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Este cuadro fue descrito a principios de 1900 por Portier y Richet, quienes, tratando de
inmunizar perros con veneno de anémona, observaron que una segunda dosis mínima
del veneno producía un efecto contrario al que buscaban y terminaron describiendo el
cuadro de anafilaxia en animales. A partir de esta observación se comenzó a asimilar
este problema con ciertas observaciones clínicas, sobre todo con reacciones sistémicas
frente a picaduras de insecto. Sin embargo, la primera descripción del problema aparece
alrededor de 2500 AC en los jeroglíficos de la tumba del faraón Menes, quien habría
muerto de un shock anafiláctico secundario a la picadura de una avispa (Fig. 1).
Fisiopatología
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Los mecanismos independientes de IgE se denominan reacciones anafilactoides,
para diferenciarlas de las reacciones anafilácticas; varias sustancias pueden actuar
directamente sobre la membrana de mastocitos y basófilos e inducir su degranulación,
entre ellas, los fármacos opioides y los productos de degradación del complemento, los
que se pueden liberar tras la administración de medio de contraste yodado y pueden
degranular al mastocito en forma directa.
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Figura 3. Efectos sistémicos de los mediadores liberados por mastocitos o basófilos
activados
Los mecanismos compensatorios también pueden fallar si se utilizan fármacos como los
beta bloqueadores, que impiden el efecto compensatorio de las catecolaminas
endógenas o la eficacia del tratamiento con epinefrina. La mayoría de los pacientes que
fallecen por shock anafiláctico se encontraban en tratamiento con beta bloqueadores
por vía oral, pero incluso un colirio oftálmico puede causar deficiencia de la respuesta
compensatoria. Se ha planteado que los inhibidores de la enzima convertidora (IECA)
favorecerían el desarrollo de la anafilaxia, al impedir el mecanismo compensatorio del
eje renina-angiotensina; sin embargo, se ha demostrado que agravan la reacción
anafiláctica sólo en caso de picaduras por veneno de himenópteros, pero no en
anafilaxias de otra etiología.
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No se ha podido determinar con exactitud la incidencia de este cuadro, debido a
problemas de notificación y de definición, porque no todos los grupos comparten la
definición de anafilaxia. Según un estudio realizado en Estados Unidos, la prevalencia
oscila entre 1% y 15% (1). Sin embargo, quizás las cifras que se aproximan más a la
realidad son las que obtuvo Yocum, en un estudio prospectivo realizado en 1999 en los
Estados Unidos, en el que se encontró una incidencia de 21/100.000 habitantes/año (2),
con una mortalidad menor de 1%, lo que equivale a 600 a 800 muertes al año en ese
país (2).
Los principales factores de riesgo, aparte del uso de beta bloqueadores son: el asma,
que es un factor de riesgo para reacción anafiláctica por alergia alimentaria; la atopia,
que es un factor de riesgo para anafilaxia por látex y alimentos; la edad, ya que las
anafilaxias por medicamentos, anestesia general y medio de contraste son más
frecuentes en los adultos, la mortalidad por picadura de himenópteros es mayor en
pacientes de más de 50 años, y en los niños, el problema más frecuente es la alergia
alimentaria; y el sexo, ya que los hombres son más susceptibles de morir por picaduras
de veneno de himenópteros y las mujeres son más propensas a presentar reacciones
anafilácticas por relajantes musculares, látex y antiinflamatorios no esteroidales (AINE).
Diagnóstico
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El enfoque diagnóstico que se plantea a continuación se basa en una guía
confeccionada por entidades norteamericanas y publicada en 2005 (3), con el objetivo
de unificar los criterios diagnósticos de anafilaxia y proponer esquemas de manejo.
Según esta guía, lo primero que hay que aclarar, ya sea en el servicio de urgencia o en
una consulta preventiva, es si el cuadro clínico es sugerente de reacción anafiláctica,
para lo cual es necesario conocer los síntomas y signos más frecuentes, que son:
síntomas cutáneos, que se presentan en 90% de los casos; síntomas respiratorios, en 40
a 60%; compromiso del estado general, síncope e hipotensión, en 30 a 35%; dolor
abdominal, en 25 a 30%; cefalea, en 5 a 8%; dolor retroesternal, en 4 a 6%; y convulsión,
en 1 a 2% de los pacientes.
Entre los síntomas cutáneos los más frecuentes (85 a 90% de los pacientes) son la
urticaria, que se caracteriza por la presencia de eritema y pápulas generalizadas, y el
angioedema, que se define como el aumento de volumen de labios y ojos, seguidos por
el flushing o eritema generalizado (50%) y prurito sin lesiones cutáneas (2 a 5%). Entre
los síntomas respiratorios, los más frecuentes son la disnea y sibilancias (45 a 50% de los
casos), el angioedema laríngeo (50 a 60%), que podría provocar la muerte por asfixia, y la
rinitis (20%). El dolor abdominal se puede deber a contracciones uterinas, que se
desencadenan por la reacción anafiláctica y pueden producir aborto o parto prematuro
en una mujer embarazada.
Una característica de todos estos síntomas y signos es que se instalan en forma rápida,
aunque esto varía según el alergeno o sustancia causal; en el caso de un fármaco
administrado por vía endovenosa, la reacción aparece en los siguientes 5 a 10 minutos;
si la causa es un alimento, puede tardar hasta 30 minutos en manifestarse.
Otros cuadros que hay que diferenciar son la mastocitosis sistémica, con liberación
endógena de histamina; la leucemia basofílica; el angioedema hereditario; la aspiración
de cuerpo extraño, que en niños se puede confundir con angioedema laríngeo. En el
servicio de urgencia, también es importante distinguirlo de trastornos psiquiátricos,
como las crisis de pánico, la disfunción de cuerdas vocales y la epilepsia autonómica.
Finalmente, en ese 10% de pacientes en los que el cuadro se manifiesta por shock sin
síntomas cutáneos, se deben considerar todas las causas de colapso cardiovascular o de
insuficiencia respiratoria aguda; o sea, en este caso el shock anafiláctico es uno de los
diagnósticos diferenciales de estas patologías.
El estudio consiste en pruebas cutáneas o prick tests, que son de elección porque, en
general, son más sensibles que las IgE específicas. Son útiles para identificar alimentos,
fármacos (penicilina, relajantes musculares), látex y veneno de insectos y el riesgo de
reacción sistémica es muy bajo (0,01 a 0,1%). Algunas veces se utilizan pruebas
intradérmicas para detectar sensibilización a penicilinas o relajantes musculares, pero
estas pruebas tienen mayor riesgo (0,1 a 10%), por lo que se deben realizar en el
hospital. Las pruebas de provocación se reservan para casos en que se sospecha
anafilaxia por alimentos, con un estudio inicial no concluyente, y en que es necesario
evaluar varios alimentos de carácter esencial (trigo, soya, etc.), cuya eliminación de la
dieta es difícil (Fig.4).
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Es muy distinto lo que ocurre en la población general de lo que sucede en pacientes
que reciben anestesia general, que es una situación de mayor riesgo, ya que el paciente
no puede avisar sobre la presencia de prurito u otros síntomas, ni tampoco se pueden
pesquisar las eventuales reacciones de urticaria o eritema. Se ha determinado que el
riesgo de presentar una reacción anafilactoide durante la anestesia varía desde 1/3.500.
en Francia, hasta 1/20.000 anestesias en Australia (7). Lo importante es que la mortalidad
de una reacción anafiláctica es mayor que lo señalado previamente en la población
general, alcanzando 3 a 5% (7). Los agentes responsables son los relajantes musculares
(61%), especialmente rocuronio, látex (17%) y antibióticos (8%).
Tratamiento de urgencia
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Lo principal es reconocer el shock y catalogar su gravedad, para definir las acciones a
seguir, sin olvidar que aunque sólo existan pápulas, el cuadro puede evolucionar a un
estado más grave, por lo tanto, el equipo médico no se puede confiar. Cuando sea
posible, se deberá detener la penetración del alergeno, por ejemplo, sacando los dardos
en casos de picaduras de insecto; deteniendo infusión de fármacos; o aplicando un
torniquete, si se trata de un paciente que está en inmunoterapia.
Después del ABC, el paciente debe pasar al box de reanimación, donde la primera
medida que se debe aplicar es la inyección de adrenalina, ya que en el 90% de los casos
de pacientes que mueren por shock anafiláctico, fue por no recibir adrenalina a
tiempo, lo que ocurre sólo en 20% de los que no fallecen. Otro punto importante es
colocar al paciente en decúbito dorsal y elevar las extremidades inferiores: 60% de los
pacientes que fallecen por un episodio anafiláctico fueron puestos de pie después de la
infusión de adrenalina. Aplicar estas medidas en forma temprana reduce la probabilidad
de reacción bifásica de manera significativa. Otras medidas son las habituales: asegurar
vía aérea, aportar abundante volumen y efectuar oxigenoterapia.
En adultos se debe administrar 0,3 a 0,5 ml de una solución 1/1000 de adrenalina, por
vía intramuscular, en el vasto lateral del cuádriceps. Se ha demostrado que esto permite
alcanzar un peak de epinefrina en los primeros ocho minutos y que la concentración
plasmática se mantiene más alta por un período más largo, en comparación con la vía
subcutánea. Debe ser en el vasto lateral, ya que no se alcanzan los mismos niveles
cuando se administra en el brazo. La adrenalina se debe repetir cada 5 a 20 minutos,
según la evolución del paciente y la evaluación realizada en la urgencia. Si el paciente
presenta paro cardiorrespiratorio o el colapso es persistente, debe ser tratado en una
UTI o en una unidad intermedia, donde pueda ser monitorizado adecuadamente para
recibir la infusión por vía endovenosa o utilizar otro tipo de vasopresores. Esto es
esencial, por el riesgo que significa administrar adrenalina: crisis hipertensiva, isquemia,
infarto.
Los antihistamínicos son una terapia de segunda línea, aunque en la práctica se utilizan
como de primera línea. Debe administrarse un bloqueador H1 junto con un H2, como la
ranitidina, porque la administración conjunta tiene un efecto mejor que el uso sólo de
bloqueadores H1 en el shock anafiláctico. Obviamente, según el estado del paciente se
adoptarán medidas particulares: nebulización con adrenalina; intubación, en caso de
edema de laringe; nebulización con agonista beta-2; o, en pacientes con beta-
bloqueadores, que no responden a tratamiento, administración de glucagón, para
revertir el shock anafiláctico. El uso de glucocorticoides no tiene ningún rol en el /
manejo agudo, en el que son una terapia de “tercera línea”; en cambio, son útiles en
pacientes con un cuadro grave o prolongado, con antecedentes de episodios previos
bifásicos, para prevenir su aparición, y en los asmáticos, en los que se utilizan casi de
regla, al igual que en pacientes con anafilaxia idiopática.
Tratamiento preventivo
Una vez que el paciente ha sido identificado y educado, se deben identificar los riesgos
específicos. Por ejemplo, es distinto un paciente que presenta anafilaxia por veneno de
himenópteros que es aficionado a la apicultura, a un paciente con la misma alergia, pero
citadino. Todo esto se debe evaluar en forma específica. Siempre se debe considerar el
riesgo de cambiar los beta-bloqueadores o los IECA. Lo más importante es que el
paciente siempre porte epinefrina para autoinyección, porque puede salvarle la vida.
Existen lápices muy fáciles de usar, que se pueden llevar en el bolsillo o en la chaqueta,
tienen un seguro que se saca y se aplican por diez segundos en el vasto lateral, sin que
sea necesario ni siquiera sacarse la ropa (Fig. 5).
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En algunos casos, especialmente en pacientes rurales con alergia a veneno de
himenópteros, además de la adrenalina se indica el uso de corticoides y
antihistamínicos, para darles más tiempo para llegar al servicio de urgencia.
Obviamente, este tipo de jeringas de autoinyección no evitan que el paciente acuda al
servicio de urgencia para ser monitorizado.
Conclusiones
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(http://creativecommons.org/licenses/by-nc/3.0/) Esta