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El mito de Sidurino

Sÿdrin Tolqasÿs [Sidrón de Tolcas en las fuentes andalusís] fue un rey de la baja
Adagusta, del reino de Sygÿs que llegó al tronó alrededor del año 345 del tercer ciclo del
calendario sideral. O el año 333 antes de la Gimneíada, correspondiente por lo tanto al
primer día del ciclo especular al del primer anillo de la victoria según la teología Jinjí.

De las fuentes que reconstruyen su historia, la más importante la tenemos en la Genealogía,


obra de carácter fundacional sostenida como canón de la historia mundana por las
congregaciones Adisanctifuridas que permanecieron en comunión con el Jarxhes de Bahía
y que consideran a las expresiones de religiosidad no ortodoxas como miembros irregulares
aunque no herejes. En esto difieren de las congregaciones reformadas, que habitan en las
regiones más septentrionales del pantanal y las llanuras, y en las sierras vírgenes de la
Cantina, donde el Adisanctifurismo reformado se tiene como religión de estado por el
régimen dictatorial del Xarxhe de Ine.

El culto a Sÿdrin se encuentra en un área gris dentro del santoral más laxo, pues se
considera que sus acciones no ameritan el halo de santidad, aún cuando

Llamase su primer rey Sidurino1, hombre de mucha sabiduría, que como su dios quedó
viudo de la esposa y por esto profesaba mucha devoción a la deidad fenecida de la tierra.
Construyó la ciudad de Siduragush en la cima de la rocosa colina del cornezuelo. Era el rey
Sidurino un hombre de mucha sabiduría. De joven fue cruel y bravo. Conquistó las tierras
de los bárbaros en las orillas de la laguna, y desterró de su pueblo costumbres odiosas,
como el sacrificio de las niñas y el bautismo en fuego de los hombres.

Estos bárbaros, los baragustos, son hombres de viciosas costumbres: la embriaguez


desmedida y la fornicación con animales. Además poseen el pernicioso vicio de acariciar el
fuego y deleitarse en el ardor que produce el contacto de la llama con la carne, al que
llaman Jisíac [Shigíaq]. Que se dice como cantando hacia arriba la última silaba y
produciendo un chasquido en la garganta. Que en su lengua significa: dios del ardor, pues
consideran al ardor un dios diferente al del dolor, y ese dios le sacrifican su propia carne

1
Sydrÿn
quemada y las heridas las curan de esta manera, quemando la carne para que el dios las
sane y venza al pernicioso dios de la sangre que escurre, que es otro ídolo que tienen por
deidad. El dios de la sangre que escurre se llama en su lengua Tiljosíac [Tlsho’Tshiaq]. Al
dios de la sangre que escurre le ofrendan la sangre de las heridas, y al dios del ardor del
fuego le ofrendan el dolor de la carne que cicatriza.

Cuando el rey Sidurino, hombre muy sabio y de elevadas costumbres, conquistó la ciudad
pantanosa de Jaguidigasíac [Shaxhiq Tishiaq2], pasó a toda la aristocracia por la espada,
pues eran hombres corruptos y muy bárbaros, pero perdono a la gente del pueblo y a todos
los soldados del ejército bárbaro que no eran nobles, incluso a los más crueles, los libró del
castigo ritual de la castración y les regaló las tierras que habían quedado muertas con la
aristocracia y puso a los más sabios y mejores de entre ellos como gobernadores de las
nuevas provincias y aprendió su lengua e hizo muchas arreglos y fundó muchas ciudades.

Se amistó también con Gasíac y cargó el bultó del dios y lo puso en el jardín de Agusta, y
el dios se contentó y llenó de arena de agua la cumbre del cerro del asarino. Se amistó con
Idasíac y Jedíac, y los llevó todos al jardín y los puso todos bajo un techo como le había
recomendado el sacerdote Arasos3, y mandó llamar a todos los que vivían en Agusta y les
dijo en voz alta que todos ellos eran hijos del matrimonio divino, y que merecían el respeto
y la deferencia, y todos se alegraron pues vieron en esto buenas nuevas y buena fortuna. Y
alabaron al rey y lo nombraron Edrus [que significa rey de los hombres4]. Y los de la costa
y los de las islas lo reconocieron a él como rey y a Arasos como pontífice. Y los alabaron.

Allí decretó el rey Sidurino los juegos de la azucena. Que duraron veinte días y que
tendrían que tomar lugar cada seis años.

Cuando estaba a punto de morir el rey Sidurino mando llamar a sus hijos a la isla de
Carnaxos, donde puso su palacio de la buena muerte. Esto fue consejo de Arasos. Todos
acudieron, menos Aygÿs que era su hijo menor y que aún estaba arando la tierra5.

2
Pueblo Grande Dios Lluvia. Ciudad del Dios de la Lluvia.
3
Aerasÿs / Orosis.
4
Nota del autor
5
Referencia a la Qaragastis, institución que ligaba el destino de los hijos menores al mantenimiento del
hogar y los exentaba del servicio militar. Los hijos menores tenían la obligación de dedicarse por entero a las
labores del mantenimiento económico de la familia y participar diariamente de las labores comunales de la
Sagys, la pequeña congregación, la esfera de la comunidad estrecha.
Cuando los hijos llegaron Sidurino los reunió en la sala del trono y les dijo: “Hijos míos os
he traído aquí ante mi lecho, pues la hora de mi muerte se aproxima”.

“Los hijos se lamentan, lloran, muestran su pesar. El padre los mira compasivo e
interrumpe el momento con solemne acento, los hijos plañideros en silencio lo
escuchan expectantes” [Posible adendum por el erudito de Artus]6

“Sabed hijos, que al morir, por ley he de elegir entre vosotros a uno solo que se siente en la
roca del Jardín”

“Siento pesar en el corazón pues ninguna ley me obliga a preferir a uno sobre todos y el
cariño que les tengo y la lealtad que me habéis prestado no basta acaso para de ustedes a
uno elegir”

“Y este pesar, este dolor es mi tormento, pues bien conozco los relatos del rey Jante, que
embriagado en las victorias tan grandiosos no vio venir su ruina en la multitud de hijos,
crueles termitas que al morir su padre royeron el imperio, y la grandeza que Jante, el
victorioso, había ganado en vida y ese nombre, que a los hijos heredaba ya fue nada”.

“Mírenle en silencio los seis hijos. Mírenle y nada dicen, pues terror se les presenta
ya de frente. Ven al padre moribundo y entre ellos, un rencor que no conocen va
surgiendo.”7

“Siete hijos engendré, siete vivieron, siete siertas florecieron en el huerto”.


6
El profesor Jingrec ha elaborado en su última obra “Los Hijos Plañideros” la posibilidad de que los adendum
canónicos en el texto de la genealogía hayan sido añadidos por un erudito anterior al Erudito de Artus.
El estilo del texto se corresponde con el distintivo uso de los adjetivos en el teatro de Arvan de la Bahía, el
autor pudo haber sido un aprendiz de Arvan o incluso el mismo Arvan a través de apuntes que pasaran a sus
discípulos. Se sabe que el comentario de textos antiguos era una de las disciplinas que se desarrollaban en el
Digys.
7
Misma situación que el fragmento anterior. Nótese la versificación. Similar a otras obras
clásicas de la época de Arvan de Bahía, el fragmento es especialmente similar a la epopeya
de la madre Ifenya:

“Mírenle en silencio las muchachas. En su rictus un terror les va surgiendo, ¡Ay terror que
te nos muestras tan de frente! Ven a Ifenya moribunda.

Irina: ¡pobre madre!”.


Habla Hilán, con dulzura que oculta la ponzoña de la cólera.

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