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QUE ES EL AGUA

El agua de la Tierra se encuentra naturalmente en muchas formas y lugares en


la atmósfera, en la superficie, bajo tierra y en los océanos.
El agua dulce representa únicamente el 2,5% del agua de la Tierra y se
encuentra en mayor parte congelada en glaciares y casquetes glaciares.
Aproximadamente el 96% del agua dulce en estado líquido se localiza en
zonas subterráneas y la pequeña fracción restante se encuentra en la superficie
o en la atmósfera.
Conocer el ciclo medioambiental del agua puede ayudar a calcular la cantidad
de agua disponible en distintas partes del mundo. El ciclo del agua en la Tierra
es el proceso por el que el agua se mueve desde el aire hasta la Tierra
(precipitación) y finalmente vuelve a la atmósfera (evaporación).

Los principales componentes naturales de este ciclo son las precipitaciones, la


infiltración en el suelo, la escorrentía de superficie, la liberación de aguas
subterráneas hacia aguas superficiales y océanos, así como la
evapotranspiración de los cuerpos de agua, el suelo y las plantas.
Distinguimos entre «agua azul» (agua de ríos, lagos y acuíferos) y «agua
verde» (que alimenta plantas y cultivos, liberándose después a la atmósfera).
Esta distinción puede ayudar a que los responsables de su gestión se centren
en las zonas que el agua verde alimenta y atraviesa, como explotaciones
agrícolas, bosques y humedales.
¿Cómo pasa el agua de la atmósfera al suelo y viceversa?
Aproximadamente el 10% del agua dulce del planeta que no está congelada ni
bajo tierra se encuentra en la atmósfera. Las precipitaciones, en forma de
lluvia o nieve, por ejemplo, representan una parte importante del agua dulce
disponible. Alrededor del 40% de las precipitaciones se han evaporado
previamente de los océanos, y el resto de las aguas terrestres. El volumen de
precipitaciones varía mucho de un lugar del mundo a otro, desde menos de
100 mm al año en los climas desérticos a más de 3.400 mm al año en zonas
tropicales.
En los climas templados, aproximadamente un tercio de las precipitaciones
vuelve a la atmósfera por evaporación, un tercio se filtra en el suelo
recargando las reservas de agua subterránea y el resto fluye hacia los cuerpos
de agua. Cuanto más seco es el clima, mayor es la proporción de
precipitaciones que vuelve a la atmósfera y menor la proporción que recarga
las reservas de agua subterránea. 

UTILIZACION DEL AGUA


El desarrollo de la humanidad tiene una de sus premisas en la relación con el
agua. No sólo como fluido vital imprescindible, pues agricultura, pesca y
navegación, han estado en la base del desarrollo social y económico de las
diversas culturas. A ellas se incorporaron en épocas muy tempranas la energía
hidráulica mediante los molinos y las fraguas, y los usos mineros.
Más recientemente se añadieron la industria y los usos urbanos asociados a la
higiene y al confort de las personas. La secuencia de usos se ha actualizado
con los servicios y las actividades recreativas, que se han añadido a los usos
económicos de las sociedades modernas.

Los usos del agua van asociados a algunos conceptos que requieren de una
revisión en profundidad. Por ejemplo, la clasificación en usos consuntivos y
no consuntivos.
Tradicionalmente se han considerado consuntivos los usos que extraen agua
de los sistemas naturales y no la retornan. Esa era la idea de Juan Álvarez
Mendizábal cuando en 1836 afirmaba que “España no será rica mientras los
ríos desemboquen en el mar” y que en algunos ámbitos aún parece tener
vigencia. La mayoría de ríos siguen llegando al mar aunque deteriorados, pero
los conceptos han evolucionado y hoy pensamos en usar el agua con el debido
respeto a los llamados usos ambientales, que se corresponden con la
sostenibilidad de las masas de agua y del ciclo que los alimenta, al que
pertenecen. Están reconocidos por la Ley como un factor a respetar en
cantidad y calidad, que limita el conjunto de los demás usos sean o no
extractivos.
El consumo de agua puede ser por incorporación a un producto elaborado, por
evaporación o –según la percepción de la cuenca cedente- por desviación
mediante un trasvase.
Ahora bien, estrictamente hablando, el agua no se consume pues más pronto
que tarde retorna al ciclo natural por uno u otro camino. En realidad, ¿qué es
lo que consume un uso? En muchas ocasiones lo que induce al uso del agua es
el aprovechamiento de alguna de sus propiedades: comúnmente, su energía, su
calidad, su capacidad como disolvente y agente de arrastre o, simplemente, su
localización geográfica.
No hace falta referirse a las aguas termales o las minero medicinales para
evidenciar esa cuestión. Algunos de los usos industriales del agua se explican
por ello:

 La energía hidráulica, en cualquiera de sus modalidades aprovecha la


energía potencial que el sol da al ciclo del agua. Las precipitaciones sobre las
montañas permiten ese aprovechamiento energético y su transformación en
electricidad u otros resultados.
 El elevado calor específico permite su uso como agua de refrigeración,
y el calor latente de vaporización su transformación en vapor como
intermediario energético en muchos procesos. De ahí nació la era industrial.
Esos usos apenas consumen agua, pues en buena parte se recupera y/o retorna
al cauce. Pero el agua retornada ha perdido valor energético, ha cambiado su
emplazamiento o, simplemente, calienta el cauce receptor. No se ha
consumido agua pero la operación no tiene impacto cero.
Un efecto análogo tiene la innivación artificial, que puede considerarse hija
del cambio climático y de la industria turística. El efecto combinado de una
menor innivación y del mercado del esquí y sus actividades colaterales –
hostelería, equipamientos deportivos, infraestructuras asociadas- exigen la
presencia de nieve que a falta de precipitación se obtiene del agua de pozos o
manantiales más o menos lejanos a las pistas, que se congela y proyecta a
cambio de una notable inversión energética. Aquí, el valor del agua es
precisamente el de su congelación, pulverización y localización en las pistas.
Esas actividades tienen su impacto, al igual que los usos consuntivos
tradicionales como los usos urbanos, agrícolas o industriales que retornan el
agua contaminada a los cauces. Por ello y de forma general puede hablarse de
consumo cuando el agua que retorna al cauce en malas condiciones deteriora e
inutiliza volúmenes adicionales de agua. Es conocido que un metro cubico
de agua limpia más un metro cúbico de agua sucia son dos metros
cúbicos de agua sucia.

El valor añadido de un uso del agua se mide por el de toda la actividad


que promueve. A veces es debido a la incorporación masiva de agua al
proceso, como en la agricultura, a veces por el aprovechamiento de
alguna de sus propiedades.
El valor añadido de un uso debe ponerse en relación con los impactos
que genera, sean del tipo que sean. El impacto es, conceptualmente,
aquella repercusión indirecta –o efecto colateral- de una actividad
sobre otras. Aunque a veces se dan impactos positivos, normalmente son
negativos y más cuando se trata de administrar un recurso escaso y
valioso. Alguien paga por el beneficio de otro y eso no es justo.
Cada uso tiene su impacto que ha de ser debidamente valorado y
traducido en dos direcciones:

 La de los impactos admisibles. Ello remite a las medidas


correctoras exigibles cuando se considera que el impacto previsto de
una determinada actividad no es aceptable.
 El coste imputable a la actividad para el sostenimiento del ciclo
del agua en tanto que dominio público. Ese es el terreno de la fiscalidad
ambiental aplicada al agua.
Por otra parte, hay que tener en cuenta que el ciclo del agua exige
atender a funciones de interés general o de garantía como son la
prevención de inundaciones, la limpieza viaria o la extinción de
incendios.

Para una gestión sostenible del agua, el objetivo debería ser obtener, para
la financiación del ciclo en su conjunto, una parte del valor generado por
el agua que esté en relación con los impactos generados, su limitación y la
administración del bien en su conjunto. Esa es una cuestión que requiere
una revisión en profundidad en nuestro ordenamiento, pues la
distribución de la contribución fiscal, por el momento es desigual según
los territorios y los usos, y grava más a aquellos usuarios –los urbanos-
a los que es más fácil la imputación de esos costes.

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