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Sube al taxi, nena: Remain In Light, de Talking Heads (1980).

¿Qué hace que un álbum sea grandioso, que destaque por encima del resto? Siempre he
sostenido lo siguiente: sólo será recordado un disco si éste empujó barreras infranqueables,
si este fue transgresor, si fue original y si su innovador sonido, concebido por la música de
su tiempo, fue configurado de tal manera que influyó en la posteridad. Remain in Light
agrupa estos rasgos primordiales, y se deshace de cualquier tipo de impedimento
establecido por la época. Si una palabra bastara para definirlo, ésta sería “agitación”, pero
aquella que sólo un miedo inenarrable instiga. No sólo la ominosa voz de David Bryne
contribuye a la desquiciada atmósfera, que desde la primera canción surge como impronta
cohesionadora; sino las letras crípticas y la compleja instrumentación también. En conjunto,
posicionan al disco de tan sólo ocho pistas como una obra imperdible en la música
contemporánea.
Éste es el tercer álbum que Brian Eno -pionero del art-rock y ambient- produjo con
Talking Heads; ya había hecho More Songs About Buildings and Food y Fear of Music,
discos en los cuales ya se percibía, gracias a los complicados arreglos y las ecuménicas
influencias musicales, una determinada dirección hacia ritmos más ambiciosos y movidos.
I Zimbra, la canción que abre FOM, es un ejemplo de ello. TH fusionó el post-punk con el
funk; el bajo de Tina Weymouth era el claro ejemplo de tal combinación de sonidos. Eno le
mostró a Bryne, allá en 1977, el álbum Afrodisiac, de Fela Kuti; el vivaz afrobeat fue el
agente consolidador de Remain in Light. Ese género une al jazz y funk americano con la
música polirrítmica africana. La superposición de percusiones, de instrumentos
cuerdófonos y aerófonos, hace que la música adquiera una presencia dominante; se vuelve
aquel tipo de música que no se puede ignorar.
El disco inicia con Born Under Punches (The Heat Goes On), que se propala hasta llegar
a una masa de sonidos tejida por una multitud de percusiones, guitarras impetuosas y una
línea de bajo simple pero poderosa. La canción, como el resto del álbum, se construye de la
adhesión de sonidos artificiales a orgánicos; la pluralidad fónica reviste la canción de cierto
nerviosismo que invade igualmente a Bryne. Aquí, él denuncia a un opresor invisible: el
gobierno manipulador encarnado en manos siniestras. La temática del control y la
desconfianza se repite en las siguientes canciones, pero aquella que deslumbra es The
Great Curve; en ésta, Bryne entiende al mundo como un ente movible. “The world moves
on a womans hips/ the world moves and it swivels and bops” repite él en el coro, a medida
que la aglomeración se apodera de su grave, frenética y agitada voz. A veces, como en
Crosseyed and Painless, firma la canción con un tono irónico; otras, como en TGC, con un
tono neurótico, pero siempre subyace a su peculiar estilo la paranoia y la desesperación. La
intercalación de voces, la cual aparece como fragmentos de discursos duplicados, sirve
como otro ritmo en BUP y TGC. En estas partes, Bryne canta contracorriente, como si
desentonara a propósito en un coro, y su voz se disuelve en la pluralidad. Once in a
Lifetime, quizás la canción más popular de la agrupación conglutina los temas de los que ha
venido hablando; aborda con la misma ironía la alienación, el paso del tiempo y la vida
inconsciente que muchos suelen llevar. Además, otro distintivo es la entonación, que se
asemeja a la de los predicadores radiofónicos, que exagera Bryne para la canción. El inicio
se siente líquido, como un objeto que sobresale del agua; en ella nos sumergimos y ahora
vemos todo como siempre ha sido. De nuevo, la temática incide en el sonido de la canción.
A partir de Houses in Motion, el frenético lirismo y la gloriosa eufonía vira
inesperadamente: paulatinamente, el disco va calmándose, como si las primeras canciones
personificaran a alguien que ha despertado ante el control, la opresión, la tergiversación de
los hechos; esto lo inestabilizaría, hasta que se conforma y olvida aquellas ideas, para
sumergirse en la morosidad acuática de la que advierte Bryne en OIAL. No me parece
gratuito el orden de las pistas, pues aparentan una sucesión de eventos: en la primera, se
reluce la asfixia que la opresión gubernamental ejerce; en la segunda, el narrador se percata
de la deformación de la realidad; en la tercera, ve al mundo con una sensualidad
enmarcada, un títere con forma femenina controlado por manos aviesas; en la cuarta, quien
canta lo hace como predicador, e intenta convencer a la gente del estado de autopiloto en el
que ciegamente ha vivido. En las últimas canciones, Bryne se reduce ante la carencia de
interés, por parte del otro, en su mensaje; ante la fábula de un indoamericano que aterroriza
a la Norteamérica falsa; ante el deseo de convertirse en otro y la incapacidad de
comunicarse. Así, la explosiva agitación con la que inicia se contempera. La vivacidad se
aletarga; el oprimido deja de nadar contracorriente y, finalmente, se aliena.
Los múltiples virajes del disco son impredecibles; sorpresivo, progresivo y escabroso,
Bryne comprende la vida con una mordaz agudeza. Los sonidos son exuberantes,
majestuosos y frescos; sobre los discos contemporáneos, Remain In Light se alza versátil,
original e imperecedero. Aproxima al oyente, mediante desafiantes canciones, al escondido
mundo del afrobeat. Sería erróneo negar la obvia influencia que tuvo este disco no sólo en
el hip-hop posterior, sino en el resto de la música. Cada dinámico relieve está trazado con
maestría, y, pese a la tensión evidente entre los integrantes, los sonidos tan avanzados
revolucionaron la música. Sin lugar a duda, un disco imprescindible.

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