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Un mensaje fiel
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Hobart, Tasmania,
1 de mayo de 1895
Muchos han dejado atrás su fe adventista
Porque la iniquidad abunda, el amor de muchos se
resfriará. Hay muchos que han dejado atrás su fe
adventista. Están viviendo para el mundo y mientras
expresan el deseo de su corazón, “mi Señor tarda en
venir”, están golpeando a sus consiervos. Hacen
esto por la misma razón por la cual Caín mató a
Abel. Abel había decidido adorar a Dios de acuerdo
con las instrucciones que Dios le había dado. Esto
desagradó a Caín. El pensó que sus propios planes
eran mejores, y que el Señor se avendría a su
procedimiento. Caín en su ofrenda no reconoció su
dependencia de Cristo. Pensó que su padre Adán
había sido tratado duramente al ser expulsado del
Edén. La idea de conservar ese pecado siempre
presente y ofrecer la sangre del cordero inmolado
como confesión de entera dependencia de
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Elevaré la voz contra los novicios que aseveran tratar las
enfermedades de acuerdo con los principios de la reforma pro
salud. No permita Dios que seamos objeto de
experimentación. Nuestras filas son demasiado escasas. Y
morir en una guerra tal es muy poco glorioso. Dios nos libre
de un peligro tal. No necesitamos tales maestros y médicos.
Los que procuran tratar las enfermedades deben saber algo del
organismo humano. El Médico celestial estaba lleno de
compasión. Los que tratan con los enfermos necesitan ese
espíritu. Algunos de los que quieren dedicarse a médicos son
fanáticos, egoístas y tercos. No se les puede enseñar nada.
Puede ser que nunca hicieron nada de valor. Tal vez no hayan
tenido éxito en la vida. No saben nada que valga la pena
saberse, y sin embargo, se dedican a practicar la reforma pro
salud. No podemos dejar que estas personas maten a uno o a
otro. No, no podemos permitirlo.
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El joven rico
Mientras me encontraba en Monterrey,
Míchigan, el 8 de octubre de 1854 se me
mostró en visión que la condición de
muchos observadores del sábado era como
la del joven rico que acudió a Jesús para
averiguar lo que debía hacer a fin de heredar
la vida eterna.
“Entonces vino uno y le dijo: Maestro
bueno, ¿Qué bien haré para tener la vida
eterna? El le dijo: ¿Por qué me llamas
bueno? Ninguno hay bueno si no uno: Dios.
Mas si quieres entrar en la vida, guarda los
mandamientos. Le dijo: ¿Cuáles? Y Jesús
dijo: No matarás. No adulterarás. No
hurtarás. No dirás falso testimonio. Honra a
tu padre y a tu madre; y, amarás a tu prójimo
como a ti mismo. El joven le dijo: Todo esto
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lo he guardado desde mi juventud. ¿Qué
más me falta? Jesús le dijo: Si quieres ser
perfecto, anda, vende lo que tienes y dalo a
los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y
ven y sígueme. Oyendo el joven esta
palabra, se fue triste, porque tenía muchas
posesiones.
“Entonces Jesús dijo a sus discípulos. De
cierto os digo, que difícilmente entrará un
rico en el reino de los cielos. Otra vez os
digo, que es más fácil pasar un camello por
el ojo de una aguja, que entrar un rico en el
reino de Dios. Sus discípulos, oyendo esto,
se asombraron en gran manera, diciendo:
¿Quién, pues, podrá ser salvo? Y mirándolos
Jesús, les dijo: Para los hombres esto es
imposible; mas para Dios todo es posible”.
Mateo 19:16-26.
Jesús le citó al joven rico cinco de los
últimos seis mandamientos, y también el
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segundo gran mandamiento que sirve como
base a los últimos seis. El joven pensó que
había guardado los que Jesús mencionó. El
Señor no habló de los primeros cuatro
mandamientos, que contienen nuestro deber
hacia Dios. En respuesta a la pregunta del
joven: “¿Qué más me falta?” Jesús le
contestó: “Si quieres ser perfecto, anda
vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y
tendrás tesoro en el cielo”.
Ahí estaba su deficiencia. Falló en guardar
los primeros cuatro mandamientos, y
también los últimos seis. Falló en amar a su
prójimo como a sí mismo. Jesús dijo: “Dalo
a los pobres”. Jesús tocó sus posesiones.
“Vende lo que tienes y dalo a los pobres”.
En esta referencia directa señaló cuál era su
ídolo. Su amor a las riquezas era supremo,
por lo tanto era imposible que él amara a
Dios de todo corazón, con toda el alma y
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con toda la mente. Y ese amor supremo por
sus riquezas cerró sus ojos a las necesidades
de sus semejantes. No amó a su prójimo
como a sí mismo, y por lo tanto falló en
guardar los últimos seis mandamientos. Su
corazón estaba con su tesoro. Fue absorbido
por sus posesiones terrenas. Amaba sus
posesiones más que a Dios, más que al
tesoro celestial. Escuchó las condiciones de
boca de Jesús. Si vendiera sus bienes y diera
el producto a los pobres, tendría tesoro en el
cielo. Esa era una prueba para establecer
cuánto más apreciaba la vida eterna que las
riquezas. ¿Se aferró él a la posibilidad de
recibir la vida eterna? ¿Luchó sinceramente
por remover el obstáculo que se encontraba
en el camino que debía recorrer para tener
un tesoro en el cielo? Oh, no; en cambio “se
fue triste, porque tenía muchas posesiones”.
{ 1 Testimonio para la Iglesia 160.1}
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Cualquiera que aborrece á su hermano, es
homicida; y sabéis que ningún homicida
tiene vida eterna permaneciente en sí.
1 Juan 3:15
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