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Había una vez un gato muy malo, experto en la caza de ratones, que se había
convertido en el terror de esos animales en leguas a la redonda.
Los pobres ratones se pasaban la vida metidos en sus cuevas porque no se atrevían ni a
asomar el hocico, por miedo de que el gato los cazase.
Como los animalitos no abandonaban sus casas, el gato inventó un truco para hacerlos
salir y poder así sorprender a varios al mismo tiempo. Con ese propósito, se hizo el muerto. Se
colgó de las patas, con la cabeza para abajo, en un lugar bien visible, donde todos los ratones
podían verlo.
En efecto, cuando los roedores espiaron hacia afuera y vieron al gato colgado de un
árbol, lo creyeron muerto y se alegraron mucho. Primero asomaron el hocico y después, uno a
uno, fueron saliendo de sus cuevas, dispuestos a celebrar una fiesta de entierro.
Cuando ya había un buen número de ratones alrededor del gato, éste resucitó y
empezó a cazarlos, causando numerosa bajas.
--- Yo conozco muchos trucos para hacerlos salir de sus escondites. Las cuevas no les servirán
de nada porque yo sé cómo engañarlos. Al final, me los comeré a todos.
Los ratones creyeron que era una bolsa de harina y, como estaba cerca de sus cuevas,
se dispusieron a salir para apoderarse de ella.
Un ratón viejo que estaba en la puerta de su casa observó el bulto con atención y dijo:
--- No se fíen de esa bolsa de harina. No me sorprendería que debajo de ella se ocultara algo
malo para nosotros … Yo, por mi parte, no salgo de mi refugio ni aunque sea realmente una
bolsa de harina.
El ratón viejo sabía mucho por experiencia. Y en efecto, los ratones que salieron de sus
cuevas acabaron mal, tal como el ratón viejo les había advertido.