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Meditaba entre los pinos. Había peces que volaban en el aire y esquivaban los árboles.

Eran lenguados porque tenían los ojos del mismo lado. Es decir, me miraban con su ojo
derecho y su ojo izquierdo al mismo tiempo. Los había azules, anaranjados, violetas. Y
yo levantaba los brazos para tocarlos. Y seguía pensando. Pensaba en el pacto que uno
tiene que hacer con un otro para habilitarlo. Creer en sus verdades, no como certezas
propias, sino como realidades paralelas que permiten el funcionamiento vital de un ser
distinto a mi ser. La interacción convertida en un acto de fe. Sucede que en algún
momento nuestra conciencia se vuelve permeable, agujereada, y las palabras, ideas o
sensaciones del otro se meten. Pedazos de otro en intangibilidad penetran el espacio
individual. Nos volvemos entes absórbicos tragadores de verdad con forma de fe. En
esa relación el pacto se disuelve. Lo que antes era creencia ahora es y existe. De
inmediato aparece el miedo a perder nuestra singularidad manoseada. ¿Por qué el
ahínco en conservarnos en esencias determinadas? ¿De qué nos agarramos cuando
pensamos en nosotros mismos? ¿Cuál sería la forma más reduccionista de de
entendernos? ¿Eso no nos es suficiente?
Los peces comenzaron a dispersarse en el aire. La pinocha se oyó pisada, corrida,
quebrada. Una fila de niños alborotó el ambiente. Traían cometas. Cometas como
mentiras de aquellos seres que habían ocupado el cielo minutos antes. Cometas
ordenadas a hacer en familia como tarea domiciliaria un día de escuela. Cometas de
niños que no tenían padres, ni tenían madres, ni hermanos, ni abuelos, ni primos.
Cometas de niños solos de dedos torpes. Cometas feas que apenas remontaban. Junté
piedras y se las lancé. Rompí sus cometas. Ellos ni siquiera lloraron. Sabían que aquello
era horrible. Un niño recogió las piedras. Me dijo que cuando tuviera hambre iba a
jugar a que eran comida hasta que se quedara dormido. Y cuando despertara al otro
día él iba a ver la forma piedra, ya no comida, y por lo tanto iba a suponer que el
alimento ya había sido consumido. Pensé nuevamente en el pacto pero ahora en su
dimensión de juego. ¿Jugar es un acto de fe? No me importó que el niño pudiera morir
de hambre. Lo eché, a él y a todos los otros. El suelo quedó sucio de retazos. Cuando la
artificialidad quiere copiarle a la naturaleza da asco. De lo contrario cuando la
manufactura quiere parecerse a sí misma se vuelve un objeto de belleza. Por ejemplo
el cemento seco. A esto hay que agregarle que cuando el objeto se aleja de la
existencia funcional, su condición se acerca a una expresión divina. Un cubo de
cemento seco se puede comparar a Dios. ¿Por qué nosotros humanidad no podemos
ser un cubo de cemento seco? Tener una existencia objetal. La naturaleza es un ente
de existencia objetal. ¿Es porque carece de autoconciencia? La naturaleza es, como el
cubo de cemento es. Suceden. ¿Cuál es el beneficio del auto percibimiento
entendiéndolo como el análisis del tiempo humano? ¿Qué ganamos con esto como
especie? Quizás tenga que ver con entender que no existe tal cosa como la realidad.
Por eso no desesperen cuando se encuentren paseando en plena urbanidad y
observen la calle (palomas y ratas y bolsas y ruido y gente en los autos y gente en las
casas y edificios que tapan el sol y tapan la tierra y niños que gritan y olor a mierda y a
miseria y gente caminando con cajas con teles, y ómnibus cansados de gente cansada y
taxis que chocan y prostitutas golpeando a clientes que no les pagaron y hojas
amontonadas mezcladas con plástico). Calmémonos. Siempre vamos a tener a la
muerte con su certeza morbosa. Y siempre vamos a tener al desprecio para evocar la
belleza. Y al vino. Siempre vamos a tener al vino.

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