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Bibliografía
• Parain, Charles. “Caracteres generales del feudalismo” En Parain, Vilar, Globot et. al., El
modo de producción feudal. Discusión sobre la transición al capitalismo Madrid, Ediciones de
Ambos mundos, 1972.
• Romano, R., Los conquistadores, Huemul, Buenos Aires, 1978. Primera parte, capítulo 2.
ACTIVIDAD DE INTEGRACIÓN
Dobb, Maurice: Estudios sobre el desarrollo del capitalismo. Argentina. 1975. Capítulo: “La
declinación de feudalismo”. Fragmentos de las páginas 54 a 65.
Difiere el capitalismo en que, bajo éste el trabajador, en primer lugar (como bajo la esclavitud),
ya no es más un productor independiente sino que está divorciado de sus medios de
producción de la posibilidad de procurarse su propia subsistencia; pero, en segundo lugar (a
diferencia de la esclavitud), su relación con el poseedor de los medios de producción que lo
emplea es puramente contractual (un acto de venta o alquiler rescindible a breve plazo):
frente a la ley es libre para escoger patrón y para cambiar de patrones; y no tienen obligación
alguna –fuera de la impuesta por un contrato de servicios– de entregar trabajo o dinero a un
amo”.
“La productividad del trabajo se mantuvo muy baja en la economía señorial, a causa de los
métodos empleados, así como de la falta de incentivos para el trabajo: pero no sólo eso: hasta
tal punto era pobre el rendimiento de la tierra, que ciertos especialistas han llegado a inferir
que el sistema del cultivo tendía un efectivo agotamiento del suelo. El primitivo sistema de
rotación, la falta de suficientes plantaciones de nabos y de forrajeras como la alfalfa, daban al
suelo poca posibilidad de recuperarse luego de la cosecha; y si bien se conocía el abono
impedía abonar su tierra en la proporción “requerida por el suelo cultivado bajo el sistema
medieval de cosechas para no perder su capacidad productiva”. Hasta guardar rebaño propio
en su terrazgo no siempre le resultaba posible a causa del jus faldae del señor – el derecho de
éste a exigir que los rebaños de toda la corte se guardaran en su dominio propio -. De todas
maneras, los incentivos de progreso eran escasos o nulos. Como escribió un especialista en el
medioevo europeo: “todo mejoramiento del suelo no era más que un pretexto para una nueva
exacción” y el señor, que era “un mero parásito... desalentaba iniciativas y secaba toda energía
en sus fuentes al arrebatar al villano [campesino] una parte exorbitante de los frutos de su
esfuerzo, con lo que el trabajo era a medias estéril.” (...)
“Al mismo tiempo, las crecientes necesidades de renta de la clase feudal dominante exigían
una redoblada presión y nuevas exacciones a costa de los productores. En primer lugar, hubo
una tendencia (que parece haber sido más fuerte en el continente europeo que en Inglaterra)
a multiplicar el número de vasallos... Esto, combinado con el crecimiento natural de las
familias nobles y con un aumento de sus séquitos, abultó el tamaño de la clase parasitaria que
debía ser mantenida con el trabajo excedente de la población servil. A esto se agregaban los
efectos y el bandidaje que, casi podría decirse, eran parte integrante del orden feudal, y que
abultaban los gastos de las casas feudales y de la Corona al par que dejaban yermas y
devastadas las tierras. Mientras la exacción y el pillaje debilitan las fuerzas productivas, eran
aumentadas las exigencias que el productor debía satisfacer”.
Ruggiero Romano, Hispanic American Historical Review, 64 (1) 1984, 121-134. Duke University
Press
(…) “Creo, por el contrario, que la economía feudal puede definirse mucho mejor por aquello
que no es. Y ésta no es: a) una economía pura (o esencialmente) monetaria; b) una economía
con un mercado interno de gran escala; c) una economía con libertad de entrada y salida del
mercado laboral; d) una economía con libertad para acceder a y retirase del mercado de
bienes.
Si tuviese que resumir esas cuatro limitaciones, yo diría-esta vez en sentido afirmativo-que una
economía feudal es esencialmente una economía natural. Cuando digo esencialmente quiero
significar que, para la mayoría de los casos, ésta existe en un sistema de intercambio natural,
tanto en el mercado de bienes como en el mercado de trabajo. Y esto no es contradictorio con
la existencia de un mercado internacional. Basta con tener un conocimiento mínimo de la
historia económica de la Alta Edad Media para saber que el feudalismo no es contradictorio
con el comercio a larga distancia; huelga decir que los datos sobre el comercio a larga distancia
se remontan al Calcolítico. Estas consideraciones autorizan a hacer un juicio mucho más
amplio. Por mucho tiempo los especialistas-desde Sombart hasta Pirenne y Sapori (por
nombrar sólo a tres de cien)-han tenido un interés demasiado focalizado en el comercio
internacional y en su instrumento básico, la moneda. Todo iba bien si las mercancías y la
moneda circulaban. Si no, nos sumergíamos en las tinieblas del feudalismo. Pero se olvidaba
(como todavía hoy se olvida en el contexto americano) que una ciudad como Venecia o un
centro comercial como Nóvgorod no tienen la fuerza suficiente para conferir carácter
capitalista a toda una región económica-y que, en todo caso, estaríamos en presencia de un
capitalismo de tipo usurario o mercantil.
En síntesis, el problema fundamental sigue estribando en la producción y en los medios de
producción, en tanto que la distribución constituye un problema secundario, incluso, tal vez,
un epifenómeno.
(…) ¿En qué sentido es posible hablar de feudalismo en el contexto americano? Y sobre todo,
¿dónde y cómo podemos hallarlo? Creo que un punto de partida útil sería el análisis de las
características que revestía la propiedad.
Inicialmente pensamos sobre todo en las mercedes de tierras del mundo hispanoamericano y
en las sesmarias del mundo lusoamericano.1 ¿Qué significan esos términos? Se trata de
concesiones de áreas más o menos grandes de tierras a personas que se han distinguido
particularmente en la conquista de América. Pero la conquista nunca termina: ésta se prolonga
hasta nuestros días.2 Esta tierra no tenía valor, en tanto no hubiese trabajo disponible. De esta
manera, aparecían en escena las encomiendas de indios3 y la esclavitud. La esclavitud era un
concepto claro. Las Encomiendas eran una suerte de concesiones de trabajadores asignados
(encomendados) a un conquistador, quien tenía la obligación de civilizarlos (por ejemplo,
ocuparse de su evangelización). Por su parte, los encomendados debían proporcionar trabajo
obligatorio al encomendero.
Las mercedes y las encomiendas ya parecen tener suficientes rasgos feudales para caracterizar
la economía del siglo dieciséis. Bien sé que me observarán (de hecho, ya lo hicieron) que las
concesiones de tierras y hombres propias del feudalismo clásico siempre iban acompañadas de
la obligación por parte del feudatario de prestar un amplio escalafón de servicios
(especialmente en tiempos de guerra). Estas obligaciones no se manifiestan en el ámbito
americano. … De hecho, donde existía un estado crónico de guerra (como, por ejemplo, en el
sur de Chile) las concesiones de encomiendas tomaron en cuenta el servicio militar.
Es seguro que las mercedes de tierras, si bien no desaparecieron por completo, fueron
perdiendo importancia a lo largo del siglo dieciséis. También las encomiendas de indios
perderían relevancia económica. Por consiguiente, es necesario tratar de entender los sentidos
que asumían la adquisición de tierra y el asegurarse la fuerza de trabajo. En lo que respecta a
la tierra, la norma era la ocupación ilegal, en sus formas más variadas y sutiles. Los numerosos
intentos del Estado español para poner orden en este proceso, o de restaurarlo, fracasaron
siempre. Bien sabemos que las composiciones de tierras nunca concluyeron.4 Y la ocupación de
tierras, disfrazada de mil maneras, continuará hasta nuestros días.5
En lo que se refiere al trabajo, la situación no cambió demasiado. Repito: la encomienda se
debilitará (de diversas maneras y según la región). Pero otras instituciones persistirían, por
ejemplo, la mita. También aparecerán formas nuevas, como el peonaje, el yanaconazgo y el
1
La bibliografía es muy extensa; véase A. Tanodi, M. Fajardo y M. Dávila, Libro de mercedes de Córdoba
de 1573 a 1600 (Córdoba, Arg., 1958); C. Freire A. Fonseca, “Sesmarias no Brasil”, en Dicionário de
História de Portugal (n. p., n. d.). Véase también la impresionante obra de C. Freire y A. Fonseca:
Economía natural e colonizacao do Brasil: estudo das doacoes de sesmarias de Pernambuco, 1534-
1843”, (Tesis de Maestría, Universidad de Río de Janeiro, 1974).
2
Véase Alfred Metraux, L´Ile de Paques (París, 1965), pp. 65-68.
3
Una obra clásica sobre el tema es la de Silvio Zavala, La encomienda indiana (Ciudad de México, 1973),
2° ed.
4
Germán Colmenares, Cali: Terratenientes, mineros y comerciantes (Cali, 1975), pp. 43-49.
5
Ricardo Donoso y Fanor Velasco, La propiedad austral (Santiago, Chile, 1970).
inquilinaje. Pero ¿En qué consistían esas formas “nuevas” de trabajo “libre”? (tal como, con
ligereza, han sido definidas).
El inquilino y el yanacona eran personas que, a cambio del uso de una parcela de tierra,
entregaban al señor tres, cuatro o cinco días de trabajo a la semana.
Peones: por cierto, se trataba de trabajadores nominalmente libres remunerados en dinero.
Pero detenerse en las denominaciones es algo que el historiador no hace o no debería hacer.
En los hechos, los peones no eran libres: una vez que han caído bajo la dependencia de un
señor, rara vez escapaban. El sistema que generaba su dependencia era bien simple y se
basaba en el endeudamiento. El señor (que podía ser un encomendero, el dueño de una mina,
un convento, un sacerdote o un militar) pagaba salarios por adelantado. El peón se obligaba a
comprar al señor (o, más exactamente, a adquirir de éste) ropas, alimentos y alcohol. El
endeudamiento era crónico y se transmitía de padres a hijos.”