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La tesis de los negociadores del Tratado Transpacífico es que los consumidores deben ser
protegidos del gobierno y no de las corporaciones, señala el economista José Gabriel Palma
en esta columna. Los países suscriptores, dice, restringirán su autonomía al aceptar que
cortes supranacionales juzguen los reclamos de las multinacionales. ¿Qué pasará si el
gobierno decide subir significativamente el salario mínimo, rechazar un proyecto por su
daño ambiental o crear una AFP estatal? La respuesta, señala, es simple: “Las
multinacionales podrán recurrir a las nuevas cortes Mickey Mouse para pedir
compensación”.
Después de cinco años de negociación y siete desde que la idea fue planteada por primera
vez, 12 países, incluido Chile, acaban de llegar a acuerdo sobre el Tratado Transpacífico
o TPP (Trans-Pacific Partnership). De aprobarse, sería el mayor acuerdo de este tipo
desde el pacto multilateral de Uruguay de 1994. Entre los muchos objetivos que se han
destacado está liberalizar el comercio y armonizar la regulación en una amplia gama de
sectores, incluyendo los aranceles agrícolas, y las patentes y los derechos de autor.
También, y como objetivo estratégico fundamental, el TPP busca crear una instancia
supranacional para que las corporaciones (especialmente las internacionales) puedan
demandar a los gobiernos en cortes especialmente diseñadas para dicho fin, si sienten que
han sido tratadas de forma que las perjudica.
Al reconocer esta nueva institucionalidad, los Estados miembros aceptan que en el futuro
parte de sus atribuciones queden limitadas por estas instancias supranacionales, las cuales
pasan a estar por sobre sus parlamentos y sistemas judiciales. Por ello, sorprende que hasta
ahora este tratado haya sido presentado como si fuese fundamentalmente algo comercial,
cuando este otro aspecto es de una envergadura mucho mayor. Entre otros cosas, con ello
se acepta, ni más ni menos, que corporaciones multinacionales y dichas cortes tenga el
derecho a restringir significativamente la libertad de acción de gobiernos elegidos
democráticamente en una amplia gama de materias fundamentales para el desarrollo, como
el bienestar, el crecimiento y su sustentabilidad.
Proponentes del tratado dicen que ya era tiempo de desbloquear La Ronda de Doha,
estancada por 14 años. El TPP podría re-estimular la globalización y el crecimiento, en
especial en sectores cuyo acceso ha estado limitado, como la agricultura. Sin embargo, sus
propias estimaciones sugieren que el PIB de los países en cuestión podría aumentar en
promedio apenas un 0,5% en los próximos cinco años. ¿Tanto ruido por tan pocas nueces?
Incluso medios normalmente muy favorables a este tipo de tratados, como el Financial
Times, han dicho que es poco probable que dicho tratado revierta la reciente desaceleración
del comercio mundial.
Críticos del TPP enfatizan que el acuerdo va a colocar un techo muy bajo a los salarios, en
especial en países de ingreso medio, como Chile, perpetuando en ellos la desigualdad. A su
vez, limitaría la posibilidad de mejorar las condiciones laborales de los trabajadores (pues
incentivará el race to the bottom).
¿Qué pasaría mañana, en la era del TPP, si un gobierno decide hacer algo de verdad
respecto de nuestros salarios de ineficiencia, y resuelve, por ejemplo, subir en forma
ordenada (pero significativa) el salario mínimo? Muy simple: ahora las multinacionales
podrán recurrir a las nuevas cortes Mickey Mouse, para pedir compensación.
Otro aspecto altamente controversial del tratado es que las farmacéuticas ganaron
concesiones asombrosas, las que les permitirá restringir y retardar nuestro acceso a
medicamentos genéricos. Incluso se limitará el acceso a la información que proviene de la
investigación al respecto, la cual es fundamental para la innovación en dicha materia. Todo
esto va a costar vidas.
Pero la alianza (aún menos santa, particularmente entre industrias del ayer), como las
tabacaleras, los grandes contaminantes (como los del petróleo y carbón), Wall Street,
Hollywood y los medios de comunicación, junto a las farmacéuticas no ha escatimado
esfuerzo (y gasto) en su apoyo. En definitiva, la única opción que va a tener Obama para
poder aprobarlo en el Congreso es apoyarse en los republicanos −a riesgo de que cuando
los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto- (¿suena
conocido?).
En el caso japonés, Shinzo Abe, el primer líder nacido después del fin de la Segunda
Guerra Mundial, y ex-ejecutivo de una gran acería, es conocido por su lejanía con los
intereses agrícolas que podrían ser afectados. De hecho, llegó a ser presidente de su partido
(PLD) derrotando a quien era entonces el ministro de Agricultura. Su cercanía a sectores
potencialmente beneficiarios prácticamente asegura su ratificación. Sin embargo, el
reciente cambio político en Canadá es una complicación inesperada, aunque el fuerte apoyo
de Australia y Nueva Zelandia, los que tienen más que ganar por su gran potencial agrícola
y ubicación geográfica, lo compensa.
Hay sectores, como el lobby agrícola en los EE.UU., que están entusiasmados con la
apertura del mercado japonés, aunque no están igualmente contentos por el mayor acceso
australiano a su mercado del azúcar. La industria automotriz japonesa también ve bien la
apertura parcial del NAFTA en términos de las reglas de origen del sector automotor. El
FMI y el Banco Mundial tienen los dedos cruzados para que el tratado dé un impulso al
debilitado comercio mundial. Pero, a excepción de pocos productos -como los
mencionados- el nivel actual de las tarifas ya es bastante bajo; y Chile ya tiene tratados
comerciales con todos los países del TPP, incluido con aquellos que se rumorea pueden
sumarse más adelante, como Corea del Sur.
Y China, el mayor socio comercial de la mayoría de los países del tratado, ha sido excluida
deliberadamente del TPP, con el peligro de que el efecto del tratado, aún en lo comercial,
sea negativo, pues sin China el efecto “desviación de comercio” puede perfectamente
dominar al de “creación”.
El tratado también tiene una serie de cláusulas que limitan fuertemente el campo de acción
de empresas estatales, aspecto que domina el modelo chino, en favor de las
multinacionales. Pero con el pragmatismo que las caracteriza, muchas empresas chinas
(incluida estatales) ya están instalando plantas de ensamblaje en Vietnam para aprovechar
las nuevas ventajas de acceso de ese país al mercado norteamericano.
¿Qué pasaría mañana, en la era del TPP, si un gobierno decide hacer algo de verdad
respecto de nuestros salarios de ineficiencia, y resuelve, por ejemplo, subir en forma
ordenada (pero significativa) el salario mínimo? Muy simple: ahora las multinacionales
podrán recurrir a las nuevas cortes Mickey Mouse, para pedir compensación.
¿Y si se decide hacer algo radical contra el tabaco? Las corporaciones del rubro (las únicas
que pueden elaborar un producto que se puede vender en forma legal, y que mata al usuario
si éste hace exactamente lo que se le dice debe hacer con el producto) podrán hacer lo
mismo. Y si a una multinacional se le niega el permiso para llevar adelante un proyecto por
sus daños medioambientales, ésta podrá hacer lo mismo, pero esta vez para pedir
compensación por todas las utilidades que podría haber ganado si se le hubiese autorizado
seguir adelante.
¿Y qué pasaría si un gobierno decide colocar un techo a la tasa de interés máxima efectiva
anual que puedan cobrar las instituciones financieras no mayor a (digamos) 20 puntos
porcentuales sobre la tasa de referencia del Banco Central? ¿Y si al mismo tiempo
transforma al Banco Estado (empresa estatal, aunque les de vergüenza colocar el “del” en el
nombre) en una fuente realmente efectiva de acceso al crédito barato para personas de
ingreso bajo y PYMES? ¿O si un gobierno decide crear una AFP estatal como remedio
paliativo al actual sistema? (la Comisión Bravo estima que entre los años 2025 y 2035 la
mitad de los pensionados recibirá una jubilación que no superará el 15% de su sueldo). En
estos casos, la compensación a las corporaciones afectadas podría ser mucho más sustancial
por la osadía de querer usar empresas estatales para interferir en el así llamado mercado
(¿habrá alguien en Chile que todavía crea que lo que existe se asemeja a un “mercado”?). Si
Adam Smith supiera en lo que terminó su quimera…
La hipótesis de trabajo del TPP, como predicaba Milton Friedman, es que hay que proteger
a los consumidores de las interferencias del gobierno, y no de los abusos de las grandes
corporaciones
Lo mismo si el gobierno decide recuperar y licitar las aguas de las lluvias y las del
derretimiento de las nieves, regaladas (¿auto-regaladas?) deshonestamente por los
iluminados de la dictadura; o si se decide hacer igual cosa con los derechos de pesca,
regalados deshonestamente por nuestra (boleteada) democracia. La nueva institucionalidad
supranacional, en lugar de crear espacios para reparar fraudes sistémicos, los va a legitimar,
pues será mucho más difícil (caro) repararlos.
¿Y si un gobierno decide (¡por fin!) actuar en defensa de los consumidores, para acabar con
tanto abuso? No se sorprendan si en el futuro un gobierno tenga que ir a pedir permiso a las
nuevas cortes para poder mirar dentro de una salchicha. La hipótesis de trabajo del TPP,
como predicaba Milton Friedman, es que hay que proteger a los consumidores de las
interferencias del gobierno, y no de los abusos de las grandes corporaciones.
Cuesta creerlo, pero como explicaba un conocido premio Nobel de Medicina, “se han
dejado de investigar antibióticos porque eran demasiado efectivos y curaban del todo”.
Estas son las farmacéuticas y los especuladores que ganaron por goleada en la negociación
del TPP. A diferencia de un naufragio, ¡sálvense quien pueda (pagar)! Si un nuevo gobierno
decide poner orden en este negocio, la irritación de dichos jueces será bíblica.
Hasta para el New York Times lo que pone en evidencia esta cláusula es evidente: ‘la
prioridad [en el TPP] es la protección de los intereses corporativos, y no el promover el
libre comercio, la competencia, o lo que beneficia a los consumidores
Como si todo ese abuso no fuese suficiente, en Chile hay que sumar la posición
prácticamente impune de las cadenas farmacéuticas −tres de ellas controlan el 90% del
“mercado”- que les permite rentar sistemáticamente (a veces en forma legal, en otras no) de
su posición oligopólica. Ello emana de que el TDLC, que debería velar por la competencia,
no es más que un buldog sin dientes.
El TPP revela que el pasado ni siquiera ha pasado. Adam Smith ya condenaba a las elites de
su época, por creerse “los dueños del universo”; por comportarse de acuerdo a lo que él
llamaba “su vil máxima: todo para nosotros y nada para los demás”. Jorge Bergoglio, en su
discurso sorprendentemente directo para un Pontífice, toca el mismo tema:
Y como en toda tiranía, cortinas de hierro (ahora algo más sofisticadas, del tipo TPP) son
muy prácticas. El objetivo evidente de la nueva institucionalidad jurídica supranacional que
intenta crear el TPP es limitar (como en el pasado) el campo de maniobra de los gobiernos
al área que las grandes corporaciones consideran “tolerable” en materias que van de lo
salarial a lo tributario, de la regulación financiera a los derechos de los consumidores, del
acceso al Internet a varias libertades individuales, y del medioambiente a la salud pública.
Y ahora nada mejor que cooptar a los representantes de los agobiados para vender esta
pomada.
Una de las cosas que ya se sabe (nuevamente gracias a WikiLeaks) es que lo que va a
primar por sobretodo son “las expectativas de retorno razonables de las multinacionales”
(¿?). Todo esto dentro de un contexto garcíamarqueano, típico de TLC “moderno” (esto es,
uno que tenga poco que ver con el comercio), llamado “expropiación indirecta”, bajo la
idea de que también se considerará como expropiación “la medida en la cual la acción del
gobierno interfiere con expectativas inequívocas y razonables en la inversión“.
Aquí hay tres palabras clave; la primera se refiere a la “interferencia” del gobierno. ¿Cuál
va a ser la diferencia, por ejemplo, entre una interferencia, y una acción de orientación
keynesiana de un gobierno democrático que, representando la voluntad popular, busque la
defensa del medioambiente, de los derechos de los consumidores, del acceso a la salud, a la
educación, o de la estabilidad macroeconómica? Segundo, ¿quien va a definir qué es lo
“razonable”? Por decir lo obvio, no hay área más relativa que esta. Para mí seria lo más
razonable del mundo que a Jorge Valdivia se le otorgara La Orden al Mérito, grado
Comendador, por su contribución a la genialidad del mediocampo. Y tercero: ¿qué es una
inversión? A diferencia de, por ejemplo, actividades puramente especulativas, movimiento
de capitales golondrinas, y actividades de traders que sólo buscan beneficiarse explotando
fallas de mercado (muchas veces en el área gris de lo legal).
Con el TPP, a la mayoría de los chilenos también se nos declara incapaces de decidir en un
amplia gama de materias de política económica, y se nos designa un nuevo curador ad hoc
(cortes títeres supranacionales) para que, otra vez − para nuestra propia protección y la de
nuestros bienes− decida por nosotros…
¿Son cortes Mickey Mouse, pobladas de jueces que parecen la imagen popular del juez
Griesa, las más indicadas para definir estos temas? No nos olvidemos que hace muy poco, a
pesar de que el gobierno de Chile le había anunciado a los cuatro vientos que lo que pedía
Bolivia era erosionar un tratado existente, una corte internacional (y una que es de verdad)
decidió, y por gran mayoría, declararse competente en esta materia limítrofe.
Como curtidos vendedores ambulantes, los del TPP agregaron disposiciones que,
aparentemente, atenuaban el impacto de lo anterior, pero todas tienen sus “normalizadores”.
Por ejemplo, un artículo afirma que “no hay nada en este capítulo que impida a un país
miembro regular el medio ambiente, la salud u otros objetivos de esta naturaleza”. Pero de
inmediato agrega: “pero tal regulación debe ser compatible con las otras restricciones del
tratado”.
Monsanto, por ejemplo, no tendrá problema alguno para demandar a cualquier país que se
oponga al uso de sus productos genéticamente modificados diga lo que diga la regulación
existente sobre el medio ambiente o la salud. Por definición, lo razonable se define como
aquello que quiere Monsanto.
Hasta para el New York Times lo que pone en evidencia esta cláusula es evidente: “la
prioridad [en el TPP] es la protección de los intereses corporativos, y no el promover el
libre comercio, la competencia, o lo que beneficia a los consumidores”.
En buen castizo, uno va a poder hacer lo que quiera, como quiera y cuando quiera, siempre
que lo que quiera sea lo que el TPP (y sus cortes versallescas) estipulen como “razonable”
(en lugar de “interferencia”), aún en el caso de que ello se refiera a actividades puramente
especulativas (y muchas veces destructivas).
Para decir lo obvio, la modernidad neo-liberal no es más que transformar lo que Abraham
Lincoln llamó “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, en el gobierno “del
1%, por el 1% y para el 1%”. Y para consolidar esta nueva realidad se requiere de muchas
cosas, incluida una nueva jurisprudencia.
Una forma de comprender el dilema de nuestro modelo neo-liberal criollo, es mirarlo desde
la perspectiva de la teoría del caos: este modelo es como uno de esos sistemas complejos
que son muy sensibles a las variaciones en las condiciones iniciales. Pequeñas variaciones
en dichas condiciones pueden implicar grandes diferencias en su desarrollo futuro. Esto
sucede aunque estos sistemas son en rigor bastante determinísticos, dado sus condiciones
iniciales. La esencia de un modelo así (a diferencia de lo que nos quiere hacer creer tanto
mandarín del modelo, con sus predicciones apocalípticas a cualquier cambio, en especial en
cuanto al empleo) es que es prácticamente imposible predecir el resultado de un cambio,
por pequeño que sea (siempre me entretengo tratando de explicar esto a mis alumnos de
econometría, pues cualquier cambio puede generar dinámicas irreplicables).
Y lo de dudosa reputación es porque estas cortes han sido diseñadas específicamente para
maximizar los conflictos de interés de sus miembros. Los tribunales que van a dirimir los
litigios en el TPP serán integrados por jueces y abogados que van a alternarse en sus
funciones. Esto es, rotarán entre servir como jueces en los tribunales, y actuar en
representación de las corporaciones que llevan sus causas a dichos tribunales. Si como
jueces son afectuosos con las multinacionales, podrán esperar jugosos contratos como
litigantes cuando se reencarnen en el periodo siguiente como simples abogados.
Para la senadora demócrata Elizabeth Warren (no se olviden de este nombre), eso ya es
lo que botó la ola, o como diría un romano, el non plus ultra del TPP. ¡Para el Guiness
Book of Records! (sección conflicto de interés). Si hay algo que la ideología neo-liberal
domina a la perfección es la tecnología del poder (una pena que no pase lo mismo con
muchas de las tecnologías productivas).
Por eso, llamar estas cortes “Mickey Mouse”, como lo hago aquí, es sobrestimarlas −en el
sentido que la Real Academia Española define esta última palabra−, esto es, estimar algo
por encima de su valor.
Otro problema fundamental de nuestro modelo neo-liberal es que necesita sincronizar dos
lógicas distintas: la del desarrollo nacional, y la del capital globalizado (nacional y
extranjero). La sorprendente falta de industrialización de nuestro sector exportador es el
mejor ejemplo del conflicto entre ambas lógicas: como diría un griego, ahí si que no hay
sinfonía entre los intereses de nuestro desarrollo económico y el de las multinacionales que
se quedan artificialmente en lo puramente extractivo. China: ¡Qué excusa más manoseada!
El supuesto implícito con que se ha trabajado en Chile desde las reformas, tanto en
dictadura como en democracia, es que ambos intereses −los del desarrollo nacional y los
del capital globalizado− son prácticamente idénticos (como un diagrama de Venn con dos
conjuntos que tiene casi todos sus elementos comunes). Como cada día es más evidente que
eso no es así, un TPP es muy bienvenido para asegurar la primacía del segundo.
Antes de las reformas, la hipótesis de trabajo en política económica fue que ambas lógicas
eran contradictorias; ahora, que ellas son indistinguibles. ¿Por qué será que en lo ideológico
la tradición iberoamericana sólo puede avanzar multiplicando por menos 1, esto es, con
retroexcavadoras?
Hirschman nos decía hace años que la formulación de políticas económicas tiene un fuerte
componente de inercia. Por tanto, a menudo éstas se continúan implementando rígidamente
aunque ya hayan pasado su fecha de vencimiento y se transformen en contra-
productivas. Esto lleva a tal frustración y desilusión con dichas políticas e instituciones que
es frecuente tener posteriormente un fuerte “efecto rebote”. ¡Tanto se ha hablado de la
famosa retroexcavadora de Quintana!
Lo que se olvida es que las retroexcavadoras son endógenas a los modelos inmovilistas.
Los Chicago Boys no fueron una retroexcavadora exógena, ni menos original del modelo
anterior. Ese modelo, por no adaptarse en su época al cambio (como lo hicieron procesos
similares en Asia), generó las condiciones para tal retroexcavadora. Los Chicago-Boys, con
Sergio de Castro a la cabeza, fueron sólo los yihadistas encargados de manejarla. Y por eso
la retroexcavadora fue tan burda (El Ladrillo); no hay que olvidar que el núcleo de la gran
“modernidad” chicaguense fue simplemente transformar lo que antes era vicio en virtud, y
lo que antes era virtud en vicio. No se quejen ahora mis amigos neo-liberales si en el
horizonte comienzan a ver una retroexcavadora marca déjà vu.
En otras palabras, hay pocas formas de organizar nuestra economía para que unos pocos
(nacionales y extranjeros) puedan seguir llevándose la inmensidad que se llevan. La actual
está hecha a la medida: lo que prima es la especulación financiera, todo tipo de rentas
oligopólicas, subsidios del Estado, y la piñata de los recursos naturales (la diferencia entre
nuestra oligarquía y la de los tiempos del Gran Señor y Rajadiablos es que la actual cree
que su derecho de pernada se refiere a los recursos naturales). Y como acaba de quedar
más que en evidencia en estos días con el último escándalo de colusión, también prima la
peor hipocresía: como nos dice un conocido dirigente empresarial, refiriéndose a la
reacción de la SOFOFA y otros empresarios, “los lamentos por colusión son [sólo] un
show”.
En este modelo neo-liberal, el eje de la acumulación son las fallas de mercado, los
privilegios, la poca competencia, las instituciones tímidas, y una inteligencia “progresista”
llena de conflictos de interés. Sólo un contexto como este puede premiar tanto a
especuladores, rentistas y traders, a los traficantes de influencias políticas y de información
privilegiada.
Falta poco para que en una elección presidencial lo que realmente esté en juego sean temas
tan trascendentales como si cambiamos el horario en invierno, o si el monumento a
Sampaoli (muy merecido) debería estar en el Estadio Nacional o frente a La Moneda (junto
a mi Tío Abuelo). Y seguro que entonces Conicyt abrirá una convocatoria para estudios que
traten de explicar la sorprendente abstención electoral.
No se quejen tanto mis amigos neo-liberales, entonces, cuando aparezca un populista con
una retroexcavadora tamaño XXXL.
Para Žižek, la última victoria político-ideológica es cuando unos comienzan a contar las
historias de los otros como si fuesen propias. Con el TPP, la nueva (bueno, ya harto vieja)
centro-izquierda da cátedra en eso, sin entender que las cosas están cambiando. Parece que
no entienden la regla del offside. Lo más inherente del inmovilismo es su falta de ideas. Y
como decía Maquiavelo, eso no sirve ni para ganar a amigos ni para derrotar enemigos.
Según Darwin, al final, el que sobresale, el que tiene éxito en el largo plazo, no es el más
fuerte, ni siquiera el mas inteligente, sino el que se adapta mejor al cambio. Ahí esta el
Talón de Aquiles fundamental del sistema actual: no puede, casi por definición, adaptarse
al cambio. Cualquier cambio implica gran incertidumbre. El inmovilismo es la única
certeza. ¡Nunca nos ha hecho tanta falta un Piloto Pardo! (y cómo nos sobran los “Sir”
Shackleton).
En resumen: cuando nos insistan que el TPP es un tratado “comercial”; que abrirá grandes
oportunidades a nuestras exportaciones; que nos dará el tan necesario impulso para salir del
actual pantano; que gracias a él nos codearemos con la mejor gente, sepa que estarán
tratando de pasarnos gatos por liebre. Pues hoy, la mejor forma de pasar gatos por liebre es
llamar al gato libre comercio. De la misma forma que si alguien le preguntase a Enrique
Correa o Eugenio Tironi cuál es la mejor forma de vender un auto de segunda mano en mal
estado, seguro que dirían: llámelo libre comercio.
Joan Robinson −la mejor economista mujer de la historia− ya nos decía hace tiempo que “la
razón para estudiar economía no es la de adquirir una serie de respuestas ya elaboradas a
problemas económicos, sino la de aprender lo necesario para no ser engañados por
economistas”. Eso es hoy más cierto que nunca.
Ya era hora de hacerles un margin call a nuestros vendedores del TPP, pues es el momento
de que pongan más sustancia en sus argumentos. Como dice la canción: fue tu mejor
actuación; pero perdona que no te crea, pues lo tuyo es puro teatro. Falsedad bien
ensayada. Estudiado simulacro.
Opinión
Era difícil imaginar que podríamos llegar a ser un país donde los dos principios básicos que
regirían nuestra vida política y económica serían el azar y la casualidad.
Lo segundo, porque todo indica que nuestro gobierno tiró la toalla al quedarse en lo
fundamental sin programa ni energía; ya solo enfrenta problemas como le vayan cayendo.
Y en su continua mala racha, le cayó, como un meteorito, algo de la magnitud del tratado
de la Alianza del Pacífico, o TPP. Por pura casualidad, una decisión de esa envergadura, la
cual va a comprometer el futuro del país por generaciones, cayó en el peor momento
posible. ¿Qué hacer con eso cuando no quedan ni principios ideológicos sustantivos, ni
voluntad para pensar en forma crítica, ni menos ganas de hacer otra cosa controversial, o
jugársela por algo? La lógica dice entonces que lo mejor es minimizar las cosas, pretender
que el TPP no es más que algo lacónico (algo puramente comercial), y declarar que es una
mera reforma, inequívocamente positiva para el interés nacional.
La vulgaridad del soporífero humor político de algunos participantes del Festival de Viña
reafirma la necesidad de que la clase política chilena haga algo por recuperar su reputación
perdida. Nuestra democracia lo necesita en forma apremiante. Y entre las tantas cosas que
tienen que modificarse para eso, es esencial subir el nivel del debate sobre materias
cardinales para el futuro del país, como lo es el del TPP.
La clase política no puede pretender ser tomada en serio si al mismo tiempo una parte de
ella debate temas de esta importancia con puras trivialidades. Con la llegada de marzo, es
indispensable retomar la discusión de los temas relevantes a la firma e implementación del
TPP; pero esta vez en la forma que se merece. De estos temas, aquí quiero enfatizar tres:
¿de qué se trata realmente el TPP?; el complejo problema de las lealtades (vs. sustancia); y
tratar de rectificar al menos un par de desinformaciones que dan vuelta como verdades
absolutas.
Para comenzar hay que clarificar de qué se trata realmente este tratado. El Jefe del Equipo
Negociador del TPP nos baja la línea oficial: este tratado nos trae beneficios pues “abrirá
oportunidades para que el comercio de Chile siga creciendo y diversificando su oferta
exportadora”. Y luego agrega: “En el período 2009-2014, el comercio chileno del sector
agropecuario, silvícola y pesquero con los países que integran el TPP tuvo un crecimiento
promedio anual de 5,3%. En particular, de los más de 3 mil millones de dólares de
exportaciones de fruta fresca al año, un 42% se dirige a esa zona. Entonces, una vez que se
ponga en vigencia, esperamos incrementos en estas cifras”.
¿Alguien realmente cree que estos 12 países habrían pasado más de cinco años negociado
de esta forma, gastando todos los recursos que se gastaron, invirtiendo toda la energía que
se invirtió, y negociando todo en el secreto más absoluto, para que los productores de arroz
de EE.UU. tengan algo más de acceso al mercado japonés, los del azúcar de Australia al
mercado de EE.UU., o los de de autopartes japoneses al TLCAN (o NAFTA)? ¿Y si lo
comercial fuese lo sustantivo, a alguien se le hubiese ocurrido en su sano juicio dejar afuera
(y a la fuerza) a la potencia comercial (exportaciones e importaciones) más dinámica del
mundo? Como hacer una Champions League europea dejando afuera al Barcelona.
Como ya argumentaba en una columna anterior, el énfasis de vestir a este tratado con ropa
que no le pertenece −con el atavío del libre comercio− no es más que un intento, y un tanto
burdo, de pasar gatos por liebre. Pues como bien sabemos a estas alturas la mejor forma de
pasar gatos por liebre es llamar al gato “libre comercio”. De igual forma que si alguien le
preguntase a nuestro Svengali criollo, cuál sería la mejor forma de vender un auto de
segunda mano en mal estado (y sin boleta), seguro que sugeriría: llámelo libre comercio.
No es que este tratado no tenga un componente comercial, es que ese aspecto es menor
dentro del total, donde (entre muchos otros) predominan dos: lo que eufemísticamente se
llama la “protección a la inversión”, y la elaboración de todo un sistema de resolución de
disputas entre inversionistas y estados −en ambos casos entiéndase por inversión o
inversionista tanto a los de verdad (una pequeña minoría), como también a toda ese
engendro de especuladores, rentistas, traders y cuanto improductivo ha surgido en este
merengue estéril que hoy día llamamos capitalismo− donde ganar plata haciendo algo
socialmente útil es casi de mal gusto.
Como nos dicen muchos especialistas, en particular por nuestro aislamiento geográfico,
clima, calidad de tierras, etc., tenemos una oportunidad única de transformarnos en gran
productor orgánico. En lenguaje de economista, si bien esta transformación no sería “una
mejora de Pareto”, pues afectaría los intereses de un par de multinacionales contaminantes,
todo el resto podríamos salir beneficiados.
Este es el problema fundamental de este tratado: su objetivo central para países como el
nuestro no es la liberalización comercial (ya casi absoluta en lo que es relevante para
nosotros), sino el reducir nuestro espacio para hacer política económica a su mínima
expresión: esto es, reducirlo al espacio que las multinacionales consideren como
“tolerable”.
En el paraíso del inmovilismo daría exactamente lo mismo cuán democrática pueda ser una
decisión de cambiar de rumbo −como en el área mencionada−; o en lo salarial (para
terminar con nuestros salarios de ineficiencia); o en lo relacionado con el despilfarro
grotesco de la renta de los recursos naturales (como en el caso del cobre); o en la salud
(para terminar con la extorsión de las farmacéuticas, y la de la distribución de los
remedios); o en la posibilidad de hacer política industrial (como una que castigue la
exportación de productos primarios sin procesar, como en Asia); o en lo fiscal (para
cambiar nuestra estructura tributaria, empresas y personas, y hacerla progresiva, como si
fuésemos un país civilizado); etc. En todos estos casos, y muchos más, las multinacionales
podrán levantar tarjeta roja cuando quieran, y ya sea impedir el cambio, o al menos pedir
fuertes compensaciones por lo que consideren el daño (directo e indirecto) causado a sus
intereses por dichos cambios de política (para un análisis más detallado de estos puntos, ver
mi otra columna ya citada, en especial en lo relacionado con los daños “indirectos” que
podrían sufrir las infortunadas multinacionales).
En lo fundamental, este tratado no es más que un vulgar cerrojo (a lo ley de amarre tipo
horas terminales de la dictadura) para inmovilizarnos donde estamos −y ya no podría ser
más claro que donde estamos es un pantano de ineficiencia y abuso que nos corroe por
dentro−. El TPP no es más que un seguro para que todo siga igual, pues a diferencia de lo
que dice nuestro ministro, el TPP es el que consolida el modelo rentista actual −ya que va a
dificultar sobremanera la cirugía mayor que necesita−, cualquier cambio puede ser muy
caro por la piñata de compensaciones que podría generar. Por tanto, los que están anclados
en un modelo rentista son los economistas y políticos que quieren esta “reforma”, no los
que se oponen a ella.
Peor aún, la nueva institucionalidad TPP nos puede incluso hacer retroceder en las pocas
materias donde algo se ha avanzado; en EE.UU., por ejemplo, grandes agentes financieros
ya se están preparando para usar al TPP como argumento legal para revertir la poca
regulación financiera que ha hecho el gobierno de Obama (el Dodd-Frank). Y en nuestro
caso, ¿qué tal si a las multinacionales de la educación no les guste que en Chile la
educación universitaria no pueda tener fines de lucro? ¿O cualquier aspecto de nuestra
educación pública que les restrinja su negocio? ¿Qué les impedirá llevarnos a las nuevas
cortes Mickey Mouse para ser generosamente compensadas?
Otros países negociaron clarificaciones al respecto para ellos (por ejemplo, Singapur).
Nosotros, los puristas, jamás. No vaya a ser que sufra nuestra impecable reputación de ser
siempre el alumno que llega con la manzana al profesor. No por nada fue el gobierno de
Sebastian Piñera el que impulsó más que nadie este tratado. Es el mejor seguro
para traders, especuladores y rentistas, nacionales y extranjeros, pues dificulta sobremanera
el poder hacer algo respecto de nuestras (muy rentables) fallas de mercado, nuestra falta de
competencia, nuestro fraude de los recursos naturales (no merece otro nombre), nuestros
salarios de ineficiencia, nuestra educación destinada a reproducir privilegios, nuestra falta
de diversificación productiva, y tanta ineficiencia, abuso y falta de ambición que
caracterizan a nuestra economía y sus actores líderes.
El segundo tema al que me quiero referir es al de las lealtades vs. sustancia. Lo sucedido en
el XXX Congreso Nacional del Partido Socialista es sintomático. Se nos cuenta que cuando
se presentó a la plenaria un voto de rechazo al TPP, aprobado democráticamente en varias
instancias anteriores, la presidenta del Partido planteó que ese voto era una
irresponsabilidad política pues representaba una deslealtad con el gobierno. ¿Es eso lo
determinante en materias que comprometen de esta forma el futuro del país? ¿Tiene sentido
que temas como el TPP, que hasta comercializan nuestra soberanía, se zanjen según
supuestas lealtades personales y no por sustancia?
El otro tema relacionado con la lealtad se refiere a que esta, por su naturaleza, es un camino
de ida y vuelta. Y este gobierno (a pesar de la excusa de haber aprovechado la instancia del
“Cuarto Adjunto”) aceptó primero que toda la discusión sustancial del tratado fuese secreta
(bueno, secreta para los comunes de los mortales, no, como ya decíamos, para los
privilegiados de siempre), y luego anunció que iba a subscribir el tratado antes de
molestarse en hacer una consulta democrática (olvidándose rápidamente de sus propias
reservas anteriores) −e incluso antes de que se diera a conocer el texto del tratado…−. ¿Es
esa la lealtad que hay que retribuir por sobre toda otra consideración?
También se nos cuenta que en dicho plenario un influyente diputado salió luego a defender
la posición de la presidenta de su partido dando información irrelevante del tratado (en
cuanto a exaltar cosas que el TPP no aporta por sobre lo que ya existe en los tratados
existentes). Como indicaba más arriba, eso ha sido la marca registrada de una parte
importante de lo que se ha dicho hasta ahora en favor del TPP dentro de la Nueva Mayoría.
En cambio, dentro de la derecha, más sutil, lo que prevalece es el “low-key” (tanto así que
hasta donde yo sepa, ni el Clapes UC ha calculado su típica estimación de la pérdida
fantástica de empleos que supuestamente tendría lugar si no se hace lo que ellos predican,
ni los muchos que se crearían de llegarse a hacer eso). Pues bajarle el perfil a un debate de
este tipo es una táctica muy efectiva para pasar piola una ley que beneficia a toda la
oligarquía −el gran sueño del pibe rentista: una Ley Longueira generalizada−.
Finalmente, entre tanta desinformación que da vuelta, una que sobresale es el argumento de
los “realistas”, quienes dicen que si no firmamos nos aislaríamos como país. Parece que no
importa que nuestro país ya tenga tratados comerciales con los otros 11 países firmantes;
que el TPP no avanza para nosotros en nada material en lo comercial; que firmar el tratado
nos amarra al inmovilismo sin abrirnos ninguna puerta de oportunidades especificas. Por
eso, ¿aislarnos? ¿De qué? ¿De quién? ¿Por qué? ¿Vale la pena firmar tratados de ese tipo
sólo para tener la ilusión de que nos estamos codeando con la mejor gente?
Este tratado es como si a los que hacen política económica les gustase jugar golf (les guste
el libre comercio), y el Club de Golf les ofrece dos formas de ser socio. Una, que ya se
tiene, consiste en asegurar la entrada a la cancha a jugar los 18 hoyos (esto es, poder
comerciar libremente) cuando se quiera y cuanto se quiera. La otra, La Premium, le agrega
a eso el derecho a usar el salón de té del Club. El problema es que el precio sube en forma
exorbitante por el extra −por el derecho a entrar al salón y gozar del ambiance−.
También nuestro embajador en China nos dice que cómo se nos puede ocurrir que el TPP
tenga por objetivo contrapesar el creciente poder chino. Según nuestro embajador, “En
algunos países, el TPP ha sido presentado como parte de una estrategia anti-China. Sin
embargo, ni en el gobierno chino ni a nivel de especialistas locales ello es visto así”.
¿Realmente? Parece que nuestro distinguido embajador no se percató de las declaraciones
del Presidente Obama cuando celebró la firma del TPP; en dicha ocasión nos decía: “El
TPP permite a EE.UU., y no a países como China, escribir las reglas del juego [mapa de
ruta] a seguir en el siglo XXI”. Para luego agregar: “El TPP le da a EE.UU. una gran
ventaja sobre otras economías líderes, como China". Y ese es el tono con el que sigue su
discurso.
Parece que nuestro embajador tampoco se percató de la reacción de la prensa China; por
ejemplo, el People's Daily (un diario que se autoproclama como uno de los 10 más
importantes del mundo), reaccionó a la firma del TPP, y las declaraciones de Obama, con
un editorial titulado: “El TPP, liderado por EE.UU., no logrará aplastar a la economía
China”. Y luego agrega: “No es la primera vez que Obama habla públicamente sobre China
de esta manera; ello muestra su estrechez mental [que no corresponde] a un líder de una
potencia mundial”. Y en específico: “[La declaración de] Obama… refuerza la impresión
de que el TPP tiene por objetivo excluir [o aislar] a China”.
Hasta el Financial Times nos dice que la razón de ser del TPP es excluir a China: “El TPP
excluye China. Qué tamaña omisión. Eso es precisamente su razón de ser”.
Por supuesto, toda persona, natural o jurídica, nacional o extranjera, tiene, y debe tener, el
derecho a demandar a un Estado por la razón que se le dé la gana. El punto del que el autor
de dicha columna, y tantos otros, parecen no percatarse es el de dónde se puede (y debe)
demandar a un Estado. ¿Se le debe demandar en las cortes nacionales, donde rige la
jurisprudencia nacional, democráticamente elaborada? ¿O en cortes títeres, con jueces
llenos de conflictos de interés, y con jurisprudencia escrita por lobbistas y abogados de una
de las partes? Como Pedro Páramo (el héroe de García Márquez y Borges, quizás lo único
que los unía), un personaje protagonista y antagonista −ya que sus actos tienen propósitos
cruzados−.
Me refiero a este asunto, detalladamente analizado en mi columna ya mencionada, pues no
puedo entender cómo hasta ahora nuestro Poder Judicial se ha quedado callado −quizás aún
paralizado por el asombro−. Las multinacionales le dicen en su cara: no tenemos confianza
en su imparcialidad; no tenemos confianza en su integridad; no tenemos confianza en la
jurisprudencia con la que Uds. dirimen conflictos. Queremos que nuestros asuntos (a
diferencia del resto de los asuntos mundanos de su país) se zanjen en cortes Mickey Mouse,
con jurisprudencia escrita por nuestros sacristanes, y con jueces escogidos a dedo por
nosotros.
Cómo puede ser que el gobierno les dé implícitamente la razón −aunque sea simplemente
porque ya no soporta más bulla (por favor, bajen el volumen)−. Parece que lo único que
sueña es que los dos años que le quedan pasen lo más rápido posible (justo el opuesto a
aquel bolero “reloj no marques las horas, porque voy a enloquecer…”). Si hasta nuestra
Presidenta nos dice que tuvo una sensación (que rechazó) que le decía “deberías haberte
quedado en la ONU”.
Y un diputado, quien no puede decir dos frases seguidas sin que una no sea en defensa de
nuestra soberanía territorial, tilda de desinformados a quienes se oponen al TPP. ¿Ya se
habrá dado cuenta de quién será el desinformado respecto de la potencial pérdida de los
otros tipos de soberanía si se firma el TPP −la económica, la política y la judicial−?
Esa colusión −perdón, quise decir coalición− es imbatible. En cambio, construir una
coalición que se oponga al TPP, o al menos que busque modificarlo en forma sustantiva,
requiere todo lo que se le agotó a este gobierno y a la mayoría de la NM. Por eso, nos
debería alarmar, pero no sorprender, lo que está pasando con el TPP. Tampoco nos deberá
sorprender en el futuro que las fuerzas “progresistas” lo usen como explicación para no
intentar nada sustancial. El TPP nos consolidará como el reino del statu quo.
Se dice, mejor volvamos a las políticas de consenso, es decir, a aquellas que al margen de
lo que cree y quiera la mayoría del país, y de lo que vota en las elecciones, respeta el
derecho a veto del 1% −y ahora el de las multinacionales−. Difícil esperar que una NM se
vaya a oponer a tanto interés creado, pues si bien partió con ínfulas de perro grande (por sus
problemas de gestión, por los innumerables obstáculos que le salieron al camino, y por sus
conflictos de interés), ya se porta como chihuahua. Pero cosas más raras han pasado…
Como siempre, Freud nos ayuda a desenredar la madeja: “Cualquier persona que actúa
continuamente según preceptos que no son la expresión de sus inclinaciones instintivas,
está viviendo, psicológicamente hablando, más allá de sus límites, y puede objetivamente
ser descrito como un hipócrita, esté o no consciente de su incongruencia. Es innegable que
nuestra civilización contemporánea favorece al extremo la producción de este tipo de
hipocresía. Uno podría aventurarse a decir que ella se construye sobre tal hipocresía, y
tendría que modificarse sobremanera si la gente decidiera vivir de acuerdo a su verdad
psicológica. Desde este punto de vista, no cabe duda que hay más hipócritas culturales (esto
es, aquellos que lo son en este sentido de incongruencia) que personas verdaderamente
civilizadas”. Quizás esto ayude a entender la fuerza que tiene la colusión antes mencionada.
(Pero como a todo Aquiles, hay que seguir buscándole su talón).