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Vicente Lull & Rafael Mico - Arqueologia Del Origen Del Estado - Las Teorías PDF
Vicente Lull & Rafael Mico - Arqueologia Del Origen Del Estado - Las Teorías PDF
LAS TEORÍAS
VICENTE LULL
RAFAEL MICÓ
A Cristina y Roberto
1
Introducción.
El objetivo de este trabajo es proponer una síntesis de las principales teorías
sobre lo que en la actualidad definimos como “Estado”; una síntesis que pueda
ser útil para quienes aborden una investigación de las sociedades que han
desarrollado esta forma de organización política y, en especial, de aquéllas
estudiadas convencionalmente por la arqueología. No es casual, en este
sentido, que nuestra actividad docente en “Arqueología del origen del Estado”
haya influido de forma importante a la hora de escribir este libro. La
exposición no es, ni puede ser por nuestra parte, completa, un objetivo
asumido por diferentes obras generales de ciencia y filosofía políticas1.
Nuestro interés aquí reside en resumir aquellas contribuciones que, según
nuestro criterio, más favorecieron a que el Estado se fraguara en las formas en
que lo experimentamos y, sobre todo, entendemos hoy. Puede acusársenos de
lesa intencionalidad en la selección de las distintas perspectivas que
trataremos. Somos conscientes de ello. Se trata de una acusación certera y
adecuada, diríamos que hasta lógica, por cuanto, para cualquier estudioso de la
política, la elección del discurso constituye por definición lo político mismo.
Un relato sobre el Estado no puede dejar de ser político, pues, si no lo fuera,
nada lo sería.
2
que nos ocupa. Tan sólo Hegel y Marx han sido objeto de un tratamiento más
detallado, especialmente detallado para reflejar la complejidad de sus
propuestas (por cierto que contrapuestas) sobre la razón de ser del Estado.
Vale decir también que hemos reducido al mínimo las citas, referencias o
comentarios realizados por parte de estudiosos de las obras de los autores
incluidos aquí. En este sentido, presentamos una elaboración lo más personal
posible derivada de la lectura directa de las obras seleccionadas. En ciertos
casos, además, no nos hemos resistido a la tentación de cuestionar la calidad o
la orientación de los discursos políticos que avalan, pese a que nuestra
intención original se limitaba a mostrar sus componentes más significativos.
3
partir de la asunción de unos derechos individuales innatos que, mediante
pacto o contrato, son cedidos a una institución de gobierno que nace
precisamente en ese momento. Vuelve a ser clave la noción de soberanía,
aunque esta vez reside, directa (Rousseau) o indirectamente (Locke) en el
“pueblo”, entendido como el conjunto de individuos con ciertos derechos
inalienables.
Fruto de la mixtura entre estas tres variantes y del desarrollo de las ciencias en
el siglo XIX, se generaron concepciones del Estado de corte positivista y, más
tarde, evolucionista, que han aportado matices diversos a un mismo espacio
semántico. El Estado comenzó a entenderse como una forma histórica que
podía ser analizada a partir del reconocimiento y estudio de formas de
organización política pre-estatales. No se ponía en duda que era la mejor
forma posible de sociedad pero, a diferencia de las anteriores propuestas,
intentaba desterrar la idea del Estado como plasmación de una voluntad, ya
sea compartida por individuos particulares (contrato) o general y metafísica
(idea ética). Gracias a ello, la investigación histórica, antropológica y
arqueológica vieron abierto ante así un amplio campo de indagación por el que
todavía transitamos hoy. Desde el evolucionismo se considera que a lo largo
de la mayor parte de su historia, el género humano ha vivido en el marco de
sociedades “simples”, es decir, no estatales. Sin embargo, con creciente
frecuencia a partir del Neolítico, las sociedades han tenido que hacer frente a
condiciones medioambientales, demográficas y tecnológicas adversas que
plantearon serios problemas para la propia supervivencia de los grupos
humanos. Ello obligó a buscar nuevas formas de organización que permitiesen
superar la crisis; es decir, forzó a cambiar para adaptarse y sobrevivir, como es
ley en todas las especies ante el continuo filtro de la selección natural. La
institución estatal sería, justamente, un mecanismo adaptativo complejo
desarrollado por las sociedades humanas en respuesta a ciertas presiones
ambientales. La política, extensión de la categoría más amplia de “cultura”,
caracterizaría mejor que nada a la única especie que puede prescindir del azar
de la mutación genética para perpetuarse con éxito en la biosfera.
4
civilizadas. Éstas constituyen un subconjunto dentro del universo de la
variabilidad humana y tanto su aparición como su funcionamiento obedecen a
factores que las nacientes ciencias sociales y humanas deberán encargarse de
dilucidar. La filosofía se materializa y el conocimiento empírico se multiplica
desde la antropología, la sociología, la historiografía y la arqueología. Los
argumentos se apoyan en numerosos y variados datos hasta que aparece la
figura del científico profesional. Éste, como trabajador al servicio del Estado,
generalmente capitalista, tiende con mucha frecuencia a elaborar discursos de
legitimación y a buscar los datos oportunos para sancionarlos.
La segunda parte del libro posee un contenido más específico, por cuanto se
ocupa de exponer las aproximaciones más influyentes en la investigación
sobre el surgimiento y la dinámica de los primeros Estados. Nos situaremos,
como es de imaginar, dentro del campo de la arqueología, el ámbito que mejor
define nuestra formación y nuestra profesión. Pese a que es preciso reconocer
el trabajo acumulado por innumerables investigadores a lo largo de más de un
siglo, no dejaremos de comentar críticamente las premisas y métodos que, a
nuestro juicio, han conducido al estancamiento que hoy experimenta el estado
de la cuestión. A dicho estancamiento contribuyen básicamente dos factores.
El primero tiene que ver con la pervivencia de una tradición anticuarista y casi
fetichista, estrechamente vinculada con la historia del arte, que obtiene de la
arqueología de los primeros Estados una fuente aparentemente inagotable de
motivos y recursos. Monumentos en ruinas, joyas y armas, redimensionados
“espectacularmente” por los medios de comunicación de masas y por obra de
la industria turística, alimentan discursos e imágenes que hoy, lo mismo que
hace dos siglos, buscan impresionar a la audiencia, endosarle algún escueto
5
mensaje casi siempre de corte reaccionario o, simplemente, tenerla entretenida
durante un rato.
Agradecimientos.
A Roberto Risch y Cristina Rihuete Herrada, a quienes va dedicado el libro.
Aunque sólo sea por una vez, coincidimos con Aristóteles en reconocer a la
amistad como el máximo valor social. Su apoyo constante y sus sugerencias y
aportaciones, siempre valiosas, han alimentado una travesía no siempre libre
de dudas. Obviamente, deseamos dejar claro que no son responsables de los
errores u omisiones que el trabajo aquí presentado pueda contener.
A Mª Eugenia Aubet, por su apoyo y resolución para que este trabajo viera la
luz en las mejores condiciones, así como al personal de Ediciones Bellaterra
encargado de la preparación y edición del texto. Tampoco olvidamos a Manuel
Lull, quien derrochó paciencia en la complicada labor de revisión
bibliográfica.
6
Una parte sustancial de las reflexiones y propuestas plasmadas en este libro se
generaron en el contexto de la investigación sobre el desarrollo de la primera
sociedad estatal en la península Ibérica, el llamado Grupo Argárico. De ahí
que reconozcamos el apoyo de los organismos que han financiado los diversos
proyectos involucrados en dicha investigación: “Arqueología de los conjuntos
funerarios del Grupo Argárico. Economía, política y parentesco en las
comunidades prehistóricas del sudeste de España (2250-1500 antes de nuestra
era)” (BHA2003-04546) y “Arqueología del Grupo Argárico. Producción y
política en el sudeste de la península Ibérica (2250-1500 antes de nuestra era)”
(HUM2006-04610/HIST), ambos al amparo del Ministerio de Educación y
Ciencia, y Grup de Recerca d’Arqueoecologia Social Mediterrània, apoyado
por la Direcció General de Recerca de la Generalitat de Catalunya (2001SGR
000156 y 2005SGR 01025).
7
PRIMERA PARTE. TEORÍAS SOBRE EL ESTADO
CAPÍTULO 1
La concepción clásica
Para casi todas las escuelas filosóficas de la antigüedad clásica, el Estado era
la organización social más justa. Se creía y se defendía que el Estado
expresaba un orden inspirado por la Justicia y el Bien. Se podía debatir, no
obstante, que algunos tipos de Estado eran más justos que otros pero, en
cualquier caso, todos tendían hacia el mismo lugar. La Justicia se erigía en el
fundamento articulador de las relaciones sociales; el Estado más anhelado
sería aquel que aspirara a una mejor adecuación de las relaciones sociales en el
8
seno de la polis. El nivel de Justicia logrado era, por tanto, aquéllo que
concedía legitimidad a un Estado. Dicho nivel se medía por una ordenación
prevista cuyo objetivo apuntaba al Bien social, pero ¿para quién?
9
fuerza permite medir. Cualquier orden social se vale de la fuerza para imponer
sus intereses en el campo de lo político5.
10
la gracia y la verdad, puedes asegurar, sin temor de engañarte, que la
idea del bien es distinta de ellas, y las supera en belleza.(...) en el mundo
inteligible pueden considerarse la ciencia y la verdad como imágenes
del bien, pero no habrá razón para tomar la una o la otra por el bien
mismo, cuya naturaleza es de valor infinitamente más elevado>”7
Los sabios son aquéllos para quienes las cosas materiales no son objeto de
codicia. Aquéllos que, como sabedores de la razón verdadera y conocedores
de la dialéctica8, son los únicos que pueden guiar a la sociedad hacia el Bien9
mediante el establecimiento y salvaguarda de un Orden y una Justicia
adecuadas para tal fin. El gobierno será “bueno” sólo cuando tenga como
gobernante “a un hombre que una el conocimiento del bien al de lo bello y al
de lo justo”10. Ante todo, los magistrados-filósofos deberán poseer el control
de la gestión social. Resulta esclarecedora una de sus competencias, la de
seleccionar en el nacimiento a qué estamento adscribir a los nuevos
individuos. Decía la fábula que los dioses compusieron de oro a los destinados
a gobernar, de plata a los defensores del Estado, los guerreros, y de hierro y
bronce a los labradores y artesanos que debían procurar ropa, cobijo y sustento
a toda la sociedad. Por ello, a los magistrados les correspondería averiguar con
qué tipo de metal estaba compuesta el alma de cada niño, para así destinarlo a
la función que más se ajustara a su naturaleza11. Resulta relevante que Platón
considerara que las mujeres podían acceder a esta primera capa,
desmarcándose un tanto de la pésima consideración de Aristóteles hacia el
sexo femenino. En cualquier caso, Platón suscribe la inferioridad genérica de
las mujeres12, de entre las cuales sólo destaca y acepta a aquéllas que posean a
cualidades análogas a las de los hombres.
7
Rep. 203.
8
“Y así, el que se dedica a la dialéctica, renunciando en absoluto al uso de los sentidos, se eleva, sólo
mediante la razón, hasta la esencia de las cosas; y si continúa sus indagaciones hasta que haya percibido
mediante el pensamiento la esencia del bien, ha llegado al término de los conocimientos inteligibles, así como
el que ve el sol ha llegado al término del conocimiento de las cosas visibles> (Rep. 222).
9
La búsqueda del bien se conecta con el tema de la epistemología idealista platónica y el mito de la caverna:
para ello, véanse pp. 205-211, en especial la p. 208.
10
Rep. 200.
11
Rep. 121-122
12
<<Sócrates: Ya ves, mi querido amigo (Glaucón), que en un Estado no hay propiamente profesión que esté
afecta al hombre o a la mujer por razón de su sexo, sino que, habiendo dotado la naturaleza de las mismas
facultades a los dos sexos, todos los oficios pertenecen en común a ambos, sólo que en todos ellos la mujer es
inferior al hombre.
Glaucón: Es cierto.>> (Rep. 155).
11
evitar que se convirtieran en tiranos o protectores de tiranos. El cuidado en su
formación debía de ser muy meticuloso, porque en ocasiones algunos de ellos
podían acceder a la capa de los magistrados.
Platón nos instruye sobre las peculiaridades de su educación, que debía estar
guiada y dirigida hacia las ideas de Bien y Verdad. Platón propone que
escuchen fábulas y relatos que muestren a los dioses como seres que sólo
hacen cosas buenas, rectas y veraces. Su instrucción ha de evitar la literatura
sentimental y emotiva, y deben incluir un cierto tipo de gimnasia y de música.
La exigencia de que las mismas tareas y entrenamiento se aplicasen a mujeres
y hombres constituye un postulado revolucionario para su época13.
La tercera y última capa social es la formada por los campesinos, que deben
proporcionar los medios de subsistencia, así como los artesanos y a aquéllos
que reciben salario por su trabajo (“mercenarios”). Todos ellos se ocupan de
13
Se señala que es preciso formar a las mujeres para la guerra y tratarlas como a los hombres (Rep, 151, 165)
y que la única diferencia entre los sexos es la de que “el varón engendra y la mujer pare” (Rep.154)
14
Rep.156-157.
15
Este ámbito está controlado secretamente por los magistrados, quienes procuran mediante mentiras y trucos
que se apareen con mayor frecuencia los individuos más sobresalientes de ambos sexos.
16
Rep. 160.
17
Rep. 123, 165, 230.
12
cubrir las necesidades sociales básicas a partir de una dedicación a tiempo
completo en las tareas imprescindibles para reproducir materialmente la
sociedad. Según el ordenamiento de Platón, resulta obvio que ninguno de ellos
podrá dirigir el Estado, pues, recordemos, sólo los sabios-filósofos han
accedido racionalmente al conocimiento del Bien y, por tanto, sólo ellos
pueden garantizar un orden social justo que tienda hacia él. El resto de los
ciudadanos, guerreros y productores, deben atesorar la virtud de la templanza
que no es más que reconocer la autoridad de quien manda; y ello no por
miedo, sino por el convencimiento de que quien gobierna es el más capacitado
intelectualmente para hacerlo y que sus decisiones siempre estarán guiadas en
pos del Bien común, nunca del beneficio particular. Contra el Orden, la
Justicia y el Bien, sólo actúa el ignorante.
18
Rep. 165-166.
13
y magistrados serán acertadas y producirán beneficios extensibles al resto de
la sociedad. Ello supone implícitamente conceder una mayor primacía a los
sectores militares y gestores sobre campesinado y artesanado. Esto se señala
explícitamente en pasajes breves, como por ejemplo, “¿No son los guerreros la
mejor clase del Estado?”19, o cuando recomienda que a los guardianes que
muestren cobardía o indignidad se les “degrade y relegue entre los artesanos y
labradores”20 .
14
provocados por los deseos y egoísmos particulares.
Conclusión.
Platón propone una “revolución desde arriba”; es decir, realizada cuando el
hijo de algún monarca o el gobernante de algún Estado sea “filósofo” y
aplique desde su posición las normas que inspiran el Estado ideal delineado
por Sócrates en su diálogo. A partir de ahí, se supone que las ventajas y el
éxito que acompañarán la materialización de tales preceptos hará que el
ejemplo se extienda22.
22
Rep. 196 y ss.
15
Cuando cualquier idea es compartida por un grupo deviene ideología. La
ideología constituye y define el lugar de las ideas compartidas. Se originan a
partir de reflexiones sobre la práctica social concreta y están enraizadas en las
condiciones materiales que posibilitan dicha práctica. Las ideologías buscan
razones para legitimar esas raíces o para subvertirlas. Por ello, las ideologías
implican necesariamente concepciones opuestas sobre el bien social. De ahí
también que, por desgracia para el ideal platónico, el Bien para unos suele
conllevar el Mal para otros. El Bien no es un absoluto que trascienda
condiciones históricas ni situacionales. Las ideologías son formas de
pensamiento que proceden del mundo y actúan en él gracias a unas
condiciones que las sustentan. Por ello, las ideologías sólo cuentan si se llevan
a la práctica y sólo se llevan a la práctica las que disponen de las condiciones
apropiadas. Lo importante es qué se hace o se consigue con las ideologías, no
la representación o la opinión de lo que es bueno o conveniente hacer. Platón
ofertó con su República un modelo utópico de orden social que careció de
implantación real porque materialmente no interesó a nadie como para llevarlo
a la práctica.
Los supuestos de los que partía Platón son cuestionables y, en algún caso,
incluso paradójicos. En primer lugar, la consideración de que la reunión de
muchos hombres originó lo que llamamos Estado para auxiliarse mutuamente
iguala la noción de Estado a la noción de sociedad, confundiendo el gobierno
con cualquier tipo de relación social. Este supuesto presupone a su vez otro
más, la individualidad como punto de partida social: la impotencia de un solo
hombre para ser autosuficiente respecto a lo que necesita para vivir le impulsó
a vivir en sociedad23. Este punto de partida de conciencia subjetiva e
individualista llega a asimilar el arte de gobernar al oficio de pastor o de
timonel, arrastrando consigo el convencimiento de que todo gobernante no
persigue su propio beneficio24, sino el de sus súbditos, o que el gobierno
persigue siempre un interés general.
23
Rep. 79-80.
24
<<-Sócrates: (...) todo hombre que gobierna, considerado como tal, y cualquiera que sea la naturaleza de su
autoridad, jamás se propone, en lo que ordena, su interés personal, sino el de sus súbditos. A este punto es al
que se dirige, y para procurarles lo que les es conveniente y ventajoso dice todo lo que dice y hace todo lo
que hace>> (Rep. 58)
16
propietarios de las condiciones materiales querían asignar para ampliar el
suyo. En ambas, un pobre no puede decidir “libremente” dejar de serlo: si en
la polis se le negaba la ciudadanía, ahora la libertad pregonada en las
Constituciones no puede ni evitar ni esconder la reproducción de la miseria
social. Si la riqueza del pobre y, con ella, su libertad real, suponen la pobreza
del rico, éste lo impedirá con todo su arsenal de violencias.
25
Sentencia puesta en boca de Sócrates (Rep.136). La injusticia sería precisamente el desorden de funciones
dentro del Estado. Cada cual debe mantenerse en los límites de su oficio, los “mercenarios” (labradores y
artesanos), los guerreros y los magistrados) (Rep. 137 y 144).
26
La versión que hemos usado aquí es la de Julián Marías y María Araujo para el Instituto de Estudios
Políticos, Madrid, 1970.
27
Pol. 2.
28
Pol. 8.
17
no la posee (los animales no dan cuenta de la razón)29. En utilidad, animales y
esclavos difieren poco (suministran lo necesario para el cuerpo). En lo que
concierne a la Justicia, la templanza platónica es sometida de nuevo a la
determinación de un ser naturalizado:
Así pues, el punto de partida queda fijado por lo que las cosas son
“naturalmente”, la primera de las cuales es que el ser humano es por
naturaleza un animal social, dado que “ningún individuo se basta a sí
mismo”31. Sin embargo, esta noción de naturaleza original que debiera
establecer una idea prístina de comunidad por encima de las intenciones o de
la voluntad de los individuos tropieza con numerosos asertos que reposan en
otra convicción opuesta que señala que la vida en común se elige. Para la vida
social resulta necesaria la unión entre hombre y mujer y también la amistad,
igualmente necesaria para la elección de la vida en común ya comentada.
18
pero sin injusticia”33.
33
Pol. 46.
34
Aristóteles define ciudad como una muchedumbre de ciudadanos suficiente para vivir con autarquía (Pol.
69) y también como una comunidad de hombres libres (Pol. 80).
35
Pol. 90.
36
Pol. 104.
37
Pol. 90.
38
Pol. 186.
39
Pol. 186 y ss.
40
Pol. 110.
41
Pol. 110.
42
Pol. 111.
19
prudencia”43.
43
Pol. 111.
44
Pol. 211
45
Pol. 111. Las cursivas son nuestras.
46
Pol. 126.
47
Pol. 149.
20
“(...) han de considerarse envilecedores todos los trabajos, oficios y
aprendizajes que incapacitan el cuerpo, el alma o la mente de los
hombres libres para la práctica y las actividades de la virtud. Por eso
llamamos viles a todos los oficios que deforman el cuerpo, así como a
los trabajos asalariados, porque privan de ocio a la mente y la
degradan”48 .
El ocio vuelve a aparecer como base de la vida del ciudadano: aquéllo que,
primero, le permite acceder a una educación selecta y, más adelante, llevar las
riendas de la ciudad. El ocio es así “el principio de todas las cosas (...) es
preferible al trabajo y fin de él”49. Sorprendentemente, no se valora de la
misma manera las posibilidades de ocio en las clases bajas de sociedad,
cuando se lamenta que “los más perezosos son los pastores, pues los animales
domésticos les suministran el alimento sin que ellos se preocupen de
trabajar”50. En definitiva, no es el tipo de actividad lo que determina las
aptitudes de las personas, sino su “naturaleza”51.
Formas de gobierno.
Aristóteles prefiere algunas formas de gobierno, a las que denomina rectas,
sobre otras que tilda de desviadas, aunque no reniegue de ellas. Las formas
rectas de gobierno serían la Monarquía, o gobierno unipersonal que mira al
interés común; la Aristocracia, gobierno de unos pocos que se propone lo
mejor para la ciudad y sus habitantes, y la República o politeia, cuando
quienes poseen las armas gobiernan en aras del interés común. Entre las
formas desviadas, es decir, aquéllas que no buscan el provecho de la
comunidad, distingue la Tiranía, una Monarquía orientada al interés del
soberano; la Oligarquía, formada por unos pocos aristócratas que buscan el
exclusivo interés de los ricos, y la Democracia, una desviación de la República
que persigue el interés de los pobres.
21
básico que consiste en “velar porque el número de los que quieren el régimen
sea superior al de los que no lo quieren”. Aun así, lo que parece una simbiosis
entre el principio aristocrático (los puestos de rectores no están al alcance de
cualquiera) y el democrático (la mayoría tiene su peso en el mantenimiento del
orden político) pronto se esfuma, pues, para Aristóteles, la mejor forma de
gobierno acaba siendo una monarquía ocupada por hombres de virtud
excepcional52.
52
Pol. 96-97.
53
Pol. 142 y ss.
54
Pol. 144.
55
Pol. 145.
22
llamarse ciudadanos. En la medida en que este grupo consiga el equilibrio del
término medio (en la riqueza de sus miembros, en la prudencia de sus
decisiones) hallaremos la clave del éxito y de la perduración de la constitución
política que compartieron.
Conclusiones.
Aristóteles no desarrolló una teoría para explicar la diversidad de las
constituciones políticas, sino que se centró en clasificar las formas conocidas
de convivencia civilizada, definiendo tipos y subtipos e ilustrándolos a partir
de las informaciones disponibles en su tiempo. Los únicos intentos por dar
cuenta de lo existente parten indefectiblemente de una serie de apriorismos
que se justifican “por naturaleza”: (1) el hombre es un animal social que vive
en comunidades, preferiblemente en ciudades; (2) el hombre es superior a la
mujer y a los niños; y (3) hay hombres destinados al mando y otros a la
obediencia. Estos principios “naturales” fijos, combinados con dos factores
dinámicos, como son la búsqueda de la Felicidad por medio de la Justicia y el
Bien, y los avatares de la contingencia histórica, permitirían entender la
multiplicidad de las formas de gobierno de que se tiene noticia.
23
doméstica. Esta realidad que Aristóteles señala para la Grecia antigua debería
constituir una invitación permanente a la reflexión sobre el ejercicio del
gobierno en cualquier lugar y momento histórico, incluido el que nos toca
vivir bajo el signo de la democracia parlamentaria moderna.
24
acuerdos de convivencia, que contaba con algunos precedentes en la historia
de las polis griegas56.
56
En la Atenas del 411, los ciudadanos hoplitas, es decir, aquéllos que podían costearse el armamento y no
necesitaban recibir sueldo del Estado por dedicarse a la política, derrocaron a los 400 oligarcas en el contexto
de la guerra con Esparta. A continuación, instituyeron la Constitución de los Cinco Mil, que otorgaba el
protagonismo a la clase media. Sin embargo, este ordenamiento político fue efímero, derivándose pronto
hacia posiciones más democráticas.
25
supone una tautología y un juicio de valor; una tautología, porque sanciona lo
que es porque es; un juicio de valor, porque asigna a lo que es natural una
calificación positiva de bondad. Se trata de fundamentos cargados de
arbitrariedad y connotaciones morales. A partir de ellos, los clásicos griegos
desarrollaron argumentos y teorías para explicar fenómenos del mundo físico
o bien para resolver y programar cuestiones morales, éticas, religiosas,
políticas o sociales, sin darse cuenta que sus conclusiones razonadas y,
muchas veces, razonables, partían de fundamentos iniciales muy emparentados
con el sentido común de la época o, más bien, con el del sector de la sociedad
al que pertenecían. Raramente abordaron en detalle cuál había sido el proceso
de construcción del conocimiento que valoraban como Bueno o Justo, de
dónde procedían estos conceptos ampulosos y pretendidamente universales y
bajo qué condiciones podían ser pronunciados, recibidos y aplicados. Aunque
el mundo de la polis fue el primero en cuestionar las conclusiones de la razón
que no tuvieran un correlato en los hechos del mundo físico, y el primero en
exigir una aplicabilidad real de los principios sociológicos en el mundo social
(filosofías socio-políticas frente a teologías), descuidó, en el más amplio
sentido de la palabra, la metodología instrumental o práctica que debería
derivarse del pensamiento razonado. Este ámbito quedaba en manos de las
técnicas y la experimentación, cuyo devenir pocas veces tiene que ver con el
lugar de producción de las teorías filosóficas y, en cambio, mucho más con las
necesidades pragmáticas de la subsistencia o de los correlatos materiales de la
dominación política.
26
CAPÍTULO 2
El Estado según el Cristianismo
27
espirituales de la humanidad con independencia de las instituciones políticas,
se instituye en una fuerza material que a través de su desarrollo apoya o
desoye Estados a conveniencia.
28
aceptación del creyente a los poderes terrenales del status quo57 .
Aunque este no sea el lugar para exponer las vicisitudes del Cristianismo
desde sus orígenes, conviene recordar que las primeras iglesias cristianas
57
Federico Guillermo I, creador del Estado militarista y burocrático prusiano, actualizaría en el siglo XVIII
este principio político de la siguiente manera: “El alma es de Dios; todo lo demás me pertenece a mí”.
58
Touchard, op. cit., 89.
29
acogieron mayoritariamente a esclavos y gente pobre, y que los cristianos de
las clases altas podían amortiguar su participación en la vida política y en el
culto imperial al sentir que debían fidelidad a una autoridad que creían
superior. Tal vez estos factores contribuyan a explicar por qué el Estado
romano consideró al Cristianismo en momentos determinados una fuente de
inestabilidad o de sedición y, por tanto, objeto de persecuciones. En cualquier
caso, en el año 313 el Edicto de Milán autorizó el culto cristiano. Constantino
proclamó el Cristianismo como religión oficial del Imperio, aunque mantuvo
la tolerancia respecto al paganismo.
30
europea mantenerse a lo largo de los siglos sin abandonar los círculos de
gobierno y de poder en muchos Estados.
Pese a los beneficios globales de esta actitud, el cristiano vio dividida desde
entonces su lealtad y obligaciones a dos gobiernos. El gobierno divino era el
principal y se colocaba por encima del derecho político y del Estado, aunque
sin oponerse a él sino reforzándolo. Sin embargo, para muchos cristianos ha
sido muy difícil comulgar con las decisiones de ciertos gobiernos. Así,
armonizar ambas lealtades ha constituido una fuente de tensión importante,
que ha condicionado la generación de otras propuestas desde la órbita del
pensamiento cristiano. Pretender ser la luz y, a la vez, el interruptor que
permite su paso, no es en modo alguno una tarea fácil de justificar.
Las obras que tratamos aquí son La monarquía59 (De Regno, 1265-1267) y,
puntualmente, la Suma Teológica (Summa Theologica, 1267-1274), en
especial los extractos dedicados a la Ley60, donde se matizan ciertos asertos de
la primera obra. La Monarquía se divide en dos libros y destaca en ella el uso
frecuente de citas bíblicas para ilustrar o apoyar argumentos y también
metáforas de la sociedad como un organismo vivo que precisa de la
coordinación de sus miembros de cara a la satisfacción de un fin. En algunas
59
Utilizamos aquí la 3ª edición de la editorial Tecnos (Madrid, 1995), que cuenta con un excelente estudio
preliminar de L. Robles y A. Chueca.
60
Hemos acudido al volumen titulado La Ley, que incluye la versión en castellano de un extracto del Tratado
de la Ley incluido en la Suma realizada por Constantino Fernández-Alvar y publicada por Editorial Labor
(Barcelona, 1936).
31
ocasiones, sustituye la metáfora del organismo por la metáfora del navío que
exige un timonel o un capitán que conduzca la nave a buen puerto en provecho
de todos (el bien común y la felicidad); en otros casos, se sirve de la metáfora
del rebaño y del pastor. Resulta también reseñable la mención esporádica de
ejemplos de la Antigüedad, básicamente procedentes de la historia de Roma.
La naturaleza social de los seres humanos nos lleva a otro punto que concierne
a la organización de la propia vida social que, según Tomás, exige la
existencia de una autoridad gestora: el Estado. No vivir en un Estado o no
aspirar a él es un indicio de anarquía y animalidad:
61
La Monarquía, 7. El subrayado es nuestro.
32
necesario para la vida (alimento, cobijo); la segunda, defender a la sociedad de
los enemigos externos62 y, por último, la tercera y más importante, procurar
que la vida terrenal encamine a las almas hacia la Salvación eterna.
La felicidad total del ser humano se alcanza, por tanto, con la contemplación
de Dios tras la Salvación del alma. El Estado, como instrumento para un buen
gobierno, constituye un medio esencial para alcanzar dicho objetivo. A fin de
cumplir con las misiones práctica, ética y trascendental que le han sido
encomendadas, el Estado se ayuda mediante leyes: “De todo lo dicho hasta el
presente se desprende la definición exacta de la ley. Ésta, pues, no será otra
cosa que “cierta ordenación de la razón en orden al bien común, promulgada
por aquel que tiene el cuidado de una comunidad”64. Las leyes deben
promover y garantizar la unidad social que, para Tomás de Aquino, es
sinónimo de paz65. Las leyes deben salvar los impedimentos internos y
externos que dificultan la vida perfecta en sociedad, tales como las
oscilaciones en el vigor de los hombres, las vicisitudes de la vida que les
dificultan obrar correcta y uniformemente, la maldad de las voluntades o las
guerras inspiradas desde el exterior66.
Ahora bien, ¿hay alguna forma de gobierno mejor capacitada que las demás
para promulgar las leyes más adecuadas? Para Tomás, como para Agustín,
toda autoridad procede de Dios, pero es a los individuos a quienes
corresponde señalar la forma de gobierno. Su juicio evalúa tres formas buenas
de gobierno: monarquía, aristocracia y democracia, en las cuales la autoridad
debe estar en manos de hombres destacados por su virtud y saber. Frente a
ellas coloca las tres corruptas, a saber, la tiranía, la oligarquía y la
demagogia67. Finalmente, expresa sus preferencias por el gobierno
62
La Monarquía, 10
63
La Monarquía, 71-72.
64
La Ley, 23.
65
La Monarquía, 13.
66
La Monarquía, 77.
67
No obstante, tiempo más tarde, en la Suma Teológica considerará más conveniente que el poder esté más
repartido: sigue siendo partidario de un rey, pero aboga por que las magistraturas y otros cargos sean elegidos
por el pueblo (mezcla de monarquía, aristocracia y democracia). Así nos lo recuerdan Robles y Chueca en la
introducción a la edición castellana de La Monarquía.
33
monárquico68, argumentando para ello que la unidad social se consigue mejor
si gobierna una persona que si lo hacen muchas y, por otro lado, que el
modelo de gobierno unipersonal coincide con el divino69.
68
En la Suma Teológica considerará más conveniente que el poder esté más repartido: sigue siendo partidario
de un rey, pero aboga por que las magistraturas y otros cargos sean elegidos por el pueblo, con lo que
propone una mezcla entre monarquía, aristocracia y democracia.
69
La Monarquía, 14. Sobre la conveniencia del gobierno unipersonal, véase también pp. 18-19 y 27-28,
donde señala que un régimen pluralista tiene más posibilidades de derivar en tiranía, el peor de los gobiernos
(infra).
70
La Monarquía, 73.
71
La Monarquía, 76.
72
La Monarquía, 29.
34
y siempre hay el riesgo de que luego venga un tirano peor”73. Ello, antes de
mostrarse tan conservador como Pablo cuando señala que, ante una tiranía
fuerte:
“(...) nos enseña Pedro que los súbditos deben obedecer reverentemente
no sólo a los señores buenos y sencillos, sino también a los malos.
Porque es una gracia que alguien soporte con la ayuda de Dios los
males que le afligen injustamente”74.
73
La Monarquía, 30.
74
La Monarquía, 31.
75
La Monarquía, 36-37.
76
La Monarquía, 55-56.
35
humano, como cuando por razón del fin, (…) un soberano impone
leyes onerosas a sus subordinados, enemigas del bien común y sólo
favorecedoras de los intereses particulares y de la gloria del soberano;
o por razón del autor, cuando éste, en el ejercicio de su poder
legislativo, traspasa los límites de la potestad que se le ha investido; o
por último, por razón de su forma, como cuando reparte las cargas
entre la multitud con notoria desigualdad, y ello aun cuando esas
cargas sean beneficiosas al bien común. Las leyes que aquí son
injustas, mejor debieran llamarse violencias que no leyes, porque,
como dice San Agustín, “una ley que no es justa, no es ley”.
Desprovistas del carácter y sin la naturaleza de las leyes, no pueden,
por consiguiente, obligar en el fuero interno, a no ser por el escándalo
o del desorden que el incumplimiento de las mismas pudiera originar
(…) 2. Son asimismo injustas las leyes contrarias al bien divino; tales
son las leyes que dictan los tiranos prescribiendo la idolatría, u otras
cosas opuestas a los mandatos de Dios. Las leyes que por este motivo
son injustas, jamás deben ser acatadas y obedecidas; pues, como dice
el Apóstol, “es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres”77.
77
La Ley, 108.
78
La Monarquía, 34.
79
La Monarquía, 37.
80
La Monarquía, 39-41.
81
La Monarquía, 45.
82
La Monarquía, 48.
36
proporcionalmente mayor83.
Conclusiones
Las palabras claves de la política de Tomás de Aquino son obediencia y
sumisión hacia Dios en todas las direcciones: del pueblo hacia Dios, del
pueblo hacia el soberano en tanto ministro de Dios, del soberano hacia la
Iglesia como intérprete de la ley divina. El relato político que nos brinda la
metafísica teológica lo inunda todo y lo justifica todo con el fin de inculcar la
“moral esclava” típica del Cristianismo. Aquélla que acepta y sobrelleva la
adversidad y el sufrimiento a mayor gloria de Dios; es decir, la que trafica con
sufrimiento material a cambio de metafísica redentora.
83
La Monarquía, 60.
37
sanidad. De hecho, algunos de sus miembros, integrados en organizaciones
como el Opus Dei o los “Legionarios de Cristo”, llegan a desempeñar elevadas
responsabilidades de gobierno. Desde su mensaje de sumisión y obediencia al
poder del Estado capitalista, la Iglesia abandera las políticas más reaccionarias
a favor del mantenimiento de las relaciones patriarcales en el seno de la
familia y de la santificación del trabajo asalariado dentro del modo de
producción capitalista.
38
CAPÍTULO 3
El renacimiento del Estado
39
Príncipe (1513) que es la que nos interesa aquí84, y otra estrictamente teórica
titulada Discursos sobre la primera década de Tito Livio (1513-1518).
84
La edición que utilizamos para El Principe es la publicada por Cátedra (Madrid, 20038) a partir de la
traducción de Helena Puigdoménech.
85
"Pero siendo mi fin escribir algo útil para quien lo lea, me ha parecido más conveniente buscar la verdadera
realidad de las cosas que la simple imaginación de las mismas" (El Príncipe, 129).
40
un Estado que ha adquirido esta posición sin la mediación de una ley de
sucesión hereditaria; un individuo que ha conquistado el poder gracias a su
virtud. Sin embargo, aquí “virtud” no tiene el significado que le atribuía la
Antigüedad griega o el Cristianismo, consistente en obrar según el Bien
obedeciendo las leyes de la polis o las de Dios. Para Maquiavelo, la virtud es
la capacidad para llevar a cabo con éxito estrategias dirigidas a la obtención y
la conservación del poder político. Así pues, se trata de una cualidad
eminentemente pragmática, cuya posesión o no variará en función de un
resultado concreto. A fin de alcanzarlo, resulta necesario conocer el
funcionamiento real de los asuntos humanos (de la “naturaleza humana”
podríamos decir), lo cual obliga a revisar y poner en cuestión los
planteamientos sobre el tema propuestos desde la ética y la religión. A
diferencia de la doctrina tradicional al respecto, Maquiavelo afirma que el
hombre no es bueno por naturaleza, sino más bien todo lo contrario. Los seres
humanos se mueven estrictamente por el interés egoísta, y se hallan más
preocupados por su vida y su patrimonio que por promover virtudes y
sentimientos elevados como el amor, la amistad, la lealtad o la bondad:
“Porque de los hombres, en general, puede decirse esto: que son ingratos,
volubles, hipócritas, falsos, temerosos del peligro y ávidos de ganancias; y
mientras les favoreces, son todo tuyos, te ofrecen su sangre, sus bienes, la vida
e incluso los hijos –como ya dije antes- mientras no los necesitas; pero cuando
llega el momento, te dan la espalda”86. Por si quedara alguna duda de la visión
de Maquiavelo sobre la condición humana, basta atenerse a sentencias casi
proverbiales como ésta: “(…) los hombres olvidan antes la muerte del padre
que la pérdida del patrimonio”87.
41
intereses, ganándose a los hombres o anulándolos. En saber hacerlo reside,
precisamente, su virtud.
89
El Príncipe, cap. III.
90
El Príncipe, 134.
91
El Príncipe, 135.
92
El Príncipe, 105.
93
El Príncipe, 142.
94
Se ha de ser generoso, pero “a costa de los enemigos”, pues “de lo que no es tuyo o de tus súbditos se
puede ser mucho más espléndido” (El Príncipe, 133).
95
El Príncipe, 140.
42
mayoría de los hombres sólo saben lo que el príncipe es a partir de lo que ven
y, los pocos que realmente lo saben y que podrían oponerse no se atreverán a
ir contra la opinión de la mayoría96.
Conclusiones
Maquiavelo no propone ideas sobre lo que se debería hacer en política en
función de algún imperativo ético trascendental (el Bien, la Felicidad, la
96
El Príncipe, 140-141.
97
“Procure pues el príncipe ganar y conservar el estado: los medios serán siempre juzgados honorables y
alabados por todos; ya que el vulgo se deja cautivar por la apariencia y el éxito, y en el mundo no hay más
que vulgo” (El Príncipe, 141).
98
El Príncipe, 139.
99
El Príncipe, 140.
43
Salvación eterna,...), sino que describe crudamente lo que observa y ofrece
una obra repleta de tácticas que en otros tiempos o lugares resultaron exitosas.
Así pues, se desmarca de la tradición filosófica que establece una determinada
norma ética, ideal, como rasero para medir la bondad o maldad de las acciones
políticas. Todo ocurre aquí, en el mundo: medios, estrategias y resultados,
que, a la postre, son lo único que cuenta. A fin de conservar el Estado, las
consideraciones éticas clásicas quedan canceladas y subsumidas en la praxis
del poder. Sólo queda exponer a las claras lo que los gobernantes con éxito
hacen, alejando de sus obligaciones cualquier evaluación moral y, de sus
actos, cualquier juicio de bondad, y extraer enseñanzas de ello.
Otra de las razones del interés secular que ha despertado El Príncipe la sugirió
Rousseau, quien se sorprendía al ver que Maquiavelo, fingiendo dar lecciones
a los príncipes, las haya dado y de gran relevancia a los pueblos. Y es que, a
fuerza de dar consejos sobre cómo conseguir y conservar el poder del Estado,
enseñanzas ajenas a cualquier consideración ética o moral humanista, uno
llega a dudar sobre si el texto es un manual para los príncipes absolutistas o,
por contra, un testimonio poco común del funcionamiento normal del poder
estatal que sirve para prevenir a los gobernados. En otras palabras,
100
Vale la pena mencionar al respecto el Antimaquiavelo de Federico II de Prusia, redactado antes de su
subida al trono y publicado de forma anónima en Holanda en 1739. A pesar de esta crítica juvenil, el largo
reinado de este monarca representa un caso modélico de la puesta en práctica de los principios de
Maquiavelo. En este sentido, conservó e incrementó su poder hasta el punto de recibir el calificativo de
“Federico el Grande”.
44
Maquiavelo muestra cuál es el auténtico proceder de los príncipes y, por
extensión, de cualquier poder político instituido, lo cual proporciona
elementos para saber a qué atenerse en las relaciones con los gobernantes. Así
pues, pueden efectuarse dos lecturas: el Maquiavelo reaccionario que
alecciona y aconseja al poder absoluto por encima de cualquier posible reparo
ético o moral, y el Maquiavelo progresista que desvela públicamente la
naturaleza amoral del poder y que pone a disposición del saber social los
mecanismos mediante los cuales aquél actúa para así aprender a combatirlo
mejor.
45
CAPÍTULO 4
El siglo XVII: el miedo y la propiedad.
Las principales teorías políticas harán florecer los contrapuntos que las
cuestionarán; de los privilegios monárquicos por mandato divino se
argumentará el paso a la idea de igualdad social, sin detenerse en analizar el
papel de las condiciones reales que sustentan ambas consignas. Se inaugura
así el camino de la política tal y como la conocemos hoy: un campo habitado
por formas de conciencia que, supuestamente, obligan a las formas de
convivencia a respetar ciertas consideraciones éticas y morales. Asistimos a la
emergencia y el asentamiento de la conciencia burguesa, capaz de escribir las
páginas más bellas sobre la libertad humana, mientras niega a la mayoría el
alimento necesario para vivirla.
46
enfrentamiento entre la Corona y el Parlamento. Aunque los motivos
económicos se encuentran en la base de las desavenencias políticas en la época
de Cromwell, el conflicto se tiñó de formas religiosas doctrinarias y también
propició vías para la reflexión política, cuyos principales argumentos todavía
constituyen hoy en día marcos para el debate.
47
continuo, ya que este último no responde sino a la pretensión de garantizar
permanentemente la seguridad conjurando por anticipado eventuales
agresiones. Todos los hombres eran iguales102; no porque así lo dictase alguna
constitución, sino porque cada cual se veía sujeto a las mismas pasiones,
desconfiaba de los demás y sólo contaba con sus propias fuerzas e ingenio
para sobrevivir en un mundo en que el principio de que “el hombre es un lobo
para el hombre” hallaba su máxima expresión. En el estado de naturaleza, la
vida de los seres humanos era solitaria, miserable, dura y breve103. Se hallaban
expuestos a continuos peligros, siempre bajo el temor de ser asesinados. No
existía una ley común, sino una situación de conflicto permanente, de guerra
de todos contra todos104. En tal tesitura, sin embargo, nada podía considerarse
injusto: “Donde no hay poder común, la ley no existe: donde no hay ley, no
hay justicia”105. El único derecho, “derecho de naturaleza”, era una extensión
del instinto de conservación, que concede a cada cual la libertad para usar
cualquier medio que permita salvar su vida.
102
“La naturaleza ha dotado a todos los seres humanos, respecto a su fuerza física y a posibilidades mentales
de forma igual” (Leviatán, 112).
103
Leviatán, 125.
104
Leviatán, 125.
105
Leviatán, 127.
106
Leviatán, 114.
107
Leviatán, 115.
48
hombre debe esforzarse por la paz, mientras tiene la esperanza de lograrla”108.
Si ello no fuera posible, siempre puede remitirse al derecho de naturaleza, en
virtud del cual cualquier cosa vale con tal de sobrevivir. No obstante, una
segunda ley de la naturaleza, derivada de la primera, señala “que uno acceda,
si los demás consienten también (...) a renunciar este derecho a todas las cosas
y a satisfacerse con la misma libertad, frente a los demás hombres, que les sea
concedida a los demás con respecto a él mismo”109. En otras palabras, la razón
aconsejó pactar a los individuos. Mediante dicho pacto, los hombres
transfirieron sus derechos, en especial el uso de la fuerza para defenderse, a un
poder soberano, al cual quedaron sometidos. Crearon así el Estado civil, el
Leviatán.
“Y en ello consiste la esencia del Estado, que podemos definir así: una
persona de cuyos actos una gran multitud, por pactos mutuos realizados
entre sí, ha sido instituida por cada uno como autor, al objeto de que
pueda utilizar la fortaleza y los medios de todos como lo juzgue
oportuno para la paz y la defensa común”110.
108
Leviatán, 129.
109
Leviatán, 129.
110
Leviatán, 146.
111
Leviatán, 161.
49
La argumentación de Hobbes favorecía en cierto modo el discurso legitimador
de las monarquías absolutistas, en aquel momento cuestionadas por las
aspiraciones políticas de las pujantes clases burguesas, puesto que rechaza
cualquier tentativa de rebeldía frente al poder establecido. Pese a ello, la teoría
del contrato no presupone necesariamente en sí misma un instrumento para
justificar el poder absoluto del monarca, sino que también es susceptible de
involucrarse en argumentos que desembocarán en formulaciones contrarias. Si
para Hobbes el contrato otorgaba al gobierno (en aquellos momentos, la
monarquía, defendida como el sistema más útil para alcanzar la paz social) un
poder absoluto, para otros pensadores, como veremos, el contrato no supondrá
dicha atribución. De ahí que, pese a constituir un argumento central en
Hobbes, el contrato se supedita a un concepto superior, el de soberanía. De
hecho, las diferencias entre Hobbes y otros filósofos residirán en buena parte
en sus distintas actitudes a la hora de decidir qué proporción de la misma es
cedida por los individuos al establecer el gobierno y el carácter reversible o no
de dicha cesión.
112
Bobbio, N. (1987), La teoría de las formas de gobierno en la historia del pensamiento político. Fondo de
Cultura Económica. México, 95.
113
Leviatán, 157.
114
Leviatán, 157.
115
Bobbio, op. cit, 95-107.
50
Hobbes se enfrenta decididamente contra cualquier menoscabo de la
soberanía. En este sentido, critica desde los planteamientos que defendían la
división de poderes en el seno del Estado (que, empero, acabarán triunfando
en los futuros programas ilustrados y liberales), hasta cualquier tipo de
conducta supeditada a consideraciones distintas del deber supremo que hay
que rendir al Estado, como por ejemplo la “conciencia” interior o la
obediencia al Papa: “Si el poder soberano está dividido ya no es soberano”. Y
si un poder soberano no puede o deja de serlo, ello equivale a retroceder de
nuevo a un estadio de guerra de todos contra todos, “a la confusión de una
multitud disgregada”116. Si no hay nada capaz de hacer cumplir la ley,
prevalece de nuevo el derecho de naturaleza y cada cual es libre de obrar
según quiera y pueda, con lo que vuelven las calamidades que azotaban
originalmente al género humano.
Hobbes no niega las leyes naturales y divinas. Sin embargo, también afirma
que no son como las leyes civiles, porque no se pueden hacer valer con la
fuerza de un poder común, al no ser obligatorias exteriormente, sino sólo en
conciencia. Por ello, si el súbdito no observa las leyes positivas, puede ser
obligado a hacerlo, mientras que si el soberano no respeta las leyes naturales o
divinas, nadie puede obligarlo y castigarlo117. El poder absoluto no debe tener
límites, a riesgo de comprometer la salud y la supervivencia del Estado. Una
vez constituido éste, el campo de las relaciones privadas se disuelve en el de
las públicas, de forma que la libertad de cada individuo sólo tiene sentido en el
marco de lo que ha predeterminado el soberano118. Ni la religión queda por
encima de la potestad del soberano. Éste tiene la facultad de ordenar el credo
que mejor convenga al bien de sus súbditos, así como de habilitar los medios
para transmitirlo y celebrar el culto. La Iglesia no constituye ni representa una
fuente de autoridad a la que deba doblegarse el poder civil. Bien al contrario,
los clérigos son otros tantos servidores del Estado, iguales en estatus a
cualquier funcionario119.
Individuo y sociedad.
Hobbes se distancia de la tradición aristotélica, ya que para él el hombre no es
un ser social por naturaleza. Tampoco resulta ser la persona integrada en una
“comunidad perfecta” ordenada jerárquicamente por Dios, como propone el
Cristianismo. Ahora, las relaciones de poder y explotación requieren un
116
Leviatán, 147.
117
Bobbio, op. cit., 95-107.
118
Leviatán, 162.
119
Leviatán, 192-204.
51
diferente tipo de legitimación. El ser humano es reconocido a partir de su
individualidad y comprendido como un sujeto capaz de decidir y dirigir sus
condiciones de vida, lo que exige una nueva comprensión de las razones que
guían la convivencia humana y el papel desempeñado por las organizaciones
políticas.
120
Así resume Tierno, en el estudio preliminar incluido en la edición consultada (1991: x), el núcleo de la
filosofía de Hobbes: “El hombre es un animal esencialmente egoísta, y la fórmula primera y fundamental del
egoísmo es la supervivencia” (Tierno, E. “Estudio preliminar”, en HOBBES, T., Del ciudadano y Leviatán.
Editorial Tecnos. Madrid, pp. ix-xvi (p. x).
121
Leviatán, 176-178.
52
señas de identidad de la ideología de la sociedad burguesa. Desde ahí se
alienta el mito de la subjetividad indomable del individuo y del “querer es
poder”, aunque tales argumentos desemboquen en irracionalismos que, sin
duda, contrariarían a quienes ven en cada individuo un depositario del
precioso bien de la razón.
El que Hobbes, o tantos otros después de él, decidan ocultar y prescindir tanto
de las mujeres como de la descendencia y de las relaciones que forzosamente
122
Leviatán, 187 (las cursivas son nuestras).
53
tejen cualquier comunidad humana, mientras que, en cambio, priman una
conciencia individualista masculina sólo se entiende en función de una
ideología patriarcal creada para justificar y defender determinadas formas de
propiedad, entre ellas la de ciertos hombres sobre las mujeres y sus hijos e
hijas. El mito de que en el origen todos los hombres eran autónomos y
autárquicos es un subterfugio encaminado a legitimar pretensiones materiales
de dominio y propiedad, ya que naturaliza un punto de llegada (el poder
decisorio de los hombres) colocándolo como punto de partida (el mundo pre-
social). Sobre estos precedentes ideológicos, en la Edad Moderna europea se
reformuló la idea ancestral de individuo, asumiendo sus tintes androcéntricos
y colocándolo en el centro de una filosofía política que lo equiparaba a
“ciudadano”, justamente donde más le convenía al derecho laboral burgués.
Conclusión.
La ley básica de Hobbes es la ley de la supervivencia: los hombres tratan de
sobrevivir a costa de los demás. En ausencia de algún tipo de control o
regulación, los hombres se destruyen unos a otros en un ambiente dominado
por el miedo. Sólo la constitución de un poder absoluto es capaz de instaurar
una paz que garantice la supervivencia y que conjure el miedo. De ahí que el
poder político, el Estado, sea un artificio, un Leviatán que, en cierto sentido,
resulta contrario a la naturaleza humana.
54
dirección servirá oportunamente a los intereses del liberalismo, por su defensa
del individuo con intereses naturales propios y exclusivos, y una visión de la
colectividad como instrumento de los deseos particulares de felicidad.
En Locke, la ley propia del estado natural, aquél originario en el que habitan
individuos sin estar sujetos a ningún gobierno, no surge de las características
innatas del ser humano, sino que coincide con los mandatos divinos, y es
reconocida empíricamente mediante una razón individual. Ley natural e
individuo llegan a armonizar cuando éste busca la conservación del propio ser
humano y persigue la felicidad. El precepto básico es que nadie puede dañar a
123
Centraremos nuestro interés en el comentario del Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil. Un ensayo
acerca del verdadero origen, alcance y fin del Gobierno Civil, obra editada por vez primera en 1690. Nos
hemos basado en la traducción de Carlos Mellizo (Alianza Editorial, Madrid, 20021)
124
Segundo Tratado, 35.
55
otro (ni, por supuesto, a sí mismo) en su libertad, salud o bienes125. Cuando
esto sucede, el perjudicado puede ejercer un castigo, puesto que el transgresor
ha demostrado que para él no rige la razón y la equidad. Con ello, se ha
colocado fuera de la ley natural al declarar la guerra al género humano y
merece recibir un castigo justo, que puede ser administrado por cualquiera que
haya reconocido la transgresión126. Sin embargo, y a diferencia de Hobbes,
Locke imagina un estado de naturaleza primigenio que no estaba dominado
por la violencia, sino por la ayuda mutua y el respeto a los principios de la ley
natural. En esta situación existe igualdad en cuanto al poder y la
jurisdicción127 y puede darse cuando hay hombres que viven juntos guiándose
por la razón pero sin tener un jefe que ejerza de juez entre ellos128.
Como vemos, para Locke el trabajo no es una actividad social, sino una
facultad individual que otorga carta de propiedad al producto obtenido; es
obra, pues, de individuos aislados que trabajan parte de una tierra que es
común en la situación originaria del estado de naturaleza. No existe todavía
ninguna sociedad propiamente dicha, sino series de individuos concretos
cuyos lazos parecen inexistentes. De hecho, la definición de lo que es tierra
común delata este presupuesto en Locke: tierra común es la no trabajada por
ningún individuo y no aquélla que una asamblea de individuos haya acordado
declarar común. Locke supone para el estado natural un modelo de autarquía
individual, en el que cada cual obtiene lo suficiente para vivir de la tierra
mediante su trabajo; en el que la propiedad individual se limita a aquéllo que
125
Segundo Tratado, 38.
126
Segundo Tratado, 38-40, cap. 3.
127
Segundo Tratado, 36.
128
Segundo Tratado, 48.
129
Segundo Tratado, 56-57.
56
cada cual puede usar o consumir; en el que la actividad de trueque se limitaba
a satisfacer la subsistencia, y en el que, en suma, no existían ni grandes
acumulaciones de riqueza ni desigualdades agudas.
Sin embargo, las cosas cambiaron con la aparición del dinero: “una cosa que
los hombres podían conservar sin que se pudriera, y que, por mutuo
consentimiento, podían cambiar por productos verdaderamente útiles para la
vida, pero de naturaleza corruptible”130. El dinero abrió la posibilidad de
aumentar la riqueza, intercambiar bienes y valorar también el trabajo, origen
de toda propiedad, como una mercancía. Conviene señalar que, gracias a esta
justificación teórica avanzada por Locke, el trabajo asalariado comenzó a ser
reconocido como parte de la economía, rompiéndose con el pensamiento
aristotélico hasta entonces dominante que lo incluía dentro de la crematística,
actividad indigna de cualquier ciudadano de pleno derecho (véase supra). Sin
embargo, Locke no argumenta por qué fue ventajosa y necesaria la
introducción del dinero, ni tampoco lo incluye en su posterior argumentación
sobre la fundación de la sociedad civil. Lo único que retendrá es el carácter
individual de la propiedad como fruto de un trabajo individual y la necesidad
de salvaguardarla.
130
Segundo Tratado, 73.
131
Segundo Tratado, 96-97. Pese a señalar la voluntariedad del pacto entre marido y mujer, Locke establece
la jerarquía familia y sus límites atendiendo a razones distintas: “Pues sucede que el marido y la mujer,
aunque tienen una preocupación común [la cría y enseñanza de los hijos], poseen sin embargo entendimientos
diferentes; y habrá casos en los que, inevitablemente, sus voluntades respectivas habrán de diferir. Será por
tanto necesario que la última decisión, es decir, el derecho de gobierno, se le conceda a uno de los dos; y
habrá de caer naturalmente del lado del varón, por ser éste el más capaz y el más fuerte. Mas esto, al ser sólo
aplicable a aquellas cosas que se refieren a sus intereses y a su propiedad, deja a la madre en plena y libre
posesión de lo que por contrato es un derecho peculiarmente suyo; y no da al hombre más poder sobre la vida
de la mujer que el que la mujer tiene sobre la vida del hombre” (Segundo Tratado, 99).
57
“(…) como no hay ni puede subsistir sociedad política alguna sin tener
en sí misma el poder de proteger la propiedad y, a fin de lograrlo, el de
castigar las ofensas de los miembros de dicha sociedad, única y
exclusivamente podrá haber sociedad política allí donde cada uno de sus
miembros haya renunciado a su poder natural y lo haya entregado en
manos de la comunidad (…) Y así, al haber sido excluido todo juicio
privado de cada hombre en particular, la comunidad viene a ser un
árbitro que decide según normas y reglas establecidas, imparciales y
aplicables a todos por igual, y administradas por hombres a quienes la
comunidad ha dado autoridad para ejecutarlas”132 .
132
Segundo Tratado, 102-103.
133
Segundo Tratado, 66 (véanse también las pp. 111 y ss.).
134
En capítulos siguientes, esta defensa es omnipresente, llegando incluso a negar el derecho a la propiedad
mediante conquista más allá de las reparaciones inmediatas a cargo de los vencidos (Segundo Tratado, 177 y
ss.).
135
Segundo Tratado, 111-114.
136
Segundo Tratado, 103.
58
la sociedad civil, o Estado, dispone de dos poderes básicos: el legislativo y el
ejecutivo-judicial, ambos encaminados a defender la propiedad y los derechos
naturales de todos los individuos que consintieron en formar una agrupación
civil137 .
137
Segundo Tratado, 104.
138
Segundo Tratado, 125.
139
Segundo Tratado, 143.
140
Segundo Tratado, 170-171.
59
derechos naturales de los individuos. Cualquiera que intente poner bajo su
poder absoluto a otro hombre se coloca respecto a éste en estado de guerra, ya
que con ello sólo intenta convertirlo en esclavo al quebrantar su libertad
natural como paso previo a quitárselo todo141. A partir de este momento,
resulta legítimo que el pueblo emprenda las acciones necesarias para
enmendar esta situación:
En casos como éste, habla abiertamente de lucha armada: “En toda clase de
estados y situaciones, el verdadero remedio contra la fuerza ejercida sin
autoridad consiste en oponer otra fuerza a esa fuerza”143. Sin embargo, en el
capítulo XIV (“De la prerrogativa”), Locke contempla la licencia para obrar al
margen de la ley establecida: “a esta facultad de actuar en favor del bien
público siguiendo los dictados de la discreción, sin esperar los mandatos de la
ley, e incluso en contra de ellos, se le llama prerrogativa”144, y aunque en el
capítulo XIX pasa revista a las formas en que es lícito y legítimo disolver un
gobierno existente y remarca una vez más la soberanía del pueblo y justifica
toda acción dirigida contra los abusos absolutistas, la prerrogativa no deja de
cuestionar los derechos naturales inalienables del pueblo y constituye un
recurso muy recurrente en las constituciones de los estados actuales.
141
Segundo Tratado, 46-47 y también las pp. 52-54.
142
Segundo Tratado, 155.
143
Segundo Tratado, 159.
144
Segundo Tratado, 164-166.
145
El capítulo XVI trata de la conquista y de las razones que desaconsejan el sometimiento a la esclavitud del
país vencido. Los capítulos XVII y XVIII versan sobre la usurpación y la tiranía, respectivamente. Por
último, el capítulo XIX se ocupa de las formas en que considera legítimo disolver el gobierno.
60
conlleva una contradicción, pues para Locke la célula básica del estado de
naturaleza era el individuo, y no la reunión de un hombre, una mujer y su
prole (familia). Así, queda cuestionado implícitamente el individualismo
ontológico que Locke utilizaba para dar cuenta del origen de la propiedad
mediante el trabajo; recordemos que para Locke cualquier hombre podía
cultivar una parcela de la tierra inculta común y obtener así la propiedad de los
productos que le garantizaban la subsistencia, pero ocultaba, el hecho que,
además de la tierra, cualquier hombre debía contar al menos con el apoyo de
una mujer.
Los preceptos de la ley natural son aplicables también al enfoque del poder
paterno. En consonancia con el derecho natural de la libertad individual, los
padres (padre y madre) no podrán someter a su voluntad al hijo después de
que éste haya alcanzado la mayoría de edad. Los derechos de los padres se
circunscriben a su obligación de mantener, educar, criar y proteger a los hijos
cuando son menores de edad. Los padres están obligados a usar su inteligencia
y su razón (los fundamentos para comprender la ley natural) para guiar al niño
cuando éste todavía no es capaz de usar tales facultades146. Al llegar a la
mayoría de edad se supone que ya las ha adquirido y entonces la ley natural
rige para todos igual.
Sin embargo, reconoce que los padres tienen un instrumento para obligar a los
hijos a la obediencia: el poder de decidir la transmisión de las propiedades, es
decir, la herencia147. Resulta paradójico que Locke no la cuestione, dado que
atenta contra la libertad de los hijos al constituir un mecanismo de los padres
para imponer su voluntad, quebrantando así la ley natural... (infra).
Nuevamente, una particularidad histórica, como es la aparición del dinero, es
colocada por encima de la situación surgida del derecho natural.
Conclusión.
El papel de Locke como inspirador del liberalismo político puede concretarse
en su defensa de una condición humana poseedora en pie de igualdad de una
serie de derechos inalienables relativos a la conservación de la vida, la libertad
y la propiedad de los bienes. El titular de tales derechos es el individuo, el
pilar sobre el que se fundamenta el pensamiento político y sociológico liberal.
De hecho, el nacimiento de la sociedad sería fruto de un contrato, de un
acuerdo consensuado, entre individuos libres y racionales conscientes de sus
derechos, y que buscan con su decisión situarse en mejor condición para
defender y garantizar tales derechos. Por añadidura, al considerar inviolable
146
Segundo Tratado, 79-81.
147
Segundo Tratado, 90-92.
61
este acuerdo inicial por parte de grupos de individuos concretos que ocupan un
territorio determinado148 posibilita la reflexión nacionalista posterior a su
tiempo y que tan bien se ha avenido con los principios del liberalismo político.
62
anterior al permitir la asignación de bienes a ciertos individuos sin que
procedan directamente de su trabajo? La herencia, además, es el único
mecanismo de los padres para lesionar el derecho de los hijos a su libertad
individual una vez alcanzada la mayoría de edad. He ahí, pues, otro argumento
en contra de la práctica de la herencia. ¿Por qué, entonces, Locke nunca se
plantea una crítica a fondo de esta institución? Semejante crítica le habría sido
útil para cuestionar más si cabe los privilegios de las monarquías absolutas,
cuya razón de ser y de persistir descansaba por entero en la transmisión
hereditaria de riquezas, prebendas y títulos. Sin embargo, no emitió una crítica
en estos términos, tal vez porque intervino un motivo exterior a los
argumentos de su teoría política, un motivo extradiscursivo o procedente de un
discurso diferente al enunciado en su obra. Este discurso es el de la defensa a
ultranza de la propiedad privada, uno de cuyos puntales son las disposiciones
hereditarias. Para ello, la coherencia argumental en la justificación del Estado
burgués como derivado de un estado natural regido por normas divinas, pasa a
tener una importancia menor.
63
A nuestro juicio, Locke no concebía el mundo social como producto del
trabajo de toda la comunidad, sino que consideraba al individuo el
protagonista de las relaciones y veía siempre al propietario detrás de las cosas.
La definición del trabajo como relación entre el individuo autónomo y la
naturaleza, y como fuente de la propiedad explica algunos lugares comunes en
el pensamiento reaccionario que se han mantenido hasta la actualidad. Para
esta perspectiva, las diferencias en la riqueza se deben a diferencias de talante,
de forma que los industriosos son ricos, mientras que holgazanes, tontos o
disminuidos suelen acabar en la pobreza. Así, el Estado tiene como misión
salvaguardar la propiedad y la vida de los propietarios. Esta actitud niega el
carácter social de la producción. Parece como si el propio individuo partiera
de cero y, ya en mayoría de edad y en pleno uso de sus facultades, se pusiera a
trabajar y a obtener propiedades. Obviamente, este argumento oculta el papel
real de las disimetrías de partida, y supone naturalizar las diferencias de
riqueza, cuando su origen es de orden socioeconómico. Ello favorece
directamente al rico, a quien se atribuyen unas virtudes que rara vez proceden
de su esfuerzo y mucho más de privilegios hereditarios. El papel de Estado
propuesto por Locke consiste en velar por el principio de conservación y la
aspiración a la felicidad de los propietarios. El orden natural de las cosas
dibujado por Locke no proporciona una explicación de la inevitabilidad del
Estado, pero sí sirve para justificar los derechos de los propietarios frente, por
un lado, las pretensiones de quienes no lo son y, por otro, a las arbitrariedades
de un propietario especial: el monarca absoluto.
64
poder absoluto y a su impunidad.
65
CAPÍTULO 4
El siglo XVIII. Luces y sombras en el Estado
66
surgía el Leviatán, un artificio para controlar al hombre malvado, insociable
por naturaleza, pero que necesitaba asociarse para evitar un mal mayor. Este
pacto requería la renuncia al derecho individual de autodefensa por medios
violentos, que quedaba depositado en manos de un tercero, el soberano. Éste,
por su parte, no constituía parte contratante, ni quedaba por tanto ligado u
obligado a sus súbditos en modo alguno. El Estado que así nacería, ya tuviera
forma monárquica, aristocrática o democrática, gozaría de un poder absoluto
en virtud de la concentración de la soberanía.
J.-J. Rousseau, el autor al que dedicaremos este capítulo, propuso una nueva
formulación sobre la base de los argumentos avanzados por filósofos
anteriores. Su filosofía política llevó a extremos radicales la ideología del
contrato y constituyó una importante fuente de influencias para los futuros
teóricos de la sociedad.
149
Las versiones que utilizamos aquí son la de Mauro Armiño para el Discurso sobre el origen y los
fundamentos de la desigualdad entre los hombres (Alianza Editorial, Madrid, 1980; abreviada como
Discurso), y la de Consuelo Berges para El contrato social (Aguilar, Madrid, 1973, abreviada como
Contrato).
67
La noción política de Rousseau resulta contraria a la de Hobbes y, en cambio,
coincide en muchos puntos con la de Locke, aunque radicaliza la bondad de
los seres humanos en el estado natural. Llega a sugerir que el Estado político
debe restituir al ser humano su estado bondadoso y virtuoso original, pues el
hombre, no sólo es igual a sus semejantes (todos somos iguales por
nacimiento), sino que nacemos libres y somos, por naturaleza, pacíficos y
virtuosos.
150
Contrato, 21-22.
68
humana a partir de una “Edad de Oro” inicial, equiparable al estado de
naturaleza: “todos los progresos de la especie humana la alejan sin cesar de su
estado primitivo”151. Para Rousseau, el incremento de la degeneración corre
paralelo al desarrollo de la vida social y al imperio de la razón por encima de
los sentidos152. Al igual que la domesticación degenera a los animales salvajes
(pierden vigor, fuerza y valentía), la vida civil obra el mismo efecto en el
hombre: “al volverse sociable y esclavo, se vuelve débil, temeroso, rastrero, y
su manera de vivir muelle y afeminada acaba por enervar a un tiempo su
fuerza y su valor”153. Nuevamente un juicio negativo y degenerativo de la
historia de la humanidad.
En segundo lugar, destaca que aunque los hombres sean, por naturaleza,
iguales entre sí, los cambios que se han ido introduciendo en su historia no lo
han hecho de forma homogénea, de manera que hay hombres que
“permanecieron mucho más tiempo en su estado original”154. Se abría con ello
un camino para indagar el pasado humano a partir de formas sociales
contemporáneas, a lo largo del cual transitará la antropología a partir del siglo
XIX.
Aquella mención de igualdad no nos debe llevar a engaño, pues las mujeres
están excluidas de la política, a pesar de las buenas palabras que les brinda
Rousseau antes de escamotearles la posibilidad de cualquier derecho social:
151
Discurso, 194.
152
Discurso, 247.
153
Discurso, 217.
154
Discurso, 194.
155
Discurso, 191.
69
La última frase es especialmente reveladora: la mujer como depositaria de lo
sentimental y de lo natural debe poner estas cualidades, en el ámbito de la
convivencia privada (el hogar conyugal), al servicio de las responsabilidades
propiamente masculinas: el deber y la virtud que los ciudadanos deben poseer
y poner en práctica para el gobierno y el bien de la República. De hecho, la
perspectiva rousseauniana es esencialmente masculina: el “hombre” en el
estado de naturaleza y en el tránsito a la vida civil es el hombre entendido
como individuo masculino, no el ser humano genérico.
70
indicamos. Para Rousseau, estos pensadores han enfocado mal la cuestión al
caracterizar el estado natural con cualidades propias de la sociedad civil
(autoridad del más fuerte, cuando autoridad y gobierno eran conceptos
inexistentes; conservación de lo que pertenece a cada uno, cuando la palabra
pertenecer no tenía sentido...)158. De este modo, podrá criticar a Hobbes159 al
achacarle que la necesidad de satisfacer múltiples pasiones humanas no puede
proponerse como causa para explicar la salida del estado natural.
En el estado de naturaleza los hombres viven dispersos, sin más ayuda que su
habilidad y su cuerpo. La vida en la naturaleza hace suponer cuerpos
vigorosos y sanos, sin más limitaciones que las heridas o la edad161. Viven
cerca del peligro, pero poseen medios para defenderse. Los machos y las
hembras se unían fortuitamente según se encontraran. Rousseau también
rompe con la tradición filosófica de Aristóteles hasta Locke, al plantear que el
hombre no está dotado de razón por naturaleza, y que ésta no lo diferencia de
los animales. La característica esencial del comportamiento humano sería su
libre voluntad, que le permite actuar como “agente libre” ante el mundo.
158
Discurso, 206-207.
159
Discurso, 234-235.
160
Discurso, 198.
161
Por contra, “uno se siente tentado a creer que se haría fácilmente la historia de las enfermedades humanas
siguiendo la de las sociedades civiles” (Discurso, 215).
162
Discurso, 198.
163
Véase también al respecto Discurso, 235-239.
71
fundamentos humanos. Ahí se atisba uno de los rasgos del pensamiento
ilustrado-liberal: de nuevo el individualismo ontológico que detectábamos en
filósofos anteriores.
164
Discurso, 233.
165
Discurso, 239-240. Ahí destacan expresiones de este sentimiento natural, como “haz con otro lo que
quieres que hagan contigo” o “Haz tu bien con el menor mal posible para otro”.
166
Discurso, 222.
167
Discurso, 242.
168
Discurso, 241-242.
169
Discurso, 252.
72
unidad familiar para forzar un cambio cualitativo respecto a una situación
anterior en la que los hombres vivían dispersos y de las mujeres y sus crías no
se decía nada. La familia, entendida como reunión en una habitación común de
maridos y mujeres y de padres e hijos170, queda caracterizada como el lugar de
origen de los sentimientos del amor conyugal y del amor paterno. Con la
familia se produce otra forma de vida: “Las mujeres se volvieron más
sedentarias y se acostumbraron a guardar la cabaña y los hijos, mientras que el
hombre iba a buscar la subsistencia común”171. Los vínculos de los hijos con
los padres se rompen al alcanzar estos la mayoría de edad. Dado que la
primera ley de la naturaleza humana es velar por la propia conservación, y
dado también que todos nacemos libres, se deduce que al ser mayor de edad
cada cual puede decidir la vía mejor para conservarse. Cada cual es entonces
“dueño de sí mismo”172.
Sobre este transfondo natural, la desigualdad está todavía lejos de tener lugar,
puesto que no hay medios en este estado para que un hombre se haga obedecer
por otro: “¿(…) cuáles podrán ser las cadenas de la dependencia entre
hombres que no poseen nada?”177. Cualquier intento de dominio y
esclavitud178 de uno hacia otro se acaba simplemente con la huida.
170
“La más antigua de todas las asociaciones y la única natural es la familia” (Contrato, 6).
171
Discurso, 253.
172
Contrato, 7.
173
Discurso, 253-254.
174
Discurso, 254-255.
175
Discurso, 254.
176
Discurso, 255-256.
177
Discurso, 246.
178
Contra Aristóteles: “(…) si hay esclavos por naturaleza, es porque ha habido esclavos contra Naturaleza.
La fuerza ha hecho los primeros esclavos, la cobardía de los mismos los ha perpetuado” (Contrato, 8).
73
“(...) al no formarse los lazos de la servidumbre más que de la
dependencia mutua de los hombres y de las necesidades recíprocas que
los unen, es imposible esclavizar a un hombre sin haberlo puesto
previamente en situación de no poder prescindir de otro; situación que,
por no existir en el estado de naturaleza, deja a todos libres del yugo, y
hace vana la ley del más fuerte” 179.
74
origen de la propiedad a un acto de voluntad malvado que no mereció la
reacción oportuna por parte de las otras voluntades, ignorantes ante el peligro
futuro que ello suponía.
Sea como fuere, aquel estado de guerra que enfrentaba a ricos contra pobres,
resultaba insostenible para ambas partes. Entonces, el rico concibió “el
proyecto más meditado que jamás haya entrado en mente humana: fue emplear
en su favor las fuerzas mismas de quienes lo atacaban, hacer defensores suyos
de sus adversarios, inspirarles otras máximas, y darles otras instituciones que
le fuesen tan favorables como contrario le era el derecho natural”186. Propuso
una unión destinada aparentemente a salvaguardar a los débiles de la opresión
y a asegurar la propiedad de cada cual; la institución de reglamentos de
justicia y un poder supremo que gobernase de acuerdo a las leyes. Para
Rousseau, este fue el origen de la sociedad y de las leyes, aunque en su
opinión supuso
185
Discurso, 248.
186
Discurso, 265.
187
Discurso, 266.
188
Discurso, 278.
75
prevalece la ley del más fuerte189.
Hasta aquí, Rousseau había trazado una evolución social y política en la que
pesaron mucho una serie de factores materiales. Nos referimos en concreto a
los efectos de la adopción de la metalurgia y de la agricultura como
desencadenantes del origen de la propiedad y, de ahí, del surgimiento de
desigualdades en la riqueza. Sin embargo, también hemos advertido que los
factores psicológicos habían estado presentes también desde los primeros
inicios de la desigualdad, al aparecer como consecuencia de las exigencias de
reconocimiento público. Hacia el final del ensayo, Rousseau reafirma un tipo
de causalidad que podemos calificar como netamente idealista. Establece una
serie de desigualdades principales presentes en toda sociedad: según la
riqueza, la nobleza o rango, el poder y el mérito personal190. Según Rousseau,
las cualidades personales se hallan en el origen de todas las demás y “la
riqueza es la última a la que se reducen a la postre”191.
“Haría observar cuánto ejercita y compara los talentos y las fuerzas este
deseo universal de reputación, de honores y de preferencias que nos
devora a todos, cuánto excita y multiplica las pasiones, y cuántos
reveses, éxitos y catástrofes de toda especie causa haciendo a todos los
hombres competidores, rivales, o mejor enemigos, al atraer a la misma
lid a tantos pretendientes”192.
Es en esta última parte del Discurso donde critica a los gobiernos que utilizan
el poder de forma arbitraria (los regímenes absolutistas), cuestionando las
premisas clave de los argumentos monárquicos como: la institución del
gobierno absolutista que utiliza como pretexto la defensa de los súbditos193; el
derecho de conquista de un pueblo sobre otro194 y la autoridad paterna como
fundamento del derecho absoluto de los reyes195.
189
Discurso, 284.
190
Discurso, 281.
191
Discurso, 281.
192
Discurso, 281-282.
193
Discurso, 269.
194
Discurso, 267-268.
195
Discurso, 271-272. En estos puntos se remite explícita o implícitamente a la obra de Locke.
76
uno), defiende la idea de que dicho contrato no puede ser irrevocable196.
El contrato social debería conllevar la ventaja que supone abandonar una vida
natural incierta, precaria y dependiente de la sola fuerza individual, por una
vida más segura, garantizada por un derecho mutuo que crea una fuerza
invencible. El individuo se consagra al Estado y éste lo protege
continuamente199. No obstante, es absurdo pensar en alguien que se entregue o
someta gratuitamente. Si alguien o un pueblo entero lo hace es que está loco y
196
Discurso, 276.
197
Contrato, 16.
198
Contrato, 16.
199
Contrato, 35-36.
77
la locura no funda derecho. En todo caso, aunque lo haga, este acto no obliga a
sus hijos, lo cual impediría la perpetuación del dominio200. Rousseau se
manifiesta contra el derecho del más fuerte. “Ceder ante la fuerza es un acto
de necesidad, no de voluntad”201; por tanto, no funda ningún deber. La fuerza
no constituye derecho, y únicamente se está obligado a obedecer a poderes
legítimos202. Si un hombre somete sucesivamente a una serie de hombres
aislados, aunque sean muchos, no dejamos de estar ante los actos realizados
por un particular. En el caso de que se diga que es todo un pueblo el que se
entrega a un rey, Rousseau indica que, pese a que esta entrega es un acto civil
que implica deliberación pública, habría que remontarse necesariamente al
acto previo mediante el cual un pueblo se convierte en tal pueblo: éste es el
verdadero fundamento de la sociedad203. La convención fundadora y sus
objetivos debe ser renovados. En el momento del pacto, cada cual se entrega
totalmente a la comunidad en el acto que conforma la voluntad general. La
voluntad general se instituye en Estado como medio consensuado y acordado
para perseguir un bien o interés común. En este acto desaparece la persona
particular de cada contratante y nace un cuerpo moral y colectivo compuesto
por tantos miembros como votos tiene la asamblea204. En la asamblea, como
lugar de expresión de la voluntad general, reside precisamente la fuente de
toda legitimidad y soberanía. No valen representantes ni intermediarios de la
voluntad general, que obra forzosamente por boca de todos sus miembros
reunidos. En cuanto haya un amo deja de haber un soberano205. En este punto,
Rousseau es el adalid de la democracia plena y directa, la que desconfía de los
Parlamentos. Marxismo y anarquismo recogerán esta idea y la incluirán en sus
programas emancipatorios.
Una de las tareas de la asamblea es promulgar leyes. Las leyes son necesarias
para unir los derechos a los deberes en la sociedad civil. Una ley es un acto de
la voluntad general que decreta sobre una materia que la afecta como a una
totalidad. De ello se desprende que no hay nadie que se encuentre por encima
de la ley (ni el rey, porque el rey es miembro de la sociedad), ni tampoco que
la ley pueda ser injusta, pues nadie es injusto consigo mismo. La orden de un
jefe o el decreto de un rey no son actos de soberanía, no son leyes, sino actos
de magistratura. El autor de la ley debe ser el pueblo (la voluntad general).
Así, las demandas que el cuerpo social hace a un particular tienen siempre una
200
Contrato, 11.
201
Contrato, 9.
202
Contrato, 9.
203
Contrato, 15.
204
Contrato, 17-18.
205
Contrato, 27-28.
78
causa y deben ser satisfechas de inmediato por éste. Los compromisos que
ligan al cuerpo social son obligatorios porque son mutuos: vienen de todos y
se aplican a todos en función del bien común que todos persiguen. El pacto
social establece entonces una igualdad general, pues todos pactan en las
mismas condiciones y gozan de los mismos derechos206.
Para Rousseau, no hay formas buenas o malas de gobierno, sino más o menos
adecuadas. De forma general, opina que la democracia conviene más a los
Estados pequeños, la aristocracia a los medianos y la monarquía a los grandes.
De estas distintas formas de gobierno que se originan debido a diferencias más
o menos acusadas entre los particulares en el momento de la institución del
contrato, Rousseau prefiere la democracia210, aunque dude de si alguna vez ha
tenido lugar y desconfíe de si se producirá en el futuro: “Si hubiera un pueblo
de dioses, se gobernaría democráticamente. Un gobierno tan perfecto no
conviene a los hombres”211.
206
Contrato, 33-34.
207
Este argumento es parecido al que Platón pone en boca de Sócrates en el diálogo “Critón o el deber del
ciudadano”, en el cual Sócrates renuncia a la petición de un amigo para huir de la prisión y salvar así su vida
tras la sentencia de muerte que le ha sido comunicada. Sócrates dice que al aceptar la muerte tal y como
prescriben las leyes atenienses obró coherentemente con el respeto a las mismas que observó y predicó
durante toda su vida. En el Diálogo, las leyes cobran personalidad y se dirigen imaginariamente a Sócrates,
objetándole que toda su vida se debe a ellas, desde el matrimonio de sus padres pasando por su educación y el
compromiso de habitar en la ciudad (Platón, Critón o el deber del ciudadano. Espasa-Calpe, Madrid (12ª ed.
1981), en especial las pp. 130-137.
208
Contrato, 37.
209
Contrato, 38.
210
Discurso, 276-277.
211
Contrato, 71.
79
Conviene subrayar aquí que Rousseau distingue entre forma de gobierno y
fuente de soberanía o poder. Para él, todas estas formas de gobierno pueden
darse, siempre y cuando el pueblo decida qué tipo de gobierno quiere.
Rousseau muestra también simpatías hacia la aristocracia; ahora bien, aquella
clase de aristocracia cuyos miembros fueran elegidos, y secunda igualmente a
Platón sobre lo beneficioso de un gobierno de sabios:
80
mito del buen salvaje y el anhelo de una sociedad formada por pequeños
propietarios asamblearios y, por supuesto, sus importantes aunque casi
invisibles familias. Para lograrlo reclama, como haría cualquier anarquismo,
un nuevo acto de voluntad, esta vez positivo, que contrarreste aquel otro acto
de voluntad nefasto que supuso la expulsión del Paraíso.
214
Discurso, 282.
81
sistema de la democracia representativa, en favor de un sistema de democracia
directa. La formación de la voluntad general requiere que cada ciudadano
opine sólo según su entender, evitando que haya facciones o partidos políticos
que capitalicen voluntades y diferencias individuales, y que las reduzcan a
intereses pretendidamente generales. La voluntad general, al actuar
únicamente “cuando el pueblo está reunido”215, conlleva una exigencia de
actualización constante del pacto original mediante la realización frecuente de
asambleas populares. Así pues, no basta que en un principio el pueblo hubiese
dado su visto bueno a un Estado civil mediante la aprobación de un conjunto
de leyes. La reunión del pueblo debe realizarse de forma fija y periódica, así
como en los casos excepcionales que se puedan presentar216. En tales
asambleas se suspende el poder ejecutivo del gobierno y todo ciudadano es
absolutamente igual a efectos de representación217.
215
Contrato, 94.
216
Contrato, 95.
217
Contrato, 97.
218
Contrato, 101.
219
Contrato, 99.
220
Contrato, 99.
221
Contrato, 54-55.
82
otros la que permitirá alcanzar un término medio aproximado que se considera
como la forma menos proclive a la conflictividad social. Esta posición
rememora ecos de la Antigüedad griega, cuando Aristóteles aconsejaba en La
Política un modelo de ciudad dominado por el justo término medio. En ambos
casos, la sociedad ideal estaría regida por un grupo numeroso de propietarios
masculinos. Sin embargo, mientras que Aristóteles todavía llegó a ver
ejemplos de lo que predicaba, el mismo ideal para Rousseau constituía un
discurso utópico.
En cuanto a la razón de ser del gobierno del Estado, Rousseau advierte que
sólo se trata de una comisión encargada y subordinada al pueblo, que es en
todo momento la fuente de la soberanía. El poder legislativo sólo puede
pertenecer al pueblo, mientras que el poder ejecutivo es un agente que pone en
acción la fuerza pública según las directrices de la voluntad general. La
voluntad del gobierno debe concordar con la voluntad general, es decir, con la
ley.
83
los Estados entran en decadencia y caen224. El contrato social que los edificó
queda entonces roto y el ciclo puede iniciarse de nuevo.
Conclusión.
Rousseau plantea un fue así, y así debería ser y maneja el derecho natural
como referente ético para criticar los sistemas políticos vigentes y apostar por
otros venideros. Al mismo tiempo, rechaza la política de su época y mira al
pasado a través de razones de su tiempo. De ese pasado se nutre un ideal
protagonizado por un agregado de pequeños propietarios agrarios, patriarcal,
asambleario y precapitalista, que tiene como referente la polis griega. Para
Rousseau, como para la mayoría de los teóricos liberales contemporáneos, el
gobierno no es más que una comisión encargada y subordinada al pueblo, que
constituye la fuente de la soberanía. En este sentido, la voluntad del príncipe
debe concordar con la voluntad general, es decir, con la ley225. Sin embargo, la
diferencia principal entre Rousseau y otros teóricos del derecho natural estriba
en que para él la soberanía debe residir siempre en el pueblo, sin que sea
posible delegarla a unos representantes. Ideas como ésta todavía serían
revolucionarias hoy en día.
84
aproveche siempre de él. Los verdaderos cristianos están hechos para
ser esclavos; ellos lo saben y apenas se apuran por ello: piensan que esta
corta vida tiene poco valor”226.
226
Contrato, 145.
85
CAPÍTULO 5
El Estado Absoluto
Puede ser considerado, hasta cierto punto, un hombre ilustrado y, por tanto,
moderno. El proyecto moderno pretendía que el progreso y la emancipación
227
Véase al respecto D´Hondt, J. (2002), Hegel. Tusquets editores. Barcelona, pp. 373-380.
86
humanas llegaran por medio del conocimiento científico y el uso de la razón.
El desarrollo de la ciencia y las leyes liberaría a las personas de la opresión y
el sufrimiento. La Ilustración pretendía acabar con los viejos privilegios
feudales y con la superchería de la Providencia, el destino o el azar. Este
“Tribunal de la Razón”, como lo llamó Kant, se arrogaba la capacidad de
decidir la validez o no de las pretensiones de alcanzar la verdad y la justicia
desde la ciencia, el arte, la religión, la moral o la práctica cotidiana. La
filosofía hegeliana pretende aportar el sistema y a la vez proporcionar la vara
de medir el conocimiento necesario para que los cambios imaginados cobren
la realidad que suponen.
87
contractuales. En este cauce desembocan todos los sedimentos de las disputas
y enfrentamientos producidos por las distintas voluntades objetivadas y,
simultáneamente, los frena y contiene mediante penas susceptibles de
restablecer el orden jurídico.
228
Hegel, G. W. F. (1821, 1993), Fundamentos de la filosofía del derecho. La versión que utilizamos aquí es
la traducción de Carlos Díaz de la edición de K. H. Ilting sobre el original de 1821. Las cursivas en las citas
entre comillas son siempre suyas (obra citada de ahora en adelante como Fil. der.). Fil. der., 614.
229
Fil. der., 614.
88
las corporaciones, que sirvan para prevenir subversiones o para anular
alteraciones al orden social. El primer factor despliega a su vez la fortuna, el
trabajo y la inteligencia, que intentaran cubrir las necesidades individuales.
Como hemos visto no evitarán, sino que hasta incluso motivarán, los
conflictos. Una vez desencadenados, éstos requerirán de un segundo factor, la
administración de la justicia, que promulgará y realizará un derecho formal,
un derecho individual y, por último, una actividad judicial que, bajo la mirada
subjetiva, atenta y experta del juez, impondrá la justicia adecuada y se valdrá
de las instituciones preventivas y de vigilancia del tercer factor, la policía y las
corporaciones, para paliar los estragos causados por la libertad particular,
capacitada por naturaleza para violar las normas.
El Estado es el universo pleno del espíritu objetivo, aquél que ubica los
lugares precedentes, los contiene y los funde. Un universo de la razón
constituido para proporcionar armonía entre individuo y sociedad, así como
libertad y voluntad particulares y sociales. El Estado es la sustancia social que
ha llegado a la conciencia de sí y congrega en sí a la familia y a la sociedad
civil. Es una forma superior del despliegue conjunto de moralidad y ley.
El Estado, en tanto fin absoluto de la vida en sociedad, aparece ante los ojos
de Hegel como “voluntad divina como Espíritu presente y que se despliega en
la forma real y la organización de un mundo”. El Estado supone la realización
de la libertad y, a su vez, el modo de dicha realización. Se trata de un Estado
estructurado y constituido, un Estado de derecho que sigue el rumbo y la
dirección de la Historia.
Hegel nos habla de la filosofía del derecho como una ciencia. Con ello vuelve
a manifestarse un firme defensor del proyecto moderno, ilustrado y
230
Fil. der., 160.
89
racionalista, frente al auge de las actitudes románticas de su época que
abandonaban toda explicación racional del mundo en favor del libre arbitrio,
el corazón, la fantasía, la intuición, el capricho y la contingencia231, y que para
Hegel acompañaban las formas más degradadas de la filosofía. Desde el
momento en que la filosofía declara insensato el conocimiento de la verdad, se
desacredita y abre la puerta a la igualación de todos los pensamientos y de
todas las materias: vale lo mismo la ley que la opinión sobre aquélla232. Con la
misma firmeza ataca otros supuestos valores de su época, tales como la
consideración del entusiasmo o del sentimiento en tanto criterios de lo que es
justo o no233. Hegel expresa una condena sin paliativos del libre arbitrio y de
las justificaciones que éste atribuye a las acciones humanas, como la buena
intención, el buen corazón o la convicción subjetiva234.
231
Fil. der., 46, 51-52.
232
Fil. der., 56.
233
Fil. der., 444.
234
Fil. der., 504, 506, 508, 510.
235
Fil. der., 82.
236
Fil. der., 57.
237
Fil. der., 59.
238
Fil. der., 162.
90
Basándose en el desarrollo de las ideas de voluntad y de libertad, pilares de su
edificio, Hegel concibe el ámbito del derecho en lo espiritual, como no podía
ser de otra manera: “el derecho es algo sagrado en general, solamente porque
es la existencia del concepto absoluto, de la libertad consciente de sí
misma”239. Su punto de partida es la voluntad, que es libre e irreductible a
cualquier cosa; nada la determina; es en sí y para sí y, en tanto racionalidad,
tiende siempre a lo universal. La voluntad contiene en primer lugar “el
elemento de la pura indeterminación o de la pura reflexión del yo en sí”
(mismo). La voluntad es “frente a lo real su realidad negativa que sólo se
refiere a sí (misma) abstractamente, (y es) en sí (la) voluntad individual de un
sujeto (individual)240 .
Hegel aclara que hay una primera voluntad libre que obedece a los instintos
naturales y a los deseos, aunque en este caso no cabe hablar propiamente de
libertad. A la verdadera libertad se llega mediante el pensamiento, cuando éste
consigue de forma racional establecer el derecho y la eticidad (las leyes, el
Estado). Ya vimos como Hegel se enfrentaba al libre arbitrio individual, pues
para él lo individual debe tender a lo universal. Dado que este universal es
racional, todos los seres humanos pueden acceder a él mediante la reflexión.
239
Fil. der., 158.
240
Fil. der., 172.
241
Fil. der., 138.
242
Fil. der., 96.
243
Lenin escribió en El Estado y la Revolución (Anagrama, Barcelona, 1976, p. 75), aunque sin citar
expresamente a Hegel, que “según la concepción filosófica, el Estado es la “realización de la idea”, o sea,
traducido al lenguaje filosófico, el reino de Dios sobre la tierra, el campo en que se hacen o deben hacerse
realidad la eterna verdad y la eterna justicia”.
91
Derecho abstracto.
En la primera parte de su obra, Hegel aborda el derecho abstracto y su
despliegue en la propiedad y el contrato para alcanzar, al fin, el derecho en sí.
El protagonista de este proceso es la persona o conciencia que de sí mismo
tiene el individuo, figura de la voluntad libre. La persona toma conciencia de
su finitud y, esta determinación la sitúa mediante la razón en el infinito
universal y libre244.
244
Fil. der., 174. “(…) la determinación es mi universalidad” (Fil. der., 175).
245
Fil. der., 176 y 178.
246
Fil. der., 228.
247
Fil. der., 184.
92
Todo lo distinto del espíritu libre es exterior a él, es cosa, impersonal y
ajurídica. Esta cosa tiene su fin en el hecho de recibir mi voluntad. Cuando mi
voluntad la posee, ejerce un derecho de apropiación y se convierte en
propiedad mía, en propiedad privada248. La propiedad privada sólo está
subordinada a una instancia superior, que es el Estado. Así pues, la toma de
posesión de las cosas exteriores (naturales) es el origen de la propiedad.
Acontece quizás gracias a la astucia, a la habilidad, etc., pero, en cualquier
caso, se origina en el momento en que hay una voluntad libre de apropiación.
248
Fil. der., 200 y 202.
249
Fil. der., 208.
250
Fil. der., 216.
251
Fil. der., 297.
252
Fil. der., 280.
93
mío, que ahora ha cesado de ser mi propiedad, y de que la reconozco
abiertamente como propiedad del otro”.
253
Fil. der., 288.
254
Fil. der., 318.
255
Fil. der., 193. Hegel incluye aquí conocimientos, ciencias, talento que puedan obtener una existencia
externa.
256
Fil. der., 632.
94
obligar su aplicación. En el proceso dialéctico de Hegel, lo injusto niega el
derecho y la subsiguiente pena tiene como objetivo restablecer de nuevo el
derecho lesionado. Lo justo del derecho constituye la posición primera, la idea
de Bien y Justicia; lo injusto del delito, pretende negar ambos criterios y, por
último, la pena se instituye como la superación de ambos, necesaria para la
restauración del derecho en la realidad. Por tanto, la pena es necesaria y,
además, reconoce y reinstaura al delincuente como persona (había dejado de
serlo al transgredir el derecho). Por tanto, la pena también le beneficia. Queda
claro también que la vulneración que supone el delito existe sólo como
voluntad particular del delincuente257. El delito no puede repararse mediante
una venganza particular, pues la venganza sólo es capaz de generar un nuevo
delito y “como tal contradicción, cae en el proceso al infinito y se trasmite de
generación en generación ilimitadamente”258.
Moralidad.
En la segunda parte de la obra, Hegel detiene su mirada en el segundo
momento del espíritu objetivo, que define la moralidad. El principio del punto
de vista moral es para él la “infinita subjetividad para sí de la libertad”259. La
moral representa el momento subjetivo de la voluntad. Lo moral no es, en
principio, opuesto a lo inmoral, sino que es el punto de vista universal que
descansa en la subjetividad de la voluntad260. Se aborda en este apartado el
tema de la finalidad de la acción voluntaria; de hecho, la acción se define
como exteriorización de la voluntad subjetiva o moral261.
Hegel establece una neta demarcación entre, por un lado, fines relacionados
con la voluntad natural ubicada en ámbitos pre-políticos y, por otro, el fin
universal de la acción pensante o racional: el bienestar o la felicidad. Según
Hegel, en contraposición con lo que ocurría en la Antigüedad, en la época
moderna se da el derecho del sujeto a tener una libertad subjetiva. Reconoce el
257
Fil. der., 342.
258
Fil. der., 360.
259
Fil. der., 364.
260
Fil. der., 380.
261
Fil. der., 386.
262
Fil. der., 320.
95
papel del Cristianismo en la instauración de este derecho y lo acepta como el
principio universal que ha dado una nueva forma al mundo263. Sin embargo, la
satisfacción de mi subjetividad implica de hecho asimismo, obrar de cara al
bienestar de otros, en rigor, el bienestar de todos, dada la universalidad del
pensamiento racional264. De esta forma, ha quedado instituido el lugar del
deber ser, punto de partida para las normas del correcto vivir en sociedad.
263
Fil. der., 420
264
Fil. der., 438.
265
Fil. der., 442.
266
Fil. der., 444.
267
Fil. der., 452.
268
Fil. der., 462.
269
Fil. der., 470.
270
Fil. der., 472.
96
forjadora de normas para la conducta individual, y concebir la ley como
resultado de un ejercicio racional vinculante.
Eticidad.
El tercer momento del espíritu objetivo viene expresado por la eticidad o idea
de libertad que se ha convertido en mundo existente y en naturaleza de la
autoconciencia271. Lo ético o deber hacer, aparece como objetivo por medio
de las leyes y las instituciones. Éstas otorgan contenidos fijos que tienen una
existencia por encima de la opinión subjetiva y del capricho272. Ambas
conforman la sustancia ética y proporcionan una autoridad y un poder
absolutos273. Además, las leyes éticas no son algo extraño para el sujeto, sino
que el espíritu las toma como su propia esencia274.
97
miembros de tal familia280. La familia se concreta en los tres aspectos
siguientes. En primer lugar y como concepto inmediato, el matrimonio, que
mantiene la vida de la especie (“unidad exterior”) y donde la autoconciencia
de la unidad de los sexos se transforma en amor espiritual o autoconsciente
(“unidad interior”)281, un punto que Hegel juzga muy importante.
280
Fil. der., 562.
281
Fil. der., 564 y 566.
282
Fil. der., 578.
283
Fil. der., 286 ss. y 574.
284
Fil. der., 590.
285
Fil. der., 582.
286
Fil. der., 584.
287
Fil. der., 590.
288
Fil. der., 564.
289
Fil. der., 592.
290
Fil. der., 564.
98
con el fin de hacerles autónomos algún día y de que adquieran una
personalidad libre con capacidad de salir de la unidad natural de la familia291.
Con la disolución de la familia, entendida como la muerte del padre, el
testamento debe encaminarse a mantener la familia, evitándose donaciones
disparatadas que comprometan la supervivencia de los miembros
supervivientes.
291
Fil. der., 596.
292
Fil. der., 614.
293
Fil. der., 616. Los sentimientos nacionalistas podrían hundir sus raíces en la naturaleza al modo fichteano,
si atendemos a esta expresión de Hegel.
294
Fil. der., 619.
295
Fil. der., 625.
296
Fil. der., 630.
297
Fil. der., 632.
99
disimetrías que se plasman en clases298.
El Estado.
El momento definitivo del espíritu objetivo es el Estado: “la realidad de la
idea ética, el espíritu ético en cuanto voluntad patente, ostensible a sí misma,
sustancial, que se piensa y sabe y cumple aquello que sabe y en la medida en
que lo sabe”301. El Estado es una realización racional; de hecho, el fin último
de toda racionalidad. En el Estado la autoconciencia individual se eleva a la
universalidad y la unidad así establecida es “autofinalidad absoluta, inmóvil,
donde la libertad llega a su supremo derecho”302.
298
Hegel reconoce clases campesinas, industriales y de los servidores del Estado (Fil. der., 632 y 634).
299
Fil. der., 625.
300
Fil. der., 661.
301
Fil. der., 678.
302
Fil. der., 678.
303
Fil. der., 679.
304
Fil. der., 679.
100
pensada individualmente pero en la que, en cuanto que tal razón es universal,
coinciden en ella todos los individuos. El Estado es una creación del
pensamiento: he ahí el idealismo racionalista de Hegel. El Estado reúne
universalidad e individualidad: la voluntad busca su finalidad particular
actuando según leyes y principios pensados, es decir, universales305.
305
Fil. der., 680.
306
Fil. der., 795.
307
Fil. der., 687.
308
Fil. der., 690-691.
101
conjunto de éstas compone la constitución o racionalidad evolucionada y
realizada en lo particular309. Ello se plasma en diversos poderes estatales, que
desempeñan las tareas por medio de las cuales lo universal se produce
continuamente310. Hegel distingue tres poderes constitucionales: legislativo,
gubernativo y el poder del príncipe. El primero determina lo que es
universal311 y establece las leyes que dictaminan lo que el Estado permite
gozar y beneficiar a los individuos, y lo que los individuos deben aportar al
Estado312. Hegel no es partidario del sufragio universal, sino de una
representación estamental en la que se concede gran peso a la nobleza313 y, en
general, a las clases dominantes. Los diputados son representantes, no de
individuos particulares, sino de “esferas esenciales de la sociedad” (el
representar no es ya estar en lugar de otro, sino que el interés mismo está ya
presente)314.
102
con que la soberanía resida en el pueblo, ya que un “pueblo” sin monarcas y
sin todos los mecanismos de articulación (soberanía, gobierno, tribunales,
clases) es una masa amorfa que no es Estado ni es nada319.
319
Fil. der., 729.
320
Fil. der., 720-721.
321
Fil. der., 776.
322
Fil. der., 778.
323
Fil. der., 787.
103
El tercer momento, la historia, no es propiamente un tal momento, pues una
vez las políticas interior y exterior del Estado se manifiestan, el Estado colma
de justicia la realidad y culmina el despliegue de individuo y sociedad bajo el
común criterio de su soberanía. Sin embargo, tras él, con él y sobre él, siendo
él, está la historia marcando el paso, actualizando el destino y realizando el
devenir paulatinamente. Es por ello que el último momento no es más instante
que el aire que respira la libertad en su devenir; la historia universal del
espíritu que retorna autoconsciente en toda su magnitud para sí.
324
Fil. der., 791.
325
Fil. der., 795.
326
El periodo oriental representa la infancia de la humanidad. La libertad solo está en manos de uno y se le
niega a todos menos al soberano. Los periodos griego y romano representan la humanidad adolescente. Es la
primera llamada de la conciencia que busca, a partir de ahora, la libertad. En ambas fases prevalecía la
comunidad sobre el individuo. El periodo germano representaría la madurez de la humanidad y abarcaría
desde el cristianismo hasta la época de Hegel. En esta fase y tras un tiempo de búsqueda infructuosa en el que
perduraron formas de esclavitud, se alcanza la plenitud de la conciencia de libertad y su realización histórica
a través del Estado.
327
G. W. F. Hegel (1807), Fenomenología del espíritu. Hemos utilizado la versión de W. Roces para el
F.C.E. en su sexta reimpresión (1999, 472).
104
de Hegel. Diferenciar un pueblo como “elegido” o “protagonista” de una
época y descartar a otros pueblos como incompetentes en el devenir de la
civilización es síntoma de chauvinismo y mesianismo y, a la vez, una
justificación para la subordinación de los mismos. Hegel reproduce este pensar
jerárquico en otros lugares de su obra, alcanzando su manifestación más
extrema cuando pone el devenir de la historia en las manos de los grandes
hombres de los diferentes pueblos. Ellos han mostrado la síntesis preclara del
camino que la humanidad había de seguir. Bajo esta idea, contempla también
el proceso histórico una vez abandonada la prehistoria328.
El supuesto asunto común que para Hegel era el contenido decisivo del
Estado, sólo representará para Marx los intereses de una clase dominante
propietaria de los medios de producción. El Estado, entendido como entidad
política, constituye exclusivamente la parte ceremonial de la realidad social330.
El Estado apela a su propia abstracción y se desvincula efectivamente de
responsabilidades particulares, es decir, de la vida concreta de los ciudadanos
en relación a la propiedad privada. De hecho, cuanto más abstracto y
328
Fil. der., 796.
329
La crítica de Marx fue contundente: “Hegel define aquí al monarca como «la personalidad del Estado, su
certeza de sí mismo». El monarca es la «soberanía personificada», la «soberanía hecha carne», la conciencia
palpable del Estado. Con ello quedan excluidos todos los demás de esta soberanía, de la personalidad y de la
conciencia del Estado. Pero a la vez Hegel es incapaz de dar a esta «Souveraineté Personne» otro contenido
que el «quiero», el factor de la arbitrariedad en la voluntad. La «razón del Estado», la «conciencia del
Estado» es una persona empírica «única» con exclusión de todas las otras; pero esta razón personificada
carece de todo otro contenido que la abstracción del «quiero». L'État c'est moi”. Todavía más gruesa resulta la
analogía que le sugiere: “El nacimiento determinaría la calidad del monarca, lo mismo que determina la
calidad del ganado” (Marx, K. (1843/2002), Crítica de la Filosofía del Estado de Hegel. Biblioteca Nueva.
Madrid. Traducción de J. Mª Ripalda, pp. 95 y ss. y 103).
330
“El Estado constitucional es el Estado cuyo interés es sólo formalmente el interés real del pueblo (...). Se
ha convertido en una formalidad, en el haut goût de la vida del pueblo, en una ceremonia. El elemento
estamentario es la mentira legalmente sancionada de los Estados constitucionales” (Marx, K. (1843/2002),
Crítica de la Filosofía del Estado de Hegel, p. 142).
105
ceremonial sea, más difícil será acabar con las desigualdades. Además, el
individuo niega su propia realidad concreta cuando pasa a ser un verdadero
ciudadano. Lo político posee, con el Estado hegeliano, una entidad propia,
independiente de toda realidad socio-económica. Bajo el enunciado de que
ahora todos somos iguales ante la Ley, el Estado sanciona como verdad lo que
en verdad es distancia y disimetría. Al defender como cosa común una
igualdad que no lo es, aliena al ciudadano de su vida y sitúa su libertad en el
único ámbito donde ésta cabe: el pensamiento.
Es probable que el anhelo de Hegel por elaborar una Constitución posible para
su país y su tiempo le hiciera explicitar proposiciones que podemos considerar
hoy impropias de su capacidad de análisis, por paradójicas y hasta
contradictorias. Por ello, hay que mantener la duda y preguntarse si no sopesó
también la posibilidad de desplegar una teoría política más descarnada y
menos retórica y contradictoria que la que propuso, y si aquélla hubiera
llegado más lejos que ésta dadas las condiciones de la realidad social en la que
vivió.
106
CAPÍTULO 6
La crítica del Estado en Marx
107
El pensamiento es una síntesis, un resultado y un eventual instrumento para el
cambio social; no un punto de partida o un motor autónomo, tal y como se le
atribuía postular a la filosofía hegeliana. Para Marx, sin embargo, la filosofía
de Hegel sí fue un auténtico punto de partida, hasta el punto de que aspectos
fundamentales, como la lógica dialéctica, no le abandonaron jamás. En otros
puntos, como el que nos ocupa aquí en torno a la filosofía del Estado, la
divergencia fue, en cambio, temprana y radical, si bien, como veremos, el
verdadero distanciamiento de Hegel tardó años en verificarse y se produjo más
en el terreno ontológico que en el del procedimiento (dialéctica). Para Marx, el
significado del “Estado” varió a medida que sus ideas sobre lo real fueron
cobrando un ajuste material. El método para abordar su estudio también
atravesó el mismo proceso de concreción. Método y concepto fueron
adaptándose mutua y paulatinamente hasta que el sujeto real de las cosas
suplantó en Marx a la “esencia hegeliana” de las mismas.
Pese a que en aquellos años la libertad constituía para Marx la esencia del
Hombre y, el Derecho, un efecto de la razón humana, hay indicios de que
comenzó a vislumbrar una convicción que, con el tiempo, fue madurándose y
haciéndose extensiva a la política en general: el Estado, aparentemente
331
El texto titulado “El editorial del número 179 de la Gaceta de Colonia (Kölnische Zeitung)” apareció en la
Rheinische Zeitung (“Gaceta Renana”) los días 10, 12 y 14 de julio de 1842. Hemos utilizado aquí la
traducción al castellano de W. Roces, en la compilación titulada Escritos de juventud de Carlos Marx (Fondo
de Cultura Económica, México, 1982; citado como Escritos a partir de ahora).
332
Escritos, 234.
333
Escritos, 235.
334
Escritos, 236.
108
consecuencia de una aspiración racional y, una vez establecido, elemento
rector de la vida humana, no es más que un puro formalismo. La realidad
social era y es bien distinta y en un artículo contra la ley que castigaba la tala
ilícita335, Marx denunció que, con dicha ley, “todos los órganos del Estado se
convierten en oídos, ojos, brazos y piernas (...) del propietario del bosque”.
Aun así, el posicionamiento político de Marx hasta mediados de 1843 seguía
expresando lecturas diversas, desde el cinismo con que critica al Estado
prusiano al calificarlo como una propiedad dinástica336, al anhelo de un Estado
y un mundo nuevo fundado en un humanismo democrático.
109
cambiar un proceso lógico por otro, sino que intenta buscar la determinación
de la institución política en la materialidad misma de la sociedad, al tiempo
que arremete contra la filosofía hegeliana del Derecho y el Estado, que los
concebía como la culminación de la historia y de la conciencia humana.
Otra deuda del Marx de esta época con el idealismo se descubre a propósito
del nuevo sujeto facilitado por la inversión feuerbachiana-marxiana: la Familia
y la Sociedad burguesa: “(razonablemente) el estado político no puede existir
sin la base natural de la familia y la base artificial de la sociedad burguesa, sus
condiciones sine qua non”341. El enunciado mueve a dos consideraciones. La
primera y más evidente se refiere a la cualidad de los conceptos “Familia” y
“Sociedad burguesa”. El primero reduce la familia, una institución de por sí
política y polimorfa en sus manifestaciones concretas, a una representación
naturalista y ahistórica, mientras que el segundo está cargado de presentismo.
El primero añade una deuda con Rousseau342, y sólo recibirá un impreciso
contenido histórico por parte de Marx muchos años después343. El segundo
obliga a considerar que, para el Marx de 1843, la noción “Estado” y las reglas
de juego que lo acompañan, en tanto realidad concreta, sólo pudieron darse
340
CFEH, 97.
341
CFEH, 73. El Estado moderno, o Estado político propiamente dicho, sería incapaz de emerger fuera de la
Sociedad burguesa, una sociedad que, en este texto, sólo está caracterizada filosóficamente como productora
de realidades alienantes, vacías y únicamente transitadas por la razón: “El Estado político como forma
organizadora (...) carece de contenido propio; el contenido reside en la propiedad, el contrato, el matrimonio,
la sociedad burguesa, en tanto formas de existencia distintas del Estado político” (CFEH, 100).
342
En palabras del filósofo ginebrino, “La más antigua de todas las asociaciones y la única natural es la
familia” (Contrato, 4); “La familia es el primer modelo de sociedad política: el jefe, el padre, y los hijos, el
pueblo” (Contrato, 5). Locke también tocó el tema señalando que “La primera sociedad que se creó fue la de
hombre y mujer; y esto dio luego lugar a la sociedad entre padres e hijos. Conforme fue pasando el tiempo, a
ésta se le añadió la sociedad entre amo y siervo” (Segundo Tratado, 96).
343
Véase CFEH, nota 80. La historicidad y polimorfia de la familia eran conocidas al menos tardíamente por
Marx, como se desprende de los resúmenes y comentarios a los trabajos de antropólogos como H. Morgan.
Véase al respecto Los apuntes etnológicos de Karl Marx (transcritos, anotados e introducidos por Lawrence
Krader. Pablo Iglesias/Siglo XXI, Madrid, 1988), en especial las pp. 77-101.
110
como culminación de un proceso ideal, humanista, guiado por la exigencia de
libertad abanderada por la burguesía más que, como hubiera dicho más tarde,
en función de un nivel dado de desarrollo histórico y dialéctico entre las
fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción.
Esta crítica enlaza con una nueva perspectiva implícita sobre el sentido
verdadero del Estado: “El estado constitucional es el estado cuyo interés es
sólo formalmente el interés real del pueblo (..) se ha convertido en una
formalidad (...) en una ceremonia. El elemento estamentario es la mentira
legalmente sancionada de los Estados constitucionales, según la cual el
Estado es el interés del pueblo o el pueblo el interés del Estado”347. Esta
realidad formal y ceremonial del Estado moderno salpicará a partir de ahora
toda la consideración marxiana sobre esta institución, equiparando sus efectos
alienantes a los de la religión: “Así como los cristianos son iguales en el cielo
y desiguales en la tierra, los individuos que componen un pueblo son ahora
iguales en el cielo de su mundo político, desiguales en la existencia terrena de
la sociedad”348; “el ciudadano, como idealista político, es un ser
completamente distinto, en desacuerdo con su realidad, diferente y opuesto a
ella”349.
A pesar del giro realista que el texto va tomando en sus últimos desarrollos, el
Manuscrito de Kreuznach conserva todavía un regusto humanista y demócrata
344
CFEH, 182.
345
CFEH, 184.
346
CFEH, 185.
347
CFEH, 142.
348
CFEH, 158.
349
CFEH, 156.
111
que seguirá aflorando en otros textos, como La cuestión judía y la
Introducción350 al propio Manuscrito largamente inédito, hasta que el
proletariado comience a personificar para Marx la posibilidad de una
transformación social real y radical351. Mientras tanto, la sociedad burguesa
continuó siendo la condición real de lo político352 y, este ámbito, blanco de sus
críticas en tanto ficción creada a partir de la representación burguesa de la
“libertad”. Al asegurar los intereses privados, la libertad burguesa no es ni
relacional ni común, sino individual y egoísta. Marx argumenta que la libertad
política que abandera la burguesía no es la libertad real, pues nace y se orienta
en pos del interés del individuo burgués insolidario, aquél que entiende la
libertad como emancipación del colectivo, y que utiliza un presunto
presupuesto natural, la propiedad individual353, para imponer su egoísmo
privado sobre la relación social como un todo. Para Marx, la emancipación
política así reclamada y articulada en torno a las figuras de “individuo” y
“ciudadano”, no pretende sino sancionar una escisión en virtud de la cual la
burguesía se arroga la libertad para apropiarse de lo común y para sembrar el
mundo con leyes destinadas a la vigilancia de lo propio354. Esta realidad del
mundo burgués crea una ficción política a su medida, al igualar aparentemente
los derechos de los individuos y hacerles creer que gobiernan su desigualdad
gracias a la opinión del sufragio.
350
Ambos publicados a finales de 1843 en Los Anales Franco-alemanes. Hemos utilizado la versión de J. M.
Bravo en K. Marx y A. Ruge (1843). Los Anales Franco-alemanes. Martínez Roca, Barcelona, 1970 (“La
cuestión judía” (abreviada como CJ) pp. 223-257; “Introducción” difundida en castellano con el título
“Contribución a la crítica del derecho” (abreviada como CCD), pp. 101-116).
351
“Para que coincidan la revolución de un pueblo y la emancipación de una clase en particular de la
sociedad civil, para que una clase valga para toda la sociedad, es necesario, por el contrario, que todos los
defectos de la sociedad se condensen en una clase, que una determinada clase resuma en sí la repulsa general
(...) una esfera social (que) sea considerada como el crimen notorio de toda la sociedad, de tal modo que la
liberación de esa esfera aparezca como la autoliberación general (…) una clase a la que le resulte imposible
apelar a ningún título histórico, y que se limite a reivindicar su título humano (...) una esfera que no pueda
emanciparse sin emanciparse en el resto de las esferas de la sociedad y, simultáneamente emanciparlas a todas
ellas; que sea en una palabra, la pérdida completa del hombre. Esta descomposición de la sociedad, en cuanto
clase particular, es el proletariado” (CCD, 113).
352
”La necesidad práctica, el egoísmo, es el principio de la sociedad burguesa y se manifiesta como tal en
toda su pureza tan pronto como la sociedad burguesa alumbra totalmente de su seno el Estado político” (CJ,
254).
353
Con aquello que la burguesía denomina libertad política, el hombre “no se vio liberado de la propiedad,
sino que obtuvo la libertad de la propiedad” (CJ, 248).
354
“La seguridad es el concepto social supremo de la sociedad burguesa, el concepto de policía, de acuerdo
con el cual toda la sociedad existe para garantizar a cada uno de sus miembros la conservación de su persona,
de sus derechos y de su propiedad (..) El concepto de seguridad no hace que la sociedad burguesa supere su
egoísmo. La seguridad es, por el contrario, la garantía de ese egoísmo” (CJ, 244).
112
Vorwärts! (1844)355, Marx sostendrá que la esfera política, instituida como
forma característica del Estado burgués, desaparecerá al diluirse la propia
burguesía tras la autoemancipación revolucionaria del proletariado. El propio
Marx resumió años después en el Prefacio a la Contribución a la crítica de la
economía política (1859) sus reflexiones sobre el Estado en esta época de
juventud: “Mis investigaciones dieron este resultado: que las relaciones
jurídicas, así como las formas de Estado no pueden explicarse ni por sí
mismas, ni por la llamada evolución general del espíritu humano; que se
originan más bien en las condiciones materiales de existencia que Hegel,
siguiendo el ejemplo de los ingleses y franceses del siglo XVIII, comprendía
bajo el nombre de “sociedad civil”; pero que la anatomía de la sociedad hay
que buscarla en la economía política”356. Una economía política que se
instituyó como principal objetivo del pensamiento de Marx a partir de los
Manuscritos de París357. La propiedad privada ya no es considerada
mecánicamente la fuente de todos los males, sino en función del trabajo
enajenado que la sustenta358, por constituir causa y consecuencia de la riqueza
y de la miseria. Este giro se tradujo en una reducción de las referencias
explícitas a la categoría “Estado”. Estado y otros conceptos políticos perdieron
toda centralidad, pues la determinación social no reside en las formas de
gobierno ni en las constituciones políticas, sino en la economía política. De
hecho, Marx explicita que “en la presente obra, las relaciones de la economía
política con el Estado, el derecho, la moral, la vida civil, etc. sólo son objeto
de referencias en la medida en que la economía política misma tiene que ver
expresamente con esos temas”359 (…) “La religión, la familia, El Estado, la
ley, la moral, la ciencia, el arte, etc. son sólo formas particulares de la
producción y caen dentro de su ley general. La supresión positiva de la
355
El artículo llevaba por título “Notas críticas al artículo: “El Rey de Prusia y la reforma social. Por un
prusiano”. Hemos acudido a la traducción de J. Mª Ripalda, publicada en Obras de Marx y Engels (OME),
vol. 5, Crítica, Barcelona (1978), pp. 227-245.
356
K. Marx. Prefacio a la contribución a la crítica de la economía política. Traducción J. Merino, Alberto
Corazón, Madrid 1970, pp. 36-37.
357
Los Manuscritos de París no fueron publicados en vida de Marx. Hubo que esperar hasta 1932 para contar
con una edición correcta, preparada por D. Riazanov, y que lleva por título el que conocemos hoy para este
trabajo, Manuscritos: Economía y Filosofía (Marx, K. y Engels, F., Historisch-kritische Gesamtausgabe,
Marx-Engels Verlag, Berlín 1932, sección 1, tomo III). Una primera edición en ruso, muy deficiente,
apareció en 1927. Marx concluyó el texto a los 26 años en París. Hemos manejado dos versiones en
castellano. La primera (MEFa) es la traducción de J. Campos de una versión en inglés realizada por T.
Bottomore y publicada en el Apéndice 1 de la obra de E. Fromm, Marx y su concepto de Hombre (original de
1961) por Fondo de Cultura Económica en 1998, en su 15ª reimpresión. Dicha versión en inglés se basaba en
el original en alemán. Hemos utilizado también la realizada por F. Rubio Llorente para Alianza Editorial en
1968, en su 11ª reimpresión (1985) (MEFb), cuando la considerábamos más adecuada en expresión o
contenido.
358
“El análisis de este concepto demuestra que, aunque la propiedad privada aparece como la causa y la base
del trabajo enajenado, es más bien una consecuencia de este último” (MEFa, 115). Así, la propiedad privada
viene a ser para Marx “la realización de esta enajenación” (MEFa, 115).
359
MEFa, 99.
113
propiedad privada como apropiación de la vida humana, es pues la supresión
positiva de toda enajenación y la vuelta del hombre, de la religión, la familia,
el Estado, etc. a su vida humana, es decir, social”360.
360
MEFa, 136.
361
Hemos utilizado la traducción realizada por Wenceslao Roces y coeditada por Ediciones Pueblos Unidos y
Ediciones Grijalbo en su quinta edición de 1974. La Ideología Alemana es un manuscrito redactado
conjuntamente por Marx y Engels entre 1845 y 1846, pero que permaneció inédito hasta 1932, cuando se
publicó íntegramente por primera vez (de ahora en adelante, Ideología).
362
Ideología, 25.
363
Ideología, 20-21.
364
Ideología, 33.
114
A partir de esta premisa, Marx y Engels esbozaron allí tres formas de
propiedad (más adelante, “modos de producción”) características de las
sociedades precapitalistas: tribal, antigua y feudal. El Estado aparece como la
institución política propia de las dos últimas y adquiere diferente ropaje no en
función de motores idealistas como el progreso de la razón, el avance de la
libertad de la mano del espíritu en cada época o la voluntad de felicidad o de
poder de los individuos, sino en virtud de las formas de propiedad que
vehiculan la producción en diferentes momentos históricos. Aquellas formas
que den cabida a la propiedad privada, ya sea a modo de la suma de títulos
individuales o como derecho de un sector de la sociedad, indican una división
de la sociedad en clases y proporcionan el contexto donde el Estado adquiere
su razón de ser. El Estado se establece así como
“(…) la forma bajo la que los individuos de una clase dominante hacen
valer sus intereses comunes y en la que se condensa toda la sociedad
civil de una época (…)”365.
365
Ideología, 72.
366
Ideología, 72.
367
Ideología, 72.
368
Ideología, 81.
369
“Si se ve en el poder el fundamento del derecho, como hacen Hobbes, etc., tendremos que el derecho, la
ley, etc., son solamente el signo, la manifestación de otras relaciones, sobre las que descansa el poder del
Estado. La vida material de los individuos, que en modo alguno depende de su simple “voluntad”, su modo
de producción y la forma de intercambio, que se condicionan mutuamente, constituyen la base real del Estado
y se mantienen como tales en todas las fases en que siguen siendo necesarias la división del trabajo y la
propiedad privada, con absoluta independencia de la voluntad de los individuos. Y estas relaciones reales,
lejos de ser creadas por el poder del Estado, son, por el contrario, el poder creador de él. Los individuos que
dominan bajo estas relaciones tienen, independientemente de que su poder deba constituirse como Estado,
que dar necesariamente a su voluntad, condicionada por dichas determinadas relaciones, una expresión
general como voluntad del Estado, como ley, expresión cuyo contenido está dado siempre por las relaciones
de esta clase, como con la mayor claridad demuestran el derecho privado y el derecho penal (…) El Estado,
no existe, pues, por obra de la voluntad dominante, sino que el Estado, al surgir como resultante del modo
material de vida de los individuos, adopta también la forma de una voluntad dominante” (Ideología, 386-
388).
115
La ruptura con la filosofía política tradicional es ya definitiva. El individuo
abstracto de la Modernidad y la Ilustración pierde su protagonismo como
sujeto central de la historia, de una historia dirigida desde la razón y la
voluntad como inspiradoras de la decisión política. También queda atrás el
idealismo según el cual el Estado recoge los preceptos éticos de una época y se
erige en rector de las relaciones sociales. En lugar de ello, el Estado es la
consecuencia necesaria de ciertas relaciones previas; las luchas que se libran
en su interior (entre democracia, aristocracia, monarquía, etc.) no tiran del
carro de la historia, sino que se limitan a ser “las formas ilusorias bajo las que
se ventilan las luchas reales entre las diversas clases”370.
116
ciudad se constituye a partir de la fusión, por acuerdo o conquista, de diversas
tribus. Paralelamente, el Estado surge como instrumento mediante el cual la
reunión de ciudadanos (léase el colectivo de maridos-patriarcas) puede
“ejercer su poder sobre los esclavos que trabajan para ellos, lo que ya de por sí
los vincula a la forma de la propiedad comunal. Es la propiedad privada en
común de los ciudadanos activos del Estado, obligados con respecto a los
esclavos a permanecer unidos en este tipo natural de asociación”372. La
aparición de la ciudad inaugura una nueva situación fecunda en conflictos:
entre propietarios de esclavos y éstos, entre intereses urbanos y rurales, entre
unas ciudades y otras, y entre sectores ciudadanos dentro de las mismas
(industria, comercio), lo cual abre variados horizontes para el desarrollo
histórico.
372
Ideología, 21.
117
(mercaderes), la subsiguiente división del trabajo a nivel geográfico entre
ciudades y la aparición de la manufactura fueron las condiciones históricas
para la formación de la clase burguesa y la instauración del capitalismo.
373
Hemos utilizado la traducción de las “Formas que preceden a la producción capitalista” realizada por
Javier Pérez Royo (Líneas fundamentales de la crítica de la economía política, OME 21-22, Crítica,
Barcelona, 1977-1978, pp. 427-468). Las citas corresponden a la reproducción de este texto incluida en Marx,
K. y Hobsbawm, E., Formaciones económicas precapitalistas, Crítica, Barcelona (2ª edición de 1984), por
tratarse de una obra de gran difusión y fácilmente accesible (de ahora en adelante, Formen).
118
propias condiciones”374, unas relaciones que varían históricamente. Marx
comienza por fijar su atención en un conjunto de formas de propiedad basadas
en la “propiedad comunitaria” de la tierra, entendida ésta como el “gran
laboratorio, arsenal”, que “provee tanto el instrumento de trabajo, como el
material del mismo”375. Estas formas comparten una característica decisiva,
como es que la pertenencia del individuo a la comunidad constituye el
presupuesto para la apropiación de la tierra a través del trabajo376. Los
individuos son, ante todo, miembros de una comunidad que, además, trabajan,
y que, como resultado de este trabajo, reproducen la comunidad. En sus
diversas variantes, los individuos se relacionan entre sí en tanto propietarios o
poseedores de la tierra, condiciones que siempre exigen como
fundamento previo el ser miembro de la comunidad.
374
Formen, 116. Unas líneas antes, Marx había expresado esta idea más extensamente: “Originariamente, por
lo tanto, propiedad no quiere decir más que relación del hombre con sus condiciones naturales de producción
como con algo que le pertenece, que es suyo, como con algo presupuesto juntamente con su propia
existencia; relación con las mismas en cuanto presupuestos naturales de sí mismo, que, por así decirlo,
constituyen solamente una prolongación de su cuerpo” (Formen, 109).
375
Formen, 85.
376
La relación del individuo con la tierra “está mediada desde el principio por la existencia natural, más o
menos desarrollada y modificada históricamente, del individuo como miembro de una comunidad – su
existencia natural como miembro de una tribu, etc.” (Formen, 99-100).
377
Formen, 84-85.
378
Formen, 85-87.
119
puede acceder a la posesión de un lote de tierra a título temporal o hereditario,
pero nunca es propietario del mismo. En otras ocasiones, simplemente el
trabajo en el campo se acomete en común. En las formas asiáticas, la
propiedad recae en la comunidad local que, a su vez, la ha recibido de una
unidad global que se presenta como la propietaria última. Dicha unidad,
personalizada en el “déspota como en el padre de muchas comunidades” y
representada a nivel local por un jefe tribal o por un consejo de padres de
familia, es capaz de apropiarse de los excedentes producidos por las
comunidades. Una parte de este plustrabajo puede destinarse a objetivos
comunes (desde la guerra al culto) y otra se vehicula como tributo. En este
contexto, la ciudad, que hace su aparición por vez primera, es el lugar donde el
déspota y su corte centralizan los tributos y los gastan e intercambian. Sin
embargo, la base corresponde siempre al campo, siendo la ciudad mera
“excrecencia” de éste, el “campamento del príncipe”379.
379
Formen, 95.
380
Formen, 87.
381
“Continúa siendo un presupuesto para la apropiación de la tierra, el ser miembro de la comunidad; pero
como miembro de la comunidad el individuo es propietario privado” (Formen, 89). “La propiedad del trabajo
120
Los referentes más claros de la forma de propiedad antigua se establecen con
Grecia y Roma. El ideal corresponde a una sociedad donde, a diferencia de las
formas asiáticas, la ciudad predomina sobre el campo y donde la base social
está constituida por la suma de los propietarios agrícolas libres e iguales,
aquéllos que pueden ostentar propiamente el título de ciudadanos.
121
-Formas de propiedad y Estado.
Marx empleó las categorías “formas de propiedad” y, tardíamente, “modos de
producción” para figurar la expresión histórica de la producción social en
ciertos lugares y épocas, figuras a las que correspondía, o no, una organización
política de tipo estatal. En La Ideología Alemana y en las Formen, las formas
de propiedad no constituyen categorías de ordenación estancas; no son
autoexplicativas ni se suceden unas a otras según un orden preestablecido,
características todas ellas asignadas desde ciertas lecturas evolucionistas de los
textos de Marx384. En su lugar, hay que considerarlas como diagnósticos de
situación emitidos al paso de una realidad dinámica que hay que descubrir
fácticamente en cada momento de su desarrollo. Marx dejó claro que las
formas de propiedad sólo se realizan en la producción385, materialmente.
Dicha producción supone en la práctica un “desarrollo de las fuerzas
productivas” que, tarde o temprano, provoca la crisis de las condiciones
previas que la encauzaron, su disolución y la formación de otras nuevas
conforme reglas que no pueden fijarse mediante un ejercicio intelectual
estrictamente racionalista y deductivo. De ahí que la investigación histórica
sea irremplazable, pues ha de permitir descubrir cómo se concreta la realidad,
lo específico, en el marco general de la producción que caracteriza a la
totalidad de las sociedades humanas. En este sentido, el método histórico de
Marx es diametralmente distinto al del idealismo anterior y al del
evolucionismo posterior (infra). Marx ofrece instrumentos dirigidos a
descubrir la especificidad de los órdenes concretos de las sociedades humanas
y su variación diacrónica. La clave es insistir en averiguar qué produce cada
sociedad y cómo se organiza para hacerlo. Este objetivo plantea un interés
general para la investigación que sirve para encauzarla, pero sin prejuzgar o
anticipar el resultado de la pesquisa. Las formas de propiedad que menciona
en La Ideología Alemana y las Formen son puntos de llegada de la
investigación empírica. Idealismo y evolucionismo, en cambio, obran de muy
distinta manera. Comienzan por considerar las múltiples realidades concretas
accesibles a la observación en un momento dado, las diseccionan mediante un
tamiz analítico universal (separando la realidad observable en apartados como
“tecnología”, “parentesco”, “creencias”, etc.) y, a continuación, componen
centra su atención en los orígenes y presupuestos históricos inmediatos del capital, que se sitúan en el
contexto de la sociedad feudal europea.
384
Lecturas a las que contribuyó en buena medida el propio Engels en su obra El origen de la familia, la
propiedad privada y el Estado, muy influido por el evolucionismo unilineal de L. H. Morgan. El camino
hacia esta simplificación atravesó otros caminos en el siglo XX, que pasaron por el encadenamiento de los
diferentes modos de producción definidos por la investigación histórica (traslación socioeconómica de las
“formas de propiedad”) en secuencias uni o multilineales de pretendida necesidad universal.
385
Formen, 112.
122
categorías sociológicas sintéticas (“Salvajismo”, “Barbarie”, “Civilización”,
etc.) que pretenden cubrir toda la variabilidad universal humana aunque sin
que ilustren exactamente ninguna sociedad en concreto. Asumido que los
límites de estas generalizaciones abstractas acotan toda la diversidad humana,
la tarea de la investigación consiste a partir de entonces en identificar uno u
otro de estos “instantes sociales congelados” en las realidades humanas que las
nuevas pesquisas empíricas vayan sacando a la luz. Al hacerlo, las categorías
de síntesis idealistas-evolucionistas dejan de ocupar su puesto como puntos de
llegada de una investigación actualista, y pasan a desempeñar desde ahora el
punto de partida de una actividad que tiene mucho de re-conocimiento y
clasificación y bastante menos de auténtico descubrimiento.
Una vez realizadas estas consideraciones generales, conviene ahora que nos
centremos específicamente en el tema del Estado. La primera, y quizás más
importante es que, tras ocupar un lugar relevante en las primeras obras de
Marx, el “Estado” no llegó a constituir una categoría central de su
pensamiento posterior. De la exposición previa se extrae que Marx, a partir de
la década de 1840, colocó el énfasis en el terreno de la producción, si bien la
expresión “formas de propiedad” presenta claras connotaciones hacia el
ámbito jurídico. El Estado, su forma, evolución o sus conflictos internos, no
123
lidera el proceso histórico. Por el contrario, aparece como una institución
política característica de las sociedades divididas en clases, lo cual conlleva su
ausencia en las demás. En dos de las tres formas de propiedad tratadas en La
Ideología Alemana, la antigua y la feudal, el Estado desempeña un claro papel
en la defensa de la comunidad de ciudadanos propietarios frente al exterior y a
los propios esclavos, o bien de la propiedad territorial nobiliaria frente a los
siervos de la gleba, respectivamente. No así en la forma de propiedad tribal,
donde el escaso desarrollo de la división del trabajo no habría favorecido la
formación de clases antagónicas y donde, por tanto, el Estado permanecería
inédito.
Sin embargo, desde nuestro punto de vista hay varias razones para no
descartar el desarrollo de instituciones estatales en las sociedades donde la
propiedad tribal fuese la única. En primer lugar, porque los mismos Marx y
Engels señalaron en un pasaje poco desarrollado posteriormente que la
primera forma de propiedad está contenida en la familia, “donde la mujer y los
hijos son los esclavos del marido”, aunque admiten a continuación que esta
forma de esclavitud era “todavía muy rudimentaria”386. Así pues, ¿por qué no
pensar en calificar como estatales los órganos rectores de una comunidad
donde un grupo de patriarcas disponen a discreción del trabajo de los restantes
miembros del grupo?387 Tal vez una concepción de la familia muy ligada a la
unión biológica y en la que el protagonismo corresponde al macho (en la
tónica de la tradición iusnaturalista) les hiciera ver todo lo relativo a ella más
del lado del “mundo animal” que del humano. Marx y Engels pecan de
naturalismo cuando en algunos pasajes consideran la familia, o la tribu
integrada por la suma de familias, como ámbitos de relación prepolíticos, toda
vez que la familia constituye tal vez la primera y más persistente forma de
relación política. Así pues, si la familia no es “natural”, sino que como
cualquier forma política manifiesta una enorme diversidad histórica, no hay
por qué asumir que la división del trabajo en su seno venga dada también “por
naturaleza”, más allá de las actividades ligadas a la gestación y el
amamantamiento. Se abre, por tanto, un enorme campo de variabilidad social
que la investigación debería dilucidar.
386
Ideología, 33.
387
En este sentido, habría que precisar cuidadosamente la diferencia entre “disponer” y “explotar”,
averiguando en especial si se produce una acumulación material diferenciada a favor de los patriarcas. En
suma, si la plusvalía extraída es o no de uso privado.
124
clasificación y supuesta explicación de otras sociedades, sino productos de una
investigación de lo históricamente concreto que ninguna categoría apriorística
puede reemplazar. En el caso que nos ocupa, aun admitiendo que en una
sociedad dada la propiedad comunitaria de la tierra se mantenga en solitario (y
que por ello se hiciese también acreedora al título de “comunitaria” o “tribal”),
habría que examinar mediante metodologías adecuadas si el grado de división
del trabajo y su distribución en el seno del grupo acompañan o no a
mecanismos de apropiación y de disfrute diferenciados materialmente, en cuyo
caso cabría identificar el funcionamiento de una organización política de
carácter estatal.
125
la claridad con que Marx concebía la política en relación al Estado y en qué
términos predijo el futuro histórico de esta institución.
partido. El manuscrito no fue publicado hasta 1891, a iniciativa de Engels, en la revista Neue Zeit. Hemos
utilizado la traducción incluida en C. Marx y F. Engels. Obras escogidas. Vol. III. Progreso, Moscú, pp. 9-27
(en adelante, Gotha).
389
Calificado por Marx como “un despotismo militar de armazón burocrático y blindaje policíaco, guarnecido
de formas parlamentarias, revuelto con ingredientes feudales e influenciado ya por la burguesía” (Gotha, 26).
390
Gotha, 24.
126
autónomo ajeno a dicha confrontación cuando, en realidad, actuaba en favor
de una de las partes: la clase burguesa. La única lectura posible era que los
dirigentes del nuevo partido obraban de manera oportunista, al obtener
pequeñas mejoras en la situación económica y política del proletariado alemán
a cambio de dejar intactos los pilares de la sociedad burguesa.
127
realizar propiciarían la recepción y acumulación también diferencial de
productos.
392
Gotha, 15.
128
• El Estado, como máximo exponente y factor decisivo de la vida política
en las sociedades clasistas, no constituye, sin embargo, el motor de su
devenir. El protagonismo corresponde, como siempre, a la producción
social de las condiciones materiales.
• En función del punto anterior, la vida política y sus avatares posee tintes
de ser un ceremonial carente de autonomía. En este sentido, no conviene
confundir tipos de Estado con formas de gobierno (“monarquía”,
“aristocracia”, “democracia”, “república”, etc.). Los primeros vienen
adjetivados por la relación social prioritaria que dicta la producción de
los medios de vida, por lo que hablaremos según los casos de Estado
esclavista, de Estado capitalista, etc. Las segundas, en cambio, nominan
la concreción de las instituciones estatales dentro de cada tipo de
Estado. Un mismo tipo de Estado puede admitir diversas formas de
gobierno. Por ello, los cambios y sustituciones que se dan entre éstas no
marcan por sí solas rupturas decisivas en la marcha de las sociedades.
Constituyen, en sentido estricto, una apariencia de cambio y, en tanto
apariencia, un ceremonial.
393
Esta obra vio la luz en 1884, un año después de la muerte de Marx. Hemos utilizado la traducción al
castellano realizada por la Editorial en Lenguas Extranjeras de Moscú, cotejada y revisada por Horacio
García Brito para la Editorial de Ciencias Sociales (La Habana, 1975) (en adelante, abreviada como Origen).
394
Origen, 201, 204.
129
1. El primero es la dimensión territorial del Estado. A diferencia de la
organización gentilicia previa, el Estado agrupa a los individuos según
divisiones territoriales395. En otras palabras, más que tener unos u otros
parientes y antepasados, lo que cuenta verdaderamente es haber nacido
en el interior de las fronteras de uno u otro Estado.
395
Origen, 202.
396
Origen, 202-203.
397
Origen, 203.
398
Lenin, V. I., El Estado y la revolución, redactado en 1917. Hemos utilizado la edición de Anagrama
(Barcelona, 1976) a partir de la traducción de Editorial Progreso de Moscú. Véase la p. 27.
130
CAPÍTULO 7
Evolucionismo y Estado
131
inorgánica. El proyecto de una ciencia unitaria y objetiva alcanzó logros
básicos en geología (Lyell) y biología (Darwin). Sobre este trasfondo, se
abordaron estudios sobre la evolución social de la mano de Maine, Tylor,
McLennan, Spencer, Lubbock y Morgan, entre otros. Esta “Antropología”,
entendida en la más amplia de sus acepciones, combinaba observaciones
etnográficas, narraciones y registros históricos, datos filológicos y hallazgos
arqueológicos. Las informaciones obtenidas de estas pesquisas empíricas, cada
vez más rigurosas, se articulaban siguiendo un proceder comparativo que se
justificaba atendiendo al principio de la unidad psíquica de nuestro género o,
en otras palabras, al carácter unitario de la “naturaleza humana”. El
razonamiento se inicia con la detección, en sociedades correspondientes a
épocas y lugares diversos, de manifestaciones o desarrollos similares en o
entre algunos de los campos en que fue dividida la experiencia humana como,
por ejemplo, la tecnología, las normas de parentesco, las formas jurídicas y de
gobierno, el lenguaje, el arte o la religión y las creencias. Si tales similitudes
se constatan con la suficiente frecuencia y consistencia, pueden ser entendidas
como regularidades. A partir de ahí, y siempre bajo la premisa básica que
enuncia la unidad psíquica humana, las regularidades pueden ser explicadas
por el efecto de causas también similares. El objetivo último consistía en
formular generalizaciones, es decir, enunciados en forma de ley orientados a
explicar el comportamiento humano, de la misma manera que las leyes de la
evolución natural hacen lo propio con el de las restantes especies vivas.
132
y otros, la antropología evolucionista de los siglos XIX y XX propuso
esquemas secuenciales, jerárquicos, para la clasificación de la diversidad
humana. Además, apuntó factores encaminados a dar cuenta del cambio social
que iba a culminar con la aparición de la Civilización o del Estado. De ello nos
ocuparemos en este capítulo, concretando este objetivo en las obras de varios
antropólogos.
Los “periodos étnicos” a que hace referencia Morgan son tres: “Salvajismo”,
399
Ancient Society ha sido traducida al castellano como La sociedad primitiva. Hemos recurrido a la edición
de Ayuso, publicada en Madrid en 1975 (referenciada de ahora en adelante como Sociedad).
400
Sociedad, 79.
133
“Barbarie” y “Civilización”401, subdivididos los dos primeros en tres niveles
(“inferior”, “medio” y “superior”). Los criterios para su definición proceden
del ámbito de las “invenciones y descubrimientos”, es decir, de la tecnología,
y, en concreto, de las “artes de subsistencia”, que comprenden las formas de
obtención de alimentos y las artesanías402. Morgan otorgó una relevancia
indudable a los aspectos tecnológicos en el progreso humano, razón por la cual
éstos proporcionan la espina dorsal de su periodización. Así, el tránsito de un
estadio a otro viene marcado por innovaciones técnicas relevantes, a modo de
hitos que posibilitan avances cualitativos. Sin embargo, Ancient Society no
plantea una reducción de la evolución humana al paso del progreso técnico, y
ello se refleja de entrada en el índice de la obra. Ahí podemos comprobar que
la exposición de los periodos étnicos ocupa sólo la primera parte, titulada
“Desenvolvimiento de la inteligencia a través de invenciones y
descubrimientos”, mientras que el grueso del trabajo se ocupa de los
desarrollos producidos en los conceptos de gobierno, de familia y de
propiedad. En el primero de éstos traza la evolución de la organización social,
desde la basada en el sexo, pasando por la gens, fratría, tribu, confederación
hasta llegar, finalmente, al Estado. La evolución familiar sigue un camino
pautado por las formas primitiva, consanguínea, punalúa, sindiásmica y
patriarcal, y, por último, monógama. Finalmente, el desarrollo histórico del
concepto de propiedad parte de modalidades iniciales de tipo comunitario y
culmina con la propiedad privada enajenable e individual.
134
fundamento de unos principios primarios del pensamiento (...) Por esto,
dos líneas independientes de investigación captan nuestra atención. Una
nos lleva a través de los inventos y descubrimientos, y la otra a través de
las instituciones primitivas. Con los conocimientos así logrados,
podemos confiar en señalar las etapas principales del desarrollo
humano”403.
403
Sociedad, 77-78.
404
En este sentido, Morgan no abandona el protagonismo de la propiedad a la hora de dar cuenta del devenir
social, tal y como había sostenido la tradición iusnaturalista desde el siglo XVII (véase a título de ejemplo el
apartado dedicado a Locke en este mismo volumen).
135
principio mental han sido uniformes en virtud de la identidad específica
del cerebro en todas las razas humanas”405.
1. Salvajismo.
Inferior.
Este estadio corresponde a la “infancia del género humano”, es decir, el inicial
y más primitivo tras abandonar la mera condición animal. Su caracterización
se realizó a partir de un ejercicio estrictamente deductivo, ya que Morgan no
halló grupo humano que hubiera sobrevivido para ilustrar esta etapa. Los
alimentos, básicamente frutos y nueces, se obtenían mediante la recolección.
La vida transcurría parcialmente en los árboles en el marco de un ambiente
selvático y también en cuevas. Existía ya el lenguaje articulado, pero todavía
no el arte. La familia era de tipo consanguíneo, es decir, articulada en función
del matrimonio entre hermanos y hermanas en un grupo. La propiedad no
rebasaba el ámbito personal, mientras que el gobierno se constituía a través de
un pacto entre hombres.
Medio.
El uso del fuego y la práctica de la pesca señalan el tránsito a este nuevo
estadio. Sin embargo, pese a esta innovación en las estrategias de subsistencia,
las contingencias en la provisión de alimentos conducían con frecuencia a la
antropofagia. En el salvajismo medio hallamos ya instrumentos de piedra
tallada y las primeras armas (maza, lanza). La forma típica de familia es la
punalúa, que excluye la unión entre hermanos uterinos y primos. El gobierno y
los derechos de propiedad corresponden ahora a la gens, entendida como
grupo de parentesco similar al linaje, cuyos miembros tienen prohibido el
matrimonio entre sí. Sobre la base de la organización gentilicia surgirán
posteriormente las fratrías, tribus y confederaciones de tribus. En la época en
que Morgan realizó sus investigaciones, este estadio se hallaba ejemplificado
por los aborígenes australianos y por diversos grupos polinesios.
Superior.
La principal novedad tecnológica que hizo posible acceder a este estadio fue la
405
Sociedad, 80-81.
406
Véase Sociedad, 99-111. Puede hallarse una primera presentación y resumen de los periodos étnicos en
Sociedad, 82-84, así como una útil tabla sintética en el estudio introductorio de Lisón a la edición en
castellano (Lisón, op. cit., 37).
136
invención del arco y la flecha, lo que a su vez permitió conceder a la caza una
mayor importancia en la obtención de alimentos. Este campo también se vio
favorecido por el consumo de raíces farináceas. Paralelamente, se registran los
primeros intentos de vida sedentaria y avances en la manufactura. Continúa el
dominio de la familia punalúa y el gobierno de la gens. Diversas tribus
costeras del continente americano ilustraban típicamente el estadio superior
del salvajismo.
2. Barbarie.
Inferior.
La fabricación de recipientes de barro cocido es la innovación tecnológica que
demarca en tránsito a la barbarie, aunque Morgan hace referencia a otras
novedades relevantes, tales como el tejido a mano con trama y urdimbre, que
brindó la posibilidad de confeccionar vestidos que permitían una mejor
protección contra las inclemencias climáticas. Continúan vigentes las formas
previas de obtención de alimentos, aunque el sedentarismo se consolida con la
construcción de viviendas más grandes y de aldeas defendidas por una
empalizada. Perdura la familia punalúa, aunque ahora coexiste con la
sindiásmica, caracterizada por el hecho de que un hombre vive con una o
varias mujeres. Sin embargo, no ocupan una residencia exclusiva, sino que
habitan en un hogar común que acoge a diversas unidades familiares. Surgen
organizaciones sociales como la fratría y la confederación, y el gobierno se
ejerce mediante un consejo de jefes, aunque en tiempos de guerra un solo jefe
asume el mando. Diversas tribus de alfareros europeos y asiáticos sin animales
domésticos y otras que habitaban al este del Missouri tipificaban en el siglo
XIX el estadio inferior de la barbarie.
Media.
El elemento tecnológico clave que indica el inicio de este estadio es la
domesticación de animales y plantas, un fenómeno que tuvo una expresión,
temporalidad y consecuencias distintas en el Viejo y el Nuevo Mundo. Se
destaca también el empleo del adobe y la piedra en la arquitectura, así como el
inicio de la metalurgia del bronce en el Viejo Mundo. La familia sindiásmica,
que había aparecido en la barbarie inferior, es ahora la modalidad dominante.
El gobierno corre a cargo de un consejo de jefes, al tiempo que adquiere
protagonismo la figura del comandante militar. Esta vez, las tribus que
ejemplifican este estadio se localizan en diversas regiones del continente
americano.
Superior.
Además de señalar el comienzo del último estadio de la barbarie, Morgan
137
otorga a la metalurgia del hierro una importancia de primer orden crucial407.
La razón estriba en que el hierro permitió la producción de una extensa gama
de herramientas, cuya aplicación a distintos sectores económicos, desde la
agricultura a la artesanía, sentó las bases para el ulterior desarrollo de la
civilización. En el terreno de la organización familiar, se generaliza la
modalidad sindiásmica y patriarcal, que supone el matrimonio de un varón con
una o, más frecuentemente, varias esposas. El grupo resultante habita ya en
una casa de manera exclusiva. Existe la esclavitud. El gobierno se reparte en
una asamblea popular, un consejo de jefes y la figura del líder o comandante
militar. Pese a que se daba ya la propiedad individual de bienes muebles, la
tierra mantuvo en buena parte la titularidad colectiva. Los ejemplos del estadio
superior de la barbarie remiten, entre otros, a las tribus griegas narradas por
Homero, a las itálicas antes del auge de Roma y a las germanas
contemporáneas a Julio César.
3. Civilización.
Finalmente, la escritura basada en un alfabeto fonético constituye el elemento
que revela la entrada en la civilización408. Este periodo étnico se subdivide en
antiguo y moderno (la sociedad capitalista en la que Morgan vivió), una
distinción en la que Morgan no profundiza. La civilización está caracterizada
por el desarrollo espectacular de las manufacturas y del arte. La familia
monógama predomina ahora, y en su seno se vehicula la propiedad enajenable
individual, que se transmite de padres a hijos mediante disposiciones
hereditarias. La propiedad individual es garantizada por el Estado y coexiste
también con la de titularidad directamente estatal. Y es que en la civilización
la organización gentilicia tradicional es desplazada por una organización
propiamente política basada en la adscripción territorial de las personas: el
Estado. Para Morgan, la aparición del Estado marca un antes y un después en
el desarrollo de las instituciones de gobierno:
407
“La producción del hierro fue el acontecimiento de los acontecimientos en la experiencia humana”
(Sociedad, 110).
408
“El empleo de la escritura, o su equivalente en jeroglíficos sobre piedra, nos proporciona una prueba
terminante del comienzo de la civilización. A falta de registros históricos literarios, no se puede decir con
propiedad que existe historia ni civilización” (Sociedad, 101).
138
primera, se creaba una sociedad gentilicia, en la que el gobierno actuaba
sobre las personas por medio de relaciones de gens a tribu. Estas
relaciones eran puramente personales. Bajo la segunda, se instituía una
sociedad política, en la que el gobierno actuaba sobre las personas a
través de relaciones territoriales, por ejemplo, el pueblo, el distrito y el
estado. Estas relaciones eran puramente territoriales. Los dos planes
diferían fundamentalmente. El uno pertenece a la sociedad antigua y el
otro a la moderna”409.
139
jerárquicas a lo largo de una escala vertical. Las sociedades instaladas en los
estadios más elevados poseen un nivel de complejidad superior a las que
aguardan en los estadios inferiores, por tal razón adjetivadas como simples. La
humanidad respeta la ley general aplicable a todas las especies, según la cual
el desarrollo tiende a ir desde lo simple hacia lo complejo. Sin embargo, a
diferencia de los restantes seres vivos, el motor del progreso es la acumulación
de conocimientos, que se traducen periódicamente en logros tecnológicos.
Para Morgan, la condición sine quae non para la superación de un estadio y el
acceso al siguiente es la adquisición de determinadas innovaciones
tecnológicas en el campo de la producción de alimentos y de manufacturas.
Cuando una sociedad se instala en un nuevo estadio mantiene contactos y
relaciones con otras que permanecen en estadios ya superados por la primera.
De esta forma, los inventos se propagan y favorecen el avance progresivo en
una misma dirección.
“La porción más adelantada de la raza humana fue detenida, por así
decirlo, en ciertas etapas del progreso, hasta que algún gran invento o
descubrimiento, tal como la domesticación de animales o el proceso de
fundición del hierro mineral, diera un nuevo y pujante impulso hacia
delante. Mientras permaneciera así detenida, las tribus más rústicas,
avanzando siempre, se acercaban en diferentes grados de aproximación
al mismo estado; porque dondequiera que existiera una conexión
continental, todas las tribus deben haber participado en alguna medida,
de los progresos de las otras. Todos los grandes inventos y
descubrimientos se propagan solos; pero las tribus inferiores deben
haber apreciado su valor antes de poder apropiárselos”412.
412
Sociedad, 107 (las cursivas son nuestras).
140
humanos generan respuestas también similares, en la práctica Morgan admite
diferencias en la supuesta unidad psíquica humana. Éstas se traducen en la
existencia de “familias” (no en sentido parental), concretamente la semítica y
la aria, con capacidad para erigirse en época reciente en la punta de avance del
desarrollo de la humanidad413.
141
representar todo el recorrido histórico y prehistórico de la humanidad.
Semejante pretensión parte de la premisa de que la actualidad contiene
suficientes evidencias del pasado como para efectuar una reconstrucción del
mismo. Esta premisa, a su vez, se apoya en otras tres:
416
“Al estudiar el estado de las tribus y naciones en estos períodos étnicos, tratamos, substancialmente, de la
historia antigua y condición de nuestros propios antepasados remotos” (Sociedad, 89).
417
Sociedad, 106.
418
Véase al respecto Childe, V. G. (1965), La evolución de la sociedad. Ciencia Nueva, Buenos Aires, p. 18
(traducción de Mª Rosa de Madariaga a partir del original de 1951).
142
periodos étnicos según las edades de la piedra, el bronce y el hierro, aunque
finalmente descartó esta posibilidad419. En términos generales, si bien Morgan
retuvo algunas enseñanzas de la arqueología a la hora de dotar de contenido a
ciertos periodos étnicos420, el aporte de esta disciplina en la elaboración del
esquema evolutivo es poco relevante. Hacia la década de 1870, el
conocimiento científico del pasado a partir de los restos materiales sólo se
hallaba en sus comienzos. La arqueología se prestigiaba a golpe de grandes
descubrimientos, que servían para alimentar la pasión anticuarista y los
estudios de arte antiguo, mientras que avanzaba lentamente en la tarea de dotar
de un orden cronológico a un flujo de hallazgos que aumentaba sin cesar.
419
Sociedad, 81.
420
Así, por ejemplo, cuando señala que “los instrumentos de pedernal o de piedra son más antiguos que la
alfarería, puesto que en numerosos casos han sido hallados depósitos antiguos de aquéllos no acompañados
de restos de ésta” (Sociedad, 85-86).
421
Sociedad, 110.
143
mantenido hasta la actualidad y que ha tenido en la investigación sobre la
formación de la Civilización y el Estado uno de los temas de mayor interés.
-Neoevolucionismo.
Tras contribuir decisivamente a la consolidación de la antropología como
disciplina, el evolucionismo comenzó a ser cuestionado y perdió su posición
hegemónica como guía para la investigación. El particularismo histórico
ocupó entonces este lugar. Al calor de la filosofía idealista alemana, el estudio
de la diversidad de los seres humanos abandonó la pretensión de hallar
regularidades, de formular generalizaciones y mucho menos de delinear
trayectorias evolutivas unilineales de validez universal. Por el contrario,
comenzó a entender las múltiples formas de vida humana como un mosaico de
culturas. La cultura se define como una entidad de naturaleza significativa e
ideal que pertenece al ámbito del pensamiento, y es, por tanto, refractaria a
cualquier causalidad de orden tecnológico y, en general, materialista. Cada
cultura remite a una esencia propia y distintiva, modelada a lo largo de una
concatenación particular de acontecimientos históricos, que se traduce en
configuraciones distintas de costumbres, creencias y objetos materiales. Así
pues, si cada cultura es única, resulta vano, como señalamos antes, intentar
buscar causas aplicables a una generalidad de ellas. De detectarse, las
similitudes entre culturas se deberían a fenómenos de difusión, préstamo o
influencia, cuyo alcance e intensidad se creen dependientes de la idiosincrasia
de las partes y de la situación histórica en que acaecieron. También resultaría
equivocado proponer órdenes jerárquicos entre los grupos humanos en función
de un criterio universal, ya sea el tecnológico o cualquier otro. El
convencimiento en la singularidad de los fenómenos culturales conduce a
posturas relativistas que combaten las atribuciones en términos de
superioridad-inferioridad o de desarrollo-atraso con que el evolucionismo
connotaba la comparación entre las sociedades estudiadas. Aun así, el
etnocentrismo burgués estaba demasiado arraigado como para que muchos de
los partidarios del historicismo cultural dejasen de admitir la diferencia entre
“altas” y “bajas” culturas. Evidentemente, las civilizaciones figuraban entre
las primeras…
144
todas las civilizaciones422. Por otro lado, la excavación de yacimientos
plurifásicos, la definición de prolongadas secuencias estratigráficas y el
establecimiento de las primeras periodizaciones regionales puso de manifiesto
que el desarrollo de los grupos humanos distaba de haber sido uniforme, y
que, a épocas que registraron progresos tecnológicos, institucionales e incluso
artísticos destacados, siguieron otras con retrocesos marcados en todos esos
campos. La arqueología, en síntesis, puso su grano de arena en la crítica de la
unilinealidad evolutiva, la causalidad de raíz tecnológica y la universalidad de
la idea de progreso, mientras que, por otro lado, se sumó a la corriente de
quienes consideraban que la diversidad (material en el caso arqueológico) era
signo de idiosincrasia cultural.
Sin embargo, como suele ocurrir cuando no se extingue del todo “esa parte de
razón” que hace alguna vez hegemónico a un planteamiento teórico, desde
mediados del siglo XX se produjo una reformulación y revitalización de los
planteamientos evolucionistas. En antropología, suelen señalarse los trabajos
de J. Steward y L. White como hitos fundamentales en el resurgimiento de una
tradición que vivirá sus mejores años en las décadas de los sesenta y de los
setenta, y que tuvo como escenario principal las universidades
estadounidenses. Este neoevolucionismo releva nuevos acentos en viejas
ideas, al tiempo que aporta argumentos inéditos. El evolucionismo
antropológico del siglo XIX debía más a la tradición filosófica ilustrada, y en
especial a la idea de progreso, que a la influencia directa de la biología
darwinista. En cambio, en los postulados neoevolucionistas este influjo se deja
sentir mucho más claramente. Las sociedades humanas son expresiones de la
especie humana que, al igual que las restantes especies vivas, debe superar la
criba de la selección natural para sobrevivir. De ahí la importancia concedida a
las variables ecológicas, que demarcan el hábitat en el que se desarrolla la vida
social, y de la categoría “adaptación”. Ésta mide el éxito con el que los grupos
humanos afrontan la supervivencia, sólo que, a diferencia de otros animales y
plantas, el papel de la mutación genética se halla minimizado a favor de la
tecnología, la organización socio-política y en general de la cultura, entendida,
en palabras de White, precisamente como “medio extrasomático de
adaptación”. A la hora de dar cuenta del cambio en el comportamiento
humano, volvemos a asistir a la primacía de las variables materiales de orden
tecnoeconómico y demográfico. La humana es una especie que se vale de la
tecnología para extraer del medio los recursos que le permiten vivir y
reproducirse con éxito. Las normas y significados culturales, desde las
instituciones al lenguaje o la religión, se hallan en función de esta necesidad
422
Véase un ilustrativo repaso al respecto en Childe (op. cit. cap. 2).
145
imperiosa, razón por la cual el neoevolucionismo establecerá nexos
deterministas entre el ámbito de la subsistencia material (caza, recolección,
horticultura, agricultura de regadío,…), verdadero motor de la existencia, y las
demás instancias en que se analiza la realidad social.
146
civilizaciones y Estados. Sin embargo, no dictamina que los pasos intermedios
hayan de ser de obligado cumplimiento y, sobre todo, admite la realidad de los
fenómenos involutivos, que tendrán un campo de estudio propio vinculado a
las causas de las crisis y los colapsos.
1. Bandas.
Se trata de la forma de estructura social más simple y antigua, algunos de
cuyos testimonios se mantenían vivos en el siglo XX como, por ejemplo, entre
los atapascanos, los isleños de Andamán o los bosquimanos ¡Kung. Las
bandas constan de entre 30 y 100 individuos, vinculados entre sí en familias
nucleares o extensas creadas mediante prácticas de exogamia. La densidad
demográfica máxima se estipula en torno a tan solo un habitante por milla
cuadrada. Este valor oscila en función de la disponibilidad de alimentos, que
son obtenidos principalmente mediante la caza y la recolección. La división
del trabajo es inexistente a nivel suprafamiliar.
2. Tribus.
Al igual que sucedía en las bandas, en las sociedades tribales no existen
jerarquías políticas. Las únicas formas de liderazgo son de carácter situacional
y se basan en las cualidades personales. Aumentan, sin embargo, el número de
posiciones de estatus reconocido. El tamaño de las agregaciones poblacionales
y el número de grupos residenciales también aumenta. La organización tribal
contiene asociaciones de raíz parental, como linajes y clanes, y, asimismo,
admite la creación de sociedades secretas. Hay constancia, finalmente, de
disputas y relaciones violentas entre las tribus, que se traducen en asaltos y
423
Publicada en 1962 por Random House, Nueva York.
147
golpes de mano.
3. Jefaturas.
Las jefaturas suponen la formación de agregados poblacionales más densos y
grupos de residencia más amplios. Este desarrollo corre parejo al incremento
de la productividad en el sector subsistencial (agricultura desarrollada) y
también niveles superiores de complejidad y organización internas. El
liderazgo político implica una dirección centralizada en manos de jefes. Este
cargo posee un carácter adscrito y su desempeño va ligada a la institución de
normas sucesorias y al disfrute de bienes de lujo. Una de las funciones
asumidas por los jefes es la gestión del intercambio redistributivo entre grupos
de productores con cierta especialización regional en virtud de las condiciones
ecológicas.
La segunda de las obras de Service, Origins of the State and Civilization. The
Process of Cultural Evolution (1975)425, constituye un trabajo más extenso y
documentado sobre las características y funcionamiento de los tipos de
organización socio-política. De hecho, para Service el vector evolutivo
corresponde a la política y, en concreto, a la institucionalización del liderazgo.
En contraposición a las tesis marxistas abanderadas, entre otros, por V. G.
Childe,
“La tesis alternativa que aquí vamos a presentar sitúa los orígenes del
gobierno en la institucionalización del liderazgo centralizado. El
liderazgo, al desarrollar sus funciones administrativas necesarias para el
424
Service prestó en esta obra una atención muy limitada a la definición de los estadios situados entre el nivel
de jefatura y los modernos Estados industriales (véase Service, op. cit., 174-177).
425
Hemos utilizado la traducción al castellano de esta obra: Los orígenes del Estado y de la civilización. El
proceso de la evolución cultural. Alianza Universidad, Madrid (1984) (citada en lo sucesivo como Orígenes).
148
mantenimiento de la sociedad, se convirtió en una aristocracia
hereditaria. Las incipientes funciones económicas y religiosas de la
burocracia se desarrollaron a medida que aumentaba la dimensión de
sus servicios, su autonomía y su tamaño. De este modo, el gobierno, en
sus comienzos, funcionaba no para proteger a otra clase o estrato de la
sociedad, sino para protegerse a sí mismo. Se legitimaba con su papel de
mantenedor de toda la sociedad.
El poder político organizó la economía y no al contrario. El sistema era
redistributivo, asignativo, no adquisitivo: no se necesitaba riqueza
personal para obtener poder político personal. Y parece claro que estos
primeros gobiernos reforzaron su estructura realizando bien sus tareas
económicas y religiosas –proporcionando beneficios-, más que
utilizando la fuerza física”426.
149
coercitiva, las decisiones colectivas o la resolución de conflictos
interpersonales dependen de juicios emitidos por quienes ostentan autoridad
moral (por ejemplo, los ancianos) o bien de arbitrajes por parte de parientes
lejanos o por la inclinación de la opinión pública. En ocasiones, los conflictos
desembocan en acciones violentas, aunque éstas se reducen a combates
expiatorios o batallas a pequeña escala. Cuando este tipo de sociedades sufre
una agresión externa, los grupos afectados pueden huir y dispersarse, o bien
generar grandes confederaciones con las que plantar cara al ataque. A su
cabeza pueden figurar jefes que poseen una autoridad mucho mayor que las de
un líder en tiempos de paz.
Por otro lado, la solución a los conflictos internos puede tomar el cauce de la
segmentación, proceso por el cual una parte del grupo local se desvincula de
éste y reproduce en otro lugar una unidad social análoga a la originaria. Del
reconocimiento de esta dinámica segmentaria proviene precisamente el
segundo apelativo que utiliza Service para designar a estas sociedades.
2. Sociedad de jefatura.
Las jefaturas o cacicazgos configuran un tipo sociopolítico que hace de puente
entre las sociedades igualitarias y las civilizaciones. Supone un paso decidido
hacia la institucionalización del liderazgo y la consolidación de una estructura
de estatus ordenados jerárquicamente. En estas sociedades, el liderazgo
corresponde a la figura del jefe, quien ocupa un cargo transmitido
hereditariamente por primogenitura. Entre las razones del desarrollo de este
tipo de organización, Service destaca la función gestora del jefe dentro de un
sistema redistributivo de intercambios. Las sociedades de jefatura sedentarias
habitan normalmente en áreas dotadas de recursos naturales variados. Ello
favorece una simbiosis local y regional que se traduce en el desarrollo de la
distribución de productos entre asentamientos cada vez más especializados en
la explotación de los nichos ecológicos donde se localizan. Cuando esta
práctica se combina con formas de liderazgo rudimentario, como por ejemplo
la denominada de “grandes hombres” (big men), se estimula la formación de
un sistema institucionalizado de poder centralizado en torno al jefe y a su
grupo de parentesco.
150
A la gestión de los intercambios redistributivos, necesarios en una sociedad
formada por colectivos cada vez más especializados, se añaden posteriormente
otras funciones como la judicial, bélica, religiosa o la organización del
comercio exterior, que pasan a ser asumidas por una jerarquía de cargos
encabezada por el jefe. Nos hallamos ante el origen de la burocracia, cuyo
desarrollo es explicado por Service en virtud de las ventajas que conlleva su
labor de gestión y que la población percibe positivamente. Esta unanimidad,
reforzada ideológicamente mediante la religión y la frecuente investidura del
jefe con atributos sobrenaturales, se halla en la base de la capacidad de las
jefaturas para movilizar gran cantidad de mano de obra destinada a la
realización de obras o empresas colectivas, como la construcción de acequias,
templos y tumbas. La producción artesanal experimenta un notable auge. En
este sentido, es de destacar la fabricación de símbolos para uso de quienes
ostentan la autoridad, en ocasiones realizados a partir de materias primas
alóctonas que son obtenidas gracias al establecimiento de relaciones de
intercambio a larga distancia.
151
productiva.
428
Orígenes, 329.
429
Orígenes, 330.
152
En The Evolution of Political Society. An Essay in Political Anthropology430,
Fried expuso la caracterización detallada de un esquema evolutivo
cuatripartito, cuyas líneas maestras resumiremos a continuación.
1. La sociedad igualitaria.
La exposición se abre con una advertencia que suena a paradoja: “La igualdad
es un imposible social”431, ya que los mismos individuos muestran múltiples y
marcadas diferencias entre sí (edad, sexo, resistencia, velocidad, agudeza
auditiva o visual, etc.). Por tanto, Fried añade que el encabezamiento debe ser
leído como “sociedad relativamente igualitaria”, y que las sociedades aludidas
tienen en común la falta de una estructura jerárquica o estratificada, sin que
ello suponga que alcancen una igualdad total.
153
actividades que proporcionan alimentos que no suelen ser almacenados en
gran volumen de almacenamiento. El acceso a los recursos imprescindibles o
“críticos” para la subsistencia, como alimentos y materias primas, es
igualitario.
434
Evolution, 109.
154
económico carente de poder de explotación: “El jefe reúne, no expropia,
distribuye, no consume”435. En este sentido, otra característica importante en la
definición de las sociedades de rango es que se mantiene el acceso igualitario
a los recursos subsistenciales básicos, como la tierra y el agua. Por tanto, la
jerarquía política no se traduce en una desigualdad marcada ni permanente.
3. La sociedad estratificada.
La sociedad estratificada constituye un estadio de transición entre las
sociedades jerarquizadas y el Estado. Su surgimiento tiene que ver con el
incremento demográfico y los problemas derivados de la presión sobre los
recursos subsistenciales que ello provoca y que la organización social basada
en el parentesco se ve en dificultades para solventar. La sociedad estratificada
es inherentemente inestable, pudiendo derivar hacia formas estatales o bien
retroceder a otras de tipo más igualitario. De hecho, Fried admite que es casi
imposible documentar sociedades estratificadas que no sean ya estatales. Y es
que la principal característica que las define es compartida con los Estados:
155
ostentan el control y el acceso directo. A esta situación le acompaña la
adopción de complejas disposiciones sobre la transmisión hereditaria de
derechos y obligaciones entre grupos de parentesco cerrados y jerarquizados
entre sí.
4. El Estado.
La mayor parte de las características propias de la sociedad estratificada
resultan válidas para las sociedades estatales. La definición de Estado reza así:
“complejo de instituciones por medio de las cuales el poder de la sociedad se
organiza sobre una base superior a la del parentesco”437. Surge así una
burocracia cuyos miembros no están unidos por relaciones parentales, y cuya
principal finalidad consiste en mantener y reforzar el acceso desigual a los
recursos básicos para el sostén de la vida; es decir, el orden de la
estratificación. Para cumplir este cometido, el Estado dispone de instrumentos
de poder coercitivo bajo la forma de cuerpos armados. Se definen, así mismo,
los límites fronterizos dentro de los cuales se hallan los recursos y los
individuos que quedan bajo el control del complejo institucional.
Paralelamente, se crea un aparato fiscal que moviliza recursos hacia la
institución estatal. Por último, cabe señalar la codificación de las conductas
punibles en forma de leyes explícitas en registros escritos438.
156
expresión se hace referencia a aquellos Estados que surgieron como
culminación de procesos que no registraron la influencia de otros Estados. La
historia de la humanidad ha proporcionado seis casos de estatalidad prístina o
de surgimiento independiente: Mesopotamia, Egipto, valle del Indo,
Mesoamérica y la costa del Perú. Por otra parte, los Estados secundarios serían
todos los demás, es decir, todos aquellos en cuya formación intervinieron,
directa o indirectamente, otros Estados ya consolidados.
157
organización del culto religioso que se dan con mayor frecuencia entre las
sociedades adscritas a cada nivel. A partir de ahí, los elementos recurrentes
marcan la pauta para la caracterización general del mismo. Como resultado del
proceso, los niveles de centralidad política acaban condensándose en tipos
sociales abstractos, síntesis de una generalidad de grupos humanos reales,
distantes y distintos. Ninguno de éstos se identifica plenamente con la
definición de uno o de otro tipo, pero ninguno escapa tampoco de los límites
marcados por la secuencia tipológica.
158
necesidad la dan las condiciones materiales que puedan poner en riesgo la
subsistencia física y, por tanto, la supervivencia; en resumidas cuentas, la
provisión de alimento y cobijo. Al afectar a todos por igual, la política se
convierte en medio para alcanzar el interés general.
159
en un convencimiento o juicio filosófico. El neoevolucionismo así lo entendió
y de ahí que acudiese a la biología darwinista. Solo que entonces hay que
reclamar que se aplique rigurosamente la metodología adoptada y que se
exploren los caminos que se abren al hacerlo. Recordemos que, según la teoría
de la evolución, resulta fundamental atender a cómo se produce la variación a
nivel intraespecífico (mutación) y a cómo obra la selección natural a nivel
interespecífico (competición). Ahora bien, la especie humana ofrece
singularidades destacadas. En primer lugar, el lugar reservado a la mutación
intraespecífica, de carácter estocástico, estaría ocupado en nuestro caso por la
decisión política, de carácter racional. En segundo lugar, la competición,
interespecífica según la teoría general, posee también entre los seres humanos
una dimensión intraespecífica cuando se señala que dicha competición se
entabla entre unidades políticas, es decir, la traducción antropológica de la
población entendida según la terminología biológica (una traducción cuando
menos controvertida, dicho sea de paso)
160
ciertas observaciones etnográficas. En estos casos, el líder autóctono era
erigido a tal estatus más por la administración colonial, que requería
interlocutores y delegados, que por un proceso de generación interno a nivel
local. En relación con ello, el consenso observado en torno a la figura del líder
era producto, ante todo, de la Pax impuesta por las guarniciones coloniales y,
en una medida incierta, por su prestigio, su carisma y sus eventuales servicios
en pro de la comunidad. En otras ocasiones, el resultado estaba puramente
predeterminado al asumir de entrada el criterio de centralidad política
masculina y la idea de consenso social en torno a la autoridad o el poder del
líder. Puede darse el caso de que una sociedad se clasifique como igualitaria
porque así parecen establecerse las relaciones políticas entre los hombres, pese
a que el colectivo femenino se encuentre totalmente sometido a ellos. Aquí, el
prejuicio inicial simplemente ha ocultado a más de la mitad de la población y a
las relaciones mantenidas con el resto. La paradoja que aquí se sirve
conduciría a calificar como igualitaria lo que puede ser una sociedad patriarcal
que explote y oprima a la mayoría de sus miembros.
161
muestra válida para cualquier otro tiempo. Está claro que las características
biológicas comunes de nuestra especie propician regularidades conductuales
en y entre los grupos humanos, pero las dimensiones genética, fisiológica,
psíquica o cognitiva no son capaces por sí mismas de explicar la polimorfia
espacio-temporal de las organizaciones sociales y sus mecanismos de cambio.
La razón de esta insuficiencia radica en la imposibilidad de aquello que es
común y general para dar cuenta plenamente de las manifestaciones
específicas. Todas aquellas dimensiones constituyen elementos constantes de
la especie, por lo que proporcionan un sustrato de capacidades presentes en
cada individuo; sientan las condiciones de posibilidad para cualquier situación
humana, pero no determinan el sentido concreto de aquello que sucede.
Piénsese que si la dinámica de las sociedades humanas dependiera
directamente y por entero de constantes biológicas, una subespecialidad de la
etología bastaría para abordar su estudio. En tal supuesto, seguramente sería
complicado discernir algo llamado evolución política. Si, en cambio,
colocamos el énfasis en las condiciones materiales que rodean la existencia de
los grupos humanos, como el clima, el relieve o la abundancia y diversidad
biológicas, tampoco completamos el argumento: seguimos desconociendo cuál
fue el estado del medio ambiente en el pasado. Y si, finalmente, concedemos
importancia a las tecnologías subsistenciales y artesanales, hay que reconocer
que nos situamos ante medios que han debido ser producidos. La producción
es un hecho colectivo que no se explica tan sólo combinando factores
biológicos, psíquicos ni ambientales, algunos de ellos identificables hoy, sino
que remiten a condiciones sociales variables históricamente: trabajo
acumulado y formas de división del trabajo y de cooperación. Es esta
variabilidad histórica la que tampoco podemos asegurar que contenga la
muestra etnográfica, ya que toda ella pertenece a una sola época, la actual.
162
sociedades debe partir de otro lugar del saber y elaborarse también siguiendo
otro método distinto del comparativo. Con él, el evolucionismo se limita a
invitarnos a reconocer mundos pasados tal y como han sido construidos a
partir de retazos de mundos presentes, pero no es capaz de garantizar el
conocimiento del pasado real.
Cada una de las secuencias evolutivas de tipos sociales proporciona una escala
de referencia para clasificar las sociedades. Ello permite compararlas, como
paso necesario para detectar recurrencias asociativas y, de ahí, establecer
generalizaciones con valor causal. Dado que las formas de organización
política se entienden como respuestas sociales frente a determinadas
condiciones materiales, se trata de dilucidar si puede identificarse algún factor
o conjunto de factores que aparezcan reiteradamente en uno u otro estadio y a
los cuales pueda atribuirse un valor explicativo. Service y Fried dedicaron
muchos más esfuerzos a la confección de las secuencias clasificatorias que a
enunciar posibles relaciones de causalidad que explicasen el tránsito de un tipo
social a otro. Ambos coinciden en la importancia de la implantación de una
economía redistributiva a la hora de trazar el camino desde el igualitarismo
hacia formas jerarquizadas y de liderazgo institucionalizado. Sin embargo, en
lo que respecta al surgimiento de la civilización y el Estado, la situación es
menos unánime. Así, Service coloca el acento en el apoyo consciente y abierto
de la población a la gestión del líder y de la burocracia, como factor principal
a la hora de comprender la transformación de algunas jefaturas en
civilizaciones antiguas. Por su parte, Fried es más ambiguo, y sólo es posible
encontrar alusiones a los efectos del incremento poblacional o a la necesidad
de aplicar ciertas tecnologías de subsistencia.
163
mantienen diferencias en cuanto a si el peso causal tiende a recaer en un factor
(modelos monocausales) o si lo reparten en una red de interacciones que
involucra varios factores en orden similar de importancia (modelos
multicausales). Otras diferencias atañen al carácter concreto de los factores.
Unos relevan el crecimiento demográfico y sus consecuencia en forma de
presión sobre los recursos; otros, los efectos de las tecnologías para la gestión
del agua, especialmente las orientadas a la agricultura; otros, la gestión de los
intercambios y el alcance y envergadura de éstos; otros más, en suma, la
importancia de los conflictos intercomunales y, sobre todo, de la guerra. Pese
a estas distinciones y diferencias, suele mantenerse incólume un principio
inherente al evolucionismo decimonónico y al neoevolucionismo
contemporáneo: los primeros líderes, gobernantes y élites surgieron porque
eran capaces de ofrecer servicios cruciales a la comunidad. Su función residía
en solucionar problemas que ponían en peligro la supervivencia del conjunto
de la población y, por tanto, su labor fue siempre ventajosa, aun cuando
alguien quiera entender el proceso de su emergencia como un mal menor. En
otras palabras: lo ocurrido, ocurrió porque fue necesario; la necesidad afectó a
todos por igual; la necesidad general sobreentiende el consenso unánime en la
solución finalmente adoptada.
Conclusión.
Las consideraciones críticas anteriores han intentado mostrar las carencias
teóricas y metodológicas del evolucionismo a la hora de dar cuenta de la
evolución social que desembocó en la formación del Estado. Sin embargo, ello
no quiere decir que las investigaciones inspiradas por estos planteamientos
hayan sido baldías o infructuosas.
164
arqueología.
165
incidía en las carencias teóricas y metodológicas a la hora de validar las
hipótesis referidas al pasado remoto. En el capítulo siguiente, nos ocuparemos
de mostrar de qué manera la arqueología ha modificado este estado de la
cuestión.
166
SEGUNDA PARTE. ARQUEOLOGÍAS DEL ESTADO
CAPÍTULO 8
La arqueología y la investigación sobre el Estado
167
establecido. En el capítulo anterior, recalcamos que los esquemas evolutivos
propuestos por autores como Morgan daban por sentado una suerte de
transposición cronológica, en virtud de la cual algunas sociedades actuales
ilustraban etapas ya superadas en el pasado por otras. Esta premisa era el
punto final de un razonamiento igualmente deductivo basado en otras dos
premisas:
1. El sentido de la evolución discurre siempre desde lo simple a lo
complejo.
2. La tecnología proporciona una escala de referencia adecuada para medir
la distancia entre dichos términos y establecer las gradaciones
intermedias oportunas.
168
sobre las causas de las desigualdades humanas en cuanto al reparto de la
riqueza y el poder.
169
escribas se habían cuidado de manifestar; es decir, coincidiendo con el inicio
expreso de las genealogías dinásticas o con la aparición de los sistemas de
escritura en que aquéllas fueron registradas. Desde entonces y todavía hoy,
las ciudades del sur de Mesopotamia y el Egipto faraónico ostentan el título de
Primeros Estados de la Humanidad. La aparición de la escritura sobre tablillas
de barro en el nivel IV de la estratigrafía de Uruk y el reinado del primer
faraón de la Primera Dinastía del Egipto unificado, Menes-Narmer, marcaron
respectivamente los puntos de inflexión. En términos cronológicos, nos
hallamos a finales del IV milenio antes de nuestra era. Hace, pues, poco más
de 5.000 años.
170
de escritura y su mayor antigüedad, son las decanas y proporcionan la mayoría
de los criterios clasificatorios. En virtud de éstos, se adhirieron al grupo las
civilizaciones del valle del Indo442 y del río Amarillo 443, Mesoamérica444 y los
Andes centrales445. Todas las sociedades previas o contemporáneas a las
citadas quedan situadas automáticamente un escalón por debajo del Estado,
mientras que el diagnóstico de las posteriores depende de su ajuste al estándar
derivado de las características comunes al grupo fundador.
monarca de la I Dinastía, que reinó sobre un valle unificado en torno a 3000 antes de nuestra era. Sin
embargo, tampoco faltan quienes retardan el nacimiento del Estado hasta el inicio del Imperio Antiguo, ya
bien entrado el III milenio antes de nuestra era. Para una panorámica del estado de la cuestión, véase Hassan
(1988), Kemp (1992), Wilkinson (1996, 1999, 2004), Bard (2000), Campagno (2002) y Midant-Reynes
(2003).
442
Recientemente, se han alzado voces críticas que reclaman que la civilización del Indo, cuyos centros mejor
conocidos son Mohenjo-Daro y Harappa, no desarrolló instituciones políticas estatales (Posselh 2002).
443
Tradicionalmente, se ha considerado que la Dinastía Shang representa la primera civilización china,
surgida en la segunda mitad del II milenio antes de nuestra era. Sin embargo, no habría que descartar que la
aparición del Estado fuese varios siglos anterior, cuando menos a la luz de los nuevos descubrimientos
correspondientes al periodo Erlitou (véase Liu 1996, 2004; Liu y Chen 2003; Liu et alii 2004; Bagley 1999;
Maisels 1999).
444
La consideración en términos estatales de la sociedad Olmeca (tierras bajas del golfo de México; finales
del II milenio a mediados del I antes de nuestra era) se halla sujeta a controversia. Si bien la monumentalidad
de las estructuras arquitectónicas documentadas en yacimientos como San Lorenzo y La Venta, o el
refinamiento de la estatuaria en piedra han sido valoradas por algunos autores como síntomas de una
auténtica “civilización madre” mesoamericana, para otros investigadores estos elementos no resultan
suficientes para situar a la sociedad olmeca por encima del nivel de las jefaturas (véanse Demarest 1989;
Grove 1997; Clark 1997; Flannery y Marcus 2000; Spencer y Redmond 2004). Menos dudas ofrece la
consideración de Monte Albán como capital del primer Estado Zapoteca (Oaxaca) a finales del I milenio
antes de nuestra era (Marcus y Flannery 1996; Blanton et alii 1999; Spencer y Redmond 2004). Y, por
supuesto, menos todavía las posteriores civilizaciones centradas en Teotihuacán y en las ciudades mayas a
partir de inicios del I milenio de nuestra era.
445
A decir verdad, el establecimiento de una frontera clara entre “jefatura” y “Estado” nunca ha recibido un
respaldo unánime en la arqueología peruana. Las diferentes propuestas han colocado el umbral de la
estatalidad en puntos diversos entre el llamado periodo Inicial (a caballo entre el II y el I milenios antes de
nuestra era) con desarrollos como el documentado por Chavín de Huántar (Lumbreras 1981, 1989), hasta las
sociedades Moche, Nazca, Wari y Tiwanaku del I milenio de nuestra era (Stanish 2001, Billman 2002). En
los últimos años, no obstante, las investigaciones en diversos asentamientos provistos de construcciones
arquitectónicas monumentales en la región de Norte Chico han suscitado el debate en torno a la posibilidad
de que los primeros Estados hubiesen surgido en ciertos valles costeros en una fecha tan temprana como el III
milenio antes de nuestra era (véase al respecto Shady, R. y Levya, C. (eds), (2003), La ciudad sagrada de
Caral-Supe: Los orígenes de la civilización andina y la formación del estado prístino en el antiguo Perú.
Instituto Nacional de Cultura, Lima). Para una discusión actualizada en la que intervienen puntos de vista
contrapuestos, consúltese también Haas, J. y Creamer, W. (2006), “Crucible of Andean Civilization. The
Peruvian Coast from 3000 to 1800 BC”, Current Anthropology, 47 (5), pp. 745-775.
171
que la investigación aceptó que el objeto de su interés fuese establecido por la
“voz” del objeto mismo. De este modo, la arqueología ha tomado por primeros
Estados lo que, en rigor, corresponde estrictamente a los-Estados-que-
pusieron-por-escrito-a-sus-gobernantes-sobre-soportes-duraderos. Esta
realidad expresa indirectamente la situación de subdesarrollo o, si se prefiere,
de dependencia que ha padecido y que todavía padece la arqueología respecto
a otras disciplinas sociales o humanísticas. En virtud de ello, no parece haber
problema en identificar como estatal a una sociedad si ésta consignó por
escrito el gobierno centralizado que la rigió o si observadores cualificados,
como historiadores y etnógrafos, así lo han certificado; es decir, todo está
claro si la antropología y la historiografía testifican a favor. Sin embargo, se
plantean muchas dudas a la hora de proponer esta cualificación a partir de
argumentos basados exclusivamente en el registro arqueológico y en
razonamientos vinculados con éste. Es hora de profundizar en los motivos de
esta aparente incapacidad prestando atención a cómo la arqueología ha
abordado la cuestión una vez asumido el estándar de la primera estatalidad.
Nos interesará especialmente cuáles son los engranajes de la investigación y a
qué nos obligan si nos equipamos con ellos.
172
del Engels de El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado,
aunque también recogió aportes del evolucionismo y del funcionalismo. Del
idealismo de G. Kossinna y la tradición geográfica alemana tomó la categoría
de “cultura” y la aplicó a la ordenación del registro arqueológico. Entendió la
“cultura arqueológica” como la expresión material de un pueblo concreto
unido por tradiciones sociales comunes, depojando la definición de las
connotaciones raciales que atribuía Kossinna a las culturas. Además, dicha
expresión material no constituiría el derivado físico de una configuración
mental dada, al modo del particularismo histórico, sino que halla su razón de
ser en el ámbito de la tecnología (fuerzas productivas) y, cada vez con mayor
énfasis en sus últimos trabajos, en las relaciones sociales de producción.
446
Childe, V. G., Los orígenes de la civilización. Traducción de Eli de Gortari. Fondo de Cultura Económica,
México (1954), p. 55. Su título original era Man Makes Himself, y fue publicada por primera vez en 1936.
447
“(…) la difusión no es un proceso automático, como ocurre con el contagio de una enfermedad. Una
sociedad puede copiar una idea –un invento técnico, una institución política, un rito supersticioso o un motivo
artístico- sólo cuando encaja dentro de la pauta general de la cultura de la sociedad; en otras palabras, sólo
cuando esta sociedad ha evolucionado hasta una etapa que permite la aceptación de la idea” (La evolución
social, 172).
173
estrategia de investigación también se considera la difusión como agente
básico del cambio cultural. Sin embargo, desde los planteamientos
historicistas no suele aducirse el entramado causal que conduce a la adopción
de tales o cuales rasgos por parte de ciertos grupos en un momento
determinado. Ahora bien, las más de las veces este silencio no provenía ni de
la ignorancia ni del desinterés respecto a la obligación de proporcionar
explicaciones sobre el cambio cultural. Simplemente, la explicación se daba
por sentada y ésta era posible mediante una escala valorativa de raíz idealista:
las “altas” culturas exportan innovaciones; las restantes culturas las adoptan.
En otras palabras, hay culturas más geniales, superiores a otras, y, por esta
razón, constituyen “crisoles” desde donde se irradian influencias. Childe, en
cambio, evita que el núcleo de la explicación histórica resida en la
arbitrariedad inherente a un juicio de valor. Para él, no había duda que la
determinación material prima sobre las ideas y que aquélla reside en la
economía, entendida en buena medida como desarrollo tecnológico.
174
para proponer una explicación histórica del fenómeno en las regiones en que
tuvo lugar y con las sociedades concretas que lo protagonizaron, además de
dar cuenta de sus repercusiones en otros grupos humanos cuya trayectoria
quedó en adelante marcada por este hecho. El tratamiento de la cuestión fue
abordado por primera vez de manera amplia y sistemática en The Most Ancient
East (1928)448, donde se analizó el surgimiento de la Revolución Urbana en
Egipto, Mesopotamia y el valle del Indo. Sin embargo, fue en Man Makes
Himself (1936)449 y en What Happened in History (1942)450 donde Childe
expuso de manera más clara y completa su visión en torno a los orígenes de la
civilización en el Viejo Mundo. Recordemos sus aspectos más destacados.
Sin embargo, pese a los avances registrados, esta forma de vida debía hacer
frente a dos serias cortapisas. La primera venía dada por el carácter limitado
de los recursos disponibles para alimentar a una población en aumento.
Mientras hubiese tierras para el cultivo y áreas de pastos desocupadas, la
población podía extenderse sin problemas. Ahora bien, cuando aquéllas
comenzaron a escasear, las tensiones entre los grupos locales amenazaban
fácilmente en desembocar en conflictos territoriales. La segunda limitación
provenía de una de las principales características de las comunidades
neolíticas: su capacidad de autoabastecimiento. Ello se traducía en la
acumulación muy limitada de reservas alimenticias a nivel local, de forma que
cualquier revés en la producción agropecuaria podía traer consigo penurias
severas e incluso la muerte por inanición. Así pues, podría decirse que en la
fortaleza de las comunidades, su capacidad de autosuficiencia, residía también
su fragilidad.
448
Traducida al castellano como Nacimiento de las civilizaciones orientales. Esta obra fue reeditada en 1934
con el título de New Light on the Most Ancient East. Hemos consultado la traducción de esta última obra a
cargo de E. A. Llobregat, cedida por Edicions 62 (Barcelona) a Planeta-De Agostini (Barcelona, 1986).
449
Los orígenes de la civilización. Fondo de Cultura Económica, México (1954).
450
Qué sucedió en la historia. Traducción de Elena Dukelsky. La Pléyade, Buenos Aires (1973) (en adelante,
Qué sucedió).
175
Ambos límites comenzaron a ser superados por las poblaciones de la Edad del
Cobre en el Próximo Oriente. Una de las claves fue la invención y adopción de
útiles de metal, mejores que los fabricados en piedra o hueso ya que permitían
un incremento de la productividad en aquellos sectores de la economía en que
eran aplicados. Sus ventajas eran evidentes, pero la complejidad del proceso
de producción metalúrgico impuso la creación de la figura del especialista
dedicado a tiempo completo a esta actividad y, por tanto, desvinculado de la
producción directa de alimentos. De esta forma, si la comunidad quería
disponer de herramientas metálicas, debía de hacerse cargo de las necesidades
subsistenciales del personal especializado en la metalurgia. Debía, en palabras
de Childe, producir un excedente de alimentos que, una vez distribuido por
trueque o comercio, serviría para mantener al grupo de especialistas
metalúrgicos. Al hacerlo, se dio el primer paso, aunque decisivo, para destruir
y superar la autosuficiencia neolítica.
176
La instancia social que planificaba la economía y administraba el excedente
era un estamento sacerdotal asociado a la institución del templo. El lugar
donde se concentraban el templo mismo y los sacerdotes adscritos a su
servicio, los talleres con sus artesanos especializados y también una masa
variable de población dedicada a otras ocupaciones, desde la agricultura al
comercio, constituye un tipo de asentamiento inédito hasta entonces: había
nacido la ciudad. Sus primeros ejemplos nos han llegado en yacimientos como
Eridu y Uruk donde, además de los restos arquitectónicos característicos de la
nueva realidad urbana, se han recuperado los testimonios más antiguos de
registros escritos, mediante los cuales los administradores del templo llevaban
el control y la contabilidad de numerosas transacciones económicas.
177
Engels. En otros casos, el juicio llega a ser incluso favorable: “Las
organizaciones del Estado, basadas en la residencia en vez del parentesco,
abolieron las sangrientas contiendas entre los clanes, mitigando la violencia de
otros conflictos internos, y probablemente aminoraron también la frecuencia
de las guerras”453. En suma, hallamos en su tratamiento del Estado una
síntesis, no exenta de eclecticismo, entre funcionalismo, evolucionismo y
marxismo.
453
Qué sucedió, 145.
454
Childe, V. G. (1950), “The Urban Revolution”, Town Planning Review, 21 (1), pp. 3-17.
178
excedente acumulado. Según Childe, la clase dominante brindaba
beneficios sustanciales en cuestiones de planificación y organización.
6. Invención de sistemas de registro (escritura, notación numérica),
necesarios para realizar las tareas propias de una administración
centralizada.
7. Uno de los corolarios de la invención de sistemas de registro y notación
fue el desarrollo de las ciencias exactas y predictivas (aritmética,
geometría y astronomía). Entre los logros más destacados figura la
elaboración de un calendario con el cual planificar las tareas del ciclo
agrícola.
8. El arte como actividad desarrollada por especialistas mantenidos
también gracias al excedente social. Escultores, pintores y grabadores
representaron personas y cosas conforme a estilos sofisticados y
distintivos.
9. Intercambios regulares sobre largas distancias, destinados a obtener las
materias primas requeridas por la industria o el culto. Al pago de estas
importaciones se destinó una parte del excedente social previamente
concentrado. Algunos de los materiales objeto de intercambio, como
metales y obsidiana, resultaban vitales para las primeras ciudades en
una medida superior a como antes nunca lo había sido.
10. El Estado: una organización basada en la adscripción residencial más
que en el parentesco. El Estado proporcionaba seguridad a los artesanos
especializados, además de las materias primas sobre las que trabajaban.
Sin embargo, tanto artesanos como campesinos fueron relegados a las
clases bajas. Esta división en clases, ya mencionada en el punto 5, tiene
otras implicaciones. Por un lado, Childe señala que todos los colectivos
ciudadanos, desde los gobernantes a los campesinos, desarrollaban
funciones mutuamente complementarias. Esta interdependencia
constituía una forma de “solidaridad orgánica” según la clásica
distinción de Émile Durkheim. Sin embargo, la concentración del
excedente provocó un conflicto económico entre una clase dominante
minoritaria que controlaba dicho excedente y la mayoría de la
población, cuya vida quedaba reducida al nivel de la mera subsistencia
y al margen de los “beneficios espirituales de la civilización”. Ante este
conflicto, el mantenimiento de la solidaridad social requirió
mecanismos ideológicos respaldados por la fuerza del Estado.
179
monumentales (punto 4) o la escritura (punto 6). Sin embargo, otras suponen
una combinación de evidencias, como la especialización del trabajo (punto 2),
la clase dominante (punto 5) o la “organización estatal” (punto 10).
Investigadores posteriores, como R. McAdams456 y Ch. Redman457, se
percataron de ello y reordenaron la lista distinguiendo entre cinco
“características primarias”, aquéllas relacionadas con aspectos organizativos, y
otras cinco “características secundarias”, en alusión a los elementos materiales
concretos que delatan la existencia de alguna de las características primarias.
Más adelante incidiremos en las consecuencias de esta subdivisión en el marco
de las investigaciones desarrolladas desde la arqueología procesual. Sin
embargo, para nuestros propósitos inmediatos basta con que retengamos que
Childe no confeccionó una lista de diez criterios de entidad y peso
equiparables. Trabajó sobre una muestra necesariamente reducida compuesta
por las cuatro primeras y únicas civilizaciones que a mediados del siglo XX la
arqueología consideraba como de surgimiento autónomo, y sobre las cuales
disponía de suficiente información. Su intención principal fue detectar rasgos
comunes vinculados estructuralmente en los cuatro casos empíricos
estudiados. Ahora bien, lejos de presentar una enumeración de características
discretas homologables, la estructura que las articula es jerárquica y se edifica
sobre dos ideas fundamentales:
1. Concentración y gestión centralizada de excedentes producidos
socialmente. El esfuerzo colectivo de las comunidades campesinas se
halla en la base de todo.
2. División del trabajo que contempla la especialización a tiempo
completo entre quienes producen y quienes gestionan el excedente
social acumulado.
entre campesinos, artesanos y gobernantes; medios ideológicos para mantener la solidaridad orgánica y
organización estatal (Maisels, Ch. K., Early Civilizations of the Old World. The Formative Histories of Egypt,
The Levant, Mesopotamia, India and China. Routledge, Londres, 1999, p. 26).
456
Adams, R. McC. (1966), The Evolution of Urban Society. Early Mesopotamia and Prehispanic Mexico.
Aldine, Chicago, pp. 10-12.
457
Redman, Ch. (1990), Los orígenes de la civilización. Desde los primeros agricultores hasta la sociedad
urbana en el Próximo Oriente. Crítica, Barcelona, pp. 281-282.
180
sólo podían establecerse a un nivel notablemente abstracto458 y que, si bien
proporcionaron el “capital cultural y material” sobre el que se edificaron las
siguientes revoluciones urbanas, éstas no constituyeron meras réplicas de
aquellas primeras civilizaciones.
En suma, sugerimos que la intención de Childe no fue ofrecer una lista cerrada
de rasgos que debiera cumplir canónicamente toda Revolución Urbana para
ser reconocida como tal. Pese a que el formato de su presentación en el
artículo de Town Planning Review podría llevar a entender que tal intención
existió, un examen más atento revela más bien que elaboró una definición
estructural de la Revolución Urbana combinando componentes de la tradición
marxista y evolucionista, a la que asoció determinados elementos empíricos
que se manifestaban en estrecha relación con el fenómeno en los cuatro casos
estudiados. Childe incidió en la importancia decisiva de la base económico-
social, focalizada en la concentración de excedentes agrícolas y en su gestión
centralizada en el marco de una profunda y determinante división del trabajo.
Las clases sociales tuvieron su origen en esa división, y el Estado fue la
organización que respaldó la nueva situación social. Este esquema se halla en
la órbita del materialismo histórico, aunque, como en el resto de su obra,
también aquí Childe cultivó cierta ambigüedad. Así, mientras que en algunos
pasajes describe un escenario caracterizado por la lucha de clases, en otros
momentos parece abogar por una visión contractualista o funcionalista de la
sociedad, en la que la clase dominante aportaría “beneficios organizativos” a
la vida en común e incluso asumiría tareas que “muchos hallarían más
fastidiosas que cualquier trabajo físico”459.
181
Childe reconocía la fuerza de los restos arqueológicos en sus expresiones
concretas y particulares, en tanto denotadores de una realidad que hay que
atender en sí misma, evitando subsumirla de entrada en una abstracción
uniformizadora del tipo “periodo étnico”. De ahí el énfasis en la definición de
las culturas arqueológicas, pues demarcan trayectorias históricas reales e
irrepetibles. Sin embargo, no se contentó en enumerar las manifestaciones
materiales de las culturas, al modo de la lógica de archivo del empirismo
escéptico, sino que los materiales arqueológicos informaban sobre otra cosa
distinta de sí mismos: de relaciones sociales. Del funcionalismo tomó la visión
de la sociedad como un todo interrelacionado y equilibrado. Un equilibrio que
sólo un factor externo al sistema puede quebrar. Del marxismo, y de ahí las
ambigüedades o contradicciones que hemos señalado, que dicho equilibrio es
siempre fugaz y que la incesante dialéctica entre el desarrollo de las fuerzas
productivas y el estado de las relaciones de producción constituye el motor de
la(s) historia(s).
182
conservamos el legado de las primeras revoluciones urbanas y, de hecho,
nuestra existencia presente habría sido imposible sin él. Los aspectos más
significativos de esta herencia son denominados “hitos” y “logros” de la
humanidad, y reciben una connotación positiva y elogiosa, en lo que a menudo
constituye una flagrante y alarmante falta de autocrítica. El atractivo de este
sentimiento de “tan lejos, tan cerca” es alimentado por la industria turística,
cinematográfica e incluso la de la moda, que hallan en la estética de las
antiguas civilizaciones una fuente generosa de reclamo e inspiración.
460
Daniel, G. (2003), The First Civilizations. Phoenix Press, Londres (original Thames & Hudson 1968), p.
6.
461
Piggott, S. (1992), “Introducción. El mundo forjado por el hombre”, en Piggott, S. (coord.), El despertar
de la civilización. Labor, Barcelona, pp. 11-15 (original Thames & Hudson. Londres, 1961), p. 11 (las
cursivas son nuestras).
183
interpretaciones sobre el pasado, pero suelen descuidar el trabajo de definir
criterios precisos para realizarlas y desconfían, por “especulativas”, de las vías
planteadas desde otras posiciones teóricas y metodológicas. La única
esperanza de vincular interpretativamente presente y pasado se sostiene sobre
argumentos humanistas, según los cuales los seres humanos compartimos un
“fondo común” de naturaleza básicamente mental que nos permite comprender
las vivencias tenidas por otros individuos. En el caso de las civilizaciones, esta
tarea es más factible por cuanto compartimos ciertos componentes relevantes
de una historia común. La estética, mediante las manifestaciones artísticas en
que se expresa, es uno de los aspectos en que mejor pueden conectarse las
sensibilidades espirituales del pasado y del presente. De ahí la proximidad
entre Arqueología Clásica (justamente la que se ocupa del estudio de las
civilizaciones de la antigüedad) e Historia del Arte, tan claramente plasmada
en la organización de la docencia universitaria vigente aún hoy en muchos
países. La arqueología histórico-cultural de las civilizaciones ha desembocado
en un humanismo esteticista en el que se vindican valores de tolerancia
entendidos desde un prisma liberal: comprender, admirar y preservar la
diversidad de las realizaciones humanas en todo tiempo y lugar. La expresión
actual de mayor eco y consenso es el discurso de la UNESCO y de los Foros
Internacionales de las Culturas, que celebra y vela por el llamado
“patrimonio” de la Humanidad como fruto del espíritu de los pueblos que
llegaron a materializarlo.
184
arqueología debe aspirar a adquirir el estatuto de disciplina científica, y,
por consiguiente, a abandonar el terreno de la empatía humanista.
3. Política: el conocimiento del funcionamiento y del devenir sociales
resulta útil para conocer nuestro presente y dirigir nuestro futuro. Desde
esta perspectiva, no es extraño que la formación de las primeras
civilizaciones haya figurado entre los temas de mayor interés para la
arqueología procesual, dado que, al hacerlo, se pretende investigar
nuestros propios orígenes, cómo funciona nuestra sociedad y cuçal
puede ser su futuro.
462
Como veremos, la satisfacción de tales necesidades requiere soluciones diferentes en cada caso, que pasan
a conceptualizarse como los “motores” del cambio. Así, según las zonas y las épocas, factores como el
comercio, la guerra, la necesidad de coordinar o ampliar el alcance de las labores agrícolas, la lucha contra la
incertidumbre en la provisión anual de alimentos mediante el “almacenaje social” o la necesidad de regular
los flujos de información se encuentran a menudo en la base de las explicaciones sobre la evolución de la
humanidad.
185
conformidad a las normas que rigen la sociedad463). En clara continuidad con
la sociología liberal y sus precedentes filosóficos (Hobbes, Locke), se afirma
que todos los individuos son organismos autónomos que persiguen la
realización de sus deseos y necesidades. Para ello, utilizan las facultades,
habilidades y recursos a su alcance para, en competición con otros individuos,
maximizar sus objetivos económicos (Homo oeconomicus), políticos (Homo
politicus) o cualquier otro que se suponga “natural” en nuestra especie. De
este modo, el procesualismo identifica la satisfacción de los deseos e intereses
individuales o particulares con el bien común, dando por sentado que el fin es
correcto (la supervivencia de la sociedad por medio de una adaptación
satisfactoria) y que los medios para conseguirlo no pueden ser otros que los
que son (individuos en competición a la búsqueda de sus fines particulares).
Los líderes iniciales que ocuparon los puestos de gestión y decisión satisfacían
una serie de requisitos: eran individuos masculinos y, según se dice, solían ser
los mejor dotados en términos de inteligencia, habilidad o fuerza física. Ello
les confirió prestigio social y político que se expresaba en correlatos
materiales. Bebiendo directamente de las fuentes del neoevolucionismo
antropológico, se afirma que en las sociedades más simples el Big Man
encarna todas estas características y se constituye en el elemento dinámico,
transformador del originario igualitarismo, que posibilita una jerarquización
incipiente. En cambio, en otras formas sociales más evolucionadas, donde las
posiciones de rango personales se transmiten hereditariamente, la competición
no se establece entre todos los integrantes de la sociedad. Intervienen entonces
los conceptos de “representatividad” y “legitimidad”, en virtud de los cuales
un individuo asume las aspiraciones colectivas delegadas en su persona. Pasa
entonces a constituirse en elemento dinamizador de su grupo y de los que
entran en contacto con él gracias al mismo mecanismo que medió en la
desigualdad originaria: la dinámica “competición-interacción”, esta vez
mantenida entre élites mediante mecanismos de emulación (la denominada
peer polity interaction y las economías de “bienes de prestigio”) y/o bien por
conflicto, guerra y eventual conquista. La maleabilidad de la “sociología de la
competencia” permite su aplicación tanto en un marco explicativo ecológico-
adaptacionista, como en el menos funcionalista que supone la maximización
de las necesidades y deseos individuales o grupales como tendencia natural de
la humanidad.
186
continuación que la perspectiva sociológico-antropológica adoptada por la
arqueología procesual considera que el mérito y el beneficio individual
constituyen condiciones para el bien común, y que ahí se encuentra el meollo
de los orígenes de la desigualdad social. Así pues, ciertos individuos
destacados desempeñan roles y funciones útiles de cara a la supervivencia
social. Como consecuencia de ello, pueden pasar a ocupar posiciones
jerárquicas de rango más o menos institucionalizadas, respecto a las cuales se
supone una aprobación colectiva (prestigio) y que son simbolizadas mediante
la ostentación de determinados ítems de uso restringido (bienes de prestigio).
Complejidad.
Profundicemos en cómo las investigaciones procesuales establecieron los
mecanismos concretos mediante los cuales la desigualdad social cobró carta de
naturaleza; o, en otras palabras, veamos cómo se definieron las causas
concretas que propiciaron la aparición y el desarrollo de dicha desigualdad, así
como las formas socio-políticas conforme a las cuales ésta se expresó. Como
comprobaremos a continuación, la antropología neoevolucionista desempeñó
un papel decisivo en todo ello.
187
compleja). “Complejidad” es una noción muy utilizada en el pensamiento
evolucionista. En época reciente, ha sido K. Flannery464 quien la ha definido
seguramente de manera más rigurosa. Además, partiendo de los presupuestos
de la teoría de sistemas, se esforzó en trazar las vías para hacerla operativa en
arqueología.
464
Flannery, K. (1975), La evolución cultural de las civilizaciones. Anagrama, Barcelona (título original:
“The Cultural Evolution of Civilizations”, Annual Review of Ecology and Systematics, 3, pp. 399-426, 1972).
465
Flannery, op. cit., 31.
466
Flannery, op. cit., 38-43.
188
establecimiento de umbrales categoriales (¿qué es y qué no es?) y, con ello,
entramos de lleno en contacto con las tipologías de evolución socio-política.
189
Evolución, tipologías y encuestas.
Hasta aquí, la arqueología procesual había priorizado un ámbito de la vida
social (la política), había definido el orden de su variabilidad (complejidad
entendida como grado de institucionalización) y había modelizado su
desarrollo formal (segregación y centralización). Sin embargo, tomar como
objeto la emergencia de la civilización requería adoptar una visión de
conjunto de las sociedades humanas en la que dicha emergencia fuese
resultado de un proceso diacrónico regido por causas objetivables. Para dar
cuenta de este proceso en toda su extensión, la arqueología recurrió a la
antropología neoevolucionista. Autores como Service, Fried y Sahlins
propusieron nuevos esquemas evolutivos en la estela de los “periodos étnicos”
de Morgan (véase el capítulo anterior) y en la mucho más próxima de los
“niveles de complejidad sociocultural” de Steward. La nueva arqueología ha
hecho un amplio uso de estas tipologías de evolución social. De esta forma, la
sucesión formada por bandas, tribus, jefaturas y estados (propuesta por
Service en 1962) o por sociedades igualitarias, jerarquizadas, estratificadas y
estatales (según el esquema desarrollado por Fried en 1967) constituyeron los
referentes básicos con los que trabajar. No está de más recordar brevemente
cuál ha sido el procedimiento seguido para elaborar estas secuencias
tipológicas.
190
la recolección o, a lo sumo, de formas simples de agricultura; o que las
sociedades civilizadas acostumbren a utilizar sistemas de escritura y a
construir edificios públicos de carácter monumental. Así pues, el proceder
seguido en la definición de cada estadio los convierte en tipos ideales, síntesis
de factores comunes observados en determinadas actividades humanas y, a la
vez, en grupos distantes geográfica y temporalmente. En su conjunto, la
secuencia estadial proporciona una escala con la que medir la complejidad
social y cultural, desde sus formas simples a las más elaboradas.
469
Con su división entre sociedades igualitarias, de jefatura y estratificadas (Flannery, op. cit.).
470
En este caso, dividieron entre “grupo familiar” (Family-Level Group) , “grupo local” (Local Group) (que
incluye tanto grupos acéfalos como colectividades con sistemas de Gran Hombre) y “unidad política
regional” (Regional Polity), que agrupa jefaturas y Estados. Véase Johnson, A. W. y Earle, T. (1987), The
Evolution of Human Societies. From Foraging Group to Agrarian State. Stanford University Press, Stanford
(pp. 18-22 y 314-320) (Se dispone de una traducción al castellano: La evolución de las sociedades humanas.
Ariel, Madrid, 2003).
191
En pocas palabras, podríamos decir que la investigación procesual parte de un
procedimiento de encuesta y cotejo con fines clasificatorios. Así, un
determinado conjunto de manifestaciones materiales análogas o equiparables a
las de las sociedades que la tradición arqueológica-filológica-historiográfica-
antropológica ha considerado civilizadas o estatales (véase lo expuesto al
inicio de este capítulo) avalaría la identificación de una nueva civilización o
Estado. A continuación, se le atribuiría un funcionamiento sociopolítico
análogo al estándar que la antropología y la historiografía habían sintetizado
previamente. A este segundo paso suele llamársele “explicación” aunque, en
rigor, se trata de una interpretación metafórica: si las civilizaciones de
referencia se expresan en una serie de rasgos característicos que denotan un
determinado nivel de complejidad organizativa y conductual, toda nueva
combinación similar de rasgos será síntoma de una complejidad equiparable.
Otras dificultades, igual o incluso más decisivas que las anteriores, procedían
471
Flannery, op. cit., 19-21; Redman, op. cit., 283-284.
192
de consideraciones formales o de criterio. ¿Es necesario atestiguar todos o
basta con casi todos los rasgos diagnósticos establecidos? ¿Cuántos y cuáles
serían necesarios y suficientes, habida cuenta además que no todos poseen la
misma importancia472? ¿Dónde situar las sociedades que presentan algunos
rasgos correspondientes a las jefaturas y otros a las civilizaciones? ¿Y entre
las jefaturas y otras formas “simples”? En suma, ¿dónde trazar el umbral entre
sociedades simples y complejas y, dentro de éstas, entre jefaturas y
civilizaciones? Como puede adivinarse, la investigación sobre las jefaturas ha
protagonizado buena parte de las controversias. Tal vez su condición de
categoría “puente” entre las sociedades igualitarias y las estratificadas y
estatales haya contribuido decisivamente a su amplia utilización en los
estudios prehistóricos del Viejo y el Nuevo Mundo. Distinguir únicamente
entre igualitarismo y estatalidad supondría una polarización excesivamente
simplista que reduciría demasiado la variabilidad de organizaciones políticas
constatadas etnográfica y arqueológicamente. Es este amplio espacio el que
ocuparon las jefaturas. No obstante, su extendido uso ha amenazado con
convertirlas en un cajón de sastre donde colocar todo aquello que no merecía
entrar en el selecto grupo de los primeros Estados, pero que exhibía rasgos
jerárquicos que inhibían dictar un veredicto de igualitarismo. En suma, al dar
cabida a sociedades de composición notablemente heterogénea ha cundido la
alarma sobre su operatividad.
472
De entre los rasgos posibles, la escritura ha acostumbrado a ocupar un papel protagonista.
473
Renfrew, C. (1973), “Monuments, Mobilization and Social Organization in Neolithic Wessex”, en
Renfrew, C. (ed.), The Explanation of Culture Change: Models in Prehistory. Duckworth, Londres, pp. 539-
558.
474
Véanse a título de ejemplo los ensayos contenidos en Earle, T. K. (ed.) (1993), Chiefdoms: Power,
Economy, and Ideology. School of American Research. Advanced Seminar Series, Cambridge University
Press, Cambridge.
193
Hace poco más de una década Renfrew y Bahn475 compilaron los rasgos
aplicados con mayor frecuencia a la hora de identificar arqueológicamente las
jefaturas y los Estados primitivos. Estos autores ordenaron las técnicas de
identificación arqueológicas en función de varias líneas de investigación, cada
una de las cuales incluye diversos indicadores empíricos. Vale la pena que las
presentemos resumidamente, por cuanto muestran un estado de la cuestión
vigente en cierto modo hasta la actualidad y que se reproduce gracias a la
difusión universitaria en manuales de éxito como el que firman los dos
investigadores británicos.
194
intensificación del trabajo” (arado) y obras públicas (canales de riego).
- Impuestos, almacenaje y redistribución. Presencia de estructuras de
almacenaje permanentes para alimentos y otros bienes.
- Artesanado especializado a dedicación plena, identificado por las
tecnologías particulares aplicadas a cada oficio.
195
investigación. Una vez definido, se trata de abordarlo en sus dimensiones
estática y dinámica; es decir, tanto en el funcionamiento interno de las
primeras organizaciones estatales como en el proceso que condujo a su
emergencia a partir de organizaciones más simples. Veamos más de cerca
cómo se han abordado ambos objetivos.
196
tecnología, la subsistencia y la religión, que viceversa477. Ello supone otorgar
la prioridad a los aspectos relativos a la organización social, y relegar al papel
de “ruido aleatorio” a las demás manifestaciones culturales, sobre todo
aquellas vinculadas a las creencias y al simbolismo.
197
“Administración”, “Producción de alimentos”, “Propiedad de la tierra”,
“Cultos religiosos”, etc.
3. Identificación de semejanzas que constituyen la base para la formulación
de regularidades y repaso paralelo de las diferencias observadas.
4. Elaboración de conclusiones que subrayan la relevancia de las distintas
regularidades y que abren la puerta para formular generalizaciones causales
sobre determinadas facetas del comportamiento humano, más allá de la
aparente diversidad de las manifestaciones analizadas.
198
previa que ya tuvo en cuenta la presencia de una serie de factores comunes a la
hora de incluir ciertas sociedades bajo la propia categoría de civilización. Por
tanto, a nadie debe sorprender que las similitudes estructurales y organizativas
sean mayores que las diferencias y singularidades, porque la proximidad entre
las unidades comparadas ya estaba sentada de partida. La base de todo el
procedimiento está anclada en una selección inicial que condiciona en buena
medida el resultado: decidir que una sociedad concreta pertenece a la propia
categoría de civilización (y, por tanto, situarla en condición de ser escogida en
un estudio comparativo) presupone haber superado satisfactoriamente el
cotejo empírico que medía la proximidad respecto al modelo estándar. Hay
algo de circular en este razonamiento. Bajo estas condiciones de selección, lo
paradójico sería que las diferencias fuesen superiores a las semejanzas. Tal vez
nuestro argumento se entienda mejor a la luz de la metáfora que F. Nietzsche
propuso para ilustrar la búsqueda de la verdad dentro de los límites de la razón
científica dominante: “Si alguien esconde una cosa detrás de un matorral, a
continuación la busca en ese mismo sitio y, además, la encuentra, no hay
mucho de qué vanagloriarse en esa búsqueda y ese descubrimiento”487. En
suma, es preciso reconocer otra vez la influencia primordial de la designación
originaria del objeto de estudio en el planteamiento y desarrollo de la
investigación. Puede ser una ironía que aquellos viejos Estados-que-pusieron-
por-escrito-a-sus-gobernantes-sobre-soportes-duraderos sigan de alguna
manera gobernando miles de años después de haberse derrumbado.
487
Nietzsche, F. (1990), Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, Madrid, Tecnos, p. 28.
488
Marcus y Feinman, op. cit., 10.
489
Lista a la que cabría añadir “Estado Arcaico”, como se desprende del título de la obra que ambos autores
se encargaron de compilar.
199
ganado en aumentos. No obstante, esta mayor agudeza visual parece servir
básicamente para que la “tijera” analítica diseccione la categoría política de
partida y dé lugar a más y más subtipos. En suma, la investigación sigue
profundamente comprometida con una labor de clasificación, en lo que
conforma una espiral de difícil salida. Así, un ejercicio comparativo inicial
permitió establecer las categorías generales de clasificación (“bandas”,
“jefaturas”, etc.) que iban a contener los casos integrantes de la muestra
empírica. A continuación, los casos clasificados en cada categoría son
sometidos a un nuevo ejercicio comparativo, ya que sin comparación no
pueden detectarse regularidades y, por tanto, tampoco es posible llegar a
formular generalizaciones. Lo que ocurre es que esta segunda operación acaba
dando como resultado la definición de subtipos. A la vista de la proliferación
de estas subdivisiones y, en sentido inverso, de la escasez de explicaciones
interculturales fiables, uno se pregunta sobre si esta estrategia de investigación
conduce sin remisión a un ejercicio taxonómico sin final previsible; a generar
nuevas formas socio-políticas abstractas, a derivar de éstas las claves de
reconocimiento empírico que sirvan para clasificar los nuevos hallazgos o a
“revisitar” los ya conocidos y, con ello, a aplanar un terreno que recibirá
interpretaciones “dinámicas” elaboradas, como suele ocurrir, desde disciplinas
distintas a la arqueología (antropología, historiografía).
200
los restos materiales hasta entonces considerados mudos, estáticos o
meramente estéticos, las sugerentes y vívidas imágenes sociales que describe
la etnografía.
Así pues, clasificar como “jefatura” a una sociedad de la Edad del Bronce
europea, por poner un ejemplo, no significaba tan sólo “archivarla” en el
marco de una de las tipologías tan caras a nuestra profesión. Significaba
visualizar una dinámica viva con escenarios y actores (muchos más que
actrices) sociales: jefes compitiendo entre sí por el favor de sus seguidores,
intensificación productiva, oficios emergentes, conflictos armados entre
unidades políticas, intercambios y dones, cultos y ceremonias públicas… Sin
embargo, la pesquisa tampoco se agotaba ahí. La propia denominación de
“arqueología procesual” evoca el cambio social como algo que debe ser
explicado, en y entre sistemas culturales. ¿Qué motivó el tránsito entre las
sociedades igualitarias y las primeras sociedades complejas? ¿Por qué sólo
algunas de éstas dieron el salto hasta la civilización? La antropología
neoevolucionista de investigadores como Fried y Service no se había ocupado
suficientemente de explicar el porqué del tránsito de un estadio a otro dentro
de sus respectivos esquemas. Tal vez no vieron un necesidad perentoria en
ello, porque trabajaron con un registro etnográfico igualado a un tiempo
“cero”, un presente sin historia. Sin embargo, en arqueología la dimensión
temporal es inherente a la observación, algo que nos reclama en cada estrato o
nivel que se aísla durante la excavación. De ahí que el interrogante fuese
ineludible: ¿qué factores causaron la aparición de sociedades complejas en
tales o cuáles lugares y en tales o cuáles épocas? ¿Puede observarse alguna
regularidad entre los casos conocidos, más allá de las peculiaridades formales
expresadas a nivel local o regional? ¿Qué enseñanzas podemos extraer de
ello?
201
éxito los retos que se le presentaron. Quien acerque el oído, escuchará ecos
que resuenan desde Platón y que el pensamiento legitimador de los Estados ha
ido manteniendo hasta la actualidad.
490
Carneiro, R. (1970), “A Theory of the Origins of the State”, Science, 169, pp. 733-738.
491
Webster, D. (1975), “Warfare and the evolution of the state: a reconsideration”, American Antiquity, 40,
pp. 464-470.
492
Harris, op. cit.
202
fundamentales los conceptos de “circunscripción ambiental” y
“circunscripción social”. Ambos describen situaciones en que la presión
demográfica sobre los recursos desemboca en conflictos bélicos y en las que la
fisión grupal y la huida no constituyen salidas viables. Como consecuencia, las
poblaciones vencidas acaban siendo integradas con un estatus subordinado en
el seno de unidades políticas cada vez más jerarquizadas.
493
Wittfogel, K. (1957/1966), Despotismo oriental. Estudio comparativo del poder totalitario. Guadarrama,
Madrid.
203
que, en ocasiones, pueden alcanzar objetivos lejanos494. El liderazgo político
recaerá entonces en aquellas personas encargadas de organizar las
expediciones comerciales, tanto en lo que respecta a la acumulación de bienes
locales susceptibles de ser canjeados como a la concreción fáctica de las
operaciones de intercambio.
494
Rathje, W. (1971), “The origin and development of lowland Classic Maya civilization”, American
Antiquity, 36 (3), pp. 275-285.
204
importancia y centralidad495.
495
Halstead, P. (1981), "From determinism to uncertainty: social storage and the rise of the Minoan palace",
en Sheridan, A. y Bailey, G. (eds), Economic archaeology. Towards an integration of ecological and social
approaches. British Archaeological Reports, International Series, 96. Oxford, pp. 187-213.
Hassan, F. (1988), “The Predynastic of Egypt”, Journal of World Prehistory, 2 (2), pp. 135-185.
O'Shea, J. (1981), "Coping with scarcity: exchange and social storage", en Sheridan, A. y Bailey, G. (eds),
Economic archaeology. Towards an integration of ecological and social approaches. British Archaeological
Reports, International Series, 96. Oxford, pp. 167-183.
496
Flannery, op. cit..
Wright, H. T. y Johnson, G. A. (1975), "Population, exchange, and early state formation in Southwestern
Iran", en American Anthropologist, 77, pp. 267-289.
497
Flannery, op. cit., 37.
498
Véanse al respecto Tainter, J. A. (1988), The Collapse of Complex Societies. Cambridge University Press,
Cambridge; Yoffee, N. y Cowgill, G. L. (eds.) (1988), The Collapse of Ancient States and Civilizations. The
University of Arizona Press, Tucson.
205
centralización en el seno de una sociedad. Sin embargo, puede llegar a ocurrir
que las instituciones pasen a servir a sus propios intereses más que a los de la
sociedad, o que lleguen a destruir los controles que amortiguan y rectifican las
perturbaciones entre subsistemas499. En palabras de R. Rappaport retomadas
por Flannery, ello puede provocar “patologías” que incrementen las tensiones
internas. Una de estas patologías es la hiperintegración o hipercoherencia500.
Consiste en la unión muy estrecha entre subsistemas pequeños o instituciones,
o bien en un control jerárquico central muy determinante sobre todos ellos. En
ambos casos, los subsistemas pierden mucha autonomía y capacidad de
respuesta, y el cambio (o perturbación) en una unidad puede afectarlos a todos
de manera grave y rápida.
Comentarios críticos.
La arqueología procesual supuso un punto de inflexión en el devenir de
nuestra disciplina. Ha de reconocérsele su empeño por ampliar y agudizar la
pesquisa arqueológica, criticando efectivamente la consideración tradicional
de las piezas arqueológicas como obras de arte (estética) o como carne de
tipología (archivo). En este sentido, puso en práctica proyectos que ampliaron
la escala de la investigación a nivel regional y potenció el desarrollo de
campos de análisis específicos de inestimable ayuda para conocer las prácticas
económicas, las condiciones medioambientales o los límites políticos del
territorio. Además, y seguramente en lo que ha sido su contribución más
importante, llamó la atención sobre la necesidad de formalizar explícitamente
los procedimientos a través de los cuales se genera el conocimiento de las
sociedades del pasado, y, en concreto, en lo que respecta a la problemática
vinculación entre evidencias arqueológicas (actuales) y realidad sociocultural
extinguida (pretérita). La vía escogida para determinar esta vinculación y
alcanzar el conocimiento puede resumirse así:
206
elementos discretos con diferentes grados de implicación empírica:
desde el correlato directo (por ejemplo, “escritura”) al de carácter
relacional (por ejemplo, “especialización a tiempo completo”,
“burocracia”). La categoría “Estado”, al igual que las que se suponen
previas a él, se define por adición, por la suma de esta serie de
elementos diagnósticos.
207
arqueológicos a disposición de la investigación de los primeros Estados y
Civilizaciones provengan de objetos aislados, en el mejor de los casos con una
correspondencia cronológica fiable. El problema que se deriva de esta
situación es que la arqueología apenas ha desarrollado un cuerpo teórico y
metodológico propio capaz de trabajar con fiabilidad sobre categorías como
“especialización”, “parentesco”, “territorio”, “intensificación” o “liderazgo”,
que son la base de otras como la que aquí nos ocupa: el Estado. En cambio, un
registro arqueológico ordenado según tipos y periodos permite trabajar sobre
rasgos diagnósticos con razonable facilidad y comodidad: una tablilla con
signos inscritos es escritura; una pirámide es una gran obra colectiva; una joya
realizada con metales y gemas exóticas es producto de especialistas y de redes
de comercio a larga distancia. Así pues, debido a una mezcla de inmadurez
científica y de condicionantes de la realidad empírica estudiada, la arqueología
se ha visto impelida a identificar, mostrar o probar de manera indirecta las
categorías relacionales de contenido económico y político claves en la
investigación social, como el Estado.
208
de los segundos. A la luz de estos argumentos, ¿quién osa considerar
“superado” a Platón? Por otro lado, aunque hallemos evidencias arqueológicas
de violencia, la presunción del bien común siempre puede tornarse presunción
del “mal menor” necesario. En suma, la presunción de la buena fe del
liderazgo y del gobierno siempre tiene las de ganar, aunque al precio de no
permitirnos saber más de lo que presuponemos. Es el prejuicio perfecto:
inmoviliza.
209
monolítico. Los individuos, bien que instruidos en las normas sociales
dominantes, tienen la capacidad de cambiarlas, de subvertirlas mediante su
acción en los contextos situacionales donde se desarrolla su vida. El nuevo
decálogo para entender la vida en sociedad debe incluir viejos y nuevos
conceptos como poder, competición, conflicto, estrategia, ideología,
identidad, acción/agencia y toma de decisiones, enmarcados todos ellos en
una ontología de lo social que desconfía de teleologías como “adaptación”
y “homeostasis”. La inestabilidad y el conflicto son la norma, no la
excepción “patológica”.
501
En las últimas dos décadas, una miríada de planteamientos ha tratado de superar (o “revisitar”) las
principales carencias de la arqueología social procesualista, a veces “desde dentro” y en otras ocasiones
declarando una oposición frontal. Para un repaso de las contribuciones más relevantes, véanse las recogidas
en: Patterson, T. C. y Gailey, C. W. (eds.) (1987), Power Relations and State Formation. American
Anthropological Association, Washington DC; Gledhill, J., Bender, B. y Larsen, M. T. (eds.) (1988), State
and Society: The Emergence and Development of Social Hierarchy and Political Centralisation. Unwyn
Hyman, Londres; Wason, P. K. (1994), The archaeology of rank. Cambridge University Press, Cambridge;
Price, T. D. y Feinman, G. M. (eds.) (1995), Foundations of Social Inequality. Plenum Press, Nueva
York/Londres; Earle, T. K. (1997), How Chiefs Come to Power. The Political Economy in Prehistory.
Stanford University Press, Stanford; Feinman, G. y Marcus, J. (eds.) (1998), Archaic States. School of
American Research, Santa Fe; Haas, J. (ed.) (2001), From Leaders to Rulers. Kluwer Academic/Plenum
Publishers, Nueva York; Chapman, R. W. (2003), Archaeologies of complexity. Routledge, Londres; Smith,
A. T. (2003), The Political Landscape. Constellations of Authority in Early Complex Polities. University of
California Press, Berkeley / Los Ángeles; Yoffee, N. (2005), Myths of the Archaic State. Evolution of the
Earliest Cities, States, and Civilizations. Cambridge University Press, Cambridge.
210
centrarse en trayectorias históricas concretas, que permitan poner de
manifiesto el juego de relaciones de poder, los mecanismos a través de los
cuales unos sectores se imponen sobre otros, el papel de la ideología, la
competencia y tensión entre posiciones y la acción transformadora de
individuos y grupos. De hecho, se ha llegado a cuestionar e incluso a proponer
el abandono de la categoría “Estado” (y sus adjetivaciones específicas, tales
como Prístinos, Arcaicos, Tempranos…) para designar el objeto de la
investigación arqueológica, y su sustitución por expresiones más laxas como
“primeras unidades políticas complejas” (early complex polities)502 o
“estructura de autoridad generalizada”503. Con ello se trataría, por un lado, de
evitar la reificación del Estado y su consideración implícita como centro
organizador omnicomprensivo y, por otro, de reorientar la investigación
mediante conceptos más flexibles como “constitución de la autoridad”,
“gobernanza”, “poder” o “legitimidad”, que permitiesen trazar en su justa y
concreta expresión el carácter dinámico que se atribuye a las relaciones
políticas.
211
contempla que su conducta se mueve por el egoísmo, la ambición y el deseo
de incrementar su cuota de poder a expensas de otros. Se intenta mostrar de
qué manera se afianzan ciertas posiciones de poder, mientras que otras ven
socavadas sus bases y acaban por diluirse. Nuevos conceptos como
“heterarquía” o “sociedades transigualitarias”504, respaldados por una
reinterpretación crítica de los datos etnográficos a los que una vez recurrieron
funcionalismo y neoevolucionismo, se proponen para captar estos escenarios
dinámicos. Finalmente, no cuenta tanto señalar cuándo se ha superado el
umbral de la estatalidad y la vida civilizada, como en desvelar los puntos
donde se ejerce el poder de manera regular, es decir, institucionalizada.
504
Véanse Crumley, C. (1987), "A Dialectical Critique of Hierarchy", en Patterson, T. C. y Gailey, C. W.
(eds.), Power Relations and State Formation. American Anthropological Association, Washington, D.C., pp.
155-169; Hayden, B. (2001), “Pathways to Power. Principles for Creating Socioeconomic Inequalities”, en
Price, T. D. y Feinman, G. M. (eds.), Foundations of Social Inequality. Plenum Press, Nueva York/Londres,
pp. 15-86.
212
No obstante, en un escenario protagonizado por la voluntad subjetiva también
caben formas de expresar y de entender la política diferentes a la estricta
carrera por el poder. Desde otras perspectivas se hará hincapié en que ciertas
sociedades se organizan precisamente para conjurar la consolidación de
cualquier forma de autoridad que pueda conducir al Estado. En este caso, el
referente inmediato es la antropología de P. Clastres505. Esta misma disciplina
ofrece otras formas diametralmente opuestas de encarar la cuestión, aunque
siempre guiadas desde la decisión subjetiva. Así, por ejemplo, A. Testart ha
hecho hincapié recientemente en el papel de la “servidumbre voluntaria” en el
nacimiento del Estado. El Estado se entendería entonces como “la creación de
un hombre que se apoya en sus fieles personales para asegurarse el poder”506:
“autoridad”, “fidelidad”, “poder”, variantes y facetas de las relaciones
interpersonales que subsumen toda la vida social. Éstas u otras propuestas son
objeto de una cálida bienvenida en la arqueología actual sobre la formación de
los primeros Estados.
Así, por ejemplo, en sintonía con una mayor atención a la especificidad de los
desarrollos estatales, ciertas investigaciones sobre las ciudades-estado
505
Clastres, P. (1974), La société contre l’État. Les Éditions du Minuit, París. Véase Blanton, R. E. (1998),
“Beyond Centralization. Steps Toward a Theory of Egalitarian Bahavior in Archaic States”, en Feinman, G. y
Marcus, J. (eds.), Archaic States. School of American Research, Santa Fe, pp. 135-172 (p. 152).
506
Testart, A. (2004), L’origine de l’État. La servitude volontaire II. Errance, París, p. 7 (la traducción es
nuestra).
213
mesopotámicas del periodo Dinástico primitivo han cuestionado el papel de
los templos y palacios como centros desde donde se regían las actividades
sociales según una lógica unitaria507. La atribución de dicho papel debe mucho
a la importancia que la investigación tradicional concedió a los textos
conservados en las tablillas de arcilla utilizadas por los propios centros de
poder. Al partir de unas fuentes ciertamente parciales, no es de extrañar que se
considerase que palacios y templos monopolizaban la vida de las primeras
ciudades. Sin embargo, el análisis de nuevos tipos de evidencias permite
argumentar que ambas instituciones eran sólo dos actores más, junto a otros
varios que hasta ahora permanecían ocultos a la investigación. De esta manera,
mientras que templos y palacios intentaban ejercer un control creciente en los
aspectos económico, político y administrativo, constituyéndose en fuerzas
centrípetas, otros sectores sociales, como los terratenientes privados, el
artesanado independiente o los esclavos se resistían promoviendo tendencias
centrífugas. Y todo ello, sobre un tablero de juego con límites difusos y
cambiantes.
507
Stein, G. (2001), “‘Who Was King? Who Was Not King?’ Social Group Composition and Competition in
Early Mesopotamian State Societies”, en Haas, J. (ed.), From Leaders to Rulers. Kluwer Academic/Plenum
Publishers, Nueva York, pp. 205-231.
508
Hamilakis, Y. (ed.) (2002), Labyrinth Revisited: Rethinking Minoan Archaeology. Oxbow Books, Oxford.
214
pirámides indicarían que Cahokia, junto con un complejo de asentamientos
próximos entre sí, habrían constituido un núcleo de atracción político-
administrativo y ceremonial equiparable a una auténtica ciudad. Allí, los
líderes de los grupos corporativos que presidían una sociedad estratificada
competían por el poder, sin que necesariamente uno u otro lo detentase de
forma centralizada y permanente sobre los demás (heterarquía). Cahokia no
desarrolló algunas características de los Estados típicos, como la escritura o la
expansión territorial por conquista, pero manifestaría un caso de state-making
(“de hacer Estado”), a la luz de sus impresionantes proyectos edilicios, ritos
funerarios y festejos509.
509
Véase Pauketat, T. R. (2004), Ancient Cahokia and the Mississippians. Cambridge University Press,
Cambridge, pp. 75, 167-174. Para una visión más atenuada de Cahokia en el contexto del periodo
Misisipiense, puede consultarse Milner, G. R. (2004), The Moundbuilders. Ancient Peoples of Eastern North
America. Thames and Hudson, Londres, pp. 124-168.
510
La posibilidad del suicidio nos recuerda que el margen para la decisión individual nunca es igual a cero.
215
bajo unas condiciones dadas.
511
Porque, paradójicamente, la libertad siempre resta condicionada.
216
haciendo de la política su única y eterna razón de ser.
217
El hecho de que las investigaciones desde el marxismo hayan sido poco
numerosas no es óbice para que los planteamientos y resultados alcanzados
sean heterogéneos. En bastantes ocasiones, se observan importantes
similitudes respecto a la arqueología procesual en el método empleado para
abordar la cuestión, sobre todo en lo que respecta al procedimiento de
encuesta y cotejo. En estos casos, la diferencia respecto a la tradición
procesual es la sustitución de la tipologías de evolución sociopolítica de Fried
o Service por otras elaboradas desde el evolucionismo marxista apuntado por
Engels en El origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado.
Términos como “formación económico social tribal” o “sociedad clasista
inicial” sustituyen en el mismo orden metodológico a otros como “tribu”,
“jefatura” o “civilización”, con la salvedad de que las claves de interpretación
cambian de signo: donde se leía consenso, se lee imposición; donde se veía
prestigio, se ve poder y explotación. Sea como fuere, dichas claves de lectura
siguen procediendo del exterior de la arqueología. Son importadas como
relatos completos principalmente desde la antropología neomarxista (M.
Godelier, Cl. Meillassoux, E. Terray) y acuden al ser evocadas tras las
operaciones de cotejo e inferencia empíricos. En consecuencia, las
consideraciones críticas expuestas a propósito de la arqueología procesual
podrían ser aplicadas a una parte de la arqueología de inspiración marxista.
Gilman, A. (1981), "The development of social stratification in Bronze Age Europe", Current Anthropology,
22 (1), pp. 1-23.
McGuire, R. H. (1992), A Marxist Archaeology. Academic Press, San Diego.
Gailey, C. W. y Patterson, T. C. (1988), "State formation and uneven development", en Gledhill, J., Bender,
B. y Larsen, M. T. (eds.), State and Society. The Emergence and Development of Social Hierarchy and
Political Centralization. Routledge, Londres, pp. 77-90.
Patterson, T. C. (2005), “Craft specialization, the reorganization of production relations and state formation”,
Journal of Social Archaeology, 5 (3), pp. 307-337.
218
académica del saber entre Prehistoria e Historia Antigua y condiciona de
manera implícita y acrítica la forma de abordar la investigación
arqueológica de las sociedades prehistóricas. Así, el acuerdo sobre cuáles
deben ser los primeros Estados relega necesariamente a categorías
preestatales de evolución política a las sociedades situadas en épocas
anteriores a éstas y/o a las ubicadas en el exterior de sus fronteras, además
de prejuzgar el signo de la interpretación sociopolítica que debe
asignárseles. En el caso de la prehistoria europea, funciona con notable
éxito un consenso que reserva la rúbrica “estatal” a unos pocos grupos
arqueológicos con anterioridad a la expansión romana de finales del I
milenio antes de nuestra era. En concreto, dicha convención señala que los
primeros Estados en suelo europeo se desarrollaron en las riberas del Egeo
durante el Bronce Medio y Reciente (civilizaciones minoica y micénica).
Hay que esperar a la Edad del Hierro para que la consideración como
estatales o filoestatales se extienda a otras regiones del Mediterráneo y sus
áreas de influencia (Etruria, principados hallstátticos, aristocracias
prerromanas occidentales), mientras que muchas otras sociedades
accedieron a la estatalidad sólo al ser absorbidas por la expansión romana.
Ello ha conducido, en primer lugar, a la proliferación y consiguiente
“amontonamiento” de sociedades de jefatura de mayor o menor
complejidad en la Europa “bárbara” entre el V y el I milenios, ya que la
investigación descarta que alguna de estas sociedades pudiera poseer el
rango de estatal. Y, en segundo lugar, lleva a asumir que la formación de
los primeros Estados en Europa obedeció siempre a procesos secundarios o
derivados, de forma que el protagonismo causal recae en las actividades
comerciales, militares o colonizadoras de un restringido número de
civilizaciones clásicas.
219
asumidos inconsciente o acríticamente. La dependencia interpretativa es
síntoma de una carencia metodológica más profunda. Si no intentamos
salvarla, habrá que continuar asumiendo que lo único que pueden hacer los
materiales arqueológicos es evocar interpretaciones más o menos
afortunadas en las mentes de arqueólogos ideológicamente (in)formados.
220
semántico para incluir en ella desde las relaciones de parentesco por afinidad
hasta consideraciones éticas en que lo político se entiende como un remedo de
lo afable, adecuado u oportuno, la política de Estado pasaría a denominarse
“alta política” y subsumiría a las demás desde una posición de dominio.
221
“producción básica” la generación de mujeres y hombres. El reconocimiento
explícito de dicha producción implicaba la consideración de que la
reproducción biológica constituía la actividad primordial de toda sociedad y su
sostén material básico. No hay duda que la producción de nuevos hombres y
mujeres supone una tarea social primordial. Sin embargo, está todavía en
discusión si el proceso de gestación pertenece al ámbito estrictamente
biológico o bien compete al laboral. Si nos inclinamos por esta segunda
opción, habría que justificar por qué sería la única actividad laboral
determinada por condicionantes biológicos (gestar y amamantar sólo puede
correr a cargo de mujeres) e independiente de un trabajo social previamente
acumulado. Superar el dilema parece difícil, toda vez que, por otro lado, la
frecuencia de los embarazos y el hecho de que éstos culminen o no en un parto
dependen, en buena medida, de exigencias inequívocamente sociales.
222
para ejercer satisfactoriamente determinadas acciones y operaciones
mecánicas e intelectuales; una capacidad que varía notoriamente en función de
la edad. Además del sexo y/o la edad, otras características físico-biológicas
como la agilidad, retentiva mental, capacidad de audición y visión, potencia
física, etc. han constituido factores de peso a la hora de realizar una u otra
tarea, sobre todo en tiempos pasados. Ahora bien, más allá de tales
condicionantes diríamos que universales, el desarrollo de la división de tareas
en cada sociedad ha obedecido a factores diversos y ha cobrado formas
también distintas a lo largo de la historia. En ocasiones, en un grupo puede
haberse promovido una mayor división de tareas como medio para aumentar la
productividad, es decir, tendiendo a una simplificación de los cometidos
concretos que redundase en la obtención de tantos o más productos que antes
invirtiendo menos trabajo en términos globales. En otros casos, como ya
recalcara Marx518, la adopción de innovaciones tecnológicas en la producción
de manufacturas o de alimentos puede llevar aparejado un nuevo y más
profundo reparto de tareas en el seno de una comunidad.
518
Marx utilizaba la expresión “división del trabajo” en lugar de “división de tareas”, que preferimos aquí:
“Hasta dónde se han desarrollado las fuerzas productivas de una nación lo indica del modo más palpable el
grado hasta el cual se ha desarrollado en ella la división del trabajo. Toda nueva fuerza productiva, cuando no
se trata de una simple extensión cuantitativa de fuerzas productivas ya conocidas con anterioridad (como
ocurre, por ejemplo, con la roturación de tierras) trae como consecuencia un nuevo desarrollo de la división
del trabajo” (Ideología, 20).
223
En la especie humana se dan muy pocas situaciones en las que un individuo
consuma lo que él mismo se ha encargado por entero de producir. De hecho,
tal vez el rasgo más distintivo del desarrollo de la humanidad, aquél que la ha
producido en la historia evolutiva de la vida sea la “dislocación” entre
producción y consumo, entre los agentes y el lugar implicados en la
producción, y los agentes y el lugar implicados en el consumo. A la vista de
ello, designaremos como división social de la producción a la expresión
adoptada por la “dislocación” entre los lugares de producción, los lugares de
distribución y los lugares de consumo en una sociedad. Esta dislocación
expresa una división social que se añade y, a la vez, supera la división de
tareas a que hemos hecho referencia anteriormente. La división social de la
producción genera tantos o más contextos de relación particulares que la
división de tareas. Mujeres y/o hombres concretos se reconocen socialmente
no sólo a partir de su participación respectiva en las diferentes tareas
realizadas en el marco de las tres producciones, sino también, y quizás mucho
más, por su participación, diferencial o no, en los distintos contextos de
producción y de consumo. Las relaciones particulares entabladas en el seno de
todos los contextos contribuirán a generar condiciones subjetivas individuales
(los “yoes” particulares) que pueden llegar a plasmarse o aglutinarse
socialmente en ideologías; ideologías que devendrán enfrentadas si surgen
desavenencias materiales entre los grupos particulares implicados en la vida
social.
224
producción, los miembros de una comunidad participan en y del resultado de
las tres producciones. Ahora bien, en el desarrollo del ciclo de la producción
existe una consideración que reviste un interés decisivo y que pocas veces ha
sido puesta de manifiesto: el desarrollo real de la producción exige un
conocimiento actualizado de cuáles son los límites y la composición del grupo
implicado, así como de la variedad y cantidad de las restantes condiciones
materiales a las que es posible acceder. ¿En cuál de los tres momentos del
ciclo de la producción general enunciado por Marx cabría ubicar dichas
consideraciones? A nuestro juicio, la respuesta es que la distribución de
objetos y sujetos“sabe” los límites de la comunidad, entendida ésta como el
grupo directamente comprometido con la participación en la producción y en
el consumo. Ante esta afirmación, resulta no obstante necesario aclarar el
sentido del término “distribución” que adoptamos aquí, ya que Marx
contempló de hecho dos acepciones. Veámoslo a continuación en sus propias
palabras:
A partir de esta cita, está claro que el factor que mejor contribuye a delimitar
el grupo social es la distribución de objetos y sujetos en la producción social,
y no estrictamente la de productos de cara al consumo. Aun así, para eliminar
esta posible fuente de ambigüedad o confusión podría ser oportuno emplear
términos diferentes como “asignación” o “reparto” en referencia al significado
que nos interesa subrayar.
519
Marx, K., “Introducción” a las Grundrisse escrita en 1857 y publicada por primera vez en 1903 en Die
Neue Zeit. Se cita la edición publicada como anexo en Contribución a la crítica de la economía política.
Progreso, Moscú, 1989, p. 192 (las cursivas son nuestras).
225
La distribución-asignación no debe entenderse como un punto de partida
previo y ajeno a la producción, a modo de decisión racional que la guía guiada
desde el pensamiento. Toda asignación es siempre posterior a un acontecer
material. Los dos sentidos de “distribución” a que Marx hacía referencia
acompañan ya a una cierta división social de la producción, siquiera mínima.
Es precisamente esta dislocación efectiva lo que suscita en la práctica la
ignorancia y las incertidumbres que suscitan preguntas como las siguientes:
¿Quiénes participarán en tal o cual tarea? (¿Con quién se cuenta?) ¿De qué
medios materiales se dispone para realizarla? (¿Con qué se cuenta?) ¿Cuál es
el abanico de bienes producibles y en qué cantidad deben ser producidos? ¿A
quiénes irán destinados y en qué cantidad? ¿Somos pocos, suficientes o
sobramos en relación a todo ello? Por estar implicados en relaciones que les
producen individualmente y como grupo social, todos y todas tienen algo que
responder. Sin embargo, por motivo de la dislocación implicada en la división
social de la producción y también en la división de tareas, las respuestas no
tienen necesariamente que ser unánimes; como tampoco serán de igual peso
los argumentos, verbales o materiales, esgrimidos a favor de una u otra. La
multiplicación de los ámbitos de experiencias y vivencias individuales y
grupales propiciada por la división productiva da lugar a nuevas relaciones
objetivas y subjetivas. Los sujetos aportan opiniones diversas y valoraciones
contrapuestas sobre cómo se produce y/o debería producirse la vida social520.
A la discusión acompañarán estrategias que podrán dividir aún más los
ámbitos de relación si comportan alianzas que atraviesen las divisiones
definidas por la producción. Las decisiones finales darán paso a la
cooperación o desembocarán en agravios. La política ha entrado en la vida
social.
226
organización histórica de la producción de la vida social.
227
primer lugar como un ámbito de gestión o administración del ciclo
producción-consumo.
522
Ideología, 33.
228
por el desencuentro entre la producción social y el consumo. La perspectiva
que sugerimos aquí también afecta a la problemática clásica en torno a las
causas del surgimiento del Estado. Por lo general, los modelos causales al uso
presuponen una situación de partida en equilibrio, situación que se ve alterada
por uno o varios factores desestabilizadores (la causa o causas como, por
ejemplo, el incremento demográfico o un cambio climático), hasta que la
sociedad accede a una nueva situación de equilibrio ya bajo una forma
civilizada o estatal. En cierta manera, este planteamiento sitúa el origen de la
causalidad en el exterior de las relaciones sociales, las cuales se limitan a
reaccionar ante algo que les viene dado. Además, siempre es complicado
justificar por qué en ciertas situaciones tales causas propician la emergencia de
la civilización y del Estado, mientras que en otros casos aparentemente
equiparables su incidencia es imperceptible o bien parecen favorecer
derroteros muy distintos. Así, ni todas las sociedades agrícolas en entornos
áridos con cauces fluviales han promovido civilizaciones, ni todas las guerras
endémicas han culminado en la emergencia de Estados militaristas.
229
adjetivarse como diferencia. Pero también los grupos de sujetos se
reconocen por cosas que hacen con, por y para otros, aunque no
cualesquiera otros. El ámbito del nos-otros523 expresa tanto el colectivo
real del que todos son partícipes de facto, como una entidad en la que
cada cual puede identificarse idealmente.
230
colectivo, sin que éste realice contrapartidas materiales equiparables. Esta
apropiación se traduce entonces en “propiedad”, siempre “privada” porque
priva a otros de algo. Unos y otros colectivos configuran entonces “clases
sociales” que ocupan lugares antagónicos en la producción social. Las clases
están compuestas por individuos de ambos sexos y mismas clases de edad,
pero mientras unos cooperan económicamente para producir, otros cooperan
políticamente para seguir siendo producidos consumiendo lo producido por
otros, consumiéndolos. De ahí que toda discusión sobre la libertad y la acción
que no tenga en cuenta esta realidad relacional nunca abandonará el terreno de
la especulación. El garante último del mantenimiento y también de la
ampliación de las relaciones de explotación en el seno de un Estado radica en
el uso de la fuerza por parte de un sector especializado en este cometido. El
ejercicio de la violencia física con estos fines puede recibir también el nombre
de coerción. Sobre la coerción se fundan las restantes violencias ejercidas o
selectivamente toleradas desde el Estado (coacción, alienación).
En la estela de otras publicaciones (Castro et alii, 1998, 1999, op. cit.), identificamos excedente en aquello
que es enajenado a quienes lo produjeron y acaba siendo consumido por otro colectivo en su beneficio
exclusivo y sin contrapartidas. Por tanto, no consideraremos excedentes a aquellos productos destinados a un
consumo colectivo diferido (como un almacén de semillas para la próxima siembra) ni tampoco a los recursos
exigidos para la obtención de enseres o alimentos suplementarios de uso colectivo.
231
las filas de la clase propietaria. Para ser admitido en ella, deberé ostentar
títulos sobre tierras, esclavos, máquinas o capitales, según la época. La
propiedad que el Estado salvaguarda es aquella que se refiere a los factores de
la producción social enajenados en unas pocas manos; es decir, a la fuente de
sus privilegios materiales. El excedente obtenido mediante mecanismos de
plusvalía expresa la materialización diferencial del beneficio social.
Explotación, propiedad privada, plusvalía y excedente van de la mano
únicamente en las sociedades estatales y suelen ser corresponsables del hecho
estatal.
232
la realidad social a ciertos principios ético-morales, cuya traducción material
sólo beneficia a un sector de la sociedad. En esa sociedad dividida de la que
nos hablaba Marx, el Estado se erige como el patrón de la regulación misma
de la dinámica social y, con la excusa de mejorarla, urde un interés general
adaptado en realidad a intereses privilegiados.
233
Una vez en marcha, el Estado proclama las virtudes de la convivencia
ocultando los vicios que procura el beneficio de unos pocos. Cuando entra en
Estado, la sociedad aborta su propia libertad de movimientos e inventiva,
abandona la búsqueda de formas alternativas de vivencias y convivencia, y
queda obligada institucionalmente a dedicarse a actividades exclusivas que
respeten y obedezcan la normalidad interesada. Las normas-tipo que aseguran
una existencia común, que no compartida, facilitan al Estado la generación del
rostro monocromo en el que quedará fosilizada aquella presunta identidad
colectiva que ahora se manifiesta plena de gestos agresivos contra los otros,
todos ellos enemigos a partir de ese instante.
234
El estado-del-mundo.
Desde su aparición, el Estado prescribe políticas de convivencia. Una política
decisoria que corresponde a ciertos grupos sociales. La idea social que
defiende se encarna en representantes que se instituyen alrededor de mafias
decisivas. Antes del triunfo de las revoluciones burguesas, Rousseau alertaba
que la representación atenta de manera letal contra lo que llamaba la voluntad
general del pueblo, el lugar donde residía la soberanía: “(...) desde el momento
en que un pueblo nombra representantes, ya no es libre, ya no existe”526. Al
parecer, advertencias como ésta cayeron en saco roto, porque el
parlamentarismo burgués declaró virtud la disposición de los representantes y
de sus partidos para decidir sobre las cosas ajenas. Con el pleno desarrollo de
la democracia capitalista, representantes y partidos semejan harto
frecuentemente ser empleados y departamentos, respectivamente, de las
empresas privadas que los patrocinan.
La política de Estado traduce la voluntad de unos pocos con los medios y las
condiciones oportunas para imponer su interés527. Desde la política doméstica
y municipal a la política de los Estados y entre Estados, las decisiones son
tomadas en ciertos cotos restringidos por personas decisivas, cargadas de
condiciones materiales, y que mueven el mundo a su antojo; ciertamente, una
manifestación inequívoca del libre albedrío y del triunfo de la libertad, aunque
sólo aplicable a ellos en sentido estricto. Los grupos de poder de los Estados
poderosos, sólidamente Unidos, deciden la alta política de los Estados
subsidiarios y ordenan a su vez la ruta que la vida social debe emprender.
Frente a ellos se rebelan resistencias que poco a poco van minando la
credibilidad de aquel sistema político o que mueren en el intento.
526
Contrato, 101.
527
“En los procesos electorales estadounidenses, por poner un solo ejemplo, la cuarta parte del 1 por 100 de
los norteamericanos más ricos aporta el 80 por 100 de todas las donaciones políticas individuales y las
empresas superan a los trabajadores por un margen de 10 a 1. (…) las donaciones equivalen a inversiones”.
Huelgan los comentarios ante la contundencia de los datos presentados por R. W. McChesney en su
introducción a Chomsky, N. (2000), El beneficio es lo que cuenta. Neoliberalismo y orden global. Crítica,
Barcelona, p. 11.
235
material e ideológicamente afín, no existiría por innecesaria. Emergiendo de
esta confusión está la política “en primera persona”, la dictadura subjetiva, la
de quienes creen que sus ideas son la realidad, la de quienes viven en un
mundo paralelo y confuso de la idea como encarnación de la realidad, roja de
vergüenza al no tener ningún vínculo con ella.
En el caso de las notas sobre teoría que acabamos de exponer, hemos tratado
de sortear esta objeción. Es cierto que ofrecemos una definición de Estado en
la que convergen varias categorías, pero en sí misma no predetermina el
resultado de la investigación empírica que contribuiría a inspirar. En síntesis,
hemos señalado que el Estado salvaguarda mediante el uso de la fuerza
(coercitivamente) las relaciones de explotación económica entre clases, y que
236
surge en el momento y en el lugar en que el antagonismo derivado de dichas
relaciones sobrepasa un límite.
237
carácter relacional. En consecuencia, los interrogantes que plantean no pueden
recibir respuesta mediante un único elemento empírico o tipo de vestigio
material (llámeseles “escritura”, “trono” o “pirámide”), sino que requerirán la
identificación previa de los agentes o términos en relación y, posteriormente,
la propuesta argumentada del sentido de la misma.
238
Diferencia no equivale a disimetría o explotación. Las diferencias expresan un
grado de heterogeneidad enriquecedor en términos de producción social,
aunque, como hemos señalado, también puedan desembocar en un
distanciamiento efectivo y afectivo entre los diversos segmentos que
componen el colectivo. El desarrollo de tareas y funciones sociales disocia la
entidad de convivencia y construye mundos complementarios o alternativos.
Los primeros suelen procurar sociedades abiertas y fluidas y, los segundos,
cerradas y conflictivas. Las diferencias sociales reportan más éxito que
obstáculos. La diversidad en habilidades, tareas, dedicaciones, consideraciones
e ideas no conlleva necesariamente exclusión, sino que pueden nutrir, bien al
contrario, el ánimo de compartir y convivir al depositar la satisfacción social
en los otros y otras, aquéllos sin los cuales la sociedad no sería. Las
diferencias son causa de encuentro si no median estrictamente para sí. En
cambio, cuando se materializan en disimetrías económico-sociales manifiestan
la exclusión y la explotación de la que hablamos. Así pues, el diálogo troca en
conflicto si las disimetrías son de orden material. Las diferencias propias de
los distintos cuerpos y pensamientos se materializan con un armamento de
bienes en propiedad que evita apropiadamente el repartir y el compartir.
239
Las diferencias cualitativas expresadas en la deposición diferencial de
algunos objetos calificados como símbolos tampoco revelan de por sí el
funcionamiento de relaciones de explotación. Un cetro o una corona no
equivalen a un rey, aunque muchos reyes hayan dispuesto de ellos.
Interpretar tales objetos como “bienes de prestigio” o como “emblemas de
poder” constituyen atribuciones gratuitas si no somos capaces de
demostrar que sus poseedores recibían tributo más que la admiración
pública (“prestigio”) o que, en cambio, era el público quien padecía el
flagelo de la voluntad de aquéllos (“poder”). Interpretarlos directamente
como reflejo de relaciones de explotación es, como en los casos anteriores,
imponer un prejuicio por encima de lo que los objetos manifiestan.
240
tensión permanente entre los grupos implicados. La explotación es
condición necesaria y suficiente de la estatalidad sólo cuando alcanza un
cierto grado y redunda en él hasta institucionarlo como propio y natural de
lo social que dice constituir. Ese umbral no es visible estrictamente en las
relaciones económicas de explotación, sino en la nueva división social a la
que da lugar: la que ocupará a quienes se ocuparán de salvaguardar las
relaciones de explotación económica mediante el ejercicio de la violencia
física.
241
Los cauces metodológicos que hemos apuntado plantean una aproximación
relacional entre los conjuntos de evidencias que conforman el registro
arqueológico. No se trata ya de cotejar hallazgos individuales con una lista de
rasgos representativos de una estatalidad estándar. En primer lugar, supone
trabajar sobre una documentación arqueológica razonablemente completa y
abundante referida a contextos estructurados de distinto orden. Las áreas de
actividad identificadas en ellos justificarán la caracterización de unidades
sociales, y proporcionarán la medida de su implicación en los momentos de la
producción social. A continuación, habrá que sopesar la contribución de cada
grupo en la producción en su conjunto y, al tiempo, el reparto de los productos
de cara al consumo. Será entonces cuando estaremos en condiciones de
descubrir el funcionamiento o no de relaciones de explotación económica.
Entre las políticas más decisivas del Estado figuran las que se orientan a la
regulación de las conciencias. Quizás por ello, tradicionalmente la arqueología
ha considerado como una de las manifestaciones más reveladoras de los
Estados sus sistemas ideológicos y la miríada de objetos que ayudaron a
materializarlos. Bien es cierto que estos objetos destinados a la comunicación
se registran en muchas otras sociedades. Cuando una forma material concreta
una función ideológica y “materializa” una abstracción, adquiere un carácter
regular que fija el símbolo en la exclusividad deseada de obediencia, respeto y
entrega, si es necesaria. Cuanto mayor espacio social invade, menor distancia
formal suelen adoptar los objetos ideológicos. Además, la especialización de
emblemas distintivos concretados en tatuajes, marcas, peinados o distintos
objetos puede servir para caracterizar a un grupo o segmento social de distinta
clase o condición, sexo, edad o consideración. Al igual que hemos mantenido
anteriormente, evitaremos considerar ciertos símbolos como denotadores de
estatalidad, si no acompañan a la consabida acumulación material disimétrica.
242
En última instancia, siempre habrá que atender qué grupos controlan y
disfrutan los bienes y los recursos, y contra quién.
A la luz de los planteamientos expresados aquí, tal vez ciertas sociedades que
la arqueología liberal ha clasificado como jefaturas deban ser incluidas en el
conjunto de las que alimentaron Estados. Y a la inversa, quizás otras
cómodamente instaladas en el grupo selecto de las primeras civilizaciones no
denoten la explotación clasista propia de los Estados. La diversidad está ahí y
en su conocimiento vale la pena seguir trabajando.
243
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