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El culto divino al soberano

Para James G. Frazer, la noción de “dios-hombre” u “hombre-dios”


pertenece a los albores de la historia religiosa, cuando tanto los hombres
como los dioses eran considerados prácticamente la misma cosa. Después,
en el pensamiento religioso ulterior, se produjo una ruptura radical que
separó ambas concepciones y alejó a los dioses de los mortales; sin
embargo, los reyes y jefes, como una creencia residual de aquellos tiempos
pretéritos y primitivos, serían los únicos que mantendrían vivo aquel
vínculo entre los humanos y los seres divinos.
El rey de Loango era honrado por su pueblo como si fuera un dios y era
denominado con las palabras Sambee y Pango, que significan precisamente
esto, como el Horus egipcio. Hasta finales del siglo XIX el rey de Benin
era el objeto principal del culto en todos sus dominios; por su parte, el rey
de Iddah, consideraba que Dios le había hecho “a su propia imagen” y que
era completamente igual a éste, quien le había señalado específicamente
para desempeñar la importante función regia.
Siguiendo el vasto trabajo de Frazer, el rey de Siam era venerado como una
auténtica deidad, y el procedimiento que seguían sus súbditos para honrarle
es tan curioso como difícil de asimilar hoy en día: éstos no osaban mirarle a
la cara y cuando se hallaban ante él, se arrodillaban y apoyaban los codos
en el suelo; así se mantenían todo el tiempo durante el cual estaban en
presencia de su señor. Existía un lenguaje especial dedicado a la persona
sagrada del monarca que debían conocer y emplear todos los que se
dirigiesen a él. Cualquier detalle de su persona y de su fisonomía, tanto los
signos internos como externos, como su aliento, su cabello, las plantas de
sus pies o su simple respiración, tenían un nombre designado especialmente
para ello.
Ya hemos visto que los faraones egipcios eran deificados en vida y que se
les ofrecían sacrificios y se erigían templos particulares para rendirles
culto, edificios que tenían sacerdotes propios. El rey egipcio no sólo se
tituló autoridad de Egipto, como Horus reencarnado, sino que se
autoproclamaba además “soberano de todos los países y naciones, del
mundo entero a lo largo y a lo ancho, del este al oeste; todo lo comprendido
en el gran círculo solar”. No sabemos si serían de la misma opinión los
reyes de otras culturas e imperios contemporáneos…
Según señala el referente ineludible James Frazer, “Sus títulos [los del
faraón] provenían directamente de los del ‘dios-sol’. En el curso de su
existencia el rey de Egipto agotaba todas las concepciones posibles de
divinidad que los egipcios habían forjado. Un dios sobrehumano por su
nacimiento y por su puesto real, llegaba a ser después de muerto el hombre
deificado. Así que todo lo que se conocía de lo divino se concretaba en él”.
El culto solar y la identificación del soberano como emanación del astro
rey será una constante en casi todas las realezas de carácter sagrado. En el
Occidente medieval muchos soberanos, como podremos comprobar, fueron
considerados monarcas solares, y rindieron culto al astro que pensaban
irradiaba la luz y la vida, como una poderosa influencia de los antiguos
cultos paganos y ancestrales, a pesar de su declarado catolicismo impoluto.
Personajes como Federico II de Hohenstaufen –éste no tan “católico”-,
Rodolfo II o los españoles Jaime I o Carlos V, entre otros, son auténticos
ejemplos de “monarcas solares”.
El Sol (Ra) tuvo una importancia capital en la civilización egipcia, pues fue
considerado el eje sobre el que se sostenía toda su cosmogonía. Algunos
faraones, como Ramsés II, rindieron auténtica devoción al culto solar y
edificaron templos en su honor, como el gigantesco Abu Simbel. Los
pueblos prehispánicos no otorgaron menos importancia al astro rey u eran
considerados “hijos del Sol”. Los incas eran reverenciados como si fueran
dioses; como tales, su pueblo consideraba que nunca podían equivocarse y
ninguno de sus súbditos pensó jamás en hacer daño a la persona del
monarca, a su honor o propiedades, o a cualquier miembro perteneciente a
la familia real. Debido a ello, los incas no consideraban que la enfermedad,
por ejemplo, fuera un mal, sino un “mensajero” enviado por su padre el
Sol, que les llamaba para descansar con él en el Cielo.
Los reyes babilónicos, desde los tiempos de Sargón I1, creían ser dioses
vivientes. Lo soberanos pertenecientes a la cuarta dinastía de Ur poseían
templos erigidos en su honor, y estatuas que los representaban distribuidas
en diferentes santuarios, donde se realizaban sacrificios en conmemoración
suya. Sus súbditos realizaban dichas ceremonias principalmente el octavo
mes del año, dedicado exclusivamente a sus reyes. Realizaban sacrificios
también en luna nueva y el día 15 de cada mes. Por su parte, los reyes
partos de la casa de los Asánidas se consideraban como “hermanos del Sol
y de la Luna” y se les rendía culto como si se tratase de auténticos dioses.
La evolución de la realeza sagrada alcanzó su expresión más absoluta en
las monarquías de Egipto y Perú, pero quizá ningún país haya sido tan
prolífico en “reyes-dioses” –a pesar de que cualquier hombre en un
momento determinado podía ser considerado un dios- como la India. Allí, a
cada rey se le consideraba poco menos que “un dios presente”; según las
leyes de Manu2, “ni siquiera un rey niño puede ser menospreciado por la
idea de no ser más que un mortal; él es una gran deidad en forma
1
En acadio Sharrum-kin, “rey legítimo”, “rey verdadero”, (2334 a. C. – 2279 a. C.) fue la primera
persona de la historia conocida por crear un imperio, el acadio. Éste abarcó la región de los ríos Tigris y
Eúfrates, y parte de la actual Turquía. Su capital fue Acad -o Ágade-. Sargón posiblemente fue la misma
persona que el primer Sargón de Asiria.
2
En la mitología hindú, Manu es el nombre del primer ser humano -la palabra humano proviene de este
término sánscrito-, el primer rey que reinó sobre la Tierra, y que fue salvado del diluvio universal. Es
llamado Vaivaswata, porque su padre fue Vivaswat, el dios del Sol -Vivaswān o Surya- y su madre
Saranyu. También es llamado Satyavrata -en sánscrito satia: verdad, vrata: voto-”.
humana”. Cuentan que hasta el siglo XIX, en Orissa, una extraña secta
rindió culto a la inglesa reina Victoria mientras ésta vivió, como su
principal deidad; mientras que otra secta que a principios del siglo XX
tenía gran cantidad de seguidores en Bombay y en la India, y de la que aún
hoy podemos encontrar cierta influencia, sostenían que sus Maharajás o
jefes espirituales eran los representantes e incluso las encarnaciones
vivientes del dios Krishna3, llegando sus seguidores, para obtener “la buena
voluntad del cielo”, a entregar todas sus posesiones y bienes materiales a
sus amadas “reencarnaciones”.
Bien pudieron ser auténticos farsantes quienes accedieron al poder –tanto
espiritual como político- de esta manera, aunque es difícil precisar si se
creían realmente tocados por la divinidad. Ni siquiera el cristianismo ha
sido ajeno a este tipo de personajes que se creían enviados de Dios, a pesar
e que su linaje no descendía en modo alguno de la estirpe regia que ha sido
asociado como una constante en diferentes culturas a lo sagrado. En el siglo
II, por poner sólo un ejemplo representativo a este respecto, Montano el
Frigio proclamó ser la misma encarnación de la Trinidad, aunando en su
persona a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, nada menos…

(Extraído de Historia oculta de los reyes, de Óscar Herradón).

3
En las principales tradiciones hindúes es una de las encarnaciones principales de Vishnu –su octavo
avatar-, pero en en el vaisnavismo gaudiya se le considera la fuente de toda la realidad material, que
constituiría una emanación suya, así como de las encarnaciones divinas, y por lo tanto es visto como el
único y siendo la forma original de Dios.

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