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Esta preocupación de Urbino se convierte en uno de los rasgos por los cuales la
figura del doctor es reconocida y valorada positivamente. El humanismo practicado
con base en sus conocimientos médicos, es tal vez el elemento central para que, a
pesar del paulatino desvanecimiento que sufre en términos narrativos (en el primer
capítulo de la novela es una presencia descollante, mientras que en el último se le ve
más como un fantasma), su perfil se mantenga como parte viva en la lucha axiológica
interna que plantea El amor en los tiempos del cólera. Al volver a su ciudad natal
Juvenal Urbino afirma que “ya no estamos en la Edad Media”, en una negativa
directa a ese tipo de prácticas vernáculas en las que se quiere sanear la ciudad con el
cañonazo de pólvora. Desde estas preocupaciones se puede ubicar al doctor en una
esfera diferente a muchos de sus coterráneos: en la del pensamiento moderno.
Los signos de la vivencia de esta última creencia por parte del doctor se
desperdigan por toda la novela y el lector debe ir reconstruyéndolos paulatinamente.
Los índices van desde aseveraciones de otros personajes, como la propia Fermina
Daza quien advertía que el médico era un “militante católico” con posibilidad de
darle beneficios terrenales, hasta actuaciones del propio Urbino en donde gravitan las
coacciones del catolicismo. Se puede revisar en este último caso por ejemplo, ese
instante en el que Juvenal mantiene una aventura extramatrimonial con la Jamaiquina
Bárbara Lynch; en una etapa determinada de este desliz, el narrador afirma:
Esta fue la fuente original de las primeras cartas a Fermina Daza, en las
cuales aparecían parrafadas enteras sin cocinar de los románticos
españoles, y lo fueron hasta que la vida real lo obligó a ocuparse de
asuntos más terrestres que los dolores del corazón. Ya para entonces había
dado un paso más hacia los folletines de lágrimas y otras prosas aun más
profanas de su tiempo. (García, 1985: 107)
En Ariza hay una tendencia al apasionamiento por la literatura muy en boga dentro
de la población costeña donde vive: la de los poetas románticos de bajo perfil. Las
“parrafadas enteras sin cocinar de los románticos españoles” indican un tipo de
lectura pesada y frívola que junto con los “folletines de lágrimas” se convierte en el
insumo de Florentino Ariza. A través de la aprehensión de esta “Biblioteca Popular”,
construye una percepción que justifica la expresión de ademanes sentimentalistas, en
la que el desborde de las pasiones y la sustitución de la razón por el sentimiento se
convierten en señas de identidad irremplazables.
Aquí se define una de las rupturas básicas con la cosmovisión de su rival, quien
tanto porque la literatura que consume en Europa es la de la más alta cultura -
Anatole France, Pierre Loti, Remy de Gourmont y Paul Bourget -, como por su
perspectiva de hombre moderno que tiene fe en la razón, así como también porque su
posición social le impide romper con las reglas de comportamiento propias de su
clase, nunca expresa esa inclinación por el tipo de vida pasional propia de Ariza.
Florentino Ariza sintió que las tripas se le llenaron de una espuma fría.
Pero la voz no le tembló, porque también el se sintió iluminado por el
Espíritu Santo.
Para encarar el espíritu romántico, Rafael Argullol afirma que “amor y muerte
están hermanados y luchan entre sí con furia, a un tiempo, destructora y creadora”
(Argullol, 1999: 283) El hecho de “morir por amor” es un lugar común en el
individuo romántico y es la consecuencia de la búsqueda de la totalidad, de la
plenitud en la entrega sin miramientos a la mujer idealizada. El romántico Florentino
Ariza, supone que esta adoración total en la que amor y muerte están hermanados
tiene la aquiescencia de la divinidad (sentirse “iluminado por el Espíritu Santo”), y
convierte el hecho de amar en un acto religioso. La importancia que tiene el personaje
es que, aunque no cumple con el destino de morir por amor, propio del individuo
romántico, es la búsqueda de este sentimiento la que le da sentido a su existencia.
Así, todo el desborde pasional, todos los ademanes que encierran su inclinación a
justificar el actuar bajo el influjo del sentimiento y no de la razón, hacen parte de la
búsqueda de la plenitud de Florentino Ariza.
Juvenal Urbino se ubica en las antípodas de ese espíritu romántico: como hombre
moderno le halla sentido a la existencia en la fe en la ciencia, el progreso moral del
hombre, y el servicio a la nación; como fiel católico, en la fidelidad, el respeto al
culto, la concepción de que sólo Dios puede dar o quitar la vida; como individuo
prestante debe atenerse a coacciones sociales que derivan en el comportamiento
elegante y sobrio.
Estos dos elementos son legibles en El amor en los tiempos del cólera y permiten
el desarrollo de su debate ideológico complejo. Las oposiciones entre las visiones de
mundo de los distintos personajes se complementan con la relación que mantienen
Juvenal Urbino y Fermina Daza.
Los tres momentos de Fermina Daza. En El amor en los tiempos del cólera
Fermina Daza trata de superar los problemas de su procedencia y de su pasado
familiar, a través del matrimonio con el doctor Juvenal Urbino. Este cambio de
estatus que sufre, la lleva no sólo a sacrificar algunas de las marcas de su
personalidad, sino que crea el conflicto y la oposición con algunas de las expectativas
propias de su esposo. Una primera impresión de su espíritu se puede seguir desde la
descripción que realiza el narrador acerca de ella:
Desde aquí es posible acercarse al continente que, salvo en algunos de los años de
su matrimonio, se mantiene intacto en Fermina y que está conjugado en la afirmación
“altivez natural”. Ella tiene una tendencia innata a pensar que sus razones son las más
válidas y a desdeñar cualquier tipo de coacción o imposición que provenga de las
esferas sociales. Esta tendencia no sólo se cristaliza en descripciones como las
anteriores sino también en eventos, en apariencia frívolos, como el momento en que
disputa con Juvenal por un jabón, o en el que por exigencias de su padre debe ofrecer
disculpas al doctor. En todos, rechaza la posibilidad de que su destino se construya
con base en reglas externas y defiende siempre sus convicciones, con una “terquedad
de mula”.
En este sentido la ambigüedad entre una Fermina altiva y otra débil se puede
perseguir a través su desarrollo cronológico, que sufre por lo menos tres momentos
generales. El primero, en el que quiere materializar el proyecto de amar a Florentino
por encima de todas las normas establecidas por su padre. En esta etapa descubre la
rigidez de la autoridad religiosa, encarnada en el colegio de monjas de donde es
expulsada, y se rebela a aceptar las imposiciones que provienen de la moral católica y
paterna.
Tenía que ser una ilusión desatinada, capaz de darle el coraje que haría
falta para tirar a la basura los prejuicios de una clase que no había sido la
suya original, pero que había terminado por serlo más que ninguna otra
cualquiera. (García, 1985: 400)
BIBLIOGRAFÍA
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