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Los usos del agua van asociados a algunos conceptos que requieren de una
revisión en profundidad. Por ejemplo, la clasificación en usos consuntivos y
no consuntivos.
Tradicionalmente se han considerado consuntivos los usos que extraen agua
de los sistemas naturales y no la retornan. Esa era la idea de Juan Álvarez
Mendizábal cuando en 1836 afirmaba que “España no será rica mientras los
ríos desemboquen en el mar” y que en algunos ámbitos aún parece tener
vigencia. La mayoría de ríos siguen llegando al mar aunque deteriorados, pero
los conceptos han evolucionado y hoy pensamos en usar el agua con el debido
respeto a los llamados usos ambientales, que se corresponden con la
sostenibilidad de las masas de agua y del ciclo que los alimenta, al que
pertenecen. Están reconocidos por la Ley como un factor a respetar en
cantidad y calidad, que limita el conjunto de los demás usos sean o no
extractivos.
El consumo de agua puede ser por incorporación a un producto elaborado, por
evaporación o –según la percepción de la cuenca cedente- por desviación
mediante un trasvase.
Ahora bien, estrictamente hablando, el agua no se consume pues más pronto
que tarde retorna al ciclo natural por uno u otro camino. En realidad, ¿qué es
lo que consume un uso? En muchas ocasiones lo que induce al uso del agua es
el aprovechamiento de alguna de sus propiedades: comúnmente, su energía, su
calidad, su capacidad como disolvente y agente de arrastre o, simplemente, su
localización geográfica.
No hace falta referirse a las aguas termales o las minero medicinales para
evidenciar esa cuestión. Algunos de los usos industriales del agua se explican
por ello:
Para una gestión sostenible del agua, el objetivo debería ser obtener, para
la financiación del ciclo en su conjunto, una parte del valor generado por
el agua que esté en relación con los impactos generados, su limitación y la
administración del bien en su conjunto. Esa es una cuestión que requiere
una revisión en profundidad en nuestro ordenamiento, pues la
distribución de la contribución fiscal, por el momento es desigual según
los territorios y los usos, y grava más a aquellos usuarios –los urbanos-
a los que es más fácil la imputación de esos costes.