividad,
resultando de ellos un dinamismo y una movilidad social que conspiran permanentemente
contra las posibilidades de concentración.

Una segunda indicación, que de algún modo viene a especificar la anterior, nos lleva al
interior de cada uno de los sectores, para discriminar en su propia composición los
elementos que deben tener un tamaño reducido para que el mercado en su conjunto
resulte democrático. En el caso del sector de intercambios, puede formularse la tesis de
que mientras mayor sea el campo de las actividades capitalistas, menos democrático será
el mercado, y que, al revés, a mayor desarrollo de las actividades económicas
organizadas por el trabajo, el carácter democrático del mercado se encontrará mejor
garantizado. En cuanto al sector regulado, será la hipertrofia de las actividades
burocráticas - asociadas generalmente a un tamaño excesivo del Estado- la que atentará
en contra de la democracia económica, mientras que a su favor militará el desarrollo de la
participación y descentralización en la adopción de decisiones. Respecto del sector
solidario, un tamaño muy grande de los flujos y actividades del tipo donaciones será
expresión de la existencia de desigualdades estructurales también muy grandes, mientras
que la expansión de las formas asociativas en que la comensalidad y la cooperación
prevalezcan, será parte de un proceso democratizador. Sin embargo, si consideramos
dado un cierto nivel de desigualdad estructural, a mayor volumen de donaciones mayor
será la tendencia hacia la democratización económica que se encuentre implícita en los
comportamientos de los sujetos.

Una tercera indicación, que profundizaremos más adelante limitándonos por el momento a
su enunciación, se refiera a que la mejor combinación de los tres sectores en cada
sociedad determinada no es sólo cuestión de tamaños relativos. Pareciera, en efecto, que
ciertos tipos de funciones y actividades económicas son mejor realizadas por un sector, y
otras lo son por otros; si así fuese, se trataría de hacer coincidir el desarrollo de ciertos
tipos de relaciones económicas con aquellos rubros de actividad que le son más
adecuados, resultando de esta manera una cierta correspondencia entre la estructura de
las actividades económicas (productivas, comerciales, financieras, etc.) con la estructura
de las relaciones económicas. La composición de las relaciones económicas se vincula
también a los niveles de desarrollo material y espiritual alcanzado por cada sociedad
determinada. Además, el acceso a niveles de desarrollo superior a partir de situaciones
de subdesarrollo, puede transitar más expeditamente por distintas vías atendiendo a las
características culturales y comportamentales de la población.

Con estas indicaciones generales, aplicadas a la concreta realidad de las economías


contemporáneas, sean de tipo capitalista, mixta y socialista, pueden formularse como
hipótesis altamente plausibles:
a) que cualquier crecimiento del sector solidario tiene actualmente connotaciones
democratizadoras;
b) que la contención y reducción del tamaño y del poder del Estado es un elemento
integrante de un proceso democratizador; y
c) que la reversión de los procesos de acumulación y concentración capitalista es un
prerequisito de la democratización del mercado. A la fundamentación histórica y a la
especificación de estas hipótesis dedicaremos abundantes consideraciones en el libro
tercero.

24.- Estamos ahora en condiciones de volver sobre el concepto de mercado democrático,


para efectuar la que podemos considerar una tercera aproximación.

Hemos examinado hasta aquí un conjunto de implicaciones que tiene, para el modelo
teórico de mercado democrático y para el proceso práctico de democratización del
mercado, la presencia y desarrollo del sector solidario, junto a los sectores de intercambio
y regulado. Al hacerlo hemos partido de un concepto de "mercado democrático" como
correlación de fuerzas sociales en que el poder se encuentra altamente distribuido y
repartido entre todos los sujetos de actividad económica, desconcentrado y
descentralizado. Ahora bien, la inclusión del sector de economía solidaria como elemento
integrante de gran importancia en el modelo del mercado democrático nos induce a
prestar atención a otro aspecto de la cuestión, a la cual hicimos referencia ya al reformular
el concepto de mercado en general, cual es el de las formas en que los sujetos ejercen
sus fuerzas y poderes, el modo en que se estructura la correlación social, el carácter
integrador o conflictual de los comportamientos de los sujetos involucrados.

Como hemos visto, son posibles distintos grados de conflictualidad y de integración del
mercado, determinados por los distintos tipos de relaciones económicas y los
comportamientos que suscitan. La lucha por los bienes y recursos pueden ser más o
menos exacerbada, y el poder que los sujetos hacen pesar en ella puede ser ejercido en
formas y procedimientos más o menos intensos y suaves. EL comercio es una forma de
interrelación social más integradora que la guerra o el saqueo, y la ayuda mutua lo es más
que el comercio. El "sistema" de relaciones de fuerza, o sea el contenido social de la
estructura de poder junto a la forma de las relaciones, impacta a su vez sobre los
comportamientos y poderes de los sujetos; éstos no actúan incontrolados, dejados a la
arbitrariedad de las pasiones, sino que se someten a normas de conducta, a
racionalidades reguladas por alguna combinación de los intereses privados con los
requerimientos colectivos. Es por ello que, mientras más distribuido socialmente se
encuentre el poder, mayor tenderá a ser la morigeración de las fuerzas en sus formas de
lucha y en sus procedimientos de ejercicio del poder. Y esta morigeración repercutirá a su
vez sobre la distribución social del poder.

Podemos, pues sostener, que mientras más suave, pacífica e integradora sea la acción
social, más democrático será el mercado, y a la inversa, mientras más democrático sea el
sistema de poderes, más integradores y "suaves" serán los comportamientos y relaciones.
En esta "tercera aproximación", consideraremos democrático aquel mercado cuya
estructura relacional sea integradora, donde los procedimientos de asignación y
distribución de los bienes y recursos no sean muy conflictivos sino pacíficos.

Al considerar el mercado democrático desde esta nueva perspectiva, que complementa y


enriquece a la anterior, se nos hace presente un conjunto de condiciones de su existencia
real, que será preciso construir y garantizar en la práctica en un proceso de
democratización del mercado.

Una primera condición de la diseminación y estructuración democrática del poder es la


existencia de una real libertad de iniciativa económica, tanto por parte de los individuos
como de las comunidades y grupos organizados. Libertad que implica, por un lado, que
los sujetos que son portadores o que personifican los distintos factores económicos
puedan integrarse al mercado tanto en cuanto contratados como en cuanto organizadores
de unidades y actividades autónomas; y por otro lado, que todos los sujetos de actividad
económica tengan la posibilidad de preferir entre los distintos tipos de comportamientos y
relaciones económicas (intercambios, cooperación, donaciones, tributaciones, etc.),
aquellas que mejor correspondan a sus modos de pensar, de sentir y de ser, con la sola
limitación de que tales opciones no trasgredan iguales y legítimos derechos de los demás.

Este planteo de la libertad económica permite comprender adecuadamente que la muy


difundida creencia que la libertad de mercado conduce a la concentración del poder y a la
marginalización, es sustancialmente errónea; tal concentración no es el resultado de
mucha sino de poca libertad, y en particular de una cierta forma de concebir y organizar la
libertad individual de algunos, pero no de todos, bajo el régimen de producción capitalista.
La controversia entre partidarios de la libertad y de la equidad ha estado mal planteada,
pues si bien es cierto que no necesariamente la libertad va asociada con la equidad,
también es verdadero que la distribución social del poder económico y político requiere la
libertad de iniciativa: toda desigualdad implica alguna limitación a la libertad, que será más
intensa si mayor es aquélla.

Una segunda condición de una estructura democrática de las relaciones de fuerza es la


existencia de efectivas posibilidades de participación, a distintos niveles de la toma de
decisiones, por parte de todos los sujetos involucrados en las actividades y que resultan
afectados por las decisiones en cuestión. Naturalmente, la participación adoptará formas y
contenidos diferentes en cada uno de los sectores económicos, no pudiendo definirse
procedimientos y modalidades que sean válidos para todos los tipos de actividad y de
organización. Lo importante, en cualquier caso, no es el respeto formal de ciertas normas
procesales sino la existencia de vínculos permanentes y "orgánicos" entre dirigentes y
dirigidos, que impida toda separación burocrática del poder decisional.

Una tercera condición del funcionamiento de un mercado democrático puede ser


planteada en estos términos: no hay efectiva diseminación y descentralización del poder
sino cuando "el poder" no es un elemento principal de la vida social, y cuando buscar su
ejercicio no constituye una motivación central de la voluntad, sea individual o colectiva.
Tal situación puede verificarse sólo allí donde exista un grado importante de integración
social y de solidaridad, esto es, en una sociedad donde los elementos de unión
predominan sobre los de conflicto.

Una cuarta condición del mercado democrático está dada por un cierto nivel de desarrollo
económico, tal que la provisión de bienes y de recursos sea al menos suficiente para
satisfacer las necesidades básicas de toda la población. Si no existen los bienes
suficientes para satisfacer los requerimientos vitales de todos, es natural que la lucha por
disponer de tales bienes se agudice y exacerbe, buscando cada uno no sólo el mínimo
necesario para lograr hoy dicha satisfacción, sino también para garantizar la provisión de
los bienes que necesitará en el futuro (con la consiguiente acumulación que reducirá aún
más la posibilidad de que otros puedan satisfacerse hoy).

Este aspecto del problema es muy importante considerarlo, aunque a menudo se lo olvida
en los debates en torno a los problemas de la distribución. Hay bastante evidencia
empírica de que el grado de igualitarismo social no depende sólo del tipo de "relaciones
sociales de producción" sino también del nivel de desarrollo alcanzado por las "fuerzas
productivas". En vistas de la distribución democrática de las fuerzas económicas importa
principalmente el tamaño del mercado determinado (de modo que alcance un nivel de
autosuficiencia que le permita evitar dependencias materiales del exterior), la ocupación
de recursos y factores (de manera que una gran mayoría de la población pueda satisfacer
sus necesidades a partir de su empleo y actividad, sin constituirse un sector pasivo de
tamaño exagerado), y la estructura del aparato de producción (de manera que las
distintas ramas y líneas de actividad se correspondan adecuadamente con la estructura
de las demandas internas del producto).

Otra condición del mercado democrático es la existencia de un sistema de


comunicaciones fluido y eficiente, que permita el acceso de todos a las informaciones que
afecten sus intereses y actividades, y la entrega de aquellas informaciones originadas en
las actividades de cada uno. Ha de observarse que frente a numerosos problemas
económicos, sociales, técnicos, políticos, etc., la comunicación de informaciones
pertinentes constituye por sí misma una solución, que se presenta como alternativa de
otras respuestas que implican el ordenamiento de los elementos involucrados mediante el
uso de la fuerza por parte de la autoridad.

Se sostiene a menudo que la información es fuente de poder; tal afirmaciónes válida


especialmente en un contexto en que las informaciones son controladas por grupos de
poder ya constituidos, que precisamente logran impedir la circulación de las
informaciones. La afirmación ha de interpretarse, pues, en el sentido de que fuente de
acumulación del poder es la carencia de informaciones suficientes, o sea, el secreto y la
ignorancia. En general, puede sostenerse que la mayor presencia de elementos de
comunicación e información en los sistemas organizativos y en los procesos prácticos
contribuye a hacerlos más "suaves" e integrados; los procedimientos organizativos, en
efecto, están constituidos por información y energía, comunicación y ordenamiento,
combinados en diferentes proporciones porque ambos términos (el elemento
comunicativo-informático por un lado, y el ordenador-energético por el otro) pueden
recíprocamente sustituirse, al menos en parte.
Estas cinco condiciones convergen en la dirección de morigerar los conflictos y la lucha
por la distribución y asignación de los bienes y recursos económicos, favoreciendo la
integración social entre los sujetos y fuerzas que interactúan en el mercado determinado.

Tales condiciones, si bien se observa, no son sustancialmente distintas de aquellas que


los economistas teóricos han identificado como supuestos del funcionamiento de un
mercado de competencia perfecta; constituyen, dicho más precisamente, una ampliación
del contenido de éstos y su exposición en términos menos formales y más históricos. A
esta altura de nuestra exposición, no es necesario argumentar demasiado para mostrar
que la expansión y desarrollo del sector solidario favorece directamente la realización
práctica de cada una de estas condiciones.

La libertad de iniciativa económica es una característica relevante de la racionalidad


específica, a nivel microeconómico y sectorial, de la economía solidaria; ella tiene, en este
sentido, una cualidad adicional a la que manifiesta la economía de intercambio, cual es la
de ser permanentemente liberadora de las potencialidades de acción autónoma de los
sujetos individuales y colectivos.

La economía de intercambios requiere libertad de iniciativa económica, pero ésta no se


hace extensiva a todos porque excluye del mercado a quienes carecen de bienes o
recursos excedentes disponibles para el cambio, y porque tiende a subordinar a quienes
son desplazados en la competencia por disponer de menores capacidades organizativas y
eficiencia empresarial. Por el contrario, la economía solidaria opera directamente en el
sentido de incorporar a los excluidos, marginados y subordinados, no en términos pasivos
sino activos, promoviendo sistemáticamente el desarrollo de las capacidades de los
sujetos.

La participación en las decisiones de todos los sujetos involucrados en las actividades


económicas, es también un rasgo sobresaliente de la economía solidaria, constituyendo
incluso uno de los principios distintivos que este sector ha siempre mostrado y por el que
puede ser reconocido. Del mismo modo, la búsqueda y realización práctica de la
integración social y de la solidaridad, son rasgos esenciales de los distintos tipos de
relaciones económicas que configuran la economía solidaria, cuyas manifestaciones a
nivel de "lógica operacional" expusimos en el Libro primero.

En cuanto a la comunicación e información, la economía solidaria puede alcanzar


ventajas considerables en comparación a los sectores de intercambio y regulado.
Conviene detenernos un poco más en este punto, pues anteriormente analizamos ciertos
problemas y dificultades que se producen en el mercado de las donaciones, precisamente
como resultado de limitaciones que ha manifestado en cuanto a sus sistemas de
información.

En los sectores de intercambio y regulado el control privado de ciertas informaciones y las


trabas a su libre circulación son, en medida significativa, expresión de la lógica
operacional de las unidades económicas que forman parte de ellos, pues a través de
dicho control los sujetos obtienen ventajas y beneficios extraordinarios. En el sector
solidario dicho fenómeno se verifica sólo en la medida que las unidades participen en los
mercados de intercambio y de donaciones, pero no en las actividades y relaciones
específicamente solidarias, de comensalidad y cooperación. En estas, los flujos
inmateriales -de comunicación e información, precisamente- concomitantes a los flujos de
bienes y recursos materiales, son siempre indispensables para que se cumplan los
objetivos económicos de la operación misma; mientras más completas sean tales
informaciones, todos los sujetos participantes obtendrán un beneficio más alto. Dicho en
otras palabras, la amplitud y fidelidad de la información corresponde no sólo a la
racionalidad sectorial de la economía solidaria sino también a la lógica microeconómica
de sus unidades integrantes. En cuanto al "mercado de donaciones", nuestro precedente
análisis puso de manifiesto que los principales obstáculos a la fluidez informativa son en
él consecuencia del hecho que las instituciones donantes profesionales funcionan
internamente en base a relaciones de intercambio más que de donación; vimos también
que la trasparencia lleva a incrementar y mejorar la participación efectiva, tanto de los
donantes como de los beneficiarios, en dicho circuito económico.

Respecto a la incidencia del sector de la economía solidaria en la ocupación plena de los


recursos y factores económicos, hemos aportado varios elementos de comprobación en
distintos momentos de nuestro análisis. Resalta, entre todos ellos, el hecho que a través
de la cooperación, la comensalidad y las donaciones son "rescatados" para la economía
abundantes recursos humanos y materiales que han sido desplazados del mercado de
intercambios por no alcanzar en éste la productividad requerida, y que logran en su
operación solidaria adecuados y suficientes niveles de eficiencia.

En síntesis, el desarrollo de un amplio sector de economía solidaria -la expansión del


ámbito de actividades y del volumen de los flujos que proceden conforme a relaciones de
comensalidad, cooperación, reciprocidad y donación-, tiene un impacto democratizador
del mercado en dos sentidos complementarios: por un lado, construyendo los supuestos
de la diseminación del poder, actuando concretamente un proceso de desconcentración y
descentralización de la economía, y por otro, creando las condiciones que favorecen
relaciones sociales integradoras, incidiendo en la conformación democrática de los
sujetos, en sus modos de pensar, de sentir, de relacionarse y de actuar.

En otras palabras, el desarrollo de la economía solidaria opera en sentido democratizador


del mercado, creando una nueva correlación de fuerzas sociales y cambiando la
estructura de dicha correlación. Ambos aspectos se refuerzan recíprocamente.

49) P. Sraffa, cit., pág. 21.

50) De acuerdo con este concepto, la distinción entre "economía de mercado" y "economía de planificación central"
resulta inadecuada. La economía planificada centralmente se nos manifiesta como una determinada estructura del
mercado, caracterizada por el predominio del poder público o del Estado como categoría organizadora
predominante; por eso nos referimos a ella con la expresión "mercado regulado" (aún cuando, en rigor, no existe una
economía constituida exclusivamente por relaciones de tributación y asignación jerárquica, y todas las estructuras
económicas reales son siempre una combinación de los sectores regulado, de intercambios y solidario). La
diferencia entre las llamadas "economías de mercado" y "de planificación central" consiste, esencialmente, en que
en las primeras predomina el sector de intercambios y en las segundas el sector regulado, como sistema principal de
la asignación y distribución de los bienes, servicios y factores producidos socialmente.

51) A este respecto, de gran interés resulta el estudio de A.O. Hirschman Las pasiones y los intereses, Fondo de
Cultura Económica, México, 1978, donde se muestra como se recurrió a los intereses para domar y contrarrestar a
las pasiones, en los orígenes del mercado capitalista.

52) F.G.W. Hegel, Lineamientos de filosofía del derecho o ciencia del Estado.

53) J. M. Keynes escribe: "Nuestra crítica de la teoría económica clásica aceptada no ha consistido tanto en buscar
los defectos lógicos de su análisis, como en señalar que los supuestos tácitos en que se basa se satisfacen rara vez
o nunca, con la consecuencia de que no puede resolver los problemas económicos del mundo real". Teoría General,
cit., pág. 333.

54) Al referirnos al cooperativismo y la autogestión, en aquel estudio, consideramos sus potencialidades en base a la
identificación de su específica racionalidad, no siempre coherentemente desplegada en las experiencias
cooperativas concretas; nuestro referente analítico los constituyen pues, los modelos de empresa de trabajadores y
de un sector cooperativo integrado, que propusimos teóricamente.

55) Debe recordarse que para Boulding el término "donaciones" incluye la totalidad de los flujos económicos distintos
al intercambio.

56) K.E. Boulding, Op. cit., pág. 62.

57) K.E. Boulding, Op. cit., pág.149.

58) K.E. Boulding, Op. cit., pág. 152-3.

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