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patrones tóxicos
De nuevo en el borde de la cama, mis ojos vidriosos repasan cada
recuerdo como si leyeran un libro abierto. De nuevo en el mismo punto,
con el mismo lastre que sobrecarga el interior de mi cuerpo. ¿Cómo es
posible? Personas distintas, relaciones análogas. Idénticas emociones
en forma de tormenta que rasgan por dentro. Una mala fotocopia de una
imagen distorsionada copiada en otro momento.
Y ahora no queda más que el vacío de la ausencia.
Explicación de la repetición
La búsqueda compulsiva de recobrar lo vivido, puede producirse con el
objetivo de reparar las fallas emocionales, de alguna forma una
oportunidad de lograr un resultado diferente, una nueva oportunidad de
enfrentarse a roles y situaciones ya vividas, buscar enmiendas, curar
heridas profundamente ancladas en lo más profundo del ser. En
resumen, obtener un amor de la figura de apego de la forma que fue
vital tener y no se tuvo.
Desde una perspectiva teórica actual, distintas escuelas y orientaciones
de psicoterapia coinciden, aunque con distinto lenguaje técnico y
perspectiva, en que la mente se estructura en el seno de las relaciones, y
que determinados aspectos sobre los modos de relacionarse, así como la
autoimagen y las expectativas de los demás quedan grabados en forma
de esquemas, que actúan de manera estable en forma de automatismos
en el pensamiento y las emociones. Esto se debe a la tendencia de
nuestra mente a conservar una continuidad y cohesión con la experiencia
asimilada. Se mantiene cierta necesidad de estar en contacto con formas
de relación que son familiares a su experiencia y que les mantiene
conectados con el mundo interpersonal conocido.
“los sentimientos dolorosos, las relaciones autodestructivas y las situaciones de
autosabotaje se recrean a los largo de la la vida como medios de perpetuar los
primeros lazos con las demás personas significativas” (Mitchell, 1993, p.40)
Algunas veces toman los roles traumáticos como una forma de obtener
en el presente el control de situaciones que fueron desbordantes en
el pasado. En esos aspectos emocionales que se transfieren al presente,
no sólo se repiten las mismas configuraciones o posicionamientos ante el
Otro, sino que también se pueden invertir los roles: la víctima siempre
aprende los dos papeles de la situación traumática, víctima y verdugo,
dos caras de la misma moneda. Éste es el caso de las personas que,
habiendo sido sufrido alguna negligencia , se identifican con el
perpetuador y repiten la escena en su conducta como una forma de
obtener una identidad poderosa, no débil, pasiva ni padeciente. En el
reverso de la moneda, otra forma de control en la transferencia es
adoptar comportamientos de sumisión, pasividad y sometimiento ante los
deseos y abusos del Otro, con el objetivo de aplacar al persecutor o
incluso provocarle intencionadamente, re-actuando la situación pero esta
vez de una forma controlada y no sorpresiva, ya que es uno quien cree
ser protagonista y responsable de lo que le ocurre. Con estas conductas
masoquistas se reduce el impacto traumático, mediante la
autoinculpación y “salvando” a la figura de apego, que, a pesar de todo,
sigue necesitando.
¿Condenados a enamorarse mal?
Resumidamente, a veces ocurre que el objeto de amor elegido no va en
consonancia con atributos y cualidades, psicológicas y físicas, que le
atraen o convienen a un sujeto: puede estar cubriendo
inconscientemente a otro nivel motivacional algún vacío o compensando
un conflicto, de un aspecto que es esencial para él/ella. Por esto, no tiene
sentido decir que se elige mal y culpabilizarse: en primer lugar porque no
es voluntario, y en segundo porque las emociones se dirigen a elegir lo
mejor de lo que está disponible, para resolver parcialmente
ciertos deseos y necesidades que pujan desde dentro de una persona en
un momento específico; aunque no sea lo más adecuado para la
totalidad de dicha persona.
¿Pero es eterna esa condena? La respuesta es NO.
Me gustaría invitar a la reflexión de qué aspectos puedan estar
enganchando a relaciones tóxicas. Qué motivaciones pueden haber
detrás de dichos patrones. No es mi intención hurgar gratuitamente en
cicatrices ni memorias dolorosas, pero sí convidar a un aprendizaje
personal que permita una mejor elección de pareja, así como para
mejorar aspectos dentro de una relación ya establecida. Está en
nuestras manos la decisión de con quién compartimos nuestra vida
y cómo lo hacemos. De ahí la importancia de dar un primer paso
y reconocer la implicación psicológica propia.
Tras una apropiada exploración, que permita una reflexión sobre las
experiencias vividas y una comprensión que ofrezca una coherencia,
es especialmente importante tener una oportunidad de vincularse, actuar
o pensar de una forma distinta dentro de una relación significativa–como
una relación de apego seguro o una relación terapéutica, que permiten
una experiencia reparatoria y de regulación emocional–, ya que es la
única forma de imprimir experiencias emocionales correctoras en la
memoria implícita.
El azar sigue actuando en la vida y existen nuevas oportunidades de
establecer distintos vínculos, pero desde luego la atracción es mucho
mayor hacia esos vínculos inadecuados, y no es una solución saltar de
relación en relación manteniendo el mismo lastre. En cada relación se
abre una ventana hacia el pasado, a lo experimentado en las relaciones
a lo largo de la vida. Se reviven y despiertan deseos y angustias, pero se
brinda la posibilidad de sanar, de realizar lo nunca vivido en un vínculo,
de construir mutuamente lo íntimamente anhelado.