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Ahora bien, los perjuicios materiales causados a las partes o a terceros por causas

imputables a la parte que no cumplió con sus obligaciones contractuales o se extralimitó,


recogen el daño emergente y el lucro cesante como un concepto indispensable para
cuantificar el pago de perjuicios, tal y como lo dispone el artículo 1614 del código civil
colombiano al señalar:
«entiéndase por daño emergente el perjuicio o la pérdida que proviene de no
haberse cumplido la obligación o de haberse cumplido imperfectamente, o de
haberse retardado su cumplimiento (…).

De otro lado, la Corte Suprema de Justicia mediante sentencia SC2142-2019 del 18 de


junio de 2019, esgrimió:
el daño emergente está compuesto por los gastos en los que haya tenido
que incurrir la víctima o se prevea con meridiana certeza que en el futuro
tiene que incurrir en ellos, como consecuencia del hecho dañoso, o en la
pérdida, deterioro o destrucción de un bien que antes del suceso figuraba
en su patrimonio, al paso que el lucro cesante se concentra en las
ganancias o provechos que el afectado ha dejado de percibir a causa del
percance.

Los perjuicios patrimoniales o materiales en el Código Civil Colombiano se clasifican en daño


emergente y lucro cesante, los cuales, igualmente se aplican a la responsabilidad civil contractual
o a la responsabilidad civil extracontractual, o a cualquier otro régimen de responsabilidad civil,
esto a consideración, que en caso de inexistencia de norma especial en cualquier régimen especial
de responsabilidad civil se debe aplicar las normas contenidas en el Código Civil.

Tamayo Jaramillo expresa que el daño emergente surge cuando un bien económico por ejemplo
dinero, cosas, servicios han salido, salen o van a salir del patrimonio de la víctima, mientras que el
perjuicio lucro cesante se caracteriza porque un bien de carácter económico que debía ingresar al
patrimonio de la víctima no ingresó o tampoco va a ingresar (Tamayo, 1996). La jurisprudencia de
la Corte Suprema de Justicia ha precisado que cuando los efectos del daño recaen sobre el
patrimonio de la víctima y esto produce la disminución de los activos o el incremento de los
pasivos se configura el daño emergente, en tanto que si ese daño impide la consecución de
ganancias, se configura el perjuicio lucro cesante (Corte Suprema de Justicia, Sala de Casación Civil,
Sentencia del 10 de mayo de 2016, Magistrado Ponente Álvaro Fernando García, Radicado No.
11001-31-03-008-2000-00196-01)

Los perjuicios extra patrimoniales han sido definidos de manera amplia por la jurisprudencia de las
altas cortes. El alcance que se le ha dado a estos perjuicios, es que inciden o se ve proyectados en
la esfera afectiva o interior de las personas, lo cual genera en ella sensaciones de pena, tristeza,
angustia, aflicción o desilusión (Corte Suprema de Justicia, Sala de Casación Civil, Sentencia del 13
de mayo de 2008, Magistrado Ponente César Julio Valencia Copete, Radicado Número 11001-
3103-006-1997-09327-01).
imoniales, ello no significa que los socios no puedan pretender el reconocimiento de esta clase de
perjuicios cuando el daño ha sido sufrido por ellos directamente (Tamayo, 1996), lo que podrá
intentarse a través de la acción individual de responsabilidad contemplada en el ordenamiento
jurídico colombiano.

Tamayo Jaramillo en relación al nexo de causalidad expresa que esta causalidad debe ser jurídica,
es decir, que el hecho que ha generado un daño le es imputable jurídicamente al demandado, y
que, por ello, deberá pagar la indemnización a que haya lugar (Tamayo, 2007). El nexo o vinculo
causal es muy importante en la responsabilidad civil, en relación a que si el agente que causa el
daño antijurídico se encuentra determinada por una causa extraña como el caso fortuito o la
fuerza mayor se generará una ruptura del nexo causal, liberando de cualquier tipo de
indemnización (Tamayo, 2007)

En relación con la prueba del nexo de causalidad es importante traer a colación lo regulado por el
Código General del Proceso frente a ello. El artículo 167 del citado Código dispone que la carga
procesal y probatoria la tiene la parte que alegue un determinado hecho, dicho de otra manera, le
corresponde al demandante demostrar el nexo causal cuando busque la reparación patrimonial
producto de un daño antijurídico.

Tamayo citando a Álvaro Pérez también sostiene que cuando una parte quebranta una obligación
contractual y con ella origina un perjuicio a su contraparte, la última cuando reclama la
indemnización monetaria, lo hace a consecuencia del incumplimiento de la obligación sin que
reclame la obligación originalmente pactada, lo que permite distinguir la fuente de la
indemnización en la responsabilidad civil y no el contrato (Tamayo, 2009).

Tamayo Lombana volviendo a citar a Mazeaud y Tunc sustenta las diferencias existentes entre la
fuente de la obligación de indemnizar el incumplimiento contractual frente al contrato. Cuando
una parte suscribe un contrato con otra, se obligan bien sea unilateralmente o recíprocamente y la
fuente de dicha obligación es la voluntad de las partes. Cuando en la ejecución del contrato, una
parte incumple las obligaciones, las cumple de manera tardía o imperfectamente, se hace deudor
de las indemnizaciones, y la fuente de estas indemnizaciones, se encuentra por fuera del contrato
porque se tratan de obligaciones nuevas distintas de las originarias pactadas en el contrato, por
ello, en los casos de incumplimiento contractual, la fuente de esta obligación se considera a la
responsabilidad civil contractual como una fuente autónoma (Tamayo, 2009).

Otro aspecto relevante de la responsabilidad civil contractual es la forma de reparación de los


perjuicios que se ocasionan por el incumplimiento. En estos casos la reparación es por
compensación y no por equivalente, ya que la reparación no es igual o equivalente a la prestación
incumplida, sino una compensación por los perjuicios sufridos por el acreedor de la obligación
(Tamayo, 2009).

a teoría de la responsabilidad contractual exige que para que pueda predicarse responsabilidad de
este tipo es indispensable la existencia de un contrato. En relación con lo expuesto, se debe hacer
el siguiente análisis para negar la posibilidad de que se pueda aplicar un régimen de
responsabilidad contractual a la responsabilidad del administrador de la sociedad.
La vinculación del administrador con la sociedad no surge mediante ningún tipo de contrato. La
designación la hace el respectivo órgano de la sociedad que puede ser la asamblea de accionistas,
la junta de socios o la junta directiva, y tal designación se hace a través de acta y no de contrato, lo
que explica la imposibilidad de que tal designación tenga naturaleza contractual. 98 Si se siguiera
la teoría de que la vinculación del administrador con la sociedad se origina mediante contrato se
llegaría a la premisa equivocada que la asamblea de accionistas, junta de socios o la junta directiva
tienen capacidad para representar y obligar a la sociedad, lo cual es incorrecto.

Cuando una asamblea o junta de socios designa un administrador lo hace por las facultades que
tienen como órgano de dirección de la sociedad y no de representación legal de la misma; lo cual
descarta también que un órgano de dirección que carece de facultades para obligar a una persona
jurídica pueda contratar a un sujeto de derecho para que ejerza las funciones de administrador
como el representante legal o los miembros de la junta directiva. Otro argumento para negar la
posibilidad de que al administrador societario se le pueda aplicar algún tipo de responsabilidad
contractual, es lo previsto por el artículo 1616 del Código Civil, al regular que cuando no se le
pueda imputar dolo al deudor incumplido, este solo será responsable ante su contraparte de los
perjuicios que se puedan prever al tiempo del contrato, lo cual no se aplica a la responsabilidad del
administrador societario, dado que el artículo 200 del Código de Comercio es claro en establecer
que los administradores responden de manera solidaria e ilimitada por los perjuicios que su
conducta pueda ocasionar, independientemente si aquella fue cometida por dolo o culpa.

Autores como Villanueva García expresan, por el contrario, que la responsabilidad del
administrador no configura un régimen especial de responsabilidad, puesto que simplemente se
trata de una técnica legislativa que desea incorporar en la legislación mercantil cuestiones
relativas a la responsabilidad de los administradores societarios (Gil, 2015). Por otra parte, la
Superintendencia de Sociedades considera que el régimen de responsabilidad es un régimen
específico, en la medida que la legislación comercial contiene normas de carácter especial, que
regulan las situaciones de responsabilidad de los administradores de las sociedades
(Superintendencia de Sociedades, Concepto 220-076480 del 21 de junio de 2011). La Corte
Suprema de Justicia en Sentencia de Casación del 2013 identificó que la naturaleza jurídica de la
responsabilidad del administrador societario se circunscribe a un régimen único y particular de
responsabilidad civil, encontrado el fundamento en la actuación del administrador y la existencia
del contrato de sociedad (Corte Suprema de Justicia, Sala de Casación Civil, Sentencia del 8 de
agosto de 2013, Magistrado Ponente Ruth Marina Díaz Rueda, Radicado Número 11001-3103-003-
2001-01402-01). El Profesor Jorge Hernán Gil expresa que también debe considerarse al régimen
de responsabilidad civil de los administradores como un régimen especial por las siguientes
razones: 104 1. Ámbito normativo especial: el régimen de la Ley 222 de 1995 regula únicamente a
las sociedades comerciales y civiles (Gil, 2015). 2. Regulación delimitada: la normatividad
comercial reguló de manera expresa los asuntos relacionados con la responsabilidad de los
administradores de las sociedades (Gil, 2015). 3. Vinculación en torno a las funciones: la ley
impone responsabilidad a los administradores en razón de su cargo y las distintas funciones que
deban realizar y no por el factor personal de los mismos, es decir, los administradores son
responsables por el ejercicio de sus funciones de acuerdo al cargo que ejercen (Gil, 2015). 4.
Imposición de responsabilidad solidaria e ilimitada: Gil expresa que también es fundamento para
que se hable de un régimen especial de responsabilidad el tipo de responsabilidad solidaria e
ilimitada que impone la ley, en la medida que la solidaridad tiene un carácter excepcional y no es
propio del régimen común hacer alusión a la responsabilidad solidaria e ilimitada (Gil, 2015). 5.
Regulación de principios específicos: la ley en igual sentido regula unos principios que solo se
aplican a los administradores de las sociedades, argumento que permite concluir con mayor razón,
que el régimen de responsabilidad civil tiene un carácter especial ajeno al que regula el Código
Civil (Gil, 2015). Por todas las anteriores razones, es pertinente expresar, que existen argumentos
jurídicos que conducen a determinar que la responsabilidad del administrador societario se sujeta
a un régimen especial, pero ello no es argumento, para que el mismo no se deba complementar
con el régimen común regulado en el Código Civil, en cuanto a los elementos que deben
estructurarse para saber cuándo un administrador debe ser sujeto de ser declarado civilmente
responsable y condenado a resarcir los perjuicios causados.

Elementos que estructuran la responsabilidad civil del administrador societario. Los elementos
que configuran la responsabilidad civil de los administradores de las sociedades son los siguientes:
4.1. Conducta contraria a derecho. Para que pueda predicarse la responsabilidad del
administrador societario, se requiere que la actuación del administrador haya sido contraria a
derecho, porque de lo contrario su conducta sería licita y no habría lugar a la responsabilidad civil.
La conducta contraria a derecho se origina por la violación de los deberes generales y especiales
que se encuentran consagrados en el artículo 23 de la Ley 222 de 1995 y las otras normas del
ordenamiento jurídico colombiano, los cuales se explicaron detalladamente en el capítulo segundo
del presente proyecto de investigación. La imputación de la conducta antijurídica puede realizarse
a título de dolo o de culpa, aunque ello no modifica el monto de la indemnización a que haya
lugar. El profesor Tamayo Lombana considera que, si la actuación fue culposa o dolosa, las
consecuencias son idénticas, ya que la actuación del administrador causó un perjuicio, el cual debe
ser reparado, razón por la cual, la indemnización se debe dar en cualquiera de los dos casos
(Tamayo, 2009). Tamayo Lombana sobre la distinción entre dolo y culpa considera que está no
debe importar en la responsabilidad civil, debido a que la finalidad que busca cualquier régimen de
responsabilidad civil es la obligación de indemnizar los perjuicios causados, independientemente
que se hayan cometido por dolo o culpa. Tal apreciación resulta correcta por cuanto la
responsabilidad del 108 administrador societario no tiene ninguna consideración respecto a la
indemnización cuando el administrador comete el daño dolosamente o a título de culpa (Tamayo,
2009). - Conducta dolosa. La conducta dolosa se origina cuando el administrador societario tiene
las intenciones de causar daño a la sociedad, a sus asociados o a terceros. Para que se pueda
concluir que la actuación del administrador de la sociedad se configuró de manera dolosa, se
requiere la presencia de dos elementos: 1. El conocimiento: el administrador debe conocer la
situación concreta de la compañía y tomar alguna decisión que de ante mano él conozca que va a
causar un perjuicio o que omita actuar para que se consolide el perjuicio. 2. La intención: también
la doctrina ha establecido que para que se configure una actuación dolosa se debe probar que el
administrador ha tenido la intención de causar un perjuicio a la sociedad. Resulta probatoriamente
complejo hacer tal demostración en la mayoría de los casos, por eso, se debe recurrir a indicios o a
otros medios probatorios que permitan deducir que el administrador por alguna circunstancia de
conflicto de interés u otro motivo actuó buscando perjudicar los intereses de la sociedad, de sus
asociados o de terceros. - Conducta culposa. Las obligaciones de los administradores de las
sociedades son de medio y no de resultados, más aun, cuando ellos no pueden garantizar en
ningún caso el éxito de una decisión, pero si se requiere que tal decisión sea acorde a un buen
hombre de negocios y con respeto al orden legal y a los estatutos sociales (Reyes, 2013). La culpa
como elemento de la responsabilidad civil tiene su importancia en las obligaciones de medio para
constatar la imprudencia o negligencia (Tamayo, 2009), ya que, para poder evaluar la
responsabilidad, es necesario que el juez valore la conducta del administrador de la compañía,
para que ello permita saber si se condena o no al administrador al pago de los perjuicios causados.
Tamayo Jaramillo afirma que la culpa es una cualidad o característica que acompaña la actuación
de las personas (Tamayo, 2007), en el análisis que se está explicando, la culpa es la cualidad o 109
característica que acompaña la actuación del administrador, cuando la misma resulta contraria al
ordenamiento jurídico. La culpa del administrador societario se produce porque la actuación de él
es violatoria de la ley o de los estatutos sociales, o también cuando se extralimita en sus funciones,
pero nunca su intención es causar daño a la sociedad, porque de ser así, la responsabilidad sería a
título de dolo. El jurista Planiol expresó que la culpa se origina cuando se violan obligaciones
preexistentes (Tamayo, 2009), en los casos del administrador societario, las obligaciones de los
administradores se encuentran codificadas en el Código de Comercio y los estatutos sociales, es
por ello, que cuando el administrador de las sociedades incumple con las obligaciones que el cargo
le impone, se ve inmiscuido en una actuación culposa, que, si genera perjuicios, deberán ser
indemnizados. El tratadista Norteamericano George Coughlin explica que la culpa se produce
cuando alguien actúa descuidadamente o temerariamente, lo que descarta un daño intencional
(Tamayo, 2009); por tal razón, cuando la actuación del administrador sea con descuido, se estaría
estructurando un elemento que configura la responsabilidad civil del administrador societario. La
valoración que debe realizar el juez o arbitro que este conociendo del proceso de responsabilidad
del administrador societario debe ser en abstracto, debido a que, con el respeto a la regla de
discrecionalidad empresarial, se tiene que valorar si el administrador actuó como lo hubiera hecho
un buen hombre de negocios, es decir, una persona profesional en el ámbito empresarial. La culpa
del administrador también puede surgir por omisión o abstención de sus funciones que el cargo le
exige. Tamayo Lombana expresa que las abstenciones igualmente estructuran la conducta culposa.
Las abstenciones se clasifican según Tamayo en abstención dentro de la acción, abstención frente
a una obligación legal de actuar y una abstención pura y simple (Tamayo, 2009). En la
responsabilidad del administrador societario, la abstención que puede originarse es
exclusivamente las que se relacionan cuando él debe actuar en caso de que la ley, los estatutos
sociales o las necesidades de la empresa lo exigen, pero el administrador por descuido o
imprudencia no lo hace. En relación a la culpa del administrador, es muy importante que el
demandante pruebe que el administrador no actuó objetivamente, además debe acreditarse en el
proceso la clara 110 contravención de la conducta del administrador con el ordenamiento jurídico,
porque de lo contrario, no podrá ser declarado el administrador civilmente responsable por la
regla de la discrecionalidad empresarial, la cual protege las decisiones de los administradores
(Reyes, 2013). Lo anterior también se justifica en que la Superintendencia de Sociedades en
ejercicio de sus funciones jurisdiccionales ha afirmado en sus sentencias que solo se puede valorar
la conducta de un administrador, cuando se acredite que la actuación fue “ilegal, abusiva o viciada
de conflicto de intereses”, porque de lo contrario se estaría atentado contra la autonomía del
administrador y la regla de discrecionalidad empresarial que lo ampara (Sentencia No. 800-79 del
1 de septiembre de 2016, Delegatura de Procedimientos Mercantiles de la Superintendencia de
Sociedades, Superintendente Delegada Mónica Rodríguez González). 4.2. Perjuicio. El perjuicio es
un elemento esencial para estructurar la responsabilidad civil del administrador societario. El
inciso primero del artículo 200 es claro en establecer que el administrador deberá responder por
los perjuicios que ocasione a la sociedad, sus asociados o a terceros. El perjuicio es considerado
como un fundamento para la reparación patrimonial a que haya lugar en la responsabilidad civil. El
perjuicio constituye un interés para la acción indemnizatoria (Tamayo, 2009). Cabe decir, que el
perjuicio en el tema de responsabilidad se ha tomado como sinónimo del daño como se explicó
anteriormente, en todo caso, lo importante es que bien sea la sociedad, sus asociados o terceros
demuestren la existencia del perjuicio o daño y su cuantificación. El perjuicio que debe acreditarse
en el proceso judicial o arbitral debe reunir unos requisitos para que la acción indemnizatoria
pueda prosperar, los cuales son: 1. Perjuicio directo: el perjuicio o daño en los bienes del
accionante debe tener como consecuencia causal, inmediata y directa la actuación del
administrador de la sociedad, es decir, la violación de los principios del administrador societario o
la intención por parte de aquel de causar daño, dicho de otra manera, aquella actuación debe
tener relación de causa a efecto con el menoscabo en el patrimonio bien sea de la sociedad, de sus
asociados o de terceros (Tamayo, 2009). 111 2. Perjuicio cierto: el accionante debe demostrar la
certeza o existencia del perjuicio causado por el administrador de la sociedad. 3. Perjuicio
antijurídico: el accionante también debe demostrar que el perjuicio es antijurídico, ello significa,
que proviene de una actuación contraria a derecho; para ello bastará que se demuestre que la
actuación del administrador societario se dio con violación al ordenamiento jurídico. Los perjuicios
que puede sufrir la sociedad, sus asociados o los terceros son los siguientes: 1. Daño emergente: la
sociedad, sus asociados o los terceros pueden demostrar que la actuación antijurídica del
administrador de la sociedad ocasionó pérdidas patrimoniales a cualquiera de ellos, es decir, que
aquella actuación del administrador representa una pérdida de activos o incremento de pasivos, lo
cual puede ocurrir en el pasado, presente o futuro, tal como lo ha establecido la jurisprudencia de
la Sala Civil de la Corte Suprema de Justicia. 2. Perjuicio lucro cesante: la sociedad, sus asociados o
los terceros también pueden pretender en la demanda el reconocimiento de los perjuicios que
afecten el ingreso de activos, ello quiere decir, que el lucro cesante se configura cuando los sujetos
en mención no recibieron, no reciben o no van a recibir ganancias a consecuencia de la actuación
antijurídica del administrador. 3. Perjuicio moral: el perjuicio moral solo puede ser percibido por
personas naturales como se explicó anteriormente, ello descarta de plano que la sociedad como
persona jurídica pueda pretender el reconocimiento de esta clase de perjuicios. Tampoco podrán
solicitar perjuicios morales los asociados o los terceros, cuando estos sean personas jurídicas, por
las razones expuestas. El perjuicio moral requiere que la persona humana sufra dolor o
sentimientos que lo afecten, lo que impide que un ente ficticio los pueda percibir. Al respecto, la
jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia es pacifica en no reconocer esta clase de perjuicios
a personas jurídicas. 4. Perjuicio por perdida de oportunidad: La sociedad, sus asociados o los
terceros que se vean afectados por la actuación del administrador también pueden en la demanda
judicial o arbitral dependiendo de la existencia o no del pacto arbitral, el reconocimiento de los
perjuicios patrimoniales causados por la pérdida de una oportunidad respecto de la cual existe
certeza o probabilidad.

Para que pueda reconocerse un perjuicio por perdida de una oportunidad, la doctrina establece
que se debe demostrar la certeza o la alta probabilidad, de que si no hubiera ocurrido la actuación
del agente se hubiera podido obtener las ganancias que se esperaban percibir (Tamayo, 2009). Es
importante traer a colación lo que ha manifestado la Corte Suprema de Justicia en cuanto a que
los “sueños de ganancia” no pueden ser indemnizados, bajo el argumento que estos se apoyan en
meras hipótesis, de los cuales, no existe ningún tipo de certeza o probabilidad que hubieran
ocurrido o que los mismos tenga relación con la realización del daño (Corte Suprema de Justicia,
Sala de Casación Civil, Sentencia del 24 de junio de 2008, Magistrado Ponente Pedro Octavio
Munar Cadena, Radicado No. 2000-01141-01).

El último elemento que estructura la responsabilidad del administrador societario es la relación o


nexo de causalidad entre la actuación antijurídica del administrador y los perjuicios causados. El
accionante, es decir, la sociedad, los asociados o los terceros deben demostrar que la actuación
del administrador fue la causante de la producción de los perjuicios que se pretenden indemnizar
en un proceso judicial o arbitral. Tamayo Jaramillo menciona que el hecho dañoso le debe ser
imputable al demandado, esto quiere decir, que el hecho dañoso o perjuicio debe tener un
fundamento de imputación (Tamayo, 2007), el cual se fundamenta en la actuación u omisión del
administrador en el ejercicio de las funciones que el cargo le exige de acuerdo a la ley y a los
estatutos sociales. Frente a los elementos que estructuran la responsabilidad del administrador
societario, se debe dejar de presente, que estos elementos se pueden probar por cualquier medio
de prueba, tal como lo contempla el artículo 165 del Código General del Proceso. Es importante
destacar que el artículo 16 de la Ley 446 de 1998 exige que en la administración de justicia se
valoren los daños atendiendo los principios de “reparación integral, equidad y observándose los
criterios técnicos actuariales”. Es decir, el juez o arbitro debe valorar los perjuicios bajo dos
condiciones, primero, bajo lo pretendiendo en la demanda, por cuanto carece dentro de los
procesos de responsabilidad civil del administrador societario de facultades ultra o extra petita y
segundo, deberá hacer su valoración de los perjuicios, buscando que el límite para 113 condenar a
estos perjuicios, sea el mismo límite de los perjuicios (Domínguez, 2010). Frente a los criterios
técnicos actuariales, deberá el juez de primera instancia o segunda instancia e incluso los árbitros
hacer la indexación monetaria a que haya lugar

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