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Tristeza es lo primero que sentí cuando me comunicaron que no, que no iba a poder

ser. Bueno fue un poco confuso, porque parecía que no pero quedaba una
posibilidad…, en fin, se me planteó una ambigüedad de esas que ‘sabes que  no…,
pero lo mismo sí, pero vamos, que ni de coña’, son ese tipo de ambigüedades que lo
único que sirven es para no cerrar el tema y mantenerte en vilo unos días más (un
rollazo, la verdad).
Da igual los niveles de ‘inteligencia emocional’ que lleves que la tristeza cuando
llama a la puerta y se queda un rato es pesada, lenta, pegajosa y mala compañera.

La tristeza nos desinfla el ánimo y aparece en situaciones que implican o bien una


pérdida o bien el sufrimiento de un daño o perjuicio para quien la siente. Lo que
hemos perdido debe ser algo que percibimos como «valioso» para uno mismo (y esta
pérdida o fracaso puede ser permanente o meramente coyuntural).
Quédate con la copla, la TRISTEZA es la emoción desencadenada por una situación
de pérdida o circunstancia aversiva. Cuando estamos tristes determinar/concretar
qué hemos perdido, qué significa para nosotros y cómo nos afecta, nos apoya a
conocer cuál puede ser la conducta más efectiva ante esa emoción. Eso sí, siempre que
no estemos en una situación de carga emocional, cuando una emoción es
demasiado intensa lo primero que debemos hacer es abordar la «carga» antes que la
emoción (algo que no vamos a tocar en este post).
En mi caso, estaba triste pero no estaba en «carga emocional», así que tuve la
paciencia suficiente para dejar que la tristeza llegara, se quedara un rato y pasara…,
sí, dejaba su rastro (amargo) y a veces parecía que volvía, pero sabía que pasaría y la
dejé estar sin más.

Curiosamente, estas características de decepción y desagrado son las mismas que


suelen desencadenar la siguiente emoción que me surgió: la ira, el enfado, la rabia.

.
Pues en primer lugar para pasarlo mal y para encabronarme. Pero la verdad, no
podía (NO QUERÍA) quedarme ahí, así que que como todas las emociones tienen
una función adaptativa, y el malestar y el encabronamiento no iban a más, pues
sencillamente dejé que pasara un poco la tormenta y me observé.

La tristeza nos ralentiza y esto nos hace economizar recursos para emplearlos en
nosotros mismos, nuestro sistema emocional nos informa de que algo no va bien y
necesitamos focalizar nuestra atención en ello. Si la tristeza no llega a niveles de
‘carga emocional’ se activa a modo de mecanismo de ‘autoprotección’ fijando tu
mirada en ti, favoreciendo la introspección y el análisis constructivo. A veces
promueve la búsqueda de apoyo en las personas de nuestro entorno y eso facilita
que otras personas puedan acompañarnos en ese momento. Así que la tristeza me
acompañó a un momento de introspección y reflexión sobre mí, sobre mis objetivos,
lo que quiero,…
El enfado me aportó la energía que me quitó la tristeza. Ante la frustraci

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