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Acercamiento a las luchas axiológicas

en El amor en los tiempos del cólera de


Gabriel García Márquez
Leonardo Monroy Zuluaga*

Universidad del Tolima


Colombia
leomonroyz@hotmail.com
Resumen: A partir de la interpretación de los personajes más importantes
de la novela El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez,
es posible percibir algunas de las disputas axiológicas que plantea la obra.
Centrado en este nivel, el artículo plantea la lectura de las oposiciones- en
términos de valores - entre un moderno conservador y dos románticos, que
dan un matiz polifónico a la obra de García Márquez. Finalmente, el texto
pretende hacer una interpretación concisa de la manera como se dirimen
tales luchas axiológicas.
Palabras clave: García Márquez, narrativa colombiana, debate axiológico,
Modernidad, Romanticismo

El presente texto persigue realizar una lectura de las diferentes axiologías


encontradas en la novela El amor en los tiempos del cólera a partir de un seguimiento
de las distintas actitudes y miradas que realizan los personajes principales. La
intención no es detenerse en los mecanismos narrativos de la novela tanto como en
las diferentes visiones de mundo que encarnan dichos personajes y cómo se imbrican
en una lucha ideológica sopesada y, si se quiere, democrática.

La modernidad conservadora de Juvenal Urbino. En el caso de Juvenal Urbino


se debe partir del hecho de que su pertenencia a una familia con “apellido”, es decir
con un linaje reconocido en la región caribeña a la que pertenece, le permite viajar al
extranjero - y particularmente a París - a cumplir con sus estudios de medicina. Lo
primero que encuentra en el momento en que vuelve a su ciudad natal son las
condiciones insalubres y el estado de peligro de contaminación del cólera en el que
están sus habitantes. El narrador hace referencia expresa a las preocupaciones del
doctor por mantener la asepsia de los habitantes de la zona y en cómo Juvenal se
empeña en hablar con las autoridades para dar la alarma.

Esta preocupación de Urbino se convierte en uno de los rasgos por los cuales la
figura del doctor es reconocida y valorada positivamente. El humanismo practicado
con base en sus conocimientos médicos, es tal vez el elemento central para que, a
pesar del paulatino desvanecimiento que sufre en términos narrativos (en el primer
capítulo de la novela es una presencia descollante, mientras que en el último se le ve
más como un fantasma), su perfil se mantenga como parte viva en la lucha axiológica
interna que plantea El amor en los tiempos del cólera. Al volver a su ciudad natal
Juvenal Urbino afirma que “ya no estamos en la Edad Media”, en una negativa
directa a ese tipo de prácticas vernáculas en las que se quiere sanear la ciudad con el
cañonazo de pólvora. Desde estas preocupaciones se puede ubicar al doctor en una
esfera diferente a muchos de sus coterráneos: en la del pensamiento moderno.

Según Rafael Gutiérrez Girardot en esta esfera de la modernidad existe un tipo de


fe especial alejada de la religiosa; es “la fe en la ciencia y en el progreso, la
perfección moral del hombre, el servicio a la Nación” (Gutiérrez, 2004: 80) Urbino
ha aprovechado su posición social para formarse como un hombre moderno, que
confía en la ciencia médica y en la perfección moral del ser humano a través del arte.
Su concepción es la de una burguesía naciente, que tiene como valor principal el
ejercicio de la razón y extensivamente, la confianza en los discursos inscritos en la
modernidad.
Su servicio a la nación se materializa en las múltiples gestiones que realiza para
mejorar la calidad de vida de sus coterráneos y, especialmente gracias a los logros
obtenidos en cuestiones de salubridad, se gana la admiración de la gente del pueblo.
Esta suerte de humanismo liberal, basado en la confianza en la ciencia y en la alta
cultura, se constituye en una voz nuclear en la novela, aunque su liberalismo no es
pleno y los valores derivados de la fe en la razón (la confianza en la ciencia y en el
progreso, la perfección moral del hombre, el servicio a la nación) se mezclan con los
de la moral cristiana.

Los signos de la vivencia de esta última creencia por parte del doctor se
desperdigan por toda la novela y el lector debe ir reconstruyéndolos paulatinamente.
Los índices van desde aseveraciones de otros personajes, como la propia Fermina
Daza quien advertía que el médico era un “militante católico” con posibilidad de
darle beneficios terrenales, hasta actuaciones del propio Urbino en donde gravitan las
coacciones del catolicismo. Se puede revisar en este último caso por ejemplo, ese
instante en el que Juvenal mantiene una aventura extramatrimonial con la Jamaiquina
Bárbara Lynch; en una etapa determinada de este desliz, el narrador afirma:

A medida que cabeceaba sobre el libro iba hundiéndose poco a poco en


el manglar inevitable de la señorita Lynch, en su vaho de floresta
yaciente, su cama de morir, y entonces no lograba pensar más que en las
cinco menos cinco de la tarde de mañana, y ella esperándolo en la cama
sin nada más que su monte de estropajo oscuro, bajo la falda de loca de
Jamaica: el círculo infernal. (García, 1985: 337)

En la narración se recurre al uso metáforas consecutivas para referirse a la


atmósfera que se crea alrededor de Bárbara Lynch: el “vaho de floresta yaciente”, la
“cama de morir” y el “monte de estropajo oscuro” de la señorita Lynch, remiten a
imágenes paradisíacas, místicas y eróticas respectivamente. Conjugadas, las tres
construyen la vivencia del amor por parte de Urbino; pero seguidamente esta imagen
se complementa con la expresión “el círculo infernal” en una clara referencia a la
vagina de Barbara Lynch.

Este último señalamiento implica una concepción religiosa de Urbino en la que se


transforma el placer y el amor (el paraíso, el misticismo y la eroticidad) en pecado.
De estos imperativos religiosos, que no le permiten entregarse definitivamente a la
jamaiquina, sólo podrá salir en un acto de contrición propio de quien no quiere violar
las leyes católicas. Lo que se debe resaltar aquí es que la fe en los principios de su
iglesia funcionan como elementos coactivos, que le impiden al doctor amar con
plenitud. Así, mientras por un lado cree en la razón científica, en el servicio a la
nación y en la posibilidad de que el gran arte pueda formar al ser humano, también
desarrolla una mentalidad confesional, en la que se deben respetar ciertas normas
terrenales para lograr ganarse el cielo.

La explicación de esta mezcla de cosmovisiones puede ser que, en el marco de la


sociedad que plantea Gabriel García Márquez en su novela, los poderes de la iglesia y
los individuos ilustrados son significativos y aunque contengan en sí mismos valores
diferentes, se combinan extrañamente para conservar su estatus. Esta imbricación
puede obedecer a la expresión de los rezagos de la cosmovisión patricia que, según
José Luis Romero, está entre “[lo] progresista y [lo] conservador” (Romero, 1999:
202)

Juvenal es un personaje que conjuga valores de dos visiones de mundo opuestas: la


del liberal progresista y la del católico practicante. Es en este sentido en el que su
posición puede ser descrita como la de un hombre moderno conservador, es decir un
ser que acude a dos universos axiológicos diferentes y en ocasiones opuestos, para
definir su comportamiento y pensamiento.
Imágenes opuestas: de Juvenal a Florentino. Florentino Ariza en cambio, se
delinea como una voz axiológicamente opuesta a Juvenal Urbino. Así como la
procedencia de este último incide en la construcción de su perspectiva entre
progresista y conservadora, también en Florentino su raigambre influye en la manera
de pensar y de comportarse. A diferencia de Juvenal - el liberal que confía en el arte
culto y la ciencia como fórmulas para lograr el progreso del ser humano - Florentino
Ariza, “hijo de la calle”, sólo puede tener acceso a los textos de literatura popular que
prefiguran su cosmovisión. En su juventud, cuando sólo tiene contacto a través de
cartas y esquelas, el narrador expresa sobre Florentino:

Esta fue la fuente original de las primeras cartas a Fermina Daza, en las
cuales aparecían parrafadas enteras sin cocinar de los románticos
españoles, y lo fueron hasta que la vida real lo obligó a ocuparse de
asuntos más terrestres que los dolores del corazón. Ya para entonces había
dado un paso más hacia los folletines de lágrimas y otras prosas aun más
profanas de su tiempo. (García, 1985: 107)

En Ariza hay una tendencia al apasionamiento por la literatura muy en boga dentro
de la población costeña donde vive: la de los poetas románticos de bajo perfil. Las
“parrafadas enteras sin cocinar de los románticos españoles” indican un tipo de
lectura pesada y frívola que junto con los “folletines de lágrimas” se convierte en el
insumo de Florentino Ariza. A través de la aprehensión de esta “Biblioteca Popular”,
construye una percepción que justifica la expresión de ademanes sentimentalistas, en
la que el desborde de las pasiones y la sustitución de la razón por el sentimiento se
convierten en señas de identidad irremplazables.

Aquí se define una de las rupturas básicas con la cosmovisión de su rival, quien
tanto porque la literatura que consume en Europa es la de la más alta cultura -
Anatole France, Pierre Loti, Remy de Gourmont y Paul Bourget -, como por su
perspectiva de hombre moderno que tiene fe en la razón, así como también porque su
posición social le impide romper con las reglas de comportamiento propias de su
clase, nunca expresa esa inclinación por el tipo de vida pasional propia de Ariza.

Se construye una la lucha indirecta entre una burguesía naciente moderna y el


personaje romántico de raigambre popular, que enfundados en valores antagónicos
entran en la disputa por consolidarse en el universo axiológico de la obra. Si bien las
formas de comportamiento particulares se reproducen en las diversas esferas en las
que se hallan los personajes - arte, política, religión -, es necesario enfatizar en que tal
vez la diferencia más considerable se establece en la consideración del amor y de lo
que significa para cada uno de ellos. Al referirse al diálogo que establece Lorenzo
Daza con Florentino Ariza, el primero afirma:

No me fuerce a pegarle un tiro - dijo

Florentino Ariza sintió que las tripas se le llenaron de una espuma fría.
Pero la voz no le tembló, porque también el se sintió iluminado por el
Espíritu Santo.

- Péguemelo - dijo, con la mano en el pecho-. No hay mayor gloria que


morir por amor. (García, 1985: 116)

Para encarar el espíritu romántico, Rafael Argullol afirma que “amor y muerte
están hermanados y luchan entre sí con furia, a un tiempo, destructora y creadora”
(Argullol, 1999: 283) El hecho de “morir por amor” es un lugar común en el
individuo romántico y es la consecuencia de la búsqueda de la totalidad, de la
plenitud en la entrega sin miramientos a la mujer idealizada. El romántico Florentino
Ariza, supone que esta adoración total en la que amor y muerte están hermanados
tiene la aquiescencia de la divinidad (sentirse “iluminado por el Espíritu Santo”), y
convierte el hecho de amar en un acto religioso. La importancia que tiene el personaje
es que, aunque no cumple con el destino de morir por amor, propio del individuo
romántico, es la búsqueda de este sentimiento la que le da sentido a su existencia.
Así, todo el desborde pasional, todos los ademanes que encierran su inclinación a
justificar el actuar bajo el influjo del sentimiento y no de la razón, hacen parte de la
búsqueda de la plenitud de Florentino Ariza.

Juvenal Urbino se ubica en las antípodas de ese espíritu romántico: como hombre
moderno le halla sentido a la existencia en la fe en la ciencia, el progreso moral del
hombre, y el servicio a la nación; como fiel católico, en la fidelidad, el respeto al
culto, la concepción de que sólo Dios puede dar o quitar la vida; como individuo
prestante debe atenerse a coacciones sociales que derivan en el comportamiento
elegante y sobrio.

Los dos actantes se distancian en términos axiológicos y construyen una de las


problemáticas más fuertes de la novela: mientras que en Juvenal existe una plena fe
en la razón, en Florentino la inclinación por actuar bajo el influjo del sentimiento
dirige sus formas de actuar; si Juvenal necesita de la intermediación de los principios
de la iglesia, Florentino halla su relación con la divinidad en el ejercicio de un amor
desbordado; mientras el primero asume una forma de vivir sin mayores contratiempos
pasionales al segundo no le importan las formas de comportamiento extremas.

Se plantea aquí una oposición básica, que configura el entramado complejo de El


amor en los tiempos del cólera: la distancia que existe entre el individuo de la
burguesía naciente moderna y del romántico de raigambre popular colombianos. Si
bien esa oposición se transforma de manera constante, en estas luchas entre un
moderno conservador y un romántico popular, la visión de cada uno de ellos conserva
el mismo peso.

Como se expresaba anteriormente existe un movimiento de legitimación -


desligitimación de Juvenal Urbino en la novela, en tanto, si bien su figura se va
diluyendo narrativamente, su preocupación por los habitantes del pueblo lo
reivindica. Lo mismo sucede con Florentino Ariza: aunque en su búsqueda de sustitos
de Fermina llega a generar la muerte de varias de sus amantes, la impresión que
queda en el lector es la del hombre que ha logrado remontarse a las vicisitudes del
tiempo gracias a su confianza en el amor.

Siguiendo a la investigadora Helene Pouliquen “según lo afirmó siempre Adorno,


y como lo reconoció tardíamente Goldmann, no son los sistemas ideológicos
afirmativos los que cumplen una función específicamente artística (es decir,
“sociológica - crítica”) sino los elementos discretos (más sutiles, más difícilmente
legibles) que rechazan, rebaten o condenan la buena conciencia ideológica”
(Pouliquen, s.f.: 40) Este rechazo a la afirmación de un sistema ideológico se cumple
en El amor en los tiempos del cólera en un doble nivel: primero mostrando la cara
positiva y negativa de cada uno de los personajes principales (Juvenal es un moderno
que le presta un servicio a la nación, pero a la vez se diluye narrativamente y hasta
axiológicamente cuando después de su muerte se descubre su doble moral; Florentino
lucha hasta el final por el amor de su pareja, pero en su camino es culpable indirecto
de algunas muertes); en segundo término, expresando que en la lucha de cada una de
las cosmovisiones - la del moderno conservador y el romántico - ambas se ubican en
el mismo nivel de confrontación y el debate no se dirime abiertamente por una de
ellas en particular.

Estos dos elementos son legibles en El amor en los tiempos del cólera y permiten
el desarrollo de su debate ideológico complejo. Las oposiciones entre las visiones de
mundo de los distintos personajes se complementan con la relación que mantienen
Juvenal Urbino y Fermina Daza.

Los tres momentos de Fermina Daza. En El amor en los tiempos del cólera
Fermina Daza trata de superar los problemas de su procedencia y de su pasado
familiar, a través del matrimonio con el doctor Juvenal Urbino. Este cambio de
estatus que sufre, la lleva no sólo a sacrificar algunas de las marcas de su
personalidad, sino que crea el conflicto y la oposición con algunas de las expectativas
propias de su esposo. Una primera impresión de su espíritu se puede seguir desde la
descripción que realiza el narrador acerca de ella:

Caminaba con una altivez natural, la cabeza erguida, la vista inmóvil,


el paso rápido, la nariz afilada, con la cartera de los libros apretada con
los brazos en cruz contra el pecho, y con un modo de andar de venada que
le hacía parecer inmune a la gravedad. (García, 1985: 81)

Desde aquí es posible acercarse al continente que, salvo en algunos de los años de
su matrimonio, se mantiene intacto en Fermina y que está conjugado en la afirmación
“altivez natural”. Ella tiene una tendencia innata a pensar que sus razones son las más
válidas y a desdeñar cualquier tipo de coacción o imposición que provenga de las
esferas sociales. Esta tendencia no sólo se cristaliza en descripciones como las
anteriores sino también en eventos, en apariencia frívolos, como el momento en que
disputa con Juvenal por un jabón, o en el que por exigencias de su padre debe ofrecer
disculpas al doctor. En todos, rechaza la posibilidad de que su destino se construya
con base en reglas externas y defiende siempre sus convicciones, con una “terquedad
de mula”.

En este sentido la ambigüedad entre una Fermina altiva y otra débil se puede
perseguir a través su desarrollo cronológico, que sufre por lo menos tres momentos
generales. El primero, en el que quiere materializar el proyecto de amar a Florentino
por encima de todas las normas establecidas por su padre. En esta etapa descubre la
rigidez de la autoridad religiosa, encarnada en el colegio de monjas de donde es
expulsada, y se rebela a aceptar las imposiciones que provienen de la moral católica y
paterna.

El segundo momento es el más problemático para ella. Se puede leer a partir de la


siguiente reflexión que realiza en su madurez; pensando en el por qué había escogido
a Juvenal -quien sólo le ofrecía “bienes terrenales” - y no a la pasión desenfrenada de
Florentino, piensa:

También ella hubiera querido verlo otra vez [a Florentino] para


confrontarlo con sus dudas, hablar con él a solas, conocerlo a fondo para
estar segura de que su decisión impulsiva no iba a precipitarla a otra más
grave [aceptar a Juvenal], que era capitular en la guerra personal contra su
padre.(García, 1985: 282)

La lexía parte de una conjetura sobre la disyuntiva que se le presenta a Fermina en


su juventud, cuando la edad para contraer matrimonio se fue acercando y tuvo que
escoger entre las dos posibilidades conyugales. Aceptar al doctor Urbino como su
esposo es “capitular en la guerra personal contra su padre”, e implica resignarse a las
reglas del futuro que su progenitor ha construido para ella y, consecuentemente,
sacrificar su tendencia a la altivez y el orgullo con las que siempre pretende actuar.

Si sus dudas se disipan es porque existe la conciencia de que la relación con el


doctor le permitirá ascender socialmente, toda una fortuna para Fermina que vive en
una comunidad en la que todavía se perciben rasgos de la sociedad aristocrática que
le cierra el paso a los advenedizos. Pero el fenómeno del sacrificio de su libertad de
actuación persiste y se acrecentará en los primeros años de convivencia marital. Al
ascender socialmente debe convivir con otro tipo de valores que le plantean
contradicciones y de alguna manera reducen su capacidad de acción. Por eso, en
determinado momento de su vida piensa que ha sido una “sirvienta de lujo” (García,
1985: 303), lo que implica una domesticación de sus fuerzas y la pérdida de su
espíritu altivo característico.

El debate ideológico que se establece entre Juvenal y Fermina es perceptible a


través de la lectura de las expectativas y los valores que defienden cada uno de los
dos: así, mientras para el doctor es imprescindible atender a las normas de
comportamiento que le impone la clase social y la moral en la que se encuentra, para
su esposa uno de los valores que le da sentido a su existencia (si no es el único) es
preservar su libertad y espíritu altanero frente a las fuerzas que quieren constreñirla.
Si se analiza la relación entre ellos dos, podemos asegurar que la oposición que aquí
plantea Gabriel García Márquez es la existente entre una burguesía naciente,
respetuosa aun de los imperativos de la iglesia católica y de su posición de clase,
contra la mujer que quiere conservar su libertad personal aun en momentos en los que
tiene que asumir las reglas de un grupo que no es el suyo propio.

Las distancias en este sentido se pueden apreciar por ejemplo, en el momento de la


disputa por la existencia de un jabón, episodio al parecer frívolo, pero que realmente
manifiesta la negativa de la mujer a permitir la mediación de la iglesia católica -
institución a la que repudia por considerar que practica una doble moral - y el temor
de Juvenal porque su cónyuge cruce los límites de la cordura y las normas de buen
comportamiento que se le exige a una dama con “apellido”. La fuerza con la que se
plantea esta oposición estará presente en la obra siempre que la pareja oficial se
enfrente a momentos neurálgicos de su relación matrimonial.

El tercer y último momento de Fermina, cronológica y narrativamente hablando,


llega con su viudez, en la que intenta recobrar el ímpetu perdido de su juventud. Al
reflexionar sobre su relación con Florentino, la ex esposa del doctor piensa:

Tenía que ser una ilusión desatinada, capaz de darle el coraje que haría
falta para tirar a la basura los prejuicios de una clase que no había sido la
suya original, pero que había terminado por serlo más que ninguna otra
cualquiera. (García, 1985: 400)

En estas líneas finales de su vida se reconoce el elemento central al que se ha


venido refiriendo en el texto: su actitud impulsiva persigue consolidar un espíritu
romántico, no en términos de la materialización del amor imposible sino como parte
del proyecto libertario (“tirar a la basura los prejuicios”), impensable para el universo
axiológico de Juvenal Urbino. Este “tirar a la basura los prejuicios” tiene tal vez un
atenuante dentro de la novela: sólo puede concretarse en el estado de la viudez. En
este sentido la narración ha ido preparando el camino de la salida final a partir de las
múltiples relaciones que establece Florentino con sus amantes, en la mayoría de los
casos mujeres que han perdido su pareja, y que sirven como índices de lo que
finalmente sucederá en la obra.

Conclusión y salida del debate. Para sintetizar, el debate ideológico complejo de


El amor en los tiempos del cólera se plantea en la confluencia de tres posiciones, que
conforman dos tipos de relaciones: primera, una de oposición entre la burguesía
naciente, que confía en los logros de la racionalidad (Juvenal Urbino), frente a un
individuo romántico de corte popular, cuyo proyecto de vida es amar
desmesuradamente y actuar siempre a partir de las reglas que impone el sentimiento
(Florentino Ariza); segunda, una relación de oposición entre una burguesía
colombiana de comienzos del siglo XX a la vez progresista y conservadora, que
respeta las normas de comportamiento y las leyes de la iglesia católica (Juvenal
Urbino), frente a la mujer que ha ascendido socialmente pero que conserva el espíritu
romántico de la libertad y el rechazo a cualquier tipo de coacción.

La intención de García Márquez es presentar una novela en la que las tres


posiciones tengan una importancia específica y representen igual número de maneras
diferentes de ver el mundo. Si bien esto se confirma a través de los análisis que
acerca del sistema de personajes se han hecho, se debe observar la obra en su
totalidad para plantear la posibilidad de leer una posible salida propuesta por El amor
en los tiempos del cólera a las vicisitudes del ser humano. Esta salida se materializa
en la relación final de Fermina y Florentino en la que el sistema de oposiciones entre
dos visiones de mundo se supera haciendo de la obra un caso extraño en la novelística
colombiana y universal, en tanto con el barco que se mantiene en el mar con los
amantes a bordo, se expresa una imagen impropia de la novela moderna, pero acaso
necesaria en ocasiones: la del idilio constante, la del final feliz.

BIBLIOGRAFÍA

ARGULLOL, Rafael, 1999 (1982): El héroe y el único. Taurus, Madrid

GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel, 1984: El amor en los tiempos del cólera.


Oveja Negra, Bogotá, 1985

GUTIERREZ GIRARDOT, Rafael, 2004 (1983): Modernismo: supuestos


históricos y culturales. Fondo de Cultura Económica, Bogotá

POULIQUEN, Helene [S.F]: Teoría y análisis sociocrítico. Universidad


Nacional de Colombia, Bogotá

ROMERO, José Luis, 1999: Latinoamérica las ciudades y las ideas.


Universidad de Antioquia, Medellín

* Leonardo Monroy Zuluaga. Magister en Literatura Hispanoamericana


del Instituto Caro y Cuervo. Como autor ha publicado el libro La literatura
del Tolima. Cuatro ensayos, y en coautoría La novela del Tolima 1905-
2005: bibliografía y reseñas críticas. Docente e investigador de la
Universidad del Tolima

© Leonardo Monroy Zuluaga 2009

Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid


2010 - Reservados todos los derechos

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