Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
COSMÓPOLIS
EL TRASFONDO
DE LA MODERNIDAD
Ediciones Península
Barcelona
CONTENIDO
CAPÍTULO CUARTO
CAPÍTULO QUINTO
EL CAMINO POR ANDAR
EL MITO DE LA TABLA RASA
245
HUMANIZAR LA MODERNIDAD 251
LA RECUPERACIÓN DE LA FILOSOFÍA PRÁCTICA 259
DE LEVIATÁN A LILIPUT 267
LO RACIONAL Y LO RAZONABLE 275
Los años que van de la década de 1690 a 191 4 marcan el apogeo en Eu-
ropa de la «nación» soberana. Durante más de dos siglos, pocas personas
cuestionaron seriamente que la nación-estado era, tanto en la teoría
como en la práctica, la unidad política fundamental. Estos años presen-
ciaron también el apogeo de la visión de la naturaleza que aquí hemos
llamado el sistema-marco de la modernidad. Sobre todo en Inglaterra y
Francia, sólo algunos espíritus recios dispuestos a no sintonizar intelec-
tual y socialmente con sus contemporáneos desafiaron ya la separación
cartesiana entre razón humana y máquina natural, ya la cosmópolis esta-
ble y jerárquica que construyeron los newtonianos sobre esa base. Con
todo, hasta después de 1914 esas ideas científicas y prácticas sociales no
volverían a ponerse en tela de juicio de manera generalizada. Por prime-
ra vez, la soberanía absoluta de la nación individual sería vista como algo
disfuncional y anacrónico. Por aquel entonces, la ciencia se lanzaría a
desmontar uno a uno los últimos materiales del andamiaje de la moder-
nidad.
La nueva importancia dada a la unidad, estabilidad e integridad de la
nación como centro y fuente de organización para el estado y la sociedad
«modernos» fue siempre más un ideal filosófico que una descripción de
índole política. En teoría, ese ideal se plasmó en la organización social y
política de Francia y Gran Bretaña, pero esta plasmación nunca fue per-
fecta. Holanda, un pequeño país creado en 1575, se acercó más a ese ide-
al, con escaso bagaje histórico y una cultura inhabitualmente homogénea
(como dependía del comercio internacional, el equilibrio entre los co-
merciantes y la aristocracia ayudó a convertirla en una sociedad más
equitativa, más libre de las flagrantes desigualdades que necesitaron de
legitimación en Francia e Inglaterra).
197
COSMÓPOLIS
199
t3i:xl-V-z-Ii-,z1,MT
COSMÓPOLIS
201
COSMÓPOLIS
Así pues, las cuestiones sobre el orden social remiten a sociedades huma-
ñas con un determinado «esquema natural de las cosas». Nuestra tarea
consiste en centrarnos menos en el desarrollo de las ideas sociales y po-
8o que en los cambios habidos en la imagen subya-
líticas entre 17oo y 1 9
cente del orden natural merced a la cual dichos cambios políticos o so-
ciales fueron racionalizados cosmopolitamen te. A partir de 175o, esta
imagen estuvo en todas su facetas abierta a revisión y, desde Newton has-
ta Freud,pasando por Holbach, Kant, Herder, Darwin y Marx, cada
cambio básico en las ideas heredadas sobre la naturaleza tuvo también
importantes repercusiones en las ideas heredadas sobre la sociedad.
En 1 7 27, murió el anciano y venerable Isaac Newton a los ochenta y
tantos años de edad. Para entonces, casi todo el mundo—sobre todo, en
Inglaterra—daba por válidos todos los materiales del andamiaje de la
modernidad. Parecía como si, por el momento, la «evidencia» inmuni-
zara estas doctrinas contra cualquier tipo de crítica. Si alguna de ellas se
veía abiertamente cuestionada, la gente replicaba entonces diciendo que
«se atenía a razón». Así, tuvo que pasar una generación entera—después
de Newton—para que escritores influyentes defendieran hipótesis cien-
tíficas incompatibles con estos presupuestos.
En estas postrimerías del siglo xx, la postura tanto de la elite científi-
ca como del público en general ha cambiado tanto que ni una sola de esas
doctrinas ejerce ya un influjo importante en el sentido común de la gen-
te. En la actualidad, ya no necesitamos presuponer que la naturaleza es
generalmente estable, que la materia es puramente inerte o que las acti-
vidades mentales deben ser completamente conscientes y racionales. Ni
necesitamos tampoco equiparar la «objetividad» del trabajo científico
con la «no implicación» en los procesos que se estudian. Ni, por supues-
to, decimos que la distinción entre «razones» y «causas» acarree una se-
paración rígida entre humanidad y naturaleza.
En la época actual, en la que nuestra comprensión de la ecología nos
impide ignorar la implicación de los humanos en losprocesos causales de
la naturaleza, sabemos de sobra lo dañino que puede resultar este último
presupuesto: una vez deshecho ese nudo, el resto del tejido se deshilacha
rápidamente. La reinserción ecológica de los seres humanos en el mun-
do de los procesos naturales es, no obstante , un rasgo reciente del pensa-
miento. Desde 1720
hasta bien entrado el siglo xx, la mayoría de los fi-
lósofos y científicos de la naturaleza siguieron defendiendo, de una u otra
202
EL OTRO LADO DE LA MODERNIDAD
Dios había creado el mundo, en su forma actual, hacía sólo unos cuantos
miles de anos lo que no dejaba cabida para ningún desarrollo histórico
de la naturaleza a largo plazo—, en la década de 1 75 o casi ningún pensa-
dor serio respetaba esta restricción. En 17 55 , Immanuel Kantpublicó su
libro sobre Historia natural universal y teoría de los cielos,
en elque se ser-
vía de las ideas newtonianas sobre el movimiento y lagravitación para
mostrar que todo el universo astronómico podría haberse desarrollado a
partir de una primera y fortuita distribución de partículas materiales.
Esto engrandecía, a su juicio, la misión de Newton en vez de debilitarla,
aunque su explicación diera por sentado que el cosmos debía haber exis-
tido durante mucho más tiempo que el calculado por los newtonianos
anteriores.
El siglo xvm también conoció el auge de la geología histórica y las
humanidades. El Edimburgo de David Hume y James Hutton, al igual
que el Nápoles de Vico y Giannone o el Kónigsberg de Kant, Herder y
Hamann, se hallaban situados en la periferia de la Europa del siglo
xvm. Al no ser centros activos de la política y la religión, ajenos a las
presiones del nacionalismo, un Immanuel Kant pudo trabajar a su aire
en su pequeña ciudad mejor que en Roma, Londres o Berlín. Mientras
James Hutton investigaba asuntos relacionados con la geología, Adam
Smith convertía la ética en trampolín para la economía, Johann Gott-
fried Herder suscitaba nuevas cuestiones sobre el desarrollo histórico
de las ideas humanas y abría, así, la puerta a la historia de la cultura. Por
el mismo tiempo, su colega Johann Georg Hamann protagonizaba
unos escarceos igualmente originales en el terreno de la teoría del len-
guaje.
La colisión entre la geología histórica y la Biblia alcanzó su punto crí-
tico en Inglaterra. En su libro Las épocas de la naturaleza, el naturalista
francés del siglo xvm Géorges Buffon había interpretado el Génesis des-
de hacía tiempo en términos menos restrictivos. Según él, no debía ha-
ber ningún problema en tomar los «días de la Creación » por edades geo-
lógicas. Pero, como ocurre en la América actual, los fundamentalistas
religiosos de la Inglaterra victoriana pusieron a sus caballos unas vallas
imposibles de saltar; el resultado de esto fue que la base de la controver-
ha-
sia en torno a la teoría de Darwin de la evolución de las especies ya la
bían puesto los geólog os en las décadas
cadas
de 1840 y 185o. Tras un debate
sólo unos cuantos irreductibles siguieron peleando en ese
frente.
durísimo,
205
COSMÓPOLIS
l
-Y big bang cosmológico la
leyendo la Biblia, salvo aquéllos que ven en el
prueba de la Creación divina.
La ampliación de la escala temporal natural de miles a millones de
arios, e incluso a miles de millones de años, sólo contribuyó en parte a
poner la historia humana y natural sobre una misma base, pues entre los
filósofos sigue habiendo una disputa residual sobre hasta dónde es posi-
ble remontarse realmente. Hegel se opuso a ello. Según él, los procesos
naturales siempre serían repetitivos; sólo las acciones humanas eran crea-
tivas. En cambio, Marx fue un precursor de los denominados « monis-
tas». Leyendo a Darwin, comprendió que ya no se podían tratar todos
los procesos naturales con el mismo rasero mecánico ni negar creatividad
a la naturaleza. En su opinión, la evolución de la naturaleza era precur-
sora de la historia de la humanidad. El estatuto recíproco de la historia
humana y la historia natural siguió girando, para los filósofos de finales
del siglo xix, en torno a la relación entre los procesos (causales) y las ac-
ciones (racionales); y ahí sigue, al menos para los estudiantes de herme-
néutica o de la «teoría de la acción».
206
EL OTRO LADO DE LA MODERNIDAD
207
COsmÓPOLIS
209
COSMÓPOLIS
2II
COSMÓPOLIS
amó a «su» Goethe y que, al igual que éste, no vió ninguna división estric-
ta entre ciencia y humanidades, gustó especialmente de destacar el poder de
la sexualidad reprimida en la vida de los «respetables» trepadores sociales.
En 1914, pues, ya estaban listos todos los materiales necesarios para jus-
tificar el desmantelamiento del andamiaje intelectual que, desde finales
del siglo XVII, había marcado las pautas del pensamiento aceptable. Algu-
nas personas especialmente sensibles estaban empezando también a ver
con la profundidad adecuada los cambios que se avecinaban. Recordan-
do, en 1 9 24, los días anteriores a la Primera Guerra Mundial, Virginia
Woolf declara con encantadora exageración: «Por diciembre de 191o, la
naturaleza humana cambió». Se estaba refiriendo al efecto de la gran ex-
posición postimpresionista organizada en Londres ese mes por dos com-
pañeros suyos del grupo de Bloomsbury: Roger Fry y Desmond Mac-
Carthy. Para Inglaterra, aquella exposición, junto con los Ballets Rusos
de Montecarlo de Diaghilev, significó, poco antes de 1914, que la tiranía
de las ideas victorianas había tocado a su fin. En 1914, las estructuras po-
líticas y culturales de Europa Central estaban perdiendo también credi-
bilidad política y social, como expone espléndidamente Robert Musil en
su novela El hombre sin atributos. Esto ocurrió, sobre todo, en la Viena de
Mach, Wittgenstein, Schónberg, Klimt, Freud y Musil. Los Habsburgo
decidieron convertir su ciudad en la guardiana de la Contrarreforma.
Los vieneses eran, pues, especialmente sensibles a cualquier crítica de sus
valores, y muchas de las batallas intelectuales y artísticas de la época em-
pezaron en Viena antes de pasar a otros centros culturales de Europa.
Los testimonios de tales batallas resultan fáciles de ver. En todo el es-
pectro que abarcaba de la física a la psicología, ninguna rama de las cien-
cias naturales se iba a basar ya en la fe—del siglo xvii—en la racionalidad
de la naturaleza. Todas ellas podían vivir de manera autónoma con mé-
todos de explicación basados en experiencias propias de primera mano.
De 1890 a 191o, los fisicos J. J. Thomson, Albert Einstein y Max Planck
rompieron los últimos eslabones que unían a la teoría física de su tiempo
con la anterior ortodoxia newtoniana. La nueva física creada de esta ma-
nera—partículas que eran más pequeñas que el más ligero de los átomos,
espacio y tiempo que carecían de una distinción clara y precisa, materia y
212
EL OTRO LADO DE LA MODERNIDAD
213
t
COSMÓPOLIS
120-1960:
9 EL RE-RENACIMIENTO APLAZADO
COSMÓPOLIS
COSMÓPOLIS
com
un oco,
p saltan a la vista unos vínculos mas fuertes. Tan-
profundizam os
o en filosofía, ética o , bellas artes, las cuestiones básicas
to en ciencia
de ambos períodos merecieron atención no sólo por razones de elegan-
intrínseca y coherencia formal («descontextualidad » ), sino también
porque la situación real obligó a los europeos a tomarse en serio la apa-
rente necesidad de recomenzar «desde cero» en la practica y la teoría.
En 1920, se podía afirmar razonablemente que Europa se enfrentaba
de nuevo a serios problemas de organización nacional e internacional.
Tras la Primera Guerra Mundial, el orden político establecido de las na-
ciones-estado y de las monarquías se hallaba en crisis, precisamente en
una época en la que la base newtoniana de la cosmología imperante esta-
ba enfrentándose a su desafío más letal. En ningún lugar fue más obvio el
efecto de esta crisis conjunta que en los dominios de los Habsburgo.
Ninguna de las potencias anteriores a 1914 se hundió más rotundamen-
te como resultado de la guerra que la monarquía dual austrohúngara, ni
hubo una ciudad que viera su razón de ser más repentinamente destrui-
da que la ciudad de Viena. Al perder Austria su identidad imperial y te-
ner que crearse de la nada una identidad republicana, la derrota contem-
poránea de la filosofía natural de Newton—la base de la cosmópolis
moderna por parte de la física de la relatividad de Einstein exigió unos
esfuerzos igualmente «constructivos» en el terreno de la ciencia v las ar-
tes. No tiene nada de extraño, pues, que fuera en Viena y no en otro lu-
gar donde las ambiciones culturales del siglo xvii resurgieran con espe-
cial entusiasmo.
Quienes crecimos en la Inglaterra de los años treinta aprendimos a
aceptar tanto el mito de la modernidad como la necesidad de un nuevo
comienzo, en un tiempo en el que la política y la cultura de Europa y
Norteamérica se hallaban acosadaspor toda clase de incertidumbres. En
nuestra generación, como en la de Donne y Descartes, todas las ideas he-
redadas sobre la naturaleza y la sociedad se vieron cuestionadas al mis"'
tiempo. Tanto en la década de los treinta como en la de 1630, el sistema
tradicional de estados europeos q uedó en
entredicho: el desmembra-
miento del imperio de los Habsburgo redibuió
todo el mapa de Europa
central y oriental, mientras la ruina económica de Alemania la abría a la
demagogia de Adolf Hitler. En la década de los treinta, como en la de
163o, la cosmología heredada estaba a ojos vista desacreditada. El traba-
jo científico de Albert Einstein v
Werner Heisenberg había socavado to-
220
EL OTRO LADO DE LA MODERNIDAD
COSMÓPOLIS
ción del respeto debido a Eros y a las emociones, para unas instituciones
les eficaces, para una relajación del tradicional antagonismo
transnacionales
de clases, razas y sexos, para una aceptación del pluralismo en las ciencias
d
y para una renuncia definitiva del fundamentalismo filosófico y la bús-
queda de la certeza. El terreno estaba preparado, pero los tiempos no es-
taban maduros todavía. Se estaba gestando una revolución para la que no
estaban aún preparados los que iban a beneficiarse de ella. En vez de ex-
plotar las posibilidades ofrecidas por la demolición de la cosmovisión
«moderna», la gente prefirió aprender la lección, escarmentar, por la
malas. Treinta años de matanzas en nombre de la religión habían prece-
dido al establecimiento del sistema moderno de naciones-estado. Trein-
ta años de matanzas en nombre de la entelequia «nación» fueron necesa-
rios para que europeos y americanos se mostraran dispuestos a reconocer
las deficiencias de ésta.
nales del siglo xx. La cuestión no era ya la de saber si Europa sería capaz
de crear alguna institución «transnacional». Las únicas cuestionesprác-
ticas se reducían ahora a saber cuanto se tardaría en poner enpie estas
instituciones, qué formas adoptarían y qué funciones arrebatarían a la
omnicompetente y soberana nación-estado.
El panorama intelectual y cultural de Europa y Norteamérica se
transformó tan profundamente entre los años veinte y los setenta, corno
ocurriera ya antes entre las décadas de 15 90 y I6 4 0, pero «al revés». En
1650, la tolerancia humanista de la incertidumbre, la ambigüedad y la di-
versidad de opiniones dio paso a la intolerancia puritana, así corno al hin-
capié racionalista en una teoría universal y exacta y en la certeza en todas
las cosas. La cosmópolis resultante, disfrazada de «opinión respetable»,
mantuvo su autoridad hasta bien entrado el siglo xx. En 1910, ya había
empezado a debilitarse; pero su fuerza sobrevivió a otros treinta años de
guerra entre las naciones europeas, y la gente no se decidió por fin a sus-
pender la búsqueda de la certeza, a reconocer la demolición de la cosmó-
polis y a volver en la undécima hora al punto de partida humanista y li-
beral del Renacimiento tardío hasta que la Segunda Guerra Mundial no
fue cosa del pasado.
Nadie de quienes vivieron los años sesenta y principios de los seten-
ta en Nueva York, California, Gran Bretaña o Alemania occidental, pudo
dudar de la envergadura de los cambios sociales y culturales que se ofre-
cían a su vista. Muchas personas con cincuenta años o más se escandali-
zaron ante estos cambios. Algunas interpretaron mal lo que estaba ocu-
rriendo y criticaron a la generación más joven de haberse «desmadrado»
o haber «perdido los valores». De ahí el famoso vacío generacional. Pero
esa expresión escurridiza ocultaba un problema real. El cambio cultural
siempre toma como vehículo las diferencias generacionales; pero esta vez
tenía unaprofundidad insólita. La contracultura, altamente visible, de
los años sesenta no fue esencialmente una cultura joven. Los materiales
al
intelectuales , psicológicos y artísticos del nuevo movimiento llevaban a
menos cincuenta años esperando que una generación viera su importan-
ciase se reconociera en ellos. Hay quien ha achacado también los cambios
producidos en estas dos décadas a la guerra del Vietnam; pero ésta fue a
lo sumo sólo una parte de la verdadera historia. La guerra del Vietnam
fue una ocasión que favoreció estos cambios, pero tuvo muy poco que ver
con su verdadero contenido.
225
COSMÓPOLIS
2 30
EL OTRO LADO DE LA MODERNIDAD
233
COSMÓPOLIS
23 4
EL. OTRO LADO DE LA MODERNIDAD
sadores del siglo xvi (según esta concepción) habrían ensayado nuevas
variaciones sobre temas medievales. Erasmo, Rabelais, Montaigne y Sha-
kespeare se consideraban como los últimos, aunque no los menores, de
los últimos pensadores medievales, cuya recuperación de textos de la an-
tigüedad clásica los emancipó del conservadurismo de los siglos oscuros;
pero nunca dieron el paso definitivo que les abriera las puertas del mun-
do «moderno» de la lógica y la racionalidad. Los historiadores de la filo-
sofía y de la ciencia suscribieron, así, los mitos sobre el carácter progre-
sivo de la vida y el pensamiento del siglo xvii, que (como deberían haber
descubierto con profundizar sólo un poquito en su fuero interno) falsea-
ban el registro de la historia.
Si la versión heredada tuvo tanto predicamento en las décadas de los
veinte y los treinta, ello se debió a que se dio entonces por supuesta la va-
lidez fundamental de la postura racionalista. Al considerar fundadores de
la modernidad a pensadores como Galileo y Descartes, o a gobernantes
como Cromwell y Luis XIV, los historiadores abonaron las prerrogativas
absolutas del racionalismo del siglo xvri, que elevaron al rango de Ver-
dad Establecida. Pero la validez de ésta, lejos de ser categórica, absoluta,
independiente de las circunstancias y descontextualizable, resulta ser,
vista más de cerca, hipotética y circunstancial. En el siglo xvii había re-
sultado convincente en tanto en cuanto subproducto de un hecho histó-
rico especial: el resquebrajamiento político y económico del orden polí-
tico de la Europa moderna (y un resquebrajamiento simultáneo en el
orden heredado de la naturaleza). Por su parte, la estabilidad, la jerarquía
y la coherencia de la nación-estado daba seguridad política a quienes vie-
ron la organización social de Europa desintegrarse a lo largo de los cien-
to cincuenta años que siguieron a la Reforma; al mismo tiempo, las ide-
as de los Principia de Newton seducían a quienes habían carecido de una
cosmología consistente desde que Copérnico diera al traste con la visión
ptolomeica un siglo antes. Estos logros fueron saludados corno comple-
mentarios a la «lucha por la estabilidad» en Europa. Respuestas gemelas
a una crisis global que sólo se podía superar (como se demostró) si la gen-
te dejaba completamente limpia la pizarra, recomenzaba de cero y cons-
truía una cosmópolis más racional para sustituir a la cosmópolis derruida
en torno a 1600.
Y ahora pasemos a las cuestiones historiográficas. Al hablar de cómo
nuestra visión del siglo xvii había sufrido el influjo de los espejos histó-
237
•
COSMÓPOLIS
238
EL OTRO LADO DE LA MODERNIDAD
239
COSMÓPOLIS
243