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Luis y el hueco en el zapato

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Si algo quería Luis por encima de todo, eso era estudiar, lo demostraba
yendo al tercer grado en su difícil situación. El niño venía de vivir una
infancia muy fuerte, en un pueblo muy pobre y con una familia
fragmentada.

Él nunca conoció a su padre, y su madre hacía un esfuerzo enorme para


conseguir el dinero diario para alimentarlo a él y a sus cinco hermanos.
Luis, con tan solo nueve años de edad, decidió trabajar en la calle en las
tardes, mientras estudiaba en la mañana. El niño vendía dulces y también
recogía latas de aluminio, por las cuales le pagaban muy bien.

No se sentía mal por ello, no le daba tiempo de eso porque debía ayudar a
su mamá y porque no hay nada malo en trabajar. Lo que sí no era bueno,
es que un niño de esa edad trabaje.

Nudo

Un día pasó algo en la escuela que Luis no esperaba. Él llegó temprano,


como siempre, primero que todos y con la tarea lista, pues la había hecho
en la tarde anterior cuando el trabajo le dejó.

Pasados unos minutos empezaron a llegar los demás niños, y uno de ellos
comenzó a señalarlo mientras hablaba en voz baja con un grupo. Al
instante iniciaron las risas y la burla: “¡Hueco en el zapato, hueco en el
zapato!”, se escuchaba mientras señalaban a Luis.
El niño, que siempre había cuidado sus zapatos y su ropa, no se había
fijado que esa mañana se habían roto y tenían un agujero grande que
dejaba ver sus calcetines.

Ante los gritos y las burlas de sus amigos, el niño empezó a llorar. Tomó
sus cosas y se fue a su casa, destrozado. Sus compañeros de clases no
paraban de reír. Al llegar a su hogar Luis secó sus lágrimas y se fue a
trabajar, no había tiempo de lamentaciones. Aunque, claro, el niño no
dejaba de pensar en sus zapatos y que no tenía para unos nuevos.

Mientras vendía los dulces y recogía las latas se le acercó un carro muy
lujoso.

—Hey, niño, ven acá —le dijo un hombre bajando la ventanilla.

—Sí, dígame, ¿cuántos dulces quiere? —respondió Luis, como siempre lo


hacía con cada cliente.

—Quiero la caja entera —dijo el señor.

—¡Gracias, señor! Hoy podré irme temprano a casa —dijo el niño, y el


hombre sonrió y se fue.

Luego de la venta, Luis se dirigió a su casa con una extraña mezcla


de sentimientos encima. Estaba bien porque había vendido todo, pero mal
por sus zapatos y porque no quería ir a su escuela así.

Desenlace

Al llegar a casa, el niño encontró a su mamá llorando.

—¡Mami, mami! ¿Qué pasa! —preguntó Luis.


—¡Un milagro, hijo, un milagro! Pasa al cuarto para que veas —dijo la
mamá.

Adentro de la habitación Luis encontró mucha ropa nueva y pares de


zapatos, de las tallas de él y sus hermanos. Además había allí materiales de
estudio, enciclopedias y cuadernos.

El niño rompió en llanto. Resulta que el señor de la camioneta lujosa había


hecho un seguimiento de las labores de Luis, y de cómo estudiaba mientras
trabajaba. Averiguó donde vivía y la situación de su familia y les compró
todo lo necesario, luego, para que la sorpresa fuese más rápida, fue y le
compró al niño sus dulces.

Desde ese entonces Luis sigue llegando de primero a la escuela, con sus
tareas listas, no ha dejado de trabajar y es el que mejores notas tiene. Por
cierto, sus compañeros fueron amonestados por burlarse y luego le pidieron
disculpas.

Fin.

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