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CCA Semana 1, Dic 2017 PDF
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En teoría, casi todas las personas estarían dispuestas a admitir que es preferible tener un
comportamiento éticamente correcto en la vida. Sin embargo, en el día a día se nos presentan
numerosas situaciones en las que esta convicción tiende a debilitarse. Por ejemplo, cuando
un pasajero se está subiendo a la micro, se le presenta la alternativa de pagar su pasaje o de
viajar gratis. Asimismo, un futbolista puede simular una falta para que su rival sea expulsado.
O bien, un estudiante puede copiar las respuestas de su compañero durante una prueba y así
aprobar un ramo sin haber estudiado. Por último, un empresario puede repactar
unilateralmente las deudas de sus clientes para que los saldos de la empresa se vean positivos,
y así lucrar indebidamente mediante la venta de unas acciones que se cotizan en el mercado
con un valor superior al que deberían. En todas estas situaciones, parece especialmente
tentadora la posibilidad de sacar provecho de las ocasiones que se nos presentan según la
propia conveniencia. Si suscribimos este criterio “oportunista”, habría que admitir, entonces,
que ante la pregunta de si vale la pena actuar bien, la respuesta evidentemente es que no.
¿Qué razones podría tener alguien para comportarse adecuadamente, cuando vivimos
en una sociedad en la que, como dice el tango “el que no llora no mama y el que no afana es
un gil”? Un motivo podría ser el de evitar posibles castigos, pero, de todos modos, orientar
la vida únicamente en base al criterio de “evitar castigos” es bastante mezquino. Además,
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como hacen muchas personas, bastaría con ser suficientemente precavido para conducirse al
margen de la ley pasando desapercibido. Otro motivo podría ser quizá el deseo de vivir con
la conciencia en paz, pero sabemos también que cuando una mala acción se transforma en un
hábito, la conciencia se va silenciando cada vez más, hasta que ésta ya no molesta; como dice
el refrán: “quien no vive como piensa termina pensando como vive”. Hay, sin embargo, una
razón más importante que constituye, además, una de las tesis centrales de esta asignatura y
que clase a clase iremos fundamentando: esa razón es que, por un lado, nada hay más
importante en la vida que ser feliz y, por otro, una vida éticamente correcta es la vía más
eficaz para alcanzar una existencia feliz, plena o, lisa y llanamente, autorrealizada.
En el transcurso de la formación recibimos una serie de contenidos técnicos propios
de cada carrera, pero también asignaturas que apuntan a una formación integral. En efecto,
para resolver ciertas situaciones, ya sean en ámbito personal o profesional, se requieren una
serie de criterios que van más allá de lo estrictamente técnico, pues la realidad de la persona
humana y de la profesión exigen analizar las problemáticas desde varias perspectivas. A
problemas complejos, no podemos dar soluciones simples. Por ejemplo, cuando tengamos
que dirigir un grupo de profesionales y veamos la necesidad de contratar a un trabajador, no
solo mediremos sus capacidades técnicas, sino también personales; no solo nos interesará
que sea capaz de manipular bien un instrumento o una máquina, sino también si es
responsable, honesto o si sabe o no tomar buenas decisiones. Estos aspectos pertenecen al
ámbito ético y de la formación personal, cuestión cada vez más relevante, por ejemplo, en
los procesos de postulación a los trabajos. Pero, como dijimos, la cuestión es más seria aún,
pues no solo está juego la vida profesional, sino toda la vida de la persona. Entonces, a
primera vista, nos aparece un desafío: ¿cómo orientar la conducta humana y bajo qué criterios
tomar buenas decisiones? Es aquí donde surge la necesidad de la Ética. Ésta, entonces, nos
ayuda a orientar bien nuestra conducta. ¿Por qué? Porque es una necesidad vital en el hombre
para conducirla, pues es un ser inteligente. No nos gobiernan nuestros instintos o sensibilidad;
porque somos libres y estamos obligados a escoger1.
1
Cfr. José Ramón Ayllón, Ética Razonada, Palabra, Madrid, 2010, p. 13.
2
2. La felicidad y la ética.
2
Cfr. Ángel Rodríguez Luño, Ética Razonada, Eunsa, Madrid, 2010, p.99.
3
Leonardo de Polo, Ética, Unión Editorial, 1997, p. 115.
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3. Definición y características de la Ética.
Estas consideraciones sobre la felicidad, como hemos visto, tienen mucho que ver
con la ética. En efecto, la ética es mucho más que un simple código que separa las aguas de
lo bueno y lo malo. Más bien, ella existe desde que el hombre es hombre, en la medida en
que siempre se ha hecho la pregunta ¿cómo oriento mi vida hacia la felicidad? Por lo mismo,
podríamos decir que el ser humano es un ser ético por naturaleza. No es casualidad, entonces,
que ya desde el siglo V a.C. los filósofos griegos –especialmente Sócrates, Platón y
Aristóteles– se hayan ocupado de discutir ampliamente estos asuntos, dando origen a una
tradición ética que ha hecho carrera hasta nuestros días y que, no por nada, se la conoce como
“Ética clásica”. Haciendo eco de esa larga tradición, podemos definir la Ética como una
ciencia cuyo objeto es orientar los actos humanos hacia su fin último.
Es una ciencia, en el sentido de que constituye una disciplina filosófica, es decir, un
estudio racional y sistemático que, como tal, se apoya en razones más que en meras opiniones
subjetivas o culturales, para ayudarnos a determinar qué es mejor hacer en cada caso. Su
objeto de estudio son los actos humanos, es decir, aquellas acciones que realizamos
libremente y de las cuales somos, por tanto, responsables. No se trata simplemente de estudiar
dichos actos, como quien hace una teoría acerca de ellos, sino de orientarlos. Es por ello que
la Ética es un saber eminentemente práctico, de modo que el verdadero saber ético no está
tanto en quien la conoce sino en quien la práctica. Hemos señalado que no basta con el deseo
de ser feliz, sino que tenemos que saber cómo ir siendo felices. Así también, no basta con
saber cuál es la verdad o qué es lo bueno, sino que se debe llevar a la práctica. En efecto, no
en pocas ocasiones, se cree que el hombre realiza acciones malas porque las ignora, esto es
solo una excepción4, pues en la mayoría de los casos las realiza porque las quiere hacer. Así
pues, los malos actos no son fruto de una cierta “deficiencia” en la capacidad del hombre en
saber qué es la verdad de una cosa o qué es el bien, sino una cuestión de actitud, es decir, de
querer hacerlo. En este sentido, la Ética no nos conduce solo a preocuparnos del bien, sino
a ocuparnos de él, es por tanto, una ciencia práctica. Por último, no se puede orientar nada
si no se tiene claro el norte hacia el cual se debe apuntar. Ese norte, o fin último, es lo más
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Este tema lo veremos en la semana que estudiaremos la conciencia moral.
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importante de nuestra vida, a saber, nuestra felicidad. Entonces, vemos que efectivamente
vale la pena actuar bien, pues de nuestros actos va a depender nuestra felicidad. No hay otra
forma de lograrla, pues la felicidad no es una cuestión estrictamente mental, sino una actitud
de vida.
4. Ética y verdad.
5
Cfr. José Ramón Ayllón, Ética razonada, Palabra, Madrid, p. 31.
6
Para profundizar este tema, recordar la diferencia clásica entre opinión y verdad fundada en la realidad
que se abordó en el curso de Antropología, Semana 1.
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en la misma línea en la que lo hiciste en Antropología. Es evidente que, como ciudadano
y como persona, tú ya vives de acuerdo con algunos principios éticos cuyo origen
incluso quizá desconozcas. Ahora bien, el hecho de que, aunque sea inconscientemente,
todos orientemos nuestra conducta de acuerdo con algún paradigma ético, no nos
exime de la obligación de reflexionar sobre ellos. Por lo mismo, es un curso destinado a
personas de mente abierta, dispuestas a revisar sus propias convicciones y,
consiguientemente, a comprometerse con la búsqueda del fin último de nuestra vida.
Durante las próximas semanas –en el marco de la primera unidad– tendremos ocasión
de discutir sobre las razones de fondo que nos permiten determinar qué conductas son
mejores que otras. En la segunda unidad exploraremos cómo contribuye la Ética en el
proceso de nuestro crecimiento personal, especialmente mediante la práctica de las
virtudes que fortalecen nuestro carácter y nuestra personalidad. Por último, en la
tercera unidad, examinaremos qué tiene que ver la Ética con los grandes fenómenos y
problemas sociales en los que, como ciudadanos que somos, estamos todos
involucrados.